#Rock

[Música Maestro] De los ochenta años que va a cumplir este miércoles 9 de abril, Steve Gadd ha dedicado setenta a la batería. Eso significa que ha pasado casi el 90% de su vida entre tambores, bombos, baquetas y platillos. A pesar de que su nombre no signifique nada para los oyentes promedio, es un hecho que han escuchado más de una vez sus intensos redobles, sutiles plumillas o rítmicos ataques en grabaciones de Paul Simon, James Taylor o Eric Clapton -quien también cumplió 80 esta semana-, tres de los grandes nombres que lo han llamado para trabajar en estudios y giras alrededor del mundo.

Como él mismo cuenta en su página web oficial https://drstevegadd.com/, un tío le regaló su primera batería a los 11 años y de inmediato se obsesionó con la percusión. Pasó por el club de Mickey Mouse, la banda de su escuela secundaria y no paró hasta colarse, siendo todavía un adolescente, en las tocadas nocturnas de astros del jazz como Dizzy Gillespie, Art Blakey u Oscar Peterson en un conocido club de Rochester, ciudad del norte de New York. Años después, cuando fue destacado al ejército, hizo gran parte de su servicio en la banda militar. Su padre, amante de la música, “lo llevaba a todos los conciertos de los artistas que más le gustaban”. Hoy los llevan a los estadios, pintarrajeados y transformándolos en agresivos fanáticos. Eran tiempos mejores.

En el pop-rock, la batería siempre es el último instrumento en mencionarse, a pesar de su importancia que, en muchos casos, puede llegar a equiparar o incluso superar la del tótem indiscutible del género, la guitarra eléctrica. En un concierto, sea de quien sea, cuando llega el momento de presentar a los músicos, escucharás el nombre del batero al final. Y en toda reseña periodística o listado de créditos impreso, la sección de percusión cierra el párrafo, con la batería en último lugar. No importa si es Ringo Starr, Phil Collins o el baterista de Taylor Swift- esta costumbre con más de sesenta años de antigüedad se mantiene inalterable, salvo excepciones.

En el jazz, en cambio, los bateristas líderes son más comunes de lo que uno podría imaginar. Desde Gene Krupa y Buddy Rich hasta Art Blakey, Max Roach y Elvin Jones, la tradición de virtuosos ejecutantes de batería que se ubican al frente es amplia. Estos icónicos bateristas han sido inspiración para varios rockeros que, entre las sombras, brillaban en canciones como, por ejemplo, Moby Dick (Led Zeppelin, LP II, 1969) o Tom Sawyer (Rush, LP Moving pictures, 1981). En esos temas, John Bonham y Neil Peart respectivamente, son absolutos protagonistas. Pero desde el fondo.

Esto es comprensible desde el punto de vista del espacio físico. Con los años, las baterías del pop-rock fueron incrementando su tamaño, añadiendo tambores de distintas dimensiones para ampliar su rango de notas. Desde los años setenta es común ver a instrumentistas que usan, además de la batería convencional, todo un arsenal de percusiones menores -campanas, bloques de madera, xilófonos-, sinfónicas -timbales, gongs-, electrónicas -equipos Simmons-, y pedaleras -doble bombo, hi-hats. 

Desde esa lógica, es más práctico para los bateristas estar detrás. Así disparan el ritmo desde una ubicación fija mientras los demás se desplazan a su antojo. También es lógico desde la construcción del ensamble sonoro, pues son los bateristas quienes, generalmente, marcan el inicio de cada canción con sus baquetas. Al provenir desde atrás, esa indicación alcanza a todos por igual. En géneros asociados al pop-rock como heavy metal o rock progresivo las baterías suelen ocupar muchísimo espacio. En otros, como el punk o el indie rock, son más comprimidas. Desde las gigantescas baterías de Terry Bozzio, con más de cien piezas hasta el simple kit de tres piezas de Stray Cats, las opciones son ilimitadas.Todas van atrás o, en los casos más minimalistas, al centro, salvo.contadas excepciones. En el jazz, esto es más variable.

Steve Gadd unió ambas influencias desde el principio de su carrera, integrándolas para desenvolverse con naturalidad en contextos de soul, jazz, fusión, blues, pop y rock. Gadd comparte esa versatilidad con otros bateristas de su generación como Jeff Porcaro, Simon Phillips, Steve Smith o Vinnie Colaiuta, capaces de tocar baterías básicas y complejas. Ningún baterista que se precie de ser profesional puede no conocer a Steve Gadd, salvo que se trate de un aprendiz, un músico bastante desinformado o un farsante.

Un par de ejemplos de canciones que, en su momento, fueron extremadamente populares, aunque actualmente ninguna radio local dedicada al rubro “retro” las programe, sirven para dejar en claro las habilidades por las cuales Steve Gadd es considerado uno de los mejores de todos los tiempos. En el disco Tug of war (1982), del ex Beatle Paul McCartney, el segundo sin los Wings, destacó el tema Take it away con Gadd haciendo de las suyas, a contramano de la melodía principal. Y en el tema Late in the evening, que abre el quinto LP en solitario de Paul Simon, One-trick pony (1980), el baterista hace gala de su dominio polirrítmico, armando una fiesta que tiene tanto de Cuba como de Mozambique.

Pero si hay una canción que genera consensos respecto de lo bueno que es Steve Gadd es Aja, tema-título del sexto disco de Steely Dan (1977). En la canción, descrita por sus compositores, Donald Fagen y Walter Brecker como “un viaje en el tiempo y el espacio”, el baterista realiza tres solos en perfecta clave de jazz fusión, que acompañan al saxo de Wayne Shorter (Miles Davis, Weather Report), en una colaboración catalogada como histórica por todos los expertos, uno de los hitos más importantes del cruce entre jazz y pop-rock en los setenta. Los redobles y resoluciones del final de esta suite de ocho minutos son épicos, una clase maestra en sí mismos, vertiginosos y emocionantes.

Los inicios formales de Steve Gadd, tras graduarse con honores de la prestigiosa Escuela de Música Eastman de su ciudad natal, se dieron junto a los hermanos Gap y Chuck Mangione (piano y trompeta, respectivamente), otros dos hijos predilectos de la escena musical de Rochester. De hecho, su primera grabación profesional fue en el cuarto álbum del pianista, titulado Diana in the autumn wind (1968), en el que destaca un medley de temas de Simon & Garfunkel incluidos en la banda sonora del clásico film The graduate, que protagonizaran ese mismo año Dustin Hoffman y Anne Bancroft. En aquella banda coincidió con su compañero de escuela, el bajista Tony Levin (Peter Gabriel, King Crimson), una amistad que se mantuvo a lo largo de sus exitosas carreras. Aquí podemos ver un video de ambos, muy jóvenes, tocando con Chuck Mangione, en el festival suizo de Montreaux, en 1972.

Paralelamente, Gadd fue forjando la potencia y control de su estilo en dos grupos de jazz, funk y fusión que hizo delirar al circuito de clubes en New York durante los setenta. El primero se llamó L’Image, junto a Tony Levin (bajo), David Spinozza (guitarra) y Warren Bernhardt (teclados). Para la segunda mitad de esa década, ya convertido en uno de los sesionistas más solicitados, se unió a Stuff, junto a Eric Gale y Cornell Dupree (guitarras), Richard Tee (teclados) y Gordon Edwards (bajo), director del combo. Stuff grabó cinco álbumes entre 1975 y 1980, hoy considerados de colección, así como sus residencias semanales en el legendario club de jazz Mikell’s, en la calle 97 del Uptown en Manhattan -cerrado desde 1991-, donde Gadd dejó su marca indeleble.

Entre 1973 y 1980, el neoyorquino tocó en cientos de sesiones –“cuando uno está joven, acepta todas las llamadas” le comentó en reciente entrevista al YouTuber Rick Beato-, adquiriendo experiencia y ganando respeto entre sus pares. Por el lado del jazz, fue uno de los bateristas principales del sello CTI Records, especializado fusión y smooth. Y por el lado del pop, canciones de alta rotación en radios norteamericanas como You make me feel like dancing (Leo Sayer, 1976), 50 ways to leave your lover (Paul Simon, 1975), Just the two of us (Grover Washington Jr., 1980) tienen su impredecible sonido. Gadd y sus compañeros de Stuff formaron la base instrumental de un himno de la música disco, The hustle, del pianista y productor Van McCoy (LP Disco boy, 1975).

Si algo le sobraba a Steve Gadd en esa época, era trabajo. El tecladista Chick Corea lo invitó en 1973 a unirse a su supergrupo Return To Forever, que se alistaba para lanzar su tercera placa discográfica, Hymn of the seventh galaxy. Gadd declinó de la oferta “para estar más cerca de su familia”. En años posteriores, se juntaron para grabar fantásticas composiciones en álbumes clásicos del prolífico pianista, como Night sprite (The Leprechaun, 1976), Humpty Dumpty (Mad Hatter, 1978), Samba song (Friends, 1978) o Love castle (My Spanish heart, 1976). 

Esta amistad musical se prolongó durante las siguientes décadas en producciones como el alucinante Three quartets (1981) o Chinese butterfly (2017), ya como The Chick Corea + Steve Gadd Band, que incluía a Carlitos del Puerto (bajo), Lionel Loueke (guitarras), Steven Wilson (saxos) y Luis Quintero (percusión). Con esta formación, ambos tocaron en Lima, en el auditorio del Pentagonito, el 27 de octubre del 2017. Gadd admiraba a Corea por su ética de trabajo y su pasión por componer siempre cosas nuevas para la batería. Por su parte, el pianista fallecido en el 2021 consideraba a Gadd como “el mejor baterista con quien le había tocado trabajar”. Aquí podemos verlos en acción, en el legendario Blue Note Jazz Club de New York.

Al Di Meola, otro de los integrantes de Return To Forever, también tuvo a Steve Gadd entre sus principales colaboradores cuando decidió iniciar su discografía como solista. En las canciones The wizard (Land of the midnight sun, 1976), Elegant gypsy suite, Flight over Rio (Elegant gypsy, 1977) y en los álbumes Casino (1978), Splendido Hotel (1980) y Electric rendezvous (1982), la batería de Gadd brilla y retumba, adaptándose al electrizante estilo del guitarrista. 

El 19 de septiembre de 1981, Steve Gadd entró de manera definitiva en la historia contemporánea de la música norteamericana, al formar parte de la banda que tocó con Simon & Garfunkel en el multitudinario concierto en el Central Park. Aquel reencuentro del famoso dúo de folk-rock, organizado para recaudar fondos que permitieran recuperar a esta enorme y emblemática zona de la ciudad que nunca duerme, reunió a casi medio millón de personas y fue, además, transmitido por la cadena televisiva HBO, convirtiéndose en uno de los eventos en vivo con mayor público. 

Durante los ochenta, además de continuar su intensa agenda de sesiones para grandes estrellas del pop y el jazz, Gadd fundó The Manhattan Jazz Quintet, banda de jazz fusión con la que produjo una decena de discos en estudio y en vivo. Asimismo, se mantuvo activo en el circuito rockero, saliendo de gira de manera constante con Paul Simon y Eric Clapton. Idolatrado por la comunidad mundial de bateristas, Steve Gadd encontró tiempo para comenzar a producir su propio material, armando proyectos como The Gadd Gang, con compañeros a quienes había conocido en su largo camino como el bajista Eddie Gómez, el saxofonista barítono Ronnie Cuber y el pianista Richard Tee.

Una de las particularidades del estilo desarrollado por Steve Gadd es su capacidad para hacer variaciones usando patrones básicos con las baquetas, una práctica que incluso lo ha llevado a escribir libros y grabar videos instructivos. Este conjunto de secretos y consejos para sonar más diverso y polirrítmico es conocido, entre los bateristas, como los “Gaddiments” -unión de su apellido “Gadd” con el término “rudiments” que significa, literalmente, “rudimentos”, aludiendo a la naturaleza elemental de esos redobles, que remiten a las bandas militares. La combinación de repiques con golpes de bombo en distintos lugares de cada compás genera la sensación de estar escuchando ritmos diferentes.

Los últimos veinticinco años han sido de enorme actividad musical para Steve Gadd, al margen de las modas y a salvo de incómodos protagonismos. Su experta batería fue utilizada por el guitarrista Eric Clapton para diversos lanzamientos blueseros como Riding with the king (2000) junto al legendario B. B. King o el tributo a Robert Johnson (2001). También fue parte de su banda en varias ediciones del Crossroads Guitar Festival, entre 2013 y 2019. Algunos años antes, en 1997, Steve Gadd y Eric Clapton integraron un supergrupo que completaban Joe Sample (telados), David Sanborn (saxo) y Marcus Miller (bajo). Una maravilla para el oído. En el 2015, Clapton incluyó a Gadd en la banda con la que celebró sus 70 años en el Royal Albert Hall de Londres.

En cuanto al jazz, Steve Gadd produce y lidera interesantes proyectos, siguiendo la tradición iniciada en los años dorados del bebop de sus admirados Art Blakey, Elvin Jones y Tony Williams. Por ejemplo, tenemos a The Gaddabouts, cuarteto de pop-jazz relajado, al estilo de Norah Jones, integrado por él en batería, Pino Palladino y Andy Fairweather-Low, dos experimentados músicos de sesión, en bajo y guitarra; y la vocalista Edie Brickell, recordada por el exitazo radial What I am, del primer LP de su grupo The New Bohemians, Shooting rubberbands at the stars (1988). Sus dos álbumes, The Gaddabouts (2011) y Look out now (2012) recibieron muy buenos comentarios de la crítica especializada.

El 2009 vio la reunión, después de casi cuatro décadas, con sus compañeros de L’Image -Tony Levin, Mike Mainieri, Warren Bernhardt y Dave Spinozza, para conciertos en Estados Unidos, Europa y Japón. Al año siguiente, apareció el disco en vivo Steve Gadd & Friends Live at The Voce, una exhibición de elegante jazz de salón con toques de funk y fusión, en el que destaca su gran amigo Ronnie Cuber, tristemente fallecido en el 2022, en el saxo barítono. Y, en paralelo, tenemos a The Steve Gadd Band, con álbumes como Gadditude (2013), 70 strong (2015), Way back home (2016) o Steve Gadd Band (2018), que recibió el Grammy a Mejor Álbum de Jazz Contemporáneo.

No conforme con todo ello, Steve Gadd disfruta compartir todos sus conocimientos a través de clínicas musicales. Bajo el nombre de Mission From Gadd -jugando con el parecido fonético entre “Gadd” y “God”-, el baterista retornó a la escena del masterclass con una breve gira por doce ciudades de Estados Unidos. Sin querer queriendo, estas sesiones ante alumnos y fanáticos de la batería se extendieron hasta el 2010, con fechas en Canadá e incluso Europa. En el 2005 recibió un doctorado honorífico del prestigioso Berklee College of Music de Boston.

Steve Gadd sigue trabajando, ya sea con su nuevo trío -junto a Michael Blicher (saxo) y Dan Hemmer (piano, teclados)-, presentando su biografía A life in time, escrita por el educador y baterista Joe Bergamini (Hudson Music, 2023) o ensayando con su gran amigo Paul Simon, para la gira A quiet celebration tour. A pocos días de cumplir 80 años, es toda una leyenda en permanente actividad.

 

Tags:

#Rock, Batería, Jazz, Steely Dan, Steve Gadd

[Música Maestro]  Q.E.P.D.: Paul Flores (38), vocalista emblemático de la orquesta piurana Armonía 10, no merecía morir de esa manera. La cínica dejadez del Estado nos deja a merced de asesinos a sueldo sin control. Las masas de fans de este popular género lloran y ese cinismo continúa. De nada sirven los posts del Ministerio de Cultura con crespón. Todo sigue igual. Absoluta solidaridad con la familia, los compañeros de grupo y colegas del submundo de la cumbia, amigos y verdaderos fans. 

En la última semana nos enteramos de la cancelación de dos conciertos de rock que prometían. Por un lado, la segunda visita del quinteto de hard-rock The Cult y por el otro, el estreno en Lima de The Damned, legendaria banda pionera del punk, que iban a ser el 6 y 11 de marzo, respectivamente. Las tocadas de estos dos grupos británicos generaron auténtica expectativa en sus correspondientes comunidades de seguidores. Sin embargo, no ocurrieron. ¿La razón? Por lo que se viene comentando en desilusionados círculos de melómanos rockeros en Facebook y otras redes, habría sido -en ambos casos- la insuficiente venta de entradas.

Al enterarme de esto comencé a pensar -no por primera vez, por cierto- que, así lo declare a los cuatro vientos el nombre de un sobre publicitado festival, el Perú de hoy no vive por el rock. Si en este momento anunciaran una fecha, en el Estadio Nacional, de “Speed”, el estúpido YouTuber que paralizó la ciudad hace unos meses y hasta se abrazó, sobaquiento y bullanguero, con nuestro no figuretti burgomaestre -no imagino muy bien para hacer qué, más allá de sus volantines y sus ladridos- se llenaría antes de la media hora. Lo mismo pasaría si Shakira publicitara un concierto la próxima semana, a nueve meses del que será en noviembre, ya vendido y agotado pues es reprogramación del que fue cancelado en febrero por sus problemas estomacales. Nuevos miles de «concert-goers» reventarían sus tarjetas de crédito, sin importar que ambos espectáculos se dieran uno detrás del otro.

Y es que la pobre venta de tickets para The Cult y The Damned no tiene, necesariamente, una relación directa con los costos -en ambos casos no muy altos y en locales más bien pequeños- sino con la profunda incultura musical de nuestros públicos que, cada cierto tiempo, se encargan de demostrarnos cuáles son sus preferencias en lo que a espectáculos musicales se refiere. Hace ya algunos años -siempre recuerdo este caso y lo pongo como ejemplo- visitó Lima una figura legendaria del hard-rock y el heavy metal, un músico alemán que fue, durante años, considerado el sucesor de Jimi Hendrix, nada menos. Me refiero a Uli Jon Roth (70), primera guitarra original de Scorpions, grupo del que se desmarcó en el año 1978 para iniciar una influyente y prolífica discografía personal con la que llenó -y sigue llenando- teatros y estadios en Europa, Estados Unidos, Australia y Japón.

Pues bien, Uli Jon Roth, la leyenda, fue programado para tocar el 25 de septiembre del 2018 en La Noche de Barranco -uno de los lugares más pequeños de Lima dedicados a conciertos- y apenas atrajo a 250 personas, de las cuales 50 deben haber entrado sin pagar (prensa, organizadores, amigos de organizadores). El artista lo dio todo en una velada inolvidable para quienes supimos apreciar no solo su talento sino también su respeto por el público, pues bien podría haberse puesto en “plan-divo” y negarse a tocar para una audiencia tan magra. Pero tampoco olvido la sensación de vergüenza ajena al pensar en cuál habrá sido su reacción más íntima al ver cómo su nombre, respetado en todo el universo rockero, acá pasó totalmente desapercibido hasta para los rockeros. Sin embargo, el astro de las guitarras Sky y las eternas bandanas de colores decidió no cancelar y, ante casi nadie, la rompió.

La historia de los conciertos de rock cancelados en el Perú comenzó en los años setenta, con uno de los hechos más alucinantes -por lo cosmopolita, por lo juvenil- ocurridos durante el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1910-1977). Dos meses después de cumplirse el tercer año de la instauración de ese régimen, arribaron al aeropuerto Jorge Chávez, el 8 de diciembre de 1971, Carlos Santana y su increíble banda de latin-rock, triunfadora absoluta en el Festival de Woodstock, integrada por los percusionistas Michael Carabello y José “Chepito” Arias, el bajista David Brown, el baterista Michael Shrieve, el tecladista y cantante Gregg Rolie y el prodigioso guitarrista Neal Schon, entonces de 17 años -los dos últimos fundarían, un par de años después, Journey. 

La gestión para tan célebre visita había sido de los hermanos Jorge y Peter Koechlin, en especial de este último quien, en tiempos sin correos electrónicos ni redes sociales, consiguió lo imposible -con ayuda logística de un viejo conocido de nosotros, periodistas, Guillermo Thorndike (1940-2009)-, contactarse por teléfono con los managers del genial guitarrista mexicano y pactaron que Lima fuera la primera ciudad de su primera gira por Latinoamérica. Iba a ser un hecho histórico del que hasta ahora se hablaría en las revistas especializadas. Pero se frustró. Y no por falta de público pues, en las semanas entre el anuncio y la llegada del grupo, se habían vendido más de 30 mil entradas. 

La tocada de Santana -quien para ese año tenía ya tres discos en el mercado, el ABC de su sonido clásico, Santana (1969), Abraxas (1970) y Santana III (1971)- estaba programada para el 10 de diciembre y el local escogido, después de muchas cavilaciones, fue el Estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Precisamente, un grupo de atolondrados alumnos sanmarquinos, reunidos en una federación que se suponía era de izquierda, llevó al extremo su desacuerdo con lo que ellos consideraban un espectáculo “extranjerizante” y, a pesar de que las instancias municipales y políticas del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas ya habían dado todos los permisos, se opusieron y hasta amenazaron con acciones violentas y de sabotaje para impedir el concierto. 

Ante la posibilidad de que el asunto pasara a mayores, el Ministerio del Interior de la época, con Pedro Richter Prada (1921-2017) al frente, ordenó la cancelación del show y la deportación de Santana y su combo, en medio de acusaciones de consumo de drogas, reacciones que atentaban contra la tranquilidad pública y hasta “actos contra la moral”. Santana, una estrella joven en ese momento, fue desaforado del Perú y ni cuenta se dio. En 1995, casi un cuarto de siglo después saldó esa cuenta pendiente con un sensacional concierto realizado en el Estadio Nacional de Lima ante más de 25 mil personas –“Mejor tarde que nunca” fue lo primero que dijo, en relación a aquella cancelación. Acompañado de Perú Negro y con una banda de lujo, Santana hizo volar durante hora y media al público, entre los que seguro había muchos de los que, 24 años antes, habían comprado su entrada- con sus ritmos latinos y efervescente guitarra. 

Entre 1991 y 1992 el anuncio de dos megaconciertos en Lima alborotó a todos, desde melómanos empedernidos hasta periodistas, gente de la farándula y radioescuchas comunes y corrientes. Hasta ese momento, las visitas de pop-rock más importantes habían sido de los grandes grupos de Argentina, España, México y Chile, sin mencionar por supuesto a los grandes intérpretes de baladas, salsa, merengue y boleros que sí iban y venían de nuestro país como algo normal, para presentarse ya sea en el circuito regular de teatros/coliseos de Lima y algunas otras ciudades como Arequipa, Cusco o Trujillo; o en El Gran Estelar de la desaparecida Feria del Hogar. Eso sin mencionar la extraña e inolvidable visita del cuarteto francés Indochine, que hizo cuatro conciertos multitudinarios en el Coliseo Amauta, entre abril y mayo de 1988. 

Por un lado, Michael Jackson incluyó a Lima en el tramo sudamericano de su segunda gira oficial, para promocionar el álbum Dangerous (1991), que incluía sus éxitos Black or white y Heal the world, de intensa rotación en radios y programas de videoclips. Y, por el otro, se publicitó la llegada del quinteto de hard-rock y glam metal Bon Jovi, que llegaban en medio del éxito de su quinta placa Keep the faith, propulsado por la power ballad Bed of roses y la amplia popularidad que tuvieron sus dos discos anteriores, Slippery when wet (1986) y New Jersey (1988). Es decir, dos de los más grandes artistas de música popular, en plena vigencia, iban a tocar en Lima. En contexto, estas noticias tuvieron la categoría de extravagantes marcianadas, como si mañana se dijera que Shakira nació hombre. 

Ambos se cancelaron a pocos días de realizarse, entre octubre y noviembre de 1993, con entradas vendidas y todo. Aunque las leyendas urbanas que circularon desde entonces señalaban como razones asuntos relacionados a la seguridad -en esos años Sendero Luminoso y el MRTA aun operaban y veníamos saliendo del autogolpe del primer fujimorato-, lo cierto es que eso solo tuvo que ver con los intérpretes de Livin’ on a prayer y Always, quienes se negaron a tocar porque sentían pocas garantías. Como Santana, Bon Jovi se reivindicó en dos ocasiones, los años 2010 y 2019, aunque ya sin voz ni su formación original. En el caso del fallecido “Rey del Pop”, los motivos por las cuales no llegó a pisar suelo limeño fueron su frágil salud. Aunque aquella gira mundial fue extremadamente exitosa, Jackson no solo canceló Lima sino también Chile, México y otras, por múltiples problemas físicos. Además, fue justo en esos años que comenzaron a propalarse serias acusaciones de abuso infantil en su contra.

Poco antes, se produjo otra recordada cancelación, esta vez de varias bandas locales programadas para tocar en el recordado auditorio cerrado de la Feria del Hogar, el más chico. Era 1988 y, por primera vez, los organizadores de este campo ferial que se abría durante la temporada de Fiestas Patrias en San Miguel, en el espacio que hoy ocupa un enorme centro comercial del grupo Falabella -Tottus, Sodimac-, dieron cabida a una selección abierta de grupos del circuito subterráneo, desde metaleros como Orgus y Almas Inmortales hasta punks como Q.E.P.D. Carreño o Eructo Maldonado. Un incidente durante la presentación de Voz Propia, barones del post-punk local, motivó que el resto de las fechas dedicadas a la movida “subte” fueran canceladas -entre ellas, si mal no recuerdo, las de Eutanasia y Daniel F.-, a pesar de la tremenda convocatoria que generaron en este espacio tradicionalmente reservado para bandas más comerciales como Río, Frágil, Danai o Dudó. 

En todos estos ejemplos -hay muchos otros, desde luego-, circunscritos al ámbito del pop-rock, el común denominador es que, aun habiendo gente que habría hecho hasta lo imposible por comprar sus entradas y asistir a esos conciertos, tuvieron que cancelarse -por malentendidos políticos, por seguridad, por cuestiones médicas- pero nunca por bajas convocatorias. Debemos recordar que, tanto en 1971 como en 1991, los conciertos de rock en Perú eran algo que no existía. Tanto en tiempos de Velasco como de Fujimori, pensar en que nuestra ciudad fuera capaz de entrar al mapa de giras de los artistas más importantes del mundo anglosajón clasificaba como sueño de opio, delirio de borrachera, fantasía irrealizable. Porque vivíamos o en un gobierno militar peleado con el imperialismo yanqui o en un terreno baldío que acababa de salir de la mega crisis del primer alanato y aun no dejaba de sufrir atentados de sectas violentistas que querían desbaratarlo todo. 

En el periodo comprendido entre 2020 y 2022 hubo una avalancha de cancelaciones, por el COVID-19. Desde Andrés Calamaro hasta Pat Metheny, desde Tokio Hotel hasta Guns N’ Roses, todos se quedaron en ascuas, artistas y públicos, una situación global de la que nadie pudo escapar. Y, en todas esas cancelaciones, tampoco tuvo nada que ver el factor “baja convocatoria”. Lima, en el siglo XXI, es ya una ciudad de conciertos como cualquier otra, somos parada fija para los más pintados, del pasado y del presente. A diferencia de 1989, en que un concierto de U2 era inimaginable en nuestra capital, hoy no nos extrañaría que nos caigan, en escalera, cinco de las diez estrellas pop más famosas del momento, con toda la logística y parafernalia asociada a los grandes espectáculos. 

Las cancelaciones de The Damned y The Cult tienen que ver con otra cosa, una situación que casi nadie explora. A pesar de que en esta época existen masas para todo, la agresividad de la ignorancia y la poca capacidad de apreciación en las grandes muchedumbres consumidoras de conciertos, define si una visita es rentable o no. Puede que sea un asunto global. Después de todo, los Hablando Huevadas y su espectáculo de barriada llenaron de peruanos el Madison Square Garden, pero cuando uno ve que artistas como Phish o Billy Joel llenan el mismo escenario todos los meses, uno piensa “bueno, acá todavía podemos hablar de balance, de existencia de opciones”. En nuestro país eso no pasa.

En el Perú de hoy un espectáculo de calidad, si no es lo suficientemente cool o muy popular, desaparece de inmediato de todos los radares y, simplemente, fracasa. Si bien es cierto artistas de innegable prestigio como Paul McCartney, Lenny Kravitz o System of a Down son capaces de agotar entradas con mucha anticipación, por la suma de fans verdaderos y asistentes ocasionales que no se quieren perder ningún evento grande para llenar sus redes sociales de fotos, también es cierto que más expectativa causan los conciertos de El Grupo 5 o Agua Marina que los de grupos como The Damned o The Cult. Porque son alternativas que nadie conoce. O que nadie quiere conocer. Se acabó la curiosidad en este país donde todos se arriman a lo seguro, a aquello que te ponga en línea con todo lo que esté más de moda.  

Tags:

#Rock, Conciertos cancelados, Cultura de masas, Pop, Público peruano, The Cult, The Damned

[Música Maestro] David Bowie, una de las figuras más importantes de la cultura rockera a lo largo de sus seis décadas de existencia, falleció el 10 de enero del 2016, dos días después de cumplir 69 años y de haber lanzado su vigésimo quinto álbum en estudio, el sorprendente y agónico Blackstar, el penúltimo si consideramos Toy (2021), disco póstumo que contiene regrabaciones de singles y lados B del periodo 1964-1971, hechas en el año 2000 por Bowie y su última banda, integrada por Earl Slick, Mark Plati, Gerry Leonard (guitarras), Gail Ann Dorsey (bajo, coros), Mike Garson (teclados) y Sterling Campbell (batería). Este 2025 habría cumplido, el pasado jueves 8, 78.

Apenas se supo de su fallecimiento, se produjeron diversas manifestaciones públicas en Londres y otras ciudades del mundo, que demostraron el cariño que había inspirado el Duque Blanco entre sus fanáticos en vida, y el pesar que produjo su muerte. Algunas fueron espontáneas y sorprendentes, como aquella en la que miles de personas se juntaron en Piccadilly Circus, el corazón turístico de la capital de Inglaterra, para cantar uno de sus clásicos, Starman, single principal de su cuarto álbum, el brillante The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars (1972).

Asimismo, durante las semanas posteriores al deceso del artista, cientos de bandas alrededor del planeta interpretaron en sus conciertos alguna de sus canciones, en señal de respeto y despedida a la influyente figura de uno de los animadores definitivos de la escena británica del rock clásico, iniciador de tendencias que abarcaban tanto aspectos musicales como de imagen y actitud hacia los medios, que quedaban sorprendidos por sus constantes innovaciones y propuestas estéticas. Uno de los clips que más circularon por Facebook en esa época fue el de The Flaming Lips tocando Space oddity –que ellos mismos había versionado-, a teatro lleno y con una fiesta globos, en EE.UU.

Pero ningún tributo había hecho completa justicia al legado musical y artístico del camaleónico e hiperactivo cantante, actor, productor y multi-instrumentista británico hasta el lanzamiento, en febrero del 2016, de la gira mundial Celebrating David Bowie (CdB), un proyecto musical que se encargó de continuar con aquello que el creador de joyas musicales como Hunky dory (1971), Station to station (1976), Low (1977), Let’s dance (1983) o Heathen (2002), disfrutaba más en la vida: hacer conciertos, electrizar al público con esa combinación genial de vaudeville, rock’n roll, circo, moda, glamour, rock progresivo, soul y pop electroacústico que desplegó durante su larga trayectoria.

Una banda de músicos de primera, organizada por el experimentado productor, guitarrista y cantante Angelo “Scrote” Bundini, viene dándole la vuelta al mundo desde entonces con un repertorio que cubre la etapa clásica de la discografía de Bowie (1970-1984), al que añaden una que otra de las canciones que produjo en décadas posteriores. Este concierto-homenaje, que llegó a Lima el 25 de octubre del 2018 para presentarse en el Teatro Municipal, es lo más cercano a lo que habría sido ver al fallecido cantante en vivo, gracias a la interpretación prolijamente excelente de este ensamble que reúne a artistas de diversas procedencias unidos por un tema común: su admiración o cercanía al homenajeado.

Por ejemplo, en aquella ocasión tuvimos entre nosotros a Angelo Moore, vocalista de Fishbone, ecléctica banda californiana de funk-rock de los ochenta y noventa, a quien Bowie alguna vez calificara como «el mejor cantante del mundo». O al talentoso e innovador guitarrista Adrian Belew, quien fuera director musical de la banda de Bowie en 1990, luego de haber trabajado para Frank Zappa y Talking Heads, además de ser en ese mismo año miembro estable y fundamental de los titanes progresivos King Crimson. Belew, uno de los guitarristas más inquietos y ocupados de los últimos 45 años, acaba de concluir una exitosa gira con otros tres virtuosos colegas, Steve Vai, Tony Levin y Danny Carey, interpretando precisamente el material que coescribió con Robert Fripp durante el periodo 1981-1983 del Rey Carmesí.

Pero además de estos tres pesos pesados, la banda que tocó en Lima incluyó a otros músicos extremadamente buenos como el australiano Paul Dempsey (voz, teclados, guitarra acústica), líder del grupo noventero Something For Kate; su compañero «House» (bajo); el versátil Ron Dziubla (saxo, teclados), de permanente presencia en discos y conciertos del guitarrista de blues Joe Bonamassa; y el californiano Michael Urbano (batería), conocido por ser integrante de los exitosos Smash Mouth y Sheryl Crow. Este virtuoso septeto hizo vibrar al público con inolvidables canciones del universo Bowie.

Las graderías, palcos y plateas semivacías de nuestro hermoso Teatro Municipal absorbieron las descargas brillantes de glam-rock y energía desplegadas por CdB durante más de dos horas, en uno de los mejores conciertos de esa temporada 2018. Un espectáculo como este, elogiado con enorme entusiasmo por las secciones culturales de medios prestigiosos de EE.UU. y Europa como The New York Times o The Guardian, y revistas especializadas como Uncut y Classic Rock Magazine, fue placer de minorías en esta ciudad entregada al mierdoso reggaetón, el simplón y tonero latin-pop o la idiotizante cumbia de chaveta y pico roto de botella. 

Presentaciones a casa llena en Chile, Uruguay, Brasil y Argentina nos dejaron mal parados ante artistas de alto nivel, una de las tantas demostraciones de que Lima no da la talla como plaza para acontecimientos culturales y espectáculos de primera, ni siquiera aquellos asociados a las estrellas de rock más importantes de todos los tiempos, como David Bowie. Un mes antes, ese mismo año, el extraordinario guitarrista alemán Uli Jon Roth, fundador de Scorpions, que hasta el 2024 ha llenado cuanto teatro y festival en el que participa, solo fue capaz de convocar a 150 personas en La Noche de Barranco. Una vergüenza.

Pero, en la tocada de Celebrating David Bowie de aquel octubre del 2018, en tiempos en que Keiko Fujimori era llevada presa y Martín Vizcarra gobernaba con mayoritario apoyo popular por enfrentarse a los grupos de poder político y económico, estuvimos quienes teníamos que estar: fans de Bowie de todas las edades que saltaron, cantaron y bailaron cada tema con emoción y entrega. Algo que Belew, Bundini, Moore, Dempsey, House, Dziubla y Urbano seguro supieron apreciar.

Solo dos detalles afearon aquella velada: el sonido no tuvo una buena noche, por momentos no se escuchaban las voces y algunos pasajes de saxo, guitarra y teclados pasaron desapercibidos. Y el otro: hay conciertos que no requieren de teloneros, y este fue uno de ellos. Sin desmerecer el esfuerzo de Toño Jáuregui de Libido, lo suyo no tuvo nada que ver con la tremenda oleada de musicalidad y virtuosismo que vimos y escuchamos después. Mucha distancia entre ambos. Abismal.

Angelo Moore resultó ser un personaje lleno de sorpresas, dispuesto a robarse los reflectores. Exultante y desinhibido, Moore comenzó el show antes de la hora pactada, saludando al público que iba ingresando al teatro, derramando carisma. Sobre escena, se ocupó de personificar, a su estilo recargado, casi como un drag-queen, algunos de los emblemáticos atuendos y peinados que usó Bowie en sus años de gloria, dándose volantines y mezclándose entre el público, a quienes les acercaba el micrófono para que colaboren en los coros. 

Al fondo, la base rítmica de House y Michael Urbano mostró solidez y precisión a lo largo del concierto, y alcanzó momentos realmente fantásticos, sobre todo en los temas más funky del catálogo bowiesco como Sound and vision (Low, 1977), Ashes to ashes (Scary Monsters, 1980) o Golden years (Station to station, 1976).

Mientras tanto el saxofonista Ron Dziubla se lució en cada una de sus intervenciones, especialmente con sus solos en los exitazos radiales Blue jean (Tonight, 1984) y Modern love (Let’s dance, 1984), que generaron locura en los pasillos del local. Por su parte, Paul Dempsey colocó sus acordes redondos y prístinos de guitarra acústica con suma elegancia en canciones como Life on Mars? (Hunky dory, 1971), Space oddity (David Bowie, 1969), Quicksand (Hunky dory, 1971) o Five years (The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars, 1972), además de ejecutar una performance perfecta.

En cuanto a la pareja de guitarristas, Angelo “Scrote” Bundini y Adrian Belew, mientras el primero se mostró cumplidor y correcto con riffs y solos estrictamente bien colocados, el segundo exhibió su conocido talento para la experimentación con ese manejo tan particular que tiene de la guitarra eléctrica, arrancándole sonidos brutalmente impredecibles, que parecen sacados de otra galaxia, aunque bastante contenidos para nuestro gusto, ya que su rango de acción es muchísimo más amplio y durante la primera parte del concierto entraba y salía permanentemente de escena.

Belew, a pesar de ser el nombre más importante del cartel en la versión de Celebrating David Bowie que visitó nuestro país -y que ha contado, en sus fechas en los EE.UU. y Europa, con invitados notables como Todd Rundgren, Sting, Gail Ann Dorsey, entre otros-, cumplió con sus apariciones con suma sencillez, casi con perfil bajo. Pero sacudió el teatro cuando le tocó lanzar esas estrambóticas descargas de electricidad como en Stay (Station to station, 1976) o el mix DJ/Boys keep swinging (Lodger, 1979), en cuya grabación original participó, habilidades que conquistaron a Bowie cuando lo conoció allá por 1978, y prácticamente lo sacó a hurtadillas de la banda de Frank Zappa, donde cumplía contrato de un año.

Tanto Adrian Belew como Angelo “Scrote” Bundini, Paul Dempsey y Angelo Moore son excelentes cantantes y se repartieron funciones vocales según la canción interpretada. Mención aparte para la emocionante armonía que construyeron en Space oddity, que hizo recordar a la que hacía Belew con el mismo Bowie, durante el alucinante Sound+Vision Tour de hace 35 años, en la que fue guitarrista y director musical en más de 100 conciertos, con los que inclusive llegaron a Sudamérica. 

Para el cierre de aquella fantástica noche en el Municipal de Lima, los CdB tocaron dos temas que definen no solo la obra de David Bowie sino toda una época del rock, una que lamentablemente no volverá: All the young dudes (que Bowie regalara en 1972 a sus amigos Ian Hunter y Mott The Hoople, para que se hagan famosos) y “Heroes” (“Heroes”, 1977), que los peruanos de bien dedicaron, en esa misma semana, al fiscal José Domingo Pérez y al juez Richard Concepción Carhuancho, quienes pudieron convertirse en héroes, aunque sea solo por un día.

El setlist incluyó siete de las once canciones de The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars, legendario cuarto disco de David Bowie, lanzado originalmente en 1972, hasta ahora considerado el punto culminante de su primera época: Five years, Soul love, Suffragette city (con Angelo Moore en estado de posesión demoniaca), Rock’n roll suicide, Moonage daydream, Starman y por supuesto, Ziggy Stardust, himno y carta de presentación del alter ego más famoso de la historia del rock, un ídolo de peinado rojo y «ese culo dotado por Dios» que conquistó la Tierra desde el espacio exterior con una guitarra y una banda, las Arañas de Marte, integrada por Mick Ronson (guitarras), Trevor Bolder (bajo) y Woody Woodmansey (batería).

Precisamente, el título de uno de esos clásicos fue usado para el más reciente documental dedicado a David Bowie, de revisión obligada para recordarlo en estos días. Moonage daydream (Brett Morgen, HBO Original, 2022) ofrece un viaje psicodélico por la carrera del músico, a través de imágenes nunca vistas en concierto, extractos de entrevistas y contextos de sus inicios, sus años en Berlín, sus permanentes reinvenciones y renacimientos. Desde Ziggy Stardust hasta Tin Machine, el espectador logra conectarse con este artista que tenía tanto de Marcel Marceau como de Oscar Wilde y dejó un legado rico en simbolismos usando el poder de rock como principal arma y vehículo expresivo. El film, estrenado en la edición 75 del Festival de Cannes, es considerado como uno de los mejores documentales sobre una estrella de rock.

Desde su primera aparición, un mes después de la muerte de David Bowie, CdB ha realizado diversas presentaciones en todo el mundo. La última de sus giras fue el año 2022 con invitados especiales como la vocalista Lisa Loeb, el baterista Ryan Brown (Zappa Plays Zappa) y músicos que han trabajado ampliamente con Bowie como el tecladista Mike Garson o el bajista Carmine Rojas. Para este 2025, CdB está anunciando nuevas fechas con la participación del cantante de la legendaria banda británica de goth-rock y post-punk Bauhaus, Peter Murphy. 

Aquella noche del 25 de octubre del 2018 fue inolvidable para los amantes del buen rock and roll, que llegó a Lima gracias al esfuerzo de la productora Lima Live Sessions, que se dedicó mientras pudo a traer actos de enorme calidad -Uli Jon Roth, Magma, The Flower Kings, los Stick Men de Tony Levin, fueron solo algunos-, aunque no hayan atraído a las masas de público que merecían sus talentos y trayectorias, para balancear la predecible agenda de visitas de artistas que podrán estar muy de moda pero jamás alcanzarán la trascendencia artística de David Bowie.

 

Tags:

#Rock, CdB, Conciertos en Lima, David Bowie, Rck clásico, Rock de los 70

[Música Maestro] A pesar de la importancia que tiene la batería, como instrumento, en cualquier estilo derivado del pop-rock y del jazz, son muy raras las ocasiones en que sus ejecutantes ocupan el centro de la noticia. Esto ocurre tanto en el cerrado microcosmos de medios especializados en música popular como en el universo amplio de la información cotidiana, en que esa invisibilidad es aun mayor, una regla que solo se quiebra cuando, lamentablemente, algún músico importante fallece. 

Por ejemplo, hace apenas tres años, Charlie Watts (1941-2021) fue titular en las secciones culturales y de espectáculos de casi todos los periódicos y noticieros del mundo. Pero claro, se trataba del integrante de una banda de rock conocida hasta por el más impresentable de los reggaetoneros. Y, aun así, no podríamos decir que fuera masivamente cubierto como hecho noticioso, si lo comparamos, por ejemplo, con las barrabasadas de Shakira, Christian Cueva o Puff Daddy. Quizás cuando, triste e inevitablemente, el ex Beatle Ringo Starr (84) fallezca pase, a nivel de medios de comunicación, algo similar a lo que vimos tras la muerte del sobrio y elegante baterista de los Rolling Stones.

Sin embargo, la semana pasada sucedió algo atípico. La comunidad metalera recibió una noticia que la mantendrá hablando del tema durante meses, aun cuando no tenga que ver -en buena hora- con el fallecimiento de uno de sus soldados. Nicko McBrain, baterista de Iron Maiden, emblemática banda que lideró a comienzos de los ochenta la New Wave Of British Heavy Metal y que es, además, uno de los grupos más queridos y exitosos entre oyentes de todos los géneros del rock por su consistencia, influencia y carisma, anunció su retiro después de pasar 42 años de su vida detrás de esos tambores con los que estremeció a multitudes que lo vieron a nivel mundial. Y lo hizo por todo lo alto, tocando ante más de cuarenta mil fanáticos de la Doncella de Hierro en Sao Paulo, Brasil, el 7 de diciembre pasado.

Los expertos en Iron Maiden lo saben. McBrain, el segundo de los dos bateristas oficiales que ha tenido la banda en su larga historia y el tercer integrante con más tiempo dentro, después de Steve Harris (68) y Dave Murray (67)- se convirtió en el alma del grupo. Si Harris es el cerebro y comandante en jefe, Bruce Dickinson (66), el piloto de la nave -literalmente hablando- y Dave Murray, Adrian Smith (67) y Janick Gers (67), los incansables guerreros de primera línea, McBrain puso la sensibilidad y la contundencia desde el fondo, la base sobre la cual todo comenzaba a levantarse hasta alturas insospechadas de energía pura en cada interpretación, desde el brillante periodo comprendido entre Peace of mind (1983) y Fear of the dark (1992); la difícil transición de 1995-1999, con Dickinson fuera del cuadro; y el renacimiento de la banda, ya como sexteto, que se dio a partir del décimo segundo álbum, el sorprendente Brave new world (2000) hasta el denso y algo repetitivo Senjutsu (2021). 

Y en concierto, ni qué decir. Desde que se sentó, a fines de 1982, en la batería de Iron Maiden, que ya tenía tres poderosos álbumes en el mercado en ese entonces y una fanaticada que crecía por el mundo entero sin publicidad alguna, para reemplazar a Clive Burr (1957-2013), McBrain convenció a los hinchas del quinteto con su soltura y extravagancia, esa mirada de zorro viejo y su capacidad para darle combustible, en presentaciones cada vez más largas, al grupo desde su enorme batería de un solo bombo y decenas de tambores. Tocando siempre con la boca abierta y, desde los dos miles, descalzo, McBrain era una fuerza de la naturaleza y parecía imparable.

Parecía imparable hasta inicios del año 2023, en que sufrió un derrame cerebral que dejó paralizado el lado derecho de su cuerpo, desde el hombro hacia abajo. Como cuenta en este video, el dinámico baterista ingresó por sus propios pies a una clínica y, tras las pruebas de rigor, comenzó un exigente proceso de rehabilitación física que duró aproximadamente tres meses. Gracias a su convicción y al apoyo del personal médico, logró no solo recuperar la movilidad de brazo y mano derecha, sino que se puso a tono para salir con sus compañeros, en lo que se llamó The Future Past World Tour, ochenta shows entre mayo de 2023 y diciembre de 2024. Precisamente, el último concierto de esta larga gira mundial fue aprovechado por la banda para anunciar el retiro de Nicko McBrain, que se despidió vitoreado y celebrado por una multitud agradecida por tantas décadas de buena música y harta bulla.

A lo largo de la historia del rock, ha habido varios casos de bateristas que, debido a la exigencia física de su trabajo, han tenido que dejar de tocar por motivos de salud. El más conocido probablemente sea el de Phil Collins (73), uno de los músicos más famosos de los años setenta y ochenta, tanto con Genesis como en solitario y, a la sazón, uno de los mejores percusionistas de todos los tiempos. Sus múltiples problemas, desde auditivos hasta neurológicos, lo alejaron por completo de su adorado instrumento, un hecho que comunicó oficialmente en el año 2014 y que lo sumió en una profunda depresión que terminó reactivando otra de sus enfermedades, el alcoholismo. 

Según un informe de www.drumeo.com, página web especializada en todo lo relacionado al mundo de la batería, “los problemas de salud son especialmente frecuentes entre los músicos que trabajan a tiempo completo. Un reciente estudio alemán demostró que más de dos tercios de los músicos profesionales viven con dolores crónicos, lo que significa que incluso después de meses o años de lesión, muchas personas siguen tocando a pesar del dolor, lo que podría provocar daños permanentes y el fin prematuro de su carrera”. El mismo artículo señala que “muchos de los problemas de salud que separan a los bateristas de su actividad surgen con la edad. Se vuelve más difícil curarse de lesiones físicas a medida que pasa el tiempo. Y para algunas personas, tocar durante largos periodos de tiempo puede resultar mentalmente agotador”.

Esto último parece ser el caso de Tim “Herb” Alexander (59), un baterista norteamericano muy respetado que surgió en la década de los años noventa como integrante original del trío de funk-rock Primus. Aunque no tiene una edad muy avanzada, Alexander viene tocando ininterrumpidamente desde 1985 y, de manera profesional, en prácticamente toda la discografía de la intensa entente, desde el vertiginoso Frizzle fry (1990) hasta su última producción oficial, The desaturating seven (2017), además de interminables giras y apariciones en festivales. En el año 2014 fue sometido a una operación a corazón abierto, luego de sufrir un infarto. Posteriormente, siguió tocando con Primus hasta hace pocos meses en que, abruptamente, anunció su retiro de la actividad musical.

La noticia del alejamiento del gran “Herb” no fue tan llamativa como la de McBrain, pero ciertamente causó gran revuelo en la comunidad mundial de seguidores de Primus, una banda de estilo virtuoso y frenético que registró clásicos noventeros como Jerry was a race car driver, Tommy The Cat (Sailing the seas of cheese, 1992) o My name is Mud (Pork soda, 1999). En su comunicado oficial, Alexander se despide de sus fans y declara necesitar tiempo para cuidar su salud y estar más cerca de su familia. “Tocar durante tantos años me ha generado serios problemas físicos y de estrés” dice el batero. Su público, comprensivo y agradecido, no le reprochó nada, por supuesto. 

Además de permitirnos entrar en contacto con esta dimensión humana de los bateristas, poco explorada por el público convencional que es, generalmente, indiferente a las situaciones que atraviesan quienes ejecutan las melodías con las que llenan sus reproductores digitales -también envejecen, se enferman, se estresan-, los casos de Nicko McBrain y Tim Alexander nos muestran cómo funciona la lealtad y admiración que generan sus respectivas bandas. En un mundo de espectáculos vacíos y masas que pierden el control por personajes de pacotilla, ver a una multitud coreando el nombre de Nicko McBrain y sosteniendo carteles dándole las gracias, resulta conmovedor. Cómo olvidar la estrecha relación de Iron Maiden con el público brasileño, desde aquella legendaria primera edición de Rock In Rio en 1985, donde el grupo se lució como protagonista, hasta sus posteriores participaciones en los años 2001, 2019 y 2021.

En el caso de “Herb”, las redes sociales de Primus se llenaron de mensajes de apoyo, preocupación por su bienestar y deseos de buena suerte. Sus compañeros de siempre, Les Claypool y Lary Lalonde, también mostraron comprensión y ofrecieron palabras muy sentidas elogiando el legado de Tim, su extremado talento, amistad y ética de trabajo. Luego, lanzaron una convocatoria abierta para encontrar a quien lo reemplace, colocando “términos de referencia” que evidencian la dificultad que tendrán para hallar alguien nuevo con tantas cualidades y destrezas. Un viejo amigo de la banda, considerado el mejor de su generación, Danny Carey (Tool, Beat), ocupará el lugar de su colega durante las próximas fechas de Primus, correspondientes a la gira 2025 que ya tenían pactada y en medio de la cual llegó la drástica pero necesaria decisión de Tim Alexander, quien también fuera baterista temporal de A Perfect Circle y del colectivo de percusionistas The Blue Man Group.

Cuando se trata de bateristas que se ven forzados a abandonar sus actividades por temas médicos, un caso que estremeció a la escena rockera fue, definitivamente, el de Bill Berry (66), fundador y pieza fundamental en el armazón creativo y sonoro de los norteamericanos R.E.M., importante banda de rock alternativo que fuera protagonista de la escena musical anglosajona durante buena parte de los ochenta y todos los noventa, con álbumes como Document (1987), Green (1988), Out of time (1991) o New adventures in Hi-Fi (1996), aclamados tanto por la crítica especializada como por las radios convencionales y el público en general. Berry sufrió, durante un concierto en Suiza en 1995, un colapso sobre el escenario a causa de un aneurisma. 

Berry, que se encargaba de varios instrumentos en las grabaciones de R.E.M. -bajo, piano, guitarras- se recuperó de aquel evento pero, dos años después, anunció su retiro pues no se sentía bien, aunque se le ha visto participar esporádicamente en reuniones de su banda, incluyendo una presentación especial en New York, en junio de este año, tocando el exitazo de 1991, Losing my religion. Para los trabajos en estudio y las giras posteriores a 1997, Bill Berry fue reemplazado por varios músicos, entre ellos Bill Rieflin (1960-2020), conocido por haber sido miembro de diversos grupos de géneros menos comerciales como Ministry (metal industrial), Swans (noise rock) y King Crimson (prog-rock). Rieflin también tuvo problemas de salud, mientras andaba de gira con el Rey Carmesí y, lamentablemente, falleció de cáncer poco antes de cumplir 60 años.

En Aerosmith, el baterista Joey Kramer (74) tuvo también que alejarse por asuntos de este tipo. El año 2020 anunció que dejaba el grupo tras ser operado del corazón, una situación que le generó, además, problemas legales porque cuando quiso regresar, denunció que le impidieron hacerlo, a pesar de sentirse “recuperado al 150%”. Después de algunos tires y aflojes, el quinteto anunció en sus redes sociales en el año 2023 que Kramer, uno de los fundadores del grupo, no formaría parte de una gira de despedida llamada Peace out: The Farewell Tour que iba a extenderse, supuestamente, hasta inicios del 2025 pero que fue cancelada de manera definitiva, debido a una serie de problemas vocales de Steven Tyler, vocalista y frontman de esta banda de blues-rock, conocida por los permanentes ingresos a clínicas de rehabilitación de varios de sus miembros, a causa de sus excesivos estilos de vida.

No podemos dejar pasar el dramático caso de Joey Jordison (1975-2021), baterista de Slipknot, una de las preferidas entre las nuevas generaciones de metaleros. Casi como una paradoja, quien asomaba como el músico más talentoso de este colectivo que no se caracteriza necesariamente por su trascendencia musical, sino por andar más preocupados en los aspectos teatrales de su actuación -pogos sobre el escenario, hábitos físicamente agresivos, disfraces y máscaras horripilantes-, tuvo que retirarse a causa de una mielitis que terminó quitándole movilidad en las piernas, lo cual obviamente le impidió seguir tocando. Lamentablemente, Jordison falleció muy joven, a los 46 años, a causa de esta terrible enfermedad neurológica.

La decisión de Nicko McBrain es un acto de responsabilidad hacia su propia vida, por supuesto. Pero también hacia su banda y sus fieles seguidores, consciente de no poder seguir cumpliendo el exigente rol dentro de uno de los ensambles de heavy metal más potentes, con canciones rápidas y extensas, además de trabajar “junto al bajista más rudo del mundo” como él describe a Steve Harris, con quien conformó una de las secciones rítmicas capitales para entender el género del cuero negro y las guitarras afiladas. La retumbante batería de McBrain en todos los clásicos de Iron Maiden que grabó durante más de cuarenta años (como este, de 1983), es el fondo perfecto para los frenéticos riffs y solos de Dave Murray, Janick Gers o Adrian Smith, un catálogo de canciones que producen emoción y vértigo.

En marzo de este año, casi un año después del derrame cerebral, Nicko McBrain se sentó al frente de la orquesta y coros de la Marina Británica para presentar The Maiden Legacy, una recopilación de clásicos de su banda montada para la edición 52 del Mountbatten Festival of Music, arreglados para dicha ocasión. En el concierto, realizado en el Royal Albert Hall, vemos al buen McBrain totalmente recuperado, tocando la batería que usó en The Future Past World Tour con Iron Maiden, que muestra aquí en un video en el canal de YouTube oficial de Iron Maiden. 

Curiosamente Clive Burr, a quien McBrain reemplazó, también abandonó la música por graves problemas neurológicos. A fines de los noventa, casi 15 años después de su salida, fue diagnosticado con la temible esclerosis múltiple, por lo que quedó sumamente endeudado y, a medida que el mal fue avanzando, postrado en silla de ruedas. La banda organizó varios conciertos para ayudarlo económicamente y estuvieron a su lado hasta su fallecimiento, en el año 2013, a los 59 años. 

Tags:

#Rock, Batería, heavy metal, Iron Maiden, Nicko McBrain

[Música Maestro] El anuncio del retorno a los escenarios de Oasis, la banda británica que se convirtió en un fenómeno sociocultural entre 1994 y 1996, para luego establecerse como una de las agrupaciones más importantes del britpop con cuna en Manchester, alborotó para bien y para mal al cotarro rockero que ya comenzó a comer ansias sobre las fechas que vienen programándose para julio y agosto del 2025 en diversas ciudades del Reino Unido.

De inmediato circularon notas celebrando este regreso, denominándolo el acontecimiento musical más importante de los últimos tiempos. En redes sociales, en cambio, el ingenio de los cibernautas expertos en memes también se activó con páginas que daban recomendaciones sobre cómo recuperar el dinero pagado por las entradas cuando se cancelen los conciertos y una supuesta filtración de los primeros ensayos del grupo que mostraba a dos personas liándose a puñetazos en medio de la calle.

Ocurre que, en los predios de la crítica especializada y en círculos demelómanos empedernidos, para nadie es un secreto que la relación entre Noel (57) y Liam Gallagher (52) es de todo menos cordial. Sus mediáticas peleas y agresiones verbales, muchas veces delante del público, se hicieron incluso más legendarias que sus triunfos comerciales, una sucesión de exitosos álbumes que se convirtieron en clásicos de los años noventa, gracias a su imagen de juvenil rebeldíaoptimista aunque algo cínica- y un sonido accesible, aspectos ligados al rock clásico del que se nutrían -especialmente los Beatles y sus derivados-, opuestos a la desolación depresiva y las disonancias sónicas del grunge norteamericano.  

Con motivo de ello, y aprovechando que hace unos días, para ser precisos el pasado 5 de septiembre, se celebró en algunas ciudades el Día Mundial del Hermano (¿?), me animé a hacer un recuento de aquellas bandas con presencia de dos o más integrantes de la misma familia, en distintas épocas y géneros musicales.

NOTA: Si haces click en cada artista, verás una de sus canciones

El primer caso que viene a la mente es el de los hermanos Ray (80) y Dave Davies (77), líderes de The Kinks, una de las bandas más importantes de la Invasión Británica, detrás de los Beatles y los Rolling Stones. Conocidos por pasar largas temporadas sin hablarse, incluso estando en medio de grabaciones o giras, los Davies disolvieron oficialmente la banda en 1997. Desde entonces, los intentos por reunirse se han frustrado, tanto por temas de salud -Dave tuvo un infarto en el 2004- como por los problemas y discusiones entre ambos por diferencias musicales y artísticas.

Una historia aun más explosiva fue protagonizada por Don y Phil Everly, The Everly Brothers, de enorme influencia en los primeros años del rock and roll. Conocidos por su imagen amable, cándida y unida, sorprendieron a su público en 1973 con una intensa pelea sobre el escenario que terminó con Phil lanzando su guitarra acústica al piso mientras un alcoholizado Don trató de sobrellevar el concierto, cantando solo. Aquel pleito era, sin embargo, la punta del iceberg de una serie de problemas que persiguió a los hermanos -fallecidos en 2021 y 2014, respectivamente- y que marcó sus carreras antes y después de aquel incidente.

Un caso similar es el de Chris (57) y Rich Robinson (55), voz y guitarra de The Black Crowes. El notable grupo de blues-rock tuvo una serie de altibajos que los llevó a la separación en el 2015, año en que los Robinson dejaron de dirigirse la palabra, una situación que se corrigió en el 2019 con un anunciado retorno que generó muchísima expectativa entre sus seguidores. También en esa década vimos surgir a famosas bandas con dos hermanos en su formación como por ejemplo los ingleses RadioheadJonny y Colin Greenwood (guitarra, bajo)-, los australianos The CranberriesMike y Noel Hogan (bajo, guitarra), Collective SoulEd y Dean Roland (voz, guitarras)– y Stone Temple PilotsDean y Robert DeLeo (guitarra, bajo), ambos de Estados Unidos.

El rock clásico es pródigo en esta clase de grupos, la mayoría de los cuales llevaron la fiesta bastante en paz, sin que eso signifique que estuviesen exentos de problemas. Desde Canadá conocimos a los Bachman-Turner Overdrive, con Tim, Robbie y Randy Bachman, que surgieron en 1973 tras la salida del último de The Guess Who y se separaron por discusiones económicas e intereses musicales diferentes. The Allman Brothers Band por su parte, mantuvo su nombre aun cuando uno de sus miembros, el guitarrista Duane Allman(1946-1971), falleció cuatro años después de haber fundado la banda con su hermano, el cantante y tecladista Gregg (1947-2017). A través de los años, el grupo conservó esa aura de colectivo familiar, la misma que se ha extendido a la segunda generación de sus principales integrantes, en el proyecto The Allman Betts Band. Otro ejemplo, menos conocido, es el de Edgar y Steve Broughton, guitarra y batería de la setentera The Edgar Broughton Band.

Y si se trata de colectivos familiares, tenemos a instituciones de la música de todos los tiempos como el trío australiano de Barry (78), Robin (1949-2012) y Maurice Gibb (1949-2003), los eternos Bee Gees; el dúo Carpenters, Karen (1950-1983) y Richard (77); o los también norteamericanos The Beach Boys, quinteto en el que alternaron Brian (82), Carl (1946-1998) y Dennis Wilson (1944-1983). Cada una de estas entidades artístico-familiares dejaron imborrableshuellas en el panorama de la música popular. Y se llevaron casi siempre bien, aunque ninguna estuvo 100% libre de conflictosinternos debido a adicciones, enfermedades y malos tratos entre sus integrantes.

Otro caso de hermanos rivales se dio a finales de los ochenta, en una de las bandas pioneras de lo que hoy todos conocemos como indie-rock. Me refiero a los escoceses The Jesus & Mary Chain, quinteto liderado por Jim (62) y William Reid (65), quienes podrían haber terminado presos por las incontables veces que se pelearon a gritos y golpes frente a su enfervorizado público. A pesar de las tensiones permanentes entre ambos, el grupo mantuvo una carrera medianamente estable, gracias a esa impredecible y cambiante dinámica, hasta 1998.

En las arenas de lo independiente, podemos mencionar a grupos como CocoRosie, de Sierra y Bianca Casady, lideresas del indie-popfeminista; los estridentes suecos The Hives, con Per y Niklas Almqvistcomo cabezas de serie; el dúo canadiense de música electrónica Boards Of CanadaMichael y Marcus Sandison-; el trío judío-norteamericano de pop acústico Haim integrado por las hermanas Alana, Danielle y Este Haim; y los también canadienses Arcade Fire, que estuvo durante veinte años liderado por Win y Will Butler, con este último abriéndose en el 2021 para perseguir sus propios proyectos.

Si hablamos de hard-rock, no podemos hacerlo sin mencionar a Van Halen y Ac/Dc. Eddie (guitarra, 1955-2020) y Alex Van Halen(batería, 71), nacidos en Holanda, pero llegados a los Estados Unidos durante su adolescencia, marcaron época por su increíble destreza como instrumentistas y por llevar siempre con mano férrea todos los negocios y caminos artísticos de su grupo. En cuanto a la locomotora australiana de blues-rock, las electrizantes guitarras de Angus (69) y Malcolm Young (1953-2017) fueron ejemplo de unidad fraterna cuatro décadas. En ambos casos, tras los fallecimientos de Eddie y Malcolm, siguieron adelante con sus descendientes -Wolfgang Van Halen, hijo de Eddie; Stevie Yong, sobrino de Malcolm- recordando también el caso de los británicos Led Zeppelin, que regresaron en el 2007 con el hijo de John Bonham, Jason, como baterista.

El rock de los ochenta no puede entenderse sin pensar en los Porcaro -Jeff (1954-1992), Mike (1955-2015) y Steve (67)-, de Toto, eximios músicos que nos dejaron grabaciones orientadas al público convencional sin comprometer su elegante calidad y filo rockero/jazzero. En la otra orilla, la experimental y arriesgada -no menos importante, por cierto- tenemos a los extravagantes Devo, integrado por dos parejas de hermanos, Gerald y Bob Casale (bajo, guitarra, voces), y Bob y Mark Mothersbaugh (teclados, guitarras, voces). Entre los británicos ochenteros, recordamos también a The Psychedelic Furs (Tim y Richard Butler, bajo y voz), con su onda post-punk; y los sofisticados Spandau Ballet (Gary y Martin Kemp, teclados y bajo), Otros australianos, el sexteto INXS, tuvo como base a Andrew, Jon y Tim Farriss, cuya sana relación familiar mantuvo a flote al grupo incluso después del lamentable suicidio de Michael Hutchence (1960-1997), aunque con poca suerte en el intento de reemplazar a tan carismático vocalista.

El heavy metal también ha aportado lo suyo. Desde los alemanes Scorpions, de sonido vertiginoso y accesible, que tuvo en sus filas entre 1969 y 1979 a los guitarristas Rudolph (76) y Michael Schenker(69) –“mi hermano mayor es un “bully” (abusivo). Y yo no soporto a los bullies” llegó a declarar el genial guitarrista antes de retirarse a hacer su propio camino- hasta los brasileños Max (55) e Igor Cavalera(54) de la banda de thrash Sepultura -hoy reciclados en Cavalera Conspiracy-, que se separaron por agrios desencuentros sobrederechos de autor y regalías después del influyente álbum Roots (1996), hay varios casos de hermanos que prolongaron su vida casera en la ruta del rock duro.

Por ejemplo, podemos mencionar a los iconos del metal cristiano, Stryper -Michael (61, voz y guitarra) y Robert Sweet (64, batería)-; la banda de Dimebag Darrell (1966-2004) y Vinnie Paul (1964-2018), Pantera, amos del groove metal; o dos legendarias bandas de géneros extremos como los norteamericanos Deicide, con sus guitarristas fundadores Eric y Brian Hoffman; y los polacos Decapitated, liderados por Wacław y Witold Kiełtyka (guitarra y batería). O podemos citar el caso de otros Gallagher, John y Mark, de Raven, grupo británico de culto que viene rodando desde hace más de 45 años. O los franceses Gojira, recientemente célebres por su participación en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París. El guitarrista/cantante Joe Duplantier y su hermano Mario, baterista, fundaron este quinteto de death metal melódico que publicó su álbum debut en el 2001.

Los gemelos Chuck (75) y John Panozzo (1948-1996), la sección rítmica de Styx, fueron fundamentales en el sonido de este quinteto de prog-rock en su época más exitosa, entre 1975 y 1984. No podemos pasar por alto, en este estilo, el trabajo de Gentle Giant, con los multi-instrumentistas y cantantes Derek, Phil y Ray Shulman organizando esas complejas composiciones que tenían de jazz, música barroca/celta y power-rock. Por su parte, los inclasificables Cardiacs tuvieron en los hermanos Jim y Tim Smith a los conductores de este combo londinense que pasó por todos los géneros posibles, desde el progresivo y la psicodelia hasta el post-punk, la electrónica y el jazz.

Heart, otra institución del rock clásico, con Ann (74) y Nancy Wilson (70) al frente, sigue rockeando con admirable vitalidad tras cincuenta años de trayectoria. Del mismo modo, aunque con menor difusión, las hermanas June y Jean Millington lideraron un cuarteto guitarrero femenino, Fanny, que inspiró a toda una comunidad de rockeras mujeres, desde The Runaways hasta The Bangles, banda de pop-rock revisionista de la onda Beatles/Byrds que tenía a Debbi y Vicky Peterson en guitarra y batería.

Y si seguimos explorando, encontraremos a Maggie, Terry y Suzzy Roche, de The Roches; Emily Strayer y Martie Maguire –ambas usando sus apellidos de casadas-, fundadoras de The Dixie Chicks(hoy simplemente The Chicks); o Andrea, Caroline, Sharon y JimCorr (The Corrs), agrupaciones que cultivan diferentes vertientes de la fusión del folk con el country y el pop. O a Kim y Kelley Deal, de The Breeders, interesante banda de rock alternativo, cuyas adicciones les ocasionaron más de una pelea, aunque siempre primó la química tan especial y característica que genera irrompibles conexiones, desde emocionales hasta psíquicas, cuando se trata de hermanos gemelos.

Earth Wind & Fire, reconocida agrupación de soul, R&B y funk, estuvo liderada por los medios hermanos Maurice (1941-2016) y Verdine White (73). En el mismo estilo, Sly & The Family Stone -Sylvester, Freddie y Rose Stewart-; Kool & The Gang -Ronald y Robert “Kool” Bell- y por supuesto no podemos olvidar a los colectivos de hermanos, como los Isley, los Neville, las Pointer o TheJackson 5, cantera de la que surgió un niño prodigio, Michael Jackson (1958-2009). Por su parte The Replacements -Bob y Tommy Stinson-, Bad Brains -Paul y Earl Hudson- y The Stooges -Scott y Ron Asheton- representan al punk en este listado. Y en el reggae, Ali y Robin Campbell dirigieron Ub40 hasta que las horribles tensiones entre ambos provocaron la salida del primero en el 2008 después de 30 años de exitosa carrera; mientras que Aston y Carlton Barrettfueron la sección rítmica de los Wailers de Bob Marley, inamovible entre 1970 y 1981.

La interacción entre hermanos suele dar una dinámica particular a todas estas bandas, a pesar de que en la mayoría de casos, los problemas hayan sido finalmente más fuertes que el intenso lazo sanguíneo que los une. Por ejemplo, Tom (1941-1990) y John Fogerty(79), de Creedence Clearwater Revival, terminaron enredados en fríostribunales y solo la enfermedad del primero logró acercarlos tras años de resentimiento. O como ocurre con Kings Of Leon, banda formada en 1999 por tres hermanos y un primo, Caleb, Jared, Nathan y Matthew Followill, que suelen pelearse constantemente entre ellos, en especial los dos primeros; todo lo opuesto a la armonía que reflejabanlos Osmonds, siete hermanos que surgieron como estrellas infantiles a fines de los sesenta y estuvieron vigentes hasta hace muy poco, con Donny (65) y Marie (64), haciendo largas temporadas de conciertos en Las Vegas.

Como vemos, por mucho que así lo crean sus fanáticos más fieles, los Oasis no fueron los únicos hermanos en el rock ni mucho menos. Y tampoco tienen exclusividad en aquello de llevarse pésimo. Y eso que no hemos cubierto los casos del jazz o la música en español, que darían para una columna entera. Porque, aunque también han sabido demostrarse profunda armonía, respeto y cariño fraterno, algunos hermanos realmente llegaron a extremos en eso de pelearse a cada rato, sin que les importe mucho poner en riesgo la estabilidad de susbandas.

Tags:

#Rock, Hermanos, Música popular, Oasis, pop-rock, The Kinks, Van Halen

Dedicado a a mis profesores de guitarra Pepe Torres, Álex Torres y José Purizaca. Feliz día, maestros… 

El mundo está lleno de maestros que no son, necesariamente, profesionales de la educación. Que, sin haber memorizado las técnicas constructivistas del ruso Lev Vigotsky (1896-1934) o el suizo Jean Piaget (1896-1980) ni ser seguidores de iconos magisteriales de Latinoamérica como el brasileño Paulo Freire (1921-1997) o el peruano José Antonio Encinas (1888-1958), han formado a generaciones enteras, brindándoles herramientas que no solo les permitieron dominar una disciplina, profesión u oficio sino que, además, les ofrecieron imperecederos ejemplos de ética de trabajo, valores y vocación de servicio. Por eso hoy, que el Perú celebra el Día del Maestro, va un abrazo para los miles de anónimos maestros de música que trabajan en casas, pequeñas escuelas y conservatorios, a contracorriente de las modas y con lo mínimo indispensable. 

Una de las actividades humanas en las que más se han visto casos de maestros que no ostentan un título académico que los certifique como tales es, en general, la artística. Cada escultor, pintor, arquitecto o escritor ha tenido un maestro al lado que en cada clase le reveló secretos, técnicas, saberes que no se encuentran en ningún manual. Y, entre las artes mayores, la música ha desarrollado un rico historial asociado a la enseñanza. Esto, que también ocurre en oficios como la mecánica, la albañilería, la carpintería, la gastronomía, etc., ha evolucionado con los siglos y, como tantas otras cosas, se ha trasladado con éxito al ámbito digital.

Cada video de Rick Beato (New York, 1962) es una clase maestra que, como dice el eslogan de un concurso local, deja huella. Él es un experimentado músico y productor que ha decidido compartir sus conocimientos en el ciberespacio y las redes sociales. En su canal de YouTube, que tiene más de cuatro millones de suscriptores, analiza diversos tópicos relacionados a los géneros de su competencia: rock, blues, jazz, música clásica, con un sentido de la didáctica muy fresco y auténtico. Beato comenzó tocando cello y contrabajo por influencias familiares, además de aprender piano y composición. Posteriormente, cambió los instrumentos clásicos por los bajos y guitarras eléctricas. En algunos de sus videos demuestra sus alucinantes habilidades replicando, nota por nota, complejos solos de Kirk Hammett, Marty Friedman o Eddie Van Halen o de iconos del jazz como Joe Pass, Frank Gambale y George Benson, con absoluta precisión. 

Asimismo, descompone grabaciones para hacernos notar esos detalles que, generalmente, no se perciben a la primera escucha -armonías vocales, efectos-, aislándolos para explicar las intenciones que tuvo el compositor o el productor al incluir esos sonidos en la mezcla final. Desde que abrió su canal, en el 2016, ha publicado distintos tipos de videos. Entre los que mayores visitas tienen están los capítulos de la serie What make this song great? (¿Qué hace genial a esta canción?) en los que toma una canción muy conocida y, literalmente, la desarma pieza por pieza usando herramientas tecnológicas para que su público entienda por qué se trata de una buena composición, exitosa en su momento y recordada por décadas. Aquí un par de ejemplos, Don’t stop believin’ (1981) de Journey y Just like heaven de The Cure (1987).

La amplitud de sus recursos es sorprendente. Rick Beato pasa de deconstruir canciones multiformes a hacer un recorrido por la evolución de las técnicas de grabación con ejemplos, menciones a artistas, análisis de notas y escalas que se usan en cada estilo para hallar la relación entre sonidos y emociones. Así, podemos entender por qué nos ponemos melancólicos, tensos o alegres al escuchar determinadas secuencias de acordes o armonías. También son muy populares sus rankings. Por ejemplo, este de veinte mejores intros rockeras.

Ver sus videos de manera ordenada y sistemática equivale a seguir un curso comprimido de producción, apreciación musical, métodos para desarrollar el oído perfecto e historia del pop y la industria discográfica. En los últimos meses, está haciendo largas entrevistas con destacados personajes de las escenas del pop-rock y el jazz mundial, extrayendo información valiosísima para aquellas personas que ven y sienten la música como algo más que una forma de hacerse conocidos y ganar dinero. Por supuesto, todas estas técnicas y clases maestras también han encontrado su camino en la forma de libros, impresos y digitales, que Beato comercializa en su página web. 

Uno de sus últimos videos aborda un tema que, visto bajo los reflectores adecuados, adquiere una importancia que va más allá del análisis musical, una preocupación por la degeneración de las sociedades, la educación y la pérdida de sensibilidad que promueven las nuevas tecnologías, contraponiendo pasado y presente. “Antes -argumenta Beato- si yo quería escuchar el segundo disco de Led Zeppelin, tenía que ahorrar un par de semanas, comprar el LP y, en la intimidad de mi habitación, escuchar atentamente y cuidar el vinilo para que no se ralle, la carátula para que no se dañe, leer las letras, los créditos, decodificar el arte gráfico. Luego, lo compartía con mis amigos”. 

Se trataba de un aprendizaje múltiple y comunitario que requería una dosis de esfuerzo, de poner atención y valorar la obra de arte que se tenía entre manos. Hoy, afirma, las plataformas de streaming te dan, por veinte dólares al año, la posibilidad de escuchar todas las discografías de todos los géneros, en un solo día. Entonces, la música pasa como cuando uno abre el caño y deja caer el agua, sin detenerse, perdiendo sustancia. “Las personas ya no se relacionan con la música como lo hicimos nosotros” comenta, un poco desconsolado. Y tiene razón.

Otro caso de divulgador/educador musical moderno es el del productor y compositor panameño Rodney Clark Donalds (54), más conocido por su nombre artístico “El Chombo”, considerado uno de los creadores del reggaetón, muy exitoso a fines de los noventa con la colección Cuentos de la Cripta que en su tercer volumen incluyó canciones de alta rotación en radios populares como la absurda El gato volador o experimentos reggaetoneros más divertidos como Bien mamá o Todo el mundo ama a Mao. “El Chombo” se reinventó en los últimos años a través de su canal de YouTube, donde despliega sus amplios conocimientos sobre la evolución de la industria musical y cómo se han venido transformando los gustos del público a lo largo de las décadas. Además de eso, criticó a los ídolos masivos del reggaetón, señalando las diferencias entre lo que hacen ellos y lo que considera “la esencia original” de dicho género, enfrentándose frontalmente a vacas sagradas del vulgarísimo reggaetón a Daddy Yankee, Don Omar o Bad Bunny.

Si bien es cierto el estilo de los videos de “El Chombo”, algunos de los cuales sobrepasan las dos millones de reproducciones, está más orientado al entretenimiento socarrón -efectos de sonido, distorsiones de la voz, emoticones e imágenes alteradas con trucos de edición- también poseen buena carga didáctica, sobre todo porque dedica muchas de sus emisiones para resaltar las carreras de emblemáticos artistas latinos de las épocas doradas de la salsa, el pop-rock y la balada en español, acercándolos a un público que es definitivamente más joven, perteneciente a una generación que no fue capaz de verlos en acción. Además, aunque mayormente toca temas de géneros asociados a la salsa o latin-pop, también ha mostrado solvencia al comentar otros estilos, como este capítulo, dedicado al heavy metal. O este otro, sobre Gustavo Cerati. De esa manera, “El Chombo” educa, muy a su manera, a quienes creen que la música popular comenzó en el año 2000. 

Rick Beato y “El Chombo”, cada uno a su estilo, realizan un trabajo educativo y de difusión de inmenso valor, para una época como esta en que la música se ha convertido en un producto enlatado y homogéneo, donde ya nadie tiene, hablando del gran público, la intención de dedicar su tiempo a conocer qué hay detrás de cada canción, estilo, técnica de grabación o carrera artística. Aun cuando no pertenecen a la generación cibernética, ambos se han adaptado muy bien a los formatos tecnológicos y, sobre la base de sus particulares talentos, experiencias y estilos de comunicación -informal y académico, Beato; divertido y callejero, “El Chombo”-, son maestros porque los usan para educar, difundir información de calidad y ofrecer aspectos diferentes, que aportan reflexión y perspectivas particulares sobre cosas que las masas no suelen cuestionar y ni siquiera valoran porque no saben que existen.

En los años previos a la revolución tecnológica y las redes sociales, las Master Class y las “clínicas” llegaron como opción novedosa cuando se trataba de enseñanza musical. Estos eventos ofrecen un acercamiento vivencial a través del contacto directo con músicos profesionales, en muchos casos exitosos o conocidos, que abandonan por un momento su papel de estrellas inalcanzables y, usan sus días libres antes de un concierto para reunirse con un público más reducido, formado por sus seguidores que son, además, estudiantes de alguna escuela formal o músicos principiantes autodidactas, con demostración y todo. 

Recuerdo haber asistido a algunas de estas clínicas musicales cuando comenzaron a hacerse en Lima, en la primera década de los años dos miles. Una de ellas fue, por ejemplo, del pianista de latin jazz Michel Camilo (República Dominicana, 1954), quien ofreció una clase maestra sobre ritmos latinos, polirritmia africana y jazz, en los días previos a un inolvidable concierto que dio junto a Arturo Sandoval, Abraham Laboriel y nuestro compatriota Alex Acuña. Otra que viene a mi mente es la que brindó el guitarrista de Sting, Dominic Miller (Inglaterra/Argentina, 1960), un día antes del recital que dio el ex líder de The Police junto con la orquesta sinfónica nacional. El guitarrista argentino de rock y blues Diego Mizrahi (59) condujo, entre 2001 y 2004, un sintonizado programa de clínicas de guitarra, Music Expert, en el que interactuaba con estrellas de la escena musical de su país. Aquí, por ejemplo, lo podemos ver con Walter Giardino, guitarrista y fundador de Rata Blanca.

Si en siglos anteriores las clases de música se daban en los conservatorios, a partir de la explosión audiovisual de los años ochenta, empujada por la subcultura MTV y la comercialización masiva de videos en formato casero -el recordado Video Home System o, simplemente, VHS- surgió una alternativa nueva, los videos instructivos. Aunque, por supuesto, nunca llegaron a reemplazar a los establecimientos formales de enseñanza -Julliard o Berklee, en New York y Boston, son dos de los más conocidos hasta hoy-, los videos instructivos se convirtieron rápidamente en una opción accesible para aquellos principiantes que no podían con los altos costos de estas prestigiosas escuelas. 

Músicos reconocidos como Eric Clapton, Paul Gilbert (guitarra), Jaco Pastorius, John Patitucci (bajo), Dave Weckl o nuestro compatriota Alex Acuña (batería), solo por mencionar algunos, han lanzado uno o varios videos de instrucción, ofreciendo una herramienta educativa de calidad asegurada, por el alto nivel y prestigio de los instrumentistas. Géneros desde el jazz y el flamenco hasta el heavy metal y la música criolla pueden aprenderse hoy en YouTube, a través de canales que combinan entretenimiento con educación inspirados en los viejos VHS de instrucción, muchos de los cuales ya están disponibles también en la omnipresente plataforma de videos online.

Si alguien llevó al extremo la relación entre ser músico y maestro, fue el guitarrista y líder de King Crimson, el británico Robert Fripp (78). A mediados de los ochenta, tras disolver su banda por segunda vez, fue invitado a participar como profesor en la Sociedad Americana para la Educación Continua (ASCE, por sus siglas en inglés), donde nació su proyecto educativo Guitar Craft -que luego cambió su nombre a Guitar Circle-, a partir del cual se formaron un par de grupos, The League of Crafty Guitarists y California Guitar Trio.

Entre 1985 y 2010, cientos de estudiantes aprendieron, en Guitar Craft, todo acerca de los patrones circulares y afinaciones no convencionales creadas por Fripp. Entre sus destacados alumnos estuvieron Trey Gunn, Bill Rieflin -ambos se unieron a King Crimson en distintos momentos-, Mark Reuter (Stick Men) o Davide Rossi (Goldfrapp). Desde el año 2022, Fripp dio un paso más en su trayectoria como educador, lanzando la gira de conferencias An evening of talking junto a su amigo y colaborador David Singleton, con la que sigue encandilando a sus auditorios con profundas reflexiones, anécdotas y enseñanzas sobre ser músico. 

Actualmente, como en cualquier otro tema, las opciones son ilimitadas y de distintos niveles de calidad en YouTube, al momento de buscar maestros de música. Están desde el pianista español Jaime Altozano, que dedica su talento y conocimientos teóricos para tratar de convencer al mundo hispanohablante de que la desechable música de Rosalía es la octava maravilla, hasta el bajista norteamericano Scott Devine y su canal Scott’s Bass Lessons, exclusivo para bajistas. O la web Drumeo.com, una plataforma multicanal perfecta para todos aquellos que deseen aprender todo sobre batería y que tiene también escuelas online para tecladistas (Pianote.com), guitarristas (Guitareo.com) y cantantes (Singeo.com). 

Tags:

“El Chombo“, #Rock, Día del Maestro, Jazz, Música, Pop, Rick Beato, YouTubers

La noticia viene alborotando, desde hace semanas, el cotarro de los amantes del thrash metal -no “trash”, como erróneamente insisten en consignar algunos redactores de la gran prensa-: Megadeth regresa al Perú por tercera vez. Será todavía dentro de dos meses, el sábado 6 de abril, pero ya las entradas se están acabando para tan emocionante retorno. Dave Mustaine, de 62 años, llegará como único integrante original, acompañado por dos jóvenes, el guitarrista finés Teemu Mäntysaari (37), el baterista belga Dirk Verbeuren (49) y un viejo conocido, el bajista norteamericano James LoMenzo (65) quien estuvo en el grupo entre 2006 y 2010 para luego volver en el 2022 tras el despido del histórico lugarteniente de Mustaine, David Ellefson (59), implicado en serias acusaciones de índole sexual. 

El cuarteto promete hacer volar por los aires el Arena 1, pésimamente ubicado en el tramo sanmiguelino de la Costa Verde. A pesar de que ya más de un experto ha hecho notar su mala ubicación, dificultoso acceso e inseguros y peligrosos alrededores -por el tráfico, por los bolsiqueadores que se internan en las colas para arrebatar celulares, por la nula señalización e iluminación de su explanada- este continúa siendo el local de moda para conciertos masivos en Lima (ver aquí nota de El Comercio sobre el tema). 

Con casi cuarenta años de trayectoria y dieciséis álbumes en estudio publicados, Megadeth es una de las leyendas de esta subdivisión del heavy metal, que combina elementos de hardcore punk, speed metal y el sonido de la New Wave Of British Heavy Metal (NWOBHM). El término significa «paliza» o «azote», pero es muy común que se le confunda con «trash», palabra en inglés que quiere decir «basura», origen del error que mencionábamos al principio. Dave Mustaine es uno de los personajes más respetados de la escena del rock duro, por su firme convicción de seguir adelante, aferrado a sus guitarras puntiagudas, el clásico modelo Flying-V creado por la fábrica Gibson en 1958, desde las cuales lanza arácnidos solos y demoledores riffs, intercambiando funciones con su guitarrista de turno. Cuatro años después de su segunda visita a nuestro país, el grupo vuelve con una gira llamada Crush The World. La primera fue el 11 de junio de 2008.

En los ochenta, cuando escuchaba en mi habitación álbumes como Peace sells… But who’s buying? (1986) o So far so good… So what! (1988) en esas copias baratas grabadas en cassettes Maxell o Sony que uno encontraba en los mercados negros de piratería local, me preguntaba cómo sería verlos tocar en vivo. Veinte años después, el conciertazo que Megadeth ofreció en nuestra capital me dio la mejor de las respuestas. Los rostros felices y emocionados de los miles de fanáticos que asistieron también confirmaban eso. Era como si todos nse hubieran estado preguntando lo mismo que yo todo ese tiempo. Esa noche, los alrededores del Estadio Monumental se convirtieron en sucursal de las oscuras Galerías Brasil. Más allá de los análisis sociales que pudieran ensayarse sobre las características y procedencias de la gran mayoría de fanáticos de este género musical, resultaba llamativa y muy estimulante la sensación de estar rodeado de personas identificadas al 100% con el artista que iban a ver, emulando sus maneras de vestir, sus posturas, etc. 

Como es habitual en estos conciertos, personas de distintas edades con largas cabelleras (algunas más descuidadas que otras), pantalones raídos y polos con estampados alusivos a sus bandas favoritas -no solo Megadeth- iban apareciendo por aquí y por allá, reconociéndose unos a otros, como quien va a una reunión donde todos son amigos. Incluso quienes llegábamos solos cruzábamos miradas y silenciosos saludos con los camaradas -un puño en alto, la señal de cuernos popularizada por el cantante de Rainbow, Black Sabbath y Dio, Ronnie James Dio (1942-2010)-, con quienes sin duda hemos coincidido en otras jornadas de esta naturaleza. 

Por otro lado, también hubo personas listas para reencontrarse con actividades que, por la edad y las obligaciones propias de ser adulto, ya no realizan tan seguido. En medio de las hordas de metaleros intransigentes uno podía ver a padres de familia más formales llevando a sus hijos, seguramente fanáticos de bandas más modernas, dispuestos a convencerlos de que «en sus tiempos», la música era mejor. Asimismo, aunque el público fue mayoritariamente masculino, también hubo muchas mujeres con vestimentas metaleras, con uñas y labios pintados de negro, esperando el inicio. 

Aquella visita de Megadeth fue quizás el primer evento de alto perfil dentro de la subcultura thrash. Recordemos que la primera llegada de Metallica a Lima se produjo recién en el 2010 y la de Slayer, el 2011. Por su parte, los neoyorquinos Anthrax nos habían caído el 2005, en un concierto que mereció más prensa y mejor escenario -fue en un pequeño sitio en Barranco, en el que no entraban ni 2,000 personas-, mientras que bandas excelentes, pertenecientes a la segunda línea del estilo, como D.R.I., Destruction o Kreator lo habían hecho en los primeros dos miles, también en locales reducidos y ante magras pero fieles concurrencias. Podemos decir, entonces, que el grupo dirigido por Mustaine fue el primero de los llamados “Big Four” en bajar a la Ciudad de los Reyes que hizo una presentación en formato grande.

Luego de una previa con temas de Thin Lizzy, Rainbow, Iron Maiden y otros clásicos del hard-rock, una guitarra arpegiada anunció que la cita comenzaba con Sleepwalker y Washington is next!, temas centrales del décimo primer disco United abominations (2007), que venían promocionando en aquella gira llamada Tour of Duty. Siguieron un par de clásicos, Wake up dead (Peace sells… But who’s buying?, 1986), Skin o’ my teeth (Countdown to extinction, 1992) y de repente, la banda se esfumó. Al regresar, Mustaine apareció levantando los brazos para saludar al público peruano: «¡Bienvenidos a la casa de Megadeth!». 

Luego de bromear acerca de su poco entrenado español -y del poco entrenado inglés del multitudinario e incondicional coro que formábamos para cada tema-, la banda interpretó un milimétrico In my darkest hour (So far, so good… So what!, 1988), canción dedicada a la memoria de su gran amigo Cliff Burton, fallecido trágicamente el 27 de septiembre de 1986, a los 24 años. Burton fue el segundo bajista de Metallica -había reemplazado a Ron McGovney- y el más recordado por los fans del grupo debido a su tremenda presencia escénica y su extremado talento en las cuatro cuerdas.

Para quienes aun no lo creíamos del todo, uno de los héroes del thrash metal estaba delante de nosotros dispuesto a descargar toda la fuerza de su música. Su aspecto amenazante, la mirada fija en el público y la sorprendente seguridad con la que acometió cada solo o acompañamiento en sus composiciones cargadas de mensajes antibélicos, antipolíticos y anticorrupción, letras que va musitando con los dientes apretados, redondean ese carisma que tantos admiradores le ha granjeado alrededor del mundo. Siempre abierto a la polémica, Mustaine ha hecho titulares en EE.UU. por sus posturas reaccionarias, como el cristiano renacido que es desde hace ya veinte años, sobre asuntos como el matrimonio entre personas del mismo sexo y su apoyo al partido republicano, configurando uno de esos casos típicos en que nos vemos obligados a separar a la persona del artista. 

Para muchos conocedores de su carrera y discografía, haber colocado a Megadeth entre los cuatro grandes grupos de thrash metal norteamericano es un logro que el guitarrista labró a pulso, estimulado primero por la amargura que le provocó su despido de la banda liderada por James Hetfield y Lars Ulrich -como se aprecia en el documental Some kind of monster (Jor Berlinger/Bruce Sinofsky, 2004) y posteriormente por la inesperada aceptación que tuvo entre los headbangers del mundo, al frente de la banda que bautizó con una variación del término «megadeath», acuñado en 1953 por el estratega militar Herman Kahn -que Mustaine había escuchado en boca de un viejo congresista del Partido Democrático- como una unidad de medida, para referirse a “un millón de muertes”. 

El músico ha superado múltiples problemas debido a sus adicciones e incluso se recuperó de una herida muy seria al brazo izquierdo que por poco le impide seguir tocando. Tras su trabajo con la orquesta sinfónica de San Diego, el guitarrista y su esposa Pamela iniciaron una aventura como productores de vino. La página web www.houseofmustaine.com muestra todos los detalles de este emprendimiento enológico que Dave Mustaine lleva adelante en el valle de Temecula, al suroeste de la soleada California. 

Entre 2008 y 2024, Megadeth ha lanzado cinco álbumes en estudio, muy buenos, contundentes y explosivos, a pesar de esa costumbre de no contar nunca con una alineación estable. Desde su formación en 1983-1984, han pasado por la banda ocho guitarristas, cinco bajistas y ocho bateristas -entre ellos la superestrella de jazz Vinnie Colaiuta (67), que grabó con Megadeth el disco The system has failed (2004). Recientemente, en la edición 2023 del festival metalero de Wacken (Alemania), el público quedó boquiabierto tras la aparición sorpresiva, sobre el escenario, del guitarrista Marty Friedman, del periodo 1990-1997, para intercambiar solos con Mustaine y el brasileño Kiko Loureiro (periodo 2015-2023). La actual gira mundial llevará a Megadeth por México, El Salvador, Argentina, Paraguay, Brasil, Colombia y Perú, país donde comenzará el tramo latinoamericano de Crush The World.

Aquella primera vez, la banda no dio tregua durante casi dos horas y media. Una tras otra, las canciones fueron coreadas, gritadas y saltadas por el extasiado auditorio. El pogo en las primeras filas se mantuvo sin descanso, en especial en favoritas del público como Ashes in your mouth (Countdown to extinction, 1992) o Tornado of souls (Rust in peace, 1990). Los desplazamientos de los músicos sobre la tarima le daban una excelente dinámica al concierto. Mientras Mustaine cantaba y azotaba los aires con sus veloces fraseos, Chris Broderick (guitarra) y James LoMenzo (bajo) intercambiaban posiciones y se cruzaban por detrás de su líder, comunicándose con el público constantemente. Al fondo, Shawn Drover lanzaba sus bombazos dobles con una camiseta de la selección peruana. 

Uno de los momentos más celebrados del concierto fue el set de canciones integrado por Hangar 18 (Rust in peace, 1990) -, Return to hangar (The world needs a hero, 2001) y las mencionadas Tornado of souls y Ashes in your mouth. Pero lo mejor llegó en la última parte. Para cuando tocaron A tout le monde (Youthanasia, 1994), Mustaine dejó que la gente lo acompañara durante el coro. Esta canción, censurada por la MTV porque la consideraron como apóloga del suicidio, es uno de los temas más representativos de la segunda etapa del grupo, caracterizada por el uso de melodías más accesibles para el público en general. Desde las primeras filas, alguien le alcanzó al guitarrista una banderola que decía «Perú es Megadeth». Esto terminó por emocionar al músico, quien no cabía en su asombro, lo cual pudo apreciarse a través de las dos pantallas gigantes dispuestas a ambos lados del escenario. «You are a great fucking audience!!! we’ll come back!!!», repitió antes de entrar a Sweating bullets (Countdown to extinction, 1992), otro de los temas que la gente esperaba ansiosa.

«Mi cuerpo se destroza por los errores, traicionado por la lujuria, nos mentimos tanto los unos a los otros que en nada podemos confiar», recitó Mustaine en un mascado español. Era el coro de Trust (Cryptic writings, 1997), quizás el único tema «comercial» de Megadeth. Después, Symphony of destruction (Countdown to extinction, 1992), terminó de enloquecer al público. Los acordes de este clásico fueron acompañados todo el tiempo por el grito de guerra «¡Megadeth, Megadeth… Perú es Megadeth!». Incansables, los cuatro músicos tocaron Peace sells (Peace sells… But who’s buying?,1986) para luego retirarse, anunciando que se acercaba el final de esa velada de metal monumental. El encore no podía ser otro: Holy wars… The punishment due (Rust in peace, 1990), un latigazo épico, poderoso, agresivo y complejo, llegó como despedida.

Antes de que se apagaran las luces, Dave Mustaine, coautor de muchas de las primeras canciones de Metallica como Metal militia, Jump in the fire, The call of Ktulu o The four horsemen, que Megadeth incluyó como Mechanix en su primer álbum titulado Killing is my business… And business is good! (1983), prometió regresar. Y cumplió su promesa, el año 2020, cuando llegaron para celebrar el 30 aniversario de su cuarto álbum Rust in peace, para muchos la obra maestra de Mustaine y su alineación más recordada junto a Marty Friedman (guitarra), David Ellefson (bajo) y Nick Menza (batería). 

Estamos seguros de que este 6 de abril, Dave Mustaine y compañía volverán a repetir la faena, con toda la experiencia acumulada y destreza de esta icónica banda que ha vendido más de 40 millones de discos a nivel mundial y continúa al pie del cañón con su poderoso e incombustible sonido.

Tags:

#Rock, Conciertos en Lima, Dave Mustaine, heavy metal, Megadeth, Megadeth en Lima, Thrash Metal

[MÚSICA MAESTRO] Hace unas semanas comentábamos acerca del nuevo ingreso de los Beatles a las primeras planas a través de Now and then, canción construida meticulosamente con retazos de grabaciones hechas en tres años distintos y muy alejados entre sí -1977, 1995 y 2023- y a nuestros oídos regresaron también las creaciones del Fab Four, que tenían en John Lennon -cantante, compositor y multi-instrumentista altamente eficiente en guitarras, pianos y armónicas- una de las dos grandes columnas que sostuvieron aquella máquina de éxitos musicales y logros artísticos.

Como sabemos, los Beatles fueron, básicamente, una entidad en las que cada individuo valía en función a lo que aportaba a la suma de las partes. Pero dentro de ese innegable trabajo de equipo, John y Paul tuvieron siempre un peso mayor al de George y Ringo, sin ser más importantes unos que otros. Y, en un tercer nivel de análisis de las estructuras beatlescas, se suele pensar que si McCartney simbolizaba, en lo musical, el lado más amable -por decirlo de alguna manera- mientras que en lo administrativo se mostraba calculador y orientado al negocio; Lennon poseía un perfil musicalmente más confrontacional y una visión despreocupada en cuanto a los aspectos comerciales de pertenecer a una banda de rock, más cercano al pragmatismo de Ringo y a la espiritualidad de George, aunque de una forma menos etérea que la del entrañable autor de joyas como Something, While my guitar gently weeps o Here comes the sun.

Esta definición de personalidades al interior del grupo, que ya se intuía en las composiciones de The Beatles, el romanticismo de Paul en Yesterday, Blackbird o Michelle frente a la oscuridad de John en Dear Prudence o Help!, el pop barroco de Macca en Penny Lane o Eleanor Rigby frente al rock ácido de Johnny en Happiness is a warm gun o Tomorrow never knows -aunque todas venían siempre firmadas por ambos como muestra de ese trabajo conjunto al que hacíamos referencia- se hizo aún más evidente en lo que hizo John Lennon como solista entre 1969 y 1980, año en que se produjo su lamentable asesinato en New York, un día como ayer, 8 de octubre, a las 10 de la noche.

La llegada de Yoko Ono (Japón, 1933) marcó un antes y un después en su vida personal y artística. Desde los cambios físicos -los pelos y barbas largas, los lentes redondos, los trajes blancos- hasta sus intentos por hacer música vanguardista con aquella triada de álbumes publicados entre 1968 y 1969 -incluso se atrevió a emular al compositor experimental norteamericano John Cage (1912-1992) con dos minutos de silencio en el LP Unfinished music No. 2: Life with the lions-, publicados en medio del desmoronamiento de la química de su banda, todo lo relacionado a su intensa relación con esta eterna aspirante a diva del avant-garde, que inició mientras aun estaba casado con Cynthia, la madre de su primer hijo Julian -a quien Paul McCartney compusiera Hey Jude- impregnó sus actividades y decisiones, elevando a la potencia aquel perfil que iba de lo libertario a lo díscolo, con serias preocupaciones sociales manifestadas desde la cínica ironía y ocasionales arranques de extravagancia y agresividad.

Así, Lennon pasó de declarar que los Beatles eran más populares que Jesucristo en 1966 -un hecho que trajo reacciones extremadamente violentas como la incineración pública de discos del grupo- a aparecer, dos años después, junto a Yoko completamente desnudos en la carátula del LP Unfinished music No. 1: Two virgins, el primero de esos lanzamientos experimentales, repletos de los insufribles alaridos de Yoko que harían palidecer a la mismísima Chilindrina en frenesí llorón (lo único rescatable es la viñeta Remember love, con arpegios al estilo de Julia), para luego hacer titulares en el mundo entero con su protesta pacifista en la cama, primero en un hotel de Holanda y luego en Canadá, en junio de 1969, desde donde grabó, guitarra acústica en mano y a grito pelado, ese himno antibélico llamado Give peace a chance -lanzado apenas dos meses después de The ballad of John and Yoko, grabada con los Beatles-, su primer single en formato convencional.

En los once años de su carrera en solitario, Lennon se paseó entre la polémica, el brillo musical y el activismo político a través de sus canciones y apariciones públicas. En diciembre de 1968, aun en actividad con los Beatles y en medio de sus jugueteos con la música concreta, la manipulación de cintas y los gritos de su flamante novia-como en esos insoportables veinte minutos titulados John & Yoko, del Wedding album-, una invitación de su amigo Mick Jagger para participar en el especial de televisión de los Rolling Stones, Rock and Roll Circus, terminó con la formación de un supergrupo, The Dirty Mac. Sus integrantes eran, todos, parte de la realeza del rock de esa época: Keith Richards (bajo), Eric Clapton (guitarra) y Mitch Mitchell (baterista de The Jimi Hendrix Experience) se unieron al Beatle para interpretar una desgarrada versión de Yer blues, clasicazo de The White Album, una rareza que se mantuvo oculta al público hasta 1996, en que se lanzó de forma oficial.

Luego de Give peace a chance, siguieron un par de singles más, Cold turkey e Instant karma! (We all shine on), grabados en los estudios Apple con Phil Spector como productor asociado. En 1970 aparecería el primer larga duración de John Lennon de pop-rock, titulado simplemente John Lennon/Plastic Ono Band, en referencia al grupo de músicos que solía acompañarlo, entre quienes estuvieron ocasionalmente George Harrison, Ringo Starr, Eric Clapton, Billy Preston, el bajista Klaus Voorman, el baterista Alan White -antes de unirse al quinteto de rock progresivo Yes- y, por supuesto, Yoko. Con ellos también grabó Imagine (1971).

En estos dos discos Lennon se mueve entre la introspección autobiográfica –Jealous guy, Isolation, Mother-, referencias a su ex banda –Hold on, con la melodía que usó para Sun King, del Abbey Road; o How do you sleep? en que lanza venenosos dardos a Paul McCartney- y baladas de tono reflexivo/confesional como Working class hero, Love, God y la archiconocida Imagine, himno utópico a la búsqueda de un mundo más solidario y humanista, algo cada vez más imposible de conseguir en estos tiempos. Ese mismo año lanzó dos singles más, el alegato democrático Power to the people y Happy Xmas (War is over). Ambas, junto con Gimme some truth -también del LP Imagine- y la mencionada Give peace a chance, conforman el canon básico del discurso pacifista y político de John Lennon, temas que fueron desapareciendo poco a poco de sus composiciones, pero no de sus actividades fuera de los escenarios.

La vida pública de John Lennon y su inseparable esposa Yoko Ono estuvo marcada por un poderoso compromiso por diversas causas sociales e incluso se le llegó a relacionar con movimientos políticos de izquierda. Sus manifestaciones contra la guerra de Vietnam, su constante apoyo en marchas -megáfono en mano- y conciertos en defensa de los derechos civiles y canciones abiertamente politizadas como John Sinclair (dedicada a un conocido escritor y activista de izquierda), Angela (para la célebre comunista afroamericana Angela Davis) o The luck of the Irish (sobre los sucesos que convulsionaban Irlanda en ese entonces) lo pusieron en la mira del FBI -el cantante vivía en New York desde 1971- y del gobierno de Richard Nixon, que trató de deportarlo en varias ocasiones, a pesar de considerarlo “poco peligroso por su permanente uso de narcóticos”.

Las canciones mencionadas aparecen en el álbum Some time in New York City, el mismo que contiene la legendaria colaboración de John y Yoko con The Mothers Of Invention, que terminó en polémica por la violación a los derechos de autor perpetrada por Lennon (ver aquí). En aquel disco figura también uno de los títulos más controvertidos de Lennon, Woman is the nigger of the world. El uso del término despectivo “nigger” generó, en su momento, gran confusión respecto de esta canción que es, en realidad, una ácida crítica contra la cosificación de la imagen femenina en la televisión. En este doble, mitad en estudio y mitad en vivo, la profusa participación vocal de Yoko Ono termina contaminando su escucha, algo que también ocurrió lastimosamente años más tarde, en 1980.

Entre 1973 y 1975, John Lennon publicó tres álbumes más: el atmosférico Mind games (1973), que contiene el soñador tema-título, un retorno a las formas musicales introspectivas de sus primeros discos, y una nueva referencia a su pasado Beatle en la canción Out the blue, usando los mismos acordes del clásico Sexy Sadie (The White Album). En 1974 apareció Walls and bridges, de sonido mucho más ecléctico, donde encontramos la famosa colaboración con Elton John, Whatever gets you thru the night (aquí la versión en vivo, con la banda del hombre del piano, en el Madison Square Garden), el bolero Bless you y hasta un instrumental en clave de funky, Beef jerky. Durante este tiempo, John estuvo separado de Yoko e inició una relación sentimental con su asistente personal y creativa May Pang, en lo que se conoció como “el fin de semana perdido”.

Cierra este ciclo el disco Rock and roll, publicado a inicios de 1975, en el que rinde homenaje a su adolescencia, desde la carátula con una foto suya tomada en la puerta de una casa en Hamburgo (Alemania), con versiones de clásicos del rock, soul, R&B y blues, entre los que destacan Be bop-a-lula (Gene Vincent, 1956), Sweet little sixteen (Chuck Berry, 1958) y Stand by me (Ben E. King, 1961). En octubre de ese mismo año, debido al nacimiento de Sean, su único hijo con Yoko Ono, Lennon decide retirarse de la actividad musical para cumplir su rol de padre, un largo paréntesis que duraría cinco años, en que reapareció con nuevos bríos y un álbum, titulado Double fantasy, grabado en New York tras un liberador viaje de vacaciones en la isla caribeña de Bermuda.

La crítica especializada vio, al principio, este retorno como demasiado “cursi” pues todas las canciones -siete de John y siete de Yoko- se centraban en su vida familiar. La animadversión por este edulcorado giro en las nuevas canciones de Lennon hizo que se pasaran por alto sus extraordinarias melodías, letras positivas, sofisticada producción e instrumentación. Desde la carátula, que mostraba a la pareja dándose un tierno beso, Double fantasy era testimonio del recuperado optimismo del ex Beatle. El disco, lanzado por el sello Geffen Records, se publicó en a comienzos de noviembre de 1980. Nadie sabía lo que iba a ocurrir tres semanas después, el 8 de diciembre.

El execrable crimen de Mark David Chapman, quien aun cumple condena en la Institución Correccional Green Haven de Beekman, New York -la tercera desde su encarcelamiento en 1981-, conmocionó al mundo de la música y de la cultura en general. Muchos fanáticos de los Beatles que vivieron aquel momento lo recuerdan como el más triste de sus vidas. Apenas tenía 40 años cuando las balas de ese enloquecido y obsesionado seguidor lo fulminaron en la puerta del edificio Dakota, ubicado a pocos metros del Central Park, en el corazón de Manhattan. Tras el lamentable hecho, Double fantasy se convirtió en un éxito de ventas y canciones como (Just like) Starting over, I’m losing you, Beautiful boy, Watching the wheels y, especialmente, Woman, se convirtieron en clásicos de inmediato.

Con la colaboración de un elenco variado de músicos, Lennon dejó material grabado que bastó para lanzar un álbum póstumo, Milk and honey (1984) del cual se extrajo el single Nobody told me, que compuso originalmente para cedérsela a su viejo amigo Ringo Starr. Dos años después, aparecería un disco con tomas alternas de varias canciones del periodo 1973-1975, llamada Menlove Ave. En años posteriores, decenas de recopilaciones y remasterizaciones de la obra musical de John Lennon han mantenido vigente su genio y figura, convirtiéndolo en un ícono del siglo XX. Del mismo modo, numerosos libros han ofrecido análisis profundos de su vida. En cuanto a producciones audiovisuales dedicadas al ex Beatle, destacan Imagine (Andrew Solt, 1988), The U.S. vs. John Lennon (David Leaf, 2006) y John & Yoko: Above Us Only Sky (2018).

Tags:

#Rock, 8 de diciembre de 1980, Imagine, John Lennon, The Beatles, Yoko Ono

[MÚSICA MAESTRO] Cada vez que uso el transporte público termino agotado. Y no por las acrobacias que uno debe ejecutar, a veces, para no caerse al subir con el vehículo en movimiento, las apreturas en asientos incómodos y micros reventando de gente o los repetitivos discursos de vendedores que, en todos los tonos, se ganan la vida contando sus historias -algunas graciosas, otras trágicas- y ofreciendo desde caramelos hasta fórmulas para ser feliz.

El agotamiento -cerebral y físico- me lo ocasionan las canciones que el chofer pone a todo volumen y que se funden, en insoportable contaminación sonora, con el distorsionado zumbido de varios celulares activados a la vez por pasajeros que, sin audífonos, nos obligan prepotentemente a sufrir el monocorde catálogo de éxitos del momento y las estupideces que ven/escuchan, hipnotizados, en Tik Tok.

Me pregunto, ¿acaso no se cansan nunca del repetitivo tundete reggaetonero (o, como diría el productor panameño Rodney Clark Donalds, alias «El Chombo», el tumpa-tumpa), la guitarrita chillona y la voz de pajarito de los intérpretes de bachatas, los gritos de cumbiamberos que van desde las irritantes notas agudas y artificialmente entonadas del Grupo 5 hasta los alaridos destemplados de Tony Rosado? La respuesta es obvia, ellos no se cansan. Nunca se cansan.

Entonces, comencé a preguntarme qué canciones no me canso yo de escuchar y, luego de una larga preselección, terminé con tres listados enormes. Uno de música en inglés -pop-rock clásico-, uno segundo de música en español -un batido de baladas, trovas, pop-rock, criolla, salsa y latinoamericana- y un tercero de música instrumental, clásica y jazz. Quiero empezar esta serie de indulgencias personales con esta primera selección arbitraria, dedicada a canciones en inglés (aquí mi Playlist de YouTube). Siendo una persona obsesionada con casi todas las formas musicales -excepto el reggaetón y todo el latin-pop de los últimos veinte años, géneros que me cuesta considerar “formas musicales” pues las veo más como productos armados con una multiplicidad de elementos, entre ellos, sonidos y ritmos tomados de aquí y allá- me fue difícil hacer estos recuentos. Literalmente, puedo escuchar estas veinte canciones una y otra vez sin cansarme. Allá les van:

ACES HIGH – IRON MAIDEN (Powerslave, 1984): Este vertiginoso tema abre, con palabras de Winston Churchill, el quinto disco de Iron Maiden y sirvió para empezar los conciertos reunidos en el portentoso doble en directo Live after death (1985). La letra, entonada por Bruce Dickinson y escrita por el bajista Steve Harris, evoca a la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial. Los solos de Adrian Smith y Dave Murray aun me escarapelan la piel. Y ese final, lento y dramático, es inolvidable (verla en vivo, aquí).

AND YOU AND I – YES (Close to the edge, 1972): De todas las suites que hizo el quinteto británico, esta es la que más emociones me suscita. Los armónicos acústicos de Steve Howe al inicio, misteriosos y tensos (que retornan a la mitad); el celestial solo liberador de Rick Wakeman en la segunda parte; el omnipresente bajo Rickenbacker de Chris Squire y las letras místicas, con cierta carga política, escritas y cantadas por Jon Anderson; redondean la quintaesencia de lo que fue Yes entre 1969 y 1974: impresionismo musical, destreza y mucha imaginación. Sus primeras versiones en vivo son espectaculares.

AND YOUR BIRD CAN SING – THE BEATLES (Revolver, 1966): Puedo decir que no me canso nunca de escuchar a los Beatles. Pero escogí esta canción porque ese brillante sonido de las guitarras de Harrison y Lennon la hacen especial en el repertorio que elaboraron para este álbum de transición hacia experimentaciones menos convencionales. Me imagino a Roger McGuinn y Tom Petty reproduciendo el intrincado riff de este clásico que ha tenido muchas interpretaciones, entre ellas un ataque mordaz a Frank Sinatra. De niño, fue uno de mis capítulos favoritos de la serie animada que pasaban en Canal 5.

BACHELORETTE/JÓGA – BJÖRK (Homogenic, 1997): Me permito esta pequeña trampa al poner dos canciones de “mi marciana favorita”, la cantante y compositora Björk. Las dos aparecen en su tercer álbum y comparten elementos sinfónicos de belleza surrealista y profundidad electrónica. Mientras que la islandesa elabora, en Bachelorette, un cuento sobre un personaje ficticio, Jóga está dedicada a una persona real, su mejor amiga. El uso combinado de cuerdas -violines, cellos-, sintetizadores y efectos de sonido son como un lienzo de sonidos cautivantes y adictivos (las dos juntas, en vivo, en este video).

BLACK HOLE SUN – SOUNDGARDEN (Superunknown, 1994): Una canción para estos tiempos de ladrones pistoleros, agresores de perros, congresistas/ministros impresentables, farándulas chabacanas y pederastas cibernéticos. Eso es esta pesada oda a la extinción humana que Chris Cornell escribió en 15 minutos e incluye un lacerante solo de Kim Thayil. El pesadillesco video es lo que quiero para mi país cada vez que veo un noticiero. Un dato aparte, el crooner canadiense Paul Anka la grabó en versión jazz para su disco Rock swings (2005).

BLASPHEMOUS RUMOURS – DEPECHE MODE (Some great reward, 1984): Los sonidos industriales -martillos sobre placas de metal- y cornos franceses simulados en sintetizadores del principio le dan el aura oscura que necesita este tema, un cuestionamiento muy serio a la divinidad a partir de la historia de una atribulada adolescente que intenta suicidarse. El “enfermizo sentido del humor que debe tener Dios” al que alude el coro -en medio de un luminoso tecnopop- casi le cuesta unas cuantas censuras a su autor, Martin Gore, incluso al interior de su propio grupo.

BOHEMIAN RHAPSODY – QUEEN (A night at the opera, 1975): La guitarra de Brian May hace, en apenas 28 segundos, uno de los solos más electrizantes de la historia del rock para después dar paso a una extravagancia sin precedentes en aquel entonces. Más de 180 pistas vocales grabadas por Freddie Mercury, Brian May y Roger Taylor fueron montadas para simular un coro grandioso y polifónico. El cuento trágico que empieza como balada, tiene intermedio operístico y termina con un poderoso hard-rock posee tantos detalles que necesitaría dedicarle una columna entera.

CAN´T FIGHT THIS FEELING – REO SPEEDWAGON (Wheels are turnin’, 1984): Por razones personalísimas, esta canción me viene acompañando desde hace tres décadas y lo seguirá haciendo hasta el día de mi muerte. Las armonías vocales que arman Bruce Hall (bajo) y Alan Gratzer (batería) le dan gran emotividad al coro principal. Gary Richrath, por su parte, le mete fuego a su Gibson Les Paul para hacer de esta una de las mejores power ballads de los años ochenta. Fue escrita por el vocalista/pianista Kevin Cronin (aquí, en Live Aid).

COSMIK DEBRIS – FRANK ZAPPA (Apostrophe, 1974): Este blues encuentra a Zappa -otro de quien no me canso de escuchar nada de lo que dejó grabado- al frente de la que quizás fue su mejor banda que incluyó, entre otros, a George Duke (teclados), Ruth Underwood (vibráfono) y Chester Thompson (futuro baterista de Genesis). Es una mofa a los “vendedores de sebo de culebra”, falsos gurúes y charlatanes de toda laya. En los coros, las Ikettes, coristas de Ike y Tina. La versión en vivo, publicada en el boxset The Roxy Performances, es imperdible por la atmósfera relajada de los músicos.

GOODBYE STRANGER – SUPERTRAMP (Breakfast in America, 1979): Aunque su imagen es bastante hippie -túnicas, pelos y barbas largas- la elegancia de su sonido es indiscutible. En Goodbye stranger, escrita y cantada por Rick Davies, al piano Wurlitzer, se condensan todos los elementos que hicieron única a este quinteto inglés. Los falsetes, silbidos, panderetas y ese solo de guitarra de Roger Hodgson en el minuto final, apoyado por la apretada base rítmica de Dougie Thompson (bajo) y Bob Siebenberg (batería), son una maravilla.

LA VILLA STRANGIATO – RUSH (Hemispheres, 1978): La primera vez que oí este instrumental, en un recopilatorio doble llamado Chronicles, lo que más llamó mi atención fue reconocer una melodía que había escuchado de niño, en un capítulo de Looney Tunes. Powerhouse (Raymond Scott, 1937) es incluida en la sección denominada Monsters/Monsters reprise. Por supuesto que el tema, con el que el trío cerró la década de los setenta, muestra las extraordinarias habilidades de sus integrantes, Geddy Lee (bajo), Neil Peart (batería) y Alex Lifeson (guitarra).

MASTER OF PUPPETS – METALLICA (Master of puppets, 1986): El tema-título del tercer LP de Metallica -la canción que más han tocado en sus cuatro décadas de carrera- es un torbellino de ocho minutos y medio con un oasis de paz al medio, creado por las guitarras de Kirk Hammett y James Hetfield. La críptica metáfora sobre cómo las drogas pueden destruir tu vida no aburre nunca por sus cambios, solos y ese bajo de Cliff Burton que se aprecia mejor en versiones remasterizadas (aquí, en vivo en el 2019).

MORNING DEW – GRATEFUL DEAD (The Grateful Dead, 1967): “Despiértame en el rocío de la mañana” dice el primer verso de esta tonada canadiense de los años treinta, situada en un contexto post-apocalipsis. Jerry García y su corte de gitanos psicodélicos la grabaron en su disco debut. Pero es la versión en vivo de 1974, en el legendario auditorio de Winterland, la que me obsesionó. El sentimiento en la voz y guitarra de García es conmovedor. Casi a los seis minutos, el tema despega y su Gibson SG hace magia pura.

STARLESS – KING CRIMSON (Red, 1974): La pieza de casi trece minutos que cierra el último LP de la primera etapa de King Crimson es de una intensidad melancólica y oscura. El mellotrón y guitarra iniciales de Robert Fripp, los saxos de Ian McDonald y Mel Collins y la letra etérea son quebradas con un interludio en que guitarras y percusiones dispersas siembran la incertidumbre mientras el bajo de John Wetton va creciendo, junto con la batería de Bill Bruford, hasta explotar en un aquelarre de turbulento y ácido jazz-rock.

SUPPER’S READY – GENESIS (Foxtrot, 1972): Con sus casi 23 minutos de duración, esta historia en la que Peter Gabriel juguetea con conceptos bíblicos, fantasmagóricos y románticos/filosóficos, junta varias canciones en una sola, pieza central de su cuarto LP y de sus conciertos hasta 1974. A lo largo del cuento, Gabriel adopta varias caracterizaciones vocales mientras la banda realiza complejos pasajes de alto nivel. En la versión original de Foxtrot, Supper’s ready ocupa prácticamente todo el Lado B, precedida por una corta viñeta acústica de Steve Hackett, Horizons.

THAT’S THE WAY OF THE WORLD – EARTH WIND & FIRE (That’s the way of the world, 1975): Si hay un tema que resume la filosofía que movía a la formación original de este sensacional combo de soul, R&B y funk es este, que le da título a su sexto álbum. El solo de guitarra de Johnny Graham le da un toque distintivo a esta canción que sirve, en los actuales conciertos de EWF, para recordar la figura de su líder espiritual, motor creativo y fundador, el cantante y percusionista Maurice White, fallecido en el año 2016.

TOMMY THE CAT – PRIMUS (Sailing the seas of cheese, 1991): Para muchos entusiastas del rock de los noventa, el bajista definitivo de esa década fue Flea (Michael Balzary) de los Red Hot Chili Peppers. Probablemente no conocieron a Les Claypool. En este tema participa el genial Tom Waits, poniéndole voz aguardentosa al protagonista de la historia, Tommy, un gato callejero (en vivo Les alterna su narración en megáfono con la de su personaje gatuno). Los solos disonantes de Larry Lalonde y la batería funky de Tim “Herb” Alexander hacen del trío una versión pasada de vueltas de Rush.

TRUE FAITH – NEW ORDER (Substance, 1987): Este tema, estrenado en una recopilación doble de singles y lados B, se convirtió en un clásico inmediato, no solo por la letra que resulta retorcidamente positiva y el ritmo intenso marcado por Peter Hook (bajo) y Stephen Morris (batería), enmarcado en los envolventes teclados de Gillian Gilbert y la intermitente guitarra de Bernard Sumner. El video, una especie de sueño/videojuego, colorido y dinámico, hace contraste con las imágenes sugeridas del grupo en vivo, bañados en una melancólica y fascinante luz azul oscuro.

VOICES – CHEAP TRICK (Dream police, 1979): A este cuarteto de Illinois se les conoció en el Japón como “los Beatles americanos” por el impacto que tuvieron desde sus inicios en la tierra del sol naciente. Esta canción, escrita por el excéntrico guitarrista Rick Nielsen, decorada por voces superpuestas de Robin Zander y el rotundo bajo de doce cuerdas de Tom Petersson, parece una versión lenta de I want to hold your hand. El afilado solo de guitarra lo toca un invitado, Steve Lukather de Toto.

WHY DON’T YOU LIKE ME? – FRANK ZAPPA (Broadway the hard way, 1988): Sobre la base de una composición suya de 1970, Zappa construye esta burla sobre Michael Jackson, sus excentricidades y la psiquiátrica relación con su raza y familia –“I hate my mother… I hate my father… I am my sister… and Jermaine is a negro!”. En la última parte, la banda toca una versión acelerada del riff de Billie Jean, para luego retomar el tema original. La parodia del fallecido “Rey del Pop” la ejecuta el cantante/tecladista/saxofonista Bobby Martin. Previamente, esta adaptación de Tell me you love me (del álbum Chunga’s revenge) se llamó Don’t be a lawyer, un ataque feroz a políticos y abogados de la administración Reagan, con la cual cerraba sus conciertos en 1984.

BONUS TRACK:

IN BETWEEN DAYS – THE CURE (The head on the door, 1985): Varias cosas fascinantes en este clásico de la formación definitiva de The Cure -Robert Smith, Porl Thompson, Lawrence Tolhurst, Simon Gallup y Boris Williams-: el video con esa cámara que vuela y los colores surreales, la brillantez de guitarras y teclados y la letra, que deja espacio a múltiples lecturas (¿es un triángulo amoroso, es una fantasía, es una relación abierta?). así la tocaron en Lima hace diez años.

Para el próximo sábado, veinte canciones en español que no me canso nunca de escuchar. Hasta entonces.

Tags:

#Rock, canciones, Música, rock clásico
Página 1 de 2 1 2
x