Jurassic Park

Dominion, esta nueva y ojalá última entrega, tiene que introducir una serie de líneas narrativas adicionales para explicar la crisis de su premisa. Ya no solo es un problema de dinosaurios creados en laboratorios. Ahora también es un tema de usarlos para curar enfermedades humanas, clonar humanos, crisis alimentarias, dinosaurios entrenados para matar (¡con lo fácil que es!) y caos político global. 

Y entonces, este es un café cargado improbable. Inverosimil. Y por si no fuera poco ya con los tres personajes antes nombrados y una niña inquieta, los creadores han decidido traer de vuelta al casting noventero para salvar el caos. El narrativo, quiero decir. Pero los personajes de Jeff Goldblum, Laura Dern y Sam O’Neill (¡vaya leyendas!) se han convertido en seres más unidimensionales que nunca. Resulta tonto pensar que aquellos que huían a duras penas de una isla plagada de dinousarios, hoy sean más bien los encargados de salvar al mundo. Simplemente, no fueron escritos para eso. 

Y el guion está pegoteado como sea. No es una narrativa, es una serie de secuencias independientes pegadas con baba entre ellas donde todo corre a la misma velocidad: las personas, los carros, los raptors, los aviones y lo que usted se imagine. No hay casi diálogos y más bien hay demasiada pantalla verde que es dificil imaginarse cómo los actores supieron, grabando las escenas, de qué se trataba todo este espectáculo. 

Pero lo más absurdo es que, después de seis películas con más de diez horas en pantalla grande, estos guionistas resuelven toda la historia a partir de un personaje que solo vemos en esta última película, a través de unos video-cassettes del pasado, y la cuál no nos importa en lo absoluto. Parece que Jurassic Park no era realmente sobre dinosaurios, sino sobre científicos queriendo lidiar con la genética, y el desbalance que originaron.

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