Opinión

Si, como todo hace esperar, la candidatura de Daniel Salaverry se ve duramente afectada por la inmoralidad cometida por Martín Vizcarra cuando fue presidente de la República, al asegurarse para él y su esposa una vacuna china, a despecho de la angustia de millones que esperan por lo mismo, y manteniendo en sospechoso secreto la operación, el tablero electoral puede tener un ligero, pero significativo movimiento.

Según la última encuesta del IEP, entre la segunda (Verónika Mendoza) y el octavo (Daniel Salaverry), no hay ni seis puntos de diferencia. Salaverry tiene 4% de intención de voto en Ipsos y 2.5% en IEP. Si se produce un trasvase de sus votos, los beneficiarios van a tener un envión que puede ser determinante.

¿A quiénes podrían ir los votos de la dupla Salaverry-Vizcarra? Forsyth -que venía cayendo- forma parte del probable pelotón de receptores. Verónika Mendoza o Keiko Fujimori difícilmente recibirán votos de quienes están en orillas divergentes o son archienemigos, respectivamente.

Lescano, con 7.1%, De Soto con 5.6%, Guzmán con 4.6 o hasta el propio Ollanta Humala, con 2.8% podrían recibir el endose de quienes puedan resultar decepcionados del affaire Vizcarra.

Mañana domingo sale la encuesta de Ipsos, pero no parece técnicamente probable que sus fechas de medición incluyan el “vacunagate”, así que el efecto migratorio recién se verá a mediano plazo.

Nada está dicho aún. En la izquierda la disputa es entre Verónika Mendoza y Yonhy Lescano, en el centro entre George Forsyth, Julio Guzmán. Ollanta Humala y Daniel Salaverry (centro para el imaginario popular, porque en verdad son candidatos de centroderecha o derecha) y en la derecha la cosa va entre Keiko Fujimori, Hernando de Soto y Rafael López Aliaga. En el ala populista light anda César Acuña y en el populismo duro Daniel Urresti.

En una campaña tan desabrida ideológicamente (lo que resulta increíble dada la magnitud de la crisis y el impulso que ello debiera dar a debates de fondo), va a depender de un gazapo (como el de Vizcarra), una frase feliz o desafortunada, un traspiés del propio candidato o de algún allegado relevante, de una denuncia periodística, de una buena o mala entrevista, de una afortunada campaña publicitaria. El tablero va a seguir moviéndose.

El Jurado Nacional de Elecciones, debería proceder de inmediato a aceptar las candidaturas completas de aquellas agrupaciones a las que los Jurados Electorales Especiales -de menor rango- han sacado de la contienda, y en el caso de las listas apristas (que ya han merecido respuesta del JNE), enmendar y permitirles la postulación integral.

Los jurados electorales no tienen ante sí un conjunto de normas ajustadas talmúdicamente sino que tienen margen para emplear su criterio de conciencia. Y en ese sentido, queda claro que el derecho a la participación electoral es un bien claramente superior al déficit de algunos trámites en falta que en el peor de los casos debieran merecer una sanción o amonestación, pero no el castigo máximo de la exclusión, como ha sucedido.

Debemos ser una de las pocas democracias en el mundo en la que se excluyen candidaturas por nimiedades burocráticas. Al hacerlo, los magistrados están afectando seriamente la gobernabilidad democrática de un país que ya de por sí no le brinda mucha legitimidad a sus representantes y que menos aún lo hará si ve que aquellos en los que deposita la poca confianza que mantiene respecto de la clase política, son sacados de la carrera.

Una de las causas de la enorme disfuncionalidad que ha afectado la democracia peruana en estos últimos cinco años (cuatro presidentes a cuestas) fue el retiro de Julio Guzmán y César Acuña, quienes el 2016 ocupaban el segundo y cuarto lugar cuando el JNE, por pequeñeces leguleyas, los retiró de la contienda. Como estaban ubicados, cualquiera de los dos estaba llamado a competir con Keiko Fujimori en la segunda vuelta y no Pedro Pablo Kuczynski.

El zafarrancho que hemos sufrido estos años tiene otras razones, obviamente, como la piconería absurda de Keiko Fujimori por la derrota, la frivolidad gubernativa exasperante de PPK, la mediocridad administrativa de Vizcarra o la estulticia política de Merino, pero de hecho, el vicio de origen del régimen que nos ha gobernado desde el 2016 proviene, en gran medida, de una funesta decisión de nuestras autoridades electorales.

En esa perspectiva, es preocupante y lamentable que no hayamos aprendido de los errores y los volvamos a cometer con un esmero digno de mejor causa.

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Elecciones 2021

No nos equivoquemos ni nos dejemos confundir. Detrás del intento de censurar a la ministra de Salud Pilar Mazzetti, hay un claro afán de desestabilizar al gobierno y eventualmente -si logran las fuerzas suficientes- de destituir al presidente Sagasti.

La actual ministra no tiene vela en el escándalo de la vacunación vergonzosa del expresidente Vizcarra, por más que lo haya sido durante ese momento. Ya lo aclaró (aunque sí haría bien en averiguar quiénes formaron parte de la voceada lista de privilegiados que lograron acceder fraudulentamente a la presunta “cortesía” del laboratorio chino), pero eso no parece importarle a quienes promueven su censura.

Algunos podrán pensar que resulta paranoico especular sobre algún propósito vacador. No lo es. Esta coalición necesita un par de semanas en el poder para lograr varios cometidos: tirarse abajo la ley universitaria y la Sunedu, permitiendo el regreso de las universidades truchas; desmontar los procesos anticorrupción en los que algunos de los titiriteros de estos partidos están comprometidos; controlar los organismos electorales y propiciar un resultado en las urnas fraudulento.

Recordemos cuáles fueron las primeras tres acciones del gobierno de Merino: citar de urgencia al jefe de la Sunedu, admitir a trámite un amparo de Telesup, intentar despedir a un procurador anticorrupción y ordenar a los periodistas del canal estatal que se alineen a los propósitos oficialistas. Clarísimo el talante antidemocrático e irregular.

Eso es lo que quieren y para ello necesitan tan solos unas semanas en el poder. Los avala una tradición de infiltración de todos los poderes del Estado a su alcance y suponen que con el Ejecutivo en sus manos podrán hacer lo que les venga en gana (inclusive, de considerarlo necesario, aplazar las elecciones hasta que llegue el momento que ellos consideren propicio para sus pretensiones).

No soy defensor de Mazzetti. La considero corresponsable del desmadre de su sector, de la falta de camas UCI, oxígeno y demora en la llegada de las vacunas. Sagasti nunca debió extenderle su mandato. Pero el intento de censura no obedece a ello sino a una falsa imputación a la que claramente se le ve el fustán desestabilizador.

Los sectores civiles y políticos democráticos deben estar vigilantes para impedir que la recompuesta coalición vacadora vuelva a hacer de las suyas.

Ojalá el pueblo reaccione y castigue con severidad electoral a un candidato impresentable como es el exmandatario Martín Vizcarra. El incidente de la vacuna china que se hizo colocar junto a su cónyuge, en su calidad de gobernante, lo pinta de cuerpo entero: taimado e inescrupuloso.

Claramente no fue ningún voluntario, aprovechó su cargo y, lo que es más grave, si efectivamente quería sumar esfuerzos para que la vacuna se probase en el país, bien pudo hacerlo público y así animar a más compatriotas a hacerlo. El secretismo con que lo ha manejado demuestra claramente lo turbio de la decisión.

Lo único bueno que hizo Vizcarra durante su gobierno fue disolver el facineroso congreso fujiaprista, que de prosperar en sus propósitos hubiera llevado al país al abismo y provocado un incendio político de tal envergadura que hoy cosecharían electoralmente fuerzas radicales y disruptivas.

Fuera de eso su gestión ha sido un desastre, siendo el ejemplo más palmario el manejo de la pandemia. Condujo al país a una cuarentena irreflexiva, populachera e inútil, que no solo no contuvo el ciclo natural del virus sino que produjo un colapso de la economía. Y se desentendió por completo de la búsqueda de oxígeno, camas UCI y, por cierto, del aseguramiento de las vacunas.

La propia reforma política, que despertó tanto entusiasmo termino siendo mediatizada por su intervención demagógica de prohibir la reelección de los congresistas. No le interesaba la reforma sino tan solo confrontar con el Congreso, como recurso de popularidad.

No sorprende por eso creer que haya sido beneficiario de una jugarreta del Jurado Nacional de Elecciones para poder seguir en carrera, como ha sido denunciado por el periodista Ricardo Uceda, haciendo la salvedad de que nos parece bien que siga en la contienda, pero como también debieron seguir otros (APRA, listas del PPC y demás) que han sido apartados por un JNE allí sí riguroso e intransigente.

Vizcarra no merece entrar al Congreso para asegurarse cierta inmunidad que le permitiría blindarse de los serios procesos de corrupción que se le siguen, acusado de haber recibido millonarias coimas por obras públicas durante su gestión como gobernador regional de Moquegua. Merece sentarse en el banquillo de los acusados, no en una curul.

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es uno de los escritores latinoamericanos más interesantes de la escena contemporánea. Aunque inicia su carrera literaria como poeta (Bahía inútil, su primer poemario, data de 1998) es la narrativa el terreno en el que su obra ha logrado un unánime reconocimiento.

 

La trilogía formada por Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011) posicionó rápidamente a Zambra como un narrador capaz de construir un universo personalísimo, que giraba en torno a la vocación por la escritura y por el que seguramente es uno de los fantasmas históricos más densos de Chile: la dictadura de Pinochet. Toda la trilogía está marcada por un lenguaje económico, de ánimo indudablemente minimalista.

 

La tentación de vincular a algunos personajes de esta trilogía con el propio Zambra –en especial a los que escriben o tienen alguna vinculación con la práctica literaria– es un riesgo permanente, pero si por algo existe la ficción es para tendernos un velo de misterio.

 

Otro libro de Zambra, Mis documentos (2013), además de ser su primera incursión en el relato breve, arroja luces más claras sobre ese vínculo, aunque el texto se mueve en una frontera híbrida, pues toma elementos no solo del cuento, también del ensayo, el diario y la memoria. Sin llegar a ser un texto declaradamente autobiográfico, la sensación de identidad con el autor material podría ser, en este caso, más intensa.

 

Dejo aparte, en este recuento, Facsímil (2014), un libro propiamente experimental, que se acerca mucho a la idea de obra abierta y cuya fórmula narrativa (un simulacro de examen de admisión universitario) ofrece en cada respuesta innumerables opciones de interpretación, un recurso que ya había usado Cabrera Infante en una página perdida de su notable Exorcismos de Esti(l)o (1976).

 

Poeta chileno (2020) es la reciente entrega de Zambra. Una novela de mayor aliento, que abandona esa obsesión por la brevedad y la concisión que se había constituido en uno de los más notorios rasgos de su estilo. El título nos coloca, una vez más, en el centro del universo de Zambra, esa mezcla de displacer cotidiano e impulso creador que afiebra frecuentemente a sus criaturas.

 

Uno de los personajes centrales de este libro, Gonzalo, busca afiliarse, pertenecer a un ámbito que no es otro que el de la poesía chilena, especie de familia alterna, pues la biológica, aquella de la que proviene, tiene un carácter disfuncional. Lo genuino y su impostura van formando, a lo largo de la narración, pares conceptuales: padre/padrastro, hijo/ hijastro, poeta/poetastro, familia/familiastra. Los sentidos se deslizan, creando contextos de ironía y por momentos de sarcasmo, a la vez que ponen al desnudo todo un mundo de carencias y conflictos afectivo-emocionales.

 

El propio Gonzalo tendrá, en Vicente (su hijastro) su contraparte. Gonzalo estudió literatura, con toda la carga de escepticismo que los otros suponen en sociedades como las nuestras y tiene claro que quiere ser poeta, que no es lo mismo que simplemente escribir poemas. El poeta es un constructo, desde el nombre: Gonzalo Pezoa, en clarísima alusión al gran poeta portugués, fue una entre varias posibilidades de nom de plum, felizmente desechada. Vicente, influido por Gonzalo, desea también seguir sus pasos. “Parrita”, lo llaman algunos, causándole un evidente fastidio.

 

Detrás del sarcasmo, los juegos de palabras, las inverosímiles combinaciones para un improbable bautizo poético, existe un velado tributo a la poesía chilena, hay que decirlo, una de las tradiciones más poderosas del mundo hispano. Del mismo modo, el retrato de las diferencias generacionales entre Gonzalo y Vicente, a veces crudas, no esquivan tampoco mostrar sus momentos de conmovedora cercanía. En esos contrastes habita, sin duda, la poesía.

 

Poeta chileno. Barcelona: Anagrama, 2020.

El Ministro de Educación, recién ayer, 9 de febrero, ha empezado a negociar la inclusión de las profesoras y profesores a la fase 2 del proceso de vacunación que incluye a los adultos mayores de 60 años, a las personas con comorbilidad (imagino que de los 15 a los 60 ya que el resto son adultos mayores), comunidades nativas e indígenas y personal del INPE. Aún no se ha anunciado públicamente cuando comenzará la fase 2 en tanto depende del arribo de las vacunas.

 

Por eso, esa afirmación, tan general, de vacunar a todo docente parece no tomar en cuenta que hacerlo implica vacunar a 523 mil personas, y sólo con ellos nos referimos a más de un millón de vacunas. ¿Y si agregamos a los más de 4 millones de adultos mayores de la fase 2?, ¿a los aproximadamente 150,000 peruanas y peruanos menores de 60 de las comunidades nativas e indígenas? Esa determinación poblacional requiere mayores especificaciones. Al parecer ya empezaron a notar que no hay tanta cobertura, pues horas después de esta declaración del MINEDU, el MIMP anunció que retirará a las personas privadas de su libertad. Hablábamos de más de 80,000 personas en los penales del país.

 

Y es que hasta la fecha sólo sabemos que en marzo arribará un mínimo 413,000 dosis de la vacuna producida por Oxford/AstraZeneca, como parte de un lote de 1′600,000 dosis de esta vacuna que serán entregados en el primer semestre de este año. Es decir, solo habrá dosis para cerca de un millón de personas más hasta julio. Nada más. Los 14 millones de AstraZeneca están programados para setiembre y los 13 millones provenientes del mecanismo Covax Facility llegarán al país el segundo semestre de este año, con la posibilidad de que muy pocas puedan llegar antes.

 

Entonces, hasta que el gabinete al que pertenece el ministro de Educación se vaya, las clases serán virtuales. La conectividad se nos ha dicho, también estará lista recién en julio. ¿Cómo se va a mejorar o paliar esta carencia? ¿Seguirá creciendo la brecha que dará más de dos años de desventaja a los estudiantes de zonas rurales y urbano marginales? Ojalá que el ministro priorice vacunar a las profesoras y profesores de estas zonas que dice tener identificadas. Cómo será su negociación. Al no haberlos incluido en la primera fase de marzo, para julio, en el mejor de los casos, esos colegios tendrán docentes presenciales junto con internet, con el riesgo de que de inmediato un nuevo gobierno que sabemos que siempre afecta la dinámica laboral en los sectores estatales por los sistemas de reemplazo, nos complejice los problemas en el Minedu. Urgimos un plan realista que asuma que el mayor número de vacunas llegará en el mes de Setiembre.

 

Tampoco es difícil pensar propuestas. Por ejemplo, el grupo de trabajo que se instaló en diciembre para planificar el retorno presencial del año escolar 2021, ¿por qué no cambia de inmediato su objetivo por uno que mejore la calidad y cobertura de la virtualidad en lo que queda del año? ¿Y si ponemos a los docentes rurales en primera prioridad en caso de algún adelanto de Covax?

 

Por lo pronto, necesitamos un ministro que responda por lo que ocurrirá en menos de un mes con el comienzo de las clases en los colegios del país, sobre todo en los que aquí nos preocupan. Pensar en setiembre no debe ser por ahora su prioridad, porque, finalmente, para ese momento será muy probable que sea otra persona la que ocupe su lugar.

 

Lima, 10 de febrero de 2021

Una señora que caminaba por la avenida Emancipación, hacia la agencia de pagos de los servicios de Telefónica en los años 90, es abordada por un hombre elegante, apuesto, buenmozo, y por si eso fuera poco, con labia poética. Inmediatamente este hombre le muestra un grueso fajo de billetes. Le dice: «Señora, se le cayó». Sorprendida, la señora detiene su rumbo, mira a todos lados, no comprende qué es lo que pasa, sabe que ese fajo no es suyo pero calla, mira a los ojos al ángel que le cayó del cielo unos segundos, toma el fajo y se anima a disimular, dice gracias. «Un momentito, señora, ¿no me da una recompensa?», contesta gentilmente el caballero. La convence —a quién no si hasta decente parece—. Para salir de la escena cuanto antes, la señora mete su mano en el bolsillo secreto de su sostén y saca el dinero que cargaba. Le da todo lo que tenía para pagar los servicios de su casa. Emocionada, cambia de rumbo, ya no se dirige hacia la caja de Telefónica; sino hacia su casa para festejar. Al llegar, abre el fajo con su familia. Ha sido estafada. Había sido víctima del engaño. En la avenida Emancipación, en el Centro de Lima, le mostraron muchos billetes, pero en casa se encontró con la infeliz realidad: un fajo de papeles cortados a la medida de un billete, solo el de encima parecía auténtico pero también era otro engaño más, era falso. Eso, es que te hagan el avión.

 

Que te hagan el avión es, en criollo, darte gato por liebre. Que te hagan el avión es ofrecerte mensajes engañosos, incompletos. Como decirte: «Las vacunas ya están en el Perú», cuando realmente donde están es en tres pequeñas cajas que alcanzan solo para una ñisca de gente. ¡Ah!, y —también— que te hagan el avión es hacer fiesta por ello, y no decirte que la vacuna china Sinopharm es todavía un experimento. ¿No te han dicho, acaso, por qué las cifras de vacunación en China son muy bajas? ¿Tampoco te han contado que compañías chinas están comprando vacunas de laboratorios de otros países?, ¿acaso los chinos no confían en sus vacunas? Ciertos interesados responderán que China compra vacunas a laboratorios de otros países no porque desconfíe de sus vacunas sino porque hacen falta tantas como para tantos chinos. Entonces, si creen que a China le faltarán vacunas ¿por qué nos vende?, ¿es muy fraterno? Cuidado que te estén haciendo el avión o el cuento chino.

 

 El avión es una modalidad de estafa que al principio te hace creer en una falsa realidad. Cuando caes, piensas que te estás beneficiando, pero pronto descubres que todo es un engaño. Es una maña muy vieja, conocida, por ejemplo, en los Barrios Altos, de donde dice ser el presidente Sagasti y de donde era la ingenua señora que se emocionó con un fajo de “billetes” que al desatarlo, se encontró con un montón de hojas de guía telefónica cortadas en forma de billetes.

 

No todo lo que ves —o te muestran para que aplaudas— es real. Cuidado que te estén haciendo el avión

El tamaño de la crisis que vivimos, que no es sólo sanitaria sino también económica (producto de las cuarentenas) y política (que ya se arrastraba desde la explosión Lava Jato), nos hacía pensar que esta campaña electoral iba a ser pródiga en propuestas ideológicas, fundacionales o refundacionales, dado el caso, capaces de movilizar la conciencia de los electores.

No es así, increíblemente. No pasamos de un torneo estéril de ver quién ofrece más bonos, más empleos y más mano dura. Uno y otro candidato se esmera en tratar de recoger una u otra de esas ofertas buscando así congraciarse con lo que entienden son las mayores demandas populares.

Lo cierto es que el total de candidatos no está recogiendo de verdad la expectativa ciudadana. Cuando, según la encuesta del IEP, se le pregunta a los encuestados, sin mostrarles una lista de opciones, por quién va a votar, un terrible 74% no elige a nadie. La desafección cívica respecto del elenco estable de candidatos es gigantesca.

Y ello pasa, creemos, en gran medida, porque no se están brindando narrativas capaces de convencer a los peruanos de que saldremos del hoyo en el que nos encontramos. Apenas la izquierda pergeña alguna propuesta alrededor de su planteamiento de nueva constitución y merece tímida respuesta de la derecha fujimorista.

No hay más. No es casual, en ese sentido que encabece escualidamente las encuestas alguien que como George Forsyth representa al anticandidato ideológico, una cima de lugares comunes y propuestas sin sustento.

Esta campaña va a calentar no a punta de puyazos o memes, o videos llamativos, sino cuando algún candidato decida romper el tabú de que con ideas no se gana electores. El momento crítico que pasamos hará que cualquier propuesta orgánica de gobierno, con planteamientos en materia económica, política, sanitaria, educativa, de seguridad, etc., cuaje.

Ojalá algún candidato se anime a hacerlo y genere, por ende, un efecto multiplicador. Verá cómo obtiene buenos resultados. Ideas claras y atractivamente presentadas pueden ser dinamita pura en esta elección aguachenta. Sería terrible que elijamos en las elecciones del bicentenario y en medio de la peor crisis en más de un siglo, a quien haga de la inercia del marketing su estrategia de campaña.

Todos hemos enfrentado situaciones en las que, después de proponer un buen argumento en una discusión, nuestro interlocutor se rehúsa a refutarnos y responde con un obstinado: “Bueno, yo soy libre de pensar lo que quiera”. Si bien esta respuesta es correcta desde un punto de vista legal, quisiera enfocarme en el aspecto moral: ¿Es moralmente correcto pensar lo que sea? O mejor, ¿es moralmente correcto construir nuestras creencias de cualquier manera?

 

Hace muchos años, dictando un taller, le pregunté a un grupo de maestros de secundaria cuál creían que era la causa de las estaciones del año. La gran mayoría respondió que se debían a que la órbita de la Tierra alrededor del Sol es elíptica (una elipse es algo así como un círculo aplanado): cuando la Tierra está más cerca del Sol es verano, y cuando está más lejos es invierno. Les pedí que hicieran los cálculos correspondientes, y con eso todos pudieron ver que la “aplanadura” de la elipse es mínima, es decir que la órbita es prácticamente circular. Por lo tanto, las diferencias en la distancia de la Tierra al Sol a lo largo del año no explican los cambios de temperatura. Para mi sorpresa, muchos se apresuraron a mostrarme sus libros de texto, diciendo: “Pero mira Manuel, ¡aquí se ve que la órbita es bien elíptica!”. Yo les indiqué que, si su explicación fuera correcta, la temperatura alrededor de la Tierra sería la misma durante todo el año: invierno en todo el planeta cuando la Tierra está más lejos del Sol, y verano cuando está más cerca, lo cual contradice la experiencia de tener diferentes temperaturas en los dos hemisferios. A muchos este argumento les hizo cambiar de opinión, pero un pequeño grupo no quiso dar su brazo a torcer. Uno de ellos incluso se paró y dijo: “¡No puede ser! ¡Yo siempre he sabido que las estaciones se deben a que la órbita es elíptica!”.

 

En este tipo de situaciones el problema moral no es ni la falta de conocimiento ni la incapacidad de analizar las posibles implicancias de sus respuestas, sino más bien la poca voluntad de aceptar un error, el desprecio a la evidencia, y el rechazo deliberado a comprender un argumento simple. Tal vez no podamos juzgar a los demás por lo que creen, pero ciertamente podemos juzgarlos por la manera como deciden formar sus creencias. En particular, podemos juzgar a una persona por qué tanto se apega a sus ideas frente a evidencia contradictoria.

 

Pensemos en nuestra situación actual frente a la pandemia. Como nunca antes, casi sin querer, nos hemos visto envueltos en fascinantes discusiones acerca de cómo sopesar la evidencia científica con las personas más inesperadas. Sin embargo, tal vez porque no estamos acostumbrados a navegar la incertidumbre científica, muchas de estas discusiones terminan abruptamente con un “bueno, ¿y qué problema hay con lo que yo crea? Es mi decisión personal”. Pero, ¿lo es?

 

Tomemos el caso del consumo de ivermectina. Muchos de los que la toman sostienen que es problema suyo y que no afectan a nadie. Pero, ¿cómo llegaron a esa decisión?  ¿Realmente creen que funciona, o lo hacen solamente ‘por si acaso’ funcione? ¿Creen que, si una persona toma ivermectina y se recupera, eso es evidencia suficiente de la efectividad de este medicamento (a pesar de la alta tasa de gente que se recupera por otros factores)?  ¿Se basan en los resultados de un estudio de células de cultivo, en el que la concentración de ivermectina que tuvo un efecto retroviral equivalía a una dosis 30 veces mayor al consumo apto para humanos? ¿Lo hacen porque es la opinión predominante en su grupo de WhatsApp? ¿O piensan acaso que existe una conspiración mundial contra la ivermectina, a pesar de que MERCK, uno de los fabricantes más importantes de este medicamento a nivel mundial, ha aconsejado que no se le use para tratar el Covid-19? Las mismas personas que usan razonamientos defectuosos para tomar la decisión de consumir ivermectina, usarán mecanismos similares para formar otro tipo de ideas y actitudes que sí son directamente relevantes para todos:  van a decidir si aceptarán o rechazarán la vacuna, si usarán o no máscara, si visitarán o no a sus parientes, etc. Su decisión de consumir ivermectina no es privada. Sean profesores, autoridades políticas, o ciudadanos comunes, tarde o temprano nos afectará a todos.

 

Cuando alguien quiera poner fin a una discusión diciéndoles que ellos son ‘libres de pensar lo que quieran’, respóndanle lo que dijo el matemático y filósofo inglés William K. Clifford hace casi 150 años en su ensayo La ética de la creencia: “Ninguna creencia real, por minúscula y fragmentaria que parezca, es realmente insignificante; nos prepara para recibir otras similares, confirma las anteriores que se le parecen debilitando a otras y así, gradualmente, establece una furtiva cadena de íntimos pensamientos que puede explotar algún día como acción abierta, dejando su impronta en nuestro carácter para siempre.”

 

Y si en el calor del momento no se acuerdan de la cita de Clifford, le pueden decir simplemente lo que uno de los profesores le reclamó al que se paró: “¡No jodas, pues! ¿Qué piensas de este argumento?”

 

(Nota al lector: la explicación de las estaciones tiene que ver con el ángulo que forma el eje terrestre con el plano de traslación de la tierra).

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.

 

 

 

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