futuro político

[PIE DERECHO]  Haría bien la coalición derechista en empezar a marcar mayor distancia respecto del gobierno. No basta, por si acaso lo creyesen así, con la censura al ministro del Interior, Vicente Romero.

El fujimorismo ahora anda embelesado con Palacio por el allanamiento del Ejecutivo al indulto a Alberto Fujimori dispuesto por el Tribunal Constitucional en desacato de una resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pero bajo la perspectiva de su propio interés político -que es el que, imaginamos, predomina en el gabinete allegado a Keiko Fujimori-, la juntura es tóxica.

Peor aún si se toma en cuenta la aprobación del Congreso, aún menor que la de la presidenta (apenas 7%). Se entenderá que el pacto tácito entre ambos poderes del Estado, percibidos por los sectores populares como una alianza derechista, destroza y corroe las posibilidades políticas futuras de las canteras centroderechistas del país. De poco sirve que algunos congresistas aislados de este sector se empeñen en tomar la distancia crítica debida respecto de un gobierno tan mediocre y pusilánime (como lo hemos dicho, después del de Castillo, este es el peor gobierno desde el 2000 en adelante).

Según la última encuesta de Datum, publicada en El Comercio este domingo, Dina Boluarte tiene 9% de aprobación, la más baja desde que inició su mandato. Y en el sur llega apenas a 5%. Hasta un expresidente tan lerdo como Kuczynski ha salido a aconsejarle al gobierno que emprenda una cruzada en el sur andino para recuperar la legitimidad perdida. Y, descontado está, el Ejecutivo no va a hacer nada al respecto.

No se puede esperar otra cosa de este gobierno, que no sean acciones destinadas únicamente a sobrevivir hasta el 2026. Ese es su norte, su motor y motivo. No va, por ende, a recuperar niveles de aprobación ciudadana. Que las fuerzas de derecha en el Congreso la apoyen tan pasivamente, es un craso error que le va a pasar factura a todo el segmento ideológico de esa laya en los próximos comicios generales.

En tanto la derecha pierda las banderas de la oposición, se las entrega en bandeja a una izquierda corresponsable del desastre -por su complacencia con el nefasto y corrupto régimen de Castillo-, pero que ahora se presenta como virginal oposición.

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Hay un clic que no se está produciendo en una región andina estratégica para el país, como es Puno, entre su “ser social” y su “conciencia social”. La mayoría de puneños son comerciantes y empresarios, pero a la hora de acercarse a las urnas lo suelen hacer por opciones disruptivas de izquierda, que van directamente en contra de la libertad empresarial de la que disfrutan sus coterráneos.

En la segunda vuelta del 6 de junio de este año, Perú Libre obtuvo en la región altiplánica el 89.256% de la votación mientras que Fuerza Popular apenas logró el 10.744%, una diferencia abismal entre dos opciones polarizantes, de izquierda y derecha, respectivamente.

Si la derecha quiere evitar que reaparezca algún candidato radical de izquierda, está en la obligación de conquistar para sí al mundo andino y evitar de esa manera que su población creciente termine por inclinar la cancha a favor de alguien como Pedro Castillo en el futuro.

Puno es, además, una región con enorme influencia en las regiones vecinas: Arequipa, Tacna, Moquegua, Cusco y Madre de Dios. La migración puneña es masiva en tales localidades.

Puno es, sociológica y económicamente hablando, capitalista. Inclusive en Lima, interesante es anotarlo, en todos los conglomerados empresariales emergentes (Gamarra, La Parada, Tacora, Caquetá, Lima Norte, parque industrial de Villa el Salvador, etc.), los núcleos empresariales más cooperativos entre sí, capaces de tejer redes de asistencia y apoyo emprendedor, son los conformados por puneños.

Pero en su terruño, el puneño vota, históricamente, por la izquierda. Sin duda, puede haber una explicación a esta vocación contestataria del establishment, en la proliferación de los reinos de informalidad delictiva que se enseñorean en Puno (el contrabando, el narcotráfico, la trata de personas, la tala ilegal, la minería informal), que generan circuitos anti Estado y antimercado, porque resienten el imperio de la ley que supone una economía de mercado que funcione a plenitud, pero hay también un descuido secular de las élites derechistas del país, políticas y empresariales, respecto de regiones como la puneña, que han terminado por activar un antilimeñismo y antiderechismo irracionales y sin fundamento.

El futuro político del país y el bienestar económico creciente, dependen de que en el Perú sobrevengan tres o cuatro gobiernos promercado sucesivos. Mientras el mundo andino, que bien simboliza Puno, sea refractario a un discurso liberal, ese porvenir será recurrentemente esquivo.

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