Al encuentro de lo que se podría esperar en una época como la nuestra ─de extrema digitalización y contenidos minimalistas─, los autores y libros de Historia gozan de una paradójica y muchas veces sorprendente acogida. Uno de los ejemplos más sonados probablemente sea el del profesor Yuval Noah Harari y su Sapiens, Una breve Historia de la Humanidad (2014): un super ventas de alcance planetario, que ─gracias a su incombustible popularidad editorial, traducido a 45 idiomas─ hace unos meses ha sido relanzada en formato cómic. Con una prosa diáfana y un estilo desenfadado, y en algo menos de 500 páginas, el ensayo de Noah Harari deslumbra a sus lectores con un recorrido que va del Big bang hasta los últimos avances informáticos, pasando por la evolución del cerebro humano, a las civilizaciones de todos los continentes. La tesis del profesor Noah ─para los obsesionados de la literatura─ aparece tanto más fascinante cuanto escueta: nuestra capacidad humana de inventar, articular y creer en historias ─de los mitos fundacionales a las grandes religiones, pasando por el discurso de las teorías científicas; de la declaración de derechos del hombre y el ciudadano durante la Revolución Francesa a la promesa de pago impresa en el papel moneda a los planes de negocio de las empresas de Wall Street─, esa suerte de fantasía colectiva es lo que ha permitido a la raza humana sobrevivir y triunfar materialmente en un mundo hostil como el nuestro, y llegar a ocupar el primer lugar en la evolución de las especies.
Otros dos autores ─ambos de habla inglesa─ no sólo fueron, en su momento, super ventas mundiales, pero además sus libros fueron adaptados y convertidos en libretos de suntuosos documentales, narrados y protagonizados por ellos mismos. Se trata del profesor norteamericano Jared Diamond, quien obtuvo el premio Pulitzer en 1998 por su libro Armas, gérmenes y acero (1997) y del ensayista británico Niall Ferguson y su profético Elascenso del dinero, libro publicado unos meses antes de la crisis financiera mundial de 2008 y que anunciaba el riesgo de la burbuja inmobiliaria que pondría de rodillas al sistema bancario mundial. En el documental, lujosamente producido por la BBC, Niall Ferguson ─con el mismo talante y acento escoces de su compatriota Sean Connery, en James Bond─, visita históricas casas de moneda en París, Londres y Venecia, recorre las calles de Potosí y Cajamarca, se entrevista con operadores de la bolsa de Wall Street, en Nueva York, recorre en barco el Mississippi, y camina por las calles de alguna chabola africana mientras narra la historia de como el dinero y su evolución ha determinado la miseria o riqueza de las sociedades.
Esas obras no solo comparten éxito editorial y comercial o, la notoriedad académica y mediática de sus autores ─además de ser cotizados conferencistas internacionales, vi en un auditorio londinense, decenas de sus lectoras hacer cola para obtener autógrafos del apuesto profesor Ferguson. Se trata de textos, en los que sus autores, partiendo de un aspecto de la humanidad más o menos desapercibido ─sea el dinero, la geografía o, la psicología y evolución anatómica─, se lanzan con intrepidez y destreza a un ejercicio de relectura de la Historia de la humanidad para revelar al lector una dimensión inusitada o desconocida de nuestro propia identidad, de nuestra relación con el dinero y la tecnología, o nuestros gustos alimenticios, y que al final nos otorga nuevas herramientas de comprensión y entendimiento para relacionarnos con otros seres humano. Sin ser creaciones literarias, son libros que se leen con el mismo entusiasmo y arrobamiento que una buena novela o una de esas series que podemos engullir en un fin de semana. El libro del profesor Jared Diamond nos conduce en un viaje apasionante que va de las colinas de Nueva Guinea a las llanuras del medio oriente, pasando por las dehesas castellanas, para demostrar como la conjunción de ciertos elementos clave de la geografía y del medio ambiente, así como el contacto milenario con ciertas especies animales posibilitó a los europeos la conquista del mundo, mientras que los pobladores de otros continentes ─en una especie de azar geológico─ se vieron excluidos por la naturaleza.
Como es de imaginar, a estos escribidores no les falta su cohorte de detractores. En el peor de los casos, se les acusa de ligereza profesional, de falta de precisión académica y de prestarse a la corrupción del entretenimiento informativo. Sus críticos más indulgentes, reducen sus obras a una suerte de pátina seudo intelectual que permite a políticos y hombres de negocio ─de dudosa cultura─ participar en inanes conversaciones de sobremesa.
Hay algo de arrogancia ─y, es licito sospechar, mucho de envidia─ en esos juicios lapidarios. Hay entre los historiadores una larga y distinguida tradición de escribidores polémicos, entre los cuales se puede nombrar a los favoritos y siempre citados por Borges: Edward Gibbon ─Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano─ y Theodor Momsen ─Historia de Roma─, sendos historiadores y polígrafos sin par, en sus respectivas épocas. Siendo Momsen el único historiador de profesión que ha recibido el premio Nobel de Literatura. A ambos se les reprochó en su tiempo falta de disciplina, ligereza en el estilo. Sin embargo, siglos después, sus obras son aún referencia precisamente por lo que en su tiempo se consideró como defecto.
La Humanidad y el Mosquito
Continuando en este contexto, Mosquito invita al lector a revisitar el pasado de la humanidad y constatar ─a través de documentadas observaciones multi disciplinarias─, cómo una sola enfermedad, la malaria, transmitida a los humanos por el protagonista de nuestra historia ─y desde los albores de la civilización y aún en los orígenes mismos de la evolución de la humanidad─, desencadenó ─una y otra vez─ desenlaces críticos en la historia.
El autor, Timothy Winegard ─doctor en historia por la Universidad de Oxford y profesor de historia y ciencias políticas en la Universidad de Colorado Mesa (Estados Unidos) ─, cuenta como a raíz de una conversación con su padre, médico urgentista, surgió el tema de su libro. Más allá de su carácter risueño ─el padre le aconsejó lacónicamente una sola palabra─, la anécdota es significativa porque explica el principio y lógica que anima el libro: “enfermedad”.
A lo largo de una veintena de capítulos y apoyándose en una copiosa bibliografía y aparato de notas (casi cien páginas de las más de 600 del libro), Winegard desarrolla la tesis de que el binomio Malaria-Mosquito ha sido un catalizador secreto que ha movilizado o frenado a la humanidad en momentos claves de la historia.
Enfermedad infecciosa inseparable del fenómeno mismo de la civilización humana, la malaria fue transmitida de animales a humanos hace miles de años. Este contagio tuvo lugar en el momento en que el hombre dejó de ser nómada y recolector, para convertirse en sedentario e iniciar el desarrollo de la agricultura. El cultivo de la tierra a su vez facilitó un paulatino proceso de domesticación de ciertas especies de aves y otros animales mamíferos: los patos en China, los cerdos en Europa central, las ovejas en el medio oriente. La sedentarización de la humanidad y la consecuente generación de los primeros centros urbanos de cierta densidad demográfica, provocaron el incremento de la crianza de animales domésticos.
Precisamente, la aparición de animales domésticos, aunado a la modificación de los cauces acuáticos para irrigar y mejorar la productividad de las tierras cultivables propició la propagación de mosquitos, que aprovechaban las aguas de regadío como medio natural de reproducción. Haciendo la transmisión entre especies ─o, zoonosis─ un accidente inevitable: era una cuestión de tiempo.
La malaria era una enfermedad endémica propia de los animales y sería más que milenaria. En efecto, Winegard nos recuerda que los mosquitos se cebaban en la sangre de los dinosaurios, millones de años antes de la aparición de los humanos. Tal como Steven Spielberg lo recrea en su película Parque Jurásico. Weinberg, continúa, probablemente fue la malaria la que contribuyó a la extinción de los animales prehistórico de mayor tamaño mucho antes de que cayera el asteroide que los exterminó.
Desde ese remoto entonces y a medida que se desarrollaba y expandía la humanidad en diferentes focos de civilización, de los fértiles valles de la cultura Mesopotámica, situados entre el Éufrates y el Tigris, al delta del Nilo, cuna de la civilización egipcia, en Atenas y Esparta, la malaria y el mosquito desempeñaron un rol crucial en el equilibrio geopolítico de esas civilizaciones. Asumiendo unas veces el papel de enemigo o de aliado, en algunos casos. Así, a lo largo de la historia, los estrategas griegos y los generales espartanos aprendieron a compartir el poder con los temibles enjambres de mosquitos que habitaban las marismas y las zonas pantanosas del mundo mediterráneo.
Lo mismo sucedería siglos más tarde con el imperio Romano, cuyo defensa estaba asegurada por un lado por las legiones de soldados, pero al norte por los humedales de las grandes llanuras padanas que sirvieron como defensas naturales y que debilitaron las fuerzas de Aníbal.
Winegard ─influenciado por su pasado de oficial militar de las fuerzas armadas canadienses y británicas, y autor de varios libros sobre historia militar─ analiza el impacto de la malaria en distintas campañas militares, de Alejandro el grande a Julio Cesar, Napoleón, pasando por las cruzadas. La relectura de estos conocidos episodios de la historia militar se enriquece cuando se les considera desde la perspectiva epidemiológica y sanitaria.
El capítulo que quizá nos atañe más directamente es el del encuentro de la cultura europea con la realidad del nuevo continente. Winegard retoma la tesis de Jared Diamond y explica como la malaria y los mosquitos viajaron en las naves españolas ─en los barriles de agua, en la sangre de esos marinos mediterráneos─; y como esa nueva especie de mosquitos llegada allende los mares se mezcló rápidamente con los mosquitos autóctonos del nuevo continente. En cuestión de meses, un par de años, la malaria se cobró la forma de una pandemia mortal que asoló el Caribe Taino y luego se convirtió en la vanguardia de los conquistadores como un arma biológica de destrucción masiva.
No sólo la conquista del continente americano se decidió bajo la letal influencia de la malaria, sino también el complejo y penoso proceso de remplazo de los pobladores autóctonos diezmados por la enfermedad y las hambrunas que le sucedieron: la importación de mano de obra esclava proveniente del continente africano también estuvo condicionada por la malaria, o, en este caso ─terrible ironía─ por la relativa resistencia inmunitaria a la malaria que las poblaciones africanas habían desarrollado a lo largo de los siglos.
Los últimos capítulos del libro de Winegard están dedicados a reseñar los últimos avances en la lucha mundial contra la malaria, la cual ─según cálculos citados─, es responsable de la mitad de las muertes desde el inicio de la humanidad, y para muchos países aún hoy representa la mayor causa de mortalidad infantil.
El mosquito, de Timothy C. Winegard, S.A. EDICIONES B, 640 páginas. Barcelona, 2020.
Ginebra, 9 de enero de 2021