Opinión

Que las declaraciones de Vladimir Cerrón sobre la necesidad de una Asamblea Constituyente sean respondidas acremente por Keiko Fujimori en defensa de la Constitución del 93, plantea un debate inocuo, porque a muy pocos les interesa en estos momentos esa discusión.

Bienvenida la polémica, por lo menos salimos del chato nivel político que en el Congreso y en el Ejecutivo se aprecia en estos momentos, pero lo que las circunstancias demandan es que se arme la bronca temática sobre los asuntos acuciantes de la coyuntura, como son la crisis económica, la inseguridad ciudadana y la corrupción, como ha revelado una reciente encuesta de Ipsos.

No hay nadie de los partidos políticos dispuesto en meterse en el debate de cómo salir del terrible entrampamiento económico en el que nos hallamos. Los economistas sí han entrado de lleno al escenario, pero no se escucha una voz orgánica de quienes pretenden tener responsabilidades políticas en el futuro, ni a los del establishment congresal ni a los nuevos actores en ciernes.

Lo mismo sucede con el terrible problema de la creciente ola delincuencial. No faltan los émulos de Bukele o los promotores de la xenofobia antivenezolana y de allí no salen para atender un problema que ya amenaza con corroer los cimientos de la mínima civilización democrática en el país, pero no se oye padre respecto de nuestros políticos. Nadie dice ni pío, ni siquiera sobre las propuestas que el gobierno ha lanzado en el mensaje presidencial y que se traducen en el pedido de facultades legislativas presentado.

Mucho menos se escucha planteamientos sobre cómo romper el nudo gordiano de la corrupción que nos está arruinando. Sada Goray es el personaje del momento, pero como ella hay cientos y actúan en todas las instancias del sector público (gobierno nacional, regionales y locales), y la Contraloría se muestra inoperante para prevenir siquiera el desmadre. ¿Alguien ha escuchado acaso por azar alguna propuesta de los políticos sobre la materia? Por el contrario, se les ve orondos bajando los plazos de prescripción o a los congresistas pretendiendo recuperar la imnunidad.

La del estribo: arranca con bríos el 27 Festival de Cine de Lima que organiza la PUCP. Un dato: el miércoles 16 dan en el cine Alcázar a las 16.30 Yana Wara, película póstuma de Óscar Catacora, a las 19.15, Historias de Shipibos, de Omar Forero, y a las 21.45 Diógenes, ópera prima de Leonardo Barbuy, lo mejor de la producción nacional de este festival. Una maratón o un empacho cinéfilo. Compre última fila, así nadie le patea el asiento, ruegue que no le toque un removedor de canchita al costado e invoque a los dioses para que no haya cerca un tarado que no deje de mirar su celular. Y a disfrutar de buen cine peruano.

 

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[EL DEDO EN LA LLAGA] Dani, estudiante de psicología en Nueva York, traumatizada por el suicidio de su hermana Terri tras el asesinato de sus padres, mantiene una relación tensa y conflictiva con su novio Christian, estudiante de antropología. Ambos viajarán junto con Mark y Josh, también estudiantes de antropología, a una localidad remota de Suecia, por invitación de Pelle, otro estudiante de nacionalidad sueca, para participar en una tradicional celebración de solsticio que ocurre cada 90 años. Se convertirán así en invitados de la comunidad de Harga, una especie de secta de creencias neopaganas, y serán testigos, junto con otra pareja estudiantil proveniente de Londres, de extraños rituales asociados al culto de la naturaleza, representados gráficamente en inquietantes pinturas que ornan las paredes del local comunitario donde todos duermen. Casi todo ocurrirá bajo la luz diurna, a vista y paciencia de todos: el horroroso suicidio de una pareja de ancianos, las mesas servidas para un banquete con carne pudriéndose al sol, un extraño ritual de apareamiento, la danza frenética hasta desfallecer de muchachas en estado de euforia, los sacrificios humanos como tributo a la naturaleza. Y si algún visitante transgrede alguna norma de la comunidad -aun sin ser consciente de ello-—desaparece misteriosamente y termina siendo sacrificado—, como ocurrirá con casi todo el grupo de foráneos.

Sin embargo, no hay nada que haga sospechar algo siniestro en los miembros del colectivo pagano, pues entre ellos siempre parece reinar la concordia y la vida está teñida de una atmósfera de idilio campestre, de armonía con la naturaleza, de un sentimiento de familia y una sencillez sincera que despierta en Dani añoranzas de la vida familiar que ella ha perdido y que no avizora en el futuro en su relación con Christian. Coronada Reina de Mayo por haber sido la única muchacha en quedar en pie después del ritual de la danza, terminará eligiendo a Christian como parte del sacrificio cruento a la naturaleza que hay que realizar. Y en la escena final, su angustia ante todo el terror que ha presenciado se convertirá en una sonrisa radiante de felicidad.

El final es ambiguo y está abierto a interpretación. Una de ellas es que Dani logra librarse de todo aquello que la atormenta y alcanza su libertad. Mi interpretación es otra: Dani acepta interiormente las normas de la comunidad sectaria que se ha convertido en su familia y normaliza el terror que ha vivido; su lavado de cerebro ha sido completado.

Es esta variable, la del lavado de cerebro como forma de control mental e influencia social, la que muchas veces se omite cuando se examina los casos de abuso en el Sodalicio. ¿Por qué hay tantos que dicen que no vieron nada que pueda considerarse como abuso, cuando los abusos físicos y psicológicos ocurrían a vista y paciencia de los miembros de las comunidades sodálites? Por la misma razón que los integrantes de Harga en la película “Midsommar” no veían los horrores que albergaba su comunidad: porque tenían la mente formateada y no tenían la capacidad de juzgar como horrores aquello que consideraban parte esencial de su existencia comunitaria. Una mirada desde fuera sí que era capaz de ver esos horrores como lo que eran, como abusos que lesionaban la dignidad humana.

En el Sodalicio todos hemos sido testigos de los abusos que se cometían, pero mientras se vivía en la comunidad dentro de la órbita del pensamiento y la disciplina sodálites, no era posible identificar esas prácticas como abusos. Es decir, veíamos los horrores que ocurrían, pero no veíamos en ellos abusos. Además, no podíamos contar a la gente de afuera lo que ocurría dentro de los muros de las comunidades. Hacer eso se consideraba una indiscreción que rozaba la traición, pues la gente de afuera supuestamente no iba a entender lo que hacíamos. Como en la comunidad de “Midsommar”, se vivía una especie de aislamiento y separación del mundo común y corriente, y hacia adentro de las comunidades imperaban otras normas y reglas.

Esta ceguera hacia los abusos la puedo ilustrar con un ejemplo.

El 23 de agosto de 2018 recibí una carta notarial de Mons. José Antonio Eguren motivada por un artículo que yo había había publicado el 13 de agosto de 2018 con el título de “Mons. Eguren, la fachada risueña del Sodalicio”, solicitándome que me rectificara en varios puntos. Entre otras cosas, yo afirmaba que Mons. Eguren “incluso habría sido testigo de algunos abusos y maltratos”, lo cual él negaba y consideraba difamatorio y en perjuicio de su honra. Hay que decir que esta carta fue similar a las que recibieron Pedro Salinas y Paola Ugaz, y constituía el paso previo para una querella por la vía judicial.

Parece que la respuesta que publiqué el 27 de agosto lo disuadió de tomar ese paso. Allí le decía yo a Mons. Eguren lo siguiente:

«Te creo si dices que no sabías nada de los abusos sexuales perpetrados por las cabezas del Sodalicio y otros miembros de jerarquía inferior. Pero respecto a maltratos psicológicos y físicos —los cuales durante mucho tiempo nos acostumbramos a ver como normales debido al formateo mental que todos hemos sufrido en el Sodalicio—, ¿puedes decir que no viste nada? ¿No vivimos ambos en la misma comunidad en Nuestra Señora del Pilar, no sólo en Barranco sino también cuando temporalmente funcionó en La Aurora (Miraflores), y también en la comunidad de San Aelred (Magdalena del Mar)? Yo vi a miembros de comunidad castigados durmiendo en la escalera. ¿No los viste tú? Vi a varios obligados a tener que alimentarse sólo de pan y agua —o peor, de lechuga y agua— durante días. ¿No los viste tú también? En reuniones nocturnas donde tú también estabas presente vi también como se forzaba a los miembros de comunidad a revelar sus interioridades, sin ningún respeto por su derecho a la intimidad, muchas veces siendo objeto de humillaciones y de un lenguaje procaz y ofensivo. ¿Lo has olvidado? Yo te he visto contribuir a castigar con la ingestión de mezclas repugnantes de comida (postres mezclados con condimentos salados y picantes) a sodálites que estaban de prueba en la comunidad de San Aelred, bajo la responsabilidad de Virgilio Levaggi. ¿Te falla la memoria? Cuando yo estaba en San Bartolo en el año 1988, tú visitabas con frecuencia la comunidad para celebrar Misa y oír confesiones. Después te quedabas a comer y en las conversaciones te enterabas de las cosas que se hacían en San Bartolo. ¿Hasta ahora no has captado que varias de esas cosas eran abusos y maltratos? ¿Acaso no estuviste siempre de acuerdo con que nosotros, miembros de comunidad, mantuviéramos la mayor distancia posible hacia nuestros padres? Asimismo, cuando eras superior en Barranco, no podía llamar por teléfono ni salir a la esquina si no tenía permiso tuyo. Quien se ausentaba de la casa sin permiso era después severamente castigado. ¿No era esto una especie de coerción de nuestra libertad?»

En resumen, los abusos físicos y psicológicos nunca se perpetraron a escondidas en el Sodalicio, pero estábamos condicionados para ver en esas cosas solamente “rigores de la formación” y no abusos vejatorios de nuestros derechos humanos.

Respecto a los abusos sexuales, la gran mayoría de ellos ocurrieron en habitaciones a puerta cerrada, adonde no estaba permitido ingresar sin permiso del superior de la comunidad o del consejero espiritual que estaba dentro de la habitación. Para cometer esos abusos bastaba con que el perpetrador tuviera un puesto de autoridad y que tuviera asignada una habitación para efectuar conversaciones y consejerías privadas con sodálites a su cargo. La disciplina de la obediencia hacía el resto. Nadie podía entrar y la víctima no podía hablar de lo sucedido, pues el formateo mental le impedía categorizar lo sucedido como un abuso sexual y tampoco tenía autorización para hablar de lo que había sucedido entre su guía espiritual y él.

Por lo tanto, no se puede afirmar categóricamente —como sí se puede hacerlo de los abusos físicos y psicológicos— que había todo un sistema para abusar sexualmente de las víctimas. Tampoco hay certeza de que otros miembros de la cúpula sodálite estuvieran enterados de los abusos sexuales de los líderes en el momento en que ocurrían. Por eso mismo, cuando se enteraban de algún caso —como ocurrió con Virgilio Levaggi y Jeffery Daniels—, el sujeto era puesta bajo un estricto régimen de disciplina que debía hacer las veces de castigo y medida correctiva. Sin embargo, sí hubo un sistema de encubrimiento, pues las autoridades sodálites nunca denunciaron ni ante tribunales eclesiásticos ni ante la justicia civil a ninguno de los abusadores que descubrieron en su seno. Y también hay que recalcar que el sistema de disciplina que incluía los abusos físicos y psicológicos generalizados como parte integrante del mismo fue el que posibilitó que se llegara en algunas ocasiones a abusos sexuales.

El lavado de cerebro llegó a ser tan profundo, que los sodálites estaban predispuestos a no ver abusos donde la gente normal sí los vería. Y a no creer que sus líderes, respetados en vida como personas con un aura de santidad, pudieran cometer abusos sexuales. No los culpo. Yo pasé casi 30 años de mi vida sin ver nada, y cuando al fin pude librarme del formateo mental, tuve que rearmar el rompecabezas de mi vida y pude por fin ver los abusos que yo había sufrido y otros de los cuales fui testigo. Esos mismos hechos que habían sido para mí durante décadas los abusos que no vimos.

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[MÚSICA MAESTRO] Uno de los momentos más conmovedores que se hayan visto en la historia de los conciertos de rock tuvo a Sinéad O’Connor como protagonista. La cantante irlandesa había sido invitada a participar, junto a un elenco de grandes estrellas, para celebrar los 30 años de vida artística de Bob Dylan, en el Madison Square Garden de New York. Cuando fue llamada al escenario para interpretar I believe in you, del álbum Slow train coming (1979) – el primero de Dylan tras su conversión al Cristianismo-, fue abucheada de forma ininterrumpida, durante algo más de dos minutos. Sola y frágil, se paró delante de ese público hostil y esperó, con los brazos cruzados y los ojos fijos en el suelo.

Kris Kristofferson, quien la había anunciado, se puso a su lado para brindarle su apoyo. Los músicos comenzaron a tocar los primeros acordes del tema de Dylan pero, como la pifia continuaba, ella les ordenó que se detengan. Furiosa, se arrancó los audífonos que llevaba puestos y les escupió, a gritos y a capella, la letra de War, tema grabado por Bob Marley en 1976 que adapta un emotivo discurso del monarca etíope Haile Selassie (1892-1975), patrón del rastafarianismo, contra el racismo y la discriminación. Al terminar, Sinéad, de apenas 25 años, se echó a llorar a los brazos de Kristofferson. Fue el 16 de octubre de 1992.

Dos semanas antes, ella había hecho lo mismo en uno de los programas de televisión más sintonizados de Estados Unidos, Saturday Night Live, con un detalle adicional. Mientras entonaba el último verso de la canción -“confiamos en la victoria del bien por encima del mal”- sostuvo delante de las cámaras una fotografía del Papa Juan Pablo II y la hizo añicos mientras gritaba “Fight the real enemy!” (“¡Combate al verdadero enemigo!”). En su interpretación, O’Connor introdujo la frase “abuso infantil”, poniendo en la agenda pública algo que, para ese entonces, ya era un ignominioso e impune secreto a voces: la inacción de la Iglesia Católica frente a casos de violaciones sexuales a niños, perpetradas por personajes como Fernando Karadima (Chile) o Marcial Maciel (México), que recibían protección del mismísimo Karol Wojtyla. Aquella valiente protesta hizo que un sector muy influyente del establishment le diera la espalda a la artista.

Madonna, por ejemplo, intentó desautorizarla. Después se supo que fue un celoso disfuerzo para evitar que el impacto mediático provocado por la fuerte declaración de O’Connor le robara atención a su quinto disco Erotica y el hipersexualizado libro de fotos que lo acompañaba, lanzados ese mismo 1992. Otro de sus notables críticos fue nada menos que Frank Sinatra (1915-1998) quien la llamó “vulgar y estúpida” tras lo ocurrido en SNL. Un par de años antes, “La Voz” ya había amenazado a Sinéad con “patearle el trasero” por decir que, si antes de uno de sus conciertos sonaba el himno de los EE.UU., ella se negaría a salir al escenario.

La aparición de Sinéad O’Connor en el escenario pop-rock fue un desafío a la imagen de la mujer en la música de fines de la década de los ochenta. La frivolidad había copado casi todos los espacios, dando origen a lo que ocurrió después, desde Britney Spears hasta Dua Lipa -pasando por la infinidad de variantes internacionales y nativas cuyos ecos cada vez más degradados gozan, lastimosamente, de robusta vigencia-. A eso, Sinéad respondió de manera radical: ausencia de elementos glamorosos o exhibicionistas (cabeza rapada, ropa sencilla, movimientos espasmódicos), actitud ambigua frente a su sexualidad, mirada fija y penetrante, a menudo molesta. Y canciones que trasuntaban lo filosófico y lo íntimo, de letras inteligentes interpretadas con una voz suave pero intensa, capaz de enternecer pero también de angustiar por sus niveles de tensa emotividad.

Su álbum debut, The lion and the cobra (1987) -título que hace referencia a un versículo del Antiguo Testamento (Salmos 91:13)-, obtuvo moderada presencia en radios británicas con temas como Mandinka, Troy y I want your (Hands on me), con un estilo que la acercaba a heroínas del rock británico como Kate Bush y Siouxsie & The Banshees pero con ecos de folklore irlandés, presentes a lo largo de toda su discografía (como en este tema de su segunda placa, I am stretched on your grave). De hecho, en este disco destaca el tema Never get old, en el que colabora con ella la cantante Enya, diva de la música celta, que en ese entonces iniciaba también su camino en solitario, tras separarse del combo familiar Clannad. Vocalmente, O’Connor es antecedente directo de lo que hizo Dolores O’Riordan (1971-2018) al frente de The Cranberries, otra importante banda irlandesa de esa década. Cantantes como la canadiense Alanis Morissette o la islandesa Björk reflejan también la influencia que tuvo Sinéad O’Connor en su generación.

1990 fue el año de su absoluta consagración. Aun cuando sus canciones propias tenían la suficiente potencia expresiva como para destacar en una escena pop paralizada por la superficialidad, fue un cover el que la catapultó a los primeros lugares. Nothing compares 2 U -una balada gospel que Prince (1958-2016) había escrito en 1984 para su proyecto paralelo The Family-, incluida en su segunda producción discográfica I do not want what I haven’t got (1990), se transformó en un desgarrador lamento que, con la voz y personalidad de Sinéad, cobró más de un significado. El videoclip mostraba, en primerísimo primer plano y sobre fondo negro, el rostro una jovencita de 23 años, de impactante palidez y mirada profunda, procesando su dolor a través de varias emociones encontradas: cólera, tristeza, reflexión y llanto contenido.

La hipnótica instrumentación de Nothing compares 2 U simulaba un conjunto de cuerdas a través del uso de sintetizadores (semejantes a los mellotrones en el prog-rock de los setenta), con melancólicos arreglos escritos por ella y el productor Nelle Hooper (Björk, Massive Attack). El tema disparó las ventas del LP, -y habría desatado la ira de Prince, como ella relató en su autobiografía Rememberings (Penguin Random House, 2021), quien hizo su propia versión muchos años después, en el 2000. El disco contenía otras muy buenas canciones como The Emperor’s new clothes, The last day of our acquaintance o la conmovedora Black boys on mopeds, que condena la brutalidad policial aplicada durante el gobierno de Margaret Thatcher en Reino Unido. Así, entre densos exorcismos personales, sinceras reflexiones sobre el amor y denuncias de naturaleza político/social, la vulnerabilidad de Sinéad O’Connor quedó expuesta sin ambages. Dos años después pasó lo de la foto del Papa, que la consolidó como una voz honesta que solo obedecía a sus propias convicciones, a pesar de los prejuicios y enemigos famosos que se ganó por ello.

Ese mismo 1992, apareció su tercer álbum Am I not your girl?, una selección de estándares de jazz y musicales de Broadway, acompañada por una big-band. Aunque en su momento pasó casi desapercibido, el disco contiene buenas versiones de How insensitive, de Antonio Carlos Jobim; Bewitched (bothered and bewildered), que fuera éxito en la voz de Doris Day en 1949; Why don’t you do right?, grabada por Peggy Lee en 1942; o I want to be loved by you, canción que hiciera famosa Marilyn Monroe en la película Some like it hot (Billy Wilder, 1959). Don’t cry for me Argentina, del musical Evita (Andrew Lloyd Webber, 1976), también aparece en este disco, cuatro años antes de la disforzada grabación de su némesis, Madonna. Como parte de la campaña promocional de este disco, Saturday Night Live la tuvo como invitada musical en el inolvidable capítulo que desató la ira reaccionaria de una considerable porción del público en aquel homenaje a Bob Dylan.

Después de su cuarto álbum Universal mother (1994), que generó un par de singles, Fire on Babylon y Thank you for hearing me -sobre su breve relación con Peter Gabriel-, además de homenajear a Kurt Cobain con una delicada versión de All apologies (In utero, 1993), a medio año del suicidio del cantante y guitarrista de Nirvana, O’Connor “desapareció” discográficamente hasta el año 2000, en que salió Faith and courage. Y las comillas son porque, aunque no lanzó ningún disco con material propio, sí se mantuvo muy activa colaborando con artistas como Richard Wright -tecladista de Pink Floyd-, The Who y la organización Red Hot para el álbum Red Hot + Rhapsody, celebrando los 100 años de nacimiento de George Gershwin (1898-1937), interpretando el estándar Someone to watch over me, de 1926.

Luego, en el 2005, apareció Throw down your arms (2005), un disco de reggae que grabó en los legendarios estudios Tuff Gong de Kingston, Jamaica, bajo la producción de Sly & Robbie, donde incluyó una versión en estudio de la polémica War, junto a covers de otras estrellas jamaiquinas como Burning Spear, Peter Tosh, Israel Vibration, entre otros. Dos años después publicó Theology (2007), con canciones dedicadas a la religión como I don’t know how to love him (de la ópera-rock Jesus Chist Superstar), The glory of Jah (compuesta por ella en homenaje al rastafarianismo), Rivers of Babylon (exitazo de Boney M en 1978), entre otras. Sus dos últimos álbumes en estudio, How about I be me (And you be you)? (2012) y I’m not bossy, I’m the boss (2014) prosiguen la línea temática de reivindicación frente a toda clase de abusos y discriminaciones.

Sinéad O’Connor interactuó siempre con los mejores. En 1986, apenas a sus 20 años, trabajó con The Edge y Larry Mullen Jr., de sus compatriotas U2, en Heroine, tema central de una película anglofrancesa llamada Captive. En julio de 1990, en medio del megaéxito global de Nothing compares 2 U, participó en la puesta en escena de Roger Waters, The Wall – Live in Berlin, para celebrar la caída del muro que dividió a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. En aquella ocasión, O’Connor se unió a Garth Hudson, Rick Danko y Levon Helm de The Band para entonar Mother, oscura composición del líder de Pink Floyd acerca de madres abusivas y castrantes. También grabó una dulce versión de Sacrifice, para el tributo a Elton John & Bernie Taupin Two rooms, en el que participaron grandes nombres como Tina Turner, Kate Bush, Eric Clapton, Phil Collins, entre otros.

Ese mismo año, en octubre, integró el elenco internacional del concierto benéfico Desde Chile… un abrazo a la esperanza, organizado por Amnistía Internacional, donde actuó frente a miles de personas en el Estadio Nacional de Santiago con Sting, Rubén Blades y Peter Gabriel. Con este último colaboró en las canciones Blood of Eden y Come talk to me, para el álbum Us (1992) del ex vocalista de Genesis. Al año siguiente grabó You made me the thief of your heart, tema central de la banda sonora de la laureada película In the name of the father, del director irlandés Jim Sheridan, protagonizada por Daniel Day-Lewis. Y, en 1995, se unió a The Chieftains para interpretar dos canciones tradicionales, The foggy dew y He moved through the fair, incluidas en el disco The long black veil, en que el grupo de folk irlandés más famoso del siglo XX hace dúos con gente como Mick Jagger/Keith Richards, Van Morrison, Ry Cooder, entre otros. El colectivo Massive Attack solicitó su voz para tres canciones del disco 100th window (2003), el cuarto de la excelente banda de trip-hop. Aquí podemos ver y escuchar una de ellas, la enigmática Special cases.

La controversia y la tragedia marcaron la vida personal de Sinéad O’Connor, como cuenta el elocuente documental Nothing compares (Kathryn Ferguson), estrenado en el prestigioso Sundance Film Festival 2022. Fue víctima de abuso infantil a manos de su propia madre. Criada en un ambiente católico ortodoxo -se ordenó como sacerdotisa siendo aun muy joven-, se declaró durante años como cristiana creyente y posteriormente, desde el 2018, se convirtió al Islam y cambió su nombre a Shuhada’ Sadaqat (aquí un concierto de esa etapa). Diagnosticada con trastornos de la personalidad -bipolaridad, borderline- tuvo cuatro matrimonios, el más largo de los cuales no llegó a los tres años, y cuatro hijos. El último de ellos, Shane -cuyo padre fue el músico irlandés Dónal Lunny, que tocó bouzouki, bodhrán, teclados y guitarras en su disco de música celta Sean-Nós Nua (2002)-, se suicidó en enero del 2022, a los 17 años. Dieciocho meses después de esta desgracia, el pasado 26 de julio, fue hallada sin vida en su departamento en Londres.

De todas las personalidades que han expresado su pesar ante esta irreparable pérdida para la música -Bob Geldof, Tori Amos, Bryan Adams- fue el cantante y compositor británico Morrissey, ex líder de The Smiths, quien puso los puntos sobre las íes: “Su sello la abandonó después de vender siete millones de álbumes para ellos. Se volvió loca, sí, pero poco interesante, nunca… hay cierto odio en la industria de la música hacia los cantantes que no “encajan”. La alaban ahora solo porque es demasiado tarde. No tuvieron las agallas para apoyarla cuando estaba viva y clamaba por ayuda”. Nada más cierto respecto de una víctima de los verdaderos enemigos: la industria, los prejuicios, la ambición y el poder de ciertos grupos religiosos y políticos a quienes no les pesa destruir todo aquello que genere amenazas a sus propósitos de dominio y control social.

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Los medios de información locales adolecen de brindar poca, casi nula información internacional. Hay países donde los diarios le dedican sus primeras cuatro o seis páginas a temas internacionales y recién luego los asuntos locales. Acá, andan por los espacios finales, puestos casi para rellenar contenido y sin ninguna relevancia.

Ayudaría mucho a la cultura política local, por ejemplo, conocer en detalle las trastadas en las que andan embarcados los capitostes de la izquierda regional. Ver la desgracia de Argentina bajo el peronismo, los devaneos autoritarios de Bolivia, la crisis política desatada en la Colombia de Gustavo Petro, el fiasco que es el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, sin dejar de mencionar, por supuesto, a las dictaduras izquierdistas de Venezuela y Nicaragua.

Ha sido un acierto de Gilberto Hume, director de canal N, convocar a Ginevra Baffigo, quien lo hace muy bien en su bloque internacional. No se entiende por qué en el canal del Estado despidieron a Francisco Belaunde. En general, internacionalistas solventes como Francisco Tudela o Farid Kahhat, deberían aparecer mucho más y los programas de televisión dejar de saturarnos con el facilismo de invitar hasta el hartazgo a tanto congresista desacreditado.

Y lo que pasa en señal abierta ya es vergonzoso. Casi toda la información es policial y apenas algo de política local, y cuando se da espacio a temas internacionales suelen ocupar ese lugar las noticias pintorescas en lugar de las políticas.

Hasta por un tema de pedagogía ideológica, los medios de comunicación televisivos, que son todos de derecha, deberían asumir la difusión de noticias internacionales, como un acto de ilustración doctrinaria, además de ser rentable periodísticamente porque a la gente sí le interesa lo que pasa en el mundo, no sería un sacrificio en temas de rating, para decirlo claramente.

¿Cómo puede la gente seguir votando por la izquierda luego de sus inmensos fiascos regionales, acá nomás en nuestro vecindario? Bueno, pues, cómo no lo va a hacer, si los medios de comunicación no cumplen su tarea y no se preocupan por darles a conocer esa realidad.

Si la población peruana conociera a cabalidad el desastre gubernativo que es la izquierda, en todas sus variantes -desde la light hasta la radical- cuando llega al poder, cometería menos el error de volver a votar acá por candidatos de ese perfil ideológico.

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El conjunto de estas cartas representa un documento de interés. Es una parte de la historia del boom tras bambalinas y, al mismo tiempo, la exhibición del pensamiento de cuatro autores que en su momento representaron una cumbre estética en la novela de nuestra región. Con el mismo ánimo con que defienden sus lecturas y sus proyectos narrativos discuten los derroteros de la literatura de su tiempo, se ocupan de redefinir el lugar del escritor y van tejiendo el mapa de sus influencias y de sus inquietudes.

Se tratan asuntos que van por otra cuerda. La política uno de ellos. Una carta de García Márquez a Carlos Fuentes, fechada en Barcelona el 2 de noviembre de 1968 dice: “Te buscamos en todos los teléfonos de París a raíz de la matanza de Tlatelolco y no apareciste en ninguno. Tu silencio era abrumador” (p.276), dicho en relación a una carta anterior de Fuentes en la que, algo tarde, se refiere al terrible suceso. No menos reveladora es una carta de Cortázar a Vargas Llosa en relación con José María Arguedas y la desazonada polémica sostenida con el argentino.

Esa carta, fechada en París el 11 de noviembre de 1969 comienza así, de una manera muy sentida: “Mi querido Mario: Pensar que estuvimos hablando de Arguedas en Londres, te acuerdas, y que ya estaba muerto. Curiosamente, después de lo que me habían dicho de él, la noticia no me sorprendió demasiado, puesto que Arguedas repetía en su último mensaje lo que tú habías adivinado sobre su estancamiento. Pero nada de eso altera la gran desgracia que es su muerte, y en cambio prueba hasta qué punto él vivió y vivía para su obra, al punto de matarse frente a la imposibilidad de continuarla. A mí, ahora, me queda pendiente un diálogo con él que ya nunca tendré en este mundo, y como no creo en otro, y supongo que él tampoco, no volveremos a vernos” (p.317).

En suma, no exageraría al decir que este libro constituye un tesoro de información contextual que será muy útil para conocer, comprender y encontrarse con el Boom en una dimensión que está más allá de la crítica en la medida en que responde a ánimos y pasiones por las que muchas veces se prefiere pasar de largo. Si hubiera oportunidad, un volumen siguiente con los intercambios epistolares entre estos autores y diversos críticos latinoamericanos (por ejemplo Ángel Rama o Luis Harss) añadirían a este mosaico cartas clave que muchos lectores, me incluyo, agradecerían.

Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Las cartas del Boom. Edición de Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos. Bogotá: Alfaguara, 2023.

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[AGENDA PAÍS] El mensaje a la nación de más de 3 horas que la presidenta Dina Boluarte ofreció al país el pasado 28 de Julio, si bien contuvo una serie de ofrecimientos importantes en distintos ámbitos de la problemática nacional, dejó también la sensación de una falta de priorización y la duda sobre si con las capacidades actuales del Estado y de las Regiones, estas promesas podrían, efectivamente, ser cumplidas.

También queda el sentimiento que un mensaje tan denso y extenso, acompañado de otro extenuante desfile de fiestas patrias, con llegada presidencial en carro descubierto, estuvo buscando primero, una reconciliación con el pueblo con pedido de perdón incluido, y segundo, dar al empresariado, interno y externo, una señal que la pacificación en el país es una realidad, pero lo más importante, que hay gobernabilidad y que no hay duda de que Dina Boluarte tiene el poder.

Pero pasando a la sustancia de las propuestas, de las críticas y comentarios que el discurso presidencial ha recibido (algunos muy ácidos, otros agridulces y unos pocos entusiasmados), rescato las opiniones del ex Ministro de Economía Carlos Oliva Neyra, actual Presidente del Consejo Fiscal y Vice-Presidente del Banco Central de Reserva (BCR).

Con su conocido temple, claridad y sentido de la realidad, Carlos Oliva introduce la variable del Consejo Nacional de Competitividad y Formalización-CNCF (https://www.cnc.gob.pe/) antes que la del Acuerdo Nacional-AN (https://acuerdonacional.pe/). La CNCF (a diferencia de la AN, que es más un entorno de mucha retórica pero de poca o nula efectividad) tiene como misión institucional “articular los esfuerzos del sector público, privado y la academia para implementar reformas y medidas de impacto en favor de la competitividad y productividad en el país”.

El CNCF es, por lo tanto, un espacio de interacción entre los actores relevantes y eso fortalece la credibilidad de las propuestas y de la institucionalidad. En este entorno, el CNCF desarrolló hace ya varios años un plan institucional muy bien estructurado basado en 9 objetivos priorizados con sus correspondientes medidas, que, de manera concreta y medible, busca mejorar el bienestar de todos los peruanos.

Incluso, el CNCF ha desarrollado planes regionales, identificando dónde se debe realizar inversiones para cerrar brechas, como, por ejemplo, una cartera de proyectos para la promoción de inversiones en turismo en la región San Martín.

Los 9 objetivos priorizados, que dada la realidad del país son también ambiciosos, incluyen: Infraestructura, Capital Humano, Innovación, Financiamiento, Mercado Laboral, Ambiente de Negocios, Comercio Exterior, Institucionalidad y Sostenibilidad Ambiental.

Hubiese sido interesante que el mensaje presidencial hubiera tomado estos 9 objetivos y las 84 medidas que relacionan a 14 entidades, como marco para el plan de gobierno 2023-2026, estableciendo mejoras fundamentales como el fortalecimiento de la institucionalidad. En este punto, por ejemplo, se careció de una visión integral de cómo mejorar los servicios públicos de todo el Estado, cuyo eje principal es la calidad de los funcionarios públicos y el acceso meritocrático a la carrera pública.

Las propuestas de modificación de la manera cómo se eligen a los congresistas y el regreso a la bicameralidad son interesantes, pero no articuladas con una reforma política. Otra propuesta fue la inclusión de 50,000 policías del orden cuya forma más bien, va en contra de la institucionalidad de la PNP. Estas promesas no dieron la impresión de estar bajo una visión integral en el campo de la institucionalidad, sino más bien, anuncios que buscan el aplauso de corto plazo sin medir las consecuencias posteriores.

Es tarea de la PCM tomar los objetivos priorizados del CNCF, hacerlos suyos y trabajar articuladamente en la sincronización con el mensaje presidencial, para que devengue en un plan de acción 2023-2026 con objetivos que sean medibles progresivamente y que la ciudadanía, a través de un portal que el gobierno ponga a disposición, pueda hacer el seguimiento y si es el caso, el llamado de atención a las autoridades para que se cumpla el plan y se use adecuadamente el dinero de todos los peruanos.

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A pesar de que el Perú no es un país particularmente lector, siempre sorprende con los niveles de asistencia y de venta que comporta la Feria del Libro, cuya edición 27 acaba este domingo (va más gente que a Mistura, la multitudinaria feria gastronómica). Corrobora que el formato impreso, uno que además no ha tenido variación en siglos, para no remontarnos a los tiempos preimpresión, sigue cautivando el interés del consumidor.

Y lo mismo sucede en el mundo. Las Ferias del Libro son un suceso cultural central, las ventas de libros impresos no decaen y el formato digital nunca ha llegado a destronar el mercado tradicional que implica el circuito de ferias, librerías y posterior destino en bibliotecas particulares.

Es, de paso, un llamado de atención al mundo de los diarios impresos, que soportan una crisis pavorosa en el Perú y en algunos países del orbe (aunque hay diarios que han logrado sobrevivir incólumes el boom digital). No es verdad que sean el papel y la tinta los que espantan a los lectores. Si así fuera, los libros también sufrirían las consecuencias. Es otra la razón.

Los diarios insisten en propalar noticias como su principal contenido, y ello es un sinsentido. ¿Quién diablos va a comprar un producto donde se va a encontrar con aquello que ya conoce por las redes sociales, la radio o la televisión 24 horas antes? Los diarios ya no deben “vender” noticias, sino contenido de valor agregado (entrevistas, reportajes, crónicas, investigación, notas gráficas) y no solo en su sección política sino en todo su contenido. El negocio de las noticias es de la radio y la televisión. De otro modo, va a ser imposible que crezcan sus lectores y mucho menos que los jóvenes se acerquen a un kiosko a comprarlos. No es el envoltorio el enemigo, es la falta de criterio de directores y editores.

Lo que sucede con los libros es el mejor ejemplo. No hacen concesiones al formato, siguen siendo centenares de hojas llenas de letras, tienen el costo adicional de su acumulación física (los diarios se desechan y no complican el panorama doméstico), y a pesar de ello gozan de buena salud. Y en un país poco lector, ya no hablemos de otros países hispanos, como Argentina, México o España, donde el libro es un objeto de culto.

 

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[LA TANA ZURDA] Grandes fotos del periodista se exhiben en todos los corredores de un evento que puede pasar a la historia por sus inmensas proporciones y seguramente por el volumen de sus ventas.

Se dice que el Perú es uno de los países con menos lectores en el mundo, pero ahora se puede al menos asegurar que lee a Bayly. Qué pírrica victoria contra el analfabetismo funcional.

En otros ambientes de la Feria la gente no hace largas colas, aunque en menor proporción compra algunos libros que de veras son importantes. Por ejemplo, «Kachkaniraqmi, Arguedas», una novela de Eduardo González Viaña en la que su autor narra con amor la vida de José María Arguedas, así como los ríos que predicen el destino, las montañas que hablan y la gente que resiste en el mundo andino. Más todavía, el humor y el amor se juntan cuando el novelista finge no ser el narrador de la historia y atribuye esa función a dos zorros. Se trata de una novela que hará historia y de cuyas virtudes ya me he ocupado antes.

Otro libro importante es sin duda la «Correspondencia completa» de César Vallejo, en dos tomos, al cuidado de los reconocidos vallejólogos Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi. Contiene más de 400 documentos minuciosamente descritos, en los que los editores trazan el cuadro detallado de las circunstancias personales del poeta a lo largo de más de veinte años de ires y venires entre el Perú, Francia, España y Rusia. Un gran aporte para quienes desean conocer de cerca e investigar los pormenores de nuestro poeta bandera.

Y ya que seguimos con Vallejo, no puede dejar de mencionarse la nueva edición de «El tungsteno», la novela proletaria que publicara en España en 1931 y que dio un giro a su narrativa, amoldándola a los requerimientos de la lucha socialista del momento. Esta edición estuvo al cuidado de Paolo de Lima y lleva dos prólogos, uno del poeta Paul Forsyth y otro de los ya mencionados Fernández y Gianuzzi.

Asimismo, hay que mencionar la colección de ensayos «Vallejo a un siglo de Trilce: nuevos estudios», recopilada por el consagrado poeta y académico José Antonio Mazzotti, que contiene 23 ensayos novedosos sobre el gran poemario de 1922, cuyo centenario el año pasado motivó numerosos congresos y mesas redondas. Dos de esos congresos, en Sevilla y en La Habana, organizados por Mazzotti, son el semillero de los ensayos del libro, entre los cuales destacan las audaces hipótesis de Stephen Hart sobre la muerte de Vallejo, de Lucy Bell sobre Vallejo como un precursor del pensamiento lacaniano acerca del carácter pre-simbólico del lenguaje, y del propio Mazzotti sobre el origen del nombre «Trilce», entre otros igualmente interesantes.

Y no puede faltar la recomendación sobre un documental titulado «César Vallejo, poeta del Bicentenario», de Roberto Aldave, que 24 minutos resume de manera atractiva y profesional los pasajes más importantes de la vida del poeta de Santiago de Chuco.

Como se ve, esta Feria del Libro hace justicia a su dedicatoria «El universo de César Vallejo», pues sirve para exponer las nuevas investigaciones sobre nuestro gran poeta. Pero no todo queda ahí. La FIL también está dedicada a Cronwell Jara (Piura, 1950), uno de nuestros mejores escritores peruanos contemporáneos. Autor del ya clásico relato «Montacerdos» (1981), Jara tiene varias novelas y poemarios valiosos en su haber. Sin duda se merece los homenajes y paneles que tratan de su obra, que esperamos que después de este espaldarazo se difunda más y más.

En suma, no todo es morbo en esta FIL, que gracias a Vallejo, Arguedas, Jara y otros grandes autores ha elevado su nivel intelectual en relación con años anteriores. Dése una vuelta por el Parque los Próceres de la Independencia en Jesús María hasta el domingo 6 de agosto y de paso compre un libro. Así también se hace Perú.

 

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En la última encuesta de Ipsos se le preguntó a la ciudadanía qué temas debería priorizar Dina Boluarte en el mensaje de Fiestas Patrias. Las respuestas son reveladoras porque denotan las reales preocupaciones de la gente. Un 44% responde que lucha contra la delincuencia, 43% lucha contra la corrupción, 28% reducción de la pobreza, 27% salud pública, recién en quinto lugar adelanto de elecciones (25%) empatado con promoción de la inversión para generar más empleos (25%).

Ahora se entiende el fracaso de la “toma de Lima” del 19 de julio y la delusión que acompaña a la izquierda peruana cuando cree ver allí la muestra cabal de un gobierno dictatorial enfrentado a un pueblo movilizado, cuando la verdad es que estamos lejos de ser una dictadura y más lejos aún de un activismo multitudinario.

Así como se erraba radicalmente haciendo del tema de la Constituyente el leit motiv central de la plataforma política de la oposición inicial a Boluarte, se marra con mayor amplitud cuando ahora se convoca performances políticas en base a un adelanto de elecciones que bien puede querer en abstracto la mayoría, pero no preocupa tanto a la misma como otros temas (indicados en la respuesta a la pregunta referida al inicio de esta columna).

De igual guía debe servir para la derecha, que no da pie con bola y anda más despistada que la izquierda y ni siquiera sabe si debe oponerse o no al régimen (satisfecha de que haya reemplazado al nefasto Castillo, le perdona casi todo a Boluarte). Y lo más grave es que los temas de seguridad ciudadana y el de reactivación económica son parte de la agenda central y excluyente de la derecha (a la izquierda no se le asocia con aquellos asuntos).

Amparada en los poderes fácticos (fuerzas armadas, empresarios y medios de comunicación), Dina Boluarte se siente tranquila, más aún si la oposición comete el grueso error de elegir la agenda equivocada para atacarla.

La única manera de movilizar a las calles es denunciar la inseguridad ciudadana, la crisis económica y la inmoralidad pública (que ya se aprecia en algunos nombramientos deleznables, como los de EsSalud). Solo así habrá una oposición capaz de mover las agujas del reloj político.

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