Opinión

En musicología existen dos tipos de “himno”: el de uso religioso y el de uso patriótico. El primer caso está ligado, según la tradición hebrea, a los salmos del Antiguo Testamento y son el origen de múltiples expresiones, muchas de ellas vigentes hoy como los cantos gregorianos, los “spirituals” –cánticos que se entonan en las iglesias negras del sur de los Estados Unidos- y las melodías compuestas por artistas contemporáneos de la llamada “música cristiana”. También hay himnos en rituales islámicos, hinduistas y de etnias africanas, orientales y oceánicas, a manera de loas a sus principales figuras religiosas.

El segundo caso, al que pertenece nuestro Himno Nacional, es una composición de origen esencialmente europeo. De estructura común, los himnos nacionales contienen letras en las que se ensalzan valores nacionales –valentía, patriotismo, heroísmo- y su música, interpretada casi siempre por orquestas de gran formato, hacen uso de progresiones en notas mayores, instrumentos de metal y melodías que inflaman los ánimos. Estos himnos están basados, principalmente, en las marchas militares y triunfales que se hicieron populares entre los imperios colonizadores de los siglos XVI y XVII (Britania, Francia, España). Por tal motivo, tras el proceso independentista de Centro y Sudamérica, gestado durante la primera mitad del siglo XIX, muchos países –entre ellos el Perú- se volcaron a la creación de sus “canciones nacionales” para validar su reciente emancipación luego de tres siglos de dominación española.

A una semana de proclamada la independencia, en 1821, el general José de San Martín (1778-1850) convocó a un concurso público para definir cuál sería la canción patria, denominada originalmente Marcha Nacional del Perú. Se presentaron siete melodías, ante el mismo San Martín, con los autores tocándolas en la clave, un instrumento antiguo de teclados parecido al clavicordio. De aquellas, el militar argentino se decidió por una vigorosa y robusta composición de dos personajes importantes y muy activos en la escena cultural de ese entonces: el compositor José Bernardo Alcedo (1788-1878) y el poeta José de la Torre Ugarte (1786-1831).

Hijo de un médico criollo y una mujer de raza negra, José Bernardo Alcedo Retuerto era, en el año 1821, un conocido compositor, director de orquesta y maestro de música que trabajaba con coros eclesiásticos. De hecho, él mismo vistió por un tiempo el hábito de la hermandad de Santo Domingo, durante los años previos a la independencia del Perú. Considerado uno de los compositores peruanos más importante del siglo XIX, junto al arequipeño Pedro Ximénez Abril Tirado (1784-1856) y el sacerdote español Matías Maestro Alegría (1766-1835) -sí, el que da nombre al famoso cementerio Presbítero Maestro-, Alcedo escribió varias canciones religiosas y patrióticas, entre ellas La chicha, considerada en ese tiempo un antecedente del Himno Nacional.

En cuanto a De la Torre Ugarte, su formación como abogado y poeta, en las universidades San Luis Gonzaga de Ica y San Marcos de Lima, le permitió hacerse camino como escritor de letras para coplas de diversa índole, entre ellas las composiciones de José Bernardo Alcedo, entre ellas la mencionada La chicha, que compusieron juntos, un año antes de la convocatoria del General José de San Martín. Su nombre es parte de nuestra historia. Y no solo por haber escrito el coro y las seis estrofas originales del Himno Nacional. De la Torre Ugarte estuvo también entre las personas que firmaron el Acta de la Independencia, dos semanas antes de la histórica proclamación ocurrida aquel sábado 28 de julio de 1821 en varios puntos de Lima, aunque no ante las multitudinarias masas que se nos hizo creer durante años.

Como La Marseillaise (Claude Joseph Rouget de Lisle, 1792) de Francia, God save the King/Queen (autor desconocido, 1745) de Inglaterra o The star-spangled banner (Francis Scott Key/John Stafford Smith, 1814) de los Estados Unidos de Norteamérica, nuestro Somos libres es una de las marchas patrióticas más admiradas internacionalmente, un motivo de orgullo e identidad nacional que emociona a los peruanos de bien con solo escuchar los primeros acordes de su introducción. Lamentablemente, no podemos decir lo mismo de todas las gavillas de políticos que repiten aquello de las “sagradas notas” como una cantaleta mientras están pensando, seguramente, en los acuerdos que cocinaran para llevar adelante sus propósitos particulares de acumulación de poder y dinero.

Con los años, ha quedado establecido un protocolo para cantarlo: en posición de firmes, con la mano derecha sobre el pecho, a la altura del corazón y, al final, el grito “¡Viva el Perú!” del maestro de ceremonias, al cual el público responde con aplausos y un sonoro “¡Viva!”. En los partidos de fútbol, al terminar el himno, lo que sigue es el rugido de las tribunas y una salva ensordecedora de bocinazos.

Como comprenderán, en 1821 -hace 202 años- no existía tecnología de grabación ni forma de conservar intactas las partituras. Por tanto, los arreglos originales del Himno Nacional del Perú sufrieron, inevitablemente, algunas modificaciones. En 1869, José Bernardo Alcedo –que entonces pasaba ya los 80 años-, solicitó una restauración de su obra, responsabilidad que recayó en el compositor y director de orquesta italiano Claudio Rebagliati Ricaldone (1843-1909). Esta versión, aceptada formalmente en 1901, durante el gobierno de Eduardo López de Romaña, y declarada intangible por el presidente Guillermo Billinghurst en 1913, es la que conocemos actualmente.

En su versión primigenia, el Himno Nacional del Perú tuvo un coro y seis estrofas, pero de manera apócrifa se incluyó una adicional, alrededor de 1840, que recién fue aceptada como primera estrofa en el año 1950. Curiosamente, esta se cantó durante décadas -la famosa y polémica estrofa que inicia con el verso “Largo tiempo el peruano oprimido la ominosa cadena arrastró…”-, y se alternaba con la sexta, la que comienza con la frase “En su cima los Andes sostengan la bandera o pendón bicolor…”, cuyo uso se extendió durante los gobiernos militares de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y Morales Bermúdez (1975-1980).

Más de cincuenta años después, tras determinarse que no formaba parte del texto original, el Tribunal Constitucional declaró, en el año 2005, que dejara de cantarse “Largo tiempo…”, una disposición que rige hasta hoy, para retornar a la sexta estrofa como oficial para todo tipo de eventos. En medio, hubo varios intentos por renovar o modificar los textos del Himno Nacional, con versiones del poeta José Santos Chocano (1901) y la cantautora Chabuca Granda (1954) que también fueron desestimadas en favor del texto original de De la Torre Ugarte.

El Himno Nacional del Perú ha sido interpretado infinidad de veces y en diferentes estilos. Y en los últimos años, se ha promovido también su grabación en quechua, aimara y lenguas amazónicas, como parte de estrategias promotoras de inclusión que terminan eclipsadas por la continua putrefacción de todos los servicios públicos y la incompetencia de nuestras clases políticas que no tienen interés en trascender la superficialidad de estas campañas de potente impacto mediático pero que no vienen acompañadas de un estado verdaderamente preocupado por el bienestar de todas sus poblaciones. Aquí comparto cuatro ejemplos del Himno Nacional del Perú:

  • Banda de la Guardia Republicana del Perú (1964): En la actualidad hay muchas versiones orquestadas de nuestra canción patria. Pero si queremos quedarnos con la más representativa, es esta grabación de la banda de la desaparecida Guardia Republicana, incluida en el LP Nuestra Bandera, Nuestro Himno, prensado por la disquera Sono Radio. El director de la banda era, en ese entonces, el italiano Fernando Andolfo Sannicandro, cargo que ocupó durante más de 15 años.
  • Cuatro Guitarras (1998): La multinacional Sony Music lanzó, en 1998, como parte de su Colección de Oro, este CD en el que cuatro notables guitarristas peruanos -Víctor “Coco” Salazar, Félix Casaverde, Ramón Stagnaro y Lucho Gonzáles- graban una selección de conocidos valses con finos arreglos. El disco cierra con una suave versión del Himno Nacional. lamentable, de estos cuatro insignes músicos, solo Salazar y González están entre nosotros. Casaverde y Stagnaro fallecieron, respectivamente, los años 2011 y 2022.
  • Juan Diego Flórez (2008): El artista peruano más exitoso en el mundo, el tenor Juan Diego Flórez grabó, por primera vez, el Himno Nacional para el Patronato del Gran Teatro Nacional. Aunque no figura en ninguno de sus discos oficiales, el tema se puede oír en YouTube y descargar de diversas plataformas. Lo acompaña la Orquesta Sinfónica de Fort Worth (Texas), bajo la dirección de otro peruano que destaca en el mundo de la música académica, Miguel Harth-Bedoya.
  • Charlie Parra del Riego (2011): Este guitarrista de heavy metal, ex integrante de bandas como Difonía y M.A.S.A.C.R.E., incluyó esta poderosa versión del Himno Nacional en Procrastinación, su primer disco como solista, que causó gran impacto en redes e incluso se escuchó durante la espectacular inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019.

El estreno de nuestro Himno Nacional fue con voz femenina. La cantante lírica Rosa Merino (1790-1868) fue escogida para interpretarlo por primera vez. Merino, entonces de 31 años, era una conocida soprano limeña que ya había trabajado con Alcedo en diversas obras, incluida La chicha, y trabajaba en la compañía de ópera dirigida por el compositor y profesor italiano Andrés Bolognesi (1775-1834), padre del coronel Francisco Bolognesi (1816-1880), el gran héroe de la batalla de Arica y uno de los referentes, junto a Miguel Grau Seminario (1834-1879) y Andrés Avelino Cáceres (1836-1923), entre otros personajes históricos, de esa dignidad que vienen pisoteando y embarrando los presidentes, ministros, congresistas, lobistas, empresarios y periodistas adictos al poder que padecemos desde, por lo menos, cuatro o cinco décadas, solo para referirnos al último tramo de nuestra historia republicana.

El debut del Himno Nacional del Perú se realizó el 23 de septiembre de 1821, en el Teatro Principal de Lima, que en 1929 fue rebautizado como Teatro Segura, en homenaje al periodista y escritor costumbrista Manuel Ascencio Segura (1805-1871), nombre con el que hasta hoy se conoce a una de las primeras salas de espectáculos de América Latina, ubicada en la cuadra 2 del Jirón Huancavelica, en pleno Centro Histórico. Desde entonces, debe haberse interpretado millones de veces, hasta la aparición de las primeras versiones grabadas, que hoy escuchamos en todo tipo de ceremonias oficiales, académicas y eventos deportivos. Una de las más recientes e impresionantes se produjo hace cinco años, el 16 de junio del 2018, cuando “la mejor barra del mundo” entonó, emocionada, el Himno Nacional en un abarrotado estadio de la lejana ciudad de Saransk, Rusia, antes del primer partido de la Selección Peruana de Fútbol, tras 36 años de ausencia en mundiales. En aquella ocasión, lamentablemente, Perú perdió 1 a 0 ante Dinamarca. Pero esa es otra historia.

POST-DATA: Desde esta columna melómana lamentamos dos nuevas muertes en el panorama internacional: Tony Bennett (21 de julio, 96 años), el último crooner de la edad dorada del pop-jazz norteamericano y Sinéad O’Connor (26 de julio, 56 años), cantante y compositora irlandesa de gran talento interpretativo pero aquejada por múltiples desgracias familiares y tribulaciones mentales que finalmente provocaron su temprana desaparición. Sobre ambos, la columna del próximo sábado. Hasta entonces…

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Un mensaje técnicamente correcto, pero que no albergó el carácter extraordinario que se requería para atisbar una salida a la crisis política (desaprobación del gobierno) ni a la crisis económica (shock de inversiones privadas) por las que transita el país.

Lamentablemente, seguiremos instalados en el statu quo de estabilidad mediocre que nos signa desde la caída de Pedro Castillo. En ese sentido, ha sido una oportunidad desperdiciada.

Un mensaje largo, tedioso, ya anticipaba la esencia de su contenido. Plagado de anuncios de obras realizadas y por realizar, pero sin el cuerpo político necesario para movilizar conciencias ni acciones.

Si de alguno de los mensajes dados y por dar de la presidenta Boluarte se esperaba una dosis extraordinaria de disrupción era, precisamente, de éste. No lo fue. Satisfizo lo básico (pedido de perdón, énfasis en seguridad ciudadana, aunque con una pizca de xenofobia, medianos anuncios proinversión privada -no se ve a ningún inversionista metiendo la mano al bolsillo luego del discurso presidencial-, nula referencia a la posibilidad de un recorte del mandato, propuesta de bicameralidad -quizás lo mejor del discurso-, etc.), pero de novedad política llamativa, poco o nada.

Era, en verdad, una ilusión pensar que de un liderazgo político tan mediano y ligero, podía salir un mensaje potente e innovador. El Ejecutivo carece de cuadros técnicos y políticos que le permitan a la presidenta leer correctamente la realidad y actuar en consecuencia (cómo no escuchó la homilía del cardenal Castillo antes de elaborar su mensaje).

Ya es hora, por cierto, de que la derecha congresal empiece a tomar distancia de un régimen que afectará sus posibilidades electorales para el 2026. Constatada hasta la saciedad la incapacidad del gobierno de trascender de la medianía, haría mal el sector ideológico mayoritario del país con identificarse con ese proceso político sin brillos ni resplandores.

La mediocridad gubernativa, puesta una vez más de manifiesto en el gris mensaje de Fiestas Patrias, ya merece oposición frontal y recia, que, sin necesidad de generar inestabilidad política, le haga saber a la ciudadanía que no estamos ante una mímesis letal entre ambos poderes del Estado o, lo que es peor, entre la derecha política y un gobierno que se identifica como tal, pero cuya levedad lo hace indefendible.

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Francisca Pizarro no es un asunto nuevo en nuestra historiografía. Historiadores como Guillermo Lohmann, José Antonio Del Busto o Waldemar Espinoza se han acercado desde distintas ópticas a su figura, destacando en ese panorama María Rostworowski, quien la ha estudiado con abnegada insistencia en muchos trabajos, en especial en un libro riguroso que tituló Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza (1989), acaso el esbozo biográfico más completo sobre este personaje.

Sin embargo, no hemos abandonado todavía la orilla de la historia. A estos esfuerzos de investigación, se suma ahora una propuesta literaria, Francisca. Princesa del Perú, la más reciente novela de Alonso Cueto. Un antiguo prejuicio enfrentaba de manera casi irreconciliable al discurso histórico con la ficción, quizá buscando una separación tajante: cada una en su campo. La historia trabajando con hechos factuales y documentados; la ficción privilegiando la imaginación, la forma más sublime de la mentira.

Pero en los últimos tiempos hemos visto que son más las semejanzas que las diferencias, que entre historia y literatura hay sutiles y complejas zonas fronterizas y que, al menos en América Latina la llamada novela histórica o ficción historiográfica resulta siendo una manera de darle la cara al discurso histórico, confrontarlo e interpelarlo para construir nuevas lecturas del pasado. En el caso de Alonso Cueto, el ejercicio del lenguaje permite penetrar en una imaginada intimidad del personaje, pero no como invención, sino como interpretación de su trayectoria vital, lo que demostraría, de paso, que esas fronteras tienen límites precisos. Uno de ellos es la verosimilitud.

Y Francisca es verosímil, guarda estricta coherencia con lo que se conoce históricamente sobre ella. Lo mismo cabría decir de Inés, la madre, que se presenta a Francisca con estas palabras: “Yo soy una princesa inca y de princesa me convertí en la mujer de Francisco, el conquistador. Y en su ramera. Ahora tu padre me ha entregado a otro hombre. Dicen que soy su esposa. Pero no soy la esposa de nadie. Soy tu madre. Soy la hija y hermana de un inca. Soy la heredera del imperio, la hija del sol y de la tierra. Tengo en mi cuerpo la fuerza de una madre. Y tú eres el motivo de toda mi fuerza. Eres mi hija” (p.39).

Pasaje muy interesante y revelador, que simboliza acaso el inicio de una fractura que acompaña hasta hoy a la siempre incierta vida peruana. El parlamento de Inés apela a la dicción y, gracias a ella, la novela puede situar los hechos históricos en una dimensión de construcción verbal que sin renuncia expresa a la idea documental termina por dar acabado a un artefacto.

Los fragmentos de la vida de Francisca que conforman el relato, toman la misma dirección. Francisca es cuidada con extremo celo por su padre, mas aun, quiere hacerla partícipe de la vida de una ciudadana española plena y, quien sabe, dado su origen, provocar su ascenso en la vida cortesana. Madre e hija son colocadas en planos opuestos. Doña Inés es víctima de los vilipendios del conquistador; Francisca, en tanto, vive en conflicto su nueva condición, sus linajes gemelos: “¿Pero quién era yo? Salía a la ciudad con miedo. Por las noches imaginaba que alguien entraría a mi casa para matarnos. Por las mañanas pensaba que debía rezar mucho antes de ir a la plaza. Solo Inés y Catalina me podían proteger. Necesitaba el cariño de mis madres y estaba marcada por el orgullo de ser la heredera de dos estirpes. Me sentía marcada, sí. La pena, la incertidumbre, la dignidad, no sé cómo decirlo. Pero también la fe. Estaba hecha para seguir” (p.208).

Alonso Cueto ha escrito una novela que sin duda enriquece la tradición narrativa peruana. Se instala en el alma de Francisca, se instala en el dolor de Inés y nos devuelve a la vida contemporánea la historia de una herida que lejos de haberse cerrado se mantiene viva. Solo vale la pena mirar al pasado cuando de él se extraen lecciones para el presente. Este es uno de esos casos.

Alonso Cueto. Francisca. Princesa del Perú. Lima: Random House, 2023.

 

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Desde los tiempos en los que los 28 de julio atizaban la incertidumbre en las épocas del primer alanismo, donde el gobernante aprovechaba la ocasión para agitar el avispero, los siguientes mandatarios han optado por hacer de este trance uno anodino y recopilatorio de eventuales logros.

Para la democracia, es mejor que así sea y que la incertidumbre disminuya, pero en esta ocasión, nos haría bien que la presidenta Boluarte se salga del libreto y sorprenda dentro de algunas horas con lo que su Premier ha anunciado será un mensaje “potente”. Algunas humildes expectativas al respecto.

1.- Que se reconozca responsabilidad política por los muertos ocasionados por la brutal represión policial y militar de diciembre y enero pasado, y se anuncie la destitución y puesta a disposición de la justicia de todos los responsables directos o indirectos de lo sucedido. Ello, acompañado de un pedido de perdón empático con los deudos de las víctimas a quienes se les acompañará con un proceso de reparaciones. Nunca será tarde para hacerlo.

2.- Que se llame a los empresarios a invertir garantizando seguridad jurídica y sensatez macroeconómica (monetaria y fiscal). Debe romper la inercia de la inversión privada. No hay “Punche Perú” que sirva si los empresarios privados no meten la mano al bolsillo, y si no lo hacen es por la crisis política, porque las condiciones económicas y comerciales están allí, prestas para la dinámica capitalista. Así sea una estabilidad mediocre como la que sufrimos, basta esa certeza de que no habrá saltos al vacío para que la confianza empresarial haga que los capitales fluyan y se recupere el crecimiento económico, con la concomitante generación de empleo y reducción de la pobreza.

3.- Que se la juegue por alguna reforma estructural o de segunda generación. Si es por un par mejor. Allí están a la mano varias: la reforma político-electoral; la revisión del proceso fallido de regionalización; la defensa de la reforma universitaria; la agresiva puesta en marcha de una reforma de la salud pública; el inicio del largo proceso de una reforma del Estado, manejada profesionalmente; la puesta en práctica de una estrategia global, afiatada, ética y eficaz de una cruzada nacional en favor de la seguridad ciudadana, uno de los problemas que la ciudadanía siente más acuciantes.

4.- Que vuelva a presentar un proyecto de ley para que se apruebe la reforma constitucional que permita el adelanto de elecciones. No se trata tan solo de un saludo a la tribuna sino de una necesidad política. Tres años de estabilidad mediocre es una bomba de tiempo que mientras más dure mayor capacidad explosiva puede alcanzar. Se trata de darle un nuevo impulso al país y que no caigamos en la resignación de que se viene un trienio de desesperante medianía e indolencia gubernativa y congresal.

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[LA TANA ZURDA] Pero, ¿por qué solo esto pasa en julio o en los partidos de fútbol? ¿Por qué no podemos sentirnos siempre peruanos y celebrar nuestras alegrías y combatir juntos la desigualdad de un país que es muy duro a veces con la gente que no tiene recursos, con la gente que vive en provincia y con la gente que pertenece al Perú profundo?

Por eso debemos ser más coherentes con nuestros hermanos y con nuestra tierra. Tenemos que proteger nuestra naturaleza, no podemos dejar que la malgasten y por eso deberíamos ser más precavidos con quienes explotan nuestros campos, montañas y ríos.

En la actualidad hay muy poca gente que siente o manifiesta su gratitud. Es más, creo que hoy en día no es popular ser agradecido. Somos acumuladores de experiencias y objetos para ser felices, no creemos que la abundancia existe en lo que no es material.

Los valores se han perdido para muchas personas, pero debemos tratar de querer más a nuestro Perú, a nuestros hermanos en todo ámbito y a nuestra tierra. La mejor muestra de amor a nuestro país es poner aunque sea un granito de arena y evitar tocar el claxon cuando no hace falta, botar papeles en la calle, meterle el carro al peatón, zamparnos en las colas, gritonear abusivamente a quienes no pueden defenderse, consumir por consumir productos con pesticidas, arrojar los plásticos a la basura, aceptar resignadamente los abusos de los criminales (con terno o sin terno), mirar con indiferencia a los niños que piden limosna, en fin, tantas y tantas cosas que hacemos los peruanos como si fueran normales.

Eso no es amor al Perú, sino a uno mismo. Y no hay peor amor que el amor egoísta. Si vamos a construir una patria verdaderamente grande y libre hay que empezar por los pequeños actos de bondad y comprensión. De otro modo seguiremos condenados a repetir la barbarie y a vivir bajo la ley de la selva. Y así no hay sociedad que sobreviva.

Nuestra tierra privilegiada y la increíble historia que se ha desarrollado aquí, producto del esfuerzo de miles de años de civilizaciones en convivencia sostenible con la Pachamama, no puede borrarse por el zarpazo neoliberal, a menos que nos crucemos de brazos.

Amar el Perú es cuidarlo y defenderlo. Vestirse de rojo y blanco es mucho más que vestirse de rosado, a lo Barbie cutre. Hagamos que estas Fiestas Patrias signifiquen algo.

¡Vamos Perú!

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[PAPELES VIRTUALES] 

UNO

El grave problema del conjunto parisino era su inconsistencia. No era equilibrado. Messi y Neymar marcaban muy poco la salida del rival. Amén, de su debilidad defensiva en momentos claves. En el crack argentino era lógico, tenía 35 años. Inclusive caminaba. Sabía que el desgaste al marcar, repercutía en su accionar ofensivo. Ni Pochettino y menos Galtier pudieron resolver el intríngulis. No podían jugar los tres, debían sacrificar a uno. Y así les fue. Contratar a los mejores delanteros no te garantiza nada y menos la Champions. Incluso, el propio Barcelona, era una lágrima, con el Diez. Las eliminaciones de las Champions del 2017, 2018, 2019 y la goleada, estrepitosa, del Bayern fueron el punto final. Demoraron un lustro en ponerle un epitafio.

Cuando abandonó el club parisino, los fanáticos –del team catalán– se ilusionaron con su vuelta. Se apelaba a la nostalgia. El Barza de Guardiola (2008-2011) es nombrado por muchos –me incluyo– como el Mejor Equipo de la Historia. La realidad es que Xabi armó su plantel, de acuerdo a lo que dispone y puede pagar la entidad azulgrana. Si venia el rosarino, el técnico tenía que modificar su sistema de juego, por completo. Otro problema, era como jugaría con Lewandowski. Por último, el aspecto financiero era un gran escollo. Pensar que Messi podía volver a catapultarlos, era de ingenuos. Para ganar la Champions se necesita un equipo sólido, en todas sus líneas, y aun, el club catalán está en proceso. Esta temporada, le bastó para ganar la Liga, pero la Champions es otra cosa.

DOS

Creo que la elección de jugar en el Inter Miami es correcta. Jugar en una Liga con menor presión. Eso le benefició en el Mundial. Llegó 10 puntos físicamente. Entiende que está en la última etapa de su carrera. Tal como sucedió, a mediados de los setenta, con el Cosmos; el Inter Miami está contratando veteranos, a punto de jubilarse, Busquets, Iniesta y Jordi Alba. El ultimo, seria Suarez.

Justamente, el uruguayo tiene contrato vigente con el Gremio de Porto Alegre. El agente de Luis había exigido un contrato de 2 años para firmar. Los brasileños cumplieron. El equipo está en los primeros lugares en el Brasileirao y jugará la semifinal de la Copa Brasil. El 9 es una de las figuras del torneo.

  • ¿Y entonces?

Su rodilla está maltrecha, lo constataron los médicos del club. El crack está jugando en una de las Ligas más difíciles. También, llegan a jugar hasta 3 veces por semana. No es bueno para la artrosis que sufre.

Su deseo es ir a jugar, con su amigo, a Miami. Hay una cláusula de rescisión de 70 millones de dólares. El club, que siempre cumplió, pide que paguen el monto, sino que goleador estipule que no va a jugar, en ningún club, el resto del año. Eso sí, los gringos, no quieren desembolsar nada. El martes 25, Luis Suarez cortó por lo sano, e indicó que se queda –hasta fin de año– en el club gaucho.

TRES

En la MLS, juegan 29 equipos (franquicias) separados en dos conferencias: Este y Oeste. Por tal motivo, no hay descenso. El equipo de Lionel, está último en la Conferencia del Este. Sin embargo, se clasificó para jugar las semifinales de la US Open Cup, una especie de Copa del Rey o Copa Brasil.

El verdadero reto –del equipo de Lio– sería participar en la Copa Libertadores.  Tanto a ellos, como a los clubes mejicanos, les beneficiaria, económica y deportivamente. Para ver donde están parados realmente. Ya tienen el aval de la Conmebol, falta el de la Concacaf.

Mientras tanto, el equipo rosado va a facturar con todo. Ya están aplicando el merchandising, en cada rincón del país-continente. Allí el futbol es llamado Soccer y lo juegan con éxito las mujeres. Donde la idiosincrasia no admite los empates. Ganas o pierdes. Ellos necesitan triunfos transcendentes e ídolos propios. Sin eso, es difícil que el deporte Rey triunfe en el país del norte.

  • ¿Hay la posibilidad de que Messi cambie todo esto?

Es posible.

Entre tanto, es la mejor persona que puede haber, así es como los argentinos – hiperbólicos como nunca– lo definen ahora. Pensar que dos años atrás, muchos lo acusaban de pecho frio. Creo que está en el mejor lugar posible. Claro, no depende de él solamente. Necesita un equipo que lo ayude. Si lo logra, pues lo disfrutaremos en la Copa Libertadores.

  • Eso sería inolvidable.

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Entre dos malas opciones, es infinitamente mejor que haya ganado la lista apoyada por la derecha en vez de la presidida por “Los Niños” y el apoyo de la mayoría de la izquierda. Garantiza que al menos la estabilidad mediocre que nos signa, se mantendrá. Darle la Mesa Directiva a la oposición no nos salvaba de la mediocridad, pero hubiera aportado una situación de inestabilidad política que al país no le conviene.

Es el de Dina Boluarte un régimen constitucional legítimo. No es una dictadura, ni abierta ni encubierta, como nos quiere vender la narrativa de la extrema izquierda y algunos incautos de centro. Las muertes de diciembre y enero deben ser condenadas, pero su ocurrencia convierte a la democracia vigente en una teñida de sangre injustamente derramada, no cambia el signo del régimen político que representa.

Acá funciona la separación de poderes. El Ejecutivo no controla al Legislativo y aún si lo hiciese ello no es requisito o síntoma dictatorial. Si así fuera tendríamos que atribuirles esa condición a los gobiernos del segundo Belaunde, a los dos gobiernos de García, a Toledo y a Ollanta Humala, que por angas o por mangas se hicieron de la mayoría suficiente para tener al Legislativo a su disposición.

Hay libertad de prensa absoluta y cuando ha habido algunas iniciativas para afectarla, el Congreso ha terminado por retroceder. No se han capturado instituciones autónomas (véase cómo el Tribunal Constitucional, supuesto apéndice del Parlamento, le acaba de poner un “estáte quieto” con el tema del presidente del JNE). La fiscal Zoraida Ávalos bien sancionada y dentro de las atribuciones congresales. Las iniciativas por afectar a la Junta Nacional de Justicia y a los organismos electorales hasta ahora no han pasado de bravatas que ojalá no se consumen. ¿De qué dictadura hablamos?

En esa medida, es saludable para la democracia que la Mesa Directiva del Congreso recientemente electa no tenga entre sus planes sabotear al Ejecutivo y es de esperar, más bien, que el buen signo entre ambos poderes del Estado conduzca a que se plasmen algunas medidas importantes, aunque luego de escuchar el pobre discurso del flamante nuevo presidente del Legislativo, las esperanzas son pocas o nulas. Por su lado, al menos, no se augura nada bueno. Esperemos a mañana a ver si Boluarte nos sorprende.

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[EN LA ARENA] Hace 200 años, todavía nuestros actuales símbolos patrios no habían sido diseñados, aún tenían vigencia los que diseñó José de San Martín. Los símbolos que quedaron vigentes los mandó a hacer Simón Bolívar y desde ese entonces con algunos retoques, se supone que deben ser las imágenes con las cuales se construye nuestro nacionalismo. El nacionalismo es un sentimiento muy particular, pues se trata de una adherencia a un territorio que tiene límites fuera de nuestra vista, que abarca sociedades que jamás conoceremos, lenguas que quizá nunca escucharemos, caminos, ríos, montañas que nunca pisaremos. El territorio, poblado por millones de personas que jamás nos llegaremos a ver, tiene un gobierno mayor, que abarca, de cierta manera piramidal a todos los gobiernos en los que se divide el territorio. Y sin embargo, somos uno solo, un terruño que queremos porque aquí nacimos, que celebra estrepitosamente cuando triunfamos con algún deporte, que hemos defendido con la vida en las pocas guerras que hemos tenido. Somos un solo territorio pero que vive herido y fracturado por el extractivismo, la pobreza, el racismo, la corrupción y la indiferencia. Un territorio al que le sacamos el jugo sin pensar en el futuro, pero ahí vamos, con el pobre dándonos todo lo que puede.

El nacionalismo implica también entender a este territorio como una patria. No hay que saber latín para saber que patria y padre derivan de un mismo término. La tradición occidental la representa simbólicamente como una mujer porque es la tierra, porque la patria es la tierra de nuestros padres, de nuestros antepasados. Quizá sea por eso que el patriotismo se ligue duramente con el conservadurismo, con la creencia ingenua de que todo pasado fue mejor y que no debemos cambiar nuestras patriarcales costumbres. La cosa es que el nacionalismo nos acompaña todos los días, y mucho más ahora que son las fiestas patrias y tiempo de protestas. Está en la bandera que hay en cada puerta. Sus colores, el blanco y el rojo, adornan mercados, calles, colegios, ciudades. Está en la camiseta de los deportes nacionales, para los deportistas y para sus hinchas también. En el escudo que se lleva en bordados oficiales y en ropa de diseño.

Pero cuando los símbolos patrios caen en manos extremistas, nos terminan dividiendo. Si cada vez que Keiko Fujimori postula utiliza la camiseta de los futbolistas, eso limita a usarla a quienes la tienen pero no quieren ser relacionados con una líder que usa su partido político como una organización delictiva. Cuando los congresistas usan la bandera peruana, las peruanas y peruanos que salen a marchar deben llevar también la Wiphala o una bandera negra para reclamar las masacres ocurridas en su región.

Quizá la única imagen que aún nos representa sin problemas políticos sea el mapa del Perú. Hemos crecido aprendiendo a dibujarlo a pulso, con plantilla, con papel carbón, con hojas para calcar y ahora, claro, a imprimirlo y a sacarle fotocopia. Recitamos los nombres de cada región, los límites del Perú y jamás hemos olvidado pintar las 200 millas que nos tocan del Océano Pacífico. El territorio que jamás llegaremos a ver, los peruanos que jamás nos llegaremos a conocer, parecemos caber en un mapa, ese que hay en cada salón de clase del país. Una de sus versiones, quizá la que muestra con mayor sinceridad cómo nos imaginamos, es el mapa que aprendimos dividido en tres regiones naturales; esa división en costa, sierra y selva es una exitosa fórmula nacionalista todavía presente en las canciones, en las historietas, en los programas de televisión, hasta en la publicidad de teléfonos celulares. Las tres regiones que consiguieron abarcar nuestra diversidad étnica con estereotipos sí, pero con una intención de reconocimiento mutuo que con la bandera parece haberse perdido. Ya nos tocarán mejores fiestas porque el amor por el terruño, por la Mama Pacha, por nuestras diferencias, nos unirá para reconstruirnos.

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Carlos Añaños, el correcto empresario ayacuchano, enormemente exitoso en su ámbito de acción, poseedor de una épica personal digna de encomio, es voceado, desde un tiempo a esta parte, como el candidato presidencial idóneo de la centroderecha.

Rafael López Aliaga, alcalde de Lima, acaba de lanzarlo, inclusive, como candidato único de consenso, para evitar la fragmentación partidaria de este segmento mayoritario de la opinión pública (por cierto, el líder de Renovación Popular muestra muchas veces una lucidez política que ya quisieran exhibir otros pares con más trayectoria).

De hecho, si se hiciera una encuesta entre los CEO de las empresas o los propios empresarios, Añaños barrería en primera vuelta. Goza de todas las simpatías. Ello, a pesar de no ser del todo liberal (firma, sin rubor, comunicados de la conservadora Coordinadora Republicana).

El problema político que, sin embargo, carga a cuestas el integrante del clan familiar propietario de AJE Group, la trasnacional peruana, es la interrogante de si cuenta con el carisma y la empatía suficientes para seducir al electorado popular.

Enrique Chirinos Soto, el brillante exparlamentario y periodista arequipeño, acuñó el término “orgasmo por el poder”, para distinguir entre los que él consideraba candidatos capaces de encandilar a las masas y aquellos que no. Y utilizaba este criterio para distinguir, por ejemplo, entre Luis Bedoya Reyes y Fernando Belaunde Terry, los dos candidatos más importantes de la derecha desde mediados de los 60 hasta finales de los 80.

Decía Chirinos Soto que Bedoya carecía de esa virtud y que por esa razón, a pesar de iniciar sus campañas con muchos bríos, bastaba que apareciese el líder histórico de Acción Popular en las mismas, para que inmediatamente el mandamás pepecista pasara a segundo plano en cuanto a los entusiasmos populares.

Por lo que se ve hasta el momento, Carlos Añaños no tiene esa adrenalina, ese deseo turbulento e imbatible por alcanzar el poder, necesarios para convencer y emocionar a los electores. Carece de biorritmo político. ¿Lo puede adquirir? Sí, para empezar, despejando las dudas hamletianas que parece albergar respecto de la encomienda, pero si no lo obtiene, tendrá una mala performance electoral arrastrando a toda la derecha a un descalabro. Sería bueno que lo evalúen seriamente sus promotores.

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