Opinión

Entender lo que nos pasa en el Perú va mucho más allá de las elecciones que acaban de pasar. Es generar más preguntas del tipo ¿cómo llegamos a esto?, ¿cuáles son las razones de fono que lo explican?, ¿cómo comprender el agotamiento y la angustia de estos días? A fines del 2020, Guillermo Nugent publicó “La desigualdad es una bandera de papel, antimanual de sociología peruana”, a nuestro gusto el mejor marco de referencia para construir un espejo hoy y comprendernos como sociedad.

Por eso le pedimos conversar para explorar sus puntos de vista y el resultado son estas líneas en las que se discute la actualidad, pero también el Perú con mayor profundidad. Espero que el lector disfrute el texto, tanto como el entrevistador disfrutó la conversación.

Buscando referencias, asas de apoyo, que nos permitan entender lo que vive hoy el Perú, pero desde una perspectiva de más largo aliento, hallamos “La desigualdad es una bandera de papel”, tu más reciente libro y que nos parece una manera de interpretar esta realidad tan extraña que vivimos. A partir de allí, ¿cómo plantear explicaciones a esta realidad que agota tanto?

Sí creo que agota y agota por una una razón que me parece central y es que hay una diferencia entre el temperamento de algunos actores políticos y el temperamento de la población. Esta cosa sectaria, absolutamente confrontacional respecto de los resultados por parte de los del bloque de Keiko Fujimori no representa un estado de opinión general. Dicen que el país se ha polarizado. País polarizado es Chile antes del golpe de Pinochet, donde tienes una una parte de la población absolutamente en contra de la Unidad Popular y otra parte de la población absolutamente en contra de de la derecha, era una cosa muy fuerte, Allende no tuvo tiempo de desactivar la tensión que había. O en la Argentina antes del golpe militar del 76, muy polarizada, una sensación absolutamente inmanejable. Ahí tenías una cosa polarizada. Yo no veo que esto sea así acá. El último caso de un fraude que merece esa palabra fue con Fujimori en el 2000. Después no ha habido y yo no veo que ahora la población esté en un ánimo confrontacional como sí lo están quienes perdieron la elección y no quieren aceptarlo.

Pero hay ciertas cosas que son objeto de reflexión y que son interesantes. Una es un detalle y sabemos la importancia que tiene darle atención a los detalles: en el Perú pensamos que todo lo dejamos para último momento, cuando hay que hacer cualquier trámite, lo dejamos para el último momento. Sin embargo es increíble cómo en las elecciones es al revés. Generalmente a las dos de la tarde ya votó todo el mundo. Mi interpretación es que esto pasa porque nos gusta votar. Hay algunos que no van, pero los que votamos vamos porque no gusta, si no, esperaríamos el último momento, cuando ya no no te queda de otra. Hay un gusto, un placer en la participación de la de la elección.

Pero además -esto es un dato importante- en nuestra cultura, la elección es el momento de la descarga. Es el fin del proceso por el que has estado pensando en los últimos días, pones ahí tu voto y das la vuelta de página. Ya votaste. Ese es el temperamento en la población.

¿Cómo salimos de esta angustia en la que estamos a diario?

Estamos recibiendo la angustia de los que han perdido. Su gran habilidad es cómo nos están inoculando una angustia que es de ellos. Y no me refiero a todos los que votaron por Fujimori, sino a esa parte que votó por ella, que no es la mayoría de los votantes, pero que tienen muchos medios de influencia y que están realmente angustiados. Y la gran estrategia mediática que hay en estas semanas es cómo esa angustia se la están queriendo inocular al conjunto del país. Mi respuesta es que frente a eso hay que poner límites, en efecto. Hay que delimitar quiénes son los que están con la angustia y quiénes son los que están queriendo desparramar esa angustia.

Por eso no deja de ser algo falaz esta idea de que el país está polarizado. Eso es lo que quienes han perdido las elecciones y los medios comunicación quisieran, pero no se ve ni siquiera entre los propios votantes de Keiko Fujimori. La encuesta que salió la semana pasada del IEP indicaba que una gran cantidad de gente que había votado por ella asumía que en efecto los resultados les eran adversos. Hay un sector no sé qué tan pequeño, que es muy intransigente y beligerante, para quienes está claro que la democracia es lo que algunos sociólogos llamarían una “valoración débil”, no es un un compromiso. Lo que se ha mostrado acá es que la democracia para un sector muy conservador está dentro de la valoración débil: si las elecciones las gano, no está mal; pero si las pierdo, ya pues, a otra cosa.

Este elemento de valoraciones fuertes y débiles respeto a la democracia creo que es importante porque en el conjunto de la población, desde hace una buena cantidad de elecciones, la gente vota, siente que el voto fue la descarga y ya terminó el asunto porque hay una cierta confianza en las instituciones encargadas de los procesos electorales, que es lo que justamente ahora se quiere minar.

Eso nos lleva a la distinción que se plantea en el texto entre poder y autoridad, como una característica de la modernidad, pero que estaría presente en esta situación. Finalmente quien salga de autoridad en el fondo da lo mismo porque la estructura de poder se va a mantener y es invisible.

Justamente la facilidad para la corrupción, para el manoseo de las instituciones, es porque el elemento de autoridad pierde peso, lo que cuenta es el poder. Para los poderes fácticos las elecciones son aleatorias, si hay bien y si no, la vida continúa. Por eso señalo que mientras que el poder es eficaz en la medida en que es oculto, la autoridad tiene que ser visible. Si no se ve la autoridad, se pierde legitimidad.

Parte del problema es que estas últimas elecciones las gana un un candidato que se convierte en autoridad y es una autoridad visible que no es considerada aceptable por quienes a partir de este resultado explícitamente desconocen las elecciones. Y se debe hacer una distinción relevante: están los que votaron por Keiko Fujimori válidamente, y eso es totalmente aceptable; pero hay otra -esperamos minoritaria- que después de las elecciones no quiere aceptar los resultados.

Este es un matiz que se está perdiendo, que considero clave. Mucha gente que no aceptaba tener como autoridad a alguien como Castillo antes de las elecciones y en consecuencia votó como votó. Pero otra muy distinta es que una vez que se haya votado tú consideres que ese no tiene por qué ser tu autoridad. Ese es el centro del debate: cuando hay elecciones es para elegir una figura de autoridad para todos y todas los peruanos. No es solamente “ese me representa a mí”, es que representa a la Nación. Ese que está ahí, representándonos, es porque fue producto de una elección. Entonces nos representa a todos sin dudas.

Esto se une con el concepto de democracia negativa que desarrollas también. Me basta con definir la democracia como ausencia de dictadura y eso la transforma en una democracia de mínimos, como el votar.

Ese es parte de nuestro problema, que tenemos una democracia de mínimos. Hay democracia porque no hay militares, porque no hay golpe y entonces es una democracia que se define mucho en términos negativos y no en términos de, por ejemplo, vigencia de derechos ciudadanos, o posibilidades de participación.

Y eso implica libertad de expresión y libertad de pensamiento. Lo que tenemos ahora es una escisión entre la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. Donde la libertad de expresión está al servicio de la intolerancia más desembozada como podemos ver en estos tiempos.

En ese sentido, ¿cómo evalúas la emergencia de canales como Willax por ejemplo, que poco a poco han ido generando audiencias interesantes?

En primer lugar, que surjan canales como Willax no es un problema, en la medida en que no se difundan mentiras. Si alguien tiene opiniones muy de derecha conservadora y las publicita, dentro de un margen de dar información veraz, no habría problema. El tema es que es un tipo de medio de comunicación cuyo eje central es la acusación: siempre hay un objeto que es acusado que tiene que ser perseguido, ahora es el comunismo, antes era la corrupción de Vizcarra, antes sería alguna otra cosa, pero siempre hay algo qué acusar. Y no es tanto acusar a una falta, si no acusar a un sector de la opinión.

En esta lógica de acusaciones quisiera subrayar otro elemento. Cuál sería el problema con el comunismo, si eso es una corriente de pensamiento tan legítima como el liberalismo el socialcristianismo o la religión “X”. No veo por qué se tiene que satanizar a una corriente de opinión. Esa es la parte que a me parece más peligrosa en todo esto. Históricamente, en nuestro contexto en América Latina, el anticomunismo ha sido el discurso de las dictaduras, Trujillo, Stroessner, Pinochet o Videla, todas son dictaduras anticomunistas. Porque la idea es que ahí lo que cuenta es que se trata de un enemigo al que hay que derrotar y los medios para hacerlo son secundarios, sólo importa la idea de que hay que eliminar al comunismo.

Ligado a esto, hay un elemento adicional muy importante. Se está haciendo un desplazamiento de lo que durante los años previos era la lucha contra el terrorismo. Antes a la gente se la acusaba de terroristas, es decir, se la acusaba o se le atribuía un tipo de acción y eso era lo delictivo. Pero la cosa cambia cuando tú acusas a alguien de comunista, ¿cuál es el problema en ser comunista? Eso es lo que el el congresista Montoya quiere al plantear prohibir los partidos comunistas. Espero que cumpla su palabra y presente ese proyecto de ley prohibiendo partidos comunistas en el Congreso porque va a dar lugar a un debate muy interesante.

Pero además nos metemos en el mundo de los significados concretos. En muchas conversaciones el decir “no al comunismo” sólo se justifica por el miedo a que “me van a quitar algo”, eso lo escuchamos todos los días.

Generalmente los que hablan del peligro de que “el comunismo me va a quitar cosas” son aquellos que empiezan quitando cosas. El caso más clásico es Keiko Fujimori en la campaña presidencial usando la camiseta de la selección. ¿Qué es lo que estaba haciendo allí? Nos estaba robando a una parte de electores que no votamos por ella un emblema que es de todos. Eso es lo que hace el fascismo en general. Es quitarle al otro sus partes valiosas, en este caso es “la camiseta me pertenece, no es de ustedes”, discursivamente es una cosa muy violenta, simbólicamente es tremendo porque le estaba sustrayendo a más de la mitad del electorado un símbolo. Entonces cuál es el mensaje ahí: eso que yo he hecho es lo que el comunismo le va a hacer a ustedes, les va a quitar cosas, a un nivel de un proceso inconsciente pero es así como funciona.

¿Crees que estamos yendo, como sociedad, hacia el fascismo o hacia una representación formal del fascismo?

Es muy difícil hacer previsiones sobre sobre el futuro pero en general no veo que haya un contexto que nos lleve a ello. Los fascismos históricos, el el de Italia o Alemania por ejemplo, suelen darse en contextos de descalabros totales. Habían perdido la guerra, eran sociedades muy desmoralizadas y es allí donde entonces surge un tipo de esperanza casi milagrosa que empieza a adquirir mucha importancia.

No veo que sea el caso de Perú. Más bien tengo una lectura distinta. Desde el siglo XX tenemos ciclos políticos de aproximadamente 30 años. Empieza con el golpe contra Leguía en el año 30, donde se da un ciclo conservador, hasta el año 62 cuando se dan las movilizaciones campesinas. Haya de la Torre gana las elecciones que son anuladas por un golpe de Estado y ahí se inicia otro ciclo de otros 30 años, que en mi opinión es el más intenso que hemos tenido, porque en esos 30 años pasó lo mejor y lo peor de nuestra historia. Tuvimos cosas como la reforma agraria, un nivel de derrota del gamonalismo, tuvimos hiperinflación, tuvimos una generalización del asesinato en la política, tuvimos una izquierda electoralmente masiva, todo en un lapso de 30 años que se clausura con el autogolpe de Fujimori. Con él entramos a otro período restaurador extremadamente conservador que está durando más o menos otros 30 años.

Aparentemente hay ciclos de emociones políticas que suelen durar pues más o menos 30 años y sin quitarle valor a la coyuntura también es importante verlo con una cierta perspectiva. Son movimientos pendulares que tenemos. Hay un momento restaurador que estaría llegando a un cierto límite…

¿Y crees que por ejemplo una figura como la de Castillo es una figura que representa muy bien un un espacio transicional, un espacio de cambio?

Castillo es más una figura que un personaje, una figura que ha resultado ser muy poderosa, pero hasta ahora no se conoce mucho del personaje. Cuando en el 90 la gente vota por Fujimori padre, está votando por una figura. Nadie lo conocía: se presentaba como el chino simpático, académico.  Ganó la figura, pero al personaje se le conoció después. Vargas Llosa sí era un tremendo personaje por el contrario. Entonces esta idea del personaje derrotado por la figura es un tema interesante para para la reflexión y para la discusión

Igual Keiko Fujimori en estas elecciones es todo un personaje. Pero un personaje que al menos en segunda vuelta se presentó con un sentido de la espontaneidad totalmente anulado. No hay un solo gesto que no te no te des cuenta de que se hizo siguiendo las indicaciones de su media trainer.  Mientras que lo que atrajo del Castillo además del sombrero es esta esta cosa espontánea, el tipo es genuino -en sus aciertos y en sus desaciertos- y eso también tiene un componente de atracción muy grande. Me llama la atención que esa distinción entre acartonamiento y espontaneidad no se haya incluido en los en los análisis, porque fue muy evidente.

Se habla del Castillo como un tipo casi improvisado, pero no vemos que es sindicalista del magisterio, uno de los espacios sindicales mejor armados que hay en el en el país. Disputarle la dirección del magisterio a Patria Roja no lo hace cualquiera. Entonces tan precario, tan caído del palto no es. Tiene su trayectoria y tiene un estilo que no es el de los candidatos que se mueven con su media training al lado pero que está ahí. Ahora cabe evaluar el tema de la curva de aprendizaje, qué tanto va a ser su capacidad para adaptarse a esta nueva realidad.

Uno de los conceptos más interesantes que desarrollas es el ingenio como capacidad de la sociedad peruana para hacer frente a la dureza del poder. Ese ingenio, ¿cómo lo defines en este espacio reciente?

El ingenio parte de un principio básico de que en primer lugar todo sirve. Puedes hacer muchas cosas con todo lo que hay. Pero además, el ingenio te permite hacer conexiones inesperadas que te producen situaciones armónicas, nuevas armonías, que no es nada nuevo. Recuerda la rima de Ricardo Palma sobre cómo hacer un poema; él da instrucciones de cómo debe empezar un poema y cómo termina el poema. ¿Y al medio? Ah, ahí está el ingenio.

Lo que quiero decir es que esa referencia al ingenio está muy presente en nuestra cultura. Nosotros valoramos el ingenio. Hay una valoración diferente del ingenio entre nuestras élites y la cultura popular. En ésta, el ingenio es algo bien recibido pues permite salir adelante con las cosas a la mano y hacer más. Junto tres o cuatro cosas pero las combino de una forma que no se ha hecho antes y salgo adelante. Mientras que en la cultura élite el ingenio suele describir transgresiones más bien, aparece para describir nuevas modalidades de estafa, tipos de robo inauditos. Allí donde el ingenio aparece como sinónimo de transgresión, en las culturas populares aparece como más bien como aquello que me va a permitir manejar mejor la realidad.

Sobre el ingenio se ha escrito mucho desde la época de los Epigramas, de Marcial, que deberían leer todos los dedicados a la publicidad porque eran textos muy breves y de una contundencia feroz. Además, en el Siglo de Oro en España, cuando Descartes está hablando del método, Baltasar Gracián ya habla sobre el ingenio como una forma distinta de aproximarse al mundo. En el ingenio está muy marcada la sorpresa -el resultado sorpresivo-. De hecho cuando alguien dice que no se entiende esta cosa tan sorpresiva de Castillo, es que hay un cierto ingenio colectivo también en haberlo elegido. Mendoza tuvo a toda la prensa en contra que la sepulta y luego Lescano comete la falta que es fatal para todos los candidatos que es sentirse ganador antes de tiempo. Castillo se metió por los palos. Es una forma de ingenio.

Siento, de forma muy particular, que los ensayos presentes en “La desigualdad…” nos permiten ver el país. Como aprendimos a verlo en los textos de Basadre, de Matos Mar, de Cotler. Pero en este tiempo. Tus ensayos incorporan el análisis del individuo, de sus emociones y sus relaciones a un nivel más micro incluso. ¿Cómo se logra un proceso así?

Quisiera subrayar que yo me siento un producto de la cultura peruana. Claro, hay lecturas que ayudan, pero lo central es estar caminando por las calles o viajando en transporte público o escuchando a la gente en clases. Hay todo un un murmullo ciudadano que es el que alimenta mis reflexiones. A mí sí me interesa presentarme como un producto de la cultura peruana, porque pienso en el país, porque en la calle escucho acentos, porque me tropiezo con gente y todo eso hace que aprenda mucho. Mi esfuerzo es por conversar con la gente que tengo más cerca y conversar con con los peruanos y peruanas y creo que sí nos entendemos bien. Estoy absolutamente en contra de de un esfuerzo de conocimiento que apunta a ganar el reconocimiento de los que están lejos. Yo le doy mucho valor a ganarme el reconocimiento de los que tengo cerca, el sentido de escribir las cosas con un sentido de cercanía es muy importante, quiero producir con los lectores y lectoras un efecto de cercanía.

Por ejemplo, una cosa muy linda que escuché ahora en la mañana de una estudiante en sociología en la Universidad, qué está haciendo sus prácticas profesionales. La conversación derivó en cómo así se le había ocurrido estudiar esto. Pues contó que cuando era adolescente y todavía no había terminado el colegio ella se dijo: yo quiero estudiar algo que en las mañanas, cuando me despierte, vaya contenta del trabajo. Ese relato me pareció extraordinario. Era la idea de cómo encontrar un tipo de estudio que me haga trabajar con gusto. Que el “trabajar con gusto” hoy en día sea contrapuesto al “trabajar por el dinero”. Me pareció una descripción maravillosa de lo que es el sentido de la vocación en las cosas.

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Fascismo, Guillermo Nugent, Willax

Perú clasificó a los cuartos de final de la Copa América. Luego de recibir una goleada frente a Brasil en el debut, Perú reaccionó, mejoró y le ganó a Colombia, le empató a Ecuador tras ir perdiendo por dos goles y, finalmente, venció a Venezuela. Este último partido deja una prudente sensación positiva, pues confirma que los dirigidos por Ricardo Gareca atraviesan por una dinámica de crecimiento que, en un torneo de esta naturaleza, puede ser determinante. Las relaciones al interior del colectivo cada vez adquieren un superior grado de compenetración, lo cual permite que la aplicación de la propuesta de juego peruana se muestre con mayor solidez y convencimiento.

Si bien el planteamiento conservador de José Peseiro, articulado sobre un 5-4-1 con las líneas bastante juntas, dificultó la creación de ocasiones de peligro para la selección peruana en la primera mitad, careció de sorpresa ofensiva y, más allá de algunas incursiones individuales de Jefferson Savarino y Sergio Córdova, no encontró la profundidad necesaria para dañar sostenidamente a la estructura defensiva ‘bicolor’. De hecho, la rápida salida de Alexander Callens —reemplazado por Luis Abram— no mermó el funcionamiento su última línea, ya que esta se mostró bastante aplicada y segura, aplicando de forma correcta las conductas requeridas para neutralizar el juego ofensivo venezolano. Más allá de consideraciones sobre los nombres y las ausencias del ataque ‘vinotinto’, puede ser vista como una señal positiva que, luego de doce partidos, el conjunto peruano  haya mantenido su valla invicta.

Sin haber desesperado en la búsqueda del objetivo, el complemento se presentó idóneo para los intereses de la ‘blanquirroja’. Encontrar rápidamente el gol vía un inspirado André Carrillo le permitió al equipo dirigido por Ricardo Gareca ganar confianza, sostener el orden y terminar el cotejo imponiendo condiciones a partir del manejo fluido de balón. En ese marco, Renato Tapia, Yoshimar Yotún, apoyados por un participativo Sergio Peña, los encargados de dotar de equilibrio a la escuadra peruana, cumplieron con su rol y estuvieron certeros no solo para la recuperación y el despliegue, sino también, en la mayoría de ocasiones, los pases para relacionar a las demás líneas y permitir que el equipo ‘viaje junto’ en los diversos sectores del campo.

Con sus respectivas cualidades individuales, lo de Christian Cueva y André Carrillo —que acertadamente se ubicó con mayor libertad en el frente ofensivo en el segundo tiempo— por su movilidad, conducción y capacidad para tejer situaciones favorables en ataque, fue de lo más destacado del conjunto peruano. Ejerciendo un liderazgo futbolístico, siempre ofrecieron apoyos para superar líneas y ser opción para ir al frente. Vale resaltar también el ingreso de Raziel García que, en los minutos que estuvo en el campo, mostró atrevimiento para encarar y asociarse, lo cual da la impresión de ser una aparición interesante en materia ofensiva para el cuadro ‘rojiblanco’. Y, marcado al milímetro por los tres zagueros venezolanos, Gianluca Lapadula, si bien luchó y generó lo que estaba a su alcance, no encontró los espacios necesarios para disponer de mayores chances de gol. El que sí tuvo una clara fue Alex Valera que, aunque no logró marcar, demuestra que su ‘olfato de gol’ es un activo valioso en esta selección.

Entonces, tras ir de ‘menos a más’, a Perú le tocará esperar, con unos días de descanso, a su próximo rival para la siguiente ronda del torneo. Tomando como referencia lo visto en los últimos cotejos y, como siempre, el carácter dinámico del fútbol, al parecer Perú está reencontrándose con su versión más fructífera a partir de una serie de ajustes tácticos, en los cuales destaca la conformación de una especie de rombo en el mediocampo con Tapia como eje junto a Yotún y Peña; la ubicación de Cueva como ‘enganche’ y André Carrillo más cerca de la portería rival como segundo delantero acompañando a Gianluca Lapadula. Así pues, superada esta primera prueba competitiva, solo queda adaptarse y responder ante un escenario que se presenta desde un creciente, y cómo no, desafiante rigor.

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Gianluca Lapadula, Perú, Ricardo Gareca

Estimado Mario, desde que Alberto Fujimori (tu adversario en las elecciones de 1990) dio el autogolpe de 1992 y tomó por asalto todos los poderes del Estado (con la anuencia del 90% de los Peruanos) e instauró un narco estado corrupto junto a Vladimiro Montesinos, tú defendiste la democracia peruana desde tu obligado auto exilio en España y desde entonces recibiste los ataques de una parte importante de la población peruana que veía envidia o rencor, en donde había en realidad un genuino interés por preservar los valores democráticos de nuestro país. Por lo menos, así lo vi yo, siempre.

Por esa misma razón, te opusiste férreamente a las dos primeras postulaciones de Keiko Fujimori a la presidencia de la República en el 2011 y el 2016, denunciando su candidatura como expresión de los peores valores de la política nacional.

Sin embargo, en la segunda vuelta electoral peruana de este año, frente a la candidatura de Pedro Castillo que representaba a primera vista una amenaza a la democracia que siempre defendiste, no tuviste más opción que apoyar abiertamente la postulación de la señora Fujimori, apretando los dientes y dejando de lado 29 años de abierta y franca oposición al fujimorismo.

Pero las elecciones se realizaron y la ONPE dio como ganador al candidato de Perú Libre por más de 44,000 votos.

Tú sabes muy bien que los observadores de la OEA, el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, Inglaterra, la mayoría de medios internacionales como CNN, así como la Defensoría del Pueblo, Transparencia Perú e IPSOS han calificado el proceso electoral peruano de justo y democrático, no habiendo encontrado ninguna señal de fraude.

A pesar de ello, te has apresurado en apoyar las peligrosas insinuaciones de “fraude en mesa” de la candidata perdedora, sin tener ningún elemento de convicción, ya que como debes saber, todas las impugnaciones presentadas por la señora Fujimori han sido rechazadas o descartadas por los Jurados Electorales Especiales, por carecer de sustento.

Ahora que el Jurado Nacional de Elecciones empieza a ver las reclamaciones del fujimorismo, ha comenzado una campaña de demolición con el claro e inocultable propósito de impedir la proclamación del ganador de estas elecciones. En ese sentido, importantes medios de comunicación del mundo han reconocido en Fuerza Popular la misma estrategia de negación de las elecciones de Donald Trump en los EEUU.

A estas alturas y con todos los contactos con que cuentas en el mundo, que te pueden confirmar directamente lo que estoy apenas reseñando, me pregunto si vas a seguir manteniendo tu apoyo a una causa perdida, que no solo no defiende la democracia por la que tanto has luchado, sino que la amenaza y la pone en grave peligro, al pretender desconocer los resultados electorales que el mundo civilizado reconoce. Más allá de que nos guste o no el resultado electoral y de que tengamos justificado recelo sobre un posible gobierno de Perú Libre.

¿Quieres ser recordado como el hombre que nunca claudicó en su lucha por los valores democráticos de su patria, o como el escritor que prefirió plegarse al final de sus días a un grupo que representa lo más rancio del racismo, clasismo y fascismo en el Perú?

Estás a tiempo.

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Alberto Fujimori, Keiko Fujimori, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

-Pedro Castillo: invitó al economista Julio Velarde a mantenerse como presidente del Banco Central de Reserva. Velarde, quien ha hecho una extraordinaria gestión al mando del instituto emisor, había insinuado su retiro, imaginamos que para evitar anticipadamente algún maltrato del gobierno entrante. Con este mensaje Castillo ratifica el camino de moderación que muchos vemos como altamente probable y que supondría un rompimiento con la línea radical de Vladimir Cerrón contenida en el ideario original de Perú Libre.

Castillo persiste, no obstante, en la idea de la Asamblea Constituyente (así lo dijo en reciente evento en Cusco y en un medio marxista norteamericano), pero el pragmatismo que revela con la invitación a Velarde, quizás podría conducirlo paulatinamente a darse cuenta de que bien puede desplegar una política económica de izquierda sin necesidad de cambiar la Carta Magna, haciendo los cambios tributarios que le son tan caros y construyendo un Estado inclusivo en salud y educación, que son, en verdad, los pilares fundamentales de su propuesta de gobierno. Su mensaje, en todo caso, genera gran tranquilidad en los mercados.

-Keiko Fujimori: anoche rompió con la DBA. No se sumó al mitin convocado por Erasmo Wong en el Campo de Marte y que tenía como principal propósito erigir a Rafael López Aliaga como líder de la oposición los años venideros y que se basa en el no reconocimiento, bajo ninguna circunstancia, del triunfo de Castillo.

Keiko efectuó un mitin paralelo, más concurrido, en la Plaza Bolognesi y allí anticipó que sí reconocerá el fallo del Jurado Nacional de Elecciones. La excandidata de Fuerza Popular habría tomado consciencia de que no es un cadáver político y que necesita, en consecuencia, mover con perspectiva sus fichas en el tablero de ajedrez en el que se halla inmersa. Si ecualiza la conversión del keikismo en una opción de centroderecha liberal, divergente de la línea ultraconservadora del grupo de la Coordinadora Republicana (aupada anoche en el Campo de Marte), puede aspirar a un futuro político de mejor porvenir.

Los astros parecen estar alineándose para que la crisis política por la que pasamos, se recomponga, las aguas vuelvan a su nivel, la turbamulta se encauce y nos enfrentemos a los desafíos del bicentenario en mejor pie de lo que parecía luego de las primeras turbulencias post 6 de junio.

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Asamblea Constituyente, DBA, Julio Velarde

Cuando todos pensábamos que el laberinto de las elecciones al fin encontraría salida al esclarecerse los reclamos infundados del fujimorismo estas últimas semanas después del 6 de junio, nos llega la noticia de los Vladi-audios, que nos retrocede treinta años en la historia nacional y vuelve a hundirnos en la vergüenza histórica.

El “Doc” se las había ingeniado todo este tiempo para manejar sus redes desde la cárcel dorada de la Base Naval del Callao y manipular el futuro político del Perú. Y, de paso, la salvación de su fortuna mal habida y el destino del clan Fujimori.

¿Hasta qué niveles de abyección debe llegar la clase política peruana para que el pueblo se levante enardecido?

La pregunta cae por su propio peso, pues el desenmascaramiento de los partidarios de “la chica” Keiko ya es demasiado evidente. Apoyarla a estas alturas es coquetear con el golpe de estado, sea rápido (mediante un alzamiento militar) o lento (a través de leguleyadas congresales). Esta última opción es la que se ha practicado en Honduras, Paraguay y Brasil y se ha puesto de moda entre las Derechas Brutas y Achoradas de nuestros sufridos países.

Sin embargo, debemos recordar que no hay nada nuevo bajo el sol. El Perú adolece de una historia en que siempre se impuso por la fuerza la “república de españoles”, como se le llamaba durante la colonia a la minoría europea y neoeuropea que dominaba sobre la inmensa “república de indios”. La versión actualizada de esa “república de españoles” es nuestra endeble república criolla, que en doscientos años ha sido parásita de las masas indígenas y mestizas, con el cuento de formar todos parte integral de una gaseosa identidad peruana.

Pero en el caso de los sectores radicales y racistas de la criollada política ya no se puede hablar de conciencia nacional ni nada por el estilo. Aquí simplemente van por la suya, prefiriendo el crimen y el narcotráfico a que suba el profesor Castillo, quien según todas las instancias de observadores internacionales y hasta el mismo Departamento de Estado norteamericano ha ganado limpiamente las elecciones.

Los gritos y rezos públicos de “la chica” Fujimori me hacen recordar la tristemente célebre anécdota de los oligarcas limeños que pedían el ingreso de las tropas chilenas a sus haciendas antes que permitir que los trabajadores negros, indios y chinos tomaran sus propiedades.

Vladimiro Montesinos encarna esa miasma moral que hunde al país mediante el soborno, el asesinato y la prepotencia. El simple hecho de que pueda darse el lujo de hacer decenas de llamadas para arreglar desde su celda los resultados de las elecciones nos pone sobre el tapete la fragilidad de nuestro sistema legal y electoral.

Ya no se trata aquí de simple criollada. Esto bien merece llamarse traición a la patria. Y el castigo lo conocemos todos.

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Vladimiro Montesinos

El 27 de agosto de 1930, el teniente coronel Luis M. Sánchez Cerro encabezó un golpe de Estado contra el dictador Augusto Leguía, poniendo así fin a su largo gobierno autoritario que iniciara el 4 de julio de 1919. Con Sánchez Cerro al mando, la incertidumbre se apoderó del país, las asonadas militares y civiles se multiplicaban unas tras otras por lo que decidió dejar el poder a la junta presidida por David Samanez Ocampo y Gustavo Jiménez, quienes apelaron a las viejas y olvidadas formas de la República para resolver el impase: las elecciones.

Sin embargo, las cosas habían cambiado tras once años de dictadura civil. Leguía había sido muy represivo con las masas que ya desde la década de 1910, y a principios de la de 1920 se organizaban sindicalmente y comenzaban a irrumpir en la política. Durante su mandato, se clausuraron las universidades populares que fundara Haya de la Torre al iniciarse la década, y se reprimió duramente al movimiento obrero organizado.

Para las elecciones convocadas en 1931, Leguía no estaba, pues purgaba prisión. Por otro lado, penosamente había muerto José Carlos Mariátegui, el rival ideológico de Haya de la Torre en la izquierda, con lo cual la suma de los movimientos anarquista, sindicalista, entre otros, migraron sin mayores contratiempos hacia el APRA y en cuestión de meses se había formado el primer partido de masas del Perú, que nació fuerte y organizado, y con una agenda política reformista, aunque no socialista.

Por su parte, la oligarquía asistía, aterrorizada, a las primeras elecciones a las que las masas concurrían con partido propio y con grandes posibilidades de vencer. Fue así como se gestó la alianza oligárquico-militar, que mantuvo su vigencia en el Perú prácticamente hasta el golpe de Velasco del 3 de octubre de 1968. En sus orígenes, la finalidad de esta alianza era evitar a como dé lugar que los “aprocomunistas”, como entonces se les llamaba, llegasen al poder. El primer fruto de esta alianza, fue el apoyo oligárquico a la candidatura del teniente-coronel Luis Sánchez Cerro, quien finalmente se impuso en las elecciones de 1931.

Lo que siguió fue la violencia política, el APRA protestaba en las calles a través de los sindicatos obreros que estaban bajo su control y, apenas asumió la presidencia, Sánchez Cerro decidió que lo más sano para el Perú era exterminarla, para lo cual declaró el estado de emergencia e inició una sangrienta e implacable persecución que, entre sus consecuencias principales,  contó con la deportación del país de la célula parlamentaria aprista, y el encarcelamiento de Haya de la Torre en el panóptico de Lima, todo en los primeros meses de 1932. Las bases apristas respondieron tomando Trujillo desde el 7 de julio del mismo año. Fue una danza de la muerte. Al batirse en retirada, la turba masacró una veintena de oficiales del ejército que se encontraban confinados en una celda de la prisión de Trujillo. Como represalia, la milicia fusiló a miles de apristas en las ruinas de Chanchán.

Esta historia, teñida con sangre, se prolongó por décadas y fue conocida como la secular enemistad entre el APRA y el ejército. Debido a ella, el Perú no pudo construir una democracia en circunstancias normales prácticamente hasta 1980, cuando elegimos por segunda vez a Belaúnde presidente del Perú, y esa democracia duró apenas doce años. Otro Fujimori, el padre, Alberto, la sepultó con el autogolpe del 5 de abril de 1992, y no la recuperamos hasta el 19 de noviembre de 2000 cuando el patricio Valentín Paniagua se puso la banda presidencial. Será por todo eso que hasta hoy nos cuesta tanto pensar y actuar democráticamente.

Acabo de hablarles de un proceso que duró 50 años, como tal, no es comparable con la coyuntura actual. Pero centrémonos en sus orígenes: la oligarquía (poder económico) + las fuerzas armadas, + la prensa (diario El Comercio) se unieron para evitar que una fuerza política que estaba fuera de su control asuma el gobierno del Estado. El precio que ha pagado la historia del Perú y, por consecuencia, nuestra ciudadanía por esa decisión es no poder disfrutar, hasta hoy, de un país plenamente democrático, inclusive en sus costumbres y en el desempeño de sus élites y de sus actores más influyentes

Escribo esta larga reflexión, porque tengo el mal presentimiento de que ayer, cuando el representante del Ministerio Público en el pleno del JNE, Luis Arce Córdoba, declinó formar parte del ente electoral, dejándolo sin posibilidad de seguir sesionando y de concluir el proceso electoral, cruzamos el punto de no retorno. El tema se complica, pues le correspondería ser reemplazado por el fiscal Víctor Raúl Rodríguez Monteza, de la misma línea política por lo que se esperaría de él, similar actuación.  La intención detrás de la maniobra es dilatar la proclamación de Pedro Castillo, intentar que no asuma el 28 de Julio y preparar el terreno para un golpe de Estado. De esta manera, una alianza entre Fuerza Popular, el poder económico, las fuerzas armadas y la prensa, impediría, como tantas veces en el siglo XX, que una fuerza política emergente, acceda al poder por la vía democrática. Asistimos, así, al nacimiento de una neoalianza oligárquico-militar y la historia, una vez más, se repite.

La idea me venía rondando la cabeza. Velasco no acabó con la oligarquía, esta apenas se adormiló por un tiempo, pero en los noventa volvió con nuevos bríos. En las dos primeras décadas del siglo XXI no tuvo mayores problemas con los presidentes de turno, se inquietó un poco con Alejandro Toledo y con Ollanta Humala pero, finalmente, ambos resultaron funcionales a sus intereses. En cambio, Pedro Castillo sí es un problema, y lo es no porque vaya a estatizarlo todo, ni porque se haya propuesta encarnar una apocalíptica distopía hollywoodense con Pol Pot y Abimael Guzmán de coprotagonistas, sino porque hará reformas, reformas como las de Joe Biden -no les dice algo que Washington acabe de darle el espaldarazo- y esas reformas sacan a nuestros grupos económicos de su zona de confort. No más oligopolios con las APF, no más concertación de precios, no más grandes negociados en las licitaciones con el Estado.

50 años duró, en el siglo XX, la alianza oligárquico-militar erigida para impedir que las masas organizadas alcancen el poder a través de un partido político. Lo paradójico de la situación, es que no “resolvimos” el impase con democracia, sino con la dictadura de Juan Velasco y Francisco Morales Bermúdez (1968-1980), quienes nos sumieron en la noche autoritaria por otros doce largos años.

Ayer, cuando Luis Arce Córdova presentó su renuncia a formar parte del pleno del JNE, superamos el punto de no retorno. La pregunta que queda por hacernos es qué páginas de la historia escribiremos a partir de hoy, cuando falta tan poco para celebrar el Bicentenario de la República. ¡Ay Perú! eres un país que se resiste a ser patria.

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Haya de la Torre, Juan Velasco, Sánchez Cerro

Se trata de desconocer a la mala el triunfo de Pedro Castillo en las urnas. El juego está claro y la cancha está trazada. Felizmente, predominan en nuestras Fuerzas Armadas sectores racionales e institucionalistas que han puesto rápido coto en la interna a los llamados golpistas de sus ex compañeros de armas.

Pero ahora toca que los magistrados del Jurado Nacional de Elecciones apuren su trabajo y eviten, de su parte, el golpe blando que los sectores más recalcitrantes de la derecha quieren perpetrar para postergar e impedir la juramentación de Castillo, en el peor de los casos, o para teñir su gobierno de ilegitimidad social cuando finalmente asuma, en el mejor.

Y le corresponde también a los partidos de centro marcar distancia de las pretensiones de la derecha cada vez más bruta y cada vez más achorada (hasta Montesinos se ha sumado a la conspiración) que es incapaz de reconocer a la democracia como un sistema superior a cualquier voluntad propia. Acción Popular, Alianza para el Progreso, básicamente, pero también Somos Perú, Podemos y los morados, debieran pronunciarse claramente contra el propósito golpista y ejercer opinión en el sentido favorable al camino de moderación que todavía con timidez despliega el candidato ganador.

La ultraderecha  va a terminar por hacer que su profecía se cumpla. Arrinconando de la forma en lo que está haciendo a Castillo no solo lo obliga a radicalizarse sino a no despegarse de quien le puede asegurar alguna capacidad de movilización social de defensa política, como es el inefable Vladimir Cerrón.

Corresponde estar alertas y vigilantes. La democracia no puede verse interrumpida por un grupo minoritario aunque poderoso, que no acepta su derrota electoral y es capaz de hacer lo que sea para evitar la legal proclamación del ganador.

No soy de los que se alegra por el triunfo de Castillo. Ojalá me equivoque respecto de mis pronósticos de un desmadre gubernativo (esperemos que Castillo entienda que su ruta debe ser la que la marca Pedro Francke y la renuncia a la Asamblea Constituyente), pero aún ese mal pronóstico no es argumento que permita justificar el trasiego político que se pretende para impedir que Castillo sea el Presidente del bicentenario.

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JNE, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

El pasado 11 de junio el Congreso de la República aprobó en mayoría el dictamen del Proyecto Ley General de Museo. Dicho dictamen constituye una grave amenaza al potencial crítico del arte, la producción cultural y al ejercicio de la libre expresión.

De acuerdo al dictamen son consideradas infracciones muy graves, sujetas a penalidades y multas, los siguientes puntos:

  •  La implementación de exposiciones y/o la ejecución de actividades que busquen tergiversar la verdad de los hechos o situaciones pasadas, con el fin de modificar maliciosamente la memoria colectiva de la ciudadanía.
  • La implementación de exposiciones y/o la ejecución de actividades relacionadas a una apología al terrorismo (alabanza, defensa o justificación).
  • La implementación de las exposiciones que contravengan a las buenas costumbres en la exposiciones y actividades de los museos.

Resulta sumamente preocupante que la interpretación de la norma recaiga en la subjetividad y arbitrariedad de los funcionarios que la aplican. Cabe preguntarse qué significa “modificar maliciosamente la memoria colectiva de la ciudadanía”, “realizar actividades relacionadas a una apología al terrorismo”, o ir en contra de “las buenas costumbres”.

Cabe preguntárselo en un país con una historia reciente de censuras, persecuciones y acusaciones a piezas y exposiciones de arte. En 2015, la obra de teatro La Cautiva fue investigada bajo la figura de apología al terrorismo; en 2017 ocurrió lo mismo con un mural y una cerámica del Museo de la Memoria de ANFASEP y con la serie de Tablas de Sarhua, Piraq Causa (¿Quién es el culpable?).

Las investigaciones y acusaciones prescribieron, pues las piezas claramente tenían una posición crítica frente a la violencia, tanto a la de las organizaciones subversivas como la que ejercieron las fuerzas del orden.

Preocupa que uno de los ámbitos de acción de la norma sea precisamente el Lugar de la Memoria (LUM), cuyo director fue separado por el Ministro de Cultura en el 2017 debido a una exposición crítica de la dictadura fujimorista, la Carpeta Colaborativa Resistencia Visual 1992-2017. Preocupa más, porque en 2018 todos los contenidos del LUM fueron revisados debido a las acusaciones de apología al terrorismo del ex congresista fujimorista, actualmente en prisión por corrupción, el señor Edwin Donayre.

Un argumento de la acusación de Donayre fue que el camino de piedras para entrar al LUM era un “sendero” que estaba “iluminado”. Para el entonces congresista, eso encerraría un mensaje de apología.

Las piezas, proyectos culturales y espacios mencionados tienen mensajes claros en   contra de la violencia por lo que no queda duda que las investigaciones fueron interpretaciones antojadizas y maliciosas frente a propuestas que comparten una visión crítica y de denuncia frente a las responsabilidades que tuvo el Estado durante el periodo de violencia.

La memoria sobre el conflicto armado interno en nuestro país es un tema doloroso y complejo que aún como sociedad no hemos procesado. Eso no quiere decir que no existan verdades históricas, cuerpos, sentencias, ausencias, así como criminales en prisión. El arte y su potencial crítico y provocador han servido para sanar, pero también para colocar en el debate público dichas verdades.

Los funcionarios que tienen en sus manos la potestad de normar sobre la libre expresión en el ámbito de la cultura deben hacerlo con ética y responsabilidad, en especial en una sociedad fracturada por un pasado de violencia y cuyo tejido social debe recomponerse de la mano de la libertad de pensar y reflexionar sobre aquello por lo que nuestro país atravesó.

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Arte y cultura, Congreso, Museos

Si el CBGB -legendario local de conciertos, en la zona más bohemia de Nueva York a mediados de los setenta -hubiera sido un salón de colegio, los Talking Heads tendrían que ser el equivalente a los nerds, los chancones de la clase. En medio de la rabia de los Ramones, la sensualidad de Blondie y la fibra rockera de Television y Patti Smith, el cuarteto conmocionó a la efervescente escena neoyorquina con una música sofisticada y bailable, vestimenta común y corriente, ritmos inspirados en el funk y letras inteligentes acerca de relaciones humanas, reflexiones sociopolíticas y personajes controversiales.

Tras casi dos décadas de su última aparición pública -en el 2002 se reunieron, por primera vez desde 1984 para tocar en la ceremonia de su inducción al Salón de la Fama del Rock And Roll-, tres hechos han reactivado el interés mundial por esta banda, pionera de la new wave: el estreno en Broadway, en octubre del 2019, de American Utopia, un musical de David Byrne elaborado sobre la base de diversos éxitos del grupo y de su prolífica carrera en solitario (que también existe como documental, dirigido por Spike Lee); el Grammy por sus logros artísticos (Lifetime Achievement Award) que recibieron este año; y la publicación de Remain in love, autobiografía de Chris Frantz publicada en julio de 2020, libro en el que cuenta la historia de Talking Heads y las dificultades que produjeron su agria separación, en 1989.

Byrne, compositor creativo, guitarrista y cantante de voz atenorada y amplio registro, nació en Escocia pero vivió en Maryland, EE.UU., desde los 10 años. En la escuela de arte y diseño de Baltimore conoció a una inquieta pareja de músicos, el baterista Chris Frantz y la bajista/guitarrista Tina Weymouth. Los tres se mudaron a Nueva York y formaron The Artistics. Al poco tiempo se les uniría Jerry Harrison, guitarrista y tecladista que acababa de salir de la formación original de The Modern Lovers, la misteriosa banda de Jonathan Richman. Pronto, cambiaron su nombre a Talking Heads y, de la mano del productor Seymour Stein (cabeza de Sire Records), consiguieron ser parte del cartel del CBGB, cuna del punk norteamericano.

Para muchos, el mayor aporte de Talking Heads es haber tendido un puente entre la música popular anglosajona con la riqueza sonora y polirrítmica del África, primero a través de sus derivados afroamericanos -funk, soul-, evidente en su primeras dos producciones Talking Heads: 77 y More songs about buildings and food (1977 y 1978); y, luego, con el afrobeat, género que Fela Kuti trajo desde Nigeria, con álbumes como Fear of music (1979) y, principalmente, Remain in light (1980) y Speaking in tongues (1983). Basta con escuchar temas como I Zimbra (con Robert Fripp, de King Crimson, como invitado en guitarra), Cities o Slippery people para entender eso.

Para mí, Talking Heads hizo, además de esta extraordinaria colección de canciones que van de lo divertido a lo experimental, de lo oscuro a lo sarcástico, de lo africano a lo marciano, una contribución muy especial con sus videoclips, alterando las imágenes para crear situaciones imposibles y mundos paralelos, al estilo de Peter Gabriel o David Bowie. Pensemos por ejemplo en Burning down the house, éxito de su quinto álbum Speaking in tongues (1983); la extraordinaria And she was (LP Little creatures, de 1986, cuyo coro es usado por Soda Stereo como coda de Picnic en el 4to. B durante su gira de despedida Me verás volver) o Blind, de Naked, su octavo y último disco, de 1988, en que ya asoman los ritmos latinos que luego Byrne desarrollaría, en extenso, en su álbum de 1989, Rei Momo.

Gran parte de este multicolor estilo proviene de la personalidad excéntrica y, a la vez, introvertida de David Byrne. De aspecto frío y desconectado, el creador de clásicos de finales de los setenta como Psycho killer (1977) o Heaven (1979)– es el principal responsable de la evolución del grupo. Si bien es cierto el trabajo de composición era 100% colectivo, Byrne se encargaba de las letras y de definir la estética visual y sonora de Talking Heads. Como narra Frantz en su interesante libro, David fue, desde el principio, el motor del grupo pero también su más grande problema, debido a que su excesivo control lo llevó a desconocer los aportes de los otros tres. De hecho, fue esta actitud díscola la que motivó el quiebre final, en momentos en que gozaban de enorme aceptación entre el público y la crítica especializada. Byrne trata de justificar la pésima conducta que tuvo con sus ex compañeros, aduciendo que padece de una «modalidad funcional de autismo». Tina Weymouth lo describió alguna vez como «una persona incapaz de retribuir la amistad que se le ofrece».

David Byrne, cuyo comportamiento social y aspecto físico podrían haber inspirado a los creadores de Sheldon Cooper, el genio antisocial de The Big Bang Theory, ha tenido una muy exitosa carrera como solista, a la que podríamos dedicar un artículo completo, con exploraciones musicales que lo llevaron, entre otras cosas, a formar el sello Luaka Bop Records y descubrir al mundo de la música internacional a artistas de la talla del brasileño Tom Zé o nuestra Susana Baca. En cuanto a los miembros restantes, jamás dejaron de hacer música, aunque no alcanzaron la resonancia comercial de su extraño camarada. Mientras que Harrison se dedicó a la producción de conocidas bandas alternativas noventeras como Violent Femmes, Crash Test Dummies o Live; la pareja Weymouth/Frantz se mantuvo activa con su propio grupo, Tom Tom Club, además de producir los discos que lanzaron a la fama al hijo de Bob Marley, Ziggy, entre 1987 y 1990. Los tres lanzaron, en 1996, el álbum No Talking just Heads, con un elenco de destacados vocalistas invitados: Debbie Harry (Blondie), Johnette Napolitano (Concrete Blonde), Michael Hutchence (INXS), entre otros. La aventura les costó una denuncia de parte de Byrne, quien consideró que era “un obvio intento por hacer caja con el nombre de Talking Heads”.

Otra de sus innegables contribuciones fue acercar géneros aparentemente disfuncionales -new wave, post-punk, electrónica, funk, rock, afrobeat- y convertirlos en una amalgama natural y agradable al oído. La asociación, desde su segundo LP, con el productor, compositor y multi-instrumentista Brian Eno fue fundamental para ello, tanto como la inclusión del guitarrista Adrian Belew y del tecladista Bernie Worrell, legendario integrante de Parliament Funkadelic, así como de un colectivo de músicos y coristas afroamericanos que ampliaron el formato de la banda, convirtiéndola en una máquina de ritmos contagiosos y orgánicos, como podemos comprobar en Stop Making Sense, película dirigida por el cineasta Johnatan Demme en 1984. El concierto, filmado en diciembre de 1983 en el Teatro Pantages de Hollywood, California, es una vibrante experiencia audiovisual que muestra a los Talking Heads en su mejor momento, durante la que se convertiría en su última gira oficial.

Un repaso por su catálogo nos permite entender esa amplitud de estilos. Once in a lifetime (Remain in light, 1980), por ejemplo, con aquel video en el que Byrne ironiza sobre las ridículas actitudes de los tele-evangelistas, sirve también para exhibir su fascinación por los ritmos y cosmovisiones africanas. En Road to nowhere (Little creatures, 1985), juega con el country y los coros gospel y grafica, en su respectivo videoclip, la evolución de la clásica familia perfecta. Y en Wild wild life (True stories, 1986) hace una divertida parodia de los artistas y estilos de moda, en clave de estricto pop-rock ochentero. Este video es una de las escenas de True stories, largometraje que Byrne urdió para criticar, con un estilo de humor agudo y surrealista, el estilo de vida de los Estados Unidos, y que hoy forma parte de la prestigiosa colección Criterion, que lanzó el film en DVD el año 2018.

Por cierto, hay una razón más por la cual el legado de Talking Heads regresó a las notas sobre música y cultura de importantes medios alrededor del mundo: los 40 años que cumplió su cuarta producción discográfica, Remain in light, la que cimentó su estilo integrador de estilos electrónicos y étnicos. El disco, considerado el mejor de 1980 por la revista especializada Sounds, contiene los éxitos Once in a lifetime y House in motion, además de intensos temas como Crosseyed and painless, The great curve o Listening wind. Para celebrar este aniversario, el guitarrista/tecladista Jerry Harrison había anunciado una serie de conciertos en el que estaría acompañado de Adrian Belew –que participó de las grabaciones originales- y Turkuaz, una sensacional banda de jazz y funk integrada por diez jóvenes egresados de la prestigiosa escuela de música de Berklee. Lamentablemente, la pandemia frustró estas presentaciones, canceladas hasta nuevo aviso. Pero aquí los podemos ver, en cuarentena, tocando Psycho killer y Houses in motion.

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