Opinión

En la entrevista que realizó Enrique Planas a Jesús Solari, el actual vocero del Instituto de Radio y Televisión del Perú, IRTP, y Gerente de Televisión de TV Perú sobre la cancelación del programa Presencia Cultural, el más antiguo de nuestra televisión, único en su contenido sobre la producción artística y cultural del país y afincado cómodamente en el imaginario realmente nacional, en tanto los lugares del país solo llega la Televisión estatal.

En ella, Solari justificó la decisión afirmando que, como se busca vincular el canal con todas las generaciones actualmente, se requiere de “un ritmo comunicacional que conecte con todos los públicos”. Luego aclaró que la cultura debe ahora ir “indexada con el entretenimiento” porque sino las personas se desconectarían del objetivo de difundirla. Esta suerte de alineación al índice de la diversión que al parecer de Solari demandan todas las generaciones peruanas con el ritmo del entretenimiento, permite no solo existir, sino, lo más importante para un gerente de televisión: permite ser vistos.

Y creo que tiene razón. La cultura que transmitía Presencia Cultural es una que complejiza y profundiza las representaciones plásticas, musicales, literarias de la sociedad peruana, mientras que la producción mediática de entretenimiento requiere, como hace años lo señaló Joan Ferrés (1), el recurso del estereotipo, tan utilizado en la industria televisiva, para simplificar y, muy importante, tipificar la realidad. La complejidad y la reducción cuando cuadran, lo hacen con discursos irónicos, de lo contrario, se oponen la una a la otra casi como extremos de un espectro que va de la luz a la oscuridad: el arte cuestiona y el estereotipo refuerza. El estereotipo está institucionalizado y reaparece una y otra vez, reduciendo, por dar un ejemplo, a la campesina peruana en la Chola Jacinta. Eso implica que su permanencia se debe a que el estereotipo es compartido por colectivos sociales como principio organizador de la realidad, pero desde una perspectiva conservadora y dominante que tiende a perpetuar, a petrificar, tal y como funciona con el personaje de Benavides, el racismo.

Desde este ritmo, me pregunto si la necesidad mediática de los candidatos al Congreso de la República y a la presidencia de nuestro país no los está ya reduciendo mediante la propaganda y las entrevistas televisivas a estereotipos creados desde un principio organizador conservador, pero entretenido: el bruto empresario educativo, el futbolista de humilde ignorancia, la sospechosa heredera destronada, la comunista terruca, el intelectual senil, el fascista religioso.

¿Cómo liberarnos de esta reducción y poder tener una mirada compleja sobre las propuestas de las candidatas y candidatos? Dolorosamente, la pandemia en la que nos encontramos ha dejado en claro cuál es la agenda: salud, educación, reactivación económica, trabajo, turismo, producción cultural, minería, recaudación de impuestos… Pero nada de eso funcionará y lo sabemos bien, si la verdadera intención es la de volver a saquear el país, cuidar que el poder económico, legal, informal o ilegal, no tambalee, y mantener el “para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley”. Que el estereotipo no nos oculte los grupos de poder regionales y nacionales que no quieren que el orden corrupto desaparezca tras doscientos años de lo mismo. Para más información, tenemos novelas, películas, obras de teatro, historietas, retablos, fotografías, performances, piezas valiosísimas de arte que no han cesado, ni dejarán de advertirnos que, cómo siempre habrá un grupo de poder que se querrá aprovechar.

Televisión y Educación (Paidós, 1994)

No te mira a los ojos. El presidente indolente lee un teleprompter sin pestañear. El presidente indolente se concentra en lo que te quiere decir, aunque no lo logra completamente, pero por el hecho de hacerlo bajo el título de mensaje a la Nación ya tiene tu atención. Muy correctito, él se preocupa por seguir la estructura del guion seguramente listo con varios días, tal vez semanas, de anticipación. Y elige qué día es propicio para pronunciarlo. ¿Por qué?

Martes 26 de enero. Una mujer que se sometió al experimento de la vacuna china en el Perú ha muerto. Es la noticia que se da a conocer en la mañana. Las redes sociales se inundan de miedo. La prensa peruana parece ya tener la portada del día siguiente y hasta la prensa extranjera aborda el tema: «Mujer muere de neumonía tras participar en ensayo de vacuna de Sinopharm en Perú», titula El Universal de México, y continúa: «La hermana de la fallecida dijo que la víctima recibió las dos dosis el 7 y 29 de octubre de 2020; pero dio positivo a covid-19 el 11 de enero». Otro periódico foráneo en su versión web dice: «Una peruana que recibió la vacuna experimental contra el nuevo coronavirus de la gigante china Sinopharm murió a causa de una “neumonía por covid-19”, denunció la familia». La familia había soltado la información. Horas después, cerca de las 3 de la tarde, aparece un extenso comunicado de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, la que coordina los ensayos en tercera fase de la vacuna de Sinopharm en el país. Dice que no conoce si la voluntaria fallecida recibió vacuna o placebo (sustancia inocua que, en cristiano, puede ser agua y se usa con algunos en el experimento para saber si mienten). De inmediato más miedo a Sinopharm. Varias horas más tarde, ya de noche, 8 y 14, otro extenso comunicado de la Cayetano. Una versión más conveniente, claro: «La voluntaria había recibido placebo». ¡Oh! No pasó nada. No anuncian la suspensión del experimento. Pero la gente sigue mirando feo a Sinopharm, aunque más feo a un folleto virtual circulado por WhatsApp que anunciaba confinamiento obligatorio en casi la mitad del país incluida la capital. Llevaba el sello de la Presidencia, pero a través de Twitter el Gobierno de algún modo negó su autenticidad.

Hasta el momento, todo fluía por su cauce. El titular de la prensa peruana para el día miércoles 27 —obvio, la muerte de la voluntaria de la vacuna china— se desarrollaba durante el martes, hasta que, ese mismo día, a las 9 de la noche todo se paraliza. Habla el presidente. Se dirige a la Nación. Y las cosas cambian.

Diez minutos. Saluda. Parece que no quiere salirse del guion, esta vez no quiere arruinar su presentación en televisión. Ordena, sin vueltas, encerrar a todos en sus casas. El folleto virtual que horas antes su gobierno negó resultó ser auténtico. Negocios, cerrados. Solo operarán supermercados, mercados, bodegas y farmacias, pero al 40 % de su capacidad. Él, sigue leyendo el teleprompter. De inicio a fin. Termina. Se despide. Y de la mujer fallecida tras someterse al experimento de la vacuna china que su gobierno ha comprado, ni una palabra. No hay pésame a la familia ni un poema para agradecer el sacrificio. Nada. Diez minutos para decir que nos encierra, pero ni uno dedicado a la mujer que confió en un ensayo avalado por su gobierno, cuyo resultado, el que sea, es de interés nacional. El presidente indolente ha cumplido por hoy. La voluntaria mártir de Sinopharm ya no estará en las portadas del miércoles. Y la compra millonaria de las vacunas chinas todavía en fase experimental que hizo el Gobierno sigue su camino. Pero no solo eso; también dos contratos más.

 

No soy amigo de las cuarentenas. Intuitivamente hablando, constato que la dispuesta por Vizcarra no funcionó en absoluto y fue aún más estricta que la que ha ordenado Sagasti. El contrafáctico de que de repente nos hubiera ido peor si no se hacía ello me resulta bastante inverosímil teniendo en cuenta que fuimos el país que más sufrió en número proporcional de muertes. Y podría argüir, inclusive, que la correlación de descenso de la primera ola más bien fue de la mano con la liberación gradual de la cuarentena. Me parece que estamos ante ciclos naturales de un virus que no dependen de la mano humana para acelerarlo o atenuarlo. Pero, en fin, no tengo la autoridad académica ni técnica para opinar más allá. Podemos aceptar lo dispuesto por el gobierno, pero anteponiendo, sin embargo, algunas consideraciones de primer orden.

1.- Ojalá esta vez sí funcione y rápido la entrega de bonos a las personas más vulnerables. En el término del plazo de la quincena. Sería inadmisible que se repita nuevamente el esquema de tardanzas y aglomeraciones que supuso la entrega de los mismos durante la gestión gubernativa anterior. Peor, inclusive, que la pandemia es la recesión concomitante a la cuarentena. Gran número de víctimas se debe al violento empobrecimiento que significa la parálisis intempestiva de labores en un país donde el 70% de PEA vive día a día.

2.- Ojalá esta vez sí se haga un monitoreo inteligente de la respuesta hospitalaria y la disposición racional del personal médico para mejorar la cobertura. Amén de la provisión de oxígeno.

3.- Ojalá se disponga rápidamente de un mini Reactiva para todas aquellas empresas que van a cerrar. Y lo más probable es que los quince días dispuestos se conviertan en treinta o más. Si se quiere evitar despidos masivos, es urgente que se diseñe un plan rápido de auxilio crediticio o de subsidio directo a la planilla.

4.- Ojalá esta vez, el ministro del Interior ordene a los mandos policiales que se establezcan cuidados especiales intrafamiliares. Fue brutal la violencia contra la mujer y la infancia durante la cuarentena del año pasado. Ello no puede repetirse. Los Centros Mujer no pueden cerrar y los miembros de las fuerzas del orden deben tener instrucciones precisas para atender inmediatamente cualquier indicio de auxilio.

5.- Ojalá se anuncien pronto nuevas compras de vacunas. El gobierno dijo que “en cuestión de días” se iba a dar buenas noticias. Que se concreten mayores y más rápidas compras puede elevar el ánimo de la población para soportar el confinamiento al que se nos obliga desde la próxima semana.

5.- Ojalá los medios no repitan el pueril espectáculo de enviar reporteros a criminalizar a la gente que se ve obligada a salir a las calles a trabajar. Y junto con ello, ojalá la policía no repita el patético show que supone armar gigantescos operativos para capturar a ciudadanos que salen a pasear a sus mascotas. Ojalá.

George Forsyth mantiene su nivel de intención de voto en las últimas encuestas. Según Ipsos, en noviembre tenía 16%, en diciembre 18% y la última de enero 17%. Sorprende que no caiga, la verdad.

Porque en su caso no estamos frente a un líder carismático, arrasador, elocuente o particularmente brillante en términos ideológicos. Tampoco ante una ex autoridad que haya hecho una gestión superlativa en la alcaldía de La Victoria, aunque eso tampoco asegura buen resultado presidencial (véase los casos de Andrade o del propio Castañeda, quien luego de su exitosa primera gestión edil no tuvo fortuna en las ligas mayores).

Algunos datos a tener en cuenta: su mayor intención de voto es limeña y urbana; además, tiene un muy buen resultado en el norte (18%), una región tradicionalmente fujimorista y acuñista (Keiko tiene 10% y Acuña 8% en esa región del país).

Hay claramente un ánimo antipolítico en el grueso de la población que lo respalda, gente que está harta, realmente hastiada, de los “nuevos” políticos tradicionales (particularmente quienes han estado en el Congreso los últimos cinco años).

En esa línea, es más probable que una mayor proporción de los que hoy aún no deciden su voto (14% blanco y viciado y 11% no precisa), se termine inclinando por una opción antipolítica como la que Forsyth representa, antes que por una identificada como parte del statu quo.

No hay nadie en el proscenio que parezca querer o poder disputarle ese perfil. Ni Keiko Fujimori, ni César Acuña (a pesar de su filón disruptivo), ni Daniel Urresti (su vinculación a Luna Gálvez es un lastre difícil de sobrellevar) y mucho menos Verónika Mendoza, para solo mencionar a los punteros. El único del tabladillo que quizás podría cosechar de ese espíritu cívico sería Hernando de Soto, pero lamentablemente está haciendo de su carrera electoral una llena de obstáculos y gazapos. Tal vez también Yonhy Lescano, una suerte de outsider sistémico, por su origen provinciano y su discurso anti establishment de siempre.

Lo primero que deberían hacer los adversarios de Forsyth, si quieren derrotarlo, es no subestimarlo. O no subestimar, mejor dicho, el trasfondo de su respaldo. Hay, alrededor de ello, toda una estrategia detrás de su candidatura. Por lo visto, contra todos los pronósticos -incluidos los de quien escribe-, si no comete un error mayúsculo o no asoma alguien que le dispute el mismo nicho, será protagonista principal de esta elección.

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Forsyth

Al promover la ivermectina como cura para el Covid-19 sin evidencia científica, nuestras autoridades han socavado su propia credibilidad para promover la seguridad de las vacunas contra dicha enfermedad.

La reciente encuesta nacional de Ipsos muestra que el 48% de los entrevistados no se vacunaría cuando las vacunas contra el Covid-19 se ofrezcan masivamente en el Perú. También muestra que el 13% de estos cree que las vacunas no son necesarias, pues la ivermectina puede curar esta enfermedad. Hay mucha evidencia científica a favor de la seguridad y eficacia de las vacunas, y muy poca e insuficiente que muestre la efectividad de la ivermectina. ¿Cuál ha sido la postura del gobierno peruano respecto a esto último?

Pese a la falta de evidencia, hasta octubre del 2020 nuestro gobierno incluía a la ivermectina oficialmente en sus protocolos para tratar el Covid-19. Uno podría pensar que nuestras autoridades habrían apostado por ella porque no había nada que perder y sí mucho que ganar: no se sabe si es efectiva, pero al menos es inocua y económica. Pero este no ha sido el mensaje que transpiró. Por el contrario, hace unas semanas el expresidente Martín Vizcarra dijo que, si bien no hay evidencia científica, de alguna manera él sabía que la ivermectina funcionaba. Asimismo, el Colegio Médico del Perú (CMP) ha difundido mensajes ambiguos, enfatizando, por ejemplo, que el Dr. Ciro Maguiña tomó ivermectina antes de curarse de Covid-19, para luego afirmar que no existe evidencia científica sobre la eficacia de este medicamento. Al leer esto, el ciudadano de a pie obviamente se pregunta: ¿Cómo sabe Vizcarra que la ivermectina funciona? ¿Posee Vizcarra evidencia “no científica”, que sería en este contexto tan aceptable como la evidencia científica? ¿Y qué es lo que sabe el Dr. Maguiña que no sabe el “establishment” científico mundial? Tal vez pueda argumentarse que la apuesta por la ivermectina sería defendible en un contexto de emergencia, sobre todo durante los meses iniciales de la pandemia, pero el abierto desdén por la evidencia mostrado por el gobierno y el CMP podría traer terribles consecuencias sociales. A pesar del cambio de política por parte del Ministerio de Salud respecto del uso de la ivermectina, el daño ya está hecho.

¿Pero cuál sería este daño? ¿No es, al fin y al cabo, una medicina inocua? En primer lugar, se tiene que estudiar más si es realmente inocua en situaciones de Covid-19. Pero más importante, las afirmaciones y medidas han creado una bomba de tiempo, pues han socavado la credibilidad de las instituciones médicas. Al promover la ivermectina sin evidencia, el gobierno (y el CMP y todos los que apoyan esto) han cuestionando abiertamente las recomendaciones de organismos de reputación internacional tales como el Centro Estadounidense de Control y Prevención de Enfermedades, y la Organización Mundial de la Salud. Son justamente estos organismos los que defienden la seguridad de las vacunas. ¿Qué va a suceder entonces cuando lleguen las vacunas al Perú? ¿Cómo va a justificar el gobierno que las vacunas son seguras? ¿Dirá que la seguridad se ha comprobado científicamente? El gobierno se ha cerrado esa puerta a sí mismo, pues ¿cómo le van a explicar a la población que, cuando se trata de ivermectina no se necesita evidencia científica, pero cuando se trata de vacunas sí se debe confiar en las autoridades médicas? Al haber implementado la ivermectina como política pública usando mensajes ambiguos, el gobierno ha asumido el rol de tribunal supra científico, politizando de esta manera un debate que debió quedarse en el plano científico.

¿Qué se puede hacer? Hay que promover la confianza en la ciencia. Espíritu crítico sí, pero la crítica tiene que ser razonable y no basarse en mera especulación. Lo primero entonces es coordinar un mensaje claro y honesto sobre la ivermectina y otros posibles tratamientos contra el Covid-19. Lo segundo es difundir información sobre los estudios científicos que se vienen realizando. Lo tercero es aprovechar esta oportunidad para educar a la población sobre los detalles que están detrás de la construcción del conocimiento científico. Nuestras autoridades tienen que confiar en que los peruanos podemos comprender situaciones complejas. Pero sobre todo tienen que dejar de generar confusión, y enfocarse en brindar claridad en estos tiempos de incertidumbre.

Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.

Aún si la segunda ola arreciase mucho más fuerte de lo que ya nos está golpeando es perfectamente factible realizar el proceso electoral en las fechas pactadas (11 de abril primera vuelta y 6 de junio segunda vuelta).

Ha habido países que no solo las han realizado en plena primera ola sino que en otros tiempos, algunas naciones en guerra también las han llevado a cabo sin mayores contratiempos.

Es importante para la salud política del país que se respeten los cronogramas y lleguemos al 28 de julio con una nueva administración en Palacio, con un horizonte de cinco años por delante y con un mejor panorama, además, en términos sanitarios. Debemos suponer que para fines de julio ya habrá un importante número de peruanos vacunados y la pandemia habrá empezado su descenso irreversible, como está ocurriendo en países que han alcanzado cuotas de vacunación significativas (es el caso de Israel).

Si se planifica bien -y al parecer la ONPE tiene varias alternativas estratégicas diseñadas-, acudir a un centro de votación no tendría por qué suponer mayores riesgos. Se ha multiplicado el número de centros de votación y, por ende, las aglomeraciones difícilmente ocurrirán. Además, se están sugiriendo horarios graduales para la asistencia y en lo que concierne a los miembros de mesa, supuestamente van a ser vacunados (lo que sí, tendría que haber una multa considerable para aquellos miembros de mesa que habiendo sido vacunados, luego se ausenten de sus obligaciones).

Y, por supuesto, si no cabe encontrar argumentos para postergar las elecciones, mucho menos los debe haber para postergar el mandato de Sagasti. Si a algún peregrino asesor palaciego se le ocurriera semejante idea y logra convencer al Primer Mandatario del despropósito, pues corresponderá al Congreso vacarlo de inmediato.

Necesitamos salir de la crisis política este 28 de julio. Dadas las circunstancias, es una respuesta institucional que honraría las celebraciones alicaídas que vamos a tener por el bicentenario (sería bueno, dicho sea de paso, anunciar que por la situación mundial de pandemia, al menos en lo concerniente a las celebraciones y actos masivos, las mismas se postergan para el 2024, fecha coincidente con los doscientos años de la batalla de Ayacucho, en términos históricos más relevante que la proclama de San Martín).

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Elecciones 2021

La crítica académica ─no siempre sin razón─ desconfía de la buena fortuna de las obras literarias: Mil Novecientos ochenta y cuatro, según los especialistas, no parece ser la excepción. Prototipo del “best seller”, el libro no ha cesado de publicarse en más de 60 idiomas hasta alcanzar 30 millones de ejemplares vendidos. En 1984 ─35 años después de su primera edición─, durante varios meses ocupó el número uno en ventas, y en enero de 2017 ─como efecto de las declaraciones de la directora de prensa de la Casa Blanca al justificar los flagrantes embustes del presidente Trump, calificándolas de “hechos alternativos” ─ en pocos días las librerías en Estados Unidos agotaron 75,000 ejemplares.

Hace pocas semanas, los derechos intelectuales de la obra de Orwell pasaron a ser dominio publico lo que ha generado una serie de proyectos editoriales, y en España a dado lugar a una edición de 1984 en estilo manga destinada a una nueva generación de jóvenes lectores. Se espera que en los próximos meses aparezca una edición crítica de sus otras novelas, cartas y ensayos y sobre todo una edición definitiva de su célebre novela ─considerada entre las 100 mejores de todos los tiempos─.

La paradoja señalada por la crítica es que no es necesario conocer los ensayos de George Orwell o haber leído su novela para estar familiarizado con los conceptos del omnipresente e hiper vigilante Gran Hermano ─irónicamente, convertido hace algunos años en un programa de telerrealidad en la que sus participantes se someten voluntariamente a vivir e intrigar ante las ojos avizores de millones de tele espectadores ─, de la infame habitación 101 ─alusión indelicada a cualquier habitación dedicada la tortura─, y de la ubicuas policía del Pensamiento y de la neolengua, adaptación del idioma inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.

Quizá ese desconocimiento ─o, incomprensión en palabras de sus especialistas─ fue causado por la timidez y circunspección británica propia del autor. Nacido en 1903, en la periferia India del Imperio Británico, Eric Arthur Blair ─su verdadero nombre─, quiso que el título de su obra más conocida fuera impreso en letras, tal cual apareció en la primera edición inglesa de junio de 1949, siete meses antes de su muerte. La novela que Orwell ─ gravemente aquejado de tuberculosis─ tardaría poco más de un año en escribir llevaba como título inicial El último hombre de Europa y una de sus fuentes iniciales de inspiración fue la noticia de la primera de tres reuniones estratégicas entre Churchill, Roosevelt y Stalin que tuvo lugar en Teherán, en 1943. Es probable que de ahí derive la visión satírica de la novela de un mundo dividido en regiones con imprecisos rasgos geopolíticos y escaza identidad cultural, pero en conflagración permanente.

Aún si George Orwell era un escritor largamente reconocido y un ensayista respetado en el ámbito literario de habla inglesa, el éxito editorial ─sobre todo a nivel internacional─ de esa historia que describe un mundo gris, opresivo y gobernado por un gobierno autoritario de origen socialista tiene mucho que ver, por un lado, con el clima de tensión entre los países del bloque soviético y Estados Unidos y sus aliados ─que rápidamente se instaló al final de la guerra y que más tarde se conocerá como la Guerra Fría─, pero por otro lado se puede considerar como una suerte de trasformación catártica y una reflexión metafórica de los abyectos crímenes cometidos por el régimen Nazi en Europa contra las minorías étnicas y la población civil de los países ocupados en general y que comenzaron a ser conocidas y difundidas en el dominio público.

A diferencia de El Proceso de Kafka, novela que también evoca una realidad distópica, el texto de Orwell proyecta una dimensión social y una reflexión política e ideológica que va más allá del mero conflicto o sufrimiento del individuo. Hay en el texto de Orwell un “nosotros” que nos involucra como lectores, sobre todo en la famosa frase “estamos muertos”, o en las sesiones de histeria colectiva cotidianas conocidas en la novela como “los minutos de la violencia”. Winston Smith, el personaje principal ─curiosamente de edad similar a la del autor─, sobrelleva una existencia insignificante y monótona: una pieza más de la maquinaria del estado que lo oprime, su trabajo consiste en modificar, adulterar, falsificar, deformar las noticias pasadas, libros ─en realidad, todo material escrito que haga referencia al pasado histórico.

En una suerte de mito de Sísifo moderno, su tarea es tanto inútil como perpetua: Winston debe revisitar constantemente noticias que ya cambió en el pasado para adaptarlas a alguna nueva versión del presente, para evitar contradicción o conflicto con los hechos de “ese pasado”. Su actividad no está exenta de consecuencias materiales en la vida de otros, Winston lo descubre cuando debe alterar noticias del pasado relativo a un grupo de personas con el fin de desacreditarlos políticamente, y los cuales terminan siendo “vaporizados” o desaparecidos. Sin ninguna traza material de haber existido jamás.

Sus biógrafos mencionan la experiencia en carne propia de la persecución política sufrida por Orwell durante el corto periodo de su participación en la Guerra Civil española. Injustamente calumniado por una facción estalinista y declarado traidor a la causa revolucionaria, Orwell durante varias semanas tuvo que vivir a salto de mata y atravesar la frontera española con documentos falsos para poder retornar a la seguridad de Inglaterra. En 1984 el lector se ve envuelto por ese profundo sentimiento de impotencia e indefensión, en el que los personajes ─Winston Smith y Julia─ están condenados a vivir.

Pero hay otras dos experiencias que probablemente marcaron al futuro Orwell, su niñez la vivió en total ausencia ─quizás normal en esa época─ de su padre, a quién no vería sino hasta los 10 años, su proceso de alienación de toda vida familiar se completó por la decisión familiar de enviarlo a un internado regentado por religiosas y que lo acogió casi de caridad. En ensayos y escritos que rememoran esa época se puede percibir el sufrimiento emocional, humillación social y miseria material que caracterizaron aquellos años fundamentales de su existencia. En la novela, la relación entre padres e hijos aparece viciada por el miedo a la delación que los niños desde temprana edad practican regularmente contra sus padres, y por el desprecio con que los padres se refieren a sus hijos. En un dialogo con Julia, Winston recuerda que en un momento de hambre extremo le había arrebatado la ración de chocolate que le correspondía a su hermana, seguramente condenándola a muerte por inanición. Víctima de una esterilidad simbólica─mientras que Orwell realmente fue diagnosticado estéril─, Winston parece estar incapacitado físicamente para procrear, así los hijos de sus vecinos aparecen como seres violentos y monstruosos, imbuidos de una personalidad zafia y salvaje que le causa a la vez terror y repulsión.

La familia Blair no podía costear una educación universitaria para Eric, así la carrera de funcionario colonial ─al igual que su padre─ parece lo más accesible. A los 19 años, Orwell postula e ingresa al cuerpo de la Policía Imperial y es destacado a la provincia de Burma ─el actual Myanmar─,esos casi 6 años serán decisivos para el futuro escritor, además de encontrarse con tiempo libre para leer, Orwell se ve confrontando a la parafernalia burocrática imperial diseñada exclusivamente para controlar y dominar a los súbditos y sirvientes de la corona británica. Orwell ─según sus biógrafos─ llega a asumir la responsabilidad por el control policial, el orden y seguridad de más de 200,000 personas. George Orwell tuvo que confrontarse a ese sentimiento de injusticia y arbitrariedad que exhala la maquinaria del poder colonial que tras un lenguaje legal de ordenanzas y reglamentos lo que hacía era imponer un sistema colonial de explotación basado en la esclavitud.

El amor en los tiempos del Gran Hermano

Los lectores que conocen de oídas a 1984 se sorprenden al descubrir que una buena parte de la novela está dedicada a narrar la historia de amor improbable entre Winston y Julia. Es verdad que se trata de una historia trágica, destinada al fracaso. El sentimiento declarado de Julia por Winston es “amor”, ─“lo amo”, le escribe en el primer mensaje─, Winston se entrega a ese amor a pesar de los temores de traición y delación que implica ese encuentro fortuito con una mujer desconocida. Su primer encuentro en un claro de un bosque abandonado alude a una tradición amorosa de la literatura clásica, en que los héroes se encuentran en lugares amenos para entregarse al sentimiento y practicas amorosos. Sin embargo, en los sucesivos encuentros se reducen a la habitación “secreta” en la que al final son capturados.

En la novela, El amor, al igual que el alcohol, se transforma rápidamente en una droga que adormece los sentimientos. Winston Smith no aspira a la pureza de Julia, quiere y demanda un puro instinto animal, se siente satisfecho de saber que Julia ha tenido muchos amantes antes que él. A pesar de jurarse promesas de amor imposibles, saben que su relación no tiene futuro. El sexo cada vez más breve entre ellos se ve remplazado por una especie de letargo individual que no los une. Saberse juntos es simplemente esperar a la llegada inevitable del momento en que la policía los descubra y los destruya para siempre.

Así analizada la novela, 1984 puede aparecer como una especie de ejercicio intelectual esquemático y teórico: nada más lejos de la experiencia de lectura. En realidad, el narrador logra capturar al lector y lo conduce en esa maraña de sentimientos, experiencias olfativas, y una apertura sin tapujos hacia la más recóndita interioridad de la naturaleza de Winston.

En esa fascinante aventura el lector se descubre avizor y desvergonzado convirtiéndose en una suerte de Gran Hermano que observa ese maravilloso drama que se desarrolla ante nuestros ojos. Como una especie de teatro que nos educa y advierte en lo que se puede convertir la naturaleza humana.

1984, George Orwell, Debolsillo (Punto De Lectura), Barcelona, 2020, 224 paginas

Ginebra, 23 de enero de 2021

Cuando en 1821 el Perú dejó de ser una colonia y pasó a ser un país independiente, el modelo primario-exportador basado en la extracción de metales preciosos ya estaba ahí, desde 1535. Pasaba por uno de sus cíclicos periodos de bajo crecimiento, pues la producción de plata había disminuido considerablemente en las últimas dos décadas. Desde 1776, además, las minas de Potosí -fuente del 90% de la plata peruana exportable- pasaron a ser parte del Virreinato del Río de la Plata.

Atada a la caída del sector minero, la rica y ostentosa clase comercial limeña, que importaba y distribuía manufacturas europeas que venían en los mismos buques que sacaban los metales del Callao hacia la metrópoli, perdería poder económico. En un contexto de contracción productiva y comercial que afectó a todos los sectores socio-económicos, la agricultura de la costa y la ganadería, así como la exportación de lana y jabón a otros virreinatos, tendrían un importante aunque insuficiente desarrollo. El hombre del Ande seguirá en condición de explotación y servidumbre, bajo argumentos raciales y religiosos del contexto colonial.

Como puede verse, es una dinámica muy similar a la del subdesarrollo económico contemporáneo: volátil, dependiente de la geografía o del exterior, y beneficiosa para muy pocos, entre ellos quienes explotan a la mayoría de cuyo trabajo viven. En aquellos días casi todos éramos una servidumbre legalizada, hoy somos una precariedad que no tiene tiempo ni holgura para darse el lujo de evaluar sus condiciones de trabajo.

El proceso independentista agrava esta herencia colonial de subdesarrollo, sumándole crisis, pobreza e incapacidad de gobierno. Las guerras traen mucha pérdida poblacional (mayoritariamente pobre, andina y esclava), además de destrucción de infraestructura y tierras, y de extinción de ganado por uso en actividades militares. Muchas familias aristocráticas huyen del país con sus riquezas. Así, la economía pierde considerable mano de obra y capital.

Las nuevas exigencias de gobierno y la crisis en curso evidencian la inexperiencia criolla frente a los asuntos administrativos de Estado. Hay escasas capacidades de cobro fiscal, no hay gendarmería nacional hasta la cuarta parte final del siglo XIX, por lo que proliferan las montoneras y los disturbios. Es claro que no se tiene un control prolijo del territorio ni una penetración descentralizada de servicios que genere una sensación de comunidad viva. El presupuesto público oficial se diseña y formaliza, por primera vez, en la década de 1840. Las prácticas de corrupción colonial continúan sofisticándose. Nuevamente, todo esto también sucede hoy, en lo fundamental: no hay la suficiente experiencia y pericia en la burocracia peruana, hay corrupción cotidiana en ella.

De la depresión económica del periodo posterior a la independencia se saldrá recién a mediados del siglo XIX, con el boom exportador del guano, lo que iniciará el subdesarrollo pendular contemporáneo que hasta hoy conocemos. También por esos años nacerán los primeros atisbos de sector industrial, ese eterno pendiente de soberanía para el que nos faltan insumos conocimiento y de capital. El hombre del Ande seguirá subordinado, explotado y despreciado. El vacío de liderazgo político civil, de una élite legítima con capacidad de gobierno y visión de desarrollo económico, será llenado por caudillos militares, a quienes se aliarán las familias criollas ricas que consideran indigna la acción política republicana, pero quieren mantener sus privilegios económicos.

Puede decirse que la república temprana termina aquí, estabilizada temporalmente por un nuevo ciclo exportador favorable. Es claro que no era viable un país y una sociedad política de las características fundacionales descritas, al menos si el referente son los países desarrollados de occidente. No se construye república y pertenencia en medio del crimen material, emocional y moral que siguió ejerciéndose contra la mayoría poblacional que vivía en la sierra. Tampoco bajo un modelo económico que, en la bonanza, sólo beneficia a una minoría empresarial sin la fuerza, voluntad, capacidad y volumen suficientes para hacerse competitiva a un nivel y forma que permitan el desarrollo y el bienestar mayoritario, tanto en la urbe como en el campo. No puede haber largo plazo y desarrollo en la incertidumbre económica dependiente del exterior, o en el crecimiento con caídas súbitas y brutales, muchos menos sin un Estado con importantes capacidades operativas y una élite civil comprometida y preparada para la dirigencia política. La historia hace pensar que varios de estos elementos disparan y conforman el bienestar general. La democracia parece haber sido una sofisticación posterior, un regalo del progreso y el desarrollo al que han accedido sólo algunos países. Nadie sugiere sacrificarla ni mucho menos, pero sí es necesario resaltar la complejidad que implica el reto político de hoy.

Pasados dos siglos, no se puede decir que no lo hemos intentado. Al menos en teoría, tanto ortodoxos como heterodoxos, sean demócratas o dictadores, casi todos han buscado el desarrollo generalizado a la manera capitalista occidental, uniendo al territorio rural en este destino, pero no han alcanzado los insumos ni los plazos en ninguno de los experimentos. También se ha querido construir Estado y administración pública, y no se ha podido. Nunca hemos tenido una clase dirigente con capacidades de transformación. El desarrollo nos ha sido largamente esquivo.

Pero resulta que no somos los únicos con inviabilidad de origen: no hay país poscolonial que haya alcanzado el desarrollo. Sólo algunas naciones asiáticas de tradición autoritaria y mano de obra barata se han vuelto globalmente competitivas, y acaso abandonado el subdesarrollo. Parece que nunca estuvimos invitados a la fiesta grande del capitalismo, que todo fue ilusión y engaño proveniente de poderosos de diversa escala geográfica.

El bicentenario es, entonces, un tiempo muy propicio para preguntarnos si tiene sentido seguir persiguiendo un tipo de progreso que no parece accesible, sólo alcanzado por algunas de las naciones que colonizaron a otras, y usufructuaron siglos de ventaja comparativa y mano de obra esclava. Si es estratégico seguir apostando por un tipo de expansión en crisis energética y ambiental debido a su insaciabilidad consumista y acumulativa, lo que la obligará a ruralizarse tarde o temprano, a generar un nuevo mundo que ya parece estar en curso.

Alguna vez fuimos una civilización viable: autosuficiente, inclusiva y sostenible, de grandes conocimientos astronómicos, económicos, ingenieriles y agrícolas, de una epistemología donde el hombre era parte de una naturaleza viva y la razón humana tendía al colectivo, a la austeridad y al respeto del entorno. Sin caer en el conservadurismo retrógrada, ni en la mitificación del pasado, debemos recuperar dichas fuentes prehispánicas y, a partir de esas enseñanzas, pensar en un camino propio desde nuestra fusión contemporánea, donde lo occidental tiene un indiscutible espacio, pero no puede ser atadura ni velo.

Debemos encarar el presente con más imaginación y sabiduría que la mostrada hasta hoy, no tenemos casi nada que defender del actual orden. Tenemos que planificar la llegada de un nuevo tiempo en el que nuestro conocimiento ancestral y nuestra biodiversidad serán ventaja geopolítica y garantía de nuestra propia calidad de vida. Será un inicio ahora sí promisorio, y quizá el final de un tiempo oscuro que se inició hace cinco siglos.

En cada tradición literaria hay autores que alcanzan un sitial raramente disputable. Si hablamos del Perú uno de esos lugares, sin duda, lo ocupa el poeta César Vallejo. ¿Cómo explicar la poderosa atracción que sigue ejerciendo Vallejo o la torrencial producción crítica e interpretativa sobre su escritura si no es por sus méritos estéticos, la rotundidad de sus mensajes vitales, solidarios, profundamente humanos y la trascendencia que tiene su obra en el contexto universal? Vallejo ha dejado la vida terrena para instalarse en una suerte de esfera mítica, donde solo nombrarlo ya es una invitación a la lectura devota de sus textos

Miguel Pachas Almeyda, biólogo y educador de profesión y vallejista por convicción, ha dedicado varios años de su vida a reconstruir la experiencia vital del poeta, como muestra su ambiciosa biografía ¡Yo que tan solo he nacido! (2019) o los volúmenes César Vallejo y su América hispana (2014) y Georgette Vallejo al fin de la batalla (2008). Cada uno de estos libros supone un enorme esfuerzo investigativo particular, pero los une irremediablemente la pasión por Vallejo.

Hoy Pachas Almeyda nos entrega Anécdotas y curiosidades de César Vallejo (2020). Como su título permite deducir, se trata de una colección de breves relatos cotidiano-literarios protagonizados por el mayor de nuestros poetas. ¿Y por qué es importante un anecdotario? El poeta Luis Eduardo García nos da la clave en su breve prólogo: porque permite establecer la conexión entre la experiencia vital y la escritura y no por un afán biografista sino porque en el caso de Vallejo resulta muy difícil, a veces, separar estas la dimensión del hombre y la del artista.

“Las anécdotas –dice García– cobran más importancia porque desentrañan la relación misteriosa de Vallejo con el lenguaje, en la que siempre se mostró como un superdotado. Por un lado, está el creador que a fuerza de inventiva y audacia hizo añicos la sintaxis y la semántica del español (…) y, por otro lado, la del profundo degustador de la oralidad, del sonido y del ritmo de las palabras” (p.9-10).

Estas historias cotidianas, además de reflejar el aspecto vital y humorístico del temperamento de Vallejo, nos ponen también en horizontalidad con él, humano, finalmente humano. Uno de estos textos habla, por ejemplo, de la memoria prodigiosa del poeta. En cierta ocasión, Vallejo y su grupo de amigos habían quedado en encontrarse en la Plaza de Armas de Trujillo para ir a almorzar. Pero faltaba uno: Óscar Imaña. A Vallejo le encomendaron que lo buscara y así lo hizo. Al llegar encontró a Imaña a segundos de haber culminado un poema que Vallejo leyó de inmediato. Ya en el almuerzo, Vallejo le pide a Imaña declamar el poema. Imaña dijo que no lo recordaba. Entonces, para sorpresa de su autor, Vallejo lo declamó sin olvidar un respiro. Una de muy variadas perlas que el lector degustará en un libro que, en su brevedad, es capaz de devolvernos a Vallejo vivo en sus palabras y en sus actos.

Anécdotas y curiosidades de César Vallejo. Editorial Infolectura. Trujillo, 2020.

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