[Música Maestro] Joaquín Sabina es un caso raro en el pop-rock en nuestro idioma. Debido a su habilidad para la creación de rimas consonantes es normalmente considerado un trovador. De hecho Inventario (1978), su álbum debut, se inscribe en ese rubro, la trova, con un sonido lánguido y arrullador, de guitarra de madera colgada y mirada perdida en el horizonte, mientras elabora reflexiones nacidas de la experiencia, la imaginación o un interesante híbrido entre ambas cosas. Sin embargo, hay en su tono mordaz y cargado de humor negro una abierta dimisión a la etiqueta.
Sabina es uno de los artistas más interesantes y creíbles de la generación intermedia de trovadores-poetas, gracias a una actitud que dejaba de lado los idealismos románticos para mostrarse más realista y consciente de los dobles raseros de la moral convencional. Ese perfil también se nota en los aspectos musicales ya que, a diferencia de sus colegas de la canciónespañola, que orientan sus melodías al jazz y la balada, Sabina mantuvo un decidido ataque rockero, muscular y arrabalero, de guitarras eléctricas, casaca de cuero y rebeldía ilustrada.
Sin embargo, categorizar al cantautor español no es tan fácil ni predecible como parece. En todos los discos que publicó en el periodo comprendido entre 1984 y 1990, Joaquín Martínez Sabina -usa su apellido materno como nombre artístico desde siempre- se encargó de confundirnos a todos con una onda que tenía tanto de la ópera bufa de La Orquesta Mondragón como de la agudeza lírica y el amplio vocabulario de Joan Manuel Serrat.
Baladas acústicas, jugueteos con el jazz y fuertes dosis de pop-rock dieron forma al estilo que todos admiramos y reconocemos como “la primera época” de Sabina. Y para colmo de males, en 1992 comenzó a enriquecer más su paleta sónica incorporando elementos de distintos géneros latinoamericanos, que fusionaba inteligentemente con su propia estética y con influencias del folklore de su país, canturreando rumbas y haciendo dúos con Rocío Dúrcal.
Para cuando apareció su décimo álbum en estudio, Yo, mi, me, contigo (1996) Sabina ya era toda una superestrella de la música popular en Hispanoamérica. Sus dos placas anteriores habían tenido un profundo impacto entre las juventudes universitarias por esa fresca y extraña mezcla de poesía ingeniosa y rebelde rocanrol. No olvidemos que, durante la primera mitad de los noventa, dos canciones de esa época se hicieron las favoritas tanto en cafés y bares bohemios como en karaokes de entretenimiento masivo, además de ser respetuososhomenajes a México y algunas de sus principales figuras culturales.
Por un lado, Y nos dieron las diez (Física y química, 1992), una ranchera; y, por el otro, el brillante rock acústico Por el bulevar de los sueños rotos (Esta boca es mía, 1994), en que Sabina recuerda a varios personajes, desde Diego Rivera (1886-1957) y Frida Kahlo (1907-1954) hasta José Alfredo Jiménez (1926-1973), el célebre compositor de El Rey y, por supuesto, Chavela Vargas (1919-2012), personaje central de esta canción, con quien cultivó una amistad a prueba de balas y de borracheras.
Yo, mi, me, contigo llegó, entonces, en un momento especial para la carrera del compositor y cantante nacido hace 75 años en la ciudad de Úbeda, en la provincia andaluza de Jaén. No solo es su álbum diez, número que llevan en el dorsal los mejores futbolistas del planeta, expresión de calidad y jerarquía. Sino que, además, se trata del último disco de Sabina -en solitario, no estoy considerando aquí Enemigos íntimos(1998), que grabó a dúo con el argentino Fito Páez- en el que podemos apreciar su voz al natural, de timbre rasposo, apagadoy agudo, más agradable que el tono arrugado, roto, que comenzó a exhibir en el extraordinario disco 19 días y 500 noches (1999), el primer anuncio de un paulatino deterioro vocal que se fue acrecentando por sucesivos problemas de salud, aunque jamás llegaron a afectar la calidad de sus letras y esa socarronería que lo hace único entre sus contemporáneos aunque él, como dijo en una reciente entrevista para El País, escribe cada canción pensando en si sería aprobada o no por el poeta y músico Javier Krahe (1944-2015), su camarada de aquellas izquierdas autoexiliadas durante los últimos años de Franco y cómplice de sus primeros vuelos musicales a través del proyecto La Mandrágora (1981).
Muchos expertos en Sabina califican a Yo, mi, me, contigo como “el mejor disco” de su trayectoria. Y se basan para ello en la potencia de las metáforas, retruécanos y creativas frases de canciones como Contigo (balada jazz) o Y sin embargo(bolero), que convocan a una sensibilidad poco convencional. Si en los setenta y ochenta Camilo Sesto (1946-2019) escribió algunas de las canciones románticas más doloridas, cursis e intensas de la historia de la balada en español, en los ochenta y noventa Joaquín Sabina ofreció al público una visión cínica y desprejuiciada, que no se fija en los detalles clásicos de la relación de pareja sino que sale por la tangente con giros situacionales imprevistos, desvergonzados, mirando siempre de reojo temas que parecían grabados en piedra: la fidelidad, el amor eterno, el acartonamiento de la vida de oficinista, todo es puesto de cabeza por el tamiz de este “contante de historias” como él mismo se describió hace varios años.
Pero si estos dos temas, de lejos los más difundidos del álbum, sirvieron para que Sabina mantenga su perfil expectante en las preferencias del gran público, son otras composiciones las que desmarcan a este álbum, lanzado a través del importante sello discográfico Ariola. Pienso, por ejemplo, en el vals Jugar por jugar, con tundete peruano y acordeón afrancesado, casi una banda sonora de carrusel circense; o en la descarga caribeñaPostal de La Habana, con sección de metales y guitarra al estilo Santana.
México se hace presente de nuevo con un divertido corrido,Viridiana; y la rumba flamenca Mi primo El Nano llega con un emocional y divertido retrato biográfico de su amigo y colega Joan Manuel Serrat, “ese alquimista de las emociones que cura las heridas con canciones”. Por si fuera poco, se lanza una escatológica historia de juerga y fracaso nocturno en clave de rap, titulada No sopor…, no sopor. En manos de músicos poco talentosos, un collage así de disparatado podría ser insoportable. Pero, en las manos y voz de Sabina, se convierte en una experiencia musical sumamente entretenida.
Aun cuando el disco es tan variado, Sabina no pierde el filo rockero que lo caracterizó desde sus inicios, como queda demostrado en El capitán de su calle -un tema recurrente en su discografía anterior y posterior, la descripción de personajes irreverentes como en Manual para héroes o canallas (Malas compañías, 1980) o Conductores suicidas (Física y química, 1992)–, El rocanrol de los idiotas -con brillante armónica y guitarra acústica de doce cuerdas-, Es mentira y Seis de la mañana, con guitarras afiladas que van dibujando contornos perfectos para sus destellantes historias.
Un caso aparte es el de Aves de paso, tema que resume la óptica de Sabina con respecto a las relaciones ocasionales, las múltiples formas en que se puede vivir un “choque-y-fuga” y cómo eso puede pasar de ser un comportamiento ligero, casquivano, para convertirse en fuente de aprendizajes que moldearon su personalidad y hasta bálsamo para sus desengaños. Musicalmente hablando, es un pop-rock fino y contundente, un clásico instantáneo en la línea de, por ejemplo, La del pirata cojo (Física y química, 1992) o Whisky sin soda(Juez y parte, 1985). En el siglo XXI la canción fue interpretada por su compatriota y camarada rockero, Miguel Ríos, en el disco Miguel Ríos y las estrellas del rock latino (2001). Aquí podemos verla en concierto, entonada por ambos íconos de la escena musical hispanoamericana.
Otro de los aspectos que hacen especial a Yo, mi, me, contigo es que se rodeó de un elenco de invitados de lujo para la ocasión. Como base, su banda habitual conformada por Antonio García de Diego (guitarras, teclados, coros), Francisco “Pancho” Varona (guitarras, coros) -coautores y arreglistas de la música en once de los trece temas-, Paco Bastante (bajo), Tino di Geraldo (batería) y Olga Román (coros). Algunos de ellos, como Román, Varona y García de Diego, acompañan a Sabina desde las épocas de Viceversa, nombre del grupo que estuvo a su lado durante el periodo 1985-1989.
Por ejemplo, en Mi primo El Nano aparecen los músicos flamencos Víctor Merlo y Luis Dulzaides, en guitarras y percusiones; en Es mentira canta y toca los teclados el ídolo argentino Charly García; y en el corrido Viridiana hacen locuras vocales Andrés Calamaro, Ariel Rot y Julián Infante, que en ese entonces gozaban de popularidad como Los Rodríguez. Además, Rot compuso la música tanto de Viridiana como de Jugar por jugar. En Postal de La Habana, Sabina es acompañado por una sección de vientos muy rítmica y el cantante canario Caco Senante, de timbre vocal muy similar al de Pablo Milanés; mientras que el francés Manu Chao hace de las suyas en voz, guitarra acústica y bajo en No sopor…, no sopor, casi como un bonus track de su propio álbum Clandestino. Otro tinerfeño, Pedro Guerra, uno de los cantautores más requeridos de la trova española, escribió la música de El capitán de su calle.
Y como si este marco musical no fuese suficiente, están las letras. La capacidad de Sabina para crear imágenes, jugar con las palabras y combinar léxicos coloquiales, giros idiomáticos y refranes con referencias a diversos niveles de la cultura clásica y popular es ilimitada. A diferencia de las insoportables y aburridas cantaletas del guatemalteco Ricardo Arjona, el español se bate a duelo con las palabras, pero no con pretensiones de superioridad ni disforzada bizarría sino con la fluidez y autenticidad de quien hace las cosas por inspiración y no por afán de llamar la atención. A pesar de que sus temas puedan ser repetitivos, Sabina siempre logra dar la vuelta y presentar historias que son, a un tiempo, interesantes y graciosas.
Sabina usa, en todas sus canciones, figuras poéticas como antítesis, anáforas, retruécanos, símiles, hipérboles, metonimias, ironías y paráfrasis que se intersecan con reflexiones -algunas profundas, otras ácidas-, situaciones absurdas y críticas sociales. Y Yo, mi, me, contigo no es la excepción. Referencias a sus influencias poéticas más clásicas como los españoles Francisco de Quevedo (1580-1645), Jorge Manrique (1440-1479) o contemporáneas como Jaime Gil (1929-1990), están siempre allí. Y también están las oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) en Y sin embargo y el París sin aguacero de César Vallejo (1892-1938) en Contigo.
En lo musical, el final de El rocanrol de los idiotas remite a los Beatles, mientras que Charles Aznavour y su clásica Venecia sin ti aparecen en Contigo. Postal de La Habana es literalmente eso, pues por sus estrofas desfilan José Martí, Silvio y Pablo, Benny Moré, Fidel y el Ché Guevara. En Mi primo El Nano confluyen el FC Barcelona, Miguel de Cervantes y el Mediterráneo. En Viridiana aparecen el film de 1929 Un perro andaluz de Luis Buñuel, la ranchera Volver de José Alfredo Jiménez y la Malinche, legendaria colaboradora de Hernán Cortés en la colonización de México. Y en Aves de paso desfilan, al lado de las anónimas “novias de nadie”, mujeres que van desde las bíblicas Salomé y María Magdalena hasta la creación del Marqués de Sade, Justine, la bailarina y espía de guerra Mata Hari, y la diva de Hollywood, Marilyn Monroe.
Y están, por supuesto, sus propias frases, siempre capaces de arrancar una sonrisa, un suspiro o una sorpresa. Por ejemplo, aquello de “bailar es soñar con los pies”, en un contexto musical de vals, revela sensibilidad y dominio de los elementos que escoge para construir sus canciones. De igual manera, las confesiones del impenitente mujeriego en Y sin embargo pueden servir como manual de coartadas para aquellos que desean pasar por alto sus majaderías: “De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera. Y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera…” O ese coqueteo filosófico que se esconde en el estribillo de El capitán de su calle, en que el personaje central de la historia “sabía que la verdad desnuda guarda oculta detrás de la corteza el hueso de cereza de una duda”. Fanáticos de los balbuceos de Bad Bunny, Daddy Yankee y Karol G, abstenerse.
Pero si de canciones confesionales se trata, Tan joven y tan viejo –que cierra Yo, mi, me, contigo, con música escrita por el trovador cubano Carlos Varela- despunta como la primera de esas en las que Sabina declara estar consciente del paso de los años pero no con nostalgia pasiva sino con la fiereza del zorro viejo que no está dispuesto a jubilarse nunca, algo que hace posteriormente en A mis cuarenta y diez (19 días y 500 noches, 1999) o en Sintiéndolo mucho, que aparece en el documental del mismo nombre sobre su vida, dirigido por su amigo Fernando León de Aranoa. Este tema, hasta el momento su última grabación oficial, recibió el Premio Goya 2023 a “canción más original”.
En Tan joven y tan viejo Sabina, entonces de 47 años, lanza un lapidario desafío a la muerte: “Así que, de momento, nada de adiós muchachos, me duermo en los entierros de mi generación. Cada noche me invento, todavía me emborracho, tan joven y tan viejo, like a rolling stone”, referencia directa a Bob Dylan y a la banda de Mick Jagger y Keith Richards, venerables ancianos que se niegan a desaparecer. Como el mismo Sabina que, en la ceremonia de premiación de los Goya, interpretó la canción a dúo con Leiva, un anticipo de lo que será su gira de despedida, Hola y adiós, anunciada para el 2025.
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