crónica

Es imposible negar la existencia de actividades, acciones y sucesos que no se pueden explicar por la ciencia y permanecen eternamente en un misterio. Tal vez lo más atractivo y tentativo de la veracidad de esta lógica es que el progreso del conocimiento fáctico y, también, espiritual depende de esta búsqueda sin fin en la que obtener un final epistemológicamente absoluto es imposible. Nunca podremos explicarlo todo, ni en siglos o milenios por venir. En el folclor de muchas culturas se lo atribuyen a espíritus, seres que en algún momento tuvieron vida y no encontraron descanso, incluso, a demonios o maldiciones. Pero qué tan contrastable es eso con la experiencia propia de estas situaciones. Yo no creo en dios, pero si en un desarrollo espiritual personal y por lo tanto acepto su lugar en la realidad. Desde niño me tentó el ocultismo, las historias de terror, la demonología y todo este mundo que se encuentra bajo el telón ante una mirada simple. Tal vez esto nace del lado materno de mi familia que está lleno de vacíos de las que no recibo respuestas para rellenarlos, como si hubiera algo oculto. Después de todo hay que tener cuidado con la macumba como aconsejaría mi abuela Mamamora.

Es extraño escribir respecto de estos temas considerándome a mí mismo alguien sumamente racional, pero a lo largo de mi corta vida he presenciado una que otra experiencia paranormal y presenciar estas anomalías me ayudaron a conectarme conmigo mismo y a reprogramar el sentido que le doy a la cotidianeidad. Al parecer, esto no es algo nuevo en mi familia, como ya mencioné anteriormente, por el lado de mi madre aparentemente sucedieron cosas extrañas.

Hay que tener suerte, pero en los días que mi abuela se pone conversadora puede soltar uno que otro dato. Lo que no hay duda es que el animismo y esoterismo está presente en esas ramas de mi árbol genealógico. Dentro de esto hay anécdotas graciosas y otras de temer. Por momentos, cuando recuerdo las palabras de mi abuela siento que es mentira o que yo mismo lo he inventado, pero aparentemente cuando mi madre y mi tío eran niños, algún sujeto desagradable y malintencionado arrojó dos sapos, al jardín donde vivían, y en sus paladares tenían fotografías de los dos hermanos incrustadas con un alfiler. Suena espantoso y si es verdad, no puedo imaginar el terror de mi abuela. Felizmente es fuerte y conociéndola tomó una que otra medida mística.

Francisco Tafur

Desde hace unos días, debido a mi inminente viaje a Japón, me puse a leer historias y cuentos de terror de la tradición japonesa y me di cuenta de que hay narrativas arquetípicas que se van repitiendo a lo largo de distintas culturas: el caso de la llorona o la muñeca embrujada, etc. Recuerdo cuando leí los tomos completos de Lovecraft y Édgar Allan Poe, y también cuando en mi infancia este tipo de relatos me llenaban de una sensación bastante particular donde se generaba una extraña mezcla de la inocencia, la curiosidad, el miedo y, tal vez, un poco de voluntad de aventura infantil. Lo que llama más mi atención es cómo ahora, ya adulto, ante estas situaciones sigo sintiendo exactamente lo mismo.

Nunca fui de tenerle miedo a lo sobrenatural. De hecho, cuando éramos chicos quien bajaba por agua a la cocina a oscuras era yo y quien se pasaba a mi cama en las noches de películas de horror era mi hermano. Yo sentía cierto goce, me encantaba envolverme en leyendas y mitos que me hacían dudar la realidad fáctica. De chico siempre decía que, si se aparecía algún dios ante mí, algún demonio o lo que sea que demuestre la existencia de un sistema paranormal, dedicaría mi vida a su investigación. A ese punto llegaba mi afán por lo oculto. A veces pienso que ver de niño por casualidad El exorcista y Neon Génesis Evangelion me abrieron, a la fuerza, un poco la mente. Una vez que surge una duda existencial, se multiplica.  

Sólo he escuchado rumores de que mi madre una vez leyendo las cartas en su época universitaria le funcionó tan bien que se asustó y dejó de hacerlo. Mi abuela con sus 89 años ha visto distintos tipos de brujería, según lo que me cuenta y sus creencias. A una tía una vez le pasaron el cuy, una actividad tradicional para absorber malas energías, y cuando lo sobaron en su cabeza el pobre animal murió inmediatamente. Está bastante loca. También mi tío me cuenta que de niño solía ver cosas y que de un momento a otro dejó de verlas porque le incomodaban. Y en cuanto a mí, más de una vez me he despertado con Teresita, la ahijada de mi abuela, ahumando mi cuarto para darle una limpieza espiritual. Así que crecí con esta incógnita platónica. 

Francisco Tafur

Tengo anécdotas de chico que se las atribuyo a la imaginación debido a lo niño que era. Todas las mañanas veía a una bailarina pequeña que daba vueltas en uno de los cubículos de un estante del cuarto. Literal veía a monstruos persiguiéndome, pero todo esto es dudoso debido a que en mis recuerdos también vi a Papá Noel volando en su trineo. La imaginación de un niño es de lo más extraordinario que existe.

Ya un poco más grande me di cuenta de que en la casa, esporádicamente, se escuchaba el piano y el único que sabe tocarlo es mi hermano. A veces, parece que alguien te está llamando y cuando vas a preguntar no es nadie. Durante mi adolescencia aparte de un tarro de leche que se cayó sin razón alguna; lo más cercano al misticismo qué he estado fue cuando jugué la Ouija con unos amigos en tiempos de secundaria. Éramos cinco y jugamos cinco veces, es como una adicción porque te mueres de miedo y una vez acaba la ronda vuelves a poner el dedo sobre el vaso casi sin pensarlo. De las sesiones que tuvimos hay tres de las que puedo pensar que era una broma de mis amigos. Las otras dos que sólo jugué con uno de ellos, el más cercano, donde nos comunicamos aparentemente con una víctima de Sendero Luminoso fue demasiado real y me cuesta sospechar de su falsedad.

En fin, todas estas cosas podrían ser atribuidas a una imaginación infantil. Sin embargo, hace unos años, ya adulto, viví lo que llamo mi mayor aproximación a un ente inexplicable. Tenía 27 años y un día sacando a pasear a Gruñón, mi antiguo jack russel, con un amigo, fue que sucedió. En la oscuridad de la sala, camino a la puerta, nos detuvimos los tres casi por instinto. Yo que estaba por delante frené para dejar pasar una gigantesca sombra deforme, brillante y, a la vez, de una oscuridad profunda, que finalmente nos adelantó. Apenas salí de la casa volteé a preguntarle a mi amigo y antes de formular la oración, él me mira y me pregunta ¿qué fue eso? Dentro de todo, la experiencia fue positiva: no hubo miedo, no hubo conflicto y fue todo bastante armónico, pero me quedé pensando unas semanas en lo vivido y en buscarle explicación. Lo cual fue imposible.

Francisco Tafur

No es necesario entender todo y sobre todo es peligroso obsesionarte con intentar hacerlo. Probablemente sea una de las peores obsesiones. El simple hecho de ser humanos con una programación orgánica determinada nos hace estar limitados tanto por el lenguaje como por sentidos físicos. Debido a esto siempre van a existir fenómenos paranormales. El no poder entender todo es parte de nuestra naturaleza. Recomiendo explorar un poco este tipo de cosas, pero no es nada necesario. Depende de cada uno si se divierte con eso o no. A mí me parece divertido y me gustaría volver a vivir situaciones similares. Tal vez, algún día me anime a jugar la Ouija de nuevo, pero que mi abuela no se entere.  

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¡Ya estamos en el túnel de árboles!, decía cuando de niño me emocionaba al saber que ya estábamos cerca de casa. Me refería a la corta calle de Pedro de Osma que se encuentra acompañada por árboles centenarios que se yerguen en los laterales, cuyas copas unidas le dan sombra a la vieja avenida. El ferrocarril que empapa el entorno de antigüedad y los rezagos de carriles metálicos cubiertos por cemento mal puesto fueron piso para mis aventuras y travesuras infantiles. Entre el OJO, PARE, CRUCE, TREN y el acantilado, aún sin mallas, fueron mi terreno imaginario. Ahí se encontraba mi pista de carrera para patines y skate, la mejor canchita de futbol con las veredas como límite y un par de palos de arco, ni había carros en esa época salvo uno que fue víctima de numerosos pelotazos. 

El distrito es conocido por su vida bohemia y artística, grandes esplendores como Chabuca Granda, el poeta José María Eguren y uno de mis escritores favoritos, Abraham Valdelomar. Fue un centro de vanguardia en las artes de su tiempo. El famoso colegio Los Reyes Rojos lleva el nombre de un poema de Eguren. Barranco esta elegido entre los distritos más bonitos del mundo y National Geographic lo describe como el barrio más indispensable de Lima, para mí es una extensión de mi hogar. No solo yo crecí acá, también por el lado de mi madre han sido burranquinos desde que mi abuela era joven. Es por eso que no me imagino viviendo en otro distrito. 

Francisco Tafur - Crónica

Mi madre fue al colegio San José de Cluny, que se fundó en el distrito en 1918, mi tío estudio en el colegio San Luis de Barranco, de 1926. Yo estudié en el Colegio Trener, excelente lugar, mis únicas quejas no rebaten la excelencia de ese colegio. Tal vez algo que no me gustaba es que me alejaba de mi querido distrito. Antes de los 10 explorábamos el barrio y al ser uno de los más antiguos permite que la imaginación de un niño vuele casi sin límite. La Bajada de Baños era nuestro camino a la playa y caminar por ahí daba la impresión de regresar a los años 30, sumado a la casi leyenda del funicular que bajaba a los bañistas.  Cruzábamos el Puente de los Suspiros aguantando la respiración sin conocer la hermosa canción que Chabuca Granda le dedica. Llegábamos a la Ermita de Barranco, de 1874, y la admirábamos sin saber qué significaba ermita. Fantaseábamos con su interior porque se encontraba en ruinas, contábamos historias de terror sobre ella, como que un sacerdote se había ahorcado dentro. Después, ese lugar se volvió nuestro primer escondite para fumar cigarros sin que nuestros padres sepan. En todos estos años la belleza no ha disminuido y sigue emanando un aura de misticismo.

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Uno de mis lugares más recorridos era la emblemática cantina Piselli que estaba en la esquina de mi casa, antes que se muden. Era mi lugar de abastecimiento para helados, coca colas y chocolates. Siempre estaban los mismos viejos borrachitos, lo digo con cariño porque siempre me trataron bien e incluso cuidado. Entraba escurriéndome entre ellos hasta llegar a la barra para pedir mis adicciones infantiles. Éramos los pequeños de la cuadra. Ahí conocimos al Zorro que en ese momento habrá tenido 20 años y sigue trabajando ahí. 

Establecimos una amistad barrial con él y me sigue saludando cada vez que nos cruzamos: Cómo está mi gordito me dice, mientras me abraza. Hasta ahora recuerdo cómo en el boulevard de Barranco, uno de los antros de la ciudad, cuando recién salíamos a tomar nos comenzó a seguir un grupo de malandros que no ocultaban su amenaza, apareció el Zorro y les dijo: con estos no se metan, desde ese momento no he tenido ningún problema como ese. 

Francisco Tafur - Crónica

Si bien solo he contado experiencias bonitas, no se salva de la inseguridad y pobreza que acecha a todo nuestro país. Es común escuchar de mal manejo policial y de robos a la luz del día. De hecho, a mi hermano le robaron con pistolas literalmente en mi calle. También es un centro de vida nocturna desmedida y la cocaína fluye como ríos en el boulevard. En esa calle de unos 100 metros es probable que te ofrezcan blanco, en sus palabras, unas 5 veces.

Para dar a conocer el trabajo abusivo, holgado y poco efectivo de la policía del distrito, les contaré una anécdota de la que no estoy orgulloso.  A los 16 años, iniciando las tentaciones nocturnas, tuvimos una pelea porque un carro aceleró como para chancarnos y luego se bajó buscando pleito. Te cruzas a muchos tipos así en el barrio. Se fue a los golpes con un amigo en mitad de la pista y aparecieron primero 3 policías. Recalco que no estoy orgulloso y se lo atribuyo a mi conducta adolescente y desaforada de esos tiempos.  De pronto aparecieron otros 3 policías y nos empotraron contra la pared, las caras pegadas al cemento, éramos 3. Nosotros decíamos que la pelea había sido por culpa de la otra persona y que nosotros éramos menores de edad. No les importaba y presionaban con más fuerza. Debido a mi explosividad del momento pude zafarme a empujones gritando que ya basta y que le estaban pegando a menores. Esta vez aparecieron 5 policías más. 

Francisco Tafur - Crónica

Estábamos rodeados totalmente, el ambiente ya se había llenado de luces por los carros de los oficiales, la gente había salido de los bares en nuestra ayuda, suelten a los chibolos gritaban. Como es de esperar, nadie intervino. Todos sacaron sus palos y comenzaron con la golpiza, parecen inofensivos, pero es de los dolores más fuertes que he sentido. A ese punto mis instintos de defensa ya estaban acostumbrados y tuve que tomar una opción más ofensiva por los palazos y la humillación consecuente. Saqué mi celular para pedir ayuda, pero uno de los golpes lo hizo volar para no volverlo a encontrar. Me impactaron dos veces y ya en posición de defensa, con mis habilidades aun afiladas en ese momento, pude esquivar unos cuantos y golpear, tenía miedo de que nos maten. Al final eran como 15 policías, uno incluso sacó pistola, nosotros fuimos reducidos a un círculo abrazado recibiendo golpes. Algo mágico sucedió, una pareja de ancianos apareció en la escena y detuvieron el conflicto sólo con su presencia tranquila y abogacía por nosotros. Cuando nos vimos sueltos regresamos rápidamente a mi casa entre asustados y adrenalínicos. Luego descubrimos que hubo dos robos por la zona, pero que toda la fuerza policial se encontraba pegándole a tres chiquillos. 

Este es mi querido distrito que, aunque ha sido plagado de tráfico tiene mi cariño intacto. No puedo dejar de comentar cómo la mala implementación del Metropolitano dividió el distrito en dos. El Metropolitano se vuelve una muralla diferencial. Donde lo que está del lado del mar es más adinerado y el otro lado lo contrario. Espero que se tome una medida para aplacar esa diferencia y unificar el distrito. A pesar de todo, muchas gracias, Barranco por verme crecer. 

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Borges y Bioy Casares

Cambio de mesa, la mirada ciega de Borges seguía retándome, su amigo parecía reírse al costado. Con los escritores a la vista, agarro la amplia carta verde. Los cafés ofrecen más comida que cualquier restaurante, es tendencia en las cafeterías de barrio, donde sea puedes comer un bife de chorizo.

Unos tostados y un café me acompañaron junto con la sabiduría del mesero en esta joya porteña. No se siente hostilidad por ningún lado. Las paredes llenas de fotos de automóviles viejos y de estética peculiar. Una belleza peligrosa. “Antes de que prohibieran las carreras Recoleta-Tigre, el café ya se había vuelto de recurrencia cultural. Todos los meseros que conocieron a Borges ya no están: fallecidos o jubilados. Ellos comían en el restaurante cuando estaba separada de la confitería. En 1994 se unificó”-, me comentó el mesero de 64 años mientras me servía un café.

Barra

Al terminar, la barra de lujo antiguo me tentó a un fernet con Coca Cola. Me lo tomé de unos cuantos sorbos. Me mareó rápido. Qué cómodo me sentía en la barra centenaria. “El Aleph”, “Las ruinas circulares”, invadían mi mente. Era un copiloto de carrera que leía ficciones de Borges a toda velocidad.

Salí en un divagar de ideas, las piernas temblorosas por el trago, aún era temprano. No volteé a despedirme, ya que lo frecuento y seguiré haciéndolo. Mis recuerdos fueron acogidos nuevamente en el paseo Chabuca Granda y caminé en mi recuerdo construido: uno en el que mi madre me arrullaba cantándome “Duerme Negrito”.

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El vacío, la entraña y el bife de chorizo son los hits. Se agotan día a día. Su corte favorito es especialidad de la casa: el bife de cuadril. Detesta la deshidratación de la carne, se pierde el sabor del producto, subraya. Ellos maduran la carne empapada al vacío en su propio frigorífico a una cuadra del restaurant frente a la Luna de Enfrente.

El sabor depende de la genética del novillo, un macho castrado de 520 kilos y de 2 a 3 años. Mezclan la genética del Angus con Hereford. Es de extrema importancia el pasto que comen. Pero lo más importante es la experiencia de quien escoge al animal, el ojo experimentado para elegirlo entre los distintos productores de la pampa húmeda al sur de Buenos Aires.

Frigorifico
Frigorífico.

Como complemento infaltable está el vino. Cuentan con una cava de 15 mil botellas donde la más valiosa es: “A merced del tiempo” de la familia Muchelinni Muffato de 1923. Al año hacen una cata a ciegas de entre 2 mil y 3 mil botellas de vino y escogen según ese criterio.

Cava
Cava.

Su anhelo es trasladarse al campo y vivir ahí en su retiro. Es un deseo que tiene y probablemente lo vaya a cumplir. Uno de sus sueños frustrados es poder haber conocido al famoso bandoneista y compositor que revolucionó el tango ya fallecido en 1992, Astor Piazzola, y charlar sobre música y las transformaciones que hizo.

Es una persona que prefiere admirar que criticar. Es de esos personajes de baja estatura que no lo parece por pura actitud. En cuanto al Perú: “Es una fuente inagotable de aprendizaje e inspiración para quien trabaje en la cocina. Es diversa y a la vez singular. Mi favorita es la comida norteña y, también, como descanso de la carne; el ceviche”.

Me siento y espero. Llegó mi entraña, a punto, y, como ya es dicho entre los porteños: se puede cortar hasta con cuchara.

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