sector privado

La corrupción es el segundo gran problema nacional, apenas por debajo de la inseguridad ciudadana. Eso lo ratifica la XII Encuesta Nacional sobre percepciones de la corrupción en el Perú 2022, que efectuó Ipsos el año pasado y que conviene traer a colación porque el statu quo se mantiene.

El 60% considera a la delincuencia el principal problema y el 57% a la corrupción; 4 de cada 5 peruanos estima que la corrupción en el Perú ha aumentado en los últimos cinco años; 53% considera que la corrupción aumentará en los próximos cinco años; alrededor de 9 de cada diez peruanos considera que la corrupción afecta su vida cotidiana (“principalmente, advierten que afecta su economía familiar, reduce sus oportunidades o las de sus familiares de conseguir empleo, reduce su confianza en los políticos y en la calidad de los servicios públicos que recibe”).

Esta encuesta ha sido hecha en pleno gobierno de Castillo y por ello “destaca el aumento importante que tiene el gobierno de turno en el presente año: mientras que en el 2019 solo el 10% de peruanos consideraba al gobierno como una de las instituciones más corruptas, este año esta percepción aumenta a 42%”.

Por supuesto que la corrupción no existiría sin ambos lados de la moneda, el corrupto y el corruptor, y, en esa medida, el sector privado es cómplice de la misma, pero lo que es preciso anotar, siempre, es que mientras más Estado haya (con las barreras burocráticas que lo suelen acompañar) mayor propensión a la corrupción habrá. Mientras más permisos, licencias, autorizaciones, reglamentos, trámites sean necesarios, la puerta abierta al corrupto estará allí omnipresente.

De nada parece haber servido, en cuanto a escarmiento se refiere, ver a tantas autoridades públicas en la cárcel por los recientes escándalos del caso Lava Jato, del Club de la Construcción o el de los Cuellos Blancos. La ciudadanía en el Perú sigue siendo corrupta porque se ve en la obligación muchas veces de serlo para conseguir aquello que, en principio, debería serle concedido sin mayor dilación.

Una de las grandes tareas de un buen gobierno a partir del 2026 es reducir el Estado a su mínima expresión en cuanto a tramitología. Y diseñar un esquema institucional anticorrupción, ya que, probado está, el funcionamiento vigente de la Contraloría, el Ministerio Público, el Poder Judicial y la policía, no es suficiente.

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Dándole la importancia necesaria, podemos entender a la seguridad nacional como un bien público desde un punto de vista económico, lo que implica que no hay ni exclusión ni rivalidad en el beneficio que da a la sociedad. Todos nos beneficiamos de un país más seguro, independientemente de si pagamos impuestos, o cuánto pagamos. Una persona o un grupo adicional de personas en el país tampoco disminuye la calidad de la seguridad nacional. 

Es tarea de los formuladores de políticas identificar cuáles son las actividades y proyectos que las fuerzas armadas pueden desarrollar con un presupuesto comparativamente más bajo que el del sector privado, y dónde los retornos sociales son más altos. En otras palabras, qué proyectos tienen los mayores beneficios sociales netos si son ejecutados por las fuerzas armadas. Una vez identificados, se deben asignar recursos a estos proyectos ya que todos nos beneficiamos de una provisión eficiente de bienes públicos y servicios de alto retorno social. 

Solo por mencionar algunos ejemplos: El Perú es uno de los países a nivel global más afectados por la brecha digital en los servicios públicos y privados, hay potencial para proyectos a través de las fuerzas armadas para llevar infraestructura digital a las áreas de más riesgo y aislamiento del país. La protección de los recursos forestales de la Amazonia es además un bien público que tiene repercusiones globales.

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Sobre descentralización, dice bien Juan Carlos Tafur (Sudaca, 19 de Enero): “los gobiernos regionales, provinciales y distritales son antros de corrupción, las obras un desastre inacabado, las responsabilidades esenciales son abandonadas” y enumera un largo etcétera de problemas; efectivamente, el resultado de ese proceso es muy malo hasta ahora, pero, como también añade el director de Sudaca,  “No se puede volver al centralismo. Es antirepublicano y antidemocrático”

 

Y tampoco sería realista intentar volver atrás, la descentralización es obligatoria en una realidad como la nuestra: el Perú es enorme, ocupa el lugar número 20 en magnitud de superficie en el mundo, dato que esconde una topografía que parece un papel arrugado, decenas de climas simultáneos, una gran diversidad humana … Las disposiciones del gobierno central normalmente han sido letra muerta fuera de Lima y las principales ciudades, carecen de valor por falta de información específica local actualizada, sus procesos de implante por lo regular se interrumpen por el cambio de autoridades; se necesita instancias regionales que conozcan territorio, población, y trabajen en su propio espacio, y estas solo pueden ser resultado de procesos democráticos para tener legitimidad. 

 

Hablando más precisamente de la regionalización, hay medidas que sería conveniente implementar pero que resultan imposibles sin pasar por grandes tensiones sociales, por ejemplo, reagrupar las regiones que se crearon erróneamente tomando como base los antiguos departamentos. Seguramente esto sería deseable desde la perspectiva de la política pública, pero altamente resistido por la ciudadanía regional.

Buscando alternativas de mejora que pudieran tener viabilidad, creo que vale la pena dedicarle atención a la baja definición de la división del trabajo entre gobiernos regionales y el gobierno central. Para esto propongo usar un esquema muy conocido en el desarrollo organizacional y también en la gestión pública: el ciclo Diseño-Ejecución-Evaluación-Mejora (los términos varían ocasionalmente); casi cualquier actividad puede analizarse siguiendo este flujo de operaciones. 

Si aplicáramos el esquema a la división gobierno central/gobierno regional, habría que asignar la Ejecución al segundo. Por ejemplo, en Educación esto pasaría por habilitar colegios, contratar profesores, garantizar los materiales impresos y electrónicos, etc. La Evaluación, complementariamente, debería ser independiente de los procesos mencionados , nadie puede ni debe ser al mismo tiempo ejecutor y evaluador de una misma actividad (es buena parte del origen de la tensión actual entre SUNEDU y los rectores de universidades truchas). Por esto, lo más razonable sería asignar la función evaluativa al gobierno central, pero coordinando con los gobiernos regionales los estándares respecto a los cuales serán evaluados y amarrando los avances a la disposición de recursos.

Las otras dos grandes funciones, el Diseño de las acciones y la Mejora post evaluación son más complejas; respecto a la primera, el gobierno central vía el ministerio de educación es rector del sector, por lo que debería ser tarea suya; esto cubre cosas como el currículo (no usar la expresión “currícula”), los lineamientos para materiales impresos y electrónicos, la formación y capacitación docente, etc. Sin embargo, esta también es una función compartida, el diseño central generalizable a todo el país, debería limitarse a lo mínimo indispensable y dar a las regiones suficiente autonomía como para que la regla no termine ahogando la ejecución. Y lo mismo vale para la mejora, la instancia central no debería excederse en sus prerrogativas y entregar lineamientos más que productos acabados; esto implica manejar los tiempos de la gestión de modo distinto y reducir la “creatividad” en las políticas, que en realidad es generada por la alta rotación de las autoridades, la llamada con ironía “gestión por ocurrencia”.

Pero, se preguntará el lector, ¿podemos darle estas funciones a unos gobiernos que se han mostrado ineptos durante años para implementar incluso tareas menores? Podemos si hacemos esto con seriedad, iniciando la transformación de un par de regiones en acuerdo con el gobierno central en un proceso muy pautado y seguido de cerca, donde se pueda aprender y mejorar la propuesta en la propia ruta. 

Pero estos cambios dibujan unos ministerios distintos de los actuales; que dejen de trabajar en paralelo a los gobiernos regionales, contengan su afán regulador, profesionalicen sus capacidades de evaluar, desarrollen programas de asistencia técnica que impulsen la mejora del trabajo en las regiones en acuerdo con ellas. Y que aprendan a gestionar el conocimiento requerido contratando bien y transparentemente, porque para cumplir tareas de esta magnitud no basta el sector público: el Estado nacional y los gobiernos regionales requieren de socios, privados, del “tercer sector”, etc. para poder transformarse.

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En estas fiestas tuve la suerte de poder regresar al Perú, después de un año sin visitar la patria. Junto a mi familia, decidimos pasar unos días en las playas de Tumbes.

Una mañana, un familiar mío salió a caminar, y estando cerca de un muelle fue atacada y mordida por un perro, que le dejó una herida bastante larga en una nalga. Como se deben imaginar, lo primero que pensamos todos fue que tenía que ir a vacunarse contra la rabia. 

Nos encontrábamos cerca al pueblo de Cancas, que no conocíamos pues acabábamos de llegar, y yo pensaba con curiosidad (y preocupación por mi familiar) en cómo sería la experiencia de enfrentarnos al sistema de salud pública peruano, especialmente en un pueblo bastante pequeño. Les cuento nuestra experiencia:

El primer reto fue que el incidente se dio un domingo. Para nuestra sorpresa, ningún centro de salud cercano se encontraba abierto, ni siquiera en Máncora que es bastante turístico. ¿Qué ocurre si un ciudadano de la zona tiene una emergencia un domingo? Nadie nos pudo responder esa pregunta. Felizmente, lo nuestro no era grave, pero se nos indicó que lo único abierto estaba en Tumbes, a una hora y media y por lo menos 150 soles en taxi de donde nos encontrábamos. 

Volvimos entonces el lunes al centro de salud de Cancas, donde nos atendieron amablemente. Allí le pusieron la primera vacuna a mi familiar, y nos indicaron se necesitarían 4 dosis más en los próximos días. En ese mismo lugar se puso sin problema la segunda dosis.

El siguiente reto vino al regresar a Lima. A diferencia de Cancas, en Lima hubo que probar suerte con varios centros de salud. Primero nos acercamos al de San Isidro, donde no tenían la vacuna. Nos dieron el teléfono del Centro Antirrábico, pero no contestaban. Nos dirigimos luego al Hospital Casimiro Ulloa, pero, aunque tenían la vacuna, indicaron que allí solo atienden emergencias (y eso no era considerado una emergencia). Luego, en el centro de salud de Miraflores, donde sí tenían la vacuna, nos dijeron que la fecha para la tercera dosis debía ser unos días después. 

Finalmente, nos acercamos nuevamente al centro de salud de Miraflores el día indicado, pero nos comentaron que no estaban vacunado hasta el 08 de enero porque estaban haciendo obras de construcción justo en la zona de vacunación, y nos enviaron al centro de salud de Surquillo. Nos acercamos entonces allí, y luego de mucho insistir, finalmente logramos la tan ansiada tercera dosis. Sin embargo, nos pidieron que, para la cuarta, no volvamos porque tenían muy pocas vacunas y no nos correspondía por no vivir en dicho distrito, a pesar de que les explicamos que el centro de Miraflores estaba siendo remodelado.

¿Tendremos más suerte con las dos dosis que faltan? No lo sabemos. Lo que queda claro es que se habla mucho de la mercantilización de la salud por parte del sector privado, pero todos los días se pone en evidencia la falta de enfoque en el usuario que tiene nuestro sistema de salud pública. El servicio requerido en este caso no era especialmente complejo, y sí era ofrecido por los centros de atención primaria públicos de manera gratuita. Sin embargo, un sistema de salud que pasea al ciudadano de centro de salud a centro de salud desperdiciando su tiempo y dinero, explica por qué tantas personas prefieren pagar por un servicio privado. La salud es en este momento un derecho constitucional, pero esto da totalmente igual si en la práctica se les da la espalda a los usuarios.  

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Cancas, cuidado de la salud, Fin de año, sector privado
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