Opinión

[MÚSICA MAESTRO] Saldando cuentas pendientes: Las bandas olvidadas del underground peruano (1990-2010), es el título más reciente del boom editorial dedicado a la nostalgia por aquellos estilos y movimientos marginales que, en su tiempo, fueron absolutamente despreciados por la oficialidad local. Es un esfuerzo que merece atención y reconocimiento, independientemente de que estemos o no de acuerdo con la excesiva sublimación y el intento por considerar épicos a eventos y personajes que fueron, por un lado, innegablemente auténticos pero, por otro, tan fugaces y poco trascendentales como (casi) todo lo que nos rodea, características comunes en otras publicaciones de este tipo, desde los recuentos pormenorizados de Daniel F. o Pedro Cornejo Guinassi hasta las crónicas del colectivo Sótano Beat y Carlos Torres Rotondo.

Juan Pablo Villanueva Vega, el autor, es un joven chorrillano de 32 años, periodista y director de un (des)conocido fanzine que lanzó diez números entre 2015 y 2019, llamado Kill the ‘zine. Además es músico, integrante de una banda llamada Fukuyama -en alusión al filósofo nipón-norteamericano Francis Fukuyama, escritor de un clásico de nuestros años universitarios, El fin de la historia y el último hombre (1992)- que navega entre noise rock, electrónica y hardcore punk. En medio de la pandemia, Fukuyama lanzó su primer larga duración oficial, epónima, luego de tres interesantes EP de nula difusión convencional –Fukuyama EP (2018), Single y Los días son aterradoramente calmos (2019) -bajo el sello independiente Entes Anómicos, casa que le brindó la plataforma editorial para este proyecto que se viene presentando en diversos espacios de Lima y provincias con buena recepción en los extramuros de lo alternativo.

Esta doble vocación le permitió a Juan Pablo ser voz autorizada para contextualizar una subcultura que nutrió sus gustos musicales desde los años escolares y que además conoce por dentro, pues es parte de ella o de su prolongación. Estos elementos, además de hacer comprensible el tono de admiración desmedida hacia sus referentes/entrevistados, permiten elogiar el resultado, a pesar de algunas observaciones de índole formal que, sin llegar a descalificar a la obra, sí actúan en contra de sus intenciones primigenias: dar a conocer una actividad musical/artística que es significativa para él y para un grupo determinado de personas. Un libro debe ser fácil de leer para que no nos ronde la tentación de dejarlo a la mitad. En ese sentido, la estética de fanzine, al estilo de lo que hizo Pedro Grijalva con su voluminoso y mejor editado recuento Eutanasia: ¿Y nosotros ké? Hasta el global colapso, 1985-2012 (Muki Records, 2018) y, particularmente, la impresión de los textos en letras blancas sobre páginas negras no ayuda.

En un país donde muy pocos leen, pensar en esos detalles es vital al momento de publicar sobre cualquier tema. También hay algunas erratas y uno que otro gazapo en el índice que muestran poca pulcritud o apuro en la corrección/edición. Pueden sonar a exquisiteces -más aún si se trata de las historias jamás contadas de bandas que se autocalifican como anarquistas- pero termina siendo contraproducente invertir tanto tiempo y recursos en investigación, entrevistas, transcripciones, redacción y organización de un libro para que después su lectura sea un dolor de cabeza.

Una digresión. Durante mi etapa escolar y preuniversitaria, por una cuestión elemental de gustos musicales, me sentí muy atraído por el pop-rock nacional, tanto las opciones que se difundían en medios comunes y corrientes -radios, canales de televisión- como aquellas del circuito alternativo o “no comerciales”. Estas últimas terminaron siendo mis favoritas, debido a que daban voz rabiosa a las cosas que yo mismo pensaba -y que, en general, sigo pensando- sobre cuestiones como la corrupción política, la discriminación, la hipocresía de los medios y toda clase de convencionalismos socioculturales.

Con el tiempo, se me fue haciendo cada vez más difícil pasar por alto las imperfecciones y carencias del rock hecho en el Perú, a pesar de que para los cultores de géneros extremos y sus variantes la precariedad -tanto en la calidad de las producciones como en la ejecución misma de instrumentos y voces- era uno de sus principales elementos constitutivos incluso en las escenas más exigentes y desarrolladas del exterior (con la excepción del metal en que la técnica sí es muy valorada por músicos y seguidores de bandas). Por otro lado, también fui notando con más claridad la tendencia al autobombo y la extremada indulgencia que domina a amplios sectores de las diversas entelequias que se fueron formando en todos los espectros de la escena local.

Así todos, desde los clásicos de los sesenta/setenta hasta las bandas que escuchaba mientras crecía, comenzaron a sonarme insuficientes, una situación de la cual no son únicos responsables pues conocemos las limitaciones de nuestro país para cualquier desarrollo musical, mucho más difíciles de superar si se trata de géneros que no son atractivos desde un punto de vista de fama y rentabilidad inmediatas, ya sea porque no están de moda o porque sus letras contienen mensajes, por decirlo de alguna manera, incómodos. Eso sin mencionar otros factores como las argollas, compadrazgos y diversos tipos de discriminación racial y clasista que interfieren, muchas veces, en el camino de jóvenes que, por no pertenecer a sectores más favorecidos ni gozan de contactos, tienen cerrados los espacios formales de difusión masiva. Aunque internet y sus diversos vehículos -Bandcamp, Spotify, YouTube, redes sociales- ha abierto múltiples maneras de darse a conocer, es una situación que todavía está presente en la escena local.

Por esas razones, a pesar de que la nostalgia me permite seguir disfrutando de algunas bandas, solistas o colectivos peruanos de heavy metal, punk, pop radial y sus respectivos subgéneros, al margen de sus niveles de calidad o destreza -y de que me someto, voluntariamente, a escuchar opciones nuevas de aquí y de allá- es muy poco lo que puedo rescatar de un ecosistema tan desordenado. No niego su existencia ni desmerezco sus esfuerzos, pero esa precariedad que es transversal a todo lo propio -política, sociedad, fútbol, cine, televisión, gastronomía- me aleja de los discursos entusiastas con respecto a la multitud de bandas enmarcadas en el rótulo pop-rock nativo.

Dicho esto, la lectura de Saldando cuentas pendientes: Las bandas olvidadas del underground peruano (1990-2010) es bastante ilustrativa, pues (re)descubre un sentimiento, una indignación que tuvieron ciertas juventudes en el Perú. Eso que hoy nos falta, ante las paparruchadas de un Congreso plagado de corruptos y analfabetos funcionales y de un Poder Ejecutivo que desprecia y ataca a las poblaciones que exigen su salida, está en los gritos de bandas como Generación Perdida, Pateando Tu Kara (PTK, para los amigos), en las desesperaciones nihilistas de Dios Hastío -su grafía real es dios hastío, en minúsculas-, uno de los mejores grupos de metal extremo (crust, noisecore) del medio, y hasta en los arrebatos pseudo teatrales y escatológicos de los diversos proyectos del recordado ídolo “subte” Leonardo del Castillo (1974-2011), factótum de grupos como Insumisión o Pestaña, entre otros, que hicieron techno industrial, ruidismo y hardcore punk. Leo Bacteria -su nombre artístico-, se suicidó a los 37 años, convirtiéndose de inmediato en una leyenda moderna de la escena subterránea.

Como apunta el crítico musical John Pereyra (Hákim de Merv) -de las desaparecidas revistas Caleta, Freak Out! y del blog Apostillas desde la disidencia: “Hace casi cuarenta años se pretendió consolidar una movida mainstream que, instantáneamente, quedó fosilizada. Con el tiempo, se incorporó uno que otro nombre, pero aún hoy esa entelequia sigue siendo propiedad de los mismos sospechosos de siempre. Para verificar esta afirmación, basta con escuchar por espacio de media hora la “radio-rock” de tu preferencia, o chequear ese bodrio fílmico que responde al nombre de Avenida Larco: al risible Pedro Suárez-Vértiz, los cochambrosos Río, el veintiúnico hit de JAS o los vendidos NoseQuién Y NoseCuántos; sólo se les deja de lado para poner canciones de conjuntos pusilánimes como Libido o Mar de Copas”.

Efectivamente, las movidas alternativas siempre fueron ninguneadas por los medios tradicionales. Hoy esos mismos medios pretenden absorberlas como si fueran elementos de un pasado concluido, casi como piezas de museo. Saldando cuentas pendientes… no va por ese camino y, por el contrario, da visibilidad a grupos condenados a ser efímeros, pero que merecieron ser más sentidos en el tiempo en que decidieron dar salida a sus indignaciones, muchas de las cuales -por no decir todas- no solo siguen vigentes, sino que se han incrementado. Sobre todo, si consideramos que se trató de una escena mucho más extensa que la de sus predecesores puesto que, con el crecimiento demográfico en los conos norte, sur y este de Lima Metropolitana, hubo una mayor cantidad de bandas jóvenes que en los ochenta, con circuitos nuevos que se sumaron a los epicentros del Cercado, Barranco, La Victoria o El Agustino, además de la siempre activa e invisible vida nocturna del interior del país. El periodo al que se acota la recopilación de testimonios de Villanueva va de 1990 al 2010, quizás el peor de nuestra historia reciente en términos políticos y cubre un total de quince agrupaciones de hardcore punk, noise y punk-rock.

En tiempos de Fujimori y Montesinos, perderse en las descargas de ruido de Atrofia Cerebral o dar rienda suelta a emociones catárticas en alguna tocada de Dios Hastío fue el camino natural para legiones de adolescentes y jóvenes desarraigados, sin esperanza, en un país que los aplastaba de día y de noche con sus periódicos chicha, su educación de pésima calidad, sus desapariciones, robos y arreglos bajo la mesa. La agresividad de estas y otras bandas surgidas en esas dos décadas fue incluso más allá que la original generación “subte”, y no solo a nivel sonoro sino que, además, incorporaron a este hartazgo generalizado una posición ideológica, la anarquía, dando nacimiento a una de las vertientes rescatadas por la crónica grupal de Villanueva: el “anarcopunk”.

La relación entre punk y anarquía existió desde la gestación del género, allá por los años setenta, en la lejana Inglaterra (no por nada el himno de esa era fue Anarchy in the UK de los Sex Pistols, de 1976). La moda reflejada en los peinados, uso de accesorios puntiagudos y negros, actitud contraria a lo “social y políticamente correcto” y la filosofía “DIY” –“Do It Yourself” o “hazlo tú mismo”- también se permeó a esta escena que comenzó a verbalizar más un discurso de crítica a las clases dirigentes -y a señalar de “blandos” a los grupos de la generación anterior que, según ellos, no lo hacían- pero, más allá de las opiniones que van y vienen como dardos, sí es preciso denominar a toda esta hornada de grupos “anarcopunks” como una continuación de lo “subte”. Asimismo, todo lo ocurrido en el decenio 2001-2010, durante los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García, que se enmarcó en la aparición, dentro del panorama mundial del hardcore punk, de nuevos “sub-subgéneros” que pretendían diferenciarse entre sí por cuestiones individuales –“krishnacore”, “straight edge”, etc.- es también continuación de las bandas de la década previa.  El prólogo del periodista y crítico musical Fidel Gutiérrez echa interesantes luces sobre este debate.

También es cierto que el concepto murió o, para ser menos concluyentes, mutó hasta convertirse en un recuerdo, en una nota inactual, gracias al control de medios que, curiosamente, hoy da mucha menos cabida a estas expresiones que la que recibieron entre 1983 y 1989. Pero, como queda demostrado en el libro de Juan Pablo Villanueva, sí hubo una nueva promoción de jóvenes dispuestos a hacer estallar todo con gritos, insultos y guitarras distorsionadas. Mientras preparaba esta nota me crucé, por ejemplo, con un grupo que pertenece a la década siguiente (2011-2020), y una canción que jamás veremos en la televisión de señal abierta, inspirada en la represión y los excesos del gobierno de Dina Boluarte frente a las protestas callejeras. Me refiero al cuarteto de hardcore punk y metal Podridö y su tema 1312. Escúchenlo aquí.

Una observación adicional: hubiera sido un complemento muy útil que Saldando cuentas pendientes: Las bandas olvidadas del underground peruano (1990-2010), consignara al detalle las distintas alineaciones de cada grupo, sus años de existencia, discografías y cómo acceder a ellas, además de algunas letras de canciones. ¿Quizás en una segunda edición?

 

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[CARTAS A MANUELA SÁENZ] Querida Manuela,

Llegamos a julio de 2023. Cómo pasa el tiempo. Se han cumplido dos años de nuestras cartas. Es un gusto poder compartir contigo el Perú del Bicentenario. Cómo me gustaría que me pudieses contar tu sentir sobre la lucha de tantos peruanos y peruanas por la independencia. El tiempo vuela y dos años de correspondencia nos debe llevar a ciertas reflexiones sobre nuestra historia contemporánea.

Llegamos al mes de la patria con una presidenta que tiene cinco meses en el cargo y acusaciones graves contra los derechos humanos por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Durante los meses en los que no te pude escribir, como te conté en mi carta anterior, se presentó el informe Situación de Derechos Humanos en Perú en el Contexto de las Protestas de la CIDH, que confirma que hubo graves violaciones de los derechos humanos por parte de los agentes del Estado peruano durante las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte y el Congreso de la República. Hasta la fecha el Ejecutivo no ha presentado sus descargos fácticos sobre el mencionado informe. Los congresistas se han pasado insultando a la Comisión, sin haber fiscalizado al Ejecutivo para que explique la muerte de 60 personas durante las protestas sociales. Hasta el alcalde de Lima a desacreditado a la Comisión y su trabajo sin leer el informe.

Todas las autoridades se han unido para negar la muerte de los ciudadanos. Parece que estos demócratas no saben que deben rendir cuentas a los ciudadanos ya que nos deben sus puestos. Los ciudadanos tenemos el derecho a elegir, ser elegidos, así como de expresarnos contra autoridades que no nos representan, mas aún cuando queda claro que están gobernando por intereses (propios) que van en contra del país y la Nación. Sus leyes, como la última de colaboración, atentan contra los actuales procesos de corrupcion y el congreso.

La represión militar y la impunidad ha llevado a la búsqueda de la protesta mediante el arte. Músicos anónimos de la ciudad de Juliaca (Puno) han creado la canción  “Dina Asesina”, himno en las marchas, así como en las comparsas de las fiestas patronales. Por otro lado, hace unos días, en las fiestas jubilares del Cusco (Corpus Christi, Inti Raymi), los cusqueños celebraron el pasacalle con alegorías que representaban a la presidenta Dina Boluarte como responsable de los fallecidos en las protestas: un claro y abierto cuestionamiento al régimen en pleno desfile en la Plaza Mayor. Las alegorías “La Descarada” y la “Trilogía andina de la corrupción”, de los alumnos de la Universidad Diego Quispe Tito, fueron desmanteladas y retiradas el 21 de junio de la exposición pública en un claro acto de censura. La libertad de expresión se está concretando mediante el arte, quizá la mejor forma de rebelión pacífica que muestra la creatividad de los ciudadanos y ciudadanas.

Esto me lleva a pensar en el arte contemporáneo, que aborda temas tan diversos de la actualidad como el sexo, la muerte, la religión, el comportamiento humano, la influencia de los medios, cuestiones políticas o sociales, el medio ambiente o situaciones personales. Hay dos artistas contemporáneos que me marcaron en la vida: Mona Hatoum y Duane Linklater. Ambos están exponiendo actualmente en el Museo de Arte de Contemporáneo de Chicago (Estados Unidos). Mona es una artista británica-palestina que vive en Londres y que mediante esculturas, instalaciones, videos y audios cuestiona el poder, en especial el impuesto sobre las mujeres, sus cuerpos, así como las conexiones con las comunidades marginalizadas globalmente. Su exposición ¨Mona Hatoum: Early Works¨ contiene sus primeros trabajos de videos y grabaciones que llevan al espectador a entenderla a ella y a su familia musulmana.

Por otro lado, el artista canadiense de origen Omaskêko Cree, Duane Linklater, se inspira para su muestra “Mymothersside” en la arquitectura Cree, elaborando tipis gigantes donde cuestiona a los museos y a la sociedad por excluir a los nativos estadounidenses de la sociedad e historia. Inclusive cuestiona la vida de los nativos, que pierden su representatividad, identidad y valor en sociedades que los invisibilizan. Utiliza la arquitectura tradicional del tipi para recrearla, criticarla y hacernos cuestionar qué ha pasado con la esta población que se dedicaba a la caza y al intercambio de pieles.

La libertad de expresión es un derecho y parece que comienza a transformarse en arte. Actualmente, el arte contemporáneo es sumamente político y crítico de las sociedades en el mundo. En el Perú del Bicentenario, el arte debería ser un cada vez más usado para manifestar la frustración que sienten los peruanos ante un congreso y Ejecutivo que no los representa. Sería retador tener espacios en museos, galerías, escuelas y facultades de arte para cuestionar la realidad. Manuela, inclusive, creo que sería ideal que los artistas de la Universidad Diego Quispe Tito tomen la censura a su trabajo como una oportunidad para expresarse más y hagan más acciones artísticas. ¿Te imaginas?

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Cuando se promociona al Perú en el extranjero se habla siempre de un país con cinco mil años de historia, con decenas de lenguas originarias, en fin, de un territorio que tiene el raro privilegio de tener varias edades y cosmovisiones a la vez. Todo queda en las vitrinas de la hipocresía y la incoherencia, porque en la práctica, los bienes de los que nos sentimos tan orgullosos son maltratados sin mayor trámite. En tanto, el Ministerio de Cultura sigue pregonando con celo su trabajo en favor de la identidad cultural del país. A este paso, estoy seguro, no quedará ninguna en pie.

Y como esto parece una competencia de necios, el Congreso no se puede quedar atrás y acaba de aprobar una ley que, a manera de obsequio, otorga el nombramiento sin examen a los maestros de escuelas públicas. Adiós meritocracia. ¿Quién sustentó esta deplorable iniciativa? Nada menos que José Luna, sí, uno de los azotes de Sunedu y amo y señor de Telesup, la universidad de siete pisos en fachada y solo cuatro construidos. La educación como simulacro sigue su rumbo triunfal.

Luego de esto cualquier educador o trabajador cultural pensante diría que no se puede caer más bajo. Malas noticias: en educación y cultura en nuestro país al fondo siempre hay sitio. Presupuestos magros, desigualdades humanas y de infraestructura que rozan la infamia, medios de comunicación que en su mayoría no tienen la más mínima voluntad de abordar ningún asunto cultural, escuelas a su suerte, maestros a la suya. Por si acaso no creo en cuotas impuestas, pero ante tal imperio de la idiotez, francamente ganas no faltan.

¿Qué más quisieran hacer, señores del Ejecutivo y el Legislativo? Les propongo, por ejemplo, un impuesto a la lectura, otro a la creación musical y uno más a las danzas. A los artistas plásticos cáiganles con todo. Otra idea coherente con el tamaño de su inteligencia podría ser derrumbar de una vez el requisito de ser Maestro o Doctor para enseñar en una universidad, para emparejar el suelo con las escuelas públicas y terminar con esas molestias que vienen con el intento de hacer un trabajo de calidad y basado en méritos. Dinamiten la gratuidad escolar. ¡Terminen de una vez con la cultura y la educación, nada les falta para lograrlo!

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Es una barbaridad que el MEF haya recortado en 60% el presupuesto de las escuelas de Bellas Artes, Ballet Nacional, Artes Dramáticas y de Folklore. En casi todas las democracias avanzadas del mundo, el desarrollo de la cultura es promovido por el Estado de manera activa, porque se entiende que contribuye a la densidad cívica y, por ende, al fortalecimiento de las libertades y finalmente de la democracia. Es una inversión ciudadana.

Acabo de estar en Buenos Aires. En esta ocasión visité tres Centros Culturales, el Borges, el Kirchner y el Recoleta, los tres excelentemente curados, con atención digna de cualquier museo privado, limpieza impecable, atención prolija, gratuitos y, por ende, con gran afluencia de público. Y hablamos de un Estado como el argentino que está prácticamente quebrado.

Al gobierno peruano le sobra el dinero. Los ingresos fiscales del 2022 han marcado récord en la historia presupuestal nacional. Y los del 2023 van en la misma línea. ¿Este gobierno no es capaz de entender la valía cívica que contiene invertir en cultura? ¿Nadie, con dos dedos de frente, los asesora? ¿Nunca han salido del país los responsables del despropósito? ¿No ven cómo y cuánto se invierte en cultura en otros países?

La cultura, por cierto, no es políticamente rentable. Por el contrario, las artes en general son contestatarias y su esencia de libertad las lleva, por lo común, a cuestionar el poder y el orden establecido. Eso podría explicar por qué algunos gobiernos sienten la tentación de quitarles financiamiento y subsidios.

Pero en perspectiva global, es un despropósito que afecta, sobre todo, las posibilidades de que peruanos, y particularmente jóvenes, de escasos recursos accedan a una formación cultural de calidad en un ámbito que, a su vez, es comercialmente muy complicado de sostener.

El MEF debe reconsiderar. Ha declarado ante las críticas que eventualmente ello se podría subsanar a mediados de año, pero ya el perjuicio estaría hecho, porque las proyecciones de las entidades culturales afectadas se manejan con un presupuesto inicial y si éste se ve recortado, muchas actividades se recortarán de antemano.

La vida cultural activa de un pueblo requiere soporte estatal. Ya de por sí el presupuesto que la cultura recibe del Estado peruano es paupérrimo. Constatar por ello su recorte solo genera honda irritación y rechazo.

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[LA TANA ZURDA] Lo que ha escandalizado a muchos peruanos es que los precios de esas «experiencias» culinarias, que incluyen platos e ingredientes de muchas regiones ecológicas del territorio peruano son exorbitantes. Hay «experiencias» de catorce regiones naturales que llegan a los 1250 soles por persona (la friolera de unos 315 euros o 344 dólares gringos, nada menos). Y eso sin contar los tragos, que fácil llegan a unos 250 dólares extra por persona si se trata de degustar bebidas finas que van bien con los exquisitos y exclusivos platillos que ofrecen los afamados chefs. O sea que para comer y chupar bien en ese sitio hay que desembolsar unos 600 dólares por cabeza.

Aparte de Central, en la lista de los cincuenta mejores restaurantes también entraron Kjolle (de la asimismo consagrada chef Pía León), Maido (de Mitsuharu Tsumura) y Mayta (de Jaime Pesaque). Sobre estos últimos no se ha hecho tanta bulla, o al menos no tanta como el linchamiento mediático (sobre todo a nivel de redes sociales) que se le ha propinado a Central.

Voy a continuar aclarando una cosa: si yo tuviera 600 dólares para una comida, los gastaría preparando una deliciosa carapulcra en casa (me sale muy bien) y armando un fiestón con mis familiares y amigos.

Pero lo de Central es otra cosa. Es para gente que suele buscar sabores exóticos y vivir una «experiencia» cultural lejos de sus países y su aburrida vida cotidiana. En el mundo neoliberal en que vivimos, es obvio que va a haber ricos que pueden darse esos gustos y un 99% de pobres y clasemedieros que no podrán hacerlo. Patalear por esa realidad y rasgarse las vestiduras por la famosa «brecha socio-económica» (ya resulta una perogrullada mencionarla en esos términos setenteros) no cambia absolutamente nada y solo muestra la chatura intelectual de los detractores.

El Perú sigue siendo, quizá más que nunca, un país clasista, racista y de obvias discriminaciones étnicas y lingüísticas. La desnutrición infantil y el dengue andan por las nubes. Para colmo, estamos gobernados por una cuestionable horda congresal que solo acentúa la depredación de nuestro medio ambiente y mantiene la profunda desigualdad dentro de la población.

Que dos chefs como Virgilio Martínez y Pía León hayan desarrollado un producto que hace más complejo el impulso culinario peruano de los años 90 con Gastón Acurio a la cabeza no debería escandalizar a nadie. Son las reglas del capitalismo. Algunos tomarán su reconocimiento internacional como un triunfo de la identidad nacional peruana y se enorgullecerán por ello. Otros rajarán por los precios y la refinada huachafería de algunas de las descripciones de los platillos.

Pero pocos se preguntan si dentro de esos jugosos negocios se cumplen las reglas laborales mínimas, si los cocineros y «mozos» (y mozas) ganan según el prestigio del local y, sobre todo, si los ingredientes (plantas y animales) usados para los raros y exquisitos platos de Central no estarán más bien desapareciendo del horizonte por el calentamiento global, la contaminación medioambiental, la explotación de nuestro campesinado que se ve obligado a migrar y la consiguiente pérdida de saberes milenarios sobre nuestra increíble diversidad biológica.

Hechas estas aclaraciones, insisto en que no gastaría 600 dólares en ir a Central. Pero tampoco pongo el grito en el cielo porque dos chefs hacen su trabajo de manera original, se forran de plata en el camino y, de paso, contribuyen al turismo culinario.

Ya basta de ese socialismo barranquino que se queda en la grasosa salchipapa y el cebichito de tollo y no logra ver más allá de sus tupidas narices (o su insulso paladar). Dejen trabajar a la gente, hagan activismo real por el cambio y a ver si se les ocurre algún plato original la próxima vez que se enfrenten a la sartén.

A crear más y a rajar menos, pues.

 

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La jugosa última encuesta del IEP trae consigo una pregunta sobre la Constitución y, aunque de manera indirecta, la mentada Asamblea Constituyente. Preguntada la ciudadanía respecto de qué corresponde hacer frente a la actual Constitución del 93, un mayoritario 47% estima que corresponde hacerle algunos cambios; 34% cambiar a una nueva Constitución (estos serían los que encajarían con la solicitud de una Asamblea); y 14% señala que no se debería cambiar nada.

Pese al inmenso desprestigio del Ejecutivo y del Congreso, percibidos como un pacto derechista, no crece el ánimo antisistema de patear el tablero y tirar la actual Constitución por los suelos, para ingresar a una espiral de refundación social, política y económica.

Datos colaterales interesantes: en el sur, la región más levantisca e izquierdista del país, empatan en 43% quienes quieren algunos cambios y quienes optan por un cambio total. Entre quienes se definen de centro -el conglomerado ideológico mayoritario del país- un significativo 54% opta por hacer algunos cambios y un reducido 29% por cambiar toda la Constitución (entre los izquierdistas, claro está, el 48% pide cambio total y el 39% algunos cambios). Otro dato importante: entre los que desaprueban a Boluarte, la mayoría (46%) opta por solo hacerle algunos cambios y 39% por cambios totales, es decir no se está produciendo un trasvase entre el rechazo al statu quo actual y el espíritu de reforma radical.

Es una buena noticia que la narrativa izquierdista referida a la Asamblea Constituyente, que probablemente llevaría al país, de hacerse efectiva, al despeñadero, no logre predominancia. No son los resultados de esta encuesta, suficiente predictores para considerar que el tema está zanjado y que no retomará bríos definitorios en las elecciones presidenciales venideras, pero de por sí es saludable apreciar que la mayoría del país no se lanza a apoyar propuestas radicales.

Es de esperar que esa masa crítica proestablishment se mantenga y permita que el 2026 (o antes, si se adelantan las elecciones), triunfe una opción de centroderecha, sea liberal o conservadora, que emprenda los cambios que hay que hacer, pero en el sentido correcto que nuestra sociedad requiere y que la historia demanda.

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[EN LA ARENA] Tras las dolorosas muertes con las que comenzamos el año, Dina Boluarte empezó a repetir que estaba dispuesta a dialogar. Poco tiempo después dejó de hacerlo. En ese momento, su propuesta llamada “de diálogo” estaba dirigida a los gobernadores regionales con el fin de terminar con las marchas. Pero una cosa es llamar “diálogo” a querer dar órdenes y recibir una respuesta de confirmación y otra muy distinta, realmente dialogar.

Los diálogos, como nos lo enseñaron filósofos, filósofas, dramaturgos y novelistas, no se reducen a cualquier conversación, pues aquello que se diga no puede decirse a cualquier persona, es a alguien que está dispuesto a procesarlo, a metabolizarlo, si se quiere, y que busca que su respuesta también sea recibida de la misma manera por el otro. Es discutir profundamente sobre un tema o una acción, desde aquello que se cree, se piensa, se siente desde como uno es. Es nuestra voz en el sentido público y democrático, es la voz con la que nos identifican, es la voz que reconocemos. Sin llegar a ser un debate donde uno quiere vencer al otro, el diálogo no trata de competir o de lograr un mero acuerdo de negociación puntual. Un diálogo es un intercambio que abre un espacio de escucha, de análisis, de propuestas conjuntas. El diálogo, por tanto, requiere de una confianza mutua.

Este martes, durante la inauguración del “Encuentro Intergubernamental de Preparación ante el Fenómeno de El Niño”, Dina Boluarte se mostró indispuesta ante cualquier posibilidad de dialogar. Y fue directa. Para conseguirlo, desplegó las formas de desconfianza que aún le quedan respecto de la Tercera Toma de Lima y se las comunicó al pueblo peruano, con indiscutible énfasis hacia quienes tenía frente a sí mientras hablaba: sus ministros, altos funcionarios, y los gobernadores regionales, aquellos con quienes nunca dialogó. Cómo confiar en los que protestan o se declaran en huelga, si la Primera y Segunda Toma de Lima, dijo Boluarte, detuvieron el desarrollo del país, estancaron su economía y paralizaron el turismo.

Parece que ante el no poder remitirse al terrorismo (pues las Naciones Unidas ha descrito el término como parte de una retórica hostil, peligrosa y traumática utilizada contra el movimiento de protesta) Boluarte ha empezado a construir una versión alternativa de traición social. Y añade, cómo se puede confiar en peruanos que envían un mensaje “para afuera” en el que se presenta al Perú como un país sin garantías, generador de caos y zozobra. No satisfecha con la desconfianza, reforzó su oposición al diálogo diciendo que había solamente una ruta para conseguir que el país avance. Es suya, y consiste en unirse con el gobierno para resolver los problemas futuros. Una unión en silencio. Así lo dejó de claro cuando al terminar y antes de ponerse de pie, se despidió diciendo: Hechos y no palabras.

La frase latina, muy usada por mandos militares de la antigua Roma, remite a cierta virtud para decidir y actuar con la rapidez necesaria opuesta al diálogo político, que perjudica la urgencia de las acciones, que gasta el tiempo con discusiones que dejan de lado la obligación de decidir. Es por eso una frase que sintetiza el sustento de las dictaduras. En el caso peruano fue Manuel Odría quien la popularizó. Apenas dio el golpe de Estado en 1948, empezó a perseguir a sus oponentes más discursivos, a quienes llamó terroristas: los militantes del Partido Aprista Peruano y del Partido Comunista Peruano. Al año siguiente decretó la suspensión de las garantías individuales y mediante sistemas de vigilancia y tortura, reprimió cualquier cosa que se dijera contra su gobierno hasta 1956. Gracias a los silencios, Odría consiguió acumular grandes propiedades y pactar con Manuel Prado el darle los votos de sus seguidores si no lo investigaba durante su gobierno. Prado ganó feliz. Protegido con el Pacto de Monterrico, como fue llamado ese acuerdo, el silencio sobre la corrupción de Odría hasta hoy nos muestra la otra cara de los Hechos y no palabras. Irónicamente (pobres viejos apristas) Alan García usó la expresión en su campaña del año 2016. Ahora Boluarte se la apropia. Pero en su caso, ya es algo tarde para que los hechos que ha cometido contra su pueblo los consiga silenciar.

 

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[ENTRE BRUJAS: FEMINISMO, GÉNERO Y DERECHOS HUMANOS] Cada 28 de junio se celebra el Día del Orgullo LGBTIQ+. Esta es una fecha emblemática que impregna todo el mes de colores, con mensajes de igualdad, justicia, fortaleza, amor y la esperanza de un mundo más humano en donde la libertad de ser, sentir y amar sea reconocida como un derecho.

Esta fecha surge en memoria de los disturbios de Stonewall – Nueva York (1969). Aquel día personas de la diversidad sexual y con una identidad de género diferente a la heteronormativa se manifestaron en contra de la estigmatización, violencia y discriminación, en medio de una redada policial, iniciando así una continua lucha por la defensa de la dignidad y sus derechos humanos.

El día del orgullo se ha convertido en una fecha clave para el movimiento LGBTIQ+ a nivel global, así como para el movimiento feminista y de derechos humanos. Cada vez más personas empatizan con esta lucha, que en realidad es una legítima demanda de dignidad, igualdad y libertad.

La discriminación por orientación sexual e identidad de género no solo lastima, sino mata a miles de personas en el mundo. En nuestro país, la transfobia, la lesbofobia, la bifobia y la homofobia son realidades que no han sido superadas. De hecho, contamos con una legislación completamente restrictiva de los derechos de esta población.

Demandas históricas como la Ley de igualdad de género, el matrimonio igualitario y la adecuada sanción a los crímenes de odio siguen siendo un pendiente. Según la última encuesta del INEI (2017) solo el 40.9% de personas LGBTIQ+ expresan su identidad de género, una inmensa mayoría que llega al 59.1% no lo hace por temor a sufrir una agresión, a perder su familia o a que sus amistades no les brinden apoyo.

Es decir, una gran cantidad de población vive ocultando su verdadero sentir y limitando su derecho a expresarse libremente, vivir sus gustos y afectos.  Según las estadísticas del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP, 2022) del total de casos de violencia atendidos contra personas LGBTIQ+, 46% fueron agredidxs por un familiar. El Ministerio Público en un estudio (2022), reportó que se han identificado entre el 2011 y 2021, 88 muertes dolosas de personas LGBTIQ+, es decir, crímenes de odio hacia esta población.

Una verdadera democracia tiene que tener como pilares fundamentales la libertad, la igualdad y el respeto a la dignidad de todos los seres humanos. Un verdadero Estado democrático es aquel en el que se respetan los derechos de todas las personas sin ninguna distinción, pero, no solo en las normas sino en la vida cotidiana. Estamos aún lejos de ello.

Este sábado 1ro de julio, se realizará en Lima la Marcha del Orgullo LGBTIQ+, con la consigna #OrgulloEsDemocracia. La cita es a las 3:00 pm en el Campo de Marte. Muchas personas iremos de colores para reconocer los derechos de una población tradicionalmente excluida, pero también con la convicción de que en la medida que la igualdad y los derechos de las personas LGBTIQ+ sean reconocidos este será un mundo mejor.

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#LGBTIQ+, bifobia, lesbofobia, transfobia

El ministro de Economía y Finanzas, Alex Contreras, es un buen mediocampista defensivo. Es serio y va a evitar cometer tropelías o que el populismo nos meta goles en nuestra propia valla. Pero la situación económica del país requiere de alguien que haga pases en profundidad, que juegue verticalmente y finalmente haga goles.

La desconfianza empresarial y la parálisis de las inversiones privadas es de tal envergadura que este o cualquier gobierno que lo suceda va a necesitar varios goles para calentar la tribuna empresarial.

Majes-Siguas, Chavimochic (hay que cargarle la responsabilidad a Alan García de haberles dado vela en estos megaproyectos a los gobiernos regionales), San Gabán, tranquilizar Las Bambas, Tía María (es irracional la oposición al proyecto), por mencionar algunos ejemplos, es lo que se necesita para que el empresariado vuelva a los niveles de apuesta por el futuro pre-Castillo (ni la pandemia golpeó tanto como el nefasto régimen castillista).

En la última encuesta del IEP, se le pregunta a la ciudadanía cuáles son los principales problemas del país y la respuesta no sorprende: primero, la economía (27%); segundo, la corrupción (25%); tercero, la inseguridad/delincuencia (17%).

Se necesita un shock de inversiones privadas, un sacudón capitalista a la vena, para lograr que la economía vuelva a crecer a niveles históricos recientes (por encima de 3% como mínimo), y de esa manera, que se atempere la inflación, aumente el empleo y, sobre todo, se reduzca la pobreza.

Como bien dijo Miguel Palomino, presidente del Instituto Peruano de Economía: “si ha estado atento a la información económica, sabrá que el Banco Central (BCR) redujo su pronóstico de crecimiento del producto bruto interno (PBI) de 2,6% a 2,2% para este año. A primera instancia, pareciera que no fuera gran cosa reducir algo en 0,4%, hasta que recordamos que esto es el equivalente a perder 4.000 millones de soles, o unos 400 soles al año por hogar”.

Aparentemente, es imposible pensar que Dina Boluarte o Alberto Otárola se animen a replantear el tema económico y eventualmente busquen un ministro más generador de seguridad inversora, pero no por ello se debe dejar de insistir en lo relevante: sin recuperación de la confianza y la inversión privada, no hay crecimiento posible.

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Alberto Otárola, Alex Contreras, BCR, Chavimochic, Dina Boluarte, Las Bambas, Majes-Siguas, Tía María
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