[Música Maestro] Una congresista, cuestionada por sus vínculos con organizaciones criminales y poseedora, ella misma, de un estilo matonesco, es rechazada en un bar limeño por su agresiva manera de ejercer la política -si a eso podemos llamar “ejercer la política”. Un gobernador regional, de repentino enriquecimiento y gustos lujosos, pródigo en regalar/prestar joyas a las autoridades para ganar su favor, recibe una andanada de reclamos si apenas se atreve a asomar la nariz por la ventana de su despacho. Una presidenta con más del 90% de desaprobación es enfrentada públicamente y recibe jalones de pelo, empujones y no puede dar el paso por cualquier punto del país sin que los ciudadanos le recuerden, a gritos, lo que piensan por más que ella pretenda que todo va bien con su popularidad.
Salvo un incidente lamentable e imposible de suscribir -el intento de impactar la cabeza de la mencionada congresista con un vaso de vidrio desde lo alto de un balcón- hay en estas manifestaciones ciudadanas un elemento de ineludible realidad, el hartazgo frente a las acciones cínicas e impunes de quienes detentan el poder.
Cuando las personas sienten que las herramientas legales o institucionales no funcionan, necesitan inventar maneras de canalizar la frustración ante el maltrato, el ninguneo, la sinvergüencería. Una de ellas es el rechazo espontáneo en espacios públicos, acción a la que los investigadores de la política social en Argentina y España le han creado un nombre: escrache (castellanización de la palabra anglosajona “scratch” que significa literalmente “arañar, rasguñar”).
A pesar de que el poder político cuenta con toda una batería de defensores, el escrache ocurrido en el conocido bar La Noche de Barranco, la madrugada del pasado domingo 4 de agosto, funcionó como una llamada a la acción -o, como dicen los marketeros huachafos, un “call-to-action”- que generó réplicas en días y lugares distintos -Piura, Ayacucho, Puno- con más ciudadanos ganando confianza en sí mismos y decidiéndose a protestar.
Hubo una época en que estas llamadas a la acción venían en forma de canciones. Y hay una en especial que, por su claridad y contundencia, merece ser rescatada del olvido e incorporada al lenguaje cotidiano de las personas de bien que estamos ya hartos de tantas faltas de respeto y atropellos a la razón, parafraseando a Enrique Santos Discépolo (1901-1951) y su inolvidable tango Cambalache, de 1934.
Robert Nesta Marley (1945-1981) es reconocido mundialmente como embajador de la música y la cultura de Jamaica, una figura emblemática que funcionaba como gurú espiritual y representante en la tierra de Jah, cuya misión fue todo el tiempo esparcir amor y armonía, en medio de densas humaredas de sagrada ganja y las relajantes melodías del reggae, ese cadencioso género que él y sus cómplices lograron introducir en los ghettos negros de Londres, gracias al apoyo comprometido del productor inglés Chris Blackwell (87), quien los llevó a él y a su banda The Wailers a los estudios de Island Records, sello que había fundado en 1959.
Las canciones de Marley tienen, en su inmensa mayoría, letras amables y positivas, que ensalzan valores como la solidaridad, la libertad, la ilusión romántica y el desapego a las cosas materiales, una filosofía impregnada de su devoción y práctica del rastafarianismo, religión cuyos orígenes se remontan a las primeras décadas del siglo XX, cuando las poblaciones negras jamaiquinas que aun pugnaban por conseguir su liberación -Jamaica fue colonia británica por más de 300 años entre 1655 y 1962-, abrazaron los ideales panafricanistas que llegaban desde el reinado de Haile Selassie (1892-1975), emperador de Etiopía, gracias al trabajo de varios activistas locales, entre los que destacó el sindicalista Marcus Garvey (1887-1940).
Pienso, por ejemplo, en Three little birds, con ese coro que antecede en casi una década al Don’t worry be happy de Bobby McFerrin (1987), canción que sirve de consuelo ante situaciones difíciles; los himnos románticos Is this love, One love, Satisfy my soul o Waiting in vain -de álbumes postreros como Exodus (1977) y Kaya (1978); o en esa suave tonada que es sensible alegato por la soberanía y la libertad, a la autonomía de pensamiento y el respeto a la vida humana que es Redemption song (Uprising, 1980). En todas estas canciones, Marley impone su punto de vista conciliador y reflexivo, apelando a la recuperación del sentido de lo humano con fuertes dosis de ternura, sin dejar de mostrarse como un pensador popular y firme, capaz de defenderse si la situación lo merece.
Pero el aura sacerdotal/chamánica de Marley también conoció su límite. Fue después de un viaje a Haití, a inicios de los setenta, que lo dejó conmovido no solo por la pobreza extrema sino también por el talante dictatorial de sus autoridades, por lo que comenzó a escribir canciones de tono más rebelde, mostrándole los dientes a los abusos del poder. Para cuando The Wailers -Bob Marley (voz, guitarra), Peter Tosh (guitarra, voz), Neville “Bunny Wailer” Livingston (percusión, voz), Earl Lindo (teclados) y los hermanos Aston y Carlton Barrett (bajo y batería)- entraron a los estudios Harry J. de Kingston a grabar su sexto álbum, ya tenían listo un repertorio de composiciones originales que son, de lejos, las más militantes de su catálogo.
El disco Burnin’ se grabó durante la primavera de 1973 entre Londres y Kingston y es la última producción de la formación de The Wailers que incluye a Marley, Tosh y Livingston, juntos desde 1965, durante su primer periodo como grupo local de R&B, reggae y ska. Tras el impacto del álbum anterior, Catch a fire (1971) -el primero bajo la tutela de Blackwell- la industria musical en Inglaterra esperaba con ansias las nuevas canciones del predicador jamaiquino y su afinado conjunto. Y lo que recibió se convirtió de inmediato en un clásico de la canción protesta.
Get up, stand up abre el álbum y establece el tono de manera categórica e irrefutable. Pero también otras canciones son de índole combativo como, por ejemplo, Duppy conqueror, Small axe o Burnin’ and lootin’. Por cierto, Burnin’ también incluye otro de los éxitos inmortales de Bob Marley & The Wailers, I shot the sheriff -que ingresó al canon rockero gracias a la versión que grabara Eric Clapton en su segundo álbum como solista, 461 Ocean Boulevard (1974)-, cuya letra alude a la represión policial y el hostigamiento que pueden llevar a una persona pacífica a cometer un delito en extremo violento. Como se desprende de la letra, el protagonista no niega el hecho y trata de explicarlo diciendo que fue “en defensa propia”.
Las tres estrofas de Get up, stand up contienen frases de potente vigencia en la coyuntura mundial, aplicables a cualquier país y cualquier época, lo cual la convierte en una pieza de música popular atemporal. Por ejemplo, aquello de “oye predicador, no me digas que el cielo está debajo de la tierra, yo sé que tú no sabes lo que realmente importa en la vida” es un ataque directo a cualquier clase de charlatán -un tele-evangelista, un vendedor de fórmulas para alcanzar el éxito, un candidato/a al congreso o la presidencia- que usa los medios de comunicación para convencer y engañar a las masas. Desde Elon Musk hasta Rafael López Aliaga, a todos les va como anillo al dedo esta aclaración achorada, envuelta en un fondo musical amable, casi podríamos decir que inofensivo, como es el reggae.
Al final de cada estrofa, el cantautor antecede al coro que nos empuja a luchar por nuestros derechos una pregunta cuestionadora, una motivación a usar nuestra inteligencia: “¿Qué vas a hacer ahora que has visto la luz? ¡Levántate y pelea!” Cuando vemos cómo en nuestra cotidianeidad se han entronizado el abuso y la trapacería, que a la mal llamada “clase política” le resulta muy cómodo pasar por encima de la gente y pierde, en el camino, no solo la vergüenza sino también la dignidad -les da lo mismo que se les insulte de mil maneras, ellos siguen llevando adelante sus planes sin que se les mueva un pelo para salirse con la suya- esta clase de canciones deberían formar parte de nuestro discurso más íntimo. Sin embargo, a pesar de los escraches, seguimos dormidos pensando que todo va sobre ruedas.
La frase más significativa de Get up, stand up cierra la tercera y última estrofa, un resumen de lo que olvidan todos los malandrines de cuello-y-corbata que creen que nunca se van a acabar sus fuentes de poder e impunidad: “You can fool some people sometimes but you can’t fool all the people all the time” que literalmente podemos traducir así: “Puedes cojudear a algunas personas por algún tiempo, pero no puedes cojudear a todas las personas todo el tiempo”, algo que deberían escuchar a diario todas nuestras autoridades del sector público y muchísimos personajes del privado. De alguna manera, relaciono este juego de palabras a otro también muy conocido, escrito por Bob Dylan en la parte final de uno de sus himnos generacionales, Like a rolling stone, de su entrañable sexta producción discográfica, Highway 61, revisited (1965), que a la letra dice: “When you ain’t got nothing, you got nothing to lose” (“cuando no tienes nada, no tienes nada que perder”).
De acuerdo con los créditos del álbum Burnin’, Get up, stand up fue escrita a cuatro manos por Bob Marley y Peter Tosh (1944-1987). De hecho, Tosh también la grabó, en su segundo disco en solitario, Equal rights (1977) y la incluyó regularmente en sus repertorios en vivo hasta su trágico asesinato, a manos de dos pistoleros que querían robarle dinero. El mismo año Neville Livingston (1947-2021), el tercer Wailer, también hizo un cover del tema para su segunda aventura como solista, Protest. Mientras que las versiones de Marley y Tosh son muy parecidas, la de Bunny Wailer posee un ritmo un poco más saltarín, sin despegarse por supuesto del espíritu original del reggae que cultivaron e hicieron popular desde sus inicios.
En 1988, Get up, stand up fue la canción escogida para cerrar los conciertos de la gira colectiva Human Rights Now!, organizada por Amnistía Internacional por el cuarenta aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que reunió sobre el mismo escenario a cinco superestrellas del pop-rock mundial: los norteamericanos Tracy Chapman y Bruce Springsteen, los británicos Sting y Peter Gabriel y el senegalés Youssou N’Dour. El ambicioso tour recorrió países de Europa, Asia, África, Norte, Centro y Sudamérica, ante multitudes que llegaban a superar las 50,000 personas, en ciudades como Los Angeles (EE.UU.), Montreal (Canadá), Abidjan (Costa de Marfil) o Buenos Aires (Argentina).
En cada visita, los músicos realizaban conferencias de prensa y difundían los postulados de la justicia social, el respeto por los derechos de las minorías y la equitativa distribución de la riqueza, en lo que fue además una continuación del proyecto humanitario Live Aid que habían iniciado, entre 1984 y 1985, los compositores y activistas británicos Midge Ure y Bob Geldof. Como ha quedado demostrado con el tiempo, muchas cosas que se denunciaron en esos años no solo no cambiaron sino que han empeorado a nivel planetario -la corrupción política, la ambición de los multimillonarios y la decadencia del pensamiento crítico que padecemos en el Perú son solo botones de muestra- pero esas denuncias también son testimonio de la disposición que tienen algunos artistas para promover la toma de conciencia entre las masas.
De esta manera, una generación después de haberse estrenado, Get up, stand up de Bob Marley & The Wailers adquirió vida propia como grito de guerra para aquellos colectivos ochenteros preocupados por defender los derechos humanos. Así como, en nuestro idioma, el clásico de los Quilapayún El pueblo unido jamás será vencido -también de 1973- se posicionó como himno de las calles, la composición de Marley y Tosh fue entonada por públicos de los cinco continentes que asistieron a esas masivas presentaciones.
El cierre de esa gira fue en el Estadio Monumental de River Plate de la capital argentina y es particularmente emocionante la versión final de Get up, stand up con la que acabaron aquel 15 de octubre de 1988, acompañados de León Gieco y Charly García, quienes habían sido sus teloneros como representantes del país anfitrión. En el 2014, la canción fue incluida en el proyecto multimedia Playing For Change, con la participación de Keith Richards, el guitarrista de blues Keb’ Mo’ y un conglomerado de artistas de países como Jamaica, Zimbabwe, Brasil, Uruguay, Australia. El colorido video en YouTube tiene más de 16 millones de visualizaciones.
Get up, stand up también es el título del musical que se estrenó, en el circuito de teatros del West End de Inglaterra, en el año 2021 y se mantiene en cartelera en la actualidad. Esta canción que todos deberíamos aprendernos de memoria fue, además, la última que Bob Marley interpretó en vivo, con la que cerró el que sería, a la postre, su último concierto, realizado el 23 de septiembre de 1980 en la ciudad norteamericana de Pittsburgh (Pensilvania), una grabación que fue hallada en los archivos del músico en el año 2000 y vio la luz recién el 2011, en un álbum doble titulado Live Forever.
Bob Marley falleció a los 36 años el 11 de mayo de 1981 en Miami, un hecho que generó múltiples teorías conspirativas acerca de cómo contrajo el melanoma cancerígeno que hizo metástasis por su negativa, por razones religiosas, a someterse a la amputación de la zona afectada (pie derecho). Empero, su legado musical se mantiene vivo gracias a la potencia de mensajes como el de Get up, stand up, pletóricos de vigencia y significado.
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