cine nacional

Algo cambió en el cine nacional desde la realización de Wiñay Pacha. Obra del director Oscar Catacora, recientemente fallecido. El cine minimalista y de autor que presentó desde Puno, tiene hoy también, otro representante: Henry Vallejo. 

Manco Cápac es la película nacional seleccionada para representar al Perú en los premios Oscar. Henry Vallejo tardó 10 años en ver cristalizado este proyecto y luego de tanta espera, hoy ya se encuentra en las salas comerciales del Perú. Aunque lamentablemente solo de Lima, Puno y Arequipa. 

La historia narra la llegada del joven Elisban a la ciudad de Puno, con la finalidad de encontrar a un amigo que lo ayude a conseguir  trabajo. Sin embargo, este amigo resulta ser inubicable y el protagonista se ve en una situación de precariedad, al no contar con dinero, por lo que decide buscar todo tipo de actividades para subsistir. 

Esta sencilla historia es el punto de partida para bucear en muchas sensaciones que develan conceptos asumidos socialmente. Vallejo nos presenta desde la primera toma la intención de su film. Un plano lateral del bus donde Elisban en posición fetal espera llegar a la ciudad. La transición de una forma de vida a otra. Dejar el campo en busca de una vida nueva en la ciudad. Como también la búsqueda de protección y cobijo. 

Jesús Luque, quien encarna a Elisban, ha ganado el premio APRECI por la mejor actuación del año. La disciplina que puso en el taller que llevó con el propio director, ha dado como resultado la corporalidad de una actuación que no precisa de muchos textos para transmitir. Su personaje entra a escena con una clara construcción de lo que es, de donde se encuentra y de la vulnerabilidad que eso pueda significar. 

A través de toda la película su mirada será el contraste de las miradas indiferentes y hasta perversas de los personajes con los que le toque interactuar. Y es que Elisban destila una ingenuidad fuera de cualquier cuestionamiento. Lo que permite al espectador generar una empatía desde la primera escena y a su vez, la indignación frente a la hostilidad imperante con la que tiene que lidiar el personaje, a lo largo de la historia. 

Lo que el director puneño ha construido con este largometraje es un escenario en donde la ciudad representa un personaje más, que es despiadado, individualista, mercantilista e indiferente. La ciudad no representa para Elisban una promesa de desarrollo y futuro, sino todo lo contrario. 

Quizás el único personaje que contradice esta constante de discriminación, es la señora que vende comida. Una representación simbólica de protección maternal, a pesar de sus repentinos cambios. Lo que refuerza, al ser una excepción,  la sensación generalizada del profundo desprecio de una sociedad consumista, frente a la pobreza. 

Vallejo juega con la idea de realismo constantemente, a pesar de estar en una ficción, por momentos parece que estamos frente a un documental. Así de realistas resultan las actuaciones de sus personajes. Incluso mostrando el afiche real del casting de la película en un poste de luz. Con ese mismo realismo, nos transmite el frío y hambre que su personaje padece. Es inevitable recordar a Wiñay Pacha y reflexionar sobre lo que esta nueva cinematografía está demandando. 

En una sociedad mercantil, el valor recae en lo que se tiene y si no se tiene nada, el valor de la persona no existe. No vales nada. El valor del mercado económico está por encima del mismo ser humano.  

Existe un cine de lugares comunes, con personajes estereotipados, presentando conflictos que no pretenden incomodar a nadie. Un cine de caras conocidas y que disfraza la realidad, frente a un cine como el que años atrás se empezó a gestar en Ayacucho. Donde Palito Ortega puso  en vitrina al cine regional y que hoy tiene su foco en Puno. Con la disposición de mostrar al mundo, una realidad que para algunos es ajena y para otros, que son muchos más, es bastante familiar. 

Manco Cápac es un film singular que redunda en sensaciones contrastadas, sin concesiones. De mirada contemplativa, pero punzante en sus retratos humanos. Es de esas películas, que no permiten la indiferencia. 

 

Flyer Manco Cápac-Estreno 9 de didiembre

 

 

 

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El 26 de noviembre último, la noticia de la muerte de Oscar Catacora tomó por sorpresa a todos. El director de la afamada cinta nacional Wiñay Pacha falleció mientras rodaba lo que sería su siguiente largometraje en Puno. Una apendicitis que no pudo ser atendida fue la causa de esta trágica y temprana muerte. Las condiciones de precariedad y olvido por parte del Estado, impidieron tener una atención médica oportuna y nos quedamos sin uno de los grandes talentos del cine nacional. 

Oscar Catacora había logrado días atrás estrenar su primer largometraje Wiñay Pacha en la plataforma de Netflix. Cinta hablada completamente en idioma aymara. Siendo además el primer largometraje en ese idioma producido en nuestras tierras. Se encontraba también  filmando su segunda cinta sobre la rebelión indigena de 1780. Y como era el sello de su cine, pensaba proponer una reflexión sobre las diferentes formas de violencia que este acontecimiento implicó. 

Wiñay Pacha puso al director puneño bajo la atención de la prensa nacional y mundial, no solo por abordar un tema distinto y de manera singular. Sino porque desde la primera toma de su cinta, dejó en claro que se trataba de un director con estética propia y sobre todo con una brutal honestidad para retratar un escenario como el ande, fuera de toda frivolidad y con la intención de despertar emociones intensas que puedan llevar a una reflexión. 

Los protagonistas de esta película fueron una pareja de ancianos que superan los 80 años. Willka y Phaxsi, que en aymara significa Sol y Luna. No fue casual que denominara a esta pareja de ancianos como las deidades de la mitología aymara. Su respeto por la pachamama o naturaleza es el tema que subyace en esta realización. 

La historia narra como Phaxsi y Willka se encuentran a más de 5,000 metros de altura en la sierra peruana, acostumbrados a una vida en armonía con la naturaleza y con los recursos de esta. Pero por otro lado, desprotegidos ante cualquier adversidad y por lo tanto en completo desamparo, incluso de su propio hijo que emigró a la ciudad. 

Esta idea surgió de la experiencia del director puneño al vivir con sus abuelos. Es por eso que Vicente Catacora, actor que encarna a Willka, es el abuelo del director en la vida real. A pesar de la resistencia de su familia, la elección surgió de la necesidad de contar con actores naturales y de lengua aymara nativa. 

La cinta que fue seleccionada para representar al Perú en los premios Oscar es una historia de abandono, pero también de reivindicación hacia una cultura como la aymara. Si bien el director deja la cámara en modo contemplativo, su propuesta pretende enfrentarnos a la necesidad de reconocer las culturas que conviven en un mismo suelo. Su cosmovisión a través de Willka y Phaxsi tienen ese encargo frente al espectador. 

Wiñay Pacha no tiene música, pero si el sonido del viento, de la naturaleza. La pachamama es protagonista de esta cinta, con todos sus climas, paisajes y sabiduría. El propio Catacora contó cómo se dirigió al mismo Apu para pedirle un día nieve y otro día lluvia para poder filmar. El Apu lo escuchó. Al día siguiente tuvo nieve y el día que pidió lluvia, también la obtuvo. Decidió realizar el primer film en aymara porque si su lengua muere, decía, también morirá su cultura. En aymara Wiñay Pacha significa tiempo eterno y aunque no se realizó con muchas pretensiones está considerada como una de las mejores cintas nacionales. 

En su estreno superó la taquilla de El Capitán América, convirtiéndose en un blockbuster en Puno. Llevó a las salas de cine a más de 300,000 espectadores e incluso Tondero se interesó en distribuirlos luego de que recibieron el premio a mejor ópera prima y mejor fotografía en el Festival de Guadalajara de México. 

Oscar Catacora quiso establecer identidad, no quería ser encasillado en un género específico cinematográfico pero a la vez quería ser recordado como un buen realizador. Colocó a Puno ante la mirada mundial. Puso en valor no sólo el cine regional, sino la universalidad de los conflictos que el desarrollo capitalista ha ido imponiendo. 

Nos dejó con varios cortometrajes experimentales, un mediometraje y un largometraje para la historia, pero sobre todo para la discusión y reflexión de quienes somos y cómo pretendemos mirarnos, en una sociedad donde por siglos el desprecio a lo andino fue normalizado. Su cine fue como él, naturalista, sencillo, emocional y de compromiso social. 

Oscar Catacora ha trascendido y como su Wiñay Pacha, será también eterno. 

Oscar Catacora

Wiñaypacha

 

 

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