La comunidad melómana aún no termina de asimilar la muerte del legendario pianista de jazz Armando «Chick» Corea, acaecida el 9 pero anunciada el 11 de febrero, y debe resistir otro duro golpe, casi una semana después. El flautista, productor y pionero de la salsa Johnny Pacheco, el martes 16, también «se mudó al otro barrio», como suele escribir en sus redes sociales Rubén Blades cada vez que un colega suyo abandona este mundo.
Johnny Pacheco nació en 1935 en República Dominicana pero vivió en New York desde los 11 años. Estudió para ser percusionista en la prestigiosa escuela de Julliard, la misma que Chick Corea (Massachussets, 1941) abandonó a los seis meses de estudiar piano clásico. Sus carreras, marcadas por el éxito desde el principio, jamás se cruzaron pero se desenvolvieron en los fondos bohemios de la misma ciudad, la que nunca dormía. Ambos se convirtieron en iconos, respetados por sus pares y venerados por las nuevas generaciones de intérpretes y amantes del jazz y la salsa verdaderas, no los remedos de lo comercial ni las actuales preferencias de las plateas embrutecidas por el reggaetón, la bachata y el latin-pop.
Corea era un maestro del piano, instrumento que dominaba en todos sus registros. Podía tocar Mozart o Bartók con extremada precisión académica, convocar a los espíritus jazzeros de Thelonious Monk o Bill Evans con espectacular creatividad y swing, o lanzar ráfagas de teclados y sintetizadores, atrayendo a los amantes del rock progresivo británico, quienes lo colocaban al lado de Rick Wakeman y Keith Emerson, como uno de los mejores de todos los tiempos. Desde un acústico Steinway o un Fender Rhodes con oscilador, Corea era capaz de todo.
A finales de los sesenta, Corea reemplazó a su colega y amigo Herbie Hancock en la banda de Miles Davis y compartió con Joe Zawinul y Keith Jarrett –en estudio y en vivo, respectivamente- el rol de tecladista-médium a cargo de dar sonido a las estrafalarias ideas de jazz-rock eléctrico del trompetista para LPs fundamentales como In a silent way (1969), Bitches brew (1970) o los conciertos en los Fillmore East y West, en New York y San Francisco. Por esos mismos años, Pacheco, al frente de la Fania All-Stars, llenaba nightclubs y teatros neoyorquinos como el Red Garter, el Cheetah y hasta el Yankee Stadium, donde la legendaria selección de estrellas de la salsa (término que él acuñó) actuó e hizo bailar a más de 40,000 personas. Fue en agosto de 1973. Tres años antes, Corea, con un look que lo acercaba a Carlos Santana, actuó ante más de 500,000 personas en el festival rockero de la Isla de Wight, como integrante del combo psicodélico de Miles.
Entre 1971 y 1977, Corea lideró Return To Forever, una banda que llevó al jazz-fusion y el jazz-rock a otro nivel. En ese tiempo escribió Spain, tema que sería grabado por él mismo y por otros, infinidad de veces, y que es hoy un “standard”, término que se usa en el jazz para denominar aquellas canciones que definen al género. Mientras, Pacheco lanzaba colaboraciones diversas: con su compadre Pete «El Conde» Rodríguez, Celia Cruz, Justo Betancourt, Rolando La Serie, Daniel Santos. En el rubro colaboraciones, la actividad de Corea también fue muy intensa: con Herbie Hancock lanzó extraordinarias exploraciones a dos pianos (tres décadas antes de que se les ocurriera lo mismo a Billy Joel y Elton John), con el baterista Steve Gadd, con el vibrafonista Gary Burton, con el cantante Bobby McFerrin.
La onda de Johnny Pacheco estaba pegada al suelo, al callejón, al barrio. Sus composiciones más famosas -Mi gente (1975) y El rey de la puntualidad (1984)- se hicieron inmortales en la voz de Héctor Lavoe. Su ascendente sobre aquella generación irrepetible de salseros de arrabal se siente y respira en el documental Our latin thing (Leon Gast, 1972). Por su parte, Chick Corea era de vuelos supraterrenales, como exhibe en esas historias musicalizadas en clave de sci-fi que dedicó a L. Ron Hubbard, fundador de la Cientología, secta «filosófica» y medio lunática a la que el compositor perteneció (nadie es perfecto, pues), a quien le dedicó varios de sus discos, desde el extraordinario Romantic warrior de Return To Forever (1976) hasta el díptico To the stars (2004) y The ultimate adventure (2006).
En los ochenta y noventa, mientras Corea reinventaba el jazz clásico y de fusión con su grupo The Elektric Band/The Akoustic Band, para sacarlo de los centros comerciales y devolverlo al circuito de escenarios y festivales más sofisticados del género; Pacheco era convocado, en su calidad de padre fundador de la salsa tradicional, por David Byrne para su álbum Rei Momo (1989) o para los arreglos musicales del soundtrack de The Mambo Kings (Arne Glimcher, 1992), película de crossover latino/franco-norteamericano protagonizada por Antonio Banderas y Armand Assante, donde se incluyó su composición La dicha mía, de 1984, preparada especialmente para Celia Cruz.
Pacheco tocaba la flauta. Y de qué manera. Será siempre recordado como cofundador y director musical del sello Fania Records, sin duda su más grande contribución a la música latina. Sus arrebatados bailes, en vivo en Zaire con la Fania All-Stars en octubre de 1974, en aquel concierto que sirvió de antesala para la llamada «pelea del siglo» entre Mohammad Ali y George Foreman -compartiendo cartel con James Brown, Miriam Makeeba y otros-, donde brilló una hipnótica y tribal versión de Quimbara, tema que grabó ese mismo año con la inolvidable Celia Cruz para su primer LP juntos, titulado simplemente Celia & Johnny, es la imagen más representativa del dominicano.
Pero también es fundamental escuchar al Pacheco pre-Fania, en discos como His flute and latin jam (1965, uno de los primeros del sello que armó con el neoyorquino Jerry Masucci) o esas dos joyas de 1961, Pacheco y su Charanga Vol. 1 y 2, para Alegre Records, al lado del percusionista Manny Oquendo, en la que figura su primera versión de El agua del clavelito, tema que fuera muy popular en Perú en una grabación de 1979 incluida en el LP Los amigos, junto al cantante cubano Héctor Casanova. Estos discos son un puente entre la música cubana -cha cha cha, guaracha, descarga-, el latin jazz y la futura salsa, término popularizado por «El Maestro».
Chick Corea también era un maestro. Y lo demostró con creces en tiempos de pandemia. Desde el 20 de marzo del 2020, tras cancelar una intensa agenda de conciertos, festivales y grabaciones a causa del coronavirus, el pianista inició una serie diaria de clases maestras por Facebook Live, conectándose con alumnos de todas partes del mundo para compartir sus conocimientos, técnicas y anécdotas de toda una vida dedicada a la música. La última de sus transmisiones fue en enero de este año, a pocas semanas de su inesperado fallecimiento, a los 79, a causa de «un extraño tipo de cáncer que se le había detectado recientemente», como dijo su familia en un comunicado. La muerte de Pacheco fue, en cambio, menos sorpresiva. Estaba retirado ya hacía varios años, a causa del Parkinson y fue homenajeado, como leyenda viva, en varias ocasiones por los artistas que ayudó a promover. Falleció de neumonía a los 85.
Dos maestros talentosos, dos estilos diferentes de humildad y destreza, dos pérdidas irreparables para la música que nos siguen dejando, huérfanos, en las manos de padrastros promiscuos, frívolos y vanidosos como Maluma y J. Lo. Que en paz descansen y que sus obras sigan levantándonos el ánimo en estos tiempos difíciles de enfermedad, corrupción política e incertidumbre ante un proceso electoral en el que predominan la grisura y la mediocridad en sus peores versiones.
OTROSÍ: También falleció en estos días, el 11 de febrero, el cantante Antonis Kalogiannis, de estilo muy similar al de Charles Aznavour, muy conocido en Grecia por poner su voz a las canciones de protesta escritas por Mikis Theodorakis, célebre en el mundo entero por la música que compuso para el film Zorba el Griego, de 1964, convertida en símbolo y cliché de la cultura musical de este país mediterráneo. Tenía 80 años.