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[EN EL PUNTO DE MIRA] En el país, sin duda alguna, la empresa brasileña Odebrecht creó una extensa red de corruptela al interior del Estado peruano. Una red que pasó por los gobiernos nacionales de Toledo y Humala, así como por los gobiernos de Jorge Acurio en Cusco y Félix Moreno en el Callao (todos implicados en actos de corrupción), así como en el de Susana Villarán en la Municipalidad de Lima. Todo ello no hace más que reflejar lo que se sabe, que “el roba, pero hace obra” y “la ley del más vivo” están aceptados como estilo de vida en nuestra sociedad. No solo en la política y en la economía, también en nuestra sociedad.

De arriba a abajo, de señor a paje. Está en todos lados. Uno manejando un auto, por cualquier carretera del Perú, se da cuenta de las coimas que se suelen dar los conductores —de todas las clases sociales— a los policías de tránsito. Otro caso, en el Perú, la meritocracia funciona mal o casi no funciona. La preparación, ya sea en universidades nacionales o internacionales, muy pocas veces es valorada. Más sirve la argolla, los contactos o el arribismo. Solo así se puede avanzar como persona en una sociedad peruana tan falta de una integración social positiva.

El desorden formó un orden. Sirve poco el diálogo, escuchar al otro. La calle, como una selva de cemento, campea nuestro sentido común de existencia. El ciudadano y las reglas son un estorbo, o solo funcionan de vez en cuando. Lo normal es sacarle la vuelta a la ley y transgredir las normas sociales de convivencia. Es el triunfo del estado de naturaleza de Hegel, en plena era moderna.

Parafraseando al Pablo Escobar de la serie de Netflix, el Perú —como sociedad— no piensa como un país rico, sino como un pobre con plata. Lo importante —cuando uno adquiere dinero— es la camioneta, la exhibición, el derroche, mas no la formación humanista o el conocimiento y el ahorro. Me atrevo a decir que la mentalidad capitalista es muy reducida en el país. Existen empresarios y aspirantes a empresarios mercantilistas. No arriesgan. Siempre quieren ir a lo seguro. Y lo más seguro —por lo general— es hacer negocios con el Estado o en el rubro de servicios. No hay pierde en ello.

A esta situación psicológica por la que pasa el país hay que combatirla con políticas efectivas de educación. Mal que bien, este sigue siendo en la mentalidad colectiva nacional un camino seguro para una sociedad más justa y con igualdad de oportunidades.

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Enmendar la regionalización, salud y educación pública, inseguridad ciudadana, reforma político-electoral e impulso a la inversión privada, debería ser la agenda mínima de cualquier gobierno de acá al 2026. Boluarte no parece tener ni idea de su mandato histórico. Es imperativo, por ello, recordárselo y exigírselo.

La del estribo: muy recomendable el último libro de Alonso Cueto, Francisca, princesa del Perú, publicado por Penguin Random House, que recae sobre un personaje cuya historia académica ha sido tratada con brillo por María Rostworowski (Doña Francisco Pizarro, una ilustre mestiza), y que Cueto recrea en clave de ficción histórica.

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Lo normal sería que en el Perú la segunda vuelta la definan un candidato de derecha versus uno de centro, o sea entre dos candidatos de derecha, con porcentajes de votación altos en primera vuelta, y que la izquierda (dividida, probablemente entre Antauro Humala, Verónika Mendoza, Guido Bellido y Richard Arce –el único moderno del tándem-), quede en cuarto o quinto lugar. Pero la irresponsable fragmentación del centro y la derecha, sumada a su honda inacción política, seguramente harán que el 2026 se vuelva a repetir lo ocurrido el 2021. Y no habrá razones entonces para la sorpresa o la lamentación.

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