París

[CASITA DE CARTÓN] Esta casita de cartón abre su puerta un 26 de agosto, un día en el que naciera el que ahora escribe años atrás como también el recordado escritor del jazz y de las rayuelas literarias de nuestro idioma, Julio Cortázar. Por eso mismo, este último sábado me levanté muy temprano para ir el café y restaurante, el ‘London City’, en pleno corazón del centro porteño, donde fuera un asiduo visitante el escritor en los días en que radicó en la ciudad que amó, odió y que le provocaba tanta nostalgia cuando estuviera con otros ‘muchachitos’ que cambiarían los párrafos de las letras mundiales, como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa entre otros grandes, cuando París todavía destellaba con honores el rótulo de ‘Ciudad de la luz’. Y como a muchos artistas que emigran en busca de nuevos aires e inspiraciones, descubrimientos como aprendizajes para sus obras, Cortázar lo haría a Francia, pero del que, por más que quisiera, sus pasos siempre estarían marcados por las huellas de Buenos Aires, y del que nunca pudo alejarse de él, en sí de la misma Argentina, por eso mucho de su obra, así estando lejos, bebe de estas latitudes como a la vez sus personajes están engullidos en estas geografías y costumbres, y he de aquí a una confrontación ya histórica con José María Arguedas, pero esa es historia aparte. Y como alguna vez Hemingway mencionara sobre su París que alguna vez pisó de joven como otras grandiosas plumas o artistas monumentales, como Fitzgerald o Picasso en los tiempos en que París era una fiesta, y de esto florece esta frase: ‘Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, entonces donde sea que vayas por el resto de tu vida, se queda contigo, ya que París es una fiesta’. En este caso, para los artistas latinoamericanos que hemos pisamos este país, Argentina, nunca lo olvidaremos, siempre quedará algún rastro de sus vientos como su insuperable y única pasión con nosotros por el resto de nuestros días.

En este café un hay una estatua del insigne escritor, sentado, que parece pensar mientras mira el panorama, casi existencial, para inspirarse a escribir, con un cigarro en la mano y unos lentes estilo intelectual y un libro, como tenía que ser, al costado. Así como innumerables fotografías en las paredes, como una tocando la trompeta. De la que no me sorprendería, y que allí mismo haya escrito algún cuento (hay varios) donde estuviera presente la atmósfera de su género musical favorito, el jazz, envuelto en los sonidos estridentes de Charlie Parker, escribiendo bajo esa frenesí envolvente, revoloteando las letras, ya que decía que escribía y trataba de caldear esas notas en la escritura, algo así como haría Kerouac.

Es curioso, pero al ver mucho de las fotos en estos tiempos de las redes sociales, hay una frase que normalmente es parte de la descripción de muchas fotos. Y que para sus lectores, no es de sorprenderse por su precisión y belleza, escrito en su obra más conocida, que sería parte del ‘boom’, Rayuela, de 1963: «Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos». Majestuosa y hermosa, ¿no? Pero más hermoso es saberlo y poder decir a la persona que realmente lo merece, pero eso enseña los años, los pasajes y los ojos y lo cuánto se ha caminado. Y entre mi retrospección, alguna vez le oyera esa dedicación de mi amiga de la escuela, Perla Ballona, a su pareja de aquellos tiempos, otro amigo, Jefri. Pero aduciendo que la frase era de ¡¡¡Cancerbero!!! A lo que yo irremediablemente di mi grito al cielo diciéndole, es de ¡¡¡Julio Cortázar!!! Sucede que el rapero venezolano, por ese entonces muy oído, lo menciona al inicio de su canción, ‘Querer querernos’ y es por eso que muchos de mi generación erróneamente le atribuyen como autor y que aún hoy pasa al leer las descripciones de las fotos.

Luego, en la tarde la pasaría en una exposición de arte con dos grandes amigos artistas, Jairo Tokumine y su noble y tierna compañera, Jin Ju. Después de esa reflexiva e introspectiva charla en un bar de San Telmo sobre la función del artista y sobre la vida, comprendería de que lo que ‘natura no da, Salamanca no presta’, y a su vez, que uno puede escuchar a los vientos removerse, como el síncopas de una canción de jazz, pero de que no vuelve a rozar la misma brisa del mar, que para estos ojos de poeta, es la eternidad. Y luego iríamos a rockanrolear con mi siempre amigo y hermano, Bruno Raitzin, en una noche llena de bohemia y festividad, delirio y carnaval, como suele pasarnos cada vez que nos juntamos por nuestro querido River Plate, en Palermo. Para al día siguiente continuarla como se debe, en la cancha (5-1 ganó River) y en otra noche más de locura. Esta casita de cartón cierra su puerta con lo que entendió ese día al cumplir un año menos: que la vida no es más que una página escrita a medias, una parte que ya está escrita antes que naciera y la otra que está para escribirla hasta que el destino quiera.

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Buenos Aires, influencia cultural, Julio Cortázar, legado literario., Literatura, París

A la luz del desastre social ocasionado en las naciones europeas respecto de los procesos migratorios acontecidos en sus lares (particularmente de población de origen africano y recientemente del Medio Oriente), que ha sido nuevamente puesto en evidencia con los descontrolados estallidos de violencia en Paris luego de un incidente policial, no se puede dejar de reconocer la sabiduría esencial de nuestro país para acoger este tipo de procesos.

En Francia, la colusión del racismo derechista con el buenismo izquierdista, terminaron por construir inmensos ghettos urbanos, de contingentes poblacionales auxiliados por la beneficencia, pero marginados del orden establecido, materia prima propicia para la marginalidad permanente (pobreza, delincuencia, disidencia). Y lo mismo sucede en Gran Bretaña, Países Bajos (acaba de renunciar su primer ministro por un desatino migratorio), países escandinavos, Alemania en menor medida, etc.

El Perú ha recibido un influjo masivo de casi millón y medio de venezolanos, y si bien ha cometido errores en el proceso (no extender inmediato permiso de trabajo a nuestros compatriotas venezolanos o no cribar legalmente a los que cruzaban nuestras fronteras), no ha ocurrido acá lo que en Europa.

La población venezolana está desperdigada por todo el territorio nacional, en su mayoría trabaja honestamente, se ha adaptado perfectamente -cuando tiene sus papeles en regla- y, salvo excepciones delictivas muy minoritarias, no ha generado un problema social y político. Por el contrario, ha generado un enorme beneficio económico al Perú, ya que, además, no se cometió el error de destinar recursos fiscales a “ayudar” a los migrantes y condenarlos a una pobreza inducida.

El Perú, en ese sentido, goza de una tradición histórica que ha sabido acoger fenómenos de migración, aunque algunas de ellas hayan sido originalmente procesos de esclavitud (población afro y oriental), y paulatinamente se va tomando consciencia de la necesidad de una mayor equidad social respecto de estas minorías que, en buena medida, forman parte del paisaje demográfico nacional sin ninguna fricción particular.

La del estribo: muy recomendable el documental El dorado, que describe la proliferación de locales queer en los años 20, en la Berlín anterior al ascenso de los nazis, reflejando la atmósfera de libertades y modernidades que luego el totalitarismo aplastó. Un documental que no deja de ser una alerta de lo que puede ocurrir si predominan en el planeta las fuerzas ultraconservadoras que han venido creciendo en las últimas décadas. Va en Netflix y también con su proveedor favorito.

 

 

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Europa, Francia, Medio oriente, París, venezolanos

Barcelona es una tumba y París es una fiesta. Las dos ciudades son el centro de la noticia mundial. Un solo jugador de fútbol es capaz de conmocionar al mundo entero. Una sola persona carga en su mochila todo un mundo futbolístico, que se soporta casi a través suyo. Hace quince años. Y ha sido azulgrana, pero a partir de ahora será solo azul. Y bailará, de seguro, el mismo ritmo con el balón.

Pero Barcelona no es una tumba porque París haya podido más. Barcelona se hundió sola. Chocaron el proyecto futbolístico más grande de la historia del deporte, uno que supieron labrar de a pocos, desde muy pequeño. A un proyecto al que tuvieron que hacer crecer, literalmente. Porque a ese jugador estrella le faltaba estatura y alimentación para explotar su talento. Y lo hicieron triunfar.

Lionel Messi es el más grande de la historia, sin dudas, en tanto a números se refiere. El único trofeo que ha competido y no ha ganado es el Mundial, aunque ha sido subcampeón, nada menos, y mejor jugador del mismo. Messi personifica el triunfo, el logro, la cima deportiva. Rompió todos los récords. Es, además, según dicen, una buena persona, un buen compañero. Se abraza con todos y sonríe.

Pero Messi tenía, sobre todo, un costo. Como todo jugador, en realidad. El fútbol es un deporte y un mercado. Los jugadores son valorizados y comercializados entre clubes, que son realmente empresas. Algunas súper privadas, corporaciones enteras o partes de conglomerados económicos. Otros son organizaciones comunales pequeñas, pero que participan en el mismo juego, el de la compra y venta.

En el 2016, Lionel Messi tenía un valor de 180 millones de euros. Su ficha comercial tenía ese costo, el valor más alto en el deporte, si querías adquirírselo al Barcelona. El mismo valor que tenía Neymar en el mismo equipo y en el mismo año. La otra gran figura, Luis Suárez, costaba 90 millones. Hacía poco que el equipo había ganado su última Champions y se encontraba, aún, en la cima del mundo futbolístico.

Imagínese entonces usted que Messi concluía su carrera siempre jugando para el club de sus amores, compitiendo hasta el final con ellos al más alto nivel. Era la consecuencia lógica de una carrera brillante, en una sola casa, en una relación de amor inquebrantable. Además alzaba la mística del Barcelona por todo lo alto: más que un club, una casa. Ningún hincha del fútbol podría imaginarse otro desenlace. 

Cómo así entonces este equipo en la cima del éxito, pierde hoy algunos años después a su más grande figura, el multi campeón de todo, el goleador que pudo hacer más de cuarenta goles por temporada sostenidamente, por una transferencia que equivale a cero euros, y sin mayor capacidad de retención. Incluso a pesar de que el jugador aceptó bajar el 50% de su sueldo, y estaba dispuesto a cooperar con todas las negociaciones.

Y cómo así, además, el Barcelona, a pocos días de empezar la temporada, no puede inscribir en la plantilla por un problema de sueldos a sus dos nuevas contrataciones que deben llenar el vacío de Messi: Agüero y Depay. O como así el equipo no logra un título hace varías temporadas, no compite en las instancias finales de la Champions, y no brinda nuevas figuras hace varias temporadas.

Pues, la respuesta está en el dinero mismo. El fútbol es un deporte donde las decisiones financieras pesan tanto o más que las deportivas. En el mejor de los casos, deben estar siempre alineadas. Antes de la pandemia, Barcelona metió otro récord: superó mil millones de dólares en ganancias. Pero la deuda actual asciende a mil cuatrocientos millones de dólares. Y ya no tienen la mega estrella que aseguraba un despunte económico altísimo.

Todo ello tiene cola. Precisamente, en el 2016, todavía en la cumbre, Barcelona ganó su cuarta Champions en diez ediciones. Era el rey absoluto de Europa. Y lo hacía sin gastar demasiado, porque venía de años generando futbolistas desde sus propias canteras. Como Messi, Alba, Xavi, Iniesta, Busquets, y tantos otros que servían como suplentes útiles permitiendo comprar a los mejores jugadores del mundo.. Hasta que llegó Bartomeu y las compras compulsivas de una nueva dirigencia. La época oscura del club. 

Poco después, Neymar fue vendido al PSG y Mbappé fue ignorado por el club, habiendo sido ofrecido primero a ellos. Y en cambio ficharon a Ousmane Dembelé por 105 millones (la mitad de lo recaudado por Neymar en un solo jugador). Desde esa época, Mbappé ha anotado 81 goles en 108 partidos con su club, además de ser titular de Francia campeona del mundo. Dembelé, su suplente en Francia, ha anotado 27 goles en 81 partidos, la mayoría de suplente. 

Seis meses después llegó Coutinho por 160 millones, un volante que ha pasado desapercibido en Barcelona y tuvo que ser cedido al Bayern Munich una temporada. Poco juego y lesiones. También se compró a Frenkie de Jong por 78 millones, cuando su representante dijo que el Ajax hubiera aceptado la mitad. La dirigencia gastó en tres años mil millones de euros en fichajes. Pero “cada año éramos un poco peores”, diría Gerard Piqué.

Todo esto sin contar haber dejado ir a Suárez gratis a un rival directo que ganó La Liga con él la última temporada. Hoy, Barcelona no puede vender a sus mayores gastos en plantilla: Griezmann, Dembelé, Coutinho y Umtiti. Jugadores que ya han demostrado no poder darle logros al club. Y los gastos en plantilla superan lo permitido por una Liga que no ha cedido ante la precisión y ha respetado sus barreras. Así, el azulgrana se alista para una temporada que parece garantizar tocar el fondo de la tabla.

Messi jugará en el rival francés en un precio de regalo, y se mueve con todo su arsenal de popularidad a una liga menor que puede despegar con su presencia. Todo ese mundo futbolístico detrás suyo. Y con Neymar, Di María, Mbappé, Icardi, Paredes, Draxler, Donnarumma, Verrati, Sergio Ramos, Wijnaldum, Marquinhos, Kimpembe, Hakimi y Kurzawa… Parece ya un rival invencible. Y parece poder darle la bienvenida, por fín, a la orejona en Paris. 

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