Manuel María Rilo Podestá

Lo que pasa es que Rilo es un personaje incómodo en muchos sentidos. Se dice que la policía tiene su celular y las libretas en las que aparecen los nombres de sus clientes, algunos de los cuales serían conocidos personajes de nuestro mundillo cultural. Y si el personaje empieza a hablar sin duda saltarían los sapos y quién sabe cuántos títeres quedarían sin cabeza. 

Este silencio recuerda el que gozó hace tres años un famoso editor de libros de poesía que fue acusado por lo menos por cinco mujeres del delito de violación. Antes bastaban una denuncia y el dogma del «yo te creo, hermana» para que el acusado fuera linchado mediáticamente. Pero ocurre que en el catálogo de ese editor aparecían muchas poetas conocidas de nuestro pequeño parnaso local. Ninguna quiso comprarse el lío. Más pudo el «buen nombre» literario. 

Hay algo muy tortuoso en ese doble rasero que condena a la hoguera a escritores inservibles y a otros los blinda con un silencio casi religioso. Lo mismo pasa con la indiferencia con que algunos colectivos feministas asumen los ataques de sus amigos varones contra mujeres que no comulgan de su argolla. Fue lo que me ocurrió en marzo de este año cuando un sexagenario poeta embistió agilísimamente contra mí –berrinche en mano– porque no le gustaron mis reseñas.

Pero al final, todo se sabe. El caso Rilo, aparte de la inmundicia moral que ha revelado en relación con sus cautivas explotadas y el horroroso drama de la prostitución en el Perú, también ha servido para iluminar la hipocresía de ciertos grupos en nuestro llamado «campo literario». Patético fin para lo que en algún momento se anunció como un acto de justicia contra los abusos de algunos hombres y acabó convirtiéndose, penosamente, en un lobby literario más.

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derechos humanos, Manuel María Rilo Podestá, mujeres "importadas"
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