Gustavo Petro

Dos grandes desafíos geopolíticos tiene que resolver la Cancillería en el corto y mediano plazo. Hasta el momento, la canciller Ana Gervasi se viene manejando con solvencia y profesionalismo y digitando correctamente ambos ejes de acción, pero es preciso trazar un derrotero que luego sigan los eventuales futuros ministros de Relaciones Exteriores y también los próximos gobiernos.

Uno de ellos, el de corto plazo, es el desafío que plantea la hostilidad manifiesta de los gobiernos de México y Colombia, socios de la Alianza del Pacífico, cuyos mandatarios, Manuel López Obrador y Gustavo Petro, se niegan a reconocer la legitimidad constitucional de Dina Boluarte e insisten en la ilusión de que Pedro Castillo regrese al poder, soslayando el rol corrupto, mediocre y golpista del correctamente encarcelado exmandatario.

Frente a ello, prudencia, mantenimiento de las relaciones comerciales y gestos diplomáticos de protesta reiterados, es lo que corresponde. Como López Obrador y Petro responden a una lógica ideologizada, no van a entrar en razón, pero el Perú debe actuar en función de sus propios intereses sin esperar que reconvengan dos gobernantes insensatos.

A mediano plazo es que se juega la alta diplomacia, y corresponde al lugar que debe ocupar el Perú frente al choque de dos potencias globales como los Estados Unidos y China, ambos con intereses económicos y geopolíticos en América Latina y con mayor agresividad la potencia oriental (aunque ya con mañas punibles como las que acaba de denunciar la ministra de Transportes).

¿Nos toca alinearnos con una de ellas? Todo parece indicar que el Perú debe jugar a mantener una prudente distancia respecto de un conflicto del que no somos parte y frente al que nos conviene guardar la mayor neutralidad posible (tanto los Estados Unidos como China son nuestros principales socios comerciales). Hay mayor cercanía geopolítica con Washington que con Beijing, pero la ascendente potencia económica de China debe llevarnos a una mirada pragmática y centrada en los intereses de Estado del país.

Se espera que el profesionalismo institucional de nuestra Cancillería, probado en reiteradas ocasiones (acuerdo de paz con Ecuador, tratados de libre comercio, fallo de La Haya con Chile, etc.), se mantenga y sepamos dar los pasos pertinentes en función de los intereses nacionales y no de los gobiernos, siempre pasajeros.

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En la batalla por la narrativa internacional del golpe de Castillo hay mucho por hacer, dicho sea de paso. Haría bien el gobierno de Dina Boluarte, más aún si, como parece, gobernará hasta el 2026, en organizar misiones internacionales de personajes independientes que le aclaren las cosas a los medios y a los políticos locales. Ya bastante se ha logrado con el espaldarazo de un peruano universal de gran predicamento, como Mario Vargas Llosa, pero hace falta un trabajo de filigrana más sostenido y permanente.

La democracia peruana está incólume gracias a que se evitó el golpe de Castillo. El Perú se salvó de seguir el camino de Venezuela y Nicaragua, que era el que el inefable Castillo quería seguir, controlando instituciones,  cerrando el Congreso y destruyendo la democracia a la que retornamos a principios del milenio. Eso hay que decirlo a los cuatro vientos, que los hechos amparan esta narrativa de manera contundente.

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Una iniciativa global de la Comunidad Andina, generaría, sin duda, grita en los Estados Unidos, cuyo gran negocio, a través de la DEA, es la prohibición y erradicación. Pocas dudas puede haber de que gran parte de los ingresos económicos de los Estados Unidos provienen de esa política (dicho sea de paso, ¿no hay ningún narcotraficante norteamericano que puedan capturar en las últimas décadas? Ello, de por sí, es digno de sospecha).

Lo que nuestras naciones pagan en deforestación, violencia, sangre, corrupción e informalidad tributaria y económica es una inmensidad comparada con los posibles daños provocados por el eventual aumento de consumidores que la despenalización conllevaría. Es hora de abrirle puertas a la libertad y a la dignidad regionales.

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La centroderecha tiene que cambiar de discurso y narrativa rápidamente si no quiere que el ciclo de las izquierdas en la región dure más tiempo del debido y convierta a Latinoamérica en un polo regional de atraso y retroceso, un ejemplo mundial de fracaso en la puerta del horno.

En el Perú por lo pronto no hay ni visos de renovación de la centroderecha. Siguen dispersos, el único disruptivo es López Aliaga, el resto solo repite las monsergas del establishment pre Castillo, inconscientes de que ese discurso ya no cala en los sectores populares decisorios.

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