Recuerdo un artículo de Mario Vargas Llosa del año 2006, en el que defendía a Günter Grass de las duras críticas que despertó el que se hiciera público que a los quince años, formó parte de las Waffen-SS, poco antes del final de la guerra mundial. Las Waffen-SS eran las escuadras paramilitares que dirigió Heinrich Himmler y que cometieron los principales y atroces crímenes de guerra. El artículo llamaba la atención porque Vargas Llosa no había mantenido buenas relaciones con Grass y su socialismo. De hecho, en el mismo artículo, él recordaba una polémica muy dura durante el congreso del PEN Internacional de 1986 cuando Grass le pidió que se disculpara con Gabriel García Márquez por haberlo calificado como “cortesano de Fidel Castro”. Ante la indignación de Grass, Vargas Llosa le respondió por escrito que no sentía lástima alguna por su afirmación, pues contenía verdad. Veinte años después, de pronto Vargas Llosa defiende a Grass. El nobel peruano dijo que lo defendería, como él, puso a la democracia por encima del comunismo y porque pertenecía a la “estirpe de escritores” protagonistas ideológicos de grandes temas políticos sociales, culturales y morales, agitadores de conciencias y líderes de una gesta intelectual, como Victor Hugo, Sartre o Camus.
¿Dónde se ubica Vargas Llosa respecto de esa estirpe? Pues se ubica como un anticomunista, defensor de la democracia y testigo de cómo los escritores jóvenes se han liberado de la carga política en la civilización del espectáculo, cosa que le parece saludable. Un intelectual que ha logrado despertar de aquella ingenua ficción de creer que con la obra de un autor se puede cambiar el mundo. Ese despertar se lo recomienda a Grass. Finalmente, nada de lo ocurrido, dice Vargas Llosa afectará la obra literaria del autor del Tambor de hojalata, la gente olvidará que perteneció a la élite de la SS, aunque quedará cierto rabo de paja en lo que se refiere a sus opiniones políticas. En síntesis, perderá en el ámbito ideológico pero no en el literario.
Vargas Llosa también tiene rabo, sino varios, de paja. Declarado anticomunista acérrimo, perteneció al grupo político Cahuide, en el que recibió lecciones marxistas del padre del expresidente Ollanta Humala, don Isaac, con el fin de reconstituir el partido comunista perseguido por Manuel Odría y su temible director de gobierno Alejandro Esparza Zañartu. Apoyó la Revolución Cubana hasta que en 1971 se detiene al poeta Heberto Padilla. Entonces, fastidiado también por la cultura popular e indigenista de los gobiernos de izquierda, incluido el de Juan Velasco, decide dejar el Perú y América Latina. Esa postura contra indigenista queda manifiesta cuando es convocado para presidir la Comisión Investigadora de los Sucesos de Uchuraccay en 1983. Su desconexión atraviesa el informe al describir a la comunidad bajo un enfoque decimonónico de “civilización y barbarie”, razón por la cual los comuneros se presentan aislados cultural y geográficamente y por ello capaces de asesinar a los periodistas. Deja de lado la responsabilidad de los Sinchis y, peor aún, ignora su solicitud de protección a las fuerzas armadas. Como consecuencia, el mismo año cientos de comuneras y comuneros fueron asesinados por Sendero Luminoso hasta que la comunidad quedó abandonada. Vargas Llosa retorna en vano para liderar a la derecha en las elecciones de 1990, en las cuales es vencido por Alberto Fujimori. Como dos años después del autogolpe, se inicia la última dictadura que hemos vivido, Vargas Llosa desarrolla un discurso a favor de la democracia, de crítica al dictador que mantuvo su prestigio, no obstante, profundizaba su condena a la barbarie indígena peruana. En 1996 publica La utopía arcaica, crítica a la obra de José María Arguedas y el indigenismo. Tras la caída de Fujimori, conformó la Fundación Internacional para la Libertad y luego, a lo largo de las elecciones, respaldó a los candidatos opositores a la heredera Keiko Fujimori, investigada por montar una red de corrupción a través de su partido político.
Y de pronto, en las últimas elecciones, el cambio fue sorprendente. Casi a la manera del poeta Ezra Pound, que pasó de ser un joven de antisistema a morir siendo un fascista –que, por cierto, parecía lidiar con la demencia–, Vargas Llosa de pronto apela al recurso de saber “votar bien” para justificar su apoyo a Keiko Fujimori y la desconcertante recurrencia al enfoque de civilización y barbarie con el que critica al presidente Pedro Castillo. Probablemente hasta aquí podría su literatura, como la de Grass, no verse afectada. Pero quizá haga inolvidable este episodio su aparición en las investigaciones de los Panama y los Pandora Papers, pues ya no se trata de una postura ideológica, sino también de realizar prácticas empresariales usualmente oscuras en términos fiscales, que remiten al estilo fujimorista: la cara bárbara del capitalismo, el trato íntimo con la corrupción, esa vena que despreciaba a los Zavalitas y que lo sienta animoso a Vargas Llosa en la mesa con Haya, Beltrán y Ravines, jugando a repartirse el poder en el Perú como en los años sesenta.
Keiko Fujimori: “Yo no voy a terruquear a nadie” empezando la segunda vuelta electoral.
A través de nuestras vidas forjamos opiniones en función de narrativas que se piensan objetivas pero son mecanismos de control social que responden a los intereses de las clases dominantes. Durante los últimos meses hemos visto el uso del terruqueo como un mecanismo de persecución mediática y judicial contra personas, desde políticos a artistas, que se atreven a salir de las normas impuestas por la narrativa dominante. El relato oficial sobre nuestra historia más reciente, es decir del conflicto armado, ha facilitado que el terruquear sirva para legitimar a las clases dominantes remecidas por un nuevo orden social desde el triunfo de Pedro Castillo y Perú Libre.
Para la comunidad PEX el terruqueo tampoco es ajeno. Después de Lima, EEUU es uno de los bastiones de la derecha peruana más importantes ya que alberga a más de 300 mil votantes. Con spots en la TV con Pedro Castillo junto a Hugo Chavez y Abimael Guzman, el fujimorismo grotescamente intentó crear “pánico” entre la comunidad peruana. Fiel a su estilo usó las redes sociales además para amenazar con la deportación a simpatizantes de Perú Libre con el cuento de que el comunismo está prohibido en EEUU. Lo cierto es que existen varios partidos comunistas en EEUU que son legales, y muchos partidos de izquierda siguen creciendo como el partido Democratic Socialist of America (DSA) que tiene a la popular Alexandra Ocasio-Cortez como una de sus líderes y seguidoras más entusiastas del izquierdista Bernie Sanders.
La narrativa dominante post-conflicto armado que contiene relatos falsos y medias verdades se ha normalizado por la aceptación de la sociedad, el Estado y sus instituciones y amplificada por la prensa. Eso también ha afectado a una parte de la izquierda peruana que está sumergida en la narrativa neoliberal y anti-comunista, y caen en posiciones tibias y no confrontacionales. La cultura dominante refleja los miedos y la desinformación selectiva de la clase media limeña, y ganarse a esos grupos es para cierta izquierda un objetivo, por lo tanto es mejor ser tibios que ser terruqueados.
El relato oficial del conflicto armado tiene en parte su origen en las conclusiones del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). A 20 años de su creación, aún sigue siendo un documento importante. Mientras es encomiable que en las conclusiones se haya extendido en el análisis y explicación de los crímenes contra los derechos humanos cometidos por Sendero Luminoso, no se explica de igual manera en profundidad y rigurosidad sobre la responsabilidad de violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas armadas durante los gobiernos de F. Belaunde, A. Garcia y A. Fujimori. De alguna manera las conclusiones de la CVR justifican esos crímenes como falta de preparación e improvisación del Estado. Este desbalance ha sido usado como argumento perfecto para la creación de un relato a favor de las clases dominantes.
Investigaciones del economista Silvio Rendón demuestran que la CVR redujo en sus proyecciones el porcentaje de víctimas a manos de agentes del Estado*. Estas omisiones y otras como el rol de los empresarios y el clero en la guerra antisubversiva, la razón de crear el Plan Verde paralelamente al avance de Sendero Luminoso y otros temas irresueltos impidieron crear un momento político para exigir una reforma militar y desmantelar la “fujimorización” del estado peruano. Ahora estamos pagando eso con el terruqueo y la intromisión de las fuerzas armadas en el gobierno como la Marina, y permitimos políticos golpistas y ex militares como W. Zapata, J. Montoya, R.Chiabra y D. Urresti vinculados a la corrupción y violaciones de derechos humanos.
Han pasado más de 40 años desde que empezó el conflicto armado y una generación espera justicia antes de morir. Es necesaria una revisión de la historia y la construcción de una verdad que sirva para el país y no para una elite. Se necesitan organizar conversaciones difíciles pero necesarias sobre los sucesos de Uchuraccay, Los Molinos, El Frontón, Castro Castro, y la embajada de Japón así como otros crímenes del Estado no resueltos. Se necesita acceder a información desclasificada sobre las acciones de las fuerzas armadas y policiales, conocer el rol de la C.I.A. en la lucha antisubversiva, e incorporar las voces y poder de decisión de las comunidades directamente impactadas por la violencia. Tenemos derecho a la verdad.
Como el premier Guido Bellido hay peruanos y peruanas que no son parte de la elite limeña y tienen una interpretación sobre el conflicto armado diferente al relato oficial. Eso no los convierte en senderistas. No debemos escoger quienes son y no son víctimas. No puede haber reconciliación sin primero descolonizar nuestras mentes de la narrativa dominante que solo ha servido para afianzar el capitalismo corporativo en el Perú.
*Capturing correctly: A reanalysis of the indirect capture–recapture methods in the Peruvian Truth and Reconciliation Commission publicado por la revista Research and Politics, SAGE Journals, 2019
Si las marchas meritoriamente organizadas por el empresario Erasmo Wong, en contra de la amenazante deriva antidemocrática del gobierno, no amplían su convocatoria, van a terminar pareciéndose a los blanquecinos mítines del Movimiento Libertad o a los corsos miraflorinos que antaño el hombre de empresa organizaba.
Es preciso, por ejemplo, convocar a Hernando de Soto, quien luego de algunos devaneos inexplicables ha terminado por definirse de manera clara e inteligente frente al régimen dominado por Vladimir Cerrón y ha entendido que la beligerancia opositora es el mejor camino si, en el fondo, aún fuera posible reconducir a Pedro Castillo.
Debe participar él y sus congresistas en los mítines por la democracia. Y ampliar su convocatoria a los movimientos sociales con los cuales tiene relación, por ejemplo la federación nacional de ronderos y comités de autodefensa con la que se ha reunido hace pocos días en Ayacucho y cuyo presidente ha expresado claramente su rechazo al proyecto cerronista.
Tienen que estar los congresistas más representativos de la resistencia al oficialismo. Roberto Chiabra, los morados, el fujimorismo, etc. La protesta callejera -importantísima en esta coyuntura- debe involucrar a mayores protagonistas que los de la Coordinadora Republicana, la mayoría de cuyos integrantes, sea dicho, están desgastados o no tienen mayor arraigo ni capacidad de convocatoria. Se les agradece los servicios prestados, pero no es solo con ellos que se va a lograr contener las pulsiones colectivistas del régimen.
Debe teñirse, además, de choledad organizada la calle opositora. Debe estar presente el Sutep, quien ya soporta la embestida de un gobierno que quiere imponer a toda costa al profesorado filosenderista del Fenate, en desmedro del gremio histórico del magisterio nacional. Llame usted Erasmo Wong a Lucio Castro, secretario general del Sutep, quien seguramente gustoso aceptará la invitación si entiende que se trata de una convocatoria amplia y no solo de la ultraderecha.
Reconvoque a Keiko Fujimori, pero dele, pues, el papel protagónico que su participación en la segunda vuelta y su peso congresal ameritan. No pretenda usted meter una agenda encubierta de lanzar a Rafael López Aliaga como líder de la oposición en desmedro de ella, que si persiste en ese afán, va a fracasar en su loable propósito de mantener el activismo callejero al tope.
Frente a la claudicación congresal, la calle movilizada recupera su protagonismo, pero no puede derivar en una algarada sectaria, contraria a su propia convocatoria.
El último mensaje de Keiko Fujimori es políticamente equívoco. Si bien reconoce el triunfo de Castillo luego de la proclamación del Jurado Nacional de Elecciones, lo considera a la vez ilegítimo ya que nacería de un presunto fraude en el que la excandidata no deja de insistir con terquedad digna de mejor causa.
A nadie le quedan dudas de que si Castillo se ensoberbece y cree que haber ganado con las justas le otorga el derecho de refundar la República en base a una cuestionable Asamblea Constituyente y además desoye los mandatos de moderación económica, ameritará una dura y férrea oposición democrática desde el Congreso y desde las calles movilizadas, ya que la inmensa mayoría del pueblo peruano no está de acuerdo con la deriva chavista ni nada que se le parezca.
Pero si Castillo se modera efectivamente y además recula en el tema de la Constituyente y la acota a lo que decida el Congreso o a algunas reformas constitucionales puntuales, lo que merece es libertad política para poder trabajar y desplegar un programa económico de centroizquierda dentro de los márgenes de lo viable. Y para ello va a necesitar de cierto respaldo congresal que en principio debería incluir también a la derecha parlamentaria donde recala el keikismo.
Pero Keiko no anuncia eso. Ella anuncia guerra anticipada a un gobernante que considera espúreo. Una vez más no reconoce su derrota, creyendo quizás, equivocadamente, que con ello no va a irritar a las huestes ultras que la han acompañado, sin percatarse de que ese esfuerzo es inútil (ya de inmediato, luego de su reconocimiento bamba a Castillo, han salido voceros extremistas a considerarla una rendida y tibia).
Comete un grosero error político Keiko Fujimori prestándole oídos a la ultraderecha peruana, que por más bulliciosa que sea, es minoritaria y lo seguirá siendo. Es más, fue por haber conservadurizado en extremo al fujimorismo, luego del 2016, que Keiko casi destruyó el partido. Solo una buena campaña de marketing en primera vuelta, sumada al acierto político de reconducirse al centro, le volvieron a dar vida en esta última elección. Debería aprender de su reciente historia si quiere seguir teniendo vigencia política en el Perú.
Lo que corresponde es una oposición keikista firme y hasta recia, pero leal. Y eso pasa, en principio, por considerar su derrota legal y legítima, sin cortapisas ni argucias verbales. A diferencia de algunos politólogos, no creo que Keiko sea ya un cadáver político, pero los pasos que está dando la conducen a pie firme al cementerio.
Al igual que para la mayoría, ninguno de los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta era de mi agrado. Ninguno era liberal ni en lo social, ni en lo político, ni en lo económico. Ambos, un peligro para la democracia. Sin embargo, a medida que fue desarrollándose la campaña, la propuesta de Perú Libre logró lo increíble: convencerme de ser más peligrosa que el Keikismo, que tanto daño nos ha hecho en los últimos 5 años. Su propuesta económica, que parecía una mezcla de todas las recetas que han empobrecido tanto al Perú en el pasado como a otros países en el presente, me hizo llegar a la conclusión de que Fuerza Popular era el mal menor.
Debe ser humano que cuando uno pierde una contienda, quiere ver al otro hundirse. Sostuve varias discusiones durante la campaña electoral con personas que consideraban a Keiko el mal mayor. En ese momento, expuse mis argumentos contrarios e incluso intenté convencerlos. Por supuesto que ahora, proclamado Pedro Castillo, pasa por mi cabeza un “¡Cuando nos hundamos, vas a ver!”. Supongo que a todos nos provoca tener razón y decir “Te lo dije”. Pero ya pasó más de un mes desde las elecciones, y tuvimos suficiente tiempo para enfriar nuestras cabezas y darnos cuenta de que, en esta oportunidad, si se hunde el barco nos hundimos todos.
Nunca sabremos quién tuvo razón, pero eso ya es irrelevante, porque uno de los dos ganó las elecciones, así sea por un pelo. ¿Me gustan los resultados? No. ¿Acepto los resultados? Sí.
Hoy, ya no quiero tener razón. Quiero, por el contrario, estar lo más equivocada posible. Entre más equivocada haya estado sobre Pedro Castillo, mejor le irá al Perú. Espero de corazón que todas las personas con las cuales debatí durante la segunda vuelta puedan venir, reírse de mí y decirme: “¿Ves? ¡Te dije!”. Y me tocará comerme el orgullo, con una sonrisa secreta.
Claro que no basta simplemente con desear estar equivocado. Todos debemos ser conscientes que lo que nos toca desde el próximo miércoles es estar vigilantes. Pero es diferente vigilar deseando que al próximo gobierno le vaya mal, que dándole el beneficio de la duda que merece cualquier gobernante nuevo. Finalmente, a todos, sin excepción, independientemente de por quién hayamos votado o en qué parte del espectro ideológico nos ubiquemos, nos convendría que Pedro Castillo haga un buen gobierno.
*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.
Hace dos semanas, voceros calificados del keikismo se esmeraron en informar a los medios de un presunto distanciamiento de la lideresa de Fuerza Popular respecto de la estrategia beligerante y belicosa de la ultraderecha representada por Rafael López Aliaga, quien había anunciado que no reconocería el triunfo de Pedro Castillo.
Ello ocasionó, inclusive, fricciones en la organización de sendos mítines en paralelo, dando a entender claramente que Keiko Fujimori iba a seguir una ruta distinta, que pasaba por el reconocimiento de su derrota. Se mantenía un perfil opositor a Castillo, pero bajo los cauces democráticos legales.
¿Qué pasó en ese lapso, que hoy nos muestra a Keiko anunciando que no reconocerá a Castillo como Presidente? ¿Alguien le habrá sugerido que no puede permitir que el liderazgo de la oposición se lo arrebate López Aliaga y que eso pasa por radicalizar su postura y mimetizarse con aquél? ¿No importa, en ese cálculo, la lección de lo sucedido con Kuczynski, donde su labor de obstrucción necia casi destruyó su partido?
¿La habrán animado los cantos de sirena golpistas de encumbrados personajes de talla mundial, como Mario Vargas Llosa, y aspirará a que eventualmente se produzca algún acontecimiento que interrumpa la unción de Castillo o recorte su mandato y pensará que en el impensado nuevo escenario electoral inmediato, ella debe estar en forma, manteniendo la beligerancia al extremo?
El error de cálculo estratégico puede ser suicida. Porque si, más bien, Castillo es proclamado, asume el 28 de julio, ejerce un gobierno de centroizquierda y se beneficia del contexto económico internacional, lo más probable es que llegue en buen pie al 2026 y que en esa circunstancia, le deje un buen capital político a quien, desde la izquierda, quiera tomar la posta (probablemente alguien como Indira Huillca).
¿En ese escenario, acaso cree Keiko o quien la esté asesorando, que su ultraderechización y alejamiento del centro -camino autodestructivo que ya recorrió desde el 2016- le fortalecerá un patrimonio electoral o, más bien, la condenará una vez más a la derrota?
La única manera de que Keiko se alce con el triunfo en las próximas elecciones pasa porque capture el espacio de la centroderecha liberal y se comporte democráticamente. En ese nicho no tiene competidor y lo más probable es que no aparezca ninguno en el horizonte. Comete un grosero error convirtiéndose en una caricatura destemplada de Renovación Popular, el partido ultraconservador. Le está haciendo la campaña a Rafael López Aliaga.
“¿Por qué la gente me está atacando por mi familia? Yo sé que algunas personas la odian, pero yo no elegí la familia que tengo y la amo”, dice la hija de 13 años de Keiko Fujimori, en un video de TikTok publicado el pasado 20 de junio. Esta fue su respuesta ante los insultos y el acoso que padece sistemáticamente en esta red social.
En uno de los videos subidos ese día, la menor asegura leer “todo lo que ponen” y que “algunas cosas sí pueden herir”. También advirtió que “la mayoría de personas que comentan son mayores de edad”. Y señaló, no sin razón: “Ellos deberían estar dando el ejemplo”.
Como respuesta, la cuenta “vladimircerronoficial”, una cuenta apócrifa del fundador de Perú Libre, le comentó: “Tu mamá irá al paredón y pumpumpum”.
Otros mensajes que Sudaca pudo encontrar en un breve patrullaje virtual fueron: “¿Cómo hace tu mamá para pagar tu plan de datos si no trabaja’”, “¿15 años de cana se pasan volando, verdad?”, “tu mamá es corrupta, dile que ya no postule a la presidencia, que acepte su derrota con Pedro Castillo”, “cuando suba [Castillo], la señora K y su papito estarán en cana y no habrá quién la cuide, ¿algún bondadoso que la adopte?”.
Las cuentas
Para entrar a TikTok debes tener, como mínimo, 13 años. Esa es, precisamente, la edad que tiene hoy la hija mayor de Keiko Fujimori. Mientras su madre decidió sumergirse en esta plataforma digital para promover su campaña política, su hija difunde contenido relacionado a sus gustos personales, que van desde Faraón Love Shady hasta mostrar a su gatito Maluma.
Tal vez el único contenido “político” haya sido el que publicó el 6 de junio pasado, día de la segunda vuelta. ¿Pidió a sus más de 600.000 seguidores que votaran por Fuerza Popular? ¿Criticó la candidatura de Pedro Castillo? No. Solamente agradeció a unos chicos que le regalaron una patineta en el cierre de campaña fujimorista. Y acompañó el saludo con una canción de fondo que decía que “no los olvidaría”.
Aún así, la publicación desató la ira de una legión de cuentas anónimas que le reclamaron a una niña los errores y delitos de su madre y su familia. Muchos de ellos cometidos por los Fujimori cuando la menor ni siquiera existía. Es el caso de la cuenta ‘End_Flor’, aparentemente manejada por una mujer, quien comentó: “Jajajaja que se vaya pa’ Santa Mónica tu mamá”.
Este reportero visitó TikTok para comunicarse con los agresores. Ninguno quiso revelar su verdadera identidad, pero sus justificaciones resultaron incluso más perversas que los mensajes vertidos. ‘End_Flor’, por ejemplo, se presentó como estudiante de leyes y aseguró estar muy informada sobre la situación actual del país. “Sé de política, estudio derecho y pues lo que hizo el fujimorismo no está nada bien, atrasó mucho al Perú”, se justificó.
La justificación de la cuenta «End_Flor» para atacar a una niña de 13 años en TikTok.
Para esta supuesta abogada era necesario exigirle a la menor “aceptar la derrota” de su madre, aunque su verdadera motivación era aún más ridícula: “Más cólera me da que se cuelgue de la fama de su mamá y me da igual su edad como para que hagan quedar como buena [a Keiko]”, respondió.
“Me parece una respuesta bien sádica. Lo que llama la atención es que sea dicha por alguien que estudia derecho. Ya la culpó, le asignó una intención, ya la juzgó y sentenció. Con eso no da ninguna posibilidad de pensar en nada. Es dramático. Imaginémonos a esa persona a cargo de un juicio futuro”, dice a Sudaca el psicoanalista Leopoldo Caravedo.
Otro usuario de TikTok al que contactamos responde al indescifrable nombre de ‘Omiraelgeydeyolo’, que también le enrostraba a la menor los problemas legales de Keiko Fujimori. “Tu mamá se irá a la cárcel si no gana #humor vamos Keiko”. El hashtag pretendía darle un tinte sarcástico al cruel mensaje.
La persona detrás de esta cuenta reconoce que su mensaje puede tener consecuencias en la hija mayor de los Fujimori. “Bueno si [fuera] mi mamá a mí también me afectaría”, admite. Aún así, insistió que Keiko terminará presa y, por eso, debía recordárselo a la adolescente.
La justificación de otra de las cuentas: predecir el futuro.
Revestir como algo chistoso estos comentarios hirientes, según la psicóloga social y docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Priscilla Pecho, es un intento de camuflar el daño. “Muchos utilizan esta estrategia para que no se vea como violencia. Se piensa que de alguna manera se le baja la gravedad [al mensaje]. Buscan que la otra persona lo acepte y normalice. Hay que empezar a nombrarlo por lo que es”, afirma.
“La verdad dicha sin empatía es una agresión. Si resulta cierto, no deja de serlo. Es una niña de 13 años. ¿Por qué se lo tiene que recordar? ¿Cuál es el beneficio detrás? ¿Va a contribuir a qué?”, se pregunta Caravedo.
Es delito
Pero también hay comentarios de carácter sexual. En TiksToks donde la menor baila como cualquier adolescente de su edad, se puede encontrar comentarios como: “que sexy”, “mi mujer”; “¿quién será el suertudo de ser su novio?” o “yo te haré creer en el amor”.
Para la psicóloga Priscilla Pecho este tipo de mensajes calza dentro de lo que se conoce como violencia simbólica y está, tristemente, normalizado en nuestra sociedad. “Eso también devela la hipersexualización de las adolescentes mujeres. Son comentarios de acoso que ellas no esperan [referidos] a su cuerpo o aspectos netamente sexuales”, explica.
Para Dilmar Villena, abogado especialista en derechos en entornos digitales, lo que vive la hija de Keiko Fujimori en su TikTok también encaja en este crimen. «Me parece que estamos totalmente frente al delito de acoso. La situación alrededor de [la hija de Keiko] tiene varias consideraciones: es menor de edad, es mujer, por lo que es sexualizada; y está expuesta públicamente, lo que la vuelve vulnerable”, afirma el abogado.
El otro tipo de comentarios que suele recibir la hija de Keiko Fujimori en su TikTok.
La aparente “exposición pública” de la hija de Keiko tampoco es suficiente para librarse del delito. «En este caso una cosa no justifica la otra. Es cierto que la mayor exposición pública es por decisión de sus padres. Al hacer eso las exponen a posteriores ataques, pero ella no ha decidido por voluntad propia entrar a la vida pública«, asegura Villena.
El abogado señala, sin embargo, que la norma aún está en pañales. “Lo que pasa es que cuando estas denuncias llegan a la Fiscalía no se les da mucha prioridad. Dicen: ‘bueno, están molestando [en] redes sociales, ¿qué se puede hacer?’. No se tiene consciencia sobre el daño que puede generar», apunta.
Villena lidera un grupo legal de la asociación Hiperderecho que ha analizado la aplicación de esta ley. Los resultados han arrojado falencias de todo tipo. “En los casos que hemos acompañado, incluso con personas identificadas, se complica mucho la investigación. Con cuentas anónimas es mucho peor”, explica el abogado.
Ocultar su identidad para atacar es justamente la estrategia que aplican estas personas con la hija mayor de Keiko Fujimori. “Lo más terrible del asunto es que están haciendo exactamente lo mismo que le critican a esa familia, porque están usando de la manera más burda ese espacio de impunidad donde se sienten protegidos y descargan todas sus frustraciones”, afirma el psicoanalista Leopoldo Caravedo.
Las propias redes sociales favorecen dicha impunidad. TikTok no permite enviar mensajes, como sí lo hace Facebook, a otra cuenta. A menos que esta persona te siga de vuelta. Esto dificulta la identificación, como pudo comprobar este reportero al intentar comunicarse con otros agresores.
Por eso estos procesos suelen demorar. «Lamentablemente termina siendo largo si no tienes muchas pruebas y tienes que investigar desde cero. Casos que nosotros tenemos van a cumplir un año y recién van a iniciar la etapa de juicio”, se lamenta Villena.
Daños irreparables
Pasar por agua tibia estos actos puede ser gravísimo para quien los recibe. La psicóloga Pecho considera que las consecuencias pueden llegar a “trastornos de conducta alimentaria o depresión por tener esta visión de que su imagen necesita ser validada por otras personas”.
Las consecuencias de esta experiencia indeseable para la hija de la candidata naranja podrían afectarla a largo plazo. “Que a uno le digan ese tipo de cosas puede ser muy impactante. Algunos síntomas se llegan a presentar después de 15 años incluso.Probablemente lo que ocurra es que el sentimiento de rabia, de odio, sea muy grande. Esa chica va a sufrir mucho en su vida futura”, asegura Leopoldo Caravedo.
Al parecer en Tik Tok varios no le perdonan a la menor ser la hija de la lideresa naranja. Para Caravedo esta atribución es peligrosa. “No sé si se piensa esto con claridad de cara a la convivencia futura del país. Uno puede estar en contra de Keiko Fujimori, pero no podemos hacer de esto una cosa de familia, por más que varios de ellos estén metidos en política”, asegura.
“La violencia no puede ser una forma de expresar desagrado. Es la manera más fácil que encuentran de expresarlo, pero lo hacen de forma equivocada: atacando a una persona que directamente no ha sido responsable, que es conocida por ser ‘hija de tal persona’”, agrega Priscilla Pecho.
Otro de los mensajes que suele recibir. En TikTok parecen creer que la niña también hace campaña política.
Para Caravedo la motivación de las personas que están detrás de estas cuentas consiste en atacar al indefenso. “Ahí es donde más daño pueden hacer. Atacan a la hija para generar esa sensación de miedo y temor en Keiko Fujimori que no puede hacer nada porque no es un ataque directo hacia ella. Así es bien difícil defenderse”, afirma.
Nadie sabe si se tomarán medidas legales al respecto. Tampoco si la víctima será otra Fujimori en política. De momento, lo cierto es que solo es una niña que ni siquiera ha terminado el colegio. La gente que la ataca por llevar el apellido de su madre y abuelo tendrán que recordar que su accionar no solo es cobarde, sino también criminal.
Ya estuvo buena la tolerancia política y mediática a los exabruptos clasistas y racistas de quienes, amparados en mentirosas hipótesis de fraude, pretenden desconocer los resultados electorales, yendo desde la sugerencia de anular las elecciones o invocar un gobierno civil-militar de transición que convoque a nuevas elecciones, hasta considerar “Presidente nulo” a Pedro Castillo aun después de ser proclamado por el Jurado Nacional de Elecciones.
Si acaso es verdad que Keiko Fujimori ha decidido tomar distancia de esta ultraderecha nativa, no se entiende qué hace enviando a Nano Guerra García a ser partícipe del sainete y papelón cometido por un grupo de improvisados en Washington. A ella le corresponde, antes que a nadie, poner paños fríos, dejar que las cosas jurídicas sigan su curso normal, aceptar los resultados, acercarse a saludar al ganador apenas se produzca la proclamación oficial y dedicarse los siguientes años a desplegar una oposición leal, recia, pero democrática.
La ultraderecha es minoritaria. Bulliciosa y generadora de “noticias”, por lo que se ve, pero abrumadoramente minúscula en comparación con otros sectores de la vida política peruana, como quedó confirmado en la primera vuelta electoral.
Si un sector de la clase política, mediática y empresarial, decide seguir el camino de la insubordinación constitucional, pues que lo haga, que a ningún lugar que no sea el de la esterilidad o vergüenza pública podrá llegar. El país democrático es inmensamente mayoritario y sabrá digerir el triunfo ajustado de una opción de izquierda que, por lo demás, cada vez más se acerca a cauces de moderación que deberían rebajar la histeria irracional de nuestra poco ilustrada y mal llamada elite.
El plan de gobierno de Keiko Fujimori era superior al de Castillo, el solvente Carranza lo hubiera hecho mejor que Francke, y era la ocasión idónea para un gobierno de derecha que aplicase un shock capitalista capaz de romper la inercia centrista de los últimos lustros, pero debe aceptarse que el país no lo ha querido así, que antes que razones primaron sentimientos antiestablishment que el profesor Pedro Castillo supo capitalizar electoralmente mejor que Keiko Fujimori.
No es ese talante democrático el que alienta a las huestes de la tribu ultraderechista peruana. A su racismo y clasismo, que tornan inaceptable a un personaje como Castillo, le suma un talante abiertamente antidemocrático, que desde ya la convierte en una amenaza nacional sobre la que hay que advertir.