Nuestro país vive su hora más difícil. Este domingo 11, en medio de la muerte, la miseria y la desesperanza, los peruanos tendremos la difícil misión de elegir a quienes pasarán a la segunda vuelta electoral, para que de ahí salga la persona que nos gobernará –esperamos- los próximos cinco años. Esta elección es especialmente importante porque en ella nos jugamos nuestro destino como nación. Se presenta, tal vez, la última oportunidad que tenemos para consolidarnos en una auténtica república o seguir siendo la caricatura que hemos venido siendo durante los últimos doscientos años.
El panorama se presenta desolador. Las últimas encuestas que conocimos nos dejan atónitos ante una situación en la que los grupos de poder, esa oligarquía que nunca quiso ser una élite dirigente, se niega a dejar de lado sus privilegios y sus negocios. Hace doscientos años se opusieron a la independencia y ahora tampoco quieren que una opción popular y de izquierda llegue al poder y gobierne con el pueblo y para el pueblo. Su miopía ante las urgencias de los que mueren asfixiados por la incompetencia de un gobierno fantoche y un sector privado angurriento, los ha hecho encaramarse en una derecha que ha tomado la forma de un monstruo tricéfalo que encarna la corrupción, el fanatismo y la farándula.
La primera cabeza de este monstruo es la derecha corrupta. Parece asombroso que a veinte años de la debacle del fujimorato corrupto y asesino aún haya quienes piensen que éste represente algún tipo de opción política. Después de los Vladivideos, del dinero robado, las esterilizaciones forzadas, las desapariciones y asesinatos cometidos; luego de que hemos visto como condujeron el Congreso de la mototaxi, del encubrimiento a los hermanitos, etc., nos debería quedar claro –como nos lo mostró a nivel nacional el correcto fiscal José Domingo Pérez- que el fujimorismo es una organización criminal antes que una organización política. Votar o apoyar la candidatura fujimorista sería un suicidio moral y la constatación de nuestra inviabilidad como república.
La otra cabeza de este monstruo es la que representa la derecha farandulera. Aquella que no tiene ningún escrúpulo en trabajar para dictadores, vacunarse por lo bajo y acudir a un oscuro personaje, muchas veces ligado al abominable delito de la trata de personas, para ganar una elección que sólo significará saciar el ego del octogenario que la representa. Hernando de Soto no sólo ha mostrado su enorme soberbia sino también su profundo desprecio por el pueblo peruano. Él representa esa oligarquía acostumbrada a los privilegios, sus intereses particulares y que se siente por encima de la ley. El vacunarse a escondidas, mientras miles de aquellos a los que quiere representar mueren a diario, no sólo es un acto cobarde sino también deshonroso para quien tiene algo de honor. No conforme con eso, acudir a lo más chabacano y pútrido de la farándula para que su mensaje llegue al pueblo muestra su profundo desprecio por los sectores populares a los que quiere representar. Con él el Perú asegurará otros cinco años de crisis e inestabilidad, reeditaremos lo que fue el gobierno de PPK, del que ya sabemos cómo terminó.
La tercera cabeza del monstruo es la derecha fanática. Esta opción representada por un candidato que, mimetizado con el cerdo al que lleva como emblema, sólo es capaz de balbucear incoherencias cuando tiene que defender ante otros candidatos su programa. Un Rafael López Aliaga que quiere gobernar un país cuando ni siquiera tiene el patriotismo de pagar sus impuestos, que dice ser ultraconservador pero hace negocios con Soros, que aparece involucrado en los Panamá Papers, que dice luchar contra los monopolios y es dueño de uno, que con el cuento de luchar contra corrupción amenaza con expulsar a Odebrecht –algo que un presidente no puede hacer- cuando sabe que con eso sólo lograría traerse abajo todo el caso Lava Jato y de paso librar a su socio Luis Castañeda y a su abogado Humberto Abanto, ambos investigados por este caso. Esa es la derecha fanática y sin escrúpulos que hará de nuestro país un lugar donde reine la intolerancia, que sea una sucursal del franquismo. Esta derecha fanática, como decía en 1931 el inmenso José Ortega y Gasset, “es síntoma de una concepción democrática perfectamente ridícula – patriarcal, bíblica, de ínsula Barataria”.
A eso se reduce la oferta que la oligarquía nos ha podido ofrecer para estas elecciones. Entre estos andrajos quiere que escojamos este domingo. Pero, el panorama de la izquierda no es menos alentador. La derecha y sus medios de comunicación han tenido que levantar la candidatura de Pedro Castillo a quien han utilizado como tonto útil para intentar bloquear la única opción viable de una izquierda democrática y liberadora. Castillo encarna las taras de la izquierda, el machismo, el clasismo, la intolerancia y la mirada puesta en el pasado. Con una ineludible y atávica vocación autodestructiva, pasa la factura de la desunión de una izquierda más ocupada en sus propias cuitas que en el país.
Lo mejor que le podría pasar este domingo al Perú es que pasen a la segunda vuelta dos opciones diferentes. Seguramente alguna de las cabezas de este monstruo, junto a la opción popular de una izquierda con reales posibilidades de triunfo electoral como la representada por Verónika Mendoza. Sólo en ese escenario podremos elegir de verdad. En ese sentido, todos aquellos que quieren un país con justicia social, cultural, epistémica y liberadora deberán optar por un voto estratégico por su la candidatura de Mendoza como esperanza del cambio que el país necesita. Hace poco más de doscientos años Napoleón dijo a Goethe: “Hoy, el destino es la política”. Es decir, lo contrario del capricho o el simple gusto. Y, como enseña Ortega y Gasset: “Política no es hacer o pedir que se haga lo que a uno le gusta, sino lo que irremisiblemente hay que hacer, coincida o no con nuestras preferencias”.