habla

¿Para qué sirve el lenguaje? Muchos responderán que para comunicar. Definitivamente transmitir información es una de sus funciones. Pero todos los estudiantes de psicología saben que las abejas tienen poderosos sistemas de comunicación que no tienen nada que ver con el verbo que, como sabemos, fue el principio de todo.

Tú y yo podemos decir “caballo” para referirnos a ese cuadrúpedo que tenemos al frente, o que uno ve y el otro no, o que ninguno está viendo. Incluso podemos decir unicornio que, a menos que no hayamos consumido algún alucinógeno, ninguno está viendo en carne y hueso, ni jamás verá. Además de sonidos como esos pronombres que abren el párrafo —tú y yo—, que son más locos que cualquier quimera en la medida que cambian de referente en cuestión de segundos. 

Por ahí, creo que fue Robin Dunbar —psicólogo, antropólogo y biólogo— afirmó que el lenguaje, básicamente es un instrumento para… chismear. Y la verdad es que un porcentaje mayoritario de nuestras interacciones verbales tienen que ver con qué hace quién, con quién, si nos gusta y nos conviene. 

No deja de tener sentido si pensamos que nuestra especie se desarrolló en grupos de alrededor de 120 individuos que necesitaban llevar una suerte de contabilidad social, de balance permanente del estado de las relaciones de las que dependía todo. Pero era una chismografía que tenía sentido para las redes sociales que iban de la intimidad a la comunidad, y tenía relevancia ceñida a reglas de reciprocidad, lealtad, alianza y competencia. No había manera de engañar a todos todo el tiempo sin correr el riesgo de ser marginado o poner en peligro al grupo. 

Se acabó con Internet y sus redes. En ellas estamos hablando con todos, todo el tiempo, quedando registro de todas las chácharas, que se amplifican hasta el infinito fuera de contexto. Y contrariamente a lo que ocurría hasta hace poco, sin que haya un control por parte de editores consagrados, medios formales, gobiernos, partidos políticos, congregaciones religiosas o grandes corporaciones. 

En esas condiciones, en las que cualquiera puede llegar a uno como si fuera, al mismo tiempo, un líder consagrado y un amigo íntimo, produciendo impactos afectivos intensos y profundos, muchas vidas pueden verse arruinadas. En las actuales redes sociales virtuales —más cuando la pandemia ha reducido los contactos directos y disminuido las señales que acompañan la interacción humana y le dan sentido, la vida se ha convertido en una mezcla de fragilidad y crueldad inmediatas.

Sí, se ha perdido intermediación. 

¿Alguien puede sorprenderse que los partidos políticos, por ejemplo, para mencionar solo una de las estructuras señaladas párrafos arriba, hayan caído en descrédito y no sean más capaces de canalizar la participación de los ciudadanos en la vida colectiva y que los líderes que la conducen lleguen sin ellos o a pesar de ellos al poder?

Entonces, como muchos lo soñaron, ¿son los individuos que ahora, por fin, se encuentran en relación directa, empoderados y libres? En mi opinión la respuesta es decididamente negativa. Esa actividad que nos hizo humanos, hablar con algunos sobre algunos acerca de algo, ahora es hablar a todos sobre cualquier cosa todo el tiempo. Nos incitan a hacerlo, pero solamente porque genera pistas que son rastreadas permanentemente y categorizadas sin pausa para, luego, vender nuestra atención, nuestra mirada, a quienquiera ofrezca algo que calce con nuestros perfiles. 

Antes que ver el triunfo de la libertad, el éxito de la comunicación, la victoria del debate, estamos viendo la miserable devaluación y el terrible fracaso de esos ideales.  

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Una forma diferente de entender lo que pasa en el Perú.

Desde hace unos meses, no es raro encontrarnos con acciones del colectivo denominado “La Resistencia”, un grupo minúsculo de agitadores con ínfulas de grupo militarizado, que enarbolan banderas ultraconservadoras y agreden descaradamente (sin que las autoridades hagan algo para impedirlo) a quienes quieren, cuando quieren. Las principales demandas de este grupúsculo son el impedir el avance del comunismo, evitar la impunidad de los expresidentes Vizcarra y Sagasti y ponerle fin al copamiento del Estado de parte de los caviares. Como señala Daniel Yovera en un extenso reportaje sobre ellos: “embiste contra todo lo que perciba o asuma como rojo, caviar, izquierda o comunista”¹.

Si bien su capacidad de movilización es limitada, llama la atención la propagación de un discurso extremadamente violento y ultra que poco a poco ha ido calando en sectores más moderados y se ha hecho lugar común en los mensajes políticos de figuras representativas de la representación nacional. El politólogo Daniel Encinas señala al portal France24: “Aún no estamos hablando de movimientos de masas enormes… Sin embargo, creo que tampoco debemos subestimar los discursos, pues se observa un interés de su parte para escalar a acciones probablemente peores”².

Este énfasis en el discurso que Encinas menciona con acierto y que otros analistas están comenzando a destacar, es el eje central de la preocupación que motiva el artículo de hoy. Porque creemos que estamos en el medio de una espiral que aparentemente no tiene límite y que está mejor pensado de lo que creemos.

¿Por qué desde el resultado del conteo rápido de Ipsos de la segunda vuelta, y de la posterior confirmación del resultado de parte de la ONPE, se montó una maquinaria -no masiva- pero altamente efectiva en mensajes? ¿Cómo han ido perdurando y evolucionando en el tiempo mensajes que parecen trasnochados y lunáticos y que después de unos días toman forma y se consideran validados? El tema es amplio y tiene muchas aristas de análisis. 

Vamos a tratar de ubicarnos en uno de los escenarios de análisis, menos político y más desde el discurso y su relación con la cultura y la sociedad. Para ello, tendremos una conversación simulada con el libro Cultish, de Amanda Montell, publicado recientemente³. Simulada, porque le vamos a dar el estilo de preguntas y respuestas. Las respuestas serán extractos del texto (traducción propia) que por su relevancia queremos ofrecerlas. Al medio, algunos comentarios personales de la idea expresada. 

Como se señala en su introducción: “Montell sostiene que la clave para fabricar una ideología intensa, una comunidad y actitudes de nosotros / ellos, se reduce al lenguaje. Tanto en formas positivas como sombrías, el lenguaje cultual es algo que escuchamos —y nos influencia— todos los días.” Con ese párrafo, tratamos de que Montell nos permita descifrar algo de lo que se viene dando en el Perú y de los peligros que encierra. Esperamos que las reflexiones que hace la autora les sean relevantes.

¿Por qué es tan importante el rol del lenguaje para comprender lo que ocurre con estos grupos y qué pueden desencadenar?

Montell: Lo que ha hecho que la gente se adhiera a grupos de esta naturaleza es el lenguaje. Desde la astuta redefinición de palabras existentes (y la invención de nuevas) hasta eufemismos poderosos, códigos secretos, renombramientos, palabras de moda, cánticos y mantras, «hablar en lenguas», silencio forzado, incluso hashtags, el lenguaje es el medio clave por el cual todos se producen grados de influencia de culto. 

Los líderes de estos grupos lo saben, pero también los de estructuras piramidales, los políticos, los directores ejecutivos de empresas emergentes, los teóricos de la conspiración en línea, los instructores de entrenamiento e incluso los influyentes de las redes sociales. Tanto en formas positivas como oscuras, el «lenguaje de culto» es, de hecho, algo que escuchamos y por lo que nos dejamos influir todos los días.

Un concepto lingüístico llamado teoría de la performatividad dice que el lenguaje no se limita a describir o reflejar quiénes somos, sino que crea quiénes somos. Eso es porque el habla en sí tiene la capacidad de consumar acciones, exhibiendo así un nivel de poder intrínseco. Cuando se repite una y otra vez, el habla tiene un poder significativo y consecuente para construir y constreñir nuestra realidad.

Ya sea malvado o bien intencionado, el lenguaje es una forma de hacer que los miembros de una comunidad estén en la misma página ideológica. Para ayudarlos a sentir que pertenecen a algo grande. El lenguaje proporciona una cultura de comprensión compartida.

Comentario personal: Por eso entonces no es tan raro encontrar ahora hashtags, sobrenombres con una carga específica, etiquetas con las que se dirigen a las personas. Porque lo que se está haciendo es ampliar la comunidad desde donde nace esta intención hacia algo más amplio. El “lagarto” Vizcarra debe ser uno de los sobrenombres más exitosos de las últimas décadas, pues ayuda a identificar a un personaje y lo adhiere a una escala de valor con significado. Poco a poco se va incorporando el apelativo al apellido y hacen una unidad. Pero es a través del lenguaje que se empieza a configurar el mundo de los buenos y los malos, de los ellos y de los nosotros. Cuando se logra instalar en un universo más amplio, el daño está hecho y el propósito logrado.

¿Es realmente tan importante el papel que puede jugar el lenguaje en esta configuración social?

Montell: Con un destello de voluntad, el lenguaje puede hacer mucho para aplastar el pensamiento independiente, oscurecer las verdades, fomentar el sesgo de confirmación y cargar emocionalmente las experiencias de tal manera que no parece posible otra forma de vida. La forma en que una persona se comunica puede decirnos mucho sobre con quién se ha estado asociando, por quién ha sido influenciado. Hasta dónde llega su lealtad.

En ese sentido, Hassan ha descrito un continuo de influencia que representa a grupos que van desde lo saludable y constructivo hasta lo insalubre y destructivo. Señala que los grupos que buscan un fin destructivo usan tres tipos de engaño: omisión de lo que necesitas saber; distorsión para hacer que lo que dicen sea más aceptable; y mentiras descaradas.

Comentario personal: Qué claro este último párrafo para comprender lo que hemos estado viviendo en los últimos meses. La sustentación descarada de argumentos falaces, el silencio a los argumentos de los opositores y la construcción de diversas realidades sin sustento hace que los discursos se vuelvan reales para un imaginario colectivo que no necesita más pruebas que las que se van comentando. Iteración, otra vez. 

Lo que ocurrió en plena pandemia, con la defensa de la ivermectina sin base alguna y lo que ocurre ahora con la posición anti restricciones a los no vacunados, configuran ejemplos de que basta con que algunos líderes digan X, para que se asuma X. El lenguaje, la forma que toma, cohesiona, sin importar el fondo ni el argumento.

¿Cómo estas posiciones van consiguiendo adeptos?

Montell: En sus experimentos sobre Conformidad Social de la década del 50, el psicólogo Salomon Asch descubrió -de manera impresionante- que, si los primeros cinco estudiantes señalaban una respuesta descaradamente incorrecta, el 75 por ciento de los sujetos de prueba ignoraban su mejor juicio y estaban de acuerdo con la mayoría. Entonces, este miedo arraigado a la alienación, esta compulsión a conformarse es parte de lo que hace que ser parte de un grupo se sienta tan bien.

Como menciona en la serie Fleabag el personaje de Phoebe Waller-Bridge : “Quiero que alguien me diga qué ponerme cada mañana. Quiero que alguien me diga qué comer, qué odiar, qué enojarme, qué escuchar, qué banda me gusta, qué comprar boletos, qué bromear, qué no bromear. Quiero que alguien me diga en qué creer, a quién votar, a quién amar y cómo decírselo. Solo creo que quiero que alguien me diga cómo vivir mi vida «.

¿Por qué está pasando esto ahora en el Perú, y en otras partes del mundo con el impulso de los grupos de ultraderecha que comparten muchas de estas características?

Montell: Es algo que hemos visto en todo el mundo en diferentes momentos de la historia de la humanidad. La atracción de miembros de una sociedad por estos grupos que generan códigos de adhesión (tanto la propensión a unirse a ellos como la fascinación antropológica por ellos) tiende a prosperar durante períodos de cuestionamiento existencial más amplio. Cuando las estructuras sociales son cuestionadas o no hay referentes o proyectos comunes. En resumen, cuando las instituciones fallan o desaparecen.

Por ejemplo, en Estados Unidos (también en Perú), generación tras generación, esta falta de apoyo institucional allana el camino para que surjan grupos alternativos. Los «seguidores de culto» del siglo XXI son en su mayoría tipos jóvenes, contraculturales y políticamente divergentes que sentían que los poderes que tenían les habían fallado. Las necesidades de identidad, propósito y pertenencia han existido durante mucho tiempo, y los grupos de cultos siempre han surgido durante los limbos culturales cuando estas necesidades han quedado profundamente insatisfechas.

Montell presenta un trabajo sumamente interesante y actual que nos ayuda a comprender mejor por qué nos encontramos con grupos como La Resistencia o por qué términos que nos parecían de ultratumba ayer, hoy sean parte de la conversación cotidiana de muchas personas.

Si el lenguaje nos crea, pensemos cómo queremos ser creados.


  1. En: https://epicentro.tv/habla-jota-maelo-lider-de-la-resistencia/
  2. https://www.france24.com/es/am%C3%A9rica-latina/20211105-peru-ultraderechismo-vacancia-polarizacion-castillo
  3. Montell, Amanda (2021): Cultish: The Language of Fanaticism. Harper Wave. Edición digital para Kindle.

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