Sodalicio

Estimado José Antonio:

Sí. Te digo “estimado” porque te he conocido personalmente desde que en el año 1978 el Sodalicio se cruzó en mi vida, y luego he vivido en comunidades sodálites, compartiendo contigo el mismo techo y pan, sentándome contigo a la misma mesa y compartiendo contigo momentos de vida comunitaria. Incluso, antes de ser cura, fuiste mi primer superior en diciembre de 1981, en la comunidad Nuestra Señora del Pilar ubicada entonces en el jirón Alfredo Silva en Barranco, muy cerca del Museo Pedro de Osma. En esa comunidad que recién se inauguraba compartimos techo juntos al principio Eduardo Field, Alfredo Draxl, Alberto Gazzo, Virgilio Levaggi, José Ambrozic y Alejandro Bermúdez. ¿No te resulta sorprendente que, salvo el de Field, todos estos nombres estén relacionados con la cultura de abusos que se vivió en el Sodalicio? Y tú, como superior de todos nosotros, encargado de dirigir la vida comunitaria de acuerdo a las directivas de Luis Fernando Figari —a quien seguías a pie juntillas y nunca te atreviste a contrariar—, ¿niegas hasta ahora que formaste parte de esa cultura de abusos?

Yo, entonces un joven de 18 años, con la confianza e ingenuidad propias de esa edad, confiaba absolutamente en las buenas intenciones de todos aquellos que, como tú, formaron parte de la generación fundacional del Sodalicio, y no abrigaba ninguna suspicacia contra nadie. No era consciente del lavado de cerebro y la manipulación de conciencia de la cual había sido objeto, pues la vida se presentaba abierta a ideales de grandeza y esperanzas de contribuir a cambiar el mundo, para convertirlo “de salvaje en humano, y de humano en divino”, como continuamente se nos repetía. Y a mantener esa ilusión contribuían los gratos momentos de vida comunitaria, que opacaban los severos castigos que a veces recibíamos.

Muchos se preguntan cómo pudimos soportar agresiones físicas y psicológicas, sin protestar ni rebelarnos. Eso se explica porque el anzuelo que nos atrapaba tenía también una carnada jugosa y sabrosa, unos momentos de vida fraterna que nos parecían la gloria, donde podíamos sentir una cierta alegría y un sentimiento de compañerismo y fraternidad que nunca habíamos experimentado de igual manera fuera de la comunidad. Nos sentíamos felices de ser “amigos en Cristo”. Pero, sin saberlo, eso ocurría a costa de nuestra libertad y sólo funcionaba mientras uno mantuviera una fidelidad férrea al ideal sodálite y nunca cuestionara nada.

En ese sentido, puedo decir que nunca he pasado mejores Navidades que aquellas que pasé cuando, después de la Misa del Gallo, nos reuníamos los miembros de todas las comunidades de Lima para compartir la cena navideña y representar sketches que nos hacían reír a carcajadas. Tú mismo, José Antonio, te disfrazaste una vez de Batman y apareciste junto con Alfredo Ferreyros disfrazado de Robin, para hacer una parodia —donde te llamaban Fatman por tu consabida corpulencia abdominal— que  nos hizo reír con tu consuetudinaria simpatía.

Porque hay que reconocerlo. Siempre has sido una persona simpática, de carácter risueño, muy sentimental y cariñosa, que se preocupaba por los otros miembros de la comunidad. Eras afable en el trato y no utilizabas palabras groseras ni insultos cuando hablabas con alguien, ni siquiera con tus subordinados, a diferencia de otros sodálites con responsabilidad, que estaban habituados al lenguaje grosero y a los insultos, comenzando por el mismo Luis Fernando Figari.

Recuerdo algunos momentos en que te mostraste muy humano. Como, por ejemplo, cuando en la segunda mitad de los 80, vivíamos en la comunidad Nuestra Señora del Pilar, que estaba situada temporalmente en Juan José Calle 191 en La Aurora (Miraflores), pues la minera que le había cedido en usufructo al Sodalicio la casona de Barranco necesitaba hacer uso de ella. Nuestro superior era Luis Ferroggiaro, que todavía no había sido ordenado sacerdote. Hay que tener cuenta que, según las normas del Sodalicio, los sacerdotes no pueden ser superiores de comunidad. Curiosamente Ferroggiaro, quien fue despedido en ese entonces del Colegio Markham y se le negó el permiso para seguir siendo profesor de religión, también ha sido acusado, ya siendo sacerdote en Arequipa, de haber abusado sexualmente de un menor.

Un día llegaste afligido a la casa porque, regresando de la residencia de Figari en Santa Clara, se te había cruzado un borracho en la Av. Circunvalación y lo atropellaste, causándole la muerte. Ferroggiaro encargó que se alquilara una película en video para distraerte, y elegimos “Escape en tren” (“Runaway Train”, Andrei Konchalovsky, 1985) porque sabíamos que te gustaban las películas de acción y nos hacías reír imitando el sonido de las ametralladoras de Arnold Schwarzenegger en dos de tus películas favoritas: “Commando” (Mark Lester, 1985) y “Predator” (John McTiernan, 1987). Pusimos la película, y en el momento en que un hombre del siniestro alcaide Ranken es descendido con una cuerda desde un helicóptero hacia la locomotora del tren sin frenos donde están los dos reclusos evadidos interpretados por Jon Voight y Eric Roberts, el agente es arrollado por el tren y cae bajo sus ruedas, encontrando la muerte. En ese momento, José Antonio, te levantaste de tu sillón y te retiraste a tu dormitorio. Nos dio pena, porque no sabíamos que el film iba a recordarte el accidente que había ocurrido, del cual terminarías saliendo judicialmente libre de polvo y paja.

Hay que añadir que tus gustos cinematográficos eran bien pedestres. Además de violentas películas de acción, te gustaban las de la serie “Locademia de policía” (“Police Academy”). Recuerdo una vez que Jorge Ríos y yo te acompañamos mientras veías en video un film de la serie. Te arrastrabas de risa ante cada ocurrencia burda y grosera de la trama, mientras Jorge y yo nos aburríamos, sin que nos causara gracia tanta vulgaridad. Pero una vez si te quejaste ante el superior cuando organice un cine-fórum con agrupados universitarios para mostrarles “La naranja mecánica” (“A Clockwork Orange”, Stanley Kubrick, 1971), pues te parecía una película inmoral, una valoración conforme con tu visión ultraconservadora de la moral y el arte. Pues nunca fuiste de correr riesgos, y siempre seguiste con lealtad incondicional los principios sodálites de Figari y mantuviste una postura conservadora y rígida en temas de fe católica y moral, que te ha llevado a descalificar a personas que piensen distinto a ti y a cerrarte al diálogo.

En ese sentido, ayudaste a a aplicar medidas humillantes contrarias a la dignidad de las personas, aunque lo que hizo no se diferencia sustancialmente de lo que hicieron otras personas con cargos de responsabilidad en el Sodalicio, sin que se pueda saber si eras consciente de la gravedad de lo que hacías. Al igual que yo, fuiste testigo de una multitud de abusos en comunidades sodálites. Te confieso que me demoré más de una década en comprender que lo que vi eran realmente abusos, pues había sufrido una reforma del pensamiento (o control mental) tal como el que se suele dar en organizaciones sectarias y durante mucho tiempo creí que los abusos dentro de las comunidades sodálites eran en realidad procedimientos legítimos dentro de una institución católica donde se busca la perfección cristiana. Y a pesar de que tú colaboraste activamente en aplicar la medida de aislamiento que sufrí en diciembre de 1992 en la comunidad Nuestra Señora del Pilar situada nuevamente en Barranco—medida que me llevaría a huir en una noche con toque de queda hacia una de las comunidades de formación de San Bartolo, donde pasaría siete meses atormentado a diario por pensamientos suicidas—, no catalogué eso entonces como un abuso, pues todavía no me había librado de la férula mental del Sodalicio y todavía seguí creyendo que era yo el que había fallado, que yo tenía la culpa de lo sucedido. Por eso mismo, te pedí que oficiaras mi matrimonio religioso el 29 de noviembre de 1996, en una ceremonia que, sin lugar a dudas, fue hermosa e impresionante por los cientos de invitados que asistieron y las palabras emotivas que brotaron de tu rostro sonriente. Yo no sabía entonces que tú ya habías tenido conocimiento de los abusos sexuales perpetrados por Virgilio Levaggi, y lo encubriste, así como también encubrirías posteriormente a Jeffery Daniels, cuyos abusos fueron conocidos por toda la cúpula sodálite.

Pero seguías llevando el veneno del Sodalicio en tu alma, y esa sonrisa tuya podía convertirse en la sonrisa del Joker cuando te burlabas de un confráter sodálite que estaba siendo sometido a un trato humillante, como ocurrió con José Enrique Escardó.

Y cuando llegaste a ser obispo, parece que los humos se te terminaron subiendo a la cabeza, pudiéndosete aplicar las palabras que el noble inglés Lord Acton le aplicó al Papa Pío IX: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

José Antonio, tenías todas las cualidades para ser un sacerdote ejemplar y un pastor preocupado por el Pueblo de Dios, pero preferiste ponerte al servicio de una institución sectaria, defendiendo su imagen contra aquellos que subjetivamente considerabas enemigos de la Iglesia y del Sodalicio, haciendo buenas migas con autoridades corruptas —tanto políticas, judiciales, militares como policiales—, protegiendo negocios turbios de empresas vinculadas al Sodalicio, contratando a abogados histriónicos y circenses para que tuerzan el derecho a tu favor y, sobre todo, callando en todos los colores sobre los abusos sexuales, psicológicos y físicos que se perpetraron en el Sodalicio, principalmente en las comunidades sodálites, e ignorando a las víctimas y sus sufrimientos. Lo mínimo que hubieras podido hacer es pedir perdón por haber contribuido a la cultura de abuso del Sodalicio, al que tanto amas por encima de la justicia y de la misericordia que tanto predicas. A estas alturas, creo que eso es mucho pedirle a un jerarca de la Iglesia que se regodeó en su poder, de quien aun guardo —lo confieso— recuerdos gratos por varios momentos compartidos juntos cuando aún afloraba el lado luminoso de su humanidad, ese lado luminoso que fue echado a perder por esa hidra de siete cabezas que es la institución sodálite.

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Papa Pio IX, Sodalicio

Uno de los mayores casos de abusos sexuales de menores en Alemania fue el de la Escuela de Odenwald, un internado de línea pedagógica experimental. Y no estuvo relacionado con la Iglesia católica ni con ninguna otra iglesia cristiana, pues se trataba de una institución educativa laica. Una investigación oficial realizada en el año 2010 determinó que había 132 víctimas identificadas entre 1965 y 1998, y 18 docentes abusadores, entre ellos Gerold Becker, quien fuera director de la escuela entre 1972 y 1985. Según un estimado, podrían haber unas 300 víctimas más.

Sin embargo, las denuncias no se iniciaron recién en el 2010, año en que en Alemania comenzó la ola de destapes de abusos sexuales contra menores en instituciones gracias a la iniciativa del jesuita Klaus Mertes, entonces director del Colegio Canisio de Berlín, quien dio a conocer a la opinión pública los abusos cometidos en décadas anteriores por dos docentes jesuitas de la institución. 

Ya en el año 1999, a través de un artículo del periodista Jörg Schindler en el Frankfurter Rundschau, se hicieron públicos por primera vez testimonios de exalumnos de la Escuela de Odenwald, según los cuales, durante las décadas de 1970 y 1980, el entonces director de la escuela, Gerold Becker, había abusado sexualmente de varios estudiantes de manera sistemática y durante un largo período de tiempo. Andreas Huckele —quien había sido alumno de la Escuela de Odenwald entre 1981 y 1988, y fue protegido en el artículo bajo el seudónimo de Jürgen Dehmers- y otra víctima conocida por el seudónimo de Thorsten Wiest le habían escrito anteriormente en junio de 1998 una carta al entonces director de la escuela, Wolfgang Harder, y a 26 empleados, confrontándolos con estas acusaciones y exigiendo consecuencias, después de enterarse de que Becker había regresado a la Escuela de Odenwald a principios de 1998 como profesor sustituto. Huckele le había escrito además dos cartas a Becker en 1997 y 1998, solicitando una respuesta de este último. La dirección de la escuela simplemente comunicó que Gerold Becker «no había refutado las afirmaciones de los afectados ante la junta directiva y había renunciado a sus funciones y responsabilidades en la asociación gestora y en la asociación promotora de la Escuela de Odenwald». La junta directiva, que había investigado las acusaciones, llegó a la conclusión de que, después de casi 15 años de ocurridos los hechos, éstos ya no eran «penalmente relevantes».

El artículo de Jörg Schindler, publicado a página completa en el Frankfurter Rundschau, no gatilló un debate público significativo, ni otros medios informaron al respecto, ni tampoco hubo reacción de las autoridades políticas y judiciales. En cambio, Florian Lindemann, en ese momento portavoz de los exalumnos, criticó duramente la cobertura del caso en una carta al editor publicada posteriormente. Acusó a Schindler de «periodismo sensacionalista». La investigación penal sobre el caso de Becker ya había sido archivada en 1999 por la Fiscalía de Darmstadt debido a que los presuntos delitos ya habían prescrito.

En resumidas cuentas, no pasó nada. Tendría que transcurrir poco más década antes de que se tomaran cartas en al asunto, lo cual llevaría al declive de la institución escolar y a su cierre definitivo en septiembre de 2015 por problemas financieros.

¿Podemos establecer un paralelo entre este caso y las primeras denuncias contra el Sodalicio de Vida Cristiana publicadas en un medio de difusión masiva —como era la revista Gente—, provenientes de la pluma de José Enrique Escardó?

Ciertamente, Escardó publicó seis columnas entre octubre y noviembre del año 2000 en su columna semanal El Quinto Pie del Gato, y sus denuncias no fueron replicadas por ningún otro medio. Pasaría más de una década hasta que el año 2011 las primeras denuncias de abusos sexuales cometidos por Germán Doig y Luis Fernando Figari fueran publicadas en Diario16, entonces dirigido por Juan Carlos Tafur, y en el año 2015 Editorial Planeta publicara la investigación periodística “Mitad monjes,mitad soldados” de Pedro Salinas y Paola Ugaz, donde se designaría a Escardó como «el primer denunciante», aunque sus denuncias sobre abusos psicológicos y físicos no incluían ninguna sobre abuso sexual. Asunto irrelevante, dado que los primeros tipos de abusos pueden tener consecuencias iguales, o incluso más graves, que los abusos sexuales, y constituyen el sustrato para que en ocasiones se cometa agresiones sexuales. 

Antes de la publicación de los artículos de Escardó ya habían habido denuncias periodísticas y académicas contra el Sodalicio de Vida Cristiana, aunque de corte distinto. En los años 70 y 80 aparecieron espóradicamente en el Diario de Marka, un periódico de izquierda, críticas al Sodalicio y a Figari por su cercanía a grupos fascistoides de extrema derecha y por su oposición a la teología de la liberación del Padre Gustavo Gutiérrez, corriente de pensamiento que terminó siendo avalada como teológicamente inobjetable por la Congregación para la Doctrina de la Fe (Ciudad del Vaticano) y el Papa Francisco 

El primero en resaltar por escrito el carácter sectario del Sodalicio fue José Luis Pérez Guadalupe en el año 1991, en su tesis para optar al grado de licenciado en teología, intitulada “Las sectas en el Perú”. Un resumen de la tesis fue publicado posteriormente por el Centro de Investigaciones Teológicas de la Conferencia Episcopal Peruana en el año 1991, con el título de “Las sectas en el Perú: Los ‘nuevos movimientos religiosos’”, y vendido en su local de Jesús María. Si bien el libro se ocupaba principalmente de las sectas evangélicas presentes en el Perú, en una parte de este escrito Pérez Guadalupe hablaba de características sectarias que se presentaban también en grupos que formaban parte de la Iglesia católica, a saber, el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal y el Sodalitium Christianae Vitae. Recuerdo que los curas sodálites Jaime Baertl y José Eguren movieron influencias para que el libro dejara de ser vendido, sin lograrlo. Aun así, la publicación no tuvo una difusión de alcance masivo, como sí lo tenía la revista Gente.

¿Qué factores contribuyeron para que las denuncias de Escardó cayeran en saco roto? Puedo adelantar algunas hipótesis.

Uno de los factores puede ser el medio donde publicó sus columnas. Gente era considerada una revista frívola, que no estaba a la altura de otras revistas periodísticas consideradas más serias como Caretas, Oiga y Sí. Ciertamente incluía algunos reportajes, pero estaba más centrada en temas de farándula, de espectáculos, de alta sociedad, de variedades y deportes. Además, la columna de José Enrique Escardó tampoco tenía mucho peso en el ámbito periodístico, pues siendo el hijo de Enrique Escardó, el director de la revista, se sospechaba que se la había asignado una columna semanal más por motivos de parentesco que por sus méritos profesionales.

El siguiente factor que atentó contra la difusión de las denuncias fue el estilo sensacionalista en que estaban redactados los artículos. Era evidente la intención del articulista de escandalizar a sus lectores, contándoles una serie de incidentes chocantes. «Hoy contaré otra historia que escandalizará a mis lectores y, como les dije antes, tengo muchas otras guardadas que iré contando cada semana».

Todos los incidentes abusivos que Escardó narra ocurrieron realmente. Yo mismo lo puedo corroborar, pues fui testigo de algunos, otros me fueron narrados de primera mano o yo mismo u otros sufrimos abusos parecidos. Sin embargo, faltaba en los artículos un contexto donde situarlos, pues Escardó no explicaba qué es el Sodalicio, cómo funcionaba, cómo eran las estructuras que permitieron el abuso, qué tipo de inserción tenía el Sodalicio en la Iglesia católica, etc. En otras palabras, lo que él escribió no cumplía con todos los estándares periodísticos, lo cual a ojos de muchos le restaba objetividad, aunque —como ya he señalado— nada de lo que cuenta es falso o inventado. Quizás en ese entonces no se hallaba en situación de realizar esta tarea, ya sea por falta de experiencia, ya sea por la carga emotiva que le causaba su animadversión a la Iglesia católica.

Y éste es otro de los puntos que quizás hayan impedido la difusión y acogida de sus denuncias. Pues en su primera columna del 26 de octubre de 2000, titulada “Extirparé la raíz del miedo”, introducía lo que iba a contar en el marco de una rabiosa perorata contra la Iglesia católica. «Llegó el momento de empezar a decir las cosas como son. Que nadie se deje atemorizar por curas o líderes laicos de la iglesia, que de santos tienen menos que yo de católico. […] Estoy harto de los abusos de la iglesia y de que metan la nariz donde nadie les ha pedido». Si bien Escardó tiene razón en muchas de sus críticas, no tiene en cuenta que la Iglesia no se reduce a lo que hagan muchos de sus jerarcas, ni tampoco tiene en cuenta que muchos católicos que se siguen considerando parte de la Iglesia entendida como Pueblo de Dios y comunidad viva de creyentes también comparten muchas las críticas que él tiene.

El título de cuatro de sus columnas —”Los abusos de los curas”— también resultó inapropiado, pues de entre los personajes abusadores que menciona con nombre y apellido sólo uno es cura, a saber, José Antonio Eguren. En realidad, los abusadores más notables del Sodalicio han sido laicos. Hablar de los abusos de los curas termina distorsionando la verdadera compresión de la problemática de abusos del Sodalicio.

Un año después, el 20 de noviembre de 2001, se emitió en Canal N el primer reportaje periodístico sobre el Sodalicio de Vida Cristiana, realizado por Diego-Fernández Stoll, durante el programa “Entre Líneas“, que conducía la periodista Cecilia Valenzuela. En el programa también se entrevistó a José Enrique Escardó y al psicólogo Jorge Bruce.

Allí se presentaba de manera seria y documentada el marco contextual que le faltaba a las columnas publicadas en Gente. Y allí José Enrique Escardó pudo hablar, de manera más serena, sobre las mismas experiencias abusivas que había sufrido durante su permanencia en el Sodalicio, sin la sazón emocional que habría arruinado el impacto efectivo que podrían haber tenido sus artículos escritos. En el programa de Canal N rezumaba sincera objetividad y fidedigna credibilidad.

Por supuesto, seguía siendo un ave solitaria, pues muchos de los que aún estábamos procesando nuestra experiencia sodálite aún no habíamos superado del todo el formateo mental efectuado por el Sodalicio o no estábamos en condiciones de narrar públicamente lo que habíamos sufrido.

Quiero agradecer a José Enrique Escardó por el valor que tuvo de hablar, de abrir trocha y camino, aunque su denuncia original no haya estado exenta de desaciertos en la forma y en el tono.

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Cuando en octubre de 2015 Pedro Salinas y Paola Ugaz publicaron el libro “Mitad monjes, mitad soldados”, el Sodalicio comenzó a incendiarse. Los encargados de apagar ese incendio y resarcir los destrozos, sobre todo los daños infligidos a las víctimas de abusos, eran quienes tenían en ese momento las riendas de la institución, los integrantes de lo que se conoce como el Consejo Superior del Sodalicio de Vida Cristiana.

Si bien el P. Juan Mendoza Figari integraba el Consejo Superior en el año 2015 como asistente de espiritualidad, ya en el año 2016 no formaba parte de ese organismo y nos encontramos con la siguiente constelación de miembros:

Alessandro Moroni , Superior General
José Ambrozic, Vicario General
P. Jorge Olaechea, asistente de espiritualidad
Gianfranco Zamudio, asistente de instrucción
Javier Rodríguez Canales, asistente de apostolado
Fernando Vidal, asistente de comunicaciones
Carlos Neuenschwander, asistente de temporalidades

Sería este Consejo Superior el que enfrentaría el período más álgido de la conflagración en el año 2016, cuando comenzaron a aparecer más testimonios de abusos, la Comisión Ética para la Justicia y la Reconciliación —convocada por el mismo Sodalicio— evacuaba en abril un primer informe demoledor, y la segunda comisión de tres expertos internacionales (Ian Elliott, Kathleen McChesney y Monica Applewhite) —también convocada y contratada en régimen de honorarios por el Sodalicio— iniciaba su labor de control de daños y lavado de cara de la institución. A su vez, el Consejo Superior viajaba a Roma para ver cómo arreglaba el escándalo de los abusos ante las autoridades vaticanas.

El fuego no paró de arder y aparentemente terminó chamuscando a varios miembros del Consejo Superior, pues con el tiempo cuatro de ellos terminarían saliendo del Sodalicio, a saber, Alessandro Moroni, Javier Rodríguez Canales, Jorge Olaechea y Gianfranco Zamudio. Nunca antes en la historia de la institución se habían ido en un período tan corto de tiempo, por voluntad propia, tantos sodálites que llegaron a ocupar altos cargos dentro del Consejo Superior, si bien ninguno de ellos está incluido entre los denunciados por abusos. Anteriormente sólo dos integrantes del Consejo Superior se habían separado del Sodalicio: Virgilio Levaggi, por voluntad propia, acusado de abusos sexuales, y Germán McKenzie, que fue expulsado por una falta grave reiterada que nunca se quiso dar a conocer, pero que sabemos con certeza que no entra dentro de la categoría de abusos, pues la estrategia del Sodalicio frente a este tipo de faltas ha solido ser el encubrimiento y el silencio, nunca un pronunciamiento público admitiendo un delito de tal envergadura, aunque sea veladamente, en uno de sus miembros.

De los anteriores, el primero en irse fue Javier Rodríguez Canales, actualmente Director de Cultura y Biblioteca del Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa. Es hermano de Manuel Rodríguez Canales, un sodálite casado que jugó un papel protagónico ejerciendo una crítica institucional interna hacia la manera en que el Sodalicio manejó el tema de los abusos, aunque siempre ha preferido tener un perfil bajo y no hacer declaraciones públicas y transparentes sobre lo que sabe. Lo cual es absolutamente comprensible, si se entiende que toda su trayectoria profesional ha estado ligada a la Universidad San Pablo de Arequipa, gestionada por el Sodalicio.

Gianfranco Zamudio es actualmente subdirector de formación del Colegio Cumbres (Santiago de Chile), institución educativa fundada por los Legionarios de Cristo.

El P. Jorge Olaechea colgó los hábitos, llegó a ser director director académico de la Universidad Andina para el Desarrollo (Huancavelica) y actualmente es su director de investigación.

¿Y qué fue de la vida de Alessandro Moroni, el único Superior General del Sodalicio de los cuatro que ha tenido la institución que se ha separado de ella?

Actualmente vive en Santo Domingo, a unos 96 km por carretera al sur de Valparaíso y a 114 km por carretera al oeste de Santiago de Chile. Las Brisas de Santo Domingo es un paraíso para ricos, un lujoso condominio cerca de la costa chilena, con campo de golf incluido, y Moroni es gerente general de la Fundación Las Brisas de Santo Domingo, que se dedica a la promoción social de los trabajadores del condominio, incluidos sus familiares. Moroni está casado y parece gozar de la confianza de la clase pudiente que habita esos lares. Aparentemente se ha olvidado de su vida pasada. Pero quienes recordamos la gran responsabilidad que ostentó y su complicidad en defraudar y maltratar a las víctimas del Sodalicio, no olvidamos. Esperamos que aún tenga una conciencia que le recuerde la tibieza con que actuó y las vidas arruinadas que dejó la estela de su actuar mediocre y cómplice. Si quiere redimirse, algún día tendrá que decir lo que sabe. Su actual vida paradisíaca está construida sobre ruinas humanas.

Los cuatro que se fueron saben cómo se manejó el escándalo y cuáles fueron las estrategias de encubrimiento de los abusos y traición de la confianza de las víctimas. Y probablemente todo eso haya influido en la decisión que tomaron de separarse del Sodalicio. Pero hasta ahora ninguno ha hablado. Recae sobre sus hombros una inmensa responsabilidad. Y en la medida en que no hablen, serán cómplices de los crímenes cometidos por el Sodalicio. Sabiendo todo lo que pasó al interior del Sodalicio en los años 2015 y 2016, mantienen un silencio verdugo de las víctimas.

Lo curioso es que este incendio institucional fue precedido años antes por un incendio real de enormes proporciones y consecuencias desastrosas, donde uno de los miembros del Consejo Superior jugó un rol importante, a saber, José Ambrozic.

En el año 2011 Ambrozic era superior de una comunidad sodálite encargada de administrar el Centro de Retiros Religiosos y Conferencias que la arquidiócesis de Denver (Colorado, EE.UU.) había inaugurado en 1987 en Camp St. Malo, a unos 100 km al noroeste de Denver en un agreste paraje montañoso que invita a la contemplación y la meditación. Se trataba de una imponente edificación de tres pisos con 49 habitaciones, que recibía unos seis mil visitantes al año. El complejo incluía la Capilla de Santa Catalina de Siena, más conocida como la Capilla sobre la Roca. Terminada de construir en 1936 y designada en 1999 como un sitio histórico por el condado de Boulder, la capilla sigue siendo el núcleo de lo que es el centro espiritual de St. Malo.

El sitio había adquirido también una importancia histórica y espiritual por otra circunstancia. Durante la Jornada Mundial de la Juventud realizada en Denver (10 a 15 de agosto de 1993), el Papa Juan Pablo II había bendecido la capilla e incluso se había alojado en en el centro de retiros. La habitación donde había dormido era custodiada de una manera especial, mientras en un depósito aparte se conservaban las sábanas y cobertores que había usado amén de otras “reliquias”, entre ellas fotos relacionadas con la visita del Sumo Pontífice.

Pero de esta honorable visita no habían sido testigos ni José Ambrozic, ni los otros cuatro sodálites ni el aspirante al Sodalicio que habitaban el centro de retiros en el año 2011, pues —según la página web oficial de Camp St. Malo— recién en el año 2003 la arquidiócesis de Denver le había encargado la administración de las instalaciones al Movimiento de Vida Cristiana vinculado al Sodalicio, y en realidad fueron solamente sodálites quienes asumieron esa tarea.

El 14 de noviembre de 2011, a las 7:45 de la mañana, se desató un incendió. Ambrozic y los otros integrantes de la comunidad vieron las llamas cuando regresaban a su residencia después de la misa el lunes por la mañana. Hacia las 11 a.m. los bomberos informaron que habían logrado contener el fuego que comenzó con una explosión en el techo del edificio principal del centro de retiros. Pero el salón, el comedor, la cocina, la biblioteca y las áreas comunes se habían quemado y colapsado, junto con una pequeña capilla en el tercer piso del edificio. No hubo un muertos ni heridos que lamentar, pues ese día el centro no tenía huéspedes y estaba prácticamente vacío.

El fuego no afectó la histórica Capilla sobre la Roca, situada a cierta distancia del edificio, pero los bomberos declararon que el centro de retiros podría perderse por completo debido al daño estructural, aunque tres pisos del área de alojamiento aún permanecían en pie. La habitación 314 donde se había alojado el Papa Juan Pablo II salió indemne del incendio. Los contenidos de un clóset que contenía recuerdos de su visita sobrevivieron en su mayoría. Sin embargo, las pérdidas incluyeron un cuarto usado como depósito donde se guardaban la colcha y las sábanas que Juan Pablo II utilizó durante su visita, además de otros objetos recordatorios.

En declaraciones a la Catholic News Agency, Ambrozic dijo: «Ésta es una pérdida muy trágica, porque muchos elementos emblemáticos de la Iglesia en Colorado estaban aquí en St. Malo, y la mayoría de ellos se han perdido en el incendio. Sin embargo, la Iglesia es mucho más que sus edificios, así que volveremos cuando Dios lo desee, sirviendo como lo hemos estado haciendo en la comunidad católica de Colorado y más allá». Al igual que sus futuras promesas de resarcir justamente a las víctimas de abusos en el Sodalicio, esto nunca ocurriría, por circunstancias que veremos más adelante.

Un mes después, el 23 de diciembre, el incendio causante de pérdidas de hasta ocho millones de dólares en daños fue declarado accidental. Según dieron a conocer las autoridades del sheriff del condado de Boulder, los investigadores no pudieron determinar la causa directa del fuego que se originó en la estructura del techo, dentro y alrededor de la chimenea del edificio.

Sin embargo, parece que la compañía del seguro contra incendios tenía más información. En una bitácora web de la asociación Camp St. Malo Alumni aparece la siguiente anotación:

«December 2015:

Last day for the Archdioceses of Denver to receive insurance money from the fire or they would lose it».

Diciembre de 2015:

Último día para que la Arquidiócesis de Denver reciba el dinero del seguro por el incendio, de lo contrario, lo perdería»].

A decir verdad, el seguro nunca pagó nada. Téngase en cuenta que en estos casos una de las razones más frecuentes que esgrimen los seguros para evitar pagar un daño es que hubo grave negligencia por parte de los responsables del edificio. José Ambrozic habría omitido encargar el mantenimiento de rutina de la chimenea, que tiene que ser deshollinada con regularidad, y eso habría ocasionado el incendio. Por supuesto, esta información debía ser mantenida en reserva a fin de evitar perjudicar la buena imagen que el Sodalicio estaba buscando irradiar en los Estados Unidos. Esto no podría haberse logrado sin la complicidad de las autoridades eclesiásticas que protegían a los sodálites.

Para esa fecha el arzobispado de Denver ya había renunciado a reconstruir el centro de retiros. A inicios de septiembre de 2013, lluvias torrenciales devastaron gran parte del terreno en los condados de Boulder y Larimer. Las inundaciones y deslizamientos de lodo y escombros causaron daños significativos a la propiedad de Camp St. Malo, aunque la Capilla sobre la Roca permaneció intacta debido a su posición elevada en relación al terreno circundante.

En noviembre de 2014 se hizo de conocimiento público la decisión de no reconstruir el centro de retiros. «A la luz de los significativos costos de saneamiento de la propiedad, la continua incertidumbre sobre la estabilidad de Mount Meeker y el impacto desconocido de los futuros flujos de agua y sedimentos en la propiedad, se ha determinado que no es prudente reconstruir en la propiedad de St. Malo», declaró David Holden, director financiero de la arquidiócesis y presidente de la entidad corporativa de St. Malo.

¿Qué pasó con Ambrozic, quien había tenido responsabilidad en lo sucedido? Pues nada relevante. Aún siendo el integrante de mayor edad de la fundación generacional, teniendo una mente brillante de inteligencia superior unida a un carácter distraído y talante ausente, nunca habría gozado de la confianza plena de Luis Fernando Figari y, por lo tanto, por eso mismo nunca habría teniendo ningún cargo en el Consejo Superior. Lo mismo sucedió durante cuando, por corto tiempo, fue Superior General Eduardo Regal (entre 2011 y 2012), quien había sido mano derecha de Figari y la persona a través de la cual Figari habría seguido ejerciendo influencia en la conducción del Sodalicio. Ambrozic se habría convertido para Figari en el lorna que quemó el centro de retiros de Camp St. Malo.

Fue recién durante el período de mando de Alessandro Moroni como Superior General, quien pretendió romper con la influencia de Figari, que Ambrozic llegó a formar parte del Consejo Superior, primero como asistente de comunicaciones y después como Vicario General. Pero así como no pudo evitar ni apagar un incendio real, tampoco poco pudo evitar ni apagar el incendio simbólico que significó el escándalo de abusos del Sodalicio, incluso empeorándolo con su negligencia e incompetencia para tomar al toro por las astas y ponerse al servicio de la verdad y de la justicia.

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Iglesia católica, Paola Ugaz, Sodalicio

[EL DEDO EN LA LLAGA] Dani, estudiante de psicología en Nueva York, traumatizada por el suicidio de su hermana Terri tras el asesinato de sus padres, mantiene una relación tensa y conflictiva con su novio Christian, estudiante de antropología. Ambos viajarán junto con Mark y Josh, también estudiantes de antropología, a una localidad remota de Suecia, por invitación de Pelle, otro estudiante de nacionalidad sueca, para participar en una tradicional celebración de solsticio que ocurre cada 90 años. Se convertirán así en invitados de la comunidad de Harga, una especie de secta de creencias neopaganas, y serán testigos, junto con otra pareja estudiantil proveniente de Londres, de extraños rituales asociados al culto de la naturaleza, representados gráficamente en inquietantes pinturas que ornan las paredes del local comunitario donde todos duermen. Casi todo ocurrirá bajo la luz diurna, a vista y paciencia de todos: el horroroso suicidio de una pareja de ancianos, las mesas servidas para un banquete con carne pudriéndose al sol, un extraño ritual de apareamiento, la danza frenética hasta desfallecer de muchachas en estado de euforia, los sacrificios humanos como tributo a la naturaleza. Y si algún visitante transgrede alguna norma de la comunidad -aun sin ser consciente de ello-—desaparece misteriosamente y termina siendo sacrificado—, como ocurrirá con casi todo el grupo de foráneos.

Sin embargo, no hay nada que haga sospechar algo siniestro en los miembros del colectivo pagano, pues entre ellos siempre parece reinar la concordia y la vida está teñida de una atmósfera de idilio campestre, de armonía con la naturaleza, de un sentimiento de familia y una sencillez sincera que despierta en Dani añoranzas de la vida familiar que ella ha perdido y que no avizora en el futuro en su relación con Christian. Coronada Reina de Mayo por haber sido la única muchacha en quedar en pie después del ritual de la danza, terminará eligiendo a Christian como parte del sacrificio cruento a la naturaleza que hay que realizar. Y en la escena final, su angustia ante todo el terror que ha presenciado se convertirá en una sonrisa radiante de felicidad.

El final es ambiguo y está abierto a interpretación. Una de ellas es que Dani logra librarse de todo aquello que la atormenta y alcanza su libertad. Mi interpretación es otra: Dani acepta interiormente las normas de la comunidad sectaria que se ha convertido en su familia y normaliza el terror que ha vivido; su lavado de cerebro ha sido completado.

Es esta variable, la del lavado de cerebro como forma de control mental e influencia social, la que muchas veces se omite cuando se examina los casos de abuso en el Sodalicio. ¿Por qué hay tantos que dicen que no vieron nada que pueda considerarse como abuso, cuando los abusos físicos y psicológicos ocurrían a vista y paciencia de los miembros de las comunidades sodálites? Por la misma razón que los integrantes de Harga en la película “Midsommar” no veían los horrores que albergaba su comunidad: porque tenían la mente formateada y no tenían la capacidad de juzgar como horrores aquello que consideraban parte esencial de su existencia comunitaria. Una mirada desde fuera sí que era capaz de ver esos horrores como lo que eran, como abusos que lesionaban la dignidad humana.

En el Sodalicio todos hemos sido testigos de los abusos que se cometían, pero mientras se vivía en la comunidad dentro de la órbita del pensamiento y la disciplina sodálites, no era posible identificar esas prácticas como abusos. Es decir, veíamos los horrores que ocurrían, pero no veíamos en ellos abusos. Además, no podíamos contar a la gente de afuera lo que ocurría dentro de los muros de las comunidades. Hacer eso se consideraba una indiscreción que rozaba la traición, pues la gente de afuera supuestamente no iba a entender lo que hacíamos. Como en la comunidad de “Midsommar”, se vivía una especie de aislamiento y separación del mundo común y corriente, y hacia adentro de las comunidades imperaban otras normas y reglas.

Esta ceguera hacia los abusos la puedo ilustrar con un ejemplo.

El 23 de agosto de 2018 recibí una carta notarial de Mons. José Antonio Eguren motivada por un artículo que yo había había publicado el 13 de agosto de 2018 con el título de “Mons. Eguren, la fachada risueña del Sodalicio”, solicitándome que me rectificara en varios puntos. Entre otras cosas, yo afirmaba que Mons. Eguren “incluso habría sido testigo de algunos abusos y maltratos”, lo cual él negaba y consideraba difamatorio y en perjuicio de su honra. Hay que decir que esta carta fue similar a las que recibieron Pedro Salinas y Paola Ugaz, y constituía el paso previo para una querella por la vía judicial.

Parece que la respuesta que publiqué el 27 de agosto lo disuadió de tomar ese paso. Allí le decía yo a Mons. Eguren lo siguiente:

«Te creo si dices que no sabías nada de los abusos sexuales perpetrados por las cabezas del Sodalicio y otros miembros de jerarquía inferior. Pero respecto a maltratos psicológicos y físicos —los cuales durante mucho tiempo nos acostumbramos a ver como normales debido al formateo mental que todos hemos sufrido en el Sodalicio—, ¿puedes decir que no viste nada? ¿No vivimos ambos en la misma comunidad en Nuestra Señora del Pilar, no sólo en Barranco sino también cuando temporalmente funcionó en La Aurora (Miraflores), y también en la comunidad de San Aelred (Magdalena del Mar)? Yo vi a miembros de comunidad castigados durmiendo en la escalera. ¿No los viste tú? Vi a varios obligados a tener que alimentarse sólo de pan y agua —o peor, de lechuga y agua— durante días. ¿No los viste tú también? En reuniones nocturnas donde tú también estabas presente vi también como se forzaba a los miembros de comunidad a revelar sus interioridades, sin ningún respeto por su derecho a la intimidad, muchas veces siendo objeto de humillaciones y de un lenguaje procaz y ofensivo. ¿Lo has olvidado? Yo te he visto contribuir a castigar con la ingestión de mezclas repugnantes de comida (postres mezclados con condimentos salados y picantes) a sodálites que estaban de prueba en la comunidad de San Aelred, bajo la responsabilidad de Virgilio Levaggi. ¿Te falla la memoria? Cuando yo estaba en San Bartolo en el año 1988, tú visitabas con frecuencia la comunidad para celebrar Misa y oír confesiones. Después te quedabas a comer y en las conversaciones te enterabas de las cosas que se hacían en San Bartolo. ¿Hasta ahora no has captado que varias de esas cosas eran abusos y maltratos? ¿Acaso no estuviste siempre de acuerdo con que nosotros, miembros de comunidad, mantuviéramos la mayor distancia posible hacia nuestros padres? Asimismo, cuando eras superior en Barranco, no podía llamar por teléfono ni salir a la esquina si no tenía permiso tuyo. Quien se ausentaba de la casa sin permiso era después severamente castigado. ¿No era esto una especie de coerción de nuestra libertad?»

En resumen, los abusos físicos y psicológicos nunca se perpetraron a escondidas en el Sodalicio, pero estábamos condicionados para ver en esas cosas solamente “rigores de la formación” y no abusos vejatorios de nuestros derechos humanos.

Respecto a los abusos sexuales, la gran mayoría de ellos ocurrieron en habitaciones a puerta cerrada, adonde no estaba permitido ingresar sin permiso del superior de la comunidad o del consejero espiritual que estaba dentro de la habitación. Para cometer esos abusos bastaba con que el perpetrador tuviera un puesto de autoridad y que tuviera asignada una habitación para efectuar conversaciones y consejerías privadas con sodálites a su cargo. La disciplina de la obediencia hacía el resto. Nadie podía entrar y la víctima no podía hablar de lo sucedido, pues el formateo mental le impedía categorizar lo sucedido como un abuso sexual y tampoco tenía autorización para hablar de lo que había sucedido entre su guía espiritual y él.

Por lo tanto, no se puede afirmar categóricamente —como sí se puede hacerlo de los abusos físicos y psicológicos— que había todo un sistema para abusar sexualmente de las víctimas. Tampoco hay certeza de que otros miembros de la cúpula sodálite estuvieran enterados de los abusos sexuales de los líderes en el momento en que ocurrían. Por eso mismo, cuando se enteraban de algún caso —como ocurrió con Virgilio Levaggi y Jeffery Daniels—, el sujeto era puesta bajo un estricto régimen de disciplina que debía hacer las veces de castigo y medida correctiva. Sin embargo, sí hubo un sistema de encubrimiento, pues las autoridades sodálites nunca denunciaron ni ante tribunales eclesiásticos ni ante la justicia civil a ninguno de los abusadores que descubrieron en su seno. Y también hay que recalcar que el sistema de disciplina que incluía los abusos físicos y psicológicos generalizados como parte integrante del mismo fue el que posibilitó que se llegara en algunas ocasiones a abusos sexuales.

El lavado de cerebro llegó a ser tan profundo, que los sodálites estaban predispuestos a no ver abusos donde la gente normal sí los vería. Y a no creer que sus líderes, respetados en vida como personas con un aura de santidad, pudieran cometer abusos sexuales. No los culpo. Yo pasé casi 30 años de mi vida sin ver nada, y cuando al fin pude librarme del formateo mental, tuve que rearmar el rompecabezas de mi vida y pude por fin ver los abusos que yo había sufrido y otros de los cuales fui testigo. Esos mismos hechos que habían sido para mí durante décadas los abusos que no vimos.

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[EL DEDO EN LA LLAGA]  «Convocamos, en primer lugar, a personas de reconocida trayectoria en la sociedad peruana para formar la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación. Se les encomendó la tarea de acoger a las víctimas de diversas formas de abusos y maltrato generados en su relación con el Sodalicio, y ofrecerles un primer paso en su camino de reparación, sin exigir un rigor de prueba o escrutinio de sus testimonios, sino procurando ofrecerles la escucha y acogida que su sufrimiento requería. Al finalizar su trabajo, la Comisión presentó su informe, y un conjunto de recomendaciones, sobre las cuales hemos venido trabajando.

Como parte de ese mismo proceso recurrimos al Sr. Ian Elliott, cuya experiencia de más de 40 años trabajando con víctimas de abuso en diversas partes del mundo permitió que un número significativo de personas pudieran presentarse para ofrecer sus testimonios».

Sin embargo, esto último no parece ajustarse a la verdad, pues la misma Kathleen McChesney, en un video publicado el 18 de febrero de 2017 por el mismo Sodalicio en su canal de YouTube (Canal S), afirmaba que tanto ella como Monica Applewhite y Ian Elliott recién fueron contactados por el Sodalicio en marzo de 2016, cuando la primera comisión ya tenía prácticamente listo su informe final, que fue finalmente publicado en abril de 2016. Más aún, no hay ningún indicio que demuestre que el Sodalicio habría tenido el plan de establecer dos comisiones desde un principio, sino más bien todo lo contrario. La convocación de una segunda comisión habría sido un plan alternativo para neutralizar las conclusiones a que había llegado la primera, tanto a nivel general como a nivel de informes personales.

Además, ninguno de los tres expertos contratados había trabajado jamás como representante de víctimas de abusos, sino más bien para organizaciones donde se habían cometido abusos, a fin de implementar programas de prevención y reparación, respetando por supuesto los intereses de la organización. Dicho de otro modo, eran profesionales de “control de daños” y “lavada de cara”.

La afirmación de que en el informe de la primera comisión hay «un conjunto de recomendaciones, sobre las cuales hemos venido trabajando» es ambigua. Puede entenderse como que están buscando cumplir esas recomendaciones, pero lo que el Sodalicio estaba haciendo en realidad era ver la manera de incumplirlas. De estas recomendaciones solo cinco eran para ser cumplidas por el Sodalicio, las otras eran para ser cumplidas por la misma Comisión de Ética o o simplemente eran recomendaciones a tener en cuenta por la Santa Sede.

Respecto a la primera recomendación, si bien el Sodalicio declaró a Figari “persona non grata”, no adoptó para él «la mayor sanción moral e institucional», que era la expulsión y tomar las medidas para que que se someta a la justicia civil. Al contrario, se le protegió y se le pagó incluso el abogado, Armando Lengua, uno de los más caros de Lima.

Respecto a la segunda recomendación, que «las víctimas de los abusos deben ser resarcidas», hay que decir que el Sodalicio no reconoció como víctimas a todas aquellas personas que la primera comisión había reconocido como tales, alrededor de un centenar, sino sólo parcialmente. Y las reparaciones ofrecidas estuvieron lejos de ser justas y proporcionales al daño sufrido. Igualmente respecto a «una solicitud de perdón y desagravio, de manera personal y escrita, por parte del Superior General a cada una de las víctimas», éstas aún siguen esperando que esto ocurra.

La tercera recomendación era ésta: «Compensación por los daños personales sufridos por quienes fueron privados de un adecuado discernimiento vocacional, y en esa medida, obligados a prestar servicios no remunerados, incluso en condición de “servidumbre”». Fue incumplida, o cumplida muy mezquinamente sólo con unos cuantos.

Las otras dos recomendaciones fueron incumplidas en su totalidad:

«El SCV deberá proceder a la devolución inmediata de toda la documentación correspondiente a cada una de las personas que forma o formó parte de la institución, que así lo solicite».

«Las personas que ejercieron algún cargo en la organización del SCV, durante los años en que se permitieron los abusos denunciados, deben ser impedidas de ejercer algún cargo representativo al interior de la organización».

Regresando al informe de los expertos internacionales, el mismo señala que «este informe fue originalmente preparado en inglés». Sin embargo, hay indicios para suponer que esto no es verdad.

En el mismo texto del informe se señala que fueron preparados «después de una extensa revisión de documentos públicos, registros del SCV y entrevistas de más de 245 personas», es decir, fuentes de información todas ellas en español, salvo algunas entrevistas que pudieron ser realizadas en inglés sólo gracias a que los entrevistados manejaban mal que bien este idioma.

Por otra parte, al traducir algunas partes del informe al alemán, me di con la sorpresa de que las traducciones del español eran más precisas que las traducciones del inglés. Por poner algunos ejemplos, la palabra “apostolado” aparece en la versión inglesa del informe como “ministry”, lo cual a grandes rasgos se puede considerar como correcto si la traducción es del español inglés. Pero en sentido contrario la cosa no funciona. “Ministry” (servicio de carácter religioso) no puede traducirse correctamente como “apostolado”.

De Jeffery Daniels se dice que era tildado de ser “payaso” —característica que le cae al pelo, según el testimonio de quienes lo conocimos personalmente—. En la versión inglesa dice “goofy” (bobalicón, ridículo o gracioso en sentido cómico), lo cual resulta aceptable con cierta flexibilidad si se trata de una traducción del español al inglés. Pero “goofy” no podría traducirse correctamente como “payaso”.

Además, el informe presenta alguna características inaceptables tratándose de un documento que debería cumplir con estándares académicos. Entre los abusadores sexuales, sólo se mencionan los nombres de Luis Fernando Figari —quien fue separado de la comunidad pero nunca expulsado del Sodalicio—, de Germán Doig —fallecido en el año 2001— y de otros tres, que ya no forman parte de la institución: Virgilio Levaggi, Jeffery Daniels y Daniel Murguía. Sin embargo, hay otros tres abusadores sexuales que seguirían perteneciendo al Sodalicio, cuyos nombres no se mencionan. Asimismo, no se menciona el nombre de ninguno de los once abusadores físicos y psicológicos que identificó la comisión de expertos, nueve de los cuales seguirían perteneciendo al Sodalicio.

En una parte se mencionan «actos de abuso sexual que se han reportado como perpetrados por cuatro exsodálites, de quienes se ha reportado que han abusado sexualmente de un total de dieciocho varones menores de edad y una joven menor de edad». Para enterarnos de la edad de cada una de las víctimas, los nombres de sus abusadores y los detalles de los abusos tendríamos que esperar al Informe de la Comisión De Belaúnde (julio de 2019) —lamentablemente aún no difundido públicamente—, donde aparece toda esta información.

El informe de los expertos internacionales, además de ser fragmentario y demasiado breve para la cantidad de fuentes disponibles y el tiempo de un año dedicado a la investigación, cae en una que otra contradicción. En su carta de presentación, Alessandro Moroni, decía que «los expertos identificaron ciertos elementos dentro de la cultura del Sodalicio que, de alguna manera, permitieron que estos reprobables hechos hayan podido ocurrir». El informe dice más o menos lo mismo refiriéndose a una «cultura pasada del SCV», pero también señala que «no fue, entonces, la cultura del SCV la que causó que los agresores cometieran actos de abuso, pero hubo autoridades o sodálites mayores que permitieron o alentaron abusos físicos y psicológicos». ¿En qué quedamos?

De hecho, la versión en español del informe de los expertos internacionales se lee con más naturalidad y no tiene la pinta de ser una traducción, lo cual no ocurre con la versión en inglés, que parece más bien una traducción del español.

Si esto es así, nos hallamos ante una premisa grave, considerando que los expertos no dominaban el español al punto de poder escribir un informe profesional en esta lengua. ¿Quién redactó entonces el informe?

La primera hipótesis es que fueron sodálites encargados por la institución para apoyar a los expertos quienes estuvieron encargados de redactar y supervisar el informe final. Que el Sodalicio tenía en control de los procedimientos se manifiesta en el hecho de que ni Ian Elliott, ni mucho menos las otras dos “expertas”, decidían a quién se le podía considerar como víctima y acreedor de una reparación, sino que eso lo hacía un Comité de Reparaciones integrado por los sodálites José Ambrozic y Fernando Vidal; Claudio Cajina, abogado del Sodalicio, y Scott Browning, abogado estadounidense contratado por el Sodalicio, según lo declarado por Alessandro Moroni en el Congreso de la República. En otras palabras, ante las víctimas el Sodalicio fue juez y parte.

La otra hipótesis es que efectivamente hubo un extenso informe en inglés preparado por los expertos, pero que no es el mismo que se dio a conocer a la opinión pública, el cual sería más bien una especie de resumen o versión editada, preparada por el mismo Sodalicio a fin de apuntalar su propia narrativa de los hechos, donde —por ejemplo— se omite totalmente el papel que jugaron Rocío Figueroa, Pedro Salinas y Paola Ugaz en develar los abusos del Sodalicio. Alessandro Moroni dice en su carta de presentación que «los expertos no han encontrado indicios de complicidad ni conspiración entre los presuntos abusadores». La pregunta es dónde leyó esto, porque esta información no aparece en el informe publicado. ¿Lo habrá leído en el informe en inglés que efectivamente habrían preparado los expertos y que nunca fue publicado?

Queda claro que lo que se buscaba era cargar el peso de los abusos sobre un puñado de abusadores (Figari, Doig, Levaggi, Daniels y Murguía), de los cuales —con la excepción de Figari— ninguno forma actualmente parte del Sodalicio, y limpiar al Sodalicio institucionalmente de cualquier culpabilidad o responsabilidad en los abusos. Y el informe, curiosamente, no aborda en ningún momento el tema de los encubridores, de aquellos que fueron testigos de abusos y que sabían de lo que ocurría, pero prefirieron guardar silencio y proteger a los abusadores con el fin de salvaguardar a toda costa la imagen institucional. Y esos encubridores siguen en la institución, manteniendo en pie el sistema que permitió los abusos de poder y de conciencia que constituyeron la base y fueron una puerta abierta para los demás abusos.

Creer que el Sodalicio puso todo de su parte para que se conociera la verdad de los hechos es una quimera, una fantasía para ingenuos. Toda su estrategia sólo tuvo como objetivo engañar a la opinión pública.

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[EL DEDO EN LA LLAGA]  Se trataba de comunidades que generaron caminos de participación de los laicos en la vida de la Iglesia católica a través de movimientos eclesiales, convocando a miles de fieles que veían en ellos nuevas formas de expresar su fe de manera vital y comprometida. Todo ello bajo el amparo del Papa Juan Pablo II, que llegó a decir que “los movimientos eclesiales representan uno de los frutos más significativos de la primavera de la Iglesia”.

Pero esa primavera no ha durado mucho. Era sólo una ilusión que se ha convertido en un invierno durísimo, manifiesto en el descrédito que actualmente tiene la Iglesia católica y en la enorme cantidad de católicos que le están dando la espalda. Solamente en Alemania en el año 2022 más de medio millón de fieles se han salido oficialmente de la Iglesia católica.

Entre los motivos están que la Iglesia no tiene un papel relevante en la sociedad moderna y sus exigencias morales ya no están a la altura de los tiempos, e incluso las declaraciones de algunos de sus representantes son muy controvertidas, pues van a contramarcha de imperativos éticos aceptados por la mayoría en la sociedad.

Otro motivo es la resistencia conservadora a reformas necesarias, a fin de que la Iglesia se adapte a los cambios históricos de la sociedad moderna. Entre las cuestiones que siguen abiertas está el trato hacia los homosexuales y personas de orientación sexual diversa, el rol de la mujer, el divorcio, el aborto y el celibato. Son temas que deberían ser sometidos a debate para implementar reformas, pero muchos representantes de la Iglesia se niegan a dialogar sobre esos temas, encerrándose fanáticamente en posiciones retrógadas y reaccionarias.

Más peso tienen las omisiones de las autoridades eclesiásticas, sobre todo ante el escándalo de los abusos, que ha llevado a una pérdida masiva de confianza en la institución. No obstante todas las declaraciones públicas de querer implementar una política de tolerancia cero y de aplicar medidas consecuentes ante los abusos que salen a la luz, ¿quién querría seguir perteneciendo a una Iglesia donde la mayoría de sus representantes han protegido y siguen protegiendo a los abusadores, obstaculizan las investigaciones de los hechos y maltratan a las víctimas, sin ofrecerles una reparación proporcional a los daños sufridos, o incluso negándoles todo tipo de apoyo y estigmatizándolas como “enemigos de la Iglesia”?

Y existe, por último, un motivo económico que sólo tiene cierto peso en Alemania, pues la pertenencia oficial a la Iglesia va unida a un impuesto que sirve para el mantenimiento de la institución. Y si la necesidad de algo más de dinero se topa con la pertenencia a una Iglesia con la cual uno ya no se siente identificado, la consecuencia lógica para muchos es solicitar la baja de su membresía a la Iglesia católica y destinar el dinero ahorrado a mejores fines.

Todos estos motivos pueden ser aducidos incluso por creyentes que siguen manteniendo su fe y espiritualidad, pero no desean contribuir con una Iglesia que en varios aspectos le da la espalda a los seres humanos y a una moral humanista. Y aún compartiendo estas motivaciones, hay católicos que por razones personales relacionadas con experiencias de fe o con su compromiso con el Pueblo de Dios, optan por seguir perteneciendo a la Iglesia, aunque hayan perdido la confianza en las autoridades eclesiásticas. Como yo, por ejemplo.

La decadencia ha alcanzado no sólo a aquellas instituciones eclesiásticas tradicionales que viven de sus glorias pasadas, sino también a aquellas recientes y novedosas que prometían un tiempo de renovación. Aquellas que se subieron al carro de la “nueva evangelización”, que profetizaban “un nuevo Pentecostés” para luchar contra la “cultura de muerte”, y que terminaron siendo obras de manipuladores de conciencia, abusadores espirituales y psicológicos que en muchos casos llegaron incluso a abusar sexualmente de sus seguidores.

Céline Hoyeau, periodista y directora de la sección de religión del prestigioso diario católico francés “La Croix”, publicó en el año 2021 el libro “La trahison des péres” (“La traición de los padres”), una investigación periodística sobre las nuevas comunidades eclesiásticas que florecieron en Francia. A semejanza del Sodalicio, que apareció en el contexto de la crisis eclesial posterior al Concilio Vaticano II, la inmensa mayoría de las nuevas comunidades y movimientos surgieron como una respuesta ante la secularización en marcha —que conllevaba una pérdida de influencia de la Iglesia en la sociedad—, la sangría de miembros que sufrieron las congregaciones y órdenes religiosas tradicionales, la inmensa cantidad de curas que colgaron los hábitos, la falta de vocaciones y, sobre todo, el cuestionamiento de algunas doctrinas y enseñanzas del Magisterio de la Iglesia por no estar en consonancia con los avances científicos y culturales, mucho menos con la conciencia moral de los nuevos tiempos.

Ante eso, las nuevas comunidades ofrecían una fidelidad y obediencia absoluta al Papa, una defensa irrestricta de las doctrinas y valores de la Iglesia católica —dentro de una ideología ultraconservadora que se creía ya superada por el Concilio Vaticano II-, vocaciones numerosas al sacerdocio y a la vida consagrada y, sobre todo, multitudes de jóvenes que seguían fervorosos a líderes religiosos que se proclamaban a sí mismos como fundadores inspirados por el Espíritu Santo, portavoces de Dios mismo, elegidos para renovar la Iglesia y —cómo no— cambiar el mundo a través de una nueva evangelización.

¿Cuáles son los casos más sonados que reseña Céline Hoyeau en su libro?

El P. Marie-Dominique Philippe (1912-2006), fundador de la Comunidad de San Juan, abusó de por lo menos quince jóvenes mujeres en el marco del sacramento de la confesión y de la dirección espiritual, justificando sus deslices ante las víctimas como actos espirituales dentro del “amor de amistad”.

Su hermano, el P. Thomas Philippe (1905-1993), co-fundador junto con el laico Jean Vanier de las comunidades de El Arca, también abuso de mujeres aprovechando la dirección espiritual y justificando sus actos con explicaciones místicas.

El mismo Jean Vanier (1928-2019) abusó de la confianza de mujeres en el acompañamiento espiritual y aprovechó su influencia para implicarlas en relaciones sexuales. Además de estos hechos, que recién fueron conocidos después de su muerte, protegió y encubrió a su padre espiritual, el P. Thomas Philippe.

Gérard Croissant (1949- ), conocido como Ephraïm, fundador de la Comunidad de las Bienaventuranzas —presente en el Perú en la Parroquia Madre de Dios de la Urbanización San Juan Macias (El Callao)— abusó espiritual y sexualmente de mujeres integrantes de su comunidad, lo que ocasionó que en el año 2007 la Iglesia lo suspendiera del diaconado y en el año 2008 lo separara oficialmente de la comunidad que había fundado.

Olivier Fenoy, fundador de la Oficina de Cultura de Cluny —que también tiene representación en Quebec (Canadá) y en Santiago de Chile— fue acusado de diversas prácticas de abuso sexual (besos forzados, masturbación, sexo oral, penetración, dependiendo del “progreso” en el compromiso semi-monástico de sus seguidores), además de desviaciones sectarias y ejercicio de un poder absoluto.

El P. Georges Finet (1898-1990), fundador de los Foyers de Charité (Hogares de Caridad), abusó sexualmente de varones menores de edad y muchachas de entre 10 y 14 años de edad, haciendo preguntas insistentes sobre sexualidad en la confesión y tocando las partes íntimas de sus víctimas.

Y sigue la lista de fundadores —incluyendo algunas pocas fundadores— responsables de diversos excesos, siempre abusos espirituales y de poder, con frecuencia abusos sexuales, y también abusos económicos, laborales y sociales, hasta llegar a un número de poco más de veinte fundadores sólo en Francia.

Se comprueba así que el del Sodalicio de Vida Cristiana no es un caso aislado, sino parte de una tendencia que se repite a nivel mundial según el mismo esquema: un fundador que se cree guiado por el Espíritu Santo, que promete el oro y el moro a sus seguidores y a la Iglesia, consigue la protección de las autoridades eclesiásticas que se hacen la vista gorda y no controlan debidamente por miedo a “ahogar el Espíritu”, y al final termina abusando de su poder espiritual hasta los límites de lo indecible. Y a decir verdad, el ocaso de los fundadores puede significar el ocaso de la Iglesia católica tal como la conocemos.

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TERCERA ETAPA

Luego, se generaba un sentimiento de culpa devastador para el que se atreviera a salir de la organización, lo cual impedía que las persona salgan de esta institución (“cárcel mental”).

Este proceso a través del cual se alcanzaba la privación o anulación de la libertad personal suele darse o presentarse en los movimientos religiosos o pseudo-religiosos, denominados “sectas”, no siendo una creación o un invento de los denunciantes. Es un problema real que nuestro país debe afrontar».

El documento fiscal señala que entre 1993 y 2007 el Sodalicio tenía un Centro de Orientación Vocacional Profesional, donde laboraban las psicólogas Cecilia Collazos y Liliana Casuso, integrantes de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, que realizaban test psicológicos a los adolescentes aspirantes y miembros a fin de recabar información personal e íntima, que era utilizada para lograr su captación o mantenerlos dentro de la organización. Esta información habría sido compartida, violando el secreto profesional, con el mismo Luis Fernando Figari.

Éste afirmaba que podía ver la vocación sodálite a través de los ojos de las personas, haciendo creer a sus víctimas que poseía dones especiales. Lo cual ha sido negado por el mismo Figari en la declaración que se le tomó en Roma el 10 de octubre de 2016, diciendo que «los ojos son la ventana del alma y entonces dan la oportunidad de ver si es que hay una transparencia o turbidez, que se ve con toda claridad sobre todo en ojos que son más fáciles de ver, si no con aplicación de luz que permite ver el fondo del ojo, como hacen los oculistas. Eso nunca fue presentado como un don sobrenatural o algo especial sino como una técnica de inferencia».

Todas esas tácticas de captación se iniciaban, por lo general, con jóvenes adolescentes menores de edad, por lo cual, si se demuestra el delito de secuestro —entendido como una privación o restricción de la libertad mediante técnicas de manipulación y control mental—, podría aplicarse lo que dice el Código Penal

«La pena será de cadena perpetua cuando:

1. El agraviado es menor de edad o mayor de setenta años.

[…]

3. Si se causa lesiones graves o muerte al agraviado durante el secuestro o como consecuencia de dicho acto».

Este secuestro, esta privación de libertad durante años, motivada por intenciones nada santas de parte Figari, llegando en algunos casos a situaciones que calificarían de esclavitud moderna, ha causado tanto o más daño en aquellos que lo hemos sufrido que los abusos sexuales que sufrieron otros.

No habían protocolos claros para quien decidiera irse del Sodalicio. Esa decisión era obstaculizada hasta el extremo, de modo que se generaba una angustia mortal en aquellos que se hallaban en ese trance. Y nada demuestran las cartas de sujeción que algunos escribimos, manifestando que estábamos libremente en el Sodalicio, pues la opción de decidir lo contrario era impensable, era considerado un suicidio del alma y una puerta hacia la infelicidad terrenal en este mundo y la condenación eterna en el otro.

Y como ésa era la mentalidad que se marcaba como un hierro candente en nuestras almas, el día en que a un muchacho que estaba pasando su período de formación en San Bartolo le dijeron, como excepción, que no tenía vocación sodálite y que debía dejar la comunidad, éste entró en una espiral de desesperación de la cual no pudo escapar. Ése sería el motivo por el cual meses después habría saltado hacia su propia muerte desde la azotea de la casa de sus padres.

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Según cuenta Pedro Salinas en su último libro Sin noticias de dios – Sodalicio: crónica de una impunidad, el 1° de agosto de 2016 durante una audiencia en el Ministerio Público el abogado de Eduardo Regal le mostró varias de estas cartas, preguntándole: «¿Recuerda haber solicitado voluntaria y entusiastamente a través de cartas escritas por su puño y letra su ingreso a la vida comunitaria, y posteriormente su reingreso a la misma? ¿Reconoce su firma en esta carta?» Salinas respondió lo siguiente: «La carta solicitando el ingreso a la vida comunitaria, prácticamente me la dictó Virgilio Levaggi, y era de puño y letra, pues ese era el requerimiento sodálite. La presión que ejerció el Sodalitum, a través de personas como Figari, Levaggi, Baertl y Doig, entre otros, fue fundamental y definitiva en mi incorporación. Jamás me dijeron a lo que estaba ingresando. No recuerdo la carta solicitando mi reingreso (permanente a las comunidades “de formación” de San Bartolo; la primera carta era para hacer un período de prueba). No la recuerdo, pero reconozco mi firma». Y continúa así su relato:  «No las podía negar. Eran mías. Sólo atiné a decir que no me reconocía en ellas, por el estilo postizo y las frases rígidas, extraídas aparentemente de las Memorias que cada fin de año pergeñaba Figari, y que nos hacían aprender de paporreta».

No sé de ninguna asociación religiosa en la Iglesia católica donde se exijan este tipo de cartas a sus miembros. Asimismo, no existe ninguna norma o reglamento escrito en el Sodalicio donde se ponga como requisito para hacer promesas formales el tener que escribir este tipo de cartas. Sin embargo, en la práctica se exigía hacerlo si uno quería seguir ascendiendo en la escala jerárquica de la institución. Rehusarse a escribirla era impensable, inimaginable. Debido al lavado de cerebro a que habíamos sido sometidos, carecíamos de la información y la voluntad para cuestionar esta práctica. En estas cartas no se permitía poner libremente lo que uno quisiera, sino solamente lo que el destinatario quería oír. Y de que eso ocurriera se aseguraban los consejeros espirituales y superiores de la comunidad, quienes revisaban las cartas antes de ser entregadas a Luis Fernando Figari.

Que tan poco libre y voluntaria era la permanencia en el Sodalicio lo muestra el hecho de cuando uno manifestaba su deseo de salir de comunidad, comenzaba un procedimiento tortuoso de “discernimiento” que podía durar meses, y en algunos casos incluso años, pues no estaba previsto que nadie se fuera: se consideraba una anormalidad, un mórbido imprevisto, una traición al inexorable llamado de Dios.

Cuando en enero de 1993 manifesté mi deseo de dejar la vida comunitaria y de ya no querer seguir siendo un laico consagrado, pasarían siete meses hasta que eso se concretara, siete meses que viví con una angustia permanente y recurrentes pensamientos suicidas. Eso explica por qué para muchos la huida tempestiva y clandestina era el procedimiento más expeditivo para abandonar el Sodalicio, a veces en circunstancias aventureras, como la de aquel exsodálite peruano que huyó de una comunidad sodálite en Bogotá y realizó por tierra el viaje hasta Lima, pasando por Ecuador, sufriendo contratiempos e incomodidades en una odisea que merece ser contada.

Todos los que huyeron se libraron de escribir sus cartas de salida, que también eran una especie de cartas de sujeción, pues en ellas debía quedar plasmado por escrito que la culpa de abandonar la comunidad era única y exclusivamente del renunciante. En mi carta, escrita en San Bartolo y fechada el 17 de julio de 1993, decía yo lo siguiente:

«En mi vida comunitaria, a lo largo de estos últimos años, siempre he tenido problemas debido en gran parte a mis propias inconsistencias. Estos problemas se han manifestado de manera particularmente fuerte en los últimos tiempos, de tal modo que me han hecho llegar a una situación de profundo cuestionamiento personal. En estas circunstancias, luego de pasar por un largo período de discernimiento en San Bartolo, he llegado al punto de considerar la posibilidad de abandonar la vida comunitaria, puesto que me resulta difícil permanecer en ella, y creo que, debido a mis problemas personales, ello puede conllevar obstáculos para el desenvolvimiento de mi vida cristiana».

No era el Sodalicio el que estaba mal, sino yo. Sacudirme esa conclusión me demoró más de una década. Y a pesar de lo que allí yo escribía con candorosa ingenuidad —«sé que podré contar siempre con la ayuda de mis hermanos sodálites en los momentos más difíciles»—, lo que en realidad ocurrió fue otra cosa: una mezcla de traición, desprecio y discriminación hacia mi persona por haber abandonado el camino de la vida consagrada sodálite.

Cada vez que se lea una de esas cartas de sujeción, se deberá ponerlas en su contexto y conocer las circunstancias en que fueron escritas. No son expresión de libre voluntad —pues se revisaba sus contenidos para que estuvieran conformes, mientras se tenía controlados mental y afectivamente a quienes las escribían—, sino prueba del lavado de cerebro que se practicaba en el Sodalicio. Y uno de los artefactos más atroces de la manipulación ejercida por las autoridades sodálites sobre quienes pertenecen o pertenecieron al Sodalicio.

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Se pasa luego a señalar las características de esta “cultura particular”, de este sistema institucional violador de derechos humanos fundamentales, donde el tema sexual también está presente pero de manera marginal. De este modo se describe el entorno que hizo posibles los abusos físicos, psicológicos e incluso sexuales. Pero este informe aborda también algunos temas que luego serían omitidos posteriormente por los voceros del Sodalicio y los expertos internacionales convocados posteriormente: la falta de libertad en el discernimiento vocacional, la obligación impuesta de hacer estudios de teología y filosofía y no lo que uno deseaba, la ausencia de transparencia en las comunicaciones, la explotación económica, el clasismo basado sobre la procedencia social y económica, el racismo y la esclavitud moderna.

Evidentemente, este informe no le gustó nada a la cúpula del Sodalicio, y mientras lo elogiaban en público pero lo vituperaban internamente, anunciaron que se había convocado una segunda comisión para reparar a las víctimas, conformada por el irlandés Ian Elliott y las estadounidenses Kathleen McChesney y Monica Applewhite, que al final evacuaron dos informes, a saber, “Abusos Perpetrados por el Sr. Luis Fernando Figari y el Abuso Sexual a Menores por parte de Ex Sodálites” y “Abusos Perpetrados por Sodálites y Respuesta del SCV a las Acusaciones de Abuso”.

Ya los títulos nos indican por dónde va la cosa. El tema central será el “abuso sexual a menores”, lo cual ayudará a desviar la atención de los otros abusos, considerados de reducida importancia aun cuando sus efectos puedan ser tan o mas dañinos que un abuso sexual. Asimismo, el grupo de adultos jóvenes que sufrieron abuso sexual pasa también a estar detrás de bambalinas.

Resulta sintomático que en el informe de la Comisión de Ética la palabra “sexual” —en singular o plural— figure sólo 5 veces, mientras que en los informes de los expertos aparece 74 veces. El título también es sospechoso cuando sólo se habla de “Ex Sodálites” como perpetradores. Se le ve el fustán a la intención de dar a entender que no habría actualmente ningún abusador sexual en el Sodalicio, salvo Figari, que ha sido apartado de la vida comunitaria, y otros tres, cuyos nombres no se mencionan pero que aparecen como si estuvieran rehabilitados. «…uno dejó la vida comunitaria, uno ha sido retirado de todo apostolado y del contacto con personas vulnerables, y uno realiza apostolado de manera restringida». No se sabe con certeza quiénes son, no han sido denunciados ni canónicamente ni ante la justicia civil, pero eso no parece importar ante la circunstancia de que se llega a la conclusión de que los abusos sexuales serían cosa del pasado y que el problema ya estaría resuelto del todo.

Esto se hace evidente en el título del segundo informe, donde se detalla la “heroica” y “ejemplar” respuesta del Sodalicio ante los abusos sexuales y otros tipos de abusos (físicos y psicológicos), sumándose a los abusadores sexuales otros once abusadores no sexuales, no identificados con nombre y apellido, de los cuales se especifica que dos ya han abandonado el Sodalicio y «de los nueve infractores que todavía son miembros del SCV, los cuatro que eran superiores o formadores han sido retirados de esos puestos, y los otros cinco nunca ocuparon esos puestos». En fin, asunto solucionado, sin que haya habido ninguna denuncia ante la justicia civil por parte del Sodalicio, ni mucho menos una denuncia canónica.

Para redondear el trabajo, los informes de los expertos internacionales intentan solapadamente desacreditar el informe de la Comisión de Ética, señalando que «la Comisión no llevó a cabo una investigación exhaustiva de todas las denuncias reportadas ni examinó la cultura actual del SCV». No sé qué informe habrán leído, pues lo que allí se describe es precisamente la cultura que ha tenido el Sodalicio hasta bien entrado el siglo XXI, la cual configuró un sistema institucional que permitió y favoreció abusos lesivos de derechos humanos fundamentales y su encubrimiento.

La comisión de los expertos internacionales opina distinto:

«La mayoría de los sodálites eran, y son, personas piadosas, con un carácter bueno y moral, atraídos por el Evangelio y los aspectos positivos de la cultura del SCV. Estos sodálites inspiraron y sirvieron como modelos y directores espirituales para los jóvenes, los aspirantes y sus compañeros sodálites. No fue, entonces, la cultura del SCV la que causó que los agresores cometieran actos de abuso, pero hubo autoridades o sodálites mayores que permitieron o alentaron abusos físicos y psicológicos. Para muchos, Figari personificó la cultura del SCV y fue considerado como un icono, y trataba a la gente de maneras que fueron frecuentemente copiadas luego por compañeros y subordinados».

Más aún, los expertos piensan que la cultura actual del Sodalicio no es la misma que la de tiempos pasados:

«La cultura del SCV ha evolucionado de manera positiva en la última década, especialmente después de que Figari renunció como Superior General. El énfasis en ser un “soldado” o impresionar a la jerarquía católica ya no se manifiesta en los trabajos cotidianos y obras apostólicas del instituto. Los cambios son más evidentes en los procesos de discernimiento y formación».

¿Nos quieren dar a entender que durante casi cuatro décadas el Sodalicio tuvo una cultura donde se desarrollaron abusos y que desde la renuncia de Figari como Superior General en el año 2010 hasta la publicación de estos informes en febrero de 2017 el Sodalicio ha pasado raudamente a tener otra cultura institucional, como la rana del cuento que de un momento a otro pasa de ser un animal desagradable y repugnante a un príncipe rebosante de virtudes y amor? A otro perro con ese hueso.

Por otra parte, los informes de los expertos internacionales indican que la Comisión de Ética invitó «a las personas que creían que habían sido abusadas por miembros del SCV a presentarse y divulgar confidencialmente su experiencia» y que su informe final es una simple sinopsis de testimonios de personas «que se consideraban víctimas». Que la Comisión de Ética, tras deliberaciones y arduo análisis, y luego de escuchar a la contraparte sodálite, haya validado esos testimonios, poniéndolo por escrito en los informes personales que se le entregó a cada una de las víctimas reconocidas, le valió un carajo tanto a los expertos internacionales, contratados y debidamente remunerados, como al Sodalicio mismo.

Ambos informes de los expertos internacionales suman en total 65 páginas, pero si quitamos las portadas, la carta introductoria de Alessandro Moroni, los perfiles de los tres expertos, la descripción de la metodología aplicada, las recomendaciones y los apéndices, nos quedan 36 páginas, de las cuales ocho se dedican enteramente a Luis Fernando Figari. y otras cuatro a Germán Doig, Virgilio Levaggi, Jeffery Daniels y Daniel Murguía. Esto es importante, pues cuando el informe intente explicar por qué ocurrieron los abusos, se incidirá en la influencia que tuvieron Figari y Doig en la cultura institucional. En otras palabras, serían estas “manzanas podridas” las causas del problema, y una vez separadas, el Sodalicio pudo recomponerse y convertirse en una instituciónsana. Esta conclusión, que incide sólo en la responsabilidad personal de unos cuantos sodálites como causantes de abusos, se opone a la descripción de todo un sistema de abusos que hizo la Comisión de Ética, descripción que el Sodalicio consideraría hasta ahora como inexacta y alejada de la verdad.

De hecho, las recomendaciones de la Comisión de Ética —que fueron ignoradas en su mayoría o cumplidas sólo parcialmente— eran más concretas y contundentes que las farragosas y vagas recomendaciones hechas por los tres expertos internacionales, algunas de ellas tan inútiles como «dar capacitación específica a los formadores, candidatos y formandos sobre la prevención de abuso sexual y los maltratos en el apostolado, los colegios y los servicios solidarios», es decir, en áreas donde no se cometió ningún abuso relevante, pues los abusos denunciados ocurrieron principalmente dentro de las comunidades sodálites, los centros de formación y en domicilios particulares. Además, es de hacer notar que estas recomendaciones se ven muy bonitas en el papel, pero también habrían sido incumplidas de manera masiva por el Sodalicio.

En resumen, la metodología del informe de los tres expertos internacionales parece haber sido darle prioridad al tema de abusos sexuales de menores —siendo que este tema es marginal dentro de la problemática global del Sodalicio—, desviar la atención de otro tipo de abusos que fueron igual de dañinos y mucho más frecuentes en la institución, cargar la responsabilidad exclusivamente sobre los abusadores sexuales sin mencionar en absoluto ni las causas sistémicas ni tampoco a quienes encubrieron esos abusos, y finalmente relegar todos los hechos a un pasado que ya habría sido superado.

De este modo, el abuso sexual de menores le habría servido al Sodalicio como cortina de humo para no tener que abordar los problemas centrales de su institución, una organización sectaria con un sistema que vulnera derechos fundamentales de las personas y termina dañándolas de por vida.

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