Oddmakers

En inglés, el término que se refiere a un número par, “even”, apunta a significados de nivelación, justicia, constancia. El que connota un número impar, odd, a anormalidad, aberración, atipicidad. No deja de ser interesante que en el mundo de lo supuestamente exacto, la mitad de sus habitantes más comunes sean raros, extraños. 

En un grupo cuyos integrantes suman un número justo, par, estos pueden estar completamente seguros de que nunca van a sobrar, siempre van a tener pareja. En el caso de los extraños, impar, lo anterior no es así. Que alguien quede al margen es inevitable. ¿Quién? Es un enigma, es incierto. 

Quizá por eso, la palabra odd también significa probabilidad, ese concepto tan difícil para la mente, que nos permite estimar qué de todo lo posible termina ocurriendo en un mundo esencialmente desordenado, aunque en general no lo parezca. No lo parece por que nuestro cerebro se ilusiona, hace malabares para percibirlo estable. Tiene éxito relativo, salvo en épocas como las que estamos viviendo. 

Las casas de apuesta —en línea o retail— son un negocio vibrante. Desde nuestro esperado regreso a los mundiales en 2018 y los juegos panamericanos de los que fuimos exitosos anfitriones, hacen muchísimo dinero, quizá porque combinan excitación intensa —sin necesidad de desplazamiento— con el sentimiento de vencer la impotencia pandémica. 

¿Quién va a ganar un partido, digamos, entre Sporting Cristal y Manchester United? ¿Novak Djokovic va a participar en el Grand Slam de Australia? ¿Habrá disolución del congreso o vacancia? El juego no es entre uno y una máquina, o uno y otro jugador, sino entre todos y el devenir de la vida. 

En ese escenario hay un personaje muy interesante, el Oddmaker.

Determina, en función de las probabilidades que cada evento tiene, la ganancia de quienes aciertan el curso de la realidad. Trabajo apasionante. En el caso del imaginario encuentro futbolístico mencionado no hay mucha chamba, pero en el muy real trance del astro tenístico invacunado, mucho más. Hay que tomar en cuenta cuestiones legales, factores geopolíticos, grupos de presión, entre otras muchas cosas. 

De vuelta a la pandemia.

A estas alturas del partido, si no surge algo nuevo —que, lo sabemos, siempre puede ocurrir— ya no se trata de evitar la muerte, o si queremos bajar la intensidad, el cuarto de hospital o la llegada a una UCI. Pero parece que el contagio es inevitable.  Ahora, el objetivo es sortear la multitud de peajes que surgen en el camino, administrar los encierros, filtrar los contactos, meternos hisopos en las narices o dejar que otros lo hagan, mostrar de maneras creativas los resultados de las diferentes pruebas, todo ello en medio de normas oficiales que definen actividades, horarios y aforos.

Concretar algunos de nuestros planes y minimizar nuestras desilusiones es lo que ahora importa. Aunque nuestras decisiones no parecen en la actualidad de vida o muerte, están generando dilemas potentes. Si estuve en contacto con tal que dio positivo hace tantos días a una prueba de antígenos, me encierro una semana al cabo de la cual, previo hisopado casero, puedo participar de una cierta actividad que me importa especialmente. En ese lapso he dejado de asistir a una serie de encuentros que producían expectativas en otras personas, quienes ven mi estrategia como una forma de rechazo o, en el mejor de los casos, una preferencia que los deja de lado. 

En otras palabras, todos nos convertimos en Oddmakers y, al mismo tiempo, apostadores. ¿Alguien puede ganar?

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