Películas

Toda esa lucha entre sociedades podría ser un cine aburrido y soso, o incluso ridículo. Peele logra darle un robusto, entretenido y cautivador giro a su cine. Hay, en principio, un enorme respeto por la audiencia al producir una película fastuosa, con una calidad basada en el preciso detalle, como Kubrick o Scorsese. La fotografía y la edición de sonido en particular están impecables. Y aún más, Peele no está todo el tiempo tirándote en la cara titulares llamativos; más bien se toma los tiempos ondulados de la comedia para dejar espacio a la reflexión y la contemplación.

El gran logro del cine de Peele es que sus películas poseen dos capas. La profunda y analítica interpretación de la realidad, cargada de crítica social y deconstrucción de estereotipos. Esa visión es poderosa y se convierte en una línea narrativa presente en toda la convulsión de elementos característicos del uso de géneros como la ciencia ficción o el terror. Y está la menos profunda óptica de una avalancha de acciones y sucesos originales, nunca antes vistos en el cine. Esa exploración por el vértigo, para entretener a pesar que uno entienda poco o nada el rollo filosófico encubierto.

Aún si tu intención es la reflexión profunda, o si más bien quieres simplemente pasarla bien, Peele es el artista de masas para todos los públicos. Y está aquí, y es contemporáneo, y ha venido para ser una realidad. 

 

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¿Es eso suficiente para una película de género en pleno 2022? Probablemente no. No me basta que sea tan honesta y tan directa en su temática. Si se logran interpretar bien, las alegorías son exquisitas. Tal vez haya que ver la película un par de veces antes de comprenderla del todo. Sin embargo, sin un acompañamiento narrativo idoneo -nada de esto existe-, parecen solo cosas extrañas ocurriendo y la distracción invade a la audiencia. Ahí está una secuencia de hombres dando a luz a otros hombres como un ciclo de la repetición de la violencia machista, como una idea intensa y potente, pero demasiado distópica. El asco de la crudeza gráfica también distraen demasiado. 

También es un problema del trabajo narrativo la falta de profundización en el personaje de Harper. Solo le pasa una cosa realmente, la muerte del esposo, y no se sabe quién es en la vida más allá de la esposa de este hombre que murió. Quizás eso haya sido parte de la decisión de toda la temática, que ella no sea más que eso. Pero si el personaje ancla de la película no cuenta con una historia atractiva hacia la audiencia, pasa a simplemente no ser importante para nadie. Y el suspenso generado alrededor suyo, el estar pendientes de que no le pase nada a esta víctima, no se logra con facilidad porque no se trabaja el vínculo emocional hacia ella.

En tanto avance el metraje con mucha sangre y terror sin suspenso, uno se da cuenta que la película no hace honor a la complejidad de su temática. Quizás sea la primera obra de Alex Garland que muestra al mundo más simple de lo que realmente es. Eso no es un cumplido, es una tragedia. Quizás él mismo no entienda bien el problema de fondo real y concreto, a pesar de haber elegido esta temática para su tercer largometraje. Parece una película hecha para iniciar conversaciones y argumentos, pero no logra ser significativa en su análisis. 

Men -que cuenta con un trailer muy cautivador- pierde todas las oportunidades de tener la creatividad y el talento en servicio de una interpretación contundente sobre el terror permanente que viven las mujeres en una sociedad aún manipulada por los hombres. La película parece no tener ninguna historia real entre bambalinas, ninguna idea de cómo ser contada con efectividad. Es más bien un momento de trauma y un viaje a las pesadillas. Y eso, aunque parece un espectáculo complejo y superproducido, resulta muy poco.

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Quizás lo más estúpido es que el personaje de Brad Pitt se haya comido un libro de autoayuda y bote todos sus mensajes Zen a diesta y siniestra. Que su búsqueda sea más bien la de mantenerse cool y chill en lugar de salvarse. Y esto juega con el verdadero argumento de la película sobre el destino y el karma. Sí, filosofía barata chorreando directo de la pantalla, para las generaciones futuras, como en TikTok. 

Luego están toda una colección de trajes, peinados y tatuajes sobre los cuales se trata de explicar la historia de más de diez personajes superficiales y monotemáticos. Uno más aburrido e intrascendente que el otro. Se sirve de flashbacks para generar coincidencias entre personajes en un tiempo pasado desconocido. Se va guardando sus plot twists sin originalidad uno tras otro. Tren Bala es, al final, una colección de chistes, algunos simpáticos, la mayoría sosos. 

Aún más raro es ver cómo mientras todos estos diez asesinos se disparan y pegan en el tren, los demás pasajeros no parecen darse cuenta. Tampoco el público se da tan por enterado de la violencia de la acción de esa película de género, porque las coreografías de los golpes están cortadas rápidamente en la isla de edición. Y hay demasiados efectos especiales mal colocados como para sostener la atención en lo único artístico de la película: sus artes marciales.

Y aún donde hay nada, por algún motivo inexplicable, la película logra entretener. Una vez más, como TikTok. Algo o poco, pero lo suficiente para sacarte tres o cuatro sonrisas y llevarte a un mundo extremo donde matar es normal y no hay consecuencias para nada. Como un videojuego. Al final, de eso se trata. Bulla, frases hechas, sangre y tren bala. ¿Por qué sería necesario más? Si es que esto al final vende, con unas cuántas caras conocidas de paso. Pero lamento que a nadie se le haya ocurrido una buena idea pagarle algo más a Bad Bunny y poner un soundtrack de su último disco. Quizás en Columbia Pictures las ideas no dan para tanto. 

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Una de sus grandes fortalezas es el humor original. A pesar de ser una película británica típica, una tragicomedia ligera y al servicio de ese público de sofá con té y unas galletas, Leo Grande se descubre como un erótico viaje gracias a su lenguaje atrevido y a su sinceridad. Se siente como algo nunca antes visto, y aún así encuentra lugares de un auténtico relato capaz de conectar a cualquiera.

Emma Thompson, por encima de todo, es un monumento a la actuación. Su gesto atribulado y su mirada atenta en el objetivo son un mordisco de dulzura a las habilidades más sublimes de la actuación. Su valentía para estar al frente de una película necesaria en su narrativa y temática valen el peso de cualquier elogio. Es un homenaje a la vejez, y una veneración a la astucia de la experiencia profesional.

Porque Leo Grande existe no solo para entretener sino como un fiel relato del mundo del placer en los lugares donde parece haberse extinguido o donde resulta muy complicado de expandirse. Aún a una edad madura, en el borde de la vejez como etapa final de la vida, el sexo es trascendental para el descubrimiento propio y la estabilidad emocional. Y eso vale la pena revisarlo con una delicada comprensión y aprender de todo aquello.

Y aún con todo lo dicho, esta película es en realidad un viaje por cuatro conceptos cruciales para la existencia humana. Las expectativas y las satisfacciones; las decepciones y las vergüenzas. Es una demostración de la necesidad de atar los deseos y ser honestos con lo que deseamos, mientras que hacemos una gestión sólida de lo que nos va a afectar e intentamos despojarnos del tabú habitando nuestra mente. Es una confirmación que con dedicación, creatividad y perseverancia, cualquier barrera puede ser derrumbada. Solo hace falta sentir.

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También hay un buen baño de reflexiones morales. La violencia doméstica corregida, la religión como medio de censura, la inefiencia de las autoridades, el mundo libre de los adolescentes. Incluso la apariencia satánica del secuestrador esquematiza todo esto entre los límites de la censura ideológica pseudopolítica y generadora de radicalismos sociales, que hoy se explora mediáticamente en todo el mundo, más aún en Estados Unidos. Le dicen, en simple, locura.

Esta no es una película gore ni tampoco una representación clásica de una cinta de terror. No aparece un energúmeno cortando en pedazos a las personas, y en su intento de ser más bien un suspenso con algo más de sangre, no muestra de forma explícita casi nada. Es más una estructura espiritual, un viaje sensorial a través de lo que sucede a uno cuando está sometido a la situación de estrés mas fulgurante de entre las torturas de esta deshumanización actual. 

Finney bien podría morir o en su intento de superviviencia bien podría triunfar frente al enmascarado mitológico. Ya sea el plan de Dios o el desarrollo de sus habilidades y derrumbe de sus miedos para vencer al villano, el conflicto central de la película se mantiene de inicio a fin. Y eso, en el cine de hoy, significa mucho. No importa si todo este show parece una recolección de sueños o un policial contra un asesino serial, porque en el fondo es solo la lucha interna para superar los miedos de un adolescente como cualquier otro, y eso lo hemos sentido todos.

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En esencia, es una película que ha sido artesanalmente hilvanada y no producida. La calidad del detalle estético es estremecedora. Pero la violencia está acompañada de momentos de dulzura, y en algunos tramos hacen recordar a historias de amor sutiles a pesar de la crudeza de su relato. Me viene a la mente Corazón Valiente de los 90 y ese cine épico y apasionado que producía un espectáculo visual y narrativo perfecto para las salas de cine. Lo que promueve al héroe en su cruzadas es ese desenfreno agresivo producto del amor. 

Roger Eggers logra solidez en una propuesta cercana a lo teatral. No hay otra forma de rodar esta historia. Es como una larga tarima de actuaciones memorables y diálogos sentidos. Logra el espectáculo en esta pregunta clásica de la narrativa de qué tanto están dispuestos a sacrificar por amor o revancha. También atrapa al público con múltiples giros narrativos y el jugar con el elemento de los límites del destino. 

Parece muy fácil hablar mal del estado actual del cine en el mundo y en Estados Unidos en particular. La carencia de una personalidad en su estilo o guión es indiscutible en líneas generales, para muestra cualquier producción regular de Netflix o Amazon. Y entonces uno se cruza con estas películas y merecen tener un valor a partir de sus agallas de propuesta original, ruidosa y compleja. Entonces, existe un halo de esperanza hacia el futuro.

Eggers nos recuerda que aún podemos tener películas audaces y hermosas con altos presupuestos y actores de taquilla. También el cine puede transportarnos a mundos inexplorados, y hay cineastas corajudos capaces de poner todo ello en salas comerciales, aún cuando abiertamente se quejan del exceso de supervisión editorial sobre los guiones y las propuestas artísticas. Al final del día, como todo, el cine es en principio un negocio.

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