Constitución

Abog. Miguel Ángel Ferreyra 

La dictadura apareció en la Roma republicana como una institución de carácter excepcional, mediante la cual se entregaba transitoriamente el poder absoluto a un ciudadano, para salvar a la república de sus enemigos. Una vez alcanzado el objetivo el ciudadano devolvía el poder y regresaba a sus anteriores ocupaciones. La dictadura entonces, en aquellos tiempos plasmaba una ética política y un ideal de civismo en momentos críticos para la supervivencia de la sociedad y del Estado. Aunque el investido como dictador poseía el derecho de vida y muerte sobre sus semejantes, su ejercicio se vinculaba a la clara conciencia de un fin estrictamente necesario para el bien común. Posteriormente, esta figura fue instrumentalizada para el logro de objetivos ajenos a la defensa de la república, y evolucionó hacia la órbita del autoritarismo y tiranía, y durante el siglo XX se consolidó su vinculación con el militarismo, de modo tal que prácticamente casi todas las dictaduras fueron implantadas con la iniciativa y/o apoyo del sector militar. 

En la actualidad encontramos en la política peruana la última fase de evolución de la dictadura. El acoso y ataques a los vocales de la Corte Suprema, a los magistrados del JNE, integrantes de la ONPE y de la JNJ; así como el restablecimiento del senado y la reelección de congresistas a pesar del rechazo del pueblo a dichas medidas, la destrucción del equilibrio de poderes mediante la desactivación de la cuestión de confianza, la renuencia a acatar las resoluciones judiciales que suspenden las medidas congresales por vulneración de derechos y principios constitucionales, la destrucción de la reforma universitaria, la eliminación de las elecciones primarias para la selección de candidatos, la anulación del derecho del pueblo a participar en la vida política mediante el referéndum, etc., demuestran que el Perú se encuentra bajo una dictadura, implantada no por el sector castrense sino por una coalición parlamentaria perniciosa en el Congreso. 

El Congreso pretende que sus decisiones no sean objeto de revisión ni control por el poder judicial, ha desbordado los límites impuestos por la Constitución, aprueba y modifica leyes por su solo arbitrio y sin razón alguna. Ha empleado sus facultades y atribuciones para destruir la separación de poderes y el control político, y someter a las instituciones y entes constitucionales cuya presencia y actuación independiente son cruciales para la preservación y defensa del principio democrático. Estos grupos parlamentarios del Congreso peruano han cometido traición contra la nación peruana y su derecho a vivir en Democracia. 

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[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] A mediados de 2019 se levantaron los chilenos por mejoras socioeconómicas en su país. Querían acceso a la educación, que bajen los precios de los servicios públicos, como el transporte, y jubilaciones dignas. Fueron a una Asamblea Constituyente y esta malinterpretó el mensaje, así que terminó redactando un texto constitucional de género y feminista-radical, reivindicando derechos muy distintos a los anhelados por la mayoría de las masas protestantes.

Para muestra un botón, el proyecto constitucional, que se rechazó abrumadoramente en plebiscito celebrado en septiembre de 2022, comenzaba señalando que Chile estaba compuesto por seis nacionalidades mapuches, pero olvidaba mencionar algo obvio: a la propia nacionalidad chilena. El resultado es que las comunas y regiones mapuches fueron las primeras en rechazar aquel proyecto, porque resulta que no conozco, en América Latina, una nación que lo sea más que la nación chilena.

La situación obligó a redactar otro texto constitucional con vientos a favor de la mesura y, es verdad, también de la derecha (quien siembra vientos …). Así que la nueva Carta Magna, que acaba de ser aprobada por el Congreso y que va a plebiscito el 17 de diciembre, no menciona una sola vez la palabra género en su capitulado, de lo que sí habla es de igualdad absoluta entre varones y mujeres; inclusive, sanciona la tan anhelada igualdad laboral. También coloca su énfasis en los derechos sociales y económicos, aunque no sé si lo suficiente como para satisfacer las demandas que motivaron las protestas de 2019-2020.

Por otro lado, no se menciona tampoco, en ninguno de sus pasajes, a los colectivos LGTBI, lo que considero un gran vacío, pero también una reacción, no justificable, ante un texto previo que hacía parecer la agenda de una minoría como si fuese la mayoritaria. Finalmente, el nuevo texto constitucional, conservador, por las varias referencias a la familia tradicional, representa una vuelta a los derechos fundamentales, explícitos en su capitulado, los que fueron transgredidos brutalmente por las olas libertaria-conservadora y progresista radical de las derecha e izquierda del siglo XXI.

Estas, a través del escrache y la cancelación, han hecho de este mundo un lugar incierto e inseguro, carente de valores democráticos y republicanos tan básicos como el diálogo y la tolerancia, así como transgresor de derechos fundamentales irrenunciables, como el honor, el buen nombre y la presunción de la inocencia. ¿Hasta cuando la tiranía de las redes sociales? Por todo ello, se espera un gran debate nacional en las tres semanas que nos separan del día en que se realizará el trascendental plebiscito en el vecino país del sur.

La nueva constitución chilena, si se aprueba, no será un lugar perfecto. Sin embargo, podría convertirse en un recinto mejor que aquel en el que uno de los dos extremos se aprestaba a adoptar posiciones muy ventajosas para ganar terreno en su lucha ideológica a través de prácticas absolutamente jacobinas, en las que la destrucción del disidente se justifica y normaliza como método de acción política.

Tampoco puedo asegurar si el nuevo lugar que podría generarse pronto en Chile será más acogedor. Sin embargo, en tanto que sujeto que no ha arriado los principios y valores del progresismo del siglo XX, los que suponen la vigencia irrestricta de los derechos de la persona humana por encima de cualquier otra consideración, espero que dicho lugar se convierta en una esperanza para la reconfiguración de espacios donde el respeto por el otro, y no su deshumanización, vuelvan a erigirse en la base de la convivialidad democrática.

En suma, espero que, desde Chile, pueda comenzar a reedificarse un lugar en el que el centro democrático y republicano se constituya en una vía alternativa a la guerra de extremismos en la que nos encontramos inmersos en toda América Latina y el mundo.

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Encima, políticamente hablando, con sus declaraciones, la presidenta se ha abierto un frente de divergencia con la derecha, que le reprocha, con razón, querer zafar cuerpo y atribuirle la exclusiva responsabilidad de lo sucedido a los militares y policías. Sin el respaldo de las Fuerzas Armadas a la Constitución, Pedro Castillo seguiría siendo gobernante. Boluarte les debe el cargo que hoy ocupa y mal les paga tirándoles la bola, como si su gobierno no tuviera responsabilidad alguna en lo sucedido.

El informe de la CIDH tiene algunos sesgos cuestionables, cuando se mete a hacer diagnósticos sociales o políticos del país, pero en lo concerniente a los hechos luctuosos mismos, anda por el camino correcto. Si el gobierno y la presidenta en particular no responden al mismo como corresponde, con una investigación a fondo, que devele la verdad de lo sucedido, ese informe le va a pesar legalmente hasta después de concluido su mandato.

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Luego, hay un gran Chile de izquierda o centro izquierda dispuesto a aprobar una Constitución que incluya a los pueblos originarios, y a acercar el Estado a dichos pueblos originarios de muchas maneras, y a reconciliar la narrativa histórica oficial con los pobres del país y también con los pueblos originarios. Pero es muy distinto redactar una Carta Magna que desplace la chilenidad, de la que finalmente la mayoría de los chilenos se siente orgullosa, del centro de gravedad de la nación, y fue exactamente lo que hicieron los redactores del texto constitucional, y en el preámbulo, nada menos.

Por otro lado, aunque existe un Chile conservador, el Chile liberal,  centro izquierdista o izquierdista es más grande y está dispuesto a aprobar una constitución con enfoque de género y que luche contra la violencia de género, pero es posible que este mismo Chile se haya preguntado en qué casos corresponde la paridad y qué otros la meritocracia, o si lo que quería era una Carta Magna abiertamente feminista o una para todos los chilenos y que incluyese las justas reivindicaciones de las mujeres y las minorías sexuales. Porque ambas cosas no representan lo mismo.

Dos sentidos comunes

Alguien dijo, que, tras el resultado del referéndum constitucional, Chile es un país de centro derecha: es un absurdo. Querría decir que Chile fue comunista hace un par de años cuando eligió su Convención Constitucional. Chile transita, cambia, se transforma, necesitaba hacerlo. “Ha hablado fuerte y claro”, como señaló Gabriel Boric, su joven presidente.

Pero la vanguardia de la izquierda cultural del siglo XXI comienza a presentar síntomas de agotamiento, se agrieta, sus tonalidades radicales comienzan a ser trocados por la moderación-progresista mayoritaria (moderación-progresista no es un oxímoron). Queremos reformas sí, pero dentro del marco constitucional y sin dejar de ser quienes somos. Ojo, esto cuando la batuta no la llevan los conservadores que las últimas dos décadas han proliferado por todo el mundo y explican, junto con la referida izquierda cultural, la actual polarización mundial.

Chile nos aventaja en algo (en mucho), tiene políticos, de los buenos. Su centro izquierda influyó mucho en el triunfo del rechazo pues varios partidos de esa tendencia lo abrazaron, y es desde esas tiendas políticas desde donde debe surgir el proyecto constitucional que atempere los excesos del neoliberalismo y los lleve por la senda de los derechos del siglo XXI, pero sin el grito destemplado, y siempre de la mano de los derechos fundamentales, los de todos y todas, sin excepción, aquellos en los que se avanza, y se evoluciona sí y solo sí se está seguro que no se pisotean los derechos de alguien más.

Este es el fallo de Chile, ojalá se ejecute, para que la victoria no sea conservadora, nadie quiere volver a los años cincuenta del siglo pasado, a la Coke y la familia patriarcal. Chile, América Latina, el mundo, necesitamos urgentemente un centro político democrático y progresista, de lo contrario este siglo se parecerá al anterior mucho más de lo que nos imaginamos.

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Es más, esos cambios constitucionales en los ámbitos político y electoral, en el esquema de regionalización, en la salud pública, por citar algunos ejemplos, son y debieran ser temas de una vocación reformista que la derecha o el centro harían bien en recoger. La Constitución necesita cambios, pero hacia un orden más moderno y liberal, no en sentido contrario.

La del estribo: es un orgullo ver que en la exposición del Malba en Buenos Aires, en la muestra Tercer ojo, que reúne más de 240 obras icónicas del arte latinoamericano en un recorrido que por primera vez pone en diálogo la Colección Malba y la de su fundador, Eduardo F. Costantini, destacan tres artistas peruanos: Jorge Eduardo Eielson, y dialogando entre sí sobre la figura de Túpac Amaru, Fernando Bryce y Jesús Ruiz Durand.

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Chile, Constitución

Poner todas nuestras energías, cuando seguimos heridos por una pandemia y en un contexto internacional que promete tormentas severas, en la constitución, es condenarnos a acusarnos unos a otros de ser los malvados de la historia, querer contarla jurando que somos los buenos, reescribirla antes de que ocurra, proscribir a los supuestos villanos del pasado y decretar la felicidad. 

Mientras estamos tan ocupados en definir quién es el príncipe, quién el hechicero, quién la madrastra, quién la bella durmiente, quién el hada madrina, quién el ogro, quién los duendes, quién el ángel, quién el demonio, ¿quién se ocupa de la realidad, quién deja la fantasía y asume la imaginación, quién lidera y deja de profetizar, quién hace y deja de prescribir y proscribir?  

Lo que está en juego no es la dirección de la historia sino la convivencia en el presente. ¿No se dan cuenta?

 

 

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El ministro de Justicia, Aníbal Torres, ha ratificado en una reciente entrevista televisiva en el programa de Juliana Oxenford, que no está en los planes actuales del gobierno plantear la reforma de la Constitución a través de una Asamblea Constituyente.

Es una buena noticia para la gobernabilidad democrática del país que un gobierno que no tiene mayoría en el Congreso y que, además, en la primera vuelta electoral obtuvo apenas el 18.9% de la votación, se dé cuenta de que no tiene los fundamentos políticos para refundar el país.

Hubiera supuesto cruzar un Rubicón de insospechadas consecuencias. En la República romana, las legiones militares, cuando regresaban triunfales de una guerra, antes de entrar a Roma debían cruzar el río Rubicón, y para hacerlo dejaban sus armas en las afueras y de esa manera transmitían el mensaje de que ingresaban en calidad de ciudadanos respetuosos de la República. Julio César, en el 49 ac rompe con esa tradición y cruza con sus legiones armadas, rompiendo los cánones republicanos y sentando las bases para la fase imperial de la Roma antigua. Destruye la República.

Castillo no tiene los recursos legales para reformar la Constitución. No tiene 87 votos para, en dos legislaturas, lograr cambiarla, ni 66 para hacerlo en una primera legislatura y refrendarla luego en un referéndum. Solo podía hacerlo forzando al Congreso con cuestiones de confianza, por ejemplo, por la reforma del artículo 206, hasta obtener su disolución.

Hoy ya no lo puede hacer. La ley aprobada por insistencia por el Congreso excluye la posibilidad de plantearlas para temas relativos a “la aprobación o no de reformas constitucionales”, pero si el Ejecutivo se pusiera necio podría encontrar la forma de hacer cuestiones de confianza por políticas públicas inaceptables y lograr el mismo propósito: disolver el Congreso y aspirar a que el nuevo Legislativo le sea más favorable.

Solo en ese escenario hemos dicho con claridad que se justificaría que el Congreso opte, defensivamente, por la vacancia presidencial, pero, al parecer, ese riesgo insensato se ha alejado de la mente del gobierno, por lo menos así lo señala ya la Premier y un influyente ministro. Falta que lo ratifique el propio presidente Castillo, para dar la vuelta la página a una de las principales piedras en el camino de la gobernabilidad y de la sostenibilidad del régimen por el periodo de cinco años que por derecho le corresponde.

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