Pink Floyd

«¡Tengo el bolsillo agujereado! Pero al menos tengo un Rolex… lo he logrado…» cantaba Gustavo Cerati (1959-2014), hace cuarenta años, en el tema ¿Por qué no puedo ser del jet-set?, un festivo ska que abre el epónimo álbum debut de Soda Stereo, lanzado en 1984. La letra de este clásico del pop-rock en español narra, en tono irónico reforzado por los saltarines elementos de su instrumentación -saxofones, coros, gritos chacoteros de fondo- los sueños arribistas de un muchacho joven, pobretón, que se alucina disfrutando de todo tipo de lujos -autos, mujeres, clubes privados, «caviar, Champagne y un solo de saxo sensual»- hasta que su mamá le ordena «cambiar de canal».

El fragmento lo compartió entre sus fieles seguidores en redes sociales y en medio de la crisis de los Rolex de Dina Boluarte, el politólogo y periodista Carlos León Moya, columnista del semanario Hildebrandt en sus Trece y conductor de Voto Irresponsable, programa unipersonal en YouTube en el que analiza de forma descarnada la situación del país y se burla sin filtros de sus protagonistas, insultándolos, poniéndoles apodos precisos y despotricando públicamente, exteriorizando el sentir privado de muchos. Para ello, utiliza las propias deficiencias/cinismos del elenco político y las pésimas/amañadas coberturas de la prensa grande, salpicando todo eso con diversas referencias a la cultura popular (literatura, comic, cine, periodismo, televisión, historia y, como en este caso, música). 

Y escogió, apropiadamente, la versión en vivo que el trío bonaerense hiciera en su legendaria participación en el Festival de Viña del Mar, el 12 de febrero de 1987, en que el cantante y guitarrista cambia el «… lo he logrado» por un provocador «… lo he robado», haciendo que calce aún mejor en la coyuntura local que todos venimos siguiendo con indignación y vergüenza ajena. Por cierto, esa variación también se escucha en el primer LP en vivo de los argentinos, titulado Ruido blanco, como parte del recordado Vita-Set (unión de ¿Por qué no puedo ser del jet-set? con Te hacen falta vitaminas), extraída de uno de los conciertos que hicieron, en junio del mismo año, en el Coliseo Amauta de Lima.

Las reacciones de los muchachos y muchachas, universitarios o estudiantes de institutos/academias, que conforman el grueso del público objetivo de Voto Irresponsable, estuvieron marcadas por la sorpresa ante la ocurrente broma -«cosas que no encontrarás en el Twitter» escribió uno, celebrando el ingenio de León Moya. Muchos de mi generación, en cambio, ya habíamos recordado el tema de Soda Stereo en conversaciones y grupos privados.

También entre las publicaciones realizadas por periodistas y cibernautas para, en clave de humor, referirse al tema político del momento, saltó en las actualizaciones del Twitter -ahora X- un post de Daniel Yovera (ex Cuarto Poder, ahora Epicentro.TV) con la letra del clásico bolero El reloj, escrito en 1957 por el cantautor mexicano Roberto Cantoral (1935-2010), cuando era integrante de Los Tres Caballeros. Las primeras líneas de esta inolvidable canción romántica, que ha sido interpretada por infinidad de artistas famosos, desde los chimbotanos Los Pasteles Verdes (en su primer LP Recuerdos de una noche, 1974) y el chileno Lucho Gatica (1928-2018) hasta el divo Luis Miguel (en el CD Romances, 1997, el penúltimo de su tetralogía bolerística), adquirieron otro sentido cuando fueron asociadas a la imagen de Dina Boluarte viendo la llegada de su inevitable caída: «Reloj, no marques las horas porque voy a enloquecer…» 

Soy un convencido de que, a estas alturas del partido, esta clase de sarcasmos, a pesar de ser ingeniosos, no sirven de mucho frente al cinismo de quienes se burlan de la opinión pública, más allá de arrancarnos una que otra sonrisa escapista. Sin embargo, hay que reconocer que el hoy llamado “RolexGate” se presta para referencias musicales tan precisas como las de León Moya o Yovera.

Desde tiempos ancestrales, el concepto de la medición y conteo del tiempo ha fascinado a la humanidad. Mucho antes de la aparición de los primeros relojes de bolsillo y de pulsera, hechos que podemos ubicar en los siglos XVI y XIX, respectivamente, existieron los relojes solares -como el Intihuatana de la civilización inca-, los relojes de arena, muy populares en la Edad Media, en Europa; o los también arcaicos relojes de torre, que se construían en ciudades como Atenas (Grecia) o Londres (Inglaterra). El sistema mecánico que permitía el funcionamiento de relojes urbanos fue el que inspiró su versión en miniatura, un trabajo de compleja artesanía que se convirtió, casi desde su primera generación, en un artículo costoso por el alto nivel de especialización de los maestros relojeros.

En ese contexto, el surgimiento de la fábrica de relojes Rolex, a comienzos del siglo XX, que después de la Primera Guerra Mundial trasladó sus cuarteles generales a Londres a Ginebra (Suiza), fue todo un acontecimiento para la naciente industria de artículos de uso personal. Y estuvo siempre asociada a hechos importantes de la historia contemporánea, como el modelo que diseñaron para los pilotos de la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial o las hazañas de nadadores que cruzaban mares enteros para demostrar la resistencia al agua de sus productos. 

Poco a poco, la marca Rolex fue convirtiéndose en sinónimo de prestigio, distinción y pertenencia a la alta sociedad. Y sus líneas de relojes, que combinaban el tradicional oficio mecánico de la relojería con el diseño exquisito usando piedras preciosas, materiales exclusivos y disposiciones de elementos y detalles minúsculos, se consideraron pequeñas obras de arte de alto costo. 

Debido a la relativización de los métodos para hacer fortuna, que van desde los patrimonios construidos sobre la base del trabajo profesional y honesto, la recepción de herencias o tesoros familiares, hasta actividades modernas de altos presupuestos y obscenas ganancias como la farándula, el cine, la música popular, el modelaje, el deporte o incluso cuestiones mucho menos respetables como la corrupción política, los lobbies empresariales, el narcotráfico, la pornografía, etc. – da absolutamente lo mismo si los usuarios de estos relojes Rolex son descendientes de familias millonarias y decentes, miembros de rancias realezas, políticos/dignatarios/empresarios o personajes de la “industria del entretenimiento” como futbolistas, músicos o influencers. 

Pero ¿qué pasa con los gobernantes que, sin pertenecer a estados monárquicos o sin ser herederos de fortunas antiguas, exhiben de la noche a la mañana estos signos exteriores de extrema riqueza? Aquí hablamos de una distorsión de larga data del concepto de “autoridad política”. Según esa distorsión – resultado de manejos inescrupulosos del poder y la preeminencia de intereses materialistas y particulares puestos por delante/por encima del bien común-, sería algo “normal” que estas autoridades tengan los mismos estilos de vida que artistas, socialités o megaestrellas del deporte, la farándula, etc., debido a su “alta investidura”.

Esta confusión ha establecido como una práctica común que representantes políticos elegidos por los pueblos -desde el Primer hasta el Tercer Mundo- terminen acumulando objetos de suntuoso valor, joyas y excentricidades de todo tipo, a pesar de no tener los medios para hacerlo, pues ejercen un encargo público que si bien tiene, por su naturaleza, una buena remuneración, esta jamás debería llegar a ser lo suficientemente alta como para hacerse ricos durante sus mandatos. Cuando eso pasa, estas autoridades les dan la espalda a sus votantes -consciente o inconscientemente- y se involucran en lo que todos conocemos como “enriquecimiento ilícito”. Es el caso de nuestros gobernadores regionales -Oscorima, Acuña, Salcedo- y, por supuesto, de Dina Boluarte, como viene desenredándose desde el destape del medio digital La Encerrona.

Pero volvamos a la relación entre los Rolex y la música. Hay, en este punto, un cuadro de bifrontismo, parafraseando esa vieja canción de Mecano dedicada al amor y la separación (Me cuesta tanto olvidarte, LP Entre el cielo y el suelo, 1986), una moneda de dos caras tiene que ver con la relativización mencionada, acerca de cómo las personas pueden llegar a amasar fortunas en el mundo actual. Esto, que también ocurre con otros hábitos y consumos de lujo, nos pone frente a una situación en la que dos extremos totalmente opuestos terminan relacionándose, sin afectar el posicionamiento de la marca que está en medio. En otras palabras, no importa que un artista de prestigio y uno mediocre compartan el gusto por los relojes caros, nada contamina la prestancia de Rolex. 

Hace casi medio siglo, en 1976, Rolex decidió extender sus acciones de auspicio, hasta entonces orientadas a exploradores y deportes de élite (tenis, golf, alpinismo, hípica, automovilismo), a otras actividades en las cuales la búsqueda de la excelencia es también permanente e indispensable, las artes clásicas. Y, entre ellas, la música recibió especial atención. Ese año comenzó a asociarse a las temporadas de ópera y música orquestal, a través de embajadores. La famosa soprano y educadora neozelandesa Kiri Te Kanawa, que cumplió 80 años hace un mes, fue la primera de esas personalidades de la música académica asociadas a la marca, agrupadas bajo el rótulo Testimonial Rolex. 

Actualmente, en el exclusivo listado de embajadores Rolex encontramos, entre otros, al barítono galés Bryn Terfel, el director venezolano Gustavo Dudamel, la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, el tenor mexicano Rolando Villazón y nuestro compatriota, Juan Diego Flórez, ídolo del bel canto, quien fue convocado el 2015. Asimismo, Rolex creó, hace cuatro años, un programa llamado Mentores y Discípulos, para permitir que jóvenes artistas interactúen con exponentes consagrados de las siguientes disciplinas: arquitectura, literatura, cine, teatro, artes visuales, danza y música. En este último rubro, han participado, como mentores, nombres destacados como Gilberto Gil (Brasil), Youssou N’Dour (Senegal) o Brian Eno (Inglaterra). De hecho, este 2024 Rolex celebra su sociedad con la Orquesta Filarmónica de Viena y sus conciertos de verano en el Palacio de Schönbrunn, que auspicia desde el 2009, lanzando una edición especial de su reloj Oyster Perpetual Day-Date 36, con un diseño dedicado al mundo de la música. 

En paralelo, cuando leemos prensa farandulera o webs especializadas en música popular de consumo masivo, nos enteramos de que esperpentos como los reggaetoneros Maluma u Ozuna también usan y hasta coleccionan relojes Rolex. O que raperos norteamericanos como Drake, Jay-Z o Kanye West tienen como tema común en sus rimas malevas a los Rolex como uno de los tantos artículos de lujo a los que tienen acceso. Y así como van las cosas, con las confusiones que generan quienes creen que toda jerarquización es discriminatoria, vamos a ver, un día de estos, a mamarrachos como Bad Bunny o Karol G -que ya han salido en Forbes o en los conciertos TinyDesk de la NPR de Washington- convertidos en nuevos representantes de Rolex para sus campañas globales de responsabilidad social.

Pero es muy curioso y contradictorio que la misma marca esté ligada a una comunidad superficial y ostentosa como la del hip-hop/reggaetón, caracterizada por la glorificación que hace de conductas cercanas a la criminalidad y, al mismo tiempo, dedique elevados presupuestos a, como dice su página web: “establecer alianzas con prestigiosas instituciones para mantener la música viva por todo el mundo mediante su apoyo a cantantes, directores de orquesta y músicos virtuosos”. Visto en perspectiva, podemos concluir que la plata negra que hacen los ostentosos y vacíos reggaetoneros, al ser gastada en Rolex, ayuda a que la compañía financie a esforzadas cantantes o jóvenes violinistas del Tercer Mundo.

Pensando en las menciones que Carlos León Moya y Daniel Yovera usaron para graficar la frivolidad de Dina Boluarte -esa costumbre tan peruana de reír para no llorar o reventar de la rabia-, pertenecientes a los ámbitos del rock en español y los boleros, me puse a buscar qué otras canciones hablan del tiempo y los relojes. Y noté que no hay muchas, salvo que nos entreguemos a las vulgaridades de Shakira o Bad Bunny, capaces de usar la contraposición Rolex/Casio para establecer humillantes comparaciones entre seres humanos. 

Pero sí recordé dos temas hermosos del cubano Pablo Milanés (1943-2022), Años (No me pidas, 1978) y El tiempo, el implacable, el que pasó (Pablo Milanés, 1976). O esas dos piezas fantásticas de rock progresivo inglés, ambas tituladas Time, una de The Alan Parsons Project (The turn of a friendly card, 1981) y la otra de Pink Floyd (The dark side of the moon, 1973). O aquella aguda parodia de Les Luthiers, incluida como última parte de su rutina La Tanda (Hacen muchas gracias de nada, 1979), en que se burlan de los relojes de lujo, con la marca ficticia Chaque heure pour la minorie (Cada hora para las minorías). Maravillas musicales para ponerle buena cara a estos tiempos oscuros.

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Pink Floyd, relojes, Rolex, Soda Stereo

[MIGRANTE DE PASO] Todo el estadio de River Plate estaba lleno. En la cancha sólo quedaba vacío lo que estaba atrás de unas torres de donde salían luces y sonidos. Todo fue impecable. Había encargados de darle agua a la gente porque hacía calor y era necesario evitar cualquier accidente por deshidratación. Nunca había ido solo a un concierto de esa magnitud y el de Roger Waters fue el primero. El ex miembro de Pink Floyd llenó el estadio por completo y el día anterior también lo había hecho. Quince minutos antes de comenzar se escucha la voz del cantante avisando que ya falta poco para comenzar. Pasado el cuarto de hora se apagan todas las luces, sale la banda y cuatro pantallas gigantes con visuales alucinantes que muestran una ciudad destruida anticipan el concierto.

Arrancó el concierto de su gira de despedida con “Comfortably Numb” y “The Wall”, dos de las canciones más conocidas del grupo inglés. Los efectos de sonido te sumergen en otro mundo. Por momentos sientes que están tocando desde atrás o que un helicóptero está pasando por encima. Justo antes de que comiencen las canciones se escucha, con las letras en la pantalla: “Si eres de los que les gusta Pink Floyd, pero no está de acuerdo con las ideas de Roger Waters se pueden ir a la mierda e irse a un bar”.

A mí me pareció gracioso, pero noté que la gente sí tenía como una especie de devoción ideológica que la verdad no es de mi agrado. No hay necesidad de creer que tu forma de pensar es la correcta y menos pretender que los que no comparten tu opinión se tienen que ir a la mierda. Últimamente en redes sociales la gente está escupiendo su opinión y odio por distintas noticias en el mundo. Como los atentados en la franja de Gaza o las elecciones de Argentina que ganó Javier Milei. He visto a personas de Perú poniendo cosas como “Arriba Argentina por liberarse de la izquierda”, cuando ni siquiera ha asumido el nuevo presidente y no se sabe qué va a pasar; y a otros que ponen “un abrazo para todos los argentinos en este momento crítico”, cuando el país está en situación crítica hace años y nadie le mandaba abrazos.

En el caso de Roger Waters, se generó polémica por sus declaraciones pro Palestina. Varios hoteles le negaron el hospedaje y durante el concierto se quejó abiertamente del hotel Four Seasons y mencionó al dueño con nombre y apellido. El día anterior, la DAIA, Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, hizo una solicitud para que se cancele el concierto. En Chile ahora también se están dando situaciones similares. Después de hablar del incidente con los hoteles mencionó que la diferencia entre él y el lobby israelí, con sus palabras, es que él cree en los derechos humanos y ellos no. Yo tampoco estoy de acuerdo con los ataques de Israel, me parecen repudiables. Pero es muy peligroso generalizar y confundir el Estado de Israel con los ciudadanos que viven ahí o con la religión judía. Roger Waters también generó controversia por echarle la culpa a Ucrania de la invasión que está sufriendo de parte de Rusia y, otra vez, en Berlín por usar un disfraz que glorificaba al nazismo.

El concierto continuó y se vio en las pantallas acompañado de un juego de luces asombroso. El trabajo de efectos y musical es de altísima calidad. Definitivamente de los mejores conciertos o shows, en general, que he ido en mi vida. Ya había ido antes en el 2018 en el Estadio Nacional de Lima y también fue alucinante. Durante el concierto, hay un momento en que retrocede temporalmente y toca canciones como si fueran una línea de tiempo. Toco muchas de Pink Floyd y varias de él como solista. En un momento recuerda a su amigo Syd Barret, también integrante de la banda. Cuenta cómo se conocieron desde niños y cómo, un día en el tren, después de un concierto en el que tocaron los Rolling Stones, se prometieron que cuando estuviesen en la universidad crearían una banda; el resto es historia. Tocó “Wish you were here” y “Shine on you crazy diamond” en honor a su amigo ya fallecido, muchos lo consideraban el cerebro detrás de Pink Floyd. Las canciones iban acompañadas de imágenes de los antiguos álbumes y fotos de ellos cuando eran jóvenes. Finaliza esta parte del concierto con un texto que dice “Cuando pierdes a alguien que amas, eso sirve para recordarte que esto no es un simulacro”, haciendo alusión al nombre de la gira “This is not a drill”.

Siguió tocando y una de las partes que me llamó más la atención fue cuando a través de comentarios en las pantallas cuenta sobre su primer ataque de nervios. Estaba en una cantina comiendo cuando comenzó a ver sus manos diminutas como si tuviera un largavista: “que me jodan, estoy teniendo un ataque de pánico”. Me sentí identificado. De hecho, pensé que si me daba algo así en ese momento no tendría cómo salir ni pedir ayuda. Había tanta gente que para escapar me hubiera tomado una hora.

La primera parte terminó y durante el interludio la gente comenzó a cantar fraseos en contra de Milei como: “El que no salta, votó por Milei” o “el que no salta, es militar”. El domingo pasado fueron las elecciones en Argentina y ganó el candidato de derecha con gran cantidad de votos de diferencia. Solo en la provincia de Buenos Aires y otra más ganó Massa.

La segunda parte comenzó con el icónico chancho volador que daba vueltas sobre la gente. Fue una noche increíble. Finalizó con la canción “Outside the wall” y se despidió del público desaforado ovacionándolo. Mas allá de ideologías, fue un show musical extraordinario y la gente estuvo a la altura. Todos cantando y vestidos con ropa de la emblemática banda. La semana que viene se presentará en Perú y se despide de los escenarios a sus 80 años.

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Pink Floyd, Roger Waters

La balada antibélica Us and them –con sus ecos crepusculares y grandilocuentes coros- es uno de los puntos más altos de un álbum que tiene, en sí mismo, una estatura más que elevada. La circular melodía es una composición que Wright había preparado como una de las contribuciones de Pink Floyd para la banda sonora del film de culto Zabriskie Point (1970) pero que fue rechazada por su director, el italiano Michelangelo Antonioni (1912-2007) porque la consideraba “hermosa pero muy triste, me hace pensar en la iglesia”, como alguna vez recordó Waters. La letra es un listado de dicotomías y conceptos antagónicos y/o relacionables entre sí –“nosotros y ellos”, “con y sin”, “arriba y abajo», “abajo y afuera”, “negro y azul”- para luego condenar la brutalidad de la guerra, un tema que lo obsesionó siempre -su padre había fallecido durante la Segunda Guerra Mundial- y que fue insumo para composiciones posteriores como algunos cortes de The Wall –In the flesh?, Bring the boys back home– o las canciones que dieron forma al disco The final cut (1983, el último que grabó con Pink Floyd). Waters usó el título de la canción para una de sus más recientes giras mundiales, que generó a su vez el documental Us + Them (2019). En este tema, como en Money, brilla el saxofonista Dick Parry, colaborador estable del grupo entre 1973 y 1977.

El álbum comienza y termina con el latido de un corazón (Speak to me), simbolizando el pulso vital y la fragilidad humana, además de dotarlo de un sentido de continuidad. Las voces que se escuchan al fondo, en diversos momentos, haciendo comentarios sobre la vida y la muerte, la locura y la agresividad, surgieron a partir de preguntas escritas en tarjetas por el mismo Waters -como se cuenta a detalle en el capítulo de la serie documental Classic Albums dedicado al disco (2003)- y tuvo también una serie de complementos audiovisuales para los conciertos, como el video de Money, esa ácida crítica contra el consumismo o la animación de relojes voladores para Time. El último tramo del disco, conformado por el instrumental Any colour you like y Brain damage/Eclipse -otra en la que destacan las coristas Lesley Duncan, Liza Strike, Barry St. John y Doris Troy-, condensan el mensaje principal de esta visita al lado oscuro de la luna que es, en realidad, el lado oscuro del alma, marcado por el inconformismo y la neurosis como resultado de comprobar que, en el fondo, todos lidiamos con un mundo cargado de desconfianza, ambición y soledad.

Autoritario y polémico como siempre, Roger Waters anunció a principios de este año que acababa de regrabar todo el álbum y nos conmina a olvidarnos de “esa tontería de que fue un trabajo grupal. Yo lo escribí. Claro, éramos una banda entonces pero el disco es mío”. Lo cierto es que, si bien la concepción de la idea es enteramente suya, así como las letras y la planificación de detalles, en las composiciones musicales hay participación muy fuerte de Gilmour, Wright y, en menor medida, Mason. De modo que lo dicho por Waters no es del todo exacto. En todo caso, quienes han escuchado la nueva versión -un par de periodistas y amigos del músico- han comentado que se trata de una interesante relectura.

Roger Waters y su extraordinaria banda tocaron, en su primera visita a Lima, The Dark Side of the Moon completo en el Estadio Monumental, con el guitarrista David Kilminster y el tecladista Jon Carin haciendo las voces de Gilmour y Wright, aquel inolvidable 12 de marzo del 2007. La noticia anunciada por Roger Waters no fue del agrado, desde luego, de Nick Mason y David Gilmour, los dos Pink Floyd restantes -Richard Wright falleció a los 65, el 2008- e incluso Polly Samson, esposa y manager de Gilmour, tuvo duras expresiones contra Roger Waters en sus redes sociales (quienes seguimos al grupo sabemos que estos enfrentamientos son más comunes de lo que podría pensarse).

En todo caso, un desinformado periodista británico llamado Stuart Maconie se encargó de lanzar una rama de olivo entre Gilmour y Waters, cuando este último respondió con furia al enterarse de que le atribuía declaraciones injuriosas sobre los solos que su compañero grabó para la versión original de 1973. “Para mí, los solos de David constituyen una colección de los mejores que se hayan grabado en la historia del rock. Así que Stuart, pequeño idiota, la próxima vez revisa bien lo que escribes antes de imprimirlo”.

A la vista de estas discusiones interminables, parece un sueño imposible que Roger Waters (79), David Gilmour (77) y Nick Mason (79) se sienten en torno a la misma mesa para celebrar, juntos, la tremenda obra maestra que perpetraron entre mayo de 1972 y febrero de 1973, aquellos nueve meses de intensas sesiones que terminaron siendo The Dark Side of the Moon, álbum certificado catorce veces con Disco de Platino solo en el Reino Unido y que ha permanecido en los rankings por más de 950 semanas. Como premio consuelo, nos queda escucharlo una y otra vez, como venimos haciéndolo desde hace cincuenta años.

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Música, Pink Floyd, The Dark Side of the Moon
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