Opinión

En esa época remota de finales de los 70s, tuve la suerte de conocer a una generación de profesores de Historia del Perú en la Universidad Católica del Perú. Todos ellos habían sido discípulos, alumnos, del gran historiador y maestro Don Jorge Basadre. En ese rincón que me parecía el más apartado del Fundo Pando, en las aulas del pabellón de Letras bañadas de la luz siempre gris de la costa limeña, José Antonio del Busto, Amalia Castelli, Cecilia Bákula y Margarita Guerra, nos introdujeron a un modo inédito de reflexionar sobre la Historia del Perú.

Las fechas, los personajes, las geografías, los hitos históricos eran reconocibles ante la visión de mi educación raquítica y mediocre recibida en un colegio nacional limeño. Empero, lo nuevo e importante eran la reflexión sobre las fuentes, la autoría —o, quién había compilado los textos—, la motivación de quien había recogido los relatos. Se trataba de un texto de Huamán Poma o un texto del Inca Garcilaso, era el texto de un visitador colonial o se trataba de información recabada de los asientos de fichas eclesiásticas de alguna parroquia andina. En esas pocas horas por semana, y en un par de semestres, estudiar la Historia del Perú se convertía en una introducción a lo que Foucault llamaba la Arqueología del saber.

Leyendo esos textos, discutiendo esas fuentes, reflexionando sobre el lenguaje que describía ese pasado andino, aprendí, guiado por la mano férrea y disciplinada de esos profesores, que los grandes hechos históricos no cuentan la verdad si no son analizados y comprendidos en su contexto económico, social, si no son cotejados, enfrentados a otros textos, a otras versiones de los mismos.

Un aparato bibliográfico para estudiar esa Historia del Perú no existía entonces, y —a pesar de los esfuerzos casi heroicos de esos hombres y mujeres— no tenemos aún una Historia del Perú digna de ese nombre. No existe un archivo nacional, no disponemos de un equipo de Historiadores que investigue, reflexione y que incite a los peruanos a pensar críticamente sobre nuestro pasado. Más trágico aún es que, en el contexto de nuestro inminente Bicentenario de la Declaración de la Independencia, esta deficiencia sistémica de nuestra educación y cultura nacional no sea considerada como digna de mención.

El Bicentenario

¿Qué celebraremos el 28 de Julio?  Sabemos que, observada desde su materialidad histórica, la Declaración de la Independencia parece ser no más que eso: una declaración, un ejercicio retorico, apasionada y elocuente, y a juzgar por lo que sucedió después, ingenua.

Jorge Basadre, en el primer tomo de su Historia de la Republica del Perú (1983), analiza el texto de la Proclama y atribuye al ataque de la frase “El Perú es, desde este momento, libre e independiente” un poder creador y fundacional, que marcaría el principio de una realidad histórica. Las palabras del insigne Don José de San Martín serían así una suerte de enunciado demiúrgico: una promesa de realidad futura, de una nación posible más que existente.

Pero esa misma Proclama, al mismo tiempo y en la misma frase, también excluía a los miles de esclavos negros y a los pobladores autóctonos, nacidos antes de ese histórico sábado 28 de Julio, y que constituían el capital humano de ese proyecto de Nación que se venía proyectando desde más de un año. Es más, por qué no celebramos las Declaraciones de Independencia de Trujillo, asentada el 29 de diciembre de 1820 o la de Piura, oficializada el 4 de enero de 1821, o la de Cajamarca, declarada el 4 de junio, otras ciudades norteñas que se proclamaron independientes meses antes por virtud de los llamados Cabildos Abiertos. Tal y como lo refiere José Agustín de la Puente Candamo en el Tomo VI de la Historia General del Perú (1993).

No he encontrado señas de investigaciones históricas que arrojen luz sobre los “secuestros” —como se denominaban las expropiaciones materiales a las autoridades coloniales y españoles peninsulares— y su generalización en los territorios del Virreinato. Tampoco tenemos detalles como esos nuevos grupos de “criollos” se hicieron propietarios de hecho o se declararon potenciales beneficiarios de una repartija de dimensiones colosales: si se considera que se trataba de un reordenamiento de propiedades inmensas y riquezas amasadas por el sistema colonial durante los 300 años de despojo a las poblaciones del Tahuantinsuyo.

Hay que señalar también que detrás del fausto de la celebración de la declaración se cierne a lo largo del territorio virreinal una realidad de “enfermedades, falta de alimentos y desordenes inminentes” debido al declive político y aislamiento del poder español de los centros de poder económico local. Las mismas familias coloniales, ese poder factico criollo, que había resistido al pedido de “cabalgaduras, reses, hombres y dinero” que el virrey les había hecho, van ahora solicitas a ofrecer esos dones al ejercito libertador. Tal como lo expresa una copla de la época.

“Venid, jefes inmortales,
Venid, San Martín triunfante.
Venid Cochrane arrogante.
Venid invicto Arenales,
A disipar tantos males
Venid o Libertadores
Que todos los moradores
De América agradecidos,
A vuestros triunfos debidos
Consagran dignos honores».

Cuando San Martín entra a Lima, invitado por el cabildo, el acto legal de adjudicación de poderes (en realidad un “golpe de estado” en toda regla efectuado por “personas de conocida probidad, luces y patriotismo”) había tenido ya lugar el Domingo 15 de Julio. En sesión presidida por el alcalde Isidro Cortázar y Abarca, conde de San Isidro, un noble español al cual el mismo Virrey la Serna le había confiado, por así decirlo, las llaves de la ciudad.

Gracias a Alberto Tauro del Pino y a su infaltable Enciclopedia Ilustrada del Perú (1987) se puede conocer detalles biográficos de la mayoría de los firmantes de lo que se podría considerar la partida de Nacimiento de nuestra República. Sin bien hay muchos “Criollos”, hijos de españoles nacidos en el Perú, abundan los españoles peninsulares, oficiales en funciones del virreinato.

No debe sorprendernos pues que después de los grandes fastos del 28 de Julio, todo siguiera igual pues los protagonistas en el tablado del poder seguían siendo los mismos.

Es importante reflexionar sobre ese momento fundacional de nuestra existencia como país, como estado, como nación. Pero hagámoslo con consciencia critica, sin complacencias. No olvidemos que quien “no conoce su historia, se condena a repetirla”.

Ginebra, 18 de julio de 2021

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Historia del Perú

En lugar de estar perdiendo el tiempo en conspiraciones golpistas o violentistas, la derecha haría bien en empezar a pensar cómo conforma una mayoría parlamentaria capaz de contener los arrestos constituyentes del presidente electo, Pedro Castillo, quien parece no entender que no es el momento, que no tiene la fuerza política para hacerlo y que además arruinará su aparente opción de moderación económica.

La derecha tiene 43 votos y el centro 44 (o 45 si Héctor Valer, expulsado por López Aliaga de Renovación Popular, se adhiere a este sector). Suman 88 votos, número suficiente para, inclusive, vacar a Castillo si éste decide romper los cánones constitucionales para emprender el camino constituyente, es decir, convoca a un referéndum de facto de inmediato o luego de recoger firmas (ni aunque recolecte diez millones puede saltarse el camino previo de la aprobación congresal).

Lo natural es que Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País conformen un bloque de centro derecha democrático junto con Acción Popular, Alianza para el Progreso, Podemos, Somos Perú y los morados. Juntos tienen el poder de disuasión suficiente para hacerle entender a Castillo que debe discurrir dentro de los márgenes constitucionales.

Podrá haber votación diferenciada en lo que se refiere, por ejemplo, a aprobar el paquete tributario que Pedro Francke ha anunciado respecto del sector minero o eventualmente apoyar alguna reforma constitucional puntual, pero en lo que debe haber una sólida y pétrea unidad es en impedir que Castillo apruebe la reforma del artículo 206 para conducirnos a una Asamblea Constituyente o, lo que sería más grave, que pretenda hacerlo sin seguir los preceptos constitucionales (si así lo hace, lo que corresponde de inmediato es que se procese su vacancia).

Lo más probable es que este acuerdo pase por la renuncia de Fuerza Popular y de Renovación Popular a presidir la Mesa Directiva. Sería lo más adecuado. Ambos partidos son polarizantes y será más fácil convencer al centro de sumarse a este acuerdo multipartidario si se antepone la vocación de renuncia al protagonismo.

Embarcada en teorías conspirativas absurdas, llamamientos golpistas y miradas de soslayo a actitudes violentas, la derecha se ha olvidado de hacer política y eso pasa en estos momentos por asegurar un Congreso de contención opositora.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Pedro Francke

Un 6 de julio del 2021, en pleno apogeo del romántico verano francés, volvió a vislumbrarse presencialmente el anhelado festival de cine de Cannes. La 74ª edición arrancó con la proyección de Annette, una comedia musical de Leos Carax con una dosis de rock sombrío, protagonizada por Adam Driver y Marion Cotillard.

Durante el 2020, un año tristísimo para el cine por el cierre de las salas y la cancelación de rodajes a causa de la pandemia, muchas películas tuvieron que detener su estreno. Pero ha sido, como manifiesta el delegado general de Cannes, Thierry Frémaux, un hermoso retorno poético para el cine de autor. En sus propias palabras antes de inaugurar el festival: “Cannes se celebra por los autores, los cineastas, la prensa, por la ciudad de Cannes… Esperamos que cada día se confirme que hemos elegido bien”. Se esperaba que Frémaux de declaraciones sobre la organización del festival tras la pandemia, pero sus declaraciones no fueron acerca de la cantidad de pruebas antígenas que se hacían diariamente para poder ingresar al Palais, el epicentro del evento, ni sobre los casi 200 millones de euros que año tras año, regularmente, según el Ayuntamiento, le reporta a la ciudad el festival, sino que indicó que hubo un “triunfo absoluto y merecido”, una batalla ganada cuando se pensaba que con las plataformas de streaming el cine no iba a poder defenderse, ni mucho menos sobrevivir, pero lo hizo. De esto se trata, de superar las barreras y aplicar todos los protocolos para volver a nuestros rituales colectivos que nos fortalecen como sociedad.

Algo que me llamó la atención fue que no se contó con la presencia de Netflix, lo cual deja mucho que pensar sobre la industria de entretenimiento de EEUU, que se niega a cumplir con la norma de que las películas que se proyecten en Cannes tienen que estrenarse en salas en Francia, pero Amazon si estuvo presente. De hecho, Annette, la película de Carax, es de esa plataforma.

Me encanta que Cannes siempre se preocupe por representar en las pantallas las preocupaciones sobre el estado actual del mundo, sus quiebres cotidianos, los problemas colectivos latentes, el rol de la mujer, la política polarizada, el cambio climático, y no deja de lado ningún continente. Realmente se puede hablar de libertad de expresión, la verdadera celebración del cine sin censura.

Este año resaltaron películas como Ha’berech (Ahed’s Knee), dirigida por Nadav Lapid, quien arremete sin escrúpulos contra la política israelí. El protagonista de la película es el mismo director que protesta en contra de la amenaza de la censura. El director denuncia toda amenaza a la libertad de expresión, que son las mismas que sufrió con el Ministerio de Cultura al realizarse esta película, así como también la trama va en contra de toda política gubernamental de su país. Por otro lado, tenemos a películas como Ghahreman (A Hero), de Asghar Farhadi, quien narra con mucha crudeza sobre los devenires de la sociedad israelí por medio de la historia de un hombre que se encuentra en la cárcel por una deuda impagada. La temática feminista también estuvo presente en este certamen con películas como Lingui (Lingui, the Sacred Bonds), dirigida por Mahamat-Saleh Haroun. Se trata de una película política sobre la controversia que se desata en una familia a causa de que la hija adolescente, Amina, queda embarazada. La adolescente ansía el aborto, pero este está totalmente prohibido en su religión y en Chad, condenado por el estado. El tema principal de la película es por supuesto el derecho de las mujeres y el poder de decisión sobre su propio cuerpo. También se tiene que mencionar a películas como La Fracture (The Divide) dirigida por Catherine Corsini, una película francesa que retrata las crisis sociales actuales de su país. Se muestra un desmadejado sistema hospitalario, el cual se ha debilitado década tras década por los agotantes recortes presupuestarios y de personal. La película es un retrato de esta realidad que se exacerbó debido a la pandemia y quiere que el mismo personal hable y proteste, el mismo que se siente completamente abandonado e impotente.

En la clausura del festival, “Titane”, película dirigida por Francesca Julia Docournau, ganó la Palma de Oro a mejor película y el premio fue otorgado por la grandísima Sharon Stone. Dato interesante es que es tan solo la segunda Palma de Oro que gana una mujer directora en Cannes. La primera fue para Jane Campion en 1993 por su película “The Piano” (“El Piano”), que empató con “Adiós a mi concubina” dirigida por Chen Kaige, de China. La ceremonia de clausura será para el recuerdo, luego de que Spike Lee soltó la sorpresa de la ganadora mucho antes del final. Los spoilers están por todos lados, hasta en el mismo Cannes, por lo que solo queda reírnos un rato. Finalmente, Cannes ha demostrado que el cine sigue más vivo que nunca y que es necesario su papel como vocero de las fisuras cotidianas que suceden en el mundo que nos rodea.

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Annette, Cannes, Netflix

Cómo no recordar con emoción a Víctor Jara, el cantautor chileno, ejecutado en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, lugar elegido por la represiva dictadura de Augusto Pinochet para confinar a los opositores al régimen en septiembre de 1973. Allí se torturaron a los que se consideraba más vinculados al depuesto gobierno socialista de Salvador Allende y se ejecutaron extrajudicialmente a quienes se creía una amenaza para el proyecto político fascista-autoritario que se alzaba contra una esperanza de justicia, bastante idealista es verdad, y que se quedó trunca y con la voz quebrada, como la de Jara y su guitarra, sin manos, ni dedos con los cuales pulsar sus cuerdas.

Puede que en 1973 se haya tratado de ideologías, seguro que sí; era el mundo de las utopías, y el socialismo era visto como una. Yo viví todo aquello ya en sus estertores. En la secundaria escolar ochentera, tan llena de inquietudes, y en los primeros años universitarios, de 1986 en adelante, cuando buscábamos el cambio, sin darnos mucha cuenta de que todo aquello se acercaba irremediablemente a su final, al menos en su versión soviética, la del “socialismo real”, empaquetado, acartonado y básicamente totalitario, y que, sin embargo, nos vendían revestido de flores multicolores, con olor a libertad, aroma a justicia y aires de igualdad.

Éramos jóvenes y todo era paz y amor, y hasta el hipismo de Woodstock, que no tenía mucho que ver en el cuento, entraba en el combo de la revolución. Ni que hablar del Che, Fidel y Camilo Cien Fuegos, sobre todo el Che, que hasta ahora estampa los polos de cientos de miles de jóvenes en el mundo. Su legado ha cambiado con las décadas, la imagen no.

Por supuesto, que cuando cayó el muro de Berlín no compré el maniqueísmo de alguna derecha poco reflexiva que, sin más, trató de asesinos a aquellos revolucionarios. Como historiador puse las cosas en su contexto, máxime si yo mismo había respirado de él. Pero aquel aroma se fue, eso seguro. Distinto es que, en tanto que materia de estudio, un poco de rigor epistemológico me obligase a una interpretación justa y equilibrada.

Lo cierto es que en el plano ideológico me formé relativista pero con sus límites: una variable viene siempre acompañada de constantes, la libertad es una de ellas, la justicia social es otra, y otra más la lucha contra la opresión y contra cualquier forma de totalitarismo y de abuso del Estado contra el ciudadano, indefenso, solo, eso a lo que los ingleses, en el XVII, llamaron Habeas corpus, tener el cuerpo, verlo, tocarlo, tu esposa, mamá, hijo, para saber que no te están masacrando, por el amor de Dios.

¿Es importante si el que activa el interruptor de la electricidad que te sacude la crisma y te destroza los órganos reproductivos es socialista, fascista, o lo que fuere? En realidad, no, nunca lo fue. Pero si el mundo de las ideologías nos impidió ver las cosas con claridad y nos hizo justificar excesos como los del estalinismo, tal y como lo hizo Jean Paul Sartre, en el nombre de un supuesto bien mayor que jamás llegó; hace al menos tres décadas que se nos han acabado las razones para validar la violación de derechos humanos en el mundo. Y ningún deplorable embargo económico es suficiente para aceptar que Josiel Guía Piloto, presidente del Partido Republicano de Cuba, cumpla condena de cinco años en la Habana por criticar al expresidente Fidel Castro el 1 de diciembre de 2016.

Y la lista es larga, tan larga como sesenta años de atropellos que denuncia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la misma a la que hemos acudido juntos para protestar en contra de los crímenes de lesa humanidad del derechista régimen dictatorial de Alberto Fujimori, la que respondió solidariamente a nuestro llamado.

Más allá del modelo económico, el punto de partida para construir la sociedad del siglo XXI, ante el escepticismo de la postmodernidad, debe llevarnos a transitar por lugares seguros. Para eso están los derechos de todos: la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, del 10 de diciembre de 1948. Esta marcó un hito para volver a empezar tras la Segunda Guerra Mundial, y hoy lo marca nuevamente para echarnos a andar en el mundo de la post Guerra Fría, aún tan lleno de incertidumbres.

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Víctor Jara

La última entrega del prolífico narrador Eduardo González Viaña está construida entre la ficción y la historia de un personaje sumamente importante para nosotros los peruanos, sobre todo en este contexto que vivimos, nuestro Bicentenario de la Independencia y la fundación de la república. En esta ocasión, la novela se centra en la gran figura del primer mestizo, el Inca Garcilaso de la Vega.

Mencionar lo que representa el Inca es afirmar nuestra condición de mestizos y migrantes, una situación que a él le pudo traer muchos problemas en la época en que vivió, pero por el gran apoyo y sabiduría de su madre incaica y una herencia monetaria que le deja su padre español, opta por dejar Cuzco e irse a buscar su futuro en el Viejo Mundo como se lo había dispuesto su padre.

Kutimuy, Garcilaso es la obra donde González Viaña (el gran novelista de la migración latina a los EEUU) plasma la vida del Inca, usando magistralmente una voz narrativa en tercera persona. El relato empieza in medias res…. para girar hacia la posible tragedia en medio de una tormenta cerca de Lisboa, lo que le permite al personaje evocar su pasado inca, la grandeza de su señorío, su propia niñez cuzqueña cuando era llamado Gomes Suárez de Figueroa. Al no ser una narración lineal, la novela utiliza giros en el tiempo para enaltecer la niñez del Inca y darnos un bagaje entre ficticio e histórico de lo que fue “el ombligo del mundo” en esos días. Asimismo, el relato narra las aventuras, anécdotas, reflexiones y travesías que le acontecen al Inca en su trayectoria hacia el Viejo Mundo y durante su larga estancia en España (56 años, la mayor parte de su vida) desde 1560.

El discurso entonces se configura a través de un lenguaje común, regional y actual, pero echando mano de fragmentos de los Comentarios reales del propio Inca Garcilaso de la Vega, de concilios y de documentos de archivo para abrir un diálogo con estos textos y afinar la verosimilitud del relato. Asimismo, notamos la presencia del quechua en ciertos términos y apelativos, pero también en cantos que se producen en fiestas como la del Taqui Onqoy en la década de 1560. El Inca Garcilaso recuerda su pasado constantemente porque esas imágenes siempre son duraderas, sobre todo si están ligadas a alguna historia de amor. Las descripciones son totalmente puntuales y en detalle, lo que permite al lector transportarse a nuestra sierra peruana, al Océano Pacífico y el Atlántico y también al Viejo Continente.

La relación de Garcilaso con su padre al principio de la novela es fundamental para entender por qué el Inca va a España, pero también para mostrar la relación y una situación tan compleja. Esa relación genera en Garcilaso una gran fortaleza y le brinda profundidad a su propia condición de mestizo, ya que además de ser letrado, también frecuenta ámbitos y acciones propias de los colonos, pero siempre arraigándose a sus raíces incas. Por ejemplo, Garcilaso aprende a montar a caballo desde muy joven y es por medio de la compañía de “Salinillas”, su rocín, que Garcilaso empieza a dar vislumbres de una personalidad imbricada entre la inca y la española, ya que llega a preguntarse si el caballo tenía alma. Es realmente un acierto configurar a nuestro Inca tan humano, tan pegado a sus raíces y tan tenaz en sus determinaciones.

Kutimuy, Garcilaso nos brinda una visión esperanzadora de nuestro país a través de la imaginación del pasado, al marcar un regreso al mestizaje, a Garcilaso propiamente tal. Volver a una nación que, aunque fragmentada, está viva en un mejor ambiente de confraternidad para así crecer como comunidad y celebrar un Bicentenario donde todos nuestros valores y nuestras raíces indígenas sean nuevamente evaluados bajo una luz más fresca y democrática.

Kutimuy, Garcilaso es un viaje y un regreso, pero no al Tahuantinsuyo, aunque sí al legado de nuestra más grande e importante figura literaria, el primer mestizo de nuestro suelo y el primero en ir a reclamar y a dejar muy en alto el nombre de lo que ahora conocemos como nuestro Perú. Y todo contado con una prosa deliciosa que captura de arranque al lector.

Vale la pena leer esta novela, ya en las prensas del Fondo Editorial de la Universidad César Vallejo. Y que regrese Garcilaso, que buena falta nos hace.

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Eduardo González Viaña, Inca Garcilaso de la Vega, Kutimuy

En medio de la batahola generada por su proclamación, con clara realidad en contra de la opinión pública respecto del tema y con una situación fáctica congresal adversa, Pedro Castillo lanza ayer un tuit insistiendo en la necesidad de una nueva Constitución.

Esperemos que solo sea un afán de insistir en una propuesta de campaña, pensada para aquietar las expectativas de algunos de sus votantes (los más ideologizados de izquierda), pero que pronto se soslayará por la sola fuerza de los hechos.

En el Congreso, ya se sabe que desde el centro, ni Acción Popular ni Alianza para el Progreso (los grupos mayoritarios fuera de la derecha) le darán sus votos para que pueda conseguir siquiera los 66 que le permitan dar inicio a la reforma del artículo 206 que a su vez le permita al Ejecutivo convocar a un referéndum que plantee la Constituyente.

Es una iniciativa que nace muerta. A lo más que podría aspirar Castillo, sin violentar la Constitución, es a aprobar algunas reformas puntuales, pero para ello tendría que lograr cierto consenso con el centro. Si no, no hay forma, a menos que se atreva a saltarse a la garrocha el orden constitucional y que se exponga a las consecuencias legales y fácticas se semejante dislate (lo que va desde una vacancia hasta un golpe militar restaurador del orden constitucional).

Tiene tanto por hacer en materia de reformas de políticas públicas y de hacerlo desde una perspectiva de izquierda, más allá del libre mercado, en salud y educación pública, en seguridad interna para los más pobres, inclusión digital de los sectores populares, en políticas tributarias, etc., que gastar energías en impulsar un cambio constitucional suena irracional y autodestructivo. Es un homenaje fallido a un fetiche de la izquierda.

Esperemos que Castillo entienda pronto la magnitud del desafío de lograr cambios cualitativos en las materias señaladas, el mismo que excede largamente lo que anteriores gobiernos han hecho en materia de reformas, para que abandone la terca insistencia en un proceso político que tirará por la borda su gobierno.

El día que la izquierda arrase en las elecciones presidenciales, obtenga además una mayoría congresal y encuentre al país comprometido con un momento constituyente, pues nadie le podrá negar el derecho de hacerlo. Pero ese día, claramente, no ha llegado con el triunfo ajustado de Castillo, con minoría en el Parlamento y con la ciudadanía más preocupada de la urgencia pandémica y la reactivación económica.

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Asamblea Constituyente, Congreso, Pedro Castillo

Rafael López Aliaga se ha sumado hace tiempo a la narrativa del fraude que continuamente han repetido los seguidores de Fuerza Popular. Pues allí donde se eleva el aroma fétido de la mentira y la falsedad, allí parece sentirse a gusto quien cree ser poseedor de una verdad absoluta avalada por un fervor religioso que borda el fanatismo. Y que tiene modos fascistas, no democráticos.

López Aliaga, en la línea del cardenal Cipriani, y junto con él Rafael Rey y Martha Chávez, todos ellos vinculados de una u otra manera al Opus Dei, una de las cabezas de playa más conservadoras de la Iglesia católica, parecen creer que representan una tradición católica de más de veinte siglos, con su oposición irrestricta al aborto, a lo que ellos llaman ideología de género, al reconocimiento de los derechos homosexuales, unida a una pretensión de superioridad moral, paternalismo y aires autoritarios. Como si ellos se sintieran participando de una u otra manera de la infalibilidad que le atribuyen a la Iglesia católica, a su doctrina y —¿cómo no?— a su cabeza suprema, el Papa.

Pues parece que estas ideas no son tan antiguas como ellos creen y el catolicismo histórico es mucho más amplio de lo que ellos suponen. Más aún, sus posiciones y actitudes ni siquiera parecen poder conjugarse con las enseñanzas de Jesús que reseñan los Evangelios ni con la conciencia colectiva que tuvo el pueblo cristiano a lo largo de la historia.

El estudioso alemán Hubert Wolf, catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad de Münster (Renania del Norte-Westfalia, Alemania), sostiene que el catolicismo actual fue inventado en el siglo XIX y cimentado por el Papa Pío IX, quien tuvo el pontificado más largo de la historia: de 1846 a 1878. Ciertamente, tras los estragos sufridos por la Iglesia católica durante la Revolución Francesa además de otras revoluciones y guerras que asolaron Europa durante la primera mitad del siglo XIX, la institución se hallaba en crisis y necesitaba ser reconstruida y reinventada. O reformada, de acuerdo a la frase atribuida al obispo Agustín de Hipona (350-430) “Ecclesia semper reformanda”, que significa que la Iglesia debe ser siempre reformada. Como diríamos actualmente, lo que no cambia, perece. Es esa dinámica la que a grosso modo le ha permitido a la Iglesia católica subsistir hasta nuestros días. Pero los cambios no siempre han sido para mejor, ni han significado necesariamente un avance. Y lo que hizo Pío IX, al reinterpretar la milenaria tradición de la Iglesia y concentrar el poder eclesiástico en su persona de una manera absoluta como nunca se había dado en los siglos de existencia de la institución, fue precisamente sembrar las semillas del descrédito que sufre el catolicismo actualmente.

Pues este Papa, haciéndose eco de las corrientes ultramontanas de su época, se opuso expresamente al progreso y a la civilización, como lo expresa en su Syllabus o “Indíce de los principales errores de nuestro siglo” de 1864, donde señala como enunciado falso la afirmación de que «el Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización». Asimismo, califica de «pestilencias» el socialismo, el comunismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas, las sociedades clérico-liberales, debiéndose tener en cuenta que el comunismo y el socialismo de la primera mitad del siglo XIX eran más bien proyectos utópicos que buscaban la igualdad social mediante la comunidad de bienes y no los Estados dictatoriales que surgieron recién en el siglo XX.

Pío IX también se opuso a la libertad de conciencia y, por lo tanto, de religión, pues consideraba falso que «todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera». En este sentido, también consideraba erróneo que «es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia», defendiendo asimismo el derecho a la exclusividad del catolicismo en los países donde se hallaba presente. En consecuencia, considera equivocado el siguiente enunciado: «En esta nuestra edad no conviene ya que la religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de otros cualesquiera cultos».

Ni qué decir, era contrario a las libertades democráticas, como lo expresó en su encíclica “Quanta cura” de 1864: «algunos despreciando y dejando totalmente a un lado los certísimos principios de la sana razón, se atreven a proclamar “que la voluntad del pueblo manifestada por la opinión pública, que dicen, o por de otro modo, constituye la suprema ley independiente de todo derecho divino y humano…”».

No deja en pie ni siquiera la libertad de opinión. Dice respecto al naturalismo profesado por liberales de la época: «Con cuya idea totalmente falsa del gobierno social, no temen fomentar aquella errónea opinión sumamente funesta a la Iglesia católica y a la salud de las almas llamada delirio por Nuestro Predecesor Gregorio XVI de gloriosa memoria (en la misma encíclica “Mirari”), a saber: “que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil”.»

Por último, en 1870 hizo proclamar la infalibilidad pontificia como dogma de fe por el Concilio Vaticano I, convirtiéndose de esa manera en un monarca absoluto —dictador diríamos en la actualidad—, aunque sin territorio, pues ese mismo año el ejército piamontés invadió el Estado Pontificio, consumando la reunificación de Italia bajo el mando del rey Víctor Manuel II de Saboya, a quien el Papa excomulgó, además de prohibirle a los católicos la participación en la política italiana, incluido el sufragio, bajo severas penas canónicas.

Es de hacer notar que los obispos de Austria-Hungría, la mayoría de los obispos alemanes y el 40% de los franceses se opusieron a la proclamación del dogma porque no estaba en consonancia con la tradición de la Iglesia: nunca se había considerado al Papa como infalible. 55 obispos decidieron partir antes de la votación, pues no querían avalar con su presencia tamaño despropósito, más aun cuando Pío IX usó todos los medios a su disposición para presionar y convencer a los obispos indecisos, recurriendo incluso a la amenaza de sanciones, inmiscuyéndose continuamente en las discusiones del Concilio e imponiendo la dirección en que debían ir las reflexiones.

De este modo, Pío IX terminó concentrando en la Iglesia el ejecutivo, el legislativo y el judicial en su sola persona, sin ningún contrapeso ni de los cardenales, ni de los obispos, mucho menos del pueblo cristiano en general, todos los cuales tenían la obligación de obedecer.

En lo administrativo, la Iglesia católica ha seguido siendo una monarquía absoluta hasta ahora, donde ciertamente el Papa delega funciones pero sigue siendo quien tiene la última palabra respecto a las medidas gubernamentales y pastorales que se deben tomar, las leyes que deben regir a la Iglesia y las decisiones judiciales que se emiten sobre la base del derecho canónico. Y este esquema se repite a menor escala en cada diócesis, donde el obispo es el soberano absoluto que sólo debe rendir cuentas al Papa, el cual es el único que puede nombrarlo, sin obligación de seguir las recomendaciones de las personas calificadas consultadas al respecto ni la opinión de los fieles católicos de la diócesis. En una estructura así, donde no hay instancia dónde apelar, se entiende que campeen la injusticia y la impunidad, sobre todo en los miles de casos de abuso sexual que han sido denunciados y hechos públicos.

Según lo dicho, se entiende por qué después de Pío IX la democracia apenas ha sido tematizada en las enseñanzas oficiales del Magisterio eclesiástico. El término ni siquiera aparece en el Catecismo de la Iglesia católica, cuya primera versión data de 1992. Se trata de un tema que los representantes oficiales de la Iglesia evitan tocar, tal vez porque tengan rabo de paja o porque no desean que los modos democráticos se introduzcan en la Iglesia.

Josemaría Escrivá de Balaguer, el controvertido curita fundador del Opus Dei, dijo alguna vez que «el Divino Redentor dispuso que la comunidad, por Él fundada, fuera una sociedad perfecta en su género y dotada de todos los elementos jurídicos y sociales, para perpetuar en este mundo la obra de la Redención…» (Amar a la Iglesia, Punto 23). Fuera de que este enunciado es históricamente falso, quien crea que la Iglesia católica es una sociedad perfecta tendrá poco aprecio por la democracia. Y sabemos que esto ha sido una constante en los casos de Rafael López Aliaga, Rafael Rey, el cardenal Cipriani y Martha Chávez. Y en sus aliados más cercanos: Keiko Fujimori y los esbirros de Fuerza Popular y Renovación Popular.

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Iglesia católica, Pío IX, Rafael Lopez Aliaga

Una práctica común en YouTube consiste en subir álbumes clásicos completos, para que los cibernautas melómanos puedan escucharlos de principio a fin, como solía hacerse con los viejos LPs, cassettes o CDs, soportes físicos que hoy son artículos de colección, testimonios vivos de lo que fue la industria discográfica antes de la era internetizada de archivos mp3 y canciones disponibles como downloads. Así, con la carátula original como única imagen en el recuadro de video -que, en ocasiones, se alterna con fotos del artista, letras de canciones o las otras partes del LP original (contracarátula, páginas internas), a manera de slide– el oyente busca replicar la experiencia de colocar un vinilo en el tornamesa o un disco compacto en el equipo, para escuchar algo mientras trabaja, maneja o estudia.

Sin embargo, no todo está disponible en el aparentemente ilimitado contenedor de videos. Uno de los artistas que durante más tiempo se opuso tenazmente a permitir que su música estuviera colgada, en forma de «videos» de YouTube, fue Robert Fripp, fundador, líder absoluto y dueño de todo lo relacionado a King Crimson, pioneros del rock progresivo británico y una de las agrupaciones de culto más admiradas de la historia del rock. Fripp –como, en su momento, también lo hiciera Prince- prohibía que sus fans subieran temas de King Crimson o de sus grabaciones como solista o colaboraciones con otros músicos, bloqueando o denunciando de inmediato cualquier intento, lo que traía desazón en quienes intentábamos armar una lista de reproducción con sus temas más representativos, por ejemplo, para tenerla siempre a la mano.

Esto cambió drásticamente durante el último año y medio aproximadamente, cuando el extraordinario e innovador guitarrista, compositor y productor decidió publicar en YouTube toda la producción discográfica original del Rey Carmesí, en estudio y en vivo, en forma cronológica, canción por canción y con bonus tracks en cada álbum: tomas alternas, sesiones y demás maravillas del universo crimsoniano que antes solo eran posibles de escuchar adquiriendo, en una tienda o en línea, alguno de los formatos físicos (discos, colecciones) o virtuales (descargas) que Fripp lanzaba cada cierto tiempo, a través de su sello Discipline Global Mobile (DGM). Esto le permitió siempre tener control directo y absoluto sobre quién consumía su obra y la de sus actos asociados, salvaguardando así la «integridad de los músicos», una de las columnas vertebrales de su filosofía como artista.

El canal de King Crimson en YouTube fue abierto por Fripp hace siete años, en el 2014, para publicar videos cortos de los preparativos de la primera gira de la banda en casi década y media, uno de los retornos más esperados en la escena rockera mundial. Esto sorprendió a quienes conocían la personalidad huraña y actitud hostil del guitarrista frente a estos convencionalismos. Sin embargo, algo había sucedido con “Mr. Frippertronics” -nombre que le dio a las creaciones electrónicas y digitales con las que musicalizó infinidad de grabaciones desde los años ochenta-.

Su primera publicación en YouTube fue un video de 35 segundos, que inicia con la cacofónica fanfarria final de 21st century schizoid man, el alucinante, distópico y premonitorio tema que abre su álbum debut, In the court of the Crimson King (1969), en el que aparece, en impecable chaleco negro, camisa blanca y corbata, sentado -como siempre- y con actitud circunspecta presentándose a sí mismo como «uno de los guitarristas de la banda». Algo así como si Mick Jagger dijera que es «uno de los cantantes de los Rolling Stones». Tal muestra de lacónico humor británico anunciaba saludables cambios en su forma de relacionarse con el público. Pero nadie estaba en capacidad de imaginarse lo que vendría después.

Y lo que vino después fue realmente impactante, tratándose de uno de los músicos de rock más enigmáticamente serios que se haya conocido, capaz de liderar con mano férrea a las diferentes encarnaciones de su banda –que ha incluido, entre otros, a futuras estrellas del prog-rock como Greg Lake, John Wetton, Bill Bruford, Adrian Belew y Tony Levin-, en las sombras y sentado, disparando sus ráfagas de arácnidos solos o esos riffs aplastantes, sin mover un músculo de la cara. Apariciones en programas concurso de corte familiar junto a su esposa, la cantante Toyah Willcox, bailando, haciendo muecas y rutinas a lo Monty Python o Mr. Bean; mientras seguía de gira con la (pen)última versión de King Crimson, que incluía tres bateristas -Pat Mastelotto, Gavin Harrison y Bill Rieflin- además de Jakko Jakszyk (guitarra), Tony Levin (bajo/Chapman Stick) y Mel Collins (vientos), una “bestia de siete cabezas” como él mismo describía a su banda. Con esta alineación, convertida en octeto desde el 2017 cuando Jeremy Stacey ingresó para cubrir a Rieflin quien, debido a su enfermedad, se concentró en los teclados, King Crimson realizó intensas giras por Europa, EE.UU., Japón, Centro y Sudamérica, de manera casi ininterrumpida hasta la llegada de la pandemia (lastimosamente, Rieflin falleció de cáncer en marzo del 2020).

Instalado el coronavirus en el mundo, la agenda de conciertos de King Crimson tuvo que cancelarse, incluyendo la gira por su 50 aniversario que ya había iniciado (el último show fue, el 13 de octubre del 2019, en Santiago de Chile). Y el nuevo Robert Fripp soltó su acostumbrada frialdad para convertirse, junto a su adorada Toyah, en una sensación del YouTube con una serie de cómicos videos denominada Robert & Toyah’s Sunday Lockdown Lunch. Cada domingo, el dúo lanza versiones de canciones pop y rock de distintas épocas y estilos. Desde Smoke on the water de Deep Purple hasta Toxic de Britney Spears, todo es posible para esta extravagante pareja que incluso usa disfraces, pinturas y pelucas en sus apariciones. Una de las más visitadas fue el clásico de David Bowie «Heroes» -en cuya grabación original Fripp participó, por cierto-, como un homenaje a los soldados aliados caídos en la Segunda Guerra Mundial. Aunque a algunos les pueda parecer que rozan lo ridículo, Robert (75) y Toyah (63) no hacen más que divertirse y celebrar la vida en estos tiempos difíciles. Además, ver al maestro ejecutar con suma facilidad Sweet child o’ mine de Guns ‘N Roses o Black dog de Led Zeppelin desde su Gibson Les Paul, con esa afinación extraña que inventó en los ochenta- es, simplemente, imperdible. Sobre sus Sunday Lunch, Fripp ha dicho que «los artistas tienen la responsabilidad de mantener animado el espíritu de las personas. Y eso es lo que estamos haciendo».

Pero volviendo a la discografía de King Crimson en YouTube. La publicación de los álbumes de estudio se inició el 17 de diciembre del 2020, por supuesto con In the court of the Crimson King (1969) y culminó, a razón de uno por semana, el 25 de marzo de este año con el contundente The power to believe (2003). En medio, se han lanzado también todos los discos oficiales en vivo, extractos de giras y rarezas, con audios remasterizados y acabados de sobrio diseño para los títulos, en lo que vendría a ser una ordenada audioteca para disfrutar de la evolución del grupo en sus distintas épocas. Y que sigue actualizándose cada semana.

Así, si queremos, los fanáticos de Crimson podemos elaborar una lista de reproducción con el lado más sereno y contemplativo, seleccionando temas como Matte Kudasai (Discipline, 1981), Exiles (Larks’ tongues in aspic, 1973), I talk to the wind, Epitaph (In the court of the Crimson King, 1969); el blues esquizofrénico de Ladies of the road (Islands, 1970). O sino, adentrarnos en la fuerza volcánica de composiciones como Fracture, The great deceiver (Starless and Bible black, 1974), Level five (The power to believe, 2003), 21st century schizoid man (In the court of the Crimson King, 1969). O en la tensión asimétrica y sincopada de Red (1974), VROOOM (THRAK, 1995), Indiscipline (Discipline, 1981). O la vocación experimental de Waiting man (Beat, 1984), Providence (Red, 1974). O en la angustia de temas como el título del álbum debut (1969), la disonancia jazzera de Cat food (In the wake of Poseidon, 1970), el brillo pop de Heartbeat (Beat, 1982), Three of a perfect pair (1984) o la extraña belleza de Starless (Red, 1974).

Otra buena noticia es que ya están anunciándose los primeros conciertos de King Crimson post-pandemia, en una gira llamada Music is our friend, 28 conciertos en diversas ciudades de EE.UU. en los que tendrán como teloneros a The California Guitar Trio y The Zappa Band -conformada por los ex alumnos de Frank Zappa, Mike Keneally (guitarra, teclados), Ray White (voz, guitarra), Scott Thunes (bajo), Robert Martin (voz, saxos, teclados) y Joe Travers (batería). “Crimson, la Bestia del Terror, ha despertado de su hibernación forzada y se está preparando para pisotear las mentes de los inocentes que nunca han experimentado su embestida”, escribió Fripp, haciendo uso de su nueva personalidad humorística para anunciar este nuevo capítulo en la saga del Rey Carmesí.

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La radicalización de la ya extrema derecha peruana, al punto de transitar el camino de la violencia política (es hora de ponerle coto policial a semejante actitud), puede ser solo un preámbulo de la desaparición paulatina de este sector del espectro ideológico nacional.

Si, como todo lo hace pensar, Castillo modera su propuesta económica, perceptible por los nombres que se van conociendo de su inminente gabinete ministerial, y además acota la eventualidad de una Constituyente, le quitará por completo la alfombra a cualquier escenario de polarización futura.

Además, una opción de centroizquierda, en la actual circunstancia, cosecharía los beneficios de la situación económica internacional y al cerrar brechas groseras en materia educativa y sanitaria, podría conducir a un gobierno con altos niveles de popularidad y a una atmósfera política bastante más estable que la actual.

Hay que recordar que el propio triunfo de Castillo se debió a la confluencia simultánea de crisis económica, sanitaria, social y política. Estas elecciones fueron, en ese sentido, lo más parecido a las de los 90, cuando triunfó un outsider como Fujimori.

En las elecciones de este año iba a haber un disruptivo de todas maneras. Lo fue George Forsyth buena parte de la campaña, surgió López Aliaga, luego apareció Lescano y en el tiempo preciso electoral lo hizo Castillo (si la elección era dos semanas después, probablemente surgía otro).

Nada hace pensar que el 2026 (o antes, si se cumple el sueño húmedo de la ultraderecha de vacar a Castillo) se vaya a repetir un escenario similar. Ya la pandemia estará bajo pleno control, la economía en plan de recuperación (como ya lo está), con menor conflictividad social (propia de un régimen de izquierda) y probablemente sin crisis política.

La ultraderecha solo cosecha del caos que ella misma contribuye a crear. Probablemente marque cierta agenda, más aún si se tiene en cuenta la derechización del aparato mediático televisivo, pero el bullicio caerá en saco roto si Castillo gobierna desde la centroizquierda.

La ultraderecha merece atención, sin duda. Surgió y creció en otros países por ser soslayada ingenuamente. Pero tampoco hay que regalarle una proyección de éxito cuando, más bien, todo apunta a que felizmente para la democracia peruana, haya sido solo un hipo tóxico que terminará por irse extinguiendo.

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