felicidad

Hemos estado obsesionados con productividad y eficiencia. ¿El ideal? Gordon Ramsey con una sonrisa gozosa, que mezcla inspiración y transpiración para producir el manjar soñado. 

La gran pregunta: ¿cómo administrar nuestro tiempo?, ¿qué hacemos, a qué prestamos atención y cómo distribuimos nuestras acciones a lo largo de 2 billones de latidos de nuestro corazón?

Es lo que dura el tic tac de una vida promedio actualmente. El cuádruple que el hámster, el eléctrico animalejo que usamos como metáfora de la vida moderna. Entre el regalo de haber nacido y el final del partido, le hemos sacado la vuelta a la naturaleza y recibido un bono: latimos el doble que el elefante o la ballena azul, que es lo que nos correspondería. 

Pero entre que hacemos todo por que el cucú salga lo más posible, que sus trinos suenen a permanente felicidad y no se pierda nada, ni cuando está adentro ni cuando está afuera, nos hemos convertido en gerentes de logística y permanentes administradores del futuro. ¿Resultado? Vidas provisionales que parecen estar permanentemente a punto de comenzar y que siguen teniendo el sabor a proyectos adolescentes. 

Felizmente están los asistentes electrónicos, los calendarios inteligentes, los algoritmos que permiten reservar mesa en el restaurante, comprar productos, navegar el clima, encontrarnos con clientes y proveedores en cualquier lugar de la nube o de la tierra, llegar a cualquier dirección sin conocer el terreno. Es la ilusión de controlar casi todo y vivir frente a un permanente bufé de planes irrestrictos.

Hasta que nos topamos con ese virus que no se entiende y una de cuyas mutaciones ha encontrado la manera de contagiar a todos con una cachetada, que no necesariamente termina en KO, pero que deja groguis a muchos al mismo tiempo.

En los últimos días —yo mismo aislado y mis planes torcidos por el contagio— constato un patrón en mis pacientes de todas las edades. Ya no es el temor de la enfermedad y sus síntomas —muchos están haciendo lo posible por acoger al Ómicron—, ni el miedo a la muerte. Es el terror al cambio de reglas, las restricciones, las cancelaciones, la parálisis, el atascamiento, a lo que podríamos apodar tartamudez logística. 

No es que no haya demanda ni deseos —¡vaya que los hay!— sino que demasiados de quienes sostienen la oferta —recién ahora nos damos cuenta de que existen y lo importantes que son y lo poco que los reconocemos en todos los sentidos de la palabra— están fuera de juego, seguro provisionalmente pero durante el mismo lapso. 

Volviendo a la administración del tiempo. Quizá sea momento de reconsiderar la importancia del ahora, del ahorita, y lo que hay y es, abandonar la planificación obsesiva de la felicidad, escoger solo un par de platos del menú —la palabra decidir comparte una lejana raíz con matar, cortar, homicidio y suicidio— y gozar los latidos de nuestro corazón sin pensar en el futuro. ¿El objetivo? Ser dueños de nuestro presente.  

Oye Siri. No contesta. Quizá sea mejor. 

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felicidad, Planificación, vitalidad

Aunque podría parecer fuera de sitio hablar de felicidad en esta época, el tema no ha salido del escenario científico. Se hizo la encuesta mundial sobre felicidad y, en general, no hubo el bajón que vivir una pandemia hubiera hecho esperar. Los escandinavos sonríen, como siempre, en los primeros lugares. Nuestro país, como siempre, más o menos en la mitad de la tabla, ni chicha ni limonada, puesto 63, desde 2019 hasta ahora. 

No está claro qué determina el nivel de bienestar con la vida. ¿El dinero? Probablemente tiene algo que ver, pero solo mientras permita financiar aquello que en una sociedad asegura que a la generación siguiente le pueda ir mejor que a la anterior. A partir de un cierto nivel de ingresos, lo que sea que defina en un país la clase media, más riqueza no tiene nada que ver con más felicidad. 

Hay personas que fluyen fácilmente, que se involucran en lo que están haciendo sin mirar al costado, que bailan, por así decirlo, sin mirarse lo pies y pensar en ellos, que miran lo que ocurre con cierto sentido del humor —sobre todo cuando se trata de sí mismos—, sin excesiva solemnidad y sin tomar las cosas de manera demasiado personal. 

Algo, entonces tiene que ver la manera en que cada uno vibra, probablemente determinada por nuestro hardware, más vivir en una sociedad predecible, que ampara sin sobre proteger, donde sus integrantes reciben lo que les corresponde sin hacer un esfuerzo especial y que obtienen ventajas diversas si muestran empeño y persistencia. 

¿Y aquello que ocurre cuando uno está en un tiempo y un lugar determinado? Seguramente no es lo mismo vivir el final de una guerra que pasar la adolescencia en un refugio antiaéreo, una época de crecimiento económico que una de recesión sostenida. O algo debe influir enfrentar circunstancias inesperadas, como enfermedades, agresiones delictivas, desastres. 

Pues nada de lo investigado hasta ahora permite decir que nuestra felicidad depende de lo que nos pasa —influye en estados de ánimo por lapsos relativamente breves, digamos un par de meses— en un sentido u otro. Sacarse la lotería o lo que sea lo contrario de ella, no divide la vida en dos desde el punto de vista del bienestar. 

¿Y qué pasa con ciertos hitos que son parte del ciclo vital convencional? Finalizar la escuela, cumplir la mayoría de edad, el primer trabajo, casarse, son ejemplos de lo anterior. ¿Dan un empujoncito al índice de satisfacción con la vida?

Una instancia de lo anterior es, sin duda, tener hijos. Papá o mamá recién estrenados son casi la definición de la felicidad. Para los responsables de su llegada, un bebé abre las puertas del paraíso. ¿No es que además de plantar un árbol y escribir un libro, la parentalidad es un pasaporte a la trascendencia?

Sí, nos asegura trasladar nuestro genes a la siguiente generación. Pero, ¿felicidad?

De todas las actividades, estar con los niños es de las menos apreciadas, la satisfacción de pareja se va al piso cuando nace un hijo, hasta… que se va de la casa. Alguien dijo que el único síntoma del síndrome de nido vacío es una sonrisa que no cesa. 

No es para menos. Privación de sueño, endeudamiento, discusiones sobre maneras de criar, o, si alguien quiere salir de duda, vivir con un niño de dos que hace pataletas o un adolescente de 15 que amenaza con acudir al juez de menores. 

¡Claro que es difícil! Y mucho depende de las expectativas y de la comprensión de que lo mejor es suficientemente bueno. Y de la suerte de vivir en una sociedad que ofrece ayudas y apoyos a los padres. 

Hay el yo que vivencia. Ese no escogería jamás muchas de las tareas que vienen con la parentalidad. Pero el yo que recuerda, que relata, ese no cambia a su hijo por nada, no acepta un mundo en el que su hijo no está, ese hijo, no otro, con todos sus problemas. En el fondo, nuestros hijos son una casualidad de la que no queremos arrepentirnos. ¡Que diablos la felicidad!

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bienestar, felicidad, hijos, vida

El World Happiness Report viene analizando los últimos años los niveles de felicidad en distintos aspectos de la vida de las personas a nivel global, y uno de ellos es el mundo laboral. Entre las variables que se tienen en cuenta, está el liderazgo positivo, y es una de las necesidades de las empresas de hoy, pues trae un desempeño profesional óptimo en un ambiente saludable.

El liderazgo positivo busca sembrar buenas prácticas, formas de convivencia y en general, desarrollar excelentes ambientes de trabajo.

Características del líder positivo

Este estilo de liderazgo es un conjunto de buenas prácticas arraigadas en el líder, como la toma de decisiones empresariales que consideren a las personas en todo momento. Además, el líder positivo realiza retroalimentación constructiva al equipo y de forma personal de manera constante, de modo que todos siempre puedan seguir trabajando en sí mismos.

El liderazgo positivo propicia el ser accesible en la comunicación y las relaciones, requiere de un comportamiento ético, y entrega el liderazgo y confianza a otras personas para lograr empoderarlas. El conjunto de estas y otras acciones, no suelen ser muy frecuentes en las empresas, ya sea por los ritmos de la industria, la personalidad de los gerentes, la estructura organizacional que en ocasiones es rígida u otros motivos.

Quienes pese a estos obstáculos priorizan la transparencia, la ética y el respeto en sus funciones con los demás, son vistos por los pares y superiores como personas positivas que motivan el trabajo del equipo. Esto impacta directamente en el ambiente laboral y en la felicidad de los trabajadores.

Elemento esencial del líder

El liderazgo positivo tiene un componente pedagógico importante, ya que, pues facilita el aprendizaje constante de las personas, motivándolos a preguntar y participar de los procesos, mientras se genera confianza en el grupo. Además, en la labor de liderar convergen la democracia, la espontaneidad, la participación, el profesionalismo y el respeto mutuo, acompañado de canales de comunicación entre todos los niveles de la organización.

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