Opinión

En Abril de 1777, el curaca y noble cusqueño José Gabriel Condorcanqui, tras larga y agotadora travesía, llegó a la capital virreinal con el objetivo de hacerse escuchar por el Presidente y los oidores de la Audiencia de Lima. Sus demandas eran dos: que se le reconociese como legítimo heredero de Túpac Amaru I, el último de los Incas de Vilcabamba, y que los indígenas bajo su responsabilidad  -pues regentaba los cacicazgos de Pampamarca, Tungasuca y Surimana- fuesen eximidos de la cruel mita minera de Potosí, que sometió a millones de personas a los trabajos forzados más inhumanos.

Las autoridades limeñas desoyeron las peticiones de quien, desde noviembre de 1780, encabezó la mayor rebelión indígena de los tiempos coloniales. Lima le dijo que no y es que Lima siempre le ha dicho que no a la sierra y al mundo andino, por más de que muchos limeños, entre los que me incluyo, quisiéramos que las cosas fuesen diferentes. El tema es que no lo son.   

Cuando tras los luctuosos sucesos de diciembre de 2022 y enero de 2023 vinieron a Lima los estudiantes de la sierra sur del Perú con finalidades no iguales, pero sí análogas a las de José Gabriel Condorcanqui en 1777 -ser escuchados y atendidos en sus demandas por el gobierno central- el resultado no solo fue el mismo, fue aún peor. La represión estatal continuó, solo que en Lima casi no dispararon a matar. Porque, al igual que en el Perú de Túpac Amaru II, una cosa es morir en las alturas y otra muy diferente es alcanzar el más allá acariciado por la brisa marina de nuestro primer puerto litoral, el Callao. 

El Dr. Alfonso López Chau comprendió la situación. Y aquí no me interesa encaramar un caudillo con características providenciales, paternalistas y mesiánicas. Lo que quiero decir es que hubo una autoridad limeña -chalaco para ser exacto- que sí escuchó, que sí atendió, que sí acogió a quienes venían de tan lejos. Y ese solo hecho, aparentemente banal, podría significar un giro de tuercas en la historia del Perú. 

Al contrario, qué abyectos aquellos otros eventos que evocan la perniciosa permanencia del coloniaje en el rancio reloj de nuestra historia. Aquella tanqueta derribando las puertas de la emblemática San Marcos, por orden de sus propias autoridades, dispuestas a atacar a los estudiantes provincianos que habían encontrado cobijo en la Decana de América es un recuerdo para el oprobio, uno más. El gesto de la UNI, en cambio, es excepcional. Es de aquellas imprevistas victorias del bien en el lóbrego reino de la infamia. 

El Partido

Tras el gesto, inesperado para quienes llevan casi medio millar de años recibiendo de Lima las mismas respuestas, el rector de la UNI fue invitado por su par puneño de la universidad del Altiplano, Paulino Machara. Lo que pasa es que en Lima no entendemos muy bien eso de la reciprocidad andina, que tuve la suerte de aprender en las aulas universitarias escuchando las inolvidables lecciones del maestro Franklin Pease. Alfonso López Chau no fue un patriarca. Fue dos cosas al mismo tiempo: el Estado, la autoridad que escucha un clamor; y fue también mi igual, parte de mi comunidad, de mi red de parentesco, de mi familia; alguien a quien debo retribuir con mi gratitud. 

La reciprocidad, el ayllu gigantesco, se expandieron por casi todas las universidades públicas del Perú, serranas la mayoría. Estas decidieron apostar, de nuevo y otra vez, por la utopía. No por la utopía andina, sino por la utopía peruana y entonces pensaron en un partido político, uno de verdad, uno de esos que tuvimos hace ya varias décadas pero que ya no tenemos más. Y entonces surgió la idea de Ahora Nación.

He visto, ni de cerca, ni de lejos, sino desde la medianía, la construcción de este nuevo partido político. Allí no hubo plata como cancha, allí no hubo poleras, ni billetes, ni pisco, ni butifarras a cambio de la inscripción. Allí hubo pueblo, pueblo y juventud, pueblo con juventud de la mano. Y pueblo más juventud fundaron ochenta bases provinciales e inscribieron muchísimos más militantes de los que exige la ley. El 25 de julio presente, la utopía finalmente se echó a andar: El JNE declaró inscrito a Ahora Nación. 

Propuestas e ideario

¿Cómo definir ideológicamente al Perú? “No se puede” parece ser la respuesta más sensata y más en un país cuyas raigambres culturales no han logrado hasta ahora conciliarse en una nación que podría ser multicultural y al mismo tiempo perseguir las mismas metas, aquellas metas generales que atañen el desarrollo material y espiritual de la sociedad en su conjunto. 

Yo siempre he creído que el Perú, si se le quiere definir en dos o tres palabras, es de izquierda democrática, o de izquierda moderada, al menos la mayoría de los peruanos. Mi conclusión es más sencilla de lo que parece. Conservador es quien prefiere mantener, quien prefiere no cambiar. En el Perú no podemos ser conservadores porque tenemos que cambiarlo todo o casi todo. Para iniciar el recorrido de un proyecto nacional que nos conduzca al desarrollo tenemos que arrinconar no solo a la corrupción, sino a la cultura de la corrupción que pésimos gobernantes han sembrado en nuestra colectividad. Y ese solo hecho, y esa sola meta, y esa sola utopía contienen una vigorosa impronta revolucionaria. 

Pero también somos pacíficos: revolución no implica violencia. Por eso la sierra le dio la espalda al terrorismo hace cuatro décadas, por eso valió tanto el gesto de López Chau con los estudiantes puneños. Parece una quimera, pero los gestos de unión, de amistad y de querencia son los que encabezarán el cambio, son el hilo conductor de la reconciliación nacional que llevará a construir esta nación que, una vez consciente de sí, transitará imparable hacia el desarrollo. 

Por eso, en las entrelíneas del acta fundacional de Ahora Nación, que he leído antes de escribir esta nota, no parece haber espacio para el odio. El gran Perú discriminado será reivindicado sin una guerra de razas. La mujer, tantas veces excluida y maltratada, será incluida y reivindicada sin promover la guerra de los sexos, y el poder judicial será implacable en castigar a los corruptos pero sin disparar una bala. La sentencia, la palabra escrita, la justicia y la universalidad de los derechos se convertirán en las armas implacables de la transformación socioeconómica y cultural. 

Por eso López Chau acentúa tanto la importancia de desarrollar infraestructura y producir manufacturas modernas que nos conecten, no solo con Chancay, sino con la ruta de la seda China que pasa por Chancay. Así como acentúa la inaplazable apuesta por la educación y la inversión en ciencia y tecnología. Ahora Nación está pensando en la base. Un edificio se construye siempre desde sus cimientos, y no desde el último piso hacia abajo. Si lo sabrá el rector de la Universidad Nacional de Ingeniería. 

No diré más por ahora. De los planteamientos en concreto hablarán los voceros de un partido que, no hay que olvidarlo, apenas nato, no es más que una bella utopía. El tiempo dirá si logra convertirse en realidad. 

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El escandaloso fraude ocurrido en Venezuela, confirma que el régimen dictatorial y corrupto de Nicolás Maduro no se irá nunca del poder por las buenas y que la casta político-militar privilegiada con el latrocinio descarado de los recursos públicos de la potencia petrolera al norte del continente, lo acompañará en el sainete con tal de preservar el statu quo, sin importar la desmesura del fraude cometido, que ha ido a contrapelo radical de todas las encuestas que arrojaban un resultado inmensamente favorable para la oposición.

Se espera que la mayoritaria oposición venezolana convoque de inmediato movilizaciones de protesta que ya hemos visto cómo en otros países, véase Chile, han sido capaces de mover la aguja gubernativa. Ello debe ir acompañado de una reacción multinacional regional y global que tienda un cerco contra la dictadura sanguinaria de Maduro, respecto de lo cual no queda sino sospechar de una tremenda hipocresía norteamericana, que lleva a alimentar suspicaciasde otro tipo.

Bajo el disfraz del bloqueo se esconde una profunda inacción y desinterés de Washington respecto de lo que sucede en Latinoamérica. ¿Intervienen en Medio Oriente o en Asia sin tutías y no son capaces de contribuir efectivamente al derrocamiento de tiranos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela? ¿Solo le interesa socavar democracias -como lo ha hecho secularmente en la región- y se muestra acomedido cuando se trata de derribar dictaduras?

La doctrina de la no intervención acaba cuando millones de ciudadanos son sometidos violentamente a los dictados de una cúpula privilegiada que se mantiene en el poder gracias ala fuerza de las bayonetas. La OEA (encabezada por Colombia, México y Brasil) debería ser capaz de organizar una fuerza multinacional que restituya de una buena vez la democracia en esos países.

Acá se está jugando no solo la democracia sino la supervivencia del narcotráfico, que los tres regímenes mencionados utilizan para sobrevivir en sus privilegios de casta, y que solo se explica su existencia merced a una alianza soterrada -que no conocemos- con el cartel de la droga más grande del mundo, que es la DEA.

¿Qué negociaciones y transacciones habrá bajo la mesa con Washington para que la Casa Blanca no tome una postura más firme en su papel supuesto de líder guardián del modelo democrático en el mundo, y con mayor razón en una región sobre la que ahora muestra preocupación por la creciente influencia china? Maduro es un engranaje en una pieza de corrupción global que la supervivencia del régimen democrático en la región no puede seguir tolerando.

 

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elecciones en venezuela, Venezuela

Ilusos los que pensaban que Dina Boluarte podría haber sorprendido a la audiencia lanzando un mensaje republicano, liberal, encaramado sobre las miserias políticas y económicas que nos abaten.

Lo suyo, su signo vital, es la mediocridad, agravada en la coyuntura actual por una circunstancia penosa: sabe que después de dejar el poder será procesada por los crímenes cometidos durante la represión de fines del 2022 y principios del 2023, y, a la vez, es plenamente consciente de que debe alargar ese momento lo más posible, pero que depende del Congreso omnipotente y tanático que nos ha tocado en suerte, así que no puede hacer nada que lo contradiga y eso la condena a la pasividad inerte más absoluta.

¡Qué tristeza que los dos bicentenarios, el del 2021 y el del 2024, hayan transcurrido sin una renovación de la promesa republicana, sin una invocación a los valores cívicos que dieron pie a la Independencia, sin una apostilla, siquiera, a la democracia en crisis que nos asola!

Fuera de la tradicional lista de lavandería de las obras realizadas (alguna tiene que haber, ¿no?), el mensaje no contuvo lineamientos políticos trascendentes, apropiados a las circunstancias, sino el mero afán de querer demostrar que no es un régimen inerte y que en los sectores ministeriales algo se está haciendo (no se esperaba menos).

No somos optimistas de lo que se viene el 2026. Por culpa precisamente de la medianía grosera del régimen, es que asoman, ostentosos y desafiantes, los rostros más autoritarios, tanto de la izquierda como de la derecha, y el pueblo, harto de la democracia, del modelo, del país, depositará un voto irritado, disruptivo, seducido por los radicalismos demagógicos de algunos precandidatos.

Dos años nos restan de suplicio. Allá quienes pensaron que era posible un cambio de rumbo, un golpe de timón, un giro político en el sentido correcto. No puede haberlo, desde el saque, en un gobierno que se escabulle de la responsabilidad auroral de los muertos que produjo, y que no se hace problemas en ser la mesa de partes de un Congreso que ha socavado las instituciones democráticas como el más zamarro de los golpistas o regímenes autoritarios. De esa entraña no podía nacer nada bueno y el discurso de hoy no hace sino corroborarlo.

La del estribo: maravillado de haber leído, tardíamente, el libro Caballos de medianoche, de Guillermo Niño de Guzmán, escrito originalmente en 1984 y que ha sido reeditado por Tusquets, con varios añadidos (entre ellos la reescritura genial de El olor de la noche llamándola Cinco balas de plata). Una deuda cultural siento que ha sido saldada y me ha motivado a comprar todos los libros del autor disponibles, entre ellos Mis vicios impunes, su última publicación, la segunda parte de Cuaderno de letraherido, una bitácora literaria y personal del autor.

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28 de julio, mensaje de la nacion

[Música Maestro] Aunque en inglés se usa más la palabra “Godfather” –“Padrino” en español- para referirse a la figura que más influyó en determinado género musical, yo prefiero usar “Padre”. Me parece que es, emocionalmente, desde el punto de vista de los hispanohablantes, más impactante hablar del padre y no del padrino que, en nuestros círculos familiares suele ser una presencia invisible, circunstancial, que puso su firma en la ceremonia de bautizo para después borrarse del mapa. En nuestro idioma, “padrino” se asocia más al lado oscuro del término, que proviene por supuesto de la clásica película de 1972 de Francis Ford Coppola. Para nosotros, el padrino es el capo maleado, el que activa las palancas, las argollas. En inglés, en cambio, el término “Godfather” une dos figuras de profunda sensibilidad –“dios” y “padre”- por lo que adquiere mayor relevancia cuando se usa como sobrenombre honorífico de un artista.

Así James Brown (1933-2006), Iggy Pop y Neil Young serían, en nuestro idioma, los padres del soul, el punk y el grunge, respectivamente, y no los padrinos, como se les denomina en inglés. Lo mismo aplica para el título de este artículo, que no podía ser otro. John Mayall, columna vertebral de la escena del blues británico que plasmó todo el amor que sentía por los ritmos negros norteamericanos en una trayectoria de casi ocho décadas, componiendo y tocando sin parar desde mediados de los sesenta y gestando, en ese camino, las carreras de algunos de los músicos más importantes de aquella generación, es sin lugar a duda el Padre del Blues Británico. Y falleció el lunes 22 de julio, a los 90 años.

Una vida larga y llena de música, la mejor y más misteriosa música del mundo. “El blues se trata -y siempre se ha tratado- de esa cruda honestidad con la cual expresa nuestras experiencias en la vida… Para ser honestos, no creo que alguien sepa exactamente de dónde vino. Solo sé que no puedo dejar de tocarlo” declaró alguna vez en una entrevista para el medio británico The Guardian.  

Ese mismo espíritu, entre lo chamánico y lo diabólico, ese espíritu que generó historias legendarias como aquella según la cual Robert Johnson (1911-1938) había vendido su alma al diablo para aprender a dominar la guitarra o que originó los rituales de vudú del extraordinario pianista Dr. John (Malcolm “Mac” Rebennack, 1941-2019), se apoderó de Mayall a muy temprana edad. Se sumergió en la colección de discos de blues y jazz de su padre y, refugiado en una casa de madera en la copa de un árbol, se autoeducó en guitarra, piano, armónica y canto hasta convertirse en uno de los mejores intérpretes de la historia del blues, sin ser negro ni norteamericano. 

Sus importantes contribuciones jamás han sido del todo reconocidas por el gran público y permanecen encarpetadas como un asunto de culto para melómanos y conocedores. Incluso ahora, la noticia de su muerte, triste pero comprensible dada su avanzadísima edad, no ha merecido la atención de medios convencionales. Hasta el Rock And Roll Hall Of Fame, al que nunca fue inducido en vida a pesar de ser elegible para ello desde 1990, recién este año lo iba a incluir en su categoría Influencia Musical. Una vergüenza más para el salón de la fama, cuyas incomprensibles omisiones son bastante conocidas desde hace tiempo.

Junto a su compatriota, el guitarrista Alexis Korner (1928-1984), John Mayall, cuya voz aguda y apagada competía en tonalidad con su inseparable armónica, difundió el blues de Chicago y del delta de Mississippi entre toda una generación de jovencitos ingleses que después comenzaron a formar sus propios grupos: The Graham Bond Organisation, The Spencer Davis Group, The Animals, The Rolling Stones, Fleetwood Mac, Cream, entre otros, como podemos apreciar en el sexto capítulo de la serie de documentales The Blues (PBS, 2003), producida por Michael Scorsese, en el episodio Red, white and blues, dirigido por el cineasta británico Mike Figgis (Leaving Las Vegas), en el que Mayall es uno de los entrevistados.

“Como la escena musical en Norteamérica estaba contaminada de segregación racial -explicó en aquella ocasión en que The Guardian dialogó con él por motivo de su cumpleaños 81- el blues fue desapareciendo. En Europa, en cambio, y especialmente en Inglaterra, el blues negro comenzó a ser escuchado por un público diferente. Así descubrimos a Elmore James, Freddie King, entre otros. Y ellos hablaban de nuestras emociones, las historias de nuestras vidas”. 

Como Miles Davis y Frank Zappa, John Mayall se dedicó a descubrir talentos extremadamente jóvenes que después vio brillar con luz propia. En 1966 convenció a Eric Clapton de no retirarse de la música, una decisión que había tomado tras renunciar a The Yardbirds, mortificado porque el grupo pretendía alejarse de la línea bluesera que él quería seguir. “John fue mi mentor. Él me enseñó -ha dicho Clapton en un emotivo video publicado en sus redes sociales- a seguir adelante tocando la música que quería tocar. Estoy agradecido por ello y lo extrañaré mucho”. 

Ese año, el álbum Blues Breakers with Eric Clapton, se convirtió de inmediato en un clásico, con covers como All your love (Otis Rush), Ramblin’ on my mind (Robert Johnson) y varios originales escritos por Mayall, entonces de 33 años mientras que Clapton y el bajista, John McVie, tenían solo 21. Cuando Clapton se tomó un año sabático con un proyecto musical en otro país, Mayall cubrió su lugar con otra futura estrella de las seis cuerdas, Peter Green (1946-2020). Y, en la batería, para reemplazar brevemente a Hugh Flint, estuvo un par de semanas un flaquísimo y larguirucho músico de 20 años, Mick Fleetwood. En 1967 Mayall registró el álbum A hard road, donde destaca el instrumental The stumble. Green, McVie y Fleetwood formarían, poco después, la base de la primera formación de Fleetwood Mac. 

Tras la salida de Green y McVie, Mayall contrató a un chiquillo de 17 años que sería, a la larga, el guitarrista que más tiempo trabajó con él en esos creativos años. Mick Taylor se mantuvo al lado de los Bluesbreakers hasta 1969, año en que se unió a The Rolling Stones como reemplazo del recientemente fallecido Brian Jones. Una vez más, John Mayall y su ojo clínico iban surtiendo de buenos músicos a las principales bandas de la época. También pasaron por su escuela, en distintos momentos, otros célebres nombres como el bajista Jack Bruce -antes de formar Cream con Eric Clapton y Ginger Baker- y los bateristas Keef Hartley y Aynsley Dunbar.

Bare wires (1968) incorpora al sonido básico de los Bluesbreakers instrumentos como violín, saxos alto/tenor y contrabajo, con toques de jazz y rock psiocodélico. En esa última versión de la banda, además de Mick Taylor en guitarra, Mayall tuvo a Dick Hecksall-Smith, Tony Reeves y Jon Hiseman, quienes fundarían ese mismo año el septeto de jazz fusión y prog-rock Colosseum. Un año antes, unió fuerzas con su contraparte norteamericana, Paul Butterfield, para grabar un EP de cuatro canciones, All my life.

Los extraordinarios álbumes Empty rooms, USA Union (1970) y el LP en vivo Jazz blues fusion (1972) muestran un aspecto diferente de la producción musical de John Mayall, instalado desde 1969 en las bohemias colinas de Laurel Canyon en Los Angeles, California, lugar que se convirtió en el epicentro de la efervescente y bucólica movida del folk-rock, donde coincidieron todas las más rutilantes personalidades de la generación Woodstock y más allá -los ecos del vecindario se extendieron hasta la llegada de artistas como Eagles, Jackson Browne y Linda Ronstadt, durante la primera mitad de los años setenta como podemos ver en el documental Laurel Canyon: A place in time (Alison Ellwood, 2020). 

En esos discos Mayall se desprende de la electricidad para ofrecer un sonido natural en el que despliega todas sus capacidades como multi-instrumentista -revisar su piano en Marsha’s mood (The blues alone, 1967), por ejemplo-, además de rodearse de un elenco cambiante y talentoso de músicos norteamericanos. De hecho, la primera referencia a su nueva casa apareció en el LP Blues from Laurel Canyon (1968), aunque en realidad se grabó en los estudios Decca de Londres, un año antes de la mudanza. Para esa nueva etapa, convocó a experimentados ejecutantes como el guitarrista Harvey Mandel y el bajista Larry Taylor, ambos integrantes del quinteto Canned Heat, así como el violinista Don “Sugarcane” Harris y el baterista Ron Selico, conocidos por sus trabajos con Johnny Otis y Frank Zappa.

En 1971 apareció el LP doble Back to the roots, una clase magistral de todo lo que él mismo había ayudado a desarrollar. Desde la inicial Prisons of the road hasta el cierre con Travelling, Mayall y su mini orquesta nos llevan de la mano por un camino en el que nos encontramos con todos los héroes anónimos del blues. Ecos de John Lee Hooker -a quien había acompañado con su banda en Londres- y Freddie King en las guitarras -tocadas por Eric Clapton, Harvey Mandel y Mick Taylor-, el fantasmal Hammond B-3 de Mayall y el bajo caminante de Larry Taylor dominan las 18 canciones de este disco, una joya que incluye desde un homenaje a Jimi Hendrix -Accidental suicide- hasta excelentes instrumentales como Blue fox y Boogie Albert.

John Mayall tenía una profunda vocación por enseñar. En aquella entrevista de homenaje que le hiciera The Guardian, revela algo de esa cruzada didáctica que lo movilizó durante años. “Por eso mi cuarto disco –Crusade (1968)- llevó ese título. Ese era el propósito de todo lo que hacía en ese momento. Usar mi posición para dirigir la atención del público hacia aquellas personas que eran menos conocidas de lo que deberían haberlo sido”. De ahí su pasión por reivindicar a estrellas olvidadas de los años treinta y cuarenta pero no solo interpretando sus canciones sino creando cosas nuevas, a más de 6,000 kilómetros de distancia de las plantaciones de algodón en las que se originó el blues.

Entre 1972 y 1979, Mayall lanzó una cadena de álbumes en los que interactuó con lo mejor de lo mejor en cuanto a músicos de sesión. Su prestigio como compositor de blues y su vigencia en el circuito de conciertos le aseguraron una fiel base de seguidores que jamás dejaron de consumir sus producciones. En ese tiempo la tragedia rondó a su familia. En 1979, un voraz incendio consumió su casa en Laurel Canyon dejándolo literalmente en la calle. Su segunda esposa Maggie Parker recordó sobre esa ocasión: “Escapamos solo con nuestras vidas intactas y la ropa que llevábamos puesta. John y yo corrimos como locos, pasando entre las llamas en el carro de un amigo“. Según crónicas de la época, el artista perdió miles de dólares en grabaciones de audio, cintas de video y su colección de antigüedades del siglo 19.

Ese mismo año grabó uno de sus discos menos difundidos, con un sonido cercano al funk y la música disco, titulado Bottom line. Aquella grabación fue el colofón de un periodo en el que Mayall, sin alejarse de su estética bluesera, exploró sonoridades diferentes con secciones completas de vientos, percusiones dinámicas y coros femeninos. En este álbum participaron notables músicos de sesión como Steve Lukather, Jeff Porcaro (guitarra y batería de Toto), los hermanos Michael y Randy Brecker (saxo y trompeta, respectivamente), Lee Ritenour (guitarra) y nuestro compatriota Alex Acuña (batería y percusión). A pesar de ello -y de incluir un cover de un clásico de los Allman Brothers Band, Revival-, el LP pasó casi desapercibido y jamás fue reeditado en CD.

Durante las décadas siguientes, su carrera se mantuvo activa, con inagotables giras y lanzamientos al margen de las tendencias del mercado y la fama de sus pupilos. En los ochenta, Mayall presentó una nueva versión de los Bluesbreakers y siguió su costumbre de promover nuevos guitarristas. Walter Trout, al borde del retiro por múltiples problemas de salud y adicciones, tocó con la banda entre 1984 y 1989 y desde entonces, considera a Mayall “su salvador”. Luego de eso Trout inició una interesante carrera en solitario que sobrepasa ya los veinte títulos de agresivo y clásico blues de carreteras. En el 2001, Mayall lanzó Along for the ride, junto a antiguos discípulos como Mick Taylor, John McVie, Peter Green e invitados de distintas generaciones como Steve Miller o Jonny Lang. El siglo XXI recién comenzaba y John Mayall, aferrado al blues, siguió adelante.

Diez discos en estudio y otros diez en vivo, publicados entre 2001 y 2022 -incluyendo un concierto especial por sus 70 años realizado en Liverpool, Inglaterra, en el 2003- dan cuenta de su sorprendente vitalidad. El último de sus álbumes, The sun is shining (2022), lo muestra lúcido y musicalmente fuerte, en terreno conocido, acompañado de la más reciente versión de los Bluesbreakers, activa desde el 2018, integrada por Greg Rzab (bajo, ex integrante de The Black Crowes y Gov’t Mule), Jay Davenport (batería, percusiones) y Carolyn Wonderland (guitarra, coros). Mayall falleció en su casa en California, en paz, rodeado de su familia y amigos cercanos. El blues ha perdido, como dice el comunicado publicado en su Instagram oficial, a “uno de sus principales guerreros”. 

 

  

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Blues, Blues-Rock, Eric Clapton, John Mayall, rock clásico

Uno de los temas centrales en la tradición de la crónica latinoamericana es el viaje. No se trata, sin embargo, de narraciones en clave turística o pintoresca, sino más bien cultural. En más de un caso, el viaje supone descubrimientos que calan con hondura en la sensibilidad, la percepción y el conocimiento del autor. El viaje autoriza un discurso que puede comprometer no solo un vínculo con el otro sino además el refuerzo de la propia identidad.

Darío, el gran poeta modernista, escribió espléndidas crónicas de viaje en las que al margen de una prosa ornamentada (a veces en exceso) daba cuenta de experiencias citadinas cuyo sentido iluminador no arrojaba dudas. Lo mismo París que Buenos Aires, surge allí el encanto del flanneur que se deslumbra o se extraña, que decanta su mirada y alimenta su intimidad de placeres y pesares. Otro tanto puede decirse de Martí, que recogió con sutileza sus desplazamientos por territorio estadounidense.

Valdelomar recorrió Roma con ojos de asombro y así lo detalló en diversos artículos enviados desde la legendaria capital del imperio. Vallejo encontró en París un espacio en el que nutrirse de las novedades del arte y la literatura, que cumplió en registrar con inteligencia y aguda observación en crónicas dignas de figurar en cualquier antología del género.

Valga esta rápida introducción para hablar de una compilación valiosa, hecha por el poeta y crítico Alejandro Susti: Crónicas desde Europa (1956-1957), de Sebastián Salazar Bondy. Aprovechando una beca para estudiar dramaturgia en París, Sebastián Salazar Bondy permaneció poco más de un año en Europa, oportunidad que aprovechó para conocer con cierta minuciosidad la Ciudad Luz y recorrer otras ciudades europeas. El resultado: un muestrario de prosa espontánea, asombrada algunas veces, intimista otras, siempre propensa a una mirada inteligente sobre el arte, la cultura y algunas discusiones de su tiempo.  

El viaje es un estado de tránsito entre mundos distintos. Salazar Bondy parece no conceder demasiada importancia a la condición de extranjería, pues como refiere Alejandro Susti en el prólogo de su compilación, “el viaje constituye una etapa más en el proceso de reencontrarse con el país que lleva consigo donde quiera que vaya: la suya no es la experiencia de quien busca exiliarse de la patria o del anónimo latinoamericano cuyo talento se desperdicia por los corredores del azar” (p.12). Es importante remarcar esto porque el autor de estas crónicas mantiene una actitud dialogante con los lectores de su país de origen, habla para ellos con naturalidad, sin que las distancias ni las fronteras importen demasiado.

Propongo como ejemplo la crónica “Una tarde con Vallejo”, en la que el paseo parisino viene acompasado por el recuerdo de las referencias a la ciudad presentes en la poesía de Vallejo: “Busco, después, los castaños de París, porque a Vallejo la vida le gustaba ´con mi muerte querida y mi café / y viendo los frondosos castaños de París´ como escribiera en 1937” (p.22). 

La actualidad no deja de estar presente. La mirada de Salazar Bondy se detiene en diversas discusiones. Una de ellas, una disparatada teoría sobre la muerte de García Lorca, firmada por un gris biógrafo de apellido Schonberg, quien “intenta demostrar que la vida y la poesía de Lorca estuvieron permanentemente determinadas por móviles de morbosa índole sexual” (p.25). 

Una defensa del género epistolar (“Cartas del señor Dupont”) delata en Salazar Bondy al lector curioso, incapaz de desdeñar un material por banal o menor que parezca: “una carta es el documento más revelador de una personalidad, de sus secretos e intimidades”, dice en referencia a una célebre colección de cartas del artista Alfred Dupont, colección que califica como “un inmenso tesoro de sicología” (p.31). Otras apreciaciones se suman para perfilar a un hombre preocupado por el quehacer cultural: los museos, el teatro, el cine, los derechos de autor, entre otros.

Al lado de estas preocupaciones, algunos textos dejan lugar para la intimidad. Una celebración navideña con parte de su familia en Oslo, Noruega, o un emotivo reencuentro amical en la ciudad sueca de Lund, con el poeta Javier Sologuren, ponen notas de color y emotividad. Estas aventuras geográficas se completan con visitas a España, concretamente a Madrid, Sevilla y Cataluña, donde asoma una vez más el observador, el hombre atento a su tiempo, ese espíritu despierto y creativo que fue siempre Sebastián Salazar Bondy. Mención aparte a la edición, pulcra y ordenada.

Sebastián Salazar Bondy. Crónicas desde Europa (1956-1957). Alejandro Susti (editor). Lima: Universidad de Lima, 2024.

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Alejandro Susti, Salazar Bondy

Han abundado personas en las redes sociales que han abominado de la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas de Paris, porque los organizadores tuvieron la idea de representar la diversidad multicultural, étnica y de género que identifica a las sociedades modernas.

“Degeneración de Occidente”, clamaban los ultras, convencidos de que la cultura occidental está al borde de la destrucción por la inserción de los valores liberales de la tolerancia y la libertad (¡qué paradoja!).

Me ha parecido maravilloso que Francia haya decidido incorporar en la escenografía musical, artística y representacional a todas las comunidades que representan muy bien a su nación. Población afro, trans, LGTBQ+, marginales, etc. En esa explosión sublime de libertad es que brilla con toda su potencia la vitalidad de Occidente, no, como estos reaccionarios piensan, el germen de su destrucción.

“Europa se va a volver islámica”, vociferan a la par, invocando la descristianización de Europa. Primero, es un mito que las estadísticas desmienten la supuesta hegemonía islámica en el continente. Son una minoría significativa. Segundo, la descristianización ya ocurre en Europa desde hace mucho, producto de la pérdida de predicamento de una iglesia católica desvencijada y acosada por una epidemia de acusaciones de pedofilia. Europa se ha secularizado en buena hora.

Occidente se está revitalizando con la explosión de multiculturalidad, igualdad de género, derechos civiles (matrimonio igualitario, aborto, luchas feministas, etc.). Está muy lejos de la decadencia que la grita conserva exalta.

Quienes quieren una Europa blanca, cristiana, conservadora, familiarmente heterosexual, son los que causarían la destrucción de Occidente. Occidente no se identifica con la cristiandad. Por el contrario, la modernidad surge cuando, desde Locke en adelante, se invoca la separación de la Iglesia del Estado.

Es la ultraderecha conservadora la amenaza que se cierne contra Europa y los Estados Unidos (de paso, también en países subdesarrollados como el nuestro). Los valores de libertad van por otro lado de sus pretensiones conservadoras y reaccionarias. La supervivencia del capitalismo liberal va de la mano con la atmósfera cultural moderna y libertaria que ayer ha sido representada cabalmente en una extraordinaria ceremonia de inauguración olímpica.

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olimpiadas 2024, Paris 2024

La elección de Eduardo Salhuana a la presidencia del Congreso consagra el ascenso político del crimen organizado alrededor de la minería ilegal. Las vinculaciones del nuevo titular del Legislativo con esa minería están más que probadas por su agenda de visitas al Congreso y por un conjunto de iniciativas legales presentadas por su persona en los últimos tiempos.

Y ya no hablamos de pequeños empresarios informales que se agencian recursos en base a prácticas artesanales, sino a zonas del territorio nacional en las cuales bandas criminales han encontrado un filón que explotar desplazando a los antiguos mineros de ese perfil.

Resulta increíble comprobar que el lobby político de César Acuña para imponer a un partidario suyo (que bien pudo ser Lady Camones y no estaríamos en la situación degradada de hoy), pesa más que la eventual presión que pueda haber ejercido la poderosa Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía para evitar este desenlace. ¿Este gremio no tiene brazos comunicantes con Keiko Fujimori para poder haberla persuadido del despropósito? ¿Se dieron por bien servidos con una insulsa campaña publicitaria en medios televisivos y creyeron que bastaba para sensibilizar a la opinión pública y a la clase política?

Se sabe sobradamente el papel destructor de las economías ilegales respecto de la democracia. Corrompen todo el sistema de poder y van escalando paulatinamente. Ya llegaron con Castillo hasta Palacio de Gobierno; ahora repiten de alguna manera el plato, si se tiene en cuenta que es el Congreso el que manda en el país y no Dina Boluarte.

El año político que se viene va a ser de espanto. La degradación de la democracia peruana va a continuar su rumbo, gracias al pacto espúreo del Ejecutivo y el Legislativo, en base a simples cuotas de poder, sin ninguna consideración por políticas públicas de primer orden, como seguramente quedará corroborado en el poco esperado mensaje presidencial de Fiestas Patrias.

Hoy hemos descendido un peldaño más en la calificación democrática del país. Y esta degradación va a traer consecuencias graves en las elecciones del 2026. Doble responsabilidad la que les corresponde a los autores mediatos de este desaguisado, particularmente Keiko Fujimori y César Acuña, con la anuencia de Perú Libre y Avanza País.

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La enorme cantidad de venezolanos que migró a nuestro país (alrededor de millón y medio) despertó tendencias xenófobas que, inclusive, fueron amplificadas en algunos casos por líderes políticos, felizmente sin mayor eco.

Pero el tema podría escalar de manera significativa en los próximos meses y es bueno advertirlo. Nada hace pensar que este domingo, la dictadura de Nicolás Maduro no perpetre un desvergonzado fraude que lo perpetúe en el poder, ahondando la ruina de Venezuela. Si eso ocurre, ya algunos especialistas advierten una oleada migratoria sin precedentes (se calcula que cerca de cuatro o cinco millones de venezolanos abandonaría sus tierras en búsqueda de un porvenir económico y político mejor para los suyos).

Después de Colombia, el Perú es el mayor destino de la migración venezolana. Luego de Caracas, Lima es la ciudad con más venezolanos en el mundo. Hasta el momento, fuera de las manifestaciones xenófobas señaladas, su recepción, sin embargo, ha sido favorable, no se les ha arrinconado en guetos, se han integrado urbanamente por todo el territorio nacional y participan de la vida laboral sin mayores sobresaltos.

Pero eso podría cambiar si se produce la escalada migratoria advertida. Si llega masiva y rápidamente un millón y medio más de venezolanos, que no sorprenda que el tema sea central en la campaña electoral y que se invoque los espíritus más primitivos de la sociedad para cosechar votos.

Hay que estar advertidos y el gobierno haría bien en estarlo también. Particularmente, saludo la migración venezolana. Son compatriotas y como tales hay que tratarlos, dándoles todas las facilidades para insertarse en la sociedad peruana. Su aporte a la economía es importante, aun cuando nadie lo haya medido a cabalidad.

Y si vinieran migraciones de otros países, bienvenidas también. El Perú es un país de migrantes. Solo un sector rancio y vergonzoso de la clase alta peruana mantiene la percepción de que la llegada de provincianos a Lima ha sido una desgracia. Pero el crisol de razas y culturas que es el Perú es lo que nos da el valor sociocultural que podemos exhibir y el factor que nos otorga una potencialidad económica sin par en la región.

Haría bien el propio periodismo en reflexionar sobre el tratamiento prejuicioso y sesgado con el que suelen informar sobre el tema, asociando, sin ningún rigor estadístico, a los venezolanos con la delincuencia. El amarillismo mediático es uno de los factores que contribuye a alentar la xenofobia, esa lacra cultural que debemos desterrar.

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Pronto se cumplirán 200 años de haber conseguido la independencia del Perú y del continente americano. Por razones limeñas celebramos nuestra independencia el 28 de julio de 1821, cuando se intentó tener un estado autónomo, con su propia constitución. Pero hoy sabemos que tuvo muy poca vigencia, pues los ejércitos libertadores y sus líderes, el argentino José de San Martín y el venezolano Simón Bolívar fueron quienes nos gobernaron hasta conseguir la emancipación. 

Si triunfamos sobre los realistas, tampoco fue debido solamente a los militares. Todos recordamos la astucia con la que el norteño Andrés Rázuri y el argentino Isidoro Suárez (bisabuelo de Jorge Luis Borges), desafiaron las órdenes y se lanzaron contra las fuerzas de Canterac, aunque en realidad no hubiera sido posible el triunfo si no hubiéramos contado con la fuerza de la población local, recordada como “montoneros”: fueron esos hombres y mujeres armados rudimentariamente, quienes bajando desde las alturas hasta la pampa de Junín apoyaron a los húsares y vencieron a una tropa realista numerosa y desconcertada. 

Ante la encrucijada de si debemos celebrar como fecha central la proclamación del 28 de julio de 1821 o la derrota del ejército realista el 6 de agosto o la rendición de la corona el 9 de diciembre de 1824, el Perú optó por celebrar cuatro años de independencia. La primera celebración ocurrió durante los gobiernos de Augusto Leguía. Cuando celebró el centenario de 1921 ante sus invitados nos describió como un país hijo de España, que había madurado lo suficiente como para gobernarse solo, discurso hegemónico que los españoles habían construido para aceptar su derrota. En ese momento, Leguía aún mantenía un discurso contra la oligarquía civilista y se había abierto hacia las posturas indigenistas de aquel momento. Pero es justo el año 1924 cuando se impone en las elecciones como único candidato y empieza su propuesta de la Patria Nueva, proyecto político de una dictadura que culminaría violentamente en 1930. 

Dadas las fechas, para la dictadura de Leguía la más grande celebración con invitados internacionales, se centró en el triunfo de Ayacucho, poco tiempo después de haber empezado su nuevo gobierno. Orgulloso del boato, para festejar y festejarse culminó la Plaza San Martín y el Hotel Bolívar, levantó monumentos en Junín y Ayacucho, creó la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia y levantó el Palacio Arzobispal. Fue el momento cumbre de su dictadura. 

100 años después, el año 2021, cuando Pedro Castillo fue elegido Presidente de la República, parecía que por fin tendríamos a un Presidente que representara a la población más relegada del país. Pero un año después vimos su incapacidad para controlar las redes de clientelaje y corrupción que hoy nos gobiernan. Encarcelado, fue reemplazado por Dina Boluarte, quién empezó su gobierno con terribles masacres. Hoy, cuando le toca celebrar el año más importante, cuando culmina un proceso emancipatorio que comenzó el siglo XVIII con rebeliones como la de Túpac Amaru II, nos encontramos con una dictadora que está al sometida al Congreso de la República y sus cohortes de corrupción, con un gabinete que sólo se dedica a defenderla y que le da la espalda a la población. El Bicentenario no parece importarle. Entrar a la Conmemoración histórica de la página web de la celebración del Estado nos dice todo, la última publicación es del año 2023, cuando ella prometía una gran celebración que convocaría a los países vecinos para festejar los doscientos años de la liberación de América del Sur. Hasta ahora no sabemos si ocurrirá. Nuestro gobierno no tiene buenas relaciones ni con nosotros, ni con los países vecinos. 

De dictadura en dictadura, tener a una persona sin ningún proyecto político salvo el de verse plena de joyas y producida por la cirugía plástica, ha traído abajo el entusiasmo con el que pocos años atrás pensamos que el país podía empezar una nueva ruta, de reconocimiento a las poblaciones más relegadas del país. Ojalá este sea un año de inflexión y que el próximo nos espere con el empeño de una nueva generación de jóvenes políticos, con una mirada clara de cómo acabar con las brechas que tanto nos dañan. No nos rindamos, se lo debemos a la juventud peruana. Que sea un 28 sin perder la esperanza.  

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