Opinión

La actual crisis política por la que atraviesa Venezuela debido al fraude electoral perpetrado por el régimen autoritario de Nicolás Maduro ha revivido el debate acerca de la siempre complicada relación entre izquierda y democracia en América latina.

Al respecto, no sorprende que Gabriel Boric, el izquierdista presidente de Chile, lidere en solitario una postura de abierta condena a la dictadura bolivariana. Ya hace 5 meses, en las exequias al expresidente Sebastián Piñera, Boric cuestionó tanto las violaciones de derechos humanos en Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como los maximalismos del progresismo radical, alejado del diálogo democrático y del sentido común popular.

Desgraciadamente, el joven mandatario chileno está solo. A pesar de tratarse también de gobiernos democráticos, el Brasil de Lula, el México de AMLO y la Colombia de Petro trastabillaron en la OEA y no fueron capaces de votar la resolución que exigía a Maduro un mínimo razonable: mostrar las actas electorales. Por un voto, la resolución no se aprobó. Luego, los tres mencionados han transitado entre la culpa y la complicidad y le han exigido por fuera a Maduro lo que no fueron capaces de exigirle en el foro multilateral. La pregunta que flota en el aire es si lo que buscan es la transición democrática o avalar el fraude electoral.

El discutible compromiso de Brasil, México y Colombia con la democracia puede explicarse en que no hayan transitado por un proceso complejo como el chileno, país en el que las agendas progresistas radicales fueron abrumadoramente derrotadas en el referéndum constitucional de septiembre de 2022. Por ello la izquierda chilena se ha visto obligada ha plantearse preguntas fundamentales así como a trazarse nuevas prioridades para mantenerse popular, característica que mantuvo a lo largo del siglo XX. Así se explica la apuesta de Boric por retomar las agendas democrática y social como una vía que corre paralela a la batalla cultural, es decir, una tercera vía.

La disyuntiva para las izquierdas de América Latina es la misma que para el caso chileno. Tratándose de países en vías de desarrollo, con enormes desigualdades sociales, con servicios estatales básicamente deficitarios, y con una igualdad de oportunidades que duerme el sueño de los justos, la prioridad en cualquier agenda de izquierda o de centro izquierda debe ser salir del hambre, de la desnutrición, ofrecer idóneos servicios de salud y de educación, invertir en infraestructura para el desarrollo, etc.  

No puede haber socialdemocracia, no puede haber Estado de Bienestar, no podemos construir los pisos más altos del edificio, aquellos donde mora la cultura, sin la previa revolución capitalista, sin una burguesía comprometida con el desarrollo de la sociedad en su conjunto, sin un Estado promotor de la actividad económica y con un auténtico compromiso al servicio del ciudadano.

¿Qué es el socialismo del siglo XXI? ¿despilfarrar en el mega-asistencialismo una pasajera bonanza petrolera? ¿promover la guerra de las razas y la guerra de los sexos? ¿o promover el desarrollo a través de un Estado promotor capaz de introducir a todos los agentes económicos en una lógica de progreso? Si lo que se busca es el bienestar de la sociedad, la izquierda y la centro izquierda deben reencontrarse con cinco conceptos fundamentales: democracia, desarrollo, bienestar, solidaridad y justicia social. Sin ellos, seguiremos arando en el mar de los ensueños*

*Fragmento de la canción Ese arar en el mar, de Chabuca Granda.

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batalla cultural, dictadura, Gabriel Boric, Izquierda democrática, Nicolás Maduro, Venezuela

[La columna deca(n)dente] La política peruana es un campo fértil para la controversia y, en ocasiones, la comedia involuntaria. Dos incidentes recientes ilustran cómo algunas autoridades públicas reaccionan a las críticas con falta de profesionalismo, rozando lo caricaturesco.

El primero involucra a la presidenta Dina Boluarte, quien al ser confrontada por un ciudadano que la llama «corrupta», responde con un insulto infantil: «¡Tu mamá!». Sería de esperar una respuesta más digna y madura de la máxima autoridad del país. Sin embargo, Boluarte parece haberse quedado anclada en sus años de secundaria. La situación es absurda, recordándonos a una comedia de situación. Aunque la respuesta provoca risas por su vulgaridad inesperada, es un triste recordatorio de cómo algunos líderes se rebajan a niveles básicos de comunicación y demuestra falta de respeto hacia el cargo que ostenta.

Otro incidente digno de un episodio de «Políticos al borde de un ataque de nervios» sucede en el bar La Noche, donde la congresista Patricia Chirinos es abordada de manera espontánea por los presentes, quienes le gritan «¡fuera rata! ¡fuera corrupta!» y le piden que se retire junto a su acompañante, un poco conocido parlamentario de Acción Popular. La tensión es tal que una persona les lanza un vaso de vidrio con cerveza, hecho absolutamente condenable. Ante esto, Chirinos se retira con un gesto: el dedo medio de su mano derecha y llamándolos «imbéciles», como si fuera un acto de comedia.

Estos incidentes cuestionan la legitimidad de la representación política en el país. Los políticos representan al pueblo, pero en estos casos, no demuestran respeto por las opiniones y preocupaciones de los ciudadanos y de las ciudadanas. La respuesta de Boluarte y Chirinos a las críticas es defensiva y agresiva. Esto sugiere una desconexión entre ellas y la ciudadanía, y una falta de rendición de cuentas hacia aquellos a quienes representan. Parece que ambas olvidan que los representantes deben actuar en nombre y por el bien de los representados. 

La política no debe ser un escenario de comedia involuntaria, sino un espacio para el diálogo constructivo, el disenso y el consenso. Por eso mismo, es crucial que nuestros políticos reflexionen sobre su papel como representantes del pueblo que los eligió. No es mucho demandarles que demuestren respeto y empatía hacia las opiniones de ciudadanos y ciudadanas; actúen con transparencia y rindan cuentas de sus actos en el ejercicio del poder conferido por los electores.

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Según encuesta del IEP, el 67% de peruanos considera que el mensaje presidencial de Fiestas Patrias fue malo o muy malo. En materia de corrupción el 83% se considera insatisfecho con lo allí dicho. En el tema de la inseguridad ciudadana el 82%. Y en cuanto a la economía, la insatisfacción alcanza el 79%.

Todo ello tiene que ver con un mensaje aburrido, larguísimo (resulta hasta ofensivo que haya durado cinco horas), intrascendente (¿alguien le habrá sugerido a la presidenta que abundase en detalles y que con ello iba lograr dar la imagen de que el gobierno estaba haciendo mucho?). Pero también con el grado de credibilidad de la mandataria. Está por los suelos.

Según la propia encuesta, siete de cada diez peruanos no le cree nada a la Presidenta. Y respecto de los sentimientos que despierta el gobierno, los que más afloran son los de cólera, tristeza y decepción.

Al menos es una buena noticia que las mayorías del país no aprueben este modelo chicha, mediocre, corrupto y mercantilista que representa el régimen aliado a un Congreso que también sale pésimamente parado en la encuesta.

Pero lo que llama la atención es que no surja un líder opositor anti Boluarte que logre capitalizar ese descontento. La izquierda la aborrece porque la considera la traidora del gobierno de Castillo, que tanto auparon. Y la derecha se demoró en tomar distancia (aún no lo hace a carta cabal) porque este sector ideológico privilegia la estabilidad social por encima de cualquier otra circunstancia y muy en el fondo de su corazón aprueba la represión de fines del 2022 e inicios del 2023.

Tiene que surgir un anti Boluarte desde la centroderecha. La figura del líder opositor que sucede al gobierno en curso ha funcionado en la historia reciente del Perú. Fue Toledo la cabeza de la oposición a Fujimori y ganó la elección. Fue García la bestia negra de Toledo e hizo lo propio. Fue Humala la piedra en el zapato del gobierno aprista y ganó el 2011.

Y para ello, la centroderecha tendría que tomar posición ya, vocingleramente, no solo en entrevistas televisivas o radiales de limitado alcance en los sectores populares. Parten, además, con un hándicap y es que la mayoría identifica este pacto infame del Ejecutivo con el Legislativo como uno de derecha.

La cancha está inclinada a favor de la izquierda y, dentro de ella, la radical. La única manera de que la derecha democrática atenúe ello es que salga con un mensaje reiterativo y beligerante respecto de las tropelías que a diario comete el régimen malhadado que nos ha tocado en suerte.

Se acercan las elecciones del 2026 y ya se definen algunas certezas personales. No voy a votar por la izquierda radical. Salvo que se enfrenten en segunda vuelta a Antauro Humala, no votaré ni por Keiko Fujimori ni César Acuña, corresponsables, junto a Avanza País y Perú Libre del desmontaje del Estado democrático, desde el malhadado Congreso que nos ha tocado en suerte, que mal que bien nos gobernaba hasta el 2016.

Lo haré, y seré nerd o freak, por aquel candidato de centroderecha o derecha -o, inclusive, de izquierda democrática, dadas ciertas circunstancias- que me ofrezca mejor programa de gobierno. Me daré el trabajo de leer lo que preparen al respecto. Al primero que se dedique a colocar lugares comunes generales, lo descartaré. Quiero ver un programa detallado, como el que diseñó Mario Vargas Llosa en 1990.

Quiero saber cómo van a resolver el problema de la educación pública, de la salud pública, de la inseguridad ciudadana, de la fallida descentralización, de la recuperación económica (tenemos que regresar al periodo virtuoso de la década del 2001 al 2011 (durante los gobiernos de Toledo y Alan García) en la que el país creció y redujo la pobreza más que en toda su historia republicana (Ollanta Humala es el gran responsable de haber empezado a desmontar ese estado de cosas).

Quiero ver qué equipos técnicos se harán responsables de desplegar esos programas. Entre el papel y la realidad median personas y los candidatos que quieran recuperar el país que hemos perdido desde el 2021 tienen que tener la capacidad de reclutar cuadros tecnocráticos lo suficientemente acreditados para llevar a cabo lo que se promete. Y votaré por él sin importar cómo le vaya en las encuestas.

En Sudaca contribuiremos al debate público de los programas de gobierno, evaluándolos minuciosamente, sopesando su viabilidad y detallando los cuadros tecnocráticos reclutados para llevarlos a cabo. Toca hacer docencia democrática porque lo que se viene el 2026 va a ser crucial para el Perú. Nos jugamos mucho y no podemos arriesgarnos a caer nuevamente en el sube y baja aleatorio que las últimas campañas han mostrado (una semana antes de las elecciones del 2021, no pasaba Castillo por la izquierda sino Lescano).

El Perú y su democracia se merecen una mejor elección y eso pasa, en gran medida porque los medios de comunicación hagan su tarea, no solo hurgando en las vicisitudes penales -que también es importante- de los candidatos de la plancha y congresales de cada agrupación. Se requiere más que nunca una disputa programática.

-La del estribo: iré recomendando, en orden de llegada, algunos de los muchos libros que se han publicado a propósito del centenario de Universitario de Deportes, el club más grande del Perú. Impresionante el trabajo de Antenor Guerra García en su monumental obra Universitario, el más campeón. Con un despliegue fotográfico descomunal, describe no solo la historia del club, hasta el último campeonato, sino que incluye hechos especiales y destaca figuras individuales que pasaron por el club. Una joya de libro que cualquier hincha no solo de la U sino del fútbol debería tener en sus manos.

[Música Maestro] Joaquín Sabina es un caso raro en el pop-rock en nuestro idioma. Debido a su habilidad para la creación de rimas consonantes es normalmente considerado un trovador. De hecho Inventario (1978), su álbum debut, se inscribe en ese rubro, la trova, con un sonido lánguido y arrullador, de guitarra de madera colgada y mirada perdida en el horizonte, mientras elabora reflexiones nacidas de la experiencia, la imaginación o un interesante híbrido entre ambas cosas. Sin embargo, hay en su tono mordaz y cargado de humor negro una abierta dimisión a la etiqueta.

Sabina es uno de los artistas más interesantes y creíbles de la generación intermedia de trovadores-poetas, gracias a una actitud que dejaba de lado los idealismos románticos para mostrarse más realista y consciente de los dobles raseros de la moral convencional. Ese perfil también se nota en los aspectos musicales ya que, a diferencia de sus colegas de la canciónespañola, que orientan sus melodías al jazz y la balada, Sabina mantuvo un decidido ataque rockero, muscular y arrabalero, de guitarras eléctricas, casaca de cuero y rebeldía ilustrada.

Sin embargo, categorizar al cantautor español no es tan fácil ni predecible como parece. En todos los discos que publicó en el periodo comprendido entre 1984 y 1990, Joaquín Martínez Sabina -usa su apellido materno como nombre artístico desde siempre- se encargó de confundirnos a todos con una onda que tenía tanto de la ópera bufa de La Orquesta Mondragón como de la agudeza lírica y el amplio vocabulario de Joan Manuel Serrat.

Baladas acústicas, jugueteos con el jazz y fuertes dosis de pop-rock dieron forma al estilo que todos admiramos y reconocemos como “la primera época” de Sabina. Y para colmo de males, en 1992 comenzó a enriquecer más su paleta sónica incorporando elementos de distintos géneros latinoamericanos, que fusionaba inteligentemente con su propia estética y con influencias del folklore de su país, canturreando rumbas y haciendo dúos con Rocío Dúrcal.

Para cuando apareció su décimo álbum en estudio, Yo, mi, me, contigo (1996) Sabina ya era toda una superestrella de la música popular en Hispanoamérica. Sus dos placas anteriores habían tenido un profundo impacto entre las juventudes universitarias por esa fresca y extraña mezcla de poesía ingeniosa y rebelde rocanrol. No olvidemos que, durante la primera mitad de los noventa, dos canciones de esa época se hicieron las favoritas tanto en cafés y bares bohemios como en karaokes de entretenimiento masivo, además de ser respetuososhomenajes a México y algunas de sus principales figuras culturales.

Por un lado, Y nos dieron las diez (Física y química, 1992), una ranchera; y, por el otro, el brillante rock acústico Por el bulevar de los sueños rotos (Esta boca es mía, 1994), en que Sabina recuerda a varios personajes, desde Diego Rivera (1886-1957) y Frida Kahlo (1907-1954) hasta José Alfredo Jiménez (1926-1973), el célebre compositor de El Rey y, por supuesto, Chavela Vargas (1919-2012), personaje central de esta canción, con quien cultivó una amistad a prueba de balas y de borracheras.

Yo, mi, me, contigo llegó, entonces, en un momento especial para la carrera del compositor y cantante nacido hace 75 años en la ciudad de Úbeda, en la provincia andaluza de Jaén. No solo es su álbum diez, número que llevan en el dorsal los mejores futbolistas del planeta, expresión de calidad y jerarquía. Sino que, además, se trata del último disco de Sabina -en solitario, no estoy considerando aquí Enemigos íntimos(1998), que grabó a dúo con el argentino Fito Páez- en el que podemos apreciar su voz al natural, de timbre rasposo, apagadoy agudo, más agradable que el tono arrugado, roto, que comenzó a exhibir en el extraordinario disco 19 días y 500 noches (1999), el primer anuncio de un paulatino deterioro vocal que se fue acrecentando por sucesivos problemas de salud, aunque jamás llegaron a afectar la calidad de sus letras y esa socarronería que lo hace único entre sus contemporáneos aunque él, como dijo en una reciente entrevista para El País, escribe cada canción pensando en si sería aprobada o no por el poeta y músico Javier Krahe (1944-2015), su camarada de aquellas izquierdas autoexiliadas durante los últimos años de Franco y cómplice de sus primeros vuelos musicales a través del proyecto La Mandrágora (1981).

Muchos expertos en Sabina califican a Yo, mi, me, contigo como “el mejor disco” de su trayectoria. Y se basan para ello en la potencia de las metáforas, retruécanos y creativas frases de canciones como Contigo (balada jazz) o Y sin embargo(bolero), que convocan a una sensibilidad poco convencional. Si en los setenta y ochenta Camilo Sesto (1946-2019) escribió algunas de las canciones románticas más doloridas, cursis e intensas de la historia de la balada en español, en los ochenta y noventa Joaquín Sabina ofreció al público una visión cínica y desprejuiciada, que no se fija en los detalles clásicos de la relación de pareja sino que sale por la tangente con giros situacionales imprevistos, desvergonzados, mirando siempre de reojo temas que parecían grabados en piedra: la fidelidad, el amor eterno, el acartonamiento de la vida de oficinista, todo es puesto de cabeza por el tamiz de este “contante de historias” como él mismo se describió hace varios años.

Pero si estos dos temas, de lejos los más difundidos del álbum, sirvieron para que Sabina mantenga su perfil expectante en las preferencias del gran público, son otras composiciones las que desmarcan a este álbum, lanzado a través del importante sello discográfico Ariola. Pienso, por ejemplo, en el vals Jugar por jugar, con tundete peruano y acordeón afrancesado, casi una banda sonora de carrusel circense; o en la descarga caribeñaPostal de La Habana, con sección de metales y guitarra al estilo Santana.

México se hace presente de nuevo con un divertido corrido,Viridiana; y la rumba flamenca Mi primo El Nano llega con un emocional y divertido retrato biográfico de su amigo y colega Joan Manuel Serrat, “ese alquimista de las emociones que cura las heridas con canciones”. Por si fuera poco, se lanza una escatológica historia de juerga y fracaso nocturno en clave de rap, titulada No sopor…, no sopor. En manos de músicos poco talentosos, un collage así de disparatado podría ser insoportable. Pero, en las manos y voz de Sabina, se convierte en una experiencia musical sumamente entretenida.

Aun cuando el disco es tan variado, Sabina no pierde el filo rockero que lo caracterizó desde sus inicios, como queda demostrado en El capitán de su calle -un tema recurrente en su discografía anterior y posterior, la descripción de personajes irreverentes como en Manual para héroes o canallas (Malas compañías, 1980) o Conductores suicidas (Física y química, 1992), El rocanrol de los idiotas -con brillante armónica y guitarra acústica de doce cuerdas-, Es mentira y Seis de la mañana, con guitarras afiladas que van dibujando contornos perfectos para sus destellantes historias.

Un caso aparte es el de Aves de paso, tema que resume la óptica de Sabina con respecto a las relaciones ocasionales, las múltiples formas en que se puede vivir un “choque-y-fuga” y cómo eso puede pasar de ser un comportamiento ligero, casquivano, para convertirse en fuente de aprendizajes que moldearon su personalidad y hasta bálsamo para sus desengaños. Musicalmente hablando, es un pop-rock fino y contundente, un clásico instantáneo en la línea de, por ejemplo, La del pirata cojo (Física y química, 1992) o Whisky sin soda(Juez y parte, 1985). En el siglo XXI la canción fue interpretada por su compatriota y camarada rockero, Miguel Ríos, en el disco Miguel Ríos y las estrellas del rock latino (2001). Aquí podemos verla en concierto, entonada por ambos íconos de la escena musical hispanoamericana.

Otro de los aspectos que hacen especial a Yo, mi, me, contigo es que se rodeó de un elenco de invitados de lujo para la ocasión. Como base, su banda habitual conformada por Antonio García de Diego (guitarras, teclados, coros), Francisco “Pancho” Varona (guitarras, coros) -coautores y arreglistas de la música en once de los trece temas-, Paco Bastante (bajo), Tino di Geraldo (batería) y Olga Román (coros). Algunos de ellos, como Román, Varona y García de Diego, acompañan a Sabina desde las épocas de Viceversa, nombre del grupo que estuvo a su lado durante el periodo 1985-1989.

Por ejemplo, en Mi primo El Nano aparecen los músicos flamencos Víctor Merlo y Luis Dulzaides, en guitarras y percusiones; en Es mentira canta y toca los teclados el ídolo argentino Charly García; y en el corrido Viridiana hacen locuras vocales Andrés Calamaro, Ariel Rot y Julián Infante, que en ese entonces gozaban de popularidad como Los Rodríguez. Además, Rot compuso la música tanto de Viridiana como de Jugar por jugar. En Postal de La Habana, Sabina es acompañado por una sección de vientos muy rítmica y el cantante canario Caco Senante, de timbre vocal muy similar al de Pablo Milanés; mientras que el francés Manu Chao hace de las suyas en voz, guitarra acústica y bajo en No sopor…, no sopor, casi como un bonus track de su propio álbum Clandestino. Otro tinerfeño, Pedro Guerra, uno de los cantautores más requeridos de la trova española, escribió la música de El capitán de su calle.

Y como si este marco musical no fuese suficiente, están las letras. La capacidad de Sabina para crear imágenes, jugar con las palabras y combinar léxicos coloquiales, giros idiomáticos y refranes con referencias a diversos niveles de la cultura clásica y popular es ilimitada. A diferencia de las insoportables y aburridas cantaletas del guatemalteco Ricardo Arjona, el español se bate a duelo con las palabras, pero no con pretensiones de superioridad ni disforzada bizarría sino con la fluidez y autenticidad de quien hace las cosas por inspiración y no por afán de llamar la atención. A pesar de que sus temas puedan ser repetitivos, Sabina siempre logra dar la vuelta y presentar historias que son, a un tiempo, interesantes y graciosas.

Sabina usa, en todas sus canciones, figuras poéticas como antítesis, anáforas, retruécanos, símiles, hipérboles, metonimias, ironías y paráfrasis que se intersecan con reflexiones -algunas profundas, otras ácidas-, situaciones absurdas y críticas sociales. Y Yo, mi, me, contigo no es la excepción. Referencias a sus influencias poéticas más clásicas como los españoles Francisco de Quevedo (1580-1645), Jorge Manrique (1440-1479) o contemporáneas como Jaime Gil (1929-1990), están siempre allí. Y también están las oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) en Y sin embargo y el París sin aguacero de César Vallejo (1892-1938) en Contigo.

En lo musical, el final de El rocanrol de los idiotas remite a los Beatles, mientras que Charles Aznavour y su clásica Venecia sin ti aparecen en Contigo. Postal de La Habana es literalmente eso, pues por sus estrofas desfilan José Martí, Silvio y Pablo, Benny Moré, Fidel y el Ché Guevara. En Mi primo El Nano confluyen el FC Barcelona, Miguel de Cervantes y el Mediterráneo. En Viridiana aparecen el film de 1929 Un perro andaluz de Luis Buñuel, la ranchera Volver de José Alfredo Jiménez y la Malinche, legendaria colaboradora de Hernán Cortés en la colonización de México. Y en Aves de paso desfilan, al lado de las anónimas “novias de nadie”, mujeres que van desde las bíblicas Salomé y María Magdalena hasta la creación del Marqués de Sade, Justine, la bailarina y espía de guerra Mata Hari, y la diva de Hollywood, Marilyn Monroe.

Y están, por supuesto, sus propias frases, siempre capaces de arrancar una sonrisa, un suspiro o una sorpresa. Por ejemplo, aquello de “bailar es soñar con los pies”, en un contexto musical de vals, revela sensibilidad y dominio de los elementos que escoge para construir sus canciones. De igual manera, las confesiones del impenitente mujeriego en Y sin embargo pueden servir como manual de coartadas para aquellos que desean pasar por alto sus majaderías: “De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera. Y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera…” O ese coqueteo filosófico que se esconde en el estribillo de El capitán de su calle, en que el personaje central de la historia “sabía que la verdad desnuda guarda oculta detrás de la corteza el hueso de cereza de una duda”. Fanáticos de los balbuceos de Bad Bunny, Daddy Yankee y Karol G, abstenerse.

Pero si de canciones confesionales se trata, Tan joven y tan viejo que cierra Yo, mi, me, contigo, con música escrita por el trovador cubano Carlos Varela- despunta como la primera de esas en las que Sabina declara estar consciente del paso de los años pero no con nostalgia pasiva sino con la fiereza del zorro viejo que no está dispuesto a jubilarse nunca, algo que hace posteriormente en A mis cuarenta y diez (19 días y 500 noches, 1999) o en Sintiéndolo mucho, que aparece en el documental del mismo nombre sobre su vida, dirigido por su amigo Fernando León de Aranoa. Este tema, hasta el momento su última grabación oficial, recibió el Premio Goya 2023 a “canción más original”.

En Tan joven y tan viejo Sabina, entonces de 47 años, lanza un lapidario desafío a la muerte: Así que, de momento, nada de adiós muchachos, me duermo en los entierros de mi generación. Cada noche me invento, todavía me emborracho, tan joven y tan viejo, like a rolling stone”, referencia directa a Bob Dylan y a la banda de Mick Jagger y Keith Richards, venerables ancianos que se niegan a desaparecer. Como el mismo Sabina que, en la ceremonia de premiación de los Goya, interpretó la canción a dúo con Leiva, un anticipo de lo que será su gira de despedida, Hola y adiós, anunciada para el 2025.

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Joaquín Sabina, Pop-Rock en español, Trova

Una digresión personalísima. Estoy feliz. Puse un post en Facebook solicitando que alguien me venda el libro Catedral de Raymond Carver, en la versión amarilla de Anagrama. Quería esa en particular y no la de bolsillo porque esa la había tenido a inicios de los 90, completando mi colección de un autor que agradezco a Abelardo Oquendo me lo haya recomendado.

Cometí el error de prestarle el libro a un librero que creía amigo, pero que resultó un sinvergüenza porque vendió el libro que le presté y nunca más -hasta ahora- lo pude conseguir. Felizmente, mi cuñada, que vive en España, leyó el post de Facebook y me lo consiguió, en versión usada, pero en buen estado.

Soy un fetichista de los libros y esa recompra me hace feliz. En mi juventud leía compulsivamente (leí Teología de Liberación, de Gustavo Gutiérrez, en dos días) y algunas circunstancias personales trágicas me produjeron un estado de ansiedad permanente que me alejó de la lectura (para leer hay que estar sosegado). Pero atesoré muchos libros. Compro más de lo que leo y he armado una buena biblioteca que me vi obligado a fichar digitalmente porque ya la edad y mi proverbial distracción me empezaron a hacer comprar libros que ya tenía.

Esa compulsión comenzó porque en mi época estudiantil no había libros y uno tenía que comprar lo que buscaba o le generaba interés apenas lo viera porque si otra persona lo adquiría ya no se encontraba más (recuerdo con placer nostálgico la travesura que hacía con mi amigo Jorge Yui -quien ahora vive en Suiza- de ir a librerías y si encontrábamos un libro que nos interesaba, pero la plata no nos alcanzaba, lo hundíamos en el anaquel para que nadie lo viera hasta que pudiéramos regresar a fines de mes). Recuerdo cómo cuando cobraba mi sueldo mínimo en La Prensa corría a las librerías de Quilca y Camaná para comprar libros de liberalismo que no se conseguían en otra parte. Allí nació mi biblioteca. Mi bien más preciado, que felizmente en el abusivo allanamiento del que fui objeto hace unos meses, los policías respetaron.

Habitualmente leía ensayos, no ficción. Le agradezco a Alonso Cueto y a la maravillosa decisión de inscribirme en su Club del Libro que nos hace leer mensualmente literatura, y ha resucitado en mí, desde hace poco más de un año, una nueva pasión por la lectura, pero esta vez más combinada con la ficción.

Y he vuelto a leer varios libros a la vez como era mi costumbre juvenil. Acabamos de leer el cuento o novela corta de Herman Melville, Bartebly, el escribiente, una maravilla de narrativa perfecta. Y estoy terminando Contradicciones de Luis Jochamowitz, a la par de seguir leyendo con sobresaltos La crisis del capitalismo democrático de Martin Wolf y Democracia Asaltada de Rodrigo Barrenechea y Alberto Vergara. Todo ello mientras he empezado a releer Sapiens de Yuval Noah Harari, pero en la versión cómic, una joya.

Y en medio de todo ello, pronto empezaré la relectura de mi cuentista favorito, Raymond Carver. En medio de tantas tribulaciones políticas permítaseme esta nota íntima que espero anime a mis lectores a emprender la maravillosa ruta de la lectura permanente. Que más de medio millón de personas haya ido a la Feria del Libro es un buen augurio.

Históricamente las academias han sido y en muchos casos siguen siendo verdaderos centros de conocimiento y divulgación. Su importancia institucional y cultural no ofrece mayor duda y, al menos en occidente, hay una larga tradición de academias tanto en las ciencias como en las humanidades, que han ofrecido notables contribuciones a sus disciplinas.

Desde hace un buen tiempo, cinco academias peruanas ocupaban el edificio conocido como Palacio de Osambela en el Centro Histórico de Lima. Se trata de la Academia Peruana de la Lengua, la Academia Peruana de Historia, la Academia Peruana de Derecho y la Academia Peruana de Ciencias y la Academia Peruana de Medicina. No hace mucho han sido expulsados de allí.

No asombra a nadie que la cultura viva en el Perú en estado permanente de orfandad. Sorprende, más bien, la falta de reacción en un país que se ensoberbece, cada vez que puede, de sus cinco mil años de historia, su enorme diversidad cultural, sus varios patrimonios mundiales y otras perlas que funcionan en el marketing de gobierno pero en la realidad no. Asombra igualmente que los medios de comunicación, incluidos los públicos, no hayan mostrado el más mínimo interés en este asunto.

Una cosa es el discurso y otra las acciones. La Municipalidad de Lima ha ordenado a estas cinco academias abandonar el local, en base a un informe técnico que coloca a esta inmueble en estado de inminente colapso, informe que ha sido cuestionado en varios puntos (el colapso inminente del local es una fantasía, pues requiere refracciones que, aunque puedan parecer menores, son urgentes) y que ha motivado a quienes dirigen estas cinco instituciones a dirigir un oficio al municipio pidiendo se deje sin efecto el informe y se elabore otro más preciso.

El inmueble pertenece al Ministerio de Educación, pero desde Minedu dicen que no hay dinero para refracciones. Luego apareció Prolima en escena con una propuesta francamente abusiva: ellos ofrecieron refraccionar el local a cambio de utilizar el 90% del mismo, dejando a las academias prácticamente en la vereda. 

Eduardo Hopkins, actual presidente de la Academia Peruana de la Lengua, indica que están en busca de financiamiento para poder refaccionar Osambela y así poder seguir trabajando. La Academia Peruana de la Lengua sesiona actualmente en un local cedido por la Universidad Ricardo Palma, pero este local deberá ser devuelto a fin de este mes. 

¿No hay alguna otra universidad, especialmente entre aquellas que se jactan de su estandarte humanista o científico, que quiera alojar a alguna de estas academias? ¿Es aceptable un estado de cosas en el que cinco academias de larga historia se queden en el aire, sin local donde sesionar, discutir y planificar su trabajo? Por supuesto que no. 

Y de resolverse este tema, y espero que sea lo antes posible, sería recomendable que estas instituciones redefinan también parte de su trabajo, en especial su proyección a la comunidad: ofrecer cursos, capacitar maestros y profesores, emitir opinión mediante cartas públicas, es decir, hacer sentir su presencia. Sin embargo, primero es lo primero: la ubicación física de estas academias debe resolverse ya. Amén. 

Anoche, en una de las charlas de análisis político que suelo dar a empresarios, el tenor de la misma era la advertencia de que si las cosas siguen como van, podemos perder el país que conocemos y podremos caer en la orilla de las naciones socialistas autoritarias de la región (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.).

Un asistente, perspicaz y agudo, intervino y me hizo notar algo relevante. Ya hemos perdido el país que nos ha signado los últimos veinte años. Desde el 2021 en adelante se ha instalado en el Perú un régimen contrarreformista y preñado de la influencia de las economías ilegales y los intereses mercantilistas con absoluto descaro.

Es el país de los Pedro Castillo, César Acuña, Vladimir Cerrón, Keiko Fujimori y José Luna Gálvez el que nos signa, no solo desde el Congreso sino también desde un Ejecutivo sumiso que agacha la cabeza frente a los designios que provienen de la plaza Bolívar.

No se trataría, en consecuencia, de no perder el país, que ya lo hemos perdido, sino de recuperarlo. Y he aquí una bandera potente que la derecha podría tomar como lema central de campaña. Ir contra el statu quo, lanzar mensajes disruptivos, poner énfasis no en la defensa del modelo sino en la provisión de servicios básicos de calidad (salud y educación públicas, seguridad, justicia, mejora económica, las principales preocupaciones sociales según todas las encuestas).

La derecha debe salirse de la caja habitual en la cual se mueve y si a ello le suma una campaña pródiga en recorridos presenciales del país, participación intensiva en medios regionales, ligazón de alianzas electorales, microfocalizacióndel electorado, podría disputarle la batalla a la izquierda radical que se apresta, si no se desalinean los astros, a disputar entre sí la segunda vuelta electoral.

Ojalá la clase política de centroderecha, hoy desperdigada en casi treinta candidaturas, lo entienda, lo reflexione, lo tome como una consideración a tener en cuenta. Debe ser una derecha insumisa, para ir con los tiempos, agudamente señalados por el colega Juan de la Puente. Una derecha modosa, monotemática con el modelo económico, sin conjunciones electorales, sin mensajes disonantes, va camino, como dijimos ayer, a la derrota.

 

Revelador el último informe preparado por el IEP para el Instituto Bicentenario, titulado “Ciudadanía, democracia y gestión descentralizada”. Hay múltiples interrogantes sobre percepción ciudadana respecto de problemas políticos puntuales que es recomendable leer.

Destaco, sin embargo, por su filo político, una pregunta que suelo mencionar: el de la autodefinición ideológica. Ha ocurrido un vuelco significativo.

Hay un 37% que se identifica de izquierda, 39% de centro y 24% de derecha, rompiéndose el equilibrio que en otras encuestas se mostraba y que eventualmente revelaban una mayor inclinación por la derecha. Es un trabajo de campo efectuado entre noviembre y diciembre del año pasado, que varía de otras mediciones del propio IEP, pero incluye una muestra mayor.

Lo cierto es que no sorprende el resultado. La derecha está labrando su propia tumba por dos razones fundamentales: por su inmenso desprestigio desplegado en el manejo del Congreso (ayer nomás se han terminado de tirar abajo la reforma universitaria que tantos años costó construir) y por su respaldo a la gestión mediocre y pueril del gobierno de Dina Boluarte.

Salvo honrosas excepciones, la derecha en su conjunto se suma al carro desprestigiado, con índices de desaprobación altísimos, de la alianza fáctica entre Ejecutivo y Congreso que nos gobierna. Y eso pasa factura y termina por beneficiar a una izquierda que, de otra manera, se habría acercado a las elecciones del 2026 completamente achicharrada por su infame respaldo a la espantosa gestión gubernamental de Pedro Castillo.

La mesa viene servida para la izquierda y no para la izquierda centrista sino para la izquierda radical, por culpa, adicionalmente, de una centroderecha irresponsable, incapaz de disminuir la fragmentación que la fagocita y la punible indolencia del fujimorismo que se niega a cualquier alianza que no implique apoyar a su candidato (la inefable postulación de Alberto Fujimori, que al final será un cuento chino, pero que ya hace daño de antemano).

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