Opinión

Un sector de la derecha, sobre todo la élite empresarial y los sectores conservadores, están aterrados respecto del retorno del populismo económico. Esta última gestión congresal les ha puesto los pelos de punta y no quieren ni imaginar lo que podría pasar en el país si además del Legislativo también se activa un Ejecutivo de ese talante.

El problema es que el miedo no es el mejor consejero político. Por pavor al populismo están endosando al ultraconservadurismo moral, autoritarismo político y mercantilismo económico de un candidato como Rafael López Aliaga. Por eso su crecimiento en las encuestas, aunque todo hace suponer que ese estirón se va a empezar a ralentizar y la ola celeste puede terminar convertida en un tumbito (influirán los errores notorios del candidato, el conocimiento de sus aspectos negativos, la arremetida de sus adversarios electorales que antes ni le daban bola, etc.).

Un sector de la derecha peruana está cometiendo el mismo error que cometió en los 90, cuando su pavor al populismo alanista y a la violencia terrorista los hizo adherirse sin prudencias ni cautelas al esquema corrupto y autoritario de Fujimori. Inclusive, connotados compañeros de la campaña del Fredemo y de Mario Vargas Llosa terminaron de entusiastas gonfaloneros del fujimontesinismo por esa misma razón. Y los resultados finales saltan a la vista. Fue un craso error, del cual no parece haber aprendido mucho esta derecha.

Opciones tiene. Es verdad que Hernando de Soto ha desplegado una campaña lamentable, casi indecorosa de lo mala que es, pero es, de lejos, mejor opción -más democrática y liberal- que la de López Aliaga. A cinco semanas de la elección, está bajo en las encuestas, pero no tan lejos del pelotón de potenciales contendores de la segunda vuelta.

La propia Keiko Fujimori, a pesar del inmenso pasivo que arrastra por su inefable conducta política luego de su derrota en el 2016, es también una mejor opción de derecha que la del candidato de Renovación Popular. Jugará su opción gubernativa al filo del reglamento (no es solo estratégica su insistencia en la “mano dura”), pero sabe que no puede reeditar viejos autoritarismos y en términos económicos y morales está también a años luz de modernidad en comparación con las chifladuras reaccionarias del candidato célibe.

La derecha peruana no brilla por su lucidez histórica, pero no está demás invocarla a que en la actual circunstancia bicentenaria reflexione y apueste por un destino liberal y republicano, de libre mercado competitivo, como mejor forma de derrotar a la real amenaza del estatismo o del malhadado populismo económico.

Según la mitología griega, Casandra era una princesa troyana, dotada de singular belleza, que había hecho votos de servir como sacerdotisa en el prestigioso templo de Apolo. Símbolo de inspiración profética y artística, siendo Apolo patrono del más famoso oráculo de la Antigüedad, el oráculo de Delfos.

 

Al verla, Apolo quedo prendado de ella y le habría ofrecido el don de la profecía a cambio de entregarse a él. Cuando la sacerdotisa recibió el don prometido ─quizá ya presintiendo los males que le acarrearía acceder a los encantos del más bello y mujeriego de los dioses─, se negó a cumplir su promesa. Apolo en consonancia con las leyes divinas, no podía arrebatarle el don ya concedido, pero con la clásica ironía griega, le incluyó una maldición: Casandra sabría vaticinar el futuro con precisión, pero nadie, ni siquiera su familia, creería jamás en sus profecías.

 

A pesar de trabajar incansablemente al lado de su esposa dirigiendo la Fundación Bill y Melinda Gates, y dedicar tiempo y energía a combatir la malaria en el África y de ser reconocido como responsable de la erradicación de la poliomielitis en el mundo, Bill Gates ha sufrido en carne propia lo que se conoce como el síndrome de Casandra. El fundador de Microsoft es el blanco favorito de teorías conspiracioncitas que circulan en los bajos fondos de internet y que lo identifican como uno de los inventores del virus de COVID-19 y como futuro Gran Hermano dispuesto a gobernar la humanidad una vez que la campaña de vacunación sea concluida.

 

Sin embargo, Cómo evitar un desastre climático no cae en el tono profético o la advertencia apocalíptica, al contrario, a lo largo de sus doce capítulos, el libro discute con objetividad y sin alarmismo ─empero con gran profundidad técnica─ el reto global del inminente desastre ambiental que amenaza a la humanidad con consecuencias peores que las que estamos sufriendo producto de la pandemia: “en las próximas décadas el exceso anual de mortalidad debido al cambio climático puede alcanzar el mismo nivel que las producidas por COVID pero hacía el año 2100 los cálculos indican que podría ser cinco veces mayor.”

 

El autor es consciente que uno de los mayores riesgos que conlleva la lectura del libro radica en la complejidad del tema: discutir el cambio climático y los retos que comporta, requiere incursionar en disciplinas tan dispares como son la química, la física, la ingeniería, la biología, la economía política, la sociología y la historia. Bill Gates conduce impecablemente al lector a través de ese laberinto de datos, estadísticas, nociones científicas, de modo que al lector entienda la complejidad del problema y la dificultad de las soluciones y alternativas que se pueden implementar.

 

Bill Gates sabe también que el libro puede ser acusado de ser un panfleto publicitario destinado a publicitar sus intereses personales. Después de todo, el lector sabe que el autor del libro posee la tercera mayor fortuna del planeta. Así el libro evita referencias a empresas y enfatiza los principios generales de las tecnologías que discute.

 

Las trecientas páginas del libro tampoco son un mero tratado teórico: los diferentes capítulos presentan las alternativas, analizan los pros y los contras de las diferentes políticas que están siendo implementadas en diversas partes del mundo. Sin ser un manifiesto político, los últimos capítulos son un plan de acción propuesto para gobiernos, empresas y ciudadanos (el lector).

 

Lo primero que el lector debe comprender es la magnitud del problema: hábilmente Bill Gates resume la esencia del reto climático en una cifra: los 51 mil millones de toneladas de gases a efecto invernadero que globalmente la actividad humana inflige al planeta año tras año. Esa cifra se convierte en piedra de toque para analizar los diferentes sectores de la economía y de la sociedad que contribuyen a su generación, pero también es la cifra que sirve para evaluar el potencial real de muchas de las soluciones propuestas por políticos y especialista. Así soluciones como la energía hidráulica, solar, eólica, los biogases, las baterías, el carbón y la energía nuclear son discutidos sumariamente, pero en modo que al lector le queda claro el verdadero alcance y potencial de estas tecnologías.

 

El libro también analiza la manera y la cantidad de energía que consumimos, y allí Bill Gates lo primero que aclara es que no se trata de disminuir o reducir la calidad de vida, pero si de hacernos conscientes de la calidad energética de nuestro consumo. Bill Gates pasa revista a la industria petroquímica, al modo en que el mundo reaccionó a la crisis energética de los años setenta, y como la legislación existente hace imposible que las energías renovables puedan competir con el petróleo o el carbón.

 

Bill Gates es consciente, no obstante, que tendremos que aceptar ciertos cambios inevitables: que la industria agroalimentaria y sobre todo el origen de las proteínas animales es insostenible. No solo por la utilización de tierras que normalmente son bosques o que podrían ser dedicadas a la producción de otros cultivos, sino y sobre todo por la cantidad de gas metano y residuos químicos de los excrementos que el ganado produce y que con la tecnología existente es imposible capturar o reciclar. Es uno de los momentos más intimistas del libro, en el cual el autor nos revela su relación emocional con las hamburguesas a través de los recuerdos de su infancia, y como esa misma pasión lo ha impulsado a invertir en una empresa que produce carne vegetal, que podría utilizar hasta cincuenta veces menos de energía para ser producida sin producir residuos nocivos.

 

A medida que nos adentramos en la lectura del libro, el lector comprende la tarea formidable que la humanidad tiene por delante para impedir un fenómeno que se hace patente día a día en nuestra realidad a través de los disturbios climáticos (sequías, inundaciones) y de otros fenómenos relacionados que estamos comenzando a entender: la deforestación y las enfermedades virales generadas en especies animales con los que antes no estábamos en contacto.

 

Cómo evitar un desastre climático es un libro obligatorio para todos aquellos que quieran entender los entresijos del mayor reto que la humanidad jamás ha afrontado. En un momento de encrucijada política que nos tocará afrontar en algunas semanas, sus reflexiones, el análisis y la información que nos proporciona podrían ser utilizadas para evaluar las propuestas del próximo presidente del Perú.

 

Cómo evitar un desastre climático, Bill Gates, Plaza & Janes editores, Barcelona, febrero 2021, 320 páginas

 

 

Ginebra, 6 de marzo de 2021

Bajo la suposición de que los que hoy aún no deciden o creen que no van a votar por ninguno, conforme se acerquen las elecciones irán decidiendo su voto, hay datos interesantes que mostrar y que pueden indicar un derrotero de qué candidatos tienen más posibilidades de crecer de acá a la primera vuelta.

En base a la encuesta del IEP, sumando los que responden por ninguno o no saben aún, se puede establecer aquellos bolsones más significativos, estadísticamente hablando. Así, hay un 28.3% del sector C; un 31.9% del sector DE; 34.2% del sector rural; un 29.4% de personas entre 25 y 39 años; un 33.2% mujeres; un 34.6% del norte; un 32.5% de gente que se considera de izquierda; y un 30.5% de personas con educación básica.

Sector C (28.3%): Keiko Fujimori, Yonhy Lescano y Verónika Mendoza básicamente pueden crecer más allí. Salvo que remueva los conchos conservadores de los sectores populares, parece difícil que López Aliaga prospere allí.

Sector DE (31.9%): lo mismo. Pero Verónika Mendoza si logra transmitir un mensaje con propuestas más efectistas, no las abstracciones de la nueva Constitución y el “reordenamiento territorial”.

Sector rural (34.2%): debería ser más propicio a un mensaje de izquierda, aunque también hay mucho conservadurismo religioso. Verónika Mendoza, en primer lugar, y Lescano, en segundo, serían los principales receptores.

Entre 25 y 39 años (29.4%): cualquiera puede crecer allí. Es una generación post crisis económica, que empezó su vida laboral, en el peor de los casos, al final del fujimorato y que, por ende, solo ha visto al país crecer, salvo este “trauma generacional” de la recesión pandémica. Por ese ángulo, no calaría un mensaje de izquierda, aunque a la vez, es gente que no recuerda el fiasco izquierdista de los 70 y los 80. No se les ve afines al discurso ultra del candidato de Renovación Popular.

Mujeres (33.2%): no necesariamente mujer vota por mujer, es claro, pero si alguien parece reñido con este sector es Rafael López Aliaga, peor aún luego de conocidas las espantosas declaraciones de su compañera de plancha.

Norte (34.6%): esta región del país es la más derechista. Potenciales cosechadores: Keiko Fujimori (siempre la ha ido bien allí), Rafael López Aliaga (es, además, chiclayano), César Acuña (es su bastión tradicional).

Izquierda (32.5%): claramente es Verónika Mendoza la potencial beneficiaria, pero Lescano le ha ganado por puesta de mano un segmento de esta posición. Curiosamente, hay un 5.3% de gente de izquierda que dice que votaría por el ultraderechista López Aliaga.

Educación básica (30.5%): supuestamente las personas menos letradas. Bolsón tradicional fujimorista, pero allí también anidan izquierdistas radicales y ultraconservadores (véase el voto del Frepap). En este rubro, aparte de Fuerza Popular, nadie parece partir con predisposición ventajosa.

No conozco hombre más necio que Francisco Sagasti. Pero el problema no es que lo sea. El problema es que, siéndolo, ejerce la Presidencia de la República. Su necedad está costando vidas a montones día a día. Que el presidente insista en el error y que se aferre a él es peligroso, y sospechoso.

 

Cuando destituyó —yendo en contra de la ley— a 18 generales de la Policía para abrirle camino a su amigo y ponerlo en el puesto de comandante general, demostró su rostro necio. Muchos constitucionalistas advirtieron la ilegalidad, pero el hombre necio se tapó los oídos, cerró los ojos e insistió en su falta. Su amigo sí o sí tenía que ser el jefe de la Policía. Comenzó, entonces, una etapa oscura en la Policía que hasta hoy no ha terminado. Tuvimos tres ministros del Interior en menos de una semana por esa necedad, agentes agraviados con insultos en redes sociales por artistas que hoy son premiados con 20 millones de soles como «bono de rescate y urgencia» y con piedras lanzadas por turbas violentas en las carreteras sin que el gobierno defienda. Por esa necedad, a la Policía se le arranchó la autoridad que la ley le reconoce. Hoy tenemos agentes desmoralizados.

 

Cuando conservó en el puesto de ministra de Salud a Pilar Mazzetti, pese a que su desempeño era cada vez más incompetente, también se reveló el rostro del hombre necio que solo piensa en dar la contra a los consejos de los que saben. Y es que es así; lo que no soporta un necio es que otro le haga ver la realidad o que existan hombres más preparados que él. Y como este necio alcanzó ser presidente, pues lo que él diga se hace o se deja de hacer y punto.

 

Así conservó el poder de Mazzetti, a punte de necedades, pero con un trasfondo que hoy estamos descubriendo: no solo vacunaciones a escondidas; sino un contrato turbio con la china Sinopharm. ¿Será, acaso, esto último, la razón por la que le horroriza tanto al presidente Sagasti que las empresas privadas puedan comprar vacunas?, ¿qué tiene de malo que el sector privado contribuya en la inmunización anhelada? Ojo, que las empresas privadas accedan a la vacuna, no de China; sino de otros países, puede desnudar completamente los contratos secretos que se firman con las farmacéuticas.

 

¿Qué se oculta realmente detrás de la frase sagastiana «Lo que no queremos es que el que tiene plata se vacune y el que no la tiene no se vacune»? ¿Equidad? No lo creo. No convence el discurso de equidad. Ya le han recordado al presidente su papel durante el secuestro de la casa del embajador del Japón en los años 90. Fue uno de los rehenes favorecidos del MRTA. Quedó en libertad primero que todos, así como cuando se vacunó primero que todos, algo así. ¿Ya vemos que la equidad no es una práctica del congresista Sagasti?

 

Probablemente esa necedad, entonces, se traduzca en intereses ocultos que poco a poco van a ser revelados, no durante este gobierno morado, por supuesto, sino durante el siguiente —si no se consuma un fraude— por supuesto.

 

Uno puede morir en su ley, como se dice criollamente, ser necio, incluso hasta la muerte si quiere. Pero lo que no se puede permitir es que esa necedad sea hasta la muerte del otro.

 

El crecimiento en las encuestas de Rafael López Aliaga, el candidato perfecto de la derecha bruta y achorada, ha surtido el efecto virtuoso de que muchos se quiten la careta de liberales y empiecen a mostrar su verdadero rostro. Enhorabuena.

Grupos empresariales ultraconservadores (¿será que la pobreza espiritual de una vida dedicada tan solo a ganar dinero, luego, en la senectud, los vuelve presas fáciles de cualquiera que les hable de espiritualidad conservadora, y les asegure -eso sí, con privilegios por siempre- un pasaje directo al paraíso más allá de la vida?), un canal de televisión como Willax (con honrosas excepciones), y hordas de troles abonan en esa línea de pensamiento.

La DBA es un peligro para el país. Mercantilista en lo económico, busca asentar privilegios administrativos para ciertos grupos de poder, a costa del Estado de Derecho, generando rentas artificiales y aparente crecimiento de la economía, pero a costa de la justicia intrínseca, más bien, a una economía de libre mercado competitiva.

Autoritaria en lo político, pondrá a la democracia a prueba. Mal que bien la democracia peruana ha salido indemne de una terrible crisis política y constitucional como la vivida en este quinquenio, pero ha demostrado a la vez su precariedad. Un gobernante dispuesto a saltarse a la garrocha la separación de poderes y el respeto a las normas es capaz de convertir una democracia incipiente como la peruana nuevamente en un régimen autoritario al borde de ser dictatorial.

Conservadora en términos de derechos civiles y morales, hará que el Perú retroceda en todo lo avanzado en materia de lucha por la equidad de género (en la vida privada como en la escuela), derecho a la no discriminación (por ejemplo, la comunidad LGTBIQ) y respeto en general a las minorías diversas. Ya hemos escuchado con asco, las expresiones miserables de Rafael López Aliaga sobre los casos de embarazos por violación a niñas o respecto del caso Ana Estrada.

Veo difícil que siga creciendo a la misma velocidad. La mayor parte de votantes aún indecisos pertenece a los sectores juveniles y rurales que difícilmente se inclinarán por una opción de ese perfil. Ha aparecido con fuerza, además, demasiado precozmente, dando tiempo a que la opinión pública se forme un mejor parecer de su pasado y no se deje llevar por una moda pasajera. Pero igual es una señal de alerta para el país que una opción retrógrada y antidemocrática pueda crecer en su predicamento. Podrá no encender las alarmas para esta contienda, pero sí para las venideras.

Tan pernicioso para el país es una izquierda socialista estatista como una derecha ultrarreaccionaria. Merecemos salir del statu quo, con una opción liberal, moderna e inclusiva.

La discriminación y violencia que afecta a las mujeres y también a la población LGBTIQ+ es uno de los principales problemas que tiene el país.  Es la otra pandemia que no hemos logrado superar y que se constituye en un gran desafío para el Estado, en la medida que la prevalencia de esta forma de exclusión atenta contra la salud y vida de millones de personas, generando a la vez pobreza y precariedad.

 

Siendo un problema tan álgido es obligación de los partidos políticos y sus representantes, presentar propuestas claras y no obviar esta dimensión. Es tiempo que la clase política entienda que sin igualdad no hay democracia, desarrollo social ni crecimiento económico que valga.

 

Desde la Campaña “Somos la Mitad, queremos paridad sin acoso”,  impulsada por el CMP Flora Tristán y el Movimiento Manuela Ramos,  se ha realizado un análisis detallado de las propuestas de los diferentes partidos en varios ámbitos como: participación política, violencia de género, salud sexual y reproductiva, trabajo, educación, justicia y políticas de igualdad.

 

En este análisis se encontró que la gran mayoría de partidos tiene – al menos – una propuesta; pero si vamos al detalle de estas nos daremos cuenta que muchas no solo carecen de los enfoques adecuados, sino que además pueden plantear peligrosos retrocesos.

 

Entre estos se encuentra por ejemplo Acción Popular (AP), cuyo candidato es Jonhy Lescano, quién en materia de violencia contra las mujeres, lo único que plantea es la castración química para casos de violación; medida que si bien puede conectar con la indignación ciudadana no enfrenta el problema estructural, por lo que termina siendo un planteamiento populista que no ayuda en nada. No tiene otra propuesta en ninguna de las áreas mencionadas.

 

Los partidos Alianza para el Progreso, Podemos Perú, Renovación Popular, Unión por el Perú cuyos candidatos son Cesar Acuña, Daniel Urresti, Rafael Lopez Aliaga y José Vega, respectivamente; plantean una peligrosa reducción, fusión y hasta eliminación del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, en un claro intento por restar importancia a la institucionalidad de los derechos de las mujeres que tanto ha costado alcanzar. Esta propuesta atenta contra los compromisos del Estado Peruano a nivel internacional, pero además generaría un gran retroceso en materia de igualdad.

 

En estos partidos se detecta la falta – y en algunos casos hasta oposición- al enfoque de género, lo que se evidencia en las serias dificultades y resistencias para abordar problemáticas vinculadas a la discriminación. Por ejemplo, en el caso de Lopez Aliaga sus únicas propuestas se centran en la reducción de Ministerios y en el establecimiento de la meritocracia entre mujeres y hombres, desconociendo con ello las desigualdades que existen.

 

La resistencia para abordar la discriminación de forma estructural también se evidencia en la ausencia de propuestas en materia de salud sexual y salud reproductiva. Situación que se observa, tanto en los partidos mencionados como en Fuerza Popular, cuya candidata es Keiko Fujimori. Notar esto es relevante, en la medida que cada vez es más claro que no se hará frente a la discriminación sino se vinculan las políticas para garantizar el derecho a una vida sin violencia con políticas para promover y garantizar la autonomía sexual y reproductiva. Se tiene que atacar el centro del problema, el control de los cuerpos.

 

Sin embargo, no todo es negativo, existen partidos que no invisibilizan dimensiones claves de los derechos de las mujeres y de la población LGBTIQ+ y que no centran sus propuestas en retrocesos. Entre estos se encuentran el Partido Morado, Juntos por el Perú, Frente Amplio por la Justicia Vida y Libertad, Somos Perú, Partido Popular Cristiano y Victoria Nacional. Aquí el link para conocer esta información: https://bit.ly/3dlrRIq

 

La democracia que queremos es con igualdad de género, dar nuestro voto a quiénes se preocupen por esta dimensión clave para el ejercicio de la ciudadana es un paso para contribuir al cambio. Este 11 de abril votemos pensando en la igualdad.

Oficialmente comenzó el baile. ¿Quiénes serán los reyes o las reinas, quienes lleguen al baile final? Está difícil de saber hoy. Pero la encuesta de IEP hoy nos permite conocer mejor un panorama que sentimos trae más luces que sombras. Aquí algunas ideas para descifrar

Con un escenario político que todas las semanas nos regala escándalos, es poco probable que la nube de indecisos se aclare pronto. La tercera parte de la población o no votará por nadie o está manifiestamente indeciso (no sabe aún). No es una población homogénea. Son los NSE más bajos, el sector rural y las mujeres los que en notoria mayor proporción hoy no eligen alguna alternativa. Su convencimiento -o parte de este- puede ser determinante para esta elección. En el siguiente cuadro se ve esta diferencia:

 

¿AP realmente crece? ¿En qué segmentos?

 

Lescano es la sorpresa. El hit del verano. Cómo ha podido aglutinar. ¿Pero es Lescano o Acción Popular (AP)? ¿Qué tan lejos está de otros momentos? Pues nos dimos una sorpresa bien grande. Fuimos a ver cómo andaba AP, el mismo partido y símbolo por el que Lescano postula, en la elección pasada. En marzo, ya con los candidatos definidos, Ipsos colocó a Barnechea con 12% de intención de voto. Claro, estaba Keiko disparada y PPK empezaba a destacar como segundo. Pero allí estaba, tercero con 12%. Hicimos un comparativo de sus bolsones:

Ergo, en el 2016 el 12% te ponía tercero. Hoy, en el 2021, te podría poner muy cerca de Palacio. Salvo lo que significó Barnechea en el AB y el arrastre de Lescano en el sur hoy, grandes diferencias no hay tampoco.

 

Antiguas rivales

Hay segmentos que son compartidos por Mendoza y Fujimori que hacen que cada vez más esas candidaturas se peleen por el mismo espectro. Sus perfiles hablan de lo coincidentes en algunos aspectos. Salvo en algunas geografías, las distancias son mínimas:

El voto cruzado

¿Te horroriza el Congreso actual? ¿El anterior? Tendremos uno similar si las cosas no cambian. Una presidencia sin mayoría en el Congreso y un Parlamento fragmentado es lo que nos espera: 62% de voto cruzado. Salvo AP, ninguno de los partidos del pelotón de avanzada es significante en votación al Congreso. El Frepap tiene 8% de intención de voto. Valen las marchas y las protestas. Pero hay una responsabilidad más grande, la del voto coherente.

 

Vizcarra sigue siendo Midas para Somos Perú y lo mete en el Congreso. Ni Mendoza, ni Lopez Aliaga ni Forsyth hoy son candidatos que arrastren votos parlamentarios. Por el contrario, el voto morado es claramente un voto parlamentario antes que uno presidencialista. Empecemos a prestar atención a esto:

 

Entonces, poco aún definitivo, pero ya hay cosas que se hacen evidentes:

 

  • 1. Lescano y Acción Popular conviven en un espacio casi natural para la agrupación que representa. Hace 5 años estaban igual, pero no primeros. He ahí la diferencia.
  • 2. Los indecisos, en particular las mujeres, de zonas rurales y de NSE bajos, pueden ser factores de definición. Mirando esos segmentos, sí es posible que Lescano ya asome a su techo, igual que López Aliaga. Para crecer, Mendoza y Fujimori.
  • 3. El Partido Morado peleará la más alta representación en el Congreso, pero su candidato no prende. Interesante metáfora. Aún es tarde. Contrario a lo que se cree pensamos que no. Esa diferencia de votación puede esconder un voto oculto pro Guzmán y además, ha iniciado tarde su campaña por el COVID. Veremos como sigue.

Una de las inquietudes que más acompañan a los observadores de la política peruana es nuestro déficit de gobernabilidad. Por qué nunca hemos sido capaces de tomar grandes acuerdos e implementarlos en el mediano y largo plazo, se preguntan públicamente. Por qué seguimos fragmentados, polarizados y, en consecuencia, persistentes en el rezago mundial y el subdesarrollo. Por qué, nuevamente, una crisis de origen natural nos muestra incapaces de respuesta.

 

Hacer gobierno democrático no es otra cosa que buscar equilibrios estables en el tiempo. La  gobernabilidad suficiente es una oferta político-estatal que satisface a la gran mayoría de una demanda ciudadana, siendo que al interior de ambas fuerzas hay conflictos y alianzas. A esto se suma la preminencia legal de la autoridad pública, para fines de impedir el incumplimiento de las reglas acordadas y de dirimir conflictos. Los demandantes más poderosos influyen formal o informalmente sobre el gobierno, que también es capaz de realizar actos ilegales o inmorales.

 

Si esto es así, nuestros pendientes para alcanzar equilibrios políticos estables saltan a la vista: débil oferta estatal (institucionalidad política y aparato público muy disfuncionales), y orden económico sólo satisfactorio para una minoría privilegiada de la demanda ciudadana, que corrompe al Estado para sus fines y abusa de una mayoría depredada. Como es de esperarse, oferta y demanda están muy alejados de las valoraciones y formas democráticas, y de los equilibrios estables.

 

Se ha venido sugiriendo, desde hace algunas décadas, que gran parte de la solución a este déficit de gobierno es un paquete reformista exitoso, que abarque institucionalidad política y administración pública. En cuanto a lo primero, además de calidad de representación y participación, se plantean candados anti-golpistas en las relaciones ejecutivo-legislativo de nuestro sistema político. Y la verdad es que resulta hasta ingenuo esperar que una mayoría de congresistas y sus partidos quieran sacrificar poder político en nombre del país, y que sus financistas quieran exponer la legislación del modelo a una ciudadanía empoderada frente a sus representantes. Lo del aparato público eficiente también es quimera: de dónde van salir masas de buenos profesionales en una economía rezagada como la nuestra, donde hay una insignificante oferta educativa de calidad. El problema de fondo es económico: no hay equilibrio gobernante duradero – ni cerrojo que lo asegure – en la asimetría extrema favorable a unos pocos.

 

La historia de los países más gobernables manifiesta un orden opuesto al reformismo descrito, donde lo económico abre trocha a lo político. Se trata de sociedades que han ingresado a la lenta construcción de una democracia gobernante por medio de procesos que igualan clases sociales,  incluyendo en los beneficios del progreso a grandes grupos humanos. Ese fue el papel de las llamadas revoluciones burguesas, como la inglesa, la francesa, la norteamericana u otras europeas: igualaron a buena parte de sus grandes mayorías, que eran sus burguesías emergentes. Y a partir de ese equilibrio estable en el largo plazo, fueron perfeccionando sus instituciones políticas y estatales, y universalizando derechos sociales hasta consolidar estabilidades democráticas, en la segunda mitad del siglo XX. Desde luego, nada de esto fue barato: lo hicieron con las ventajas comparativas que produce colonizar por siglos, lo que les permitió industrializarse y, finalmente, costearse un Estado de bienestar.

 

El punto, harto conocido, es que nosotros tuvimos un destino radicalmente opuesto. Mientras ellos se empezaban a igualar para unirse y tomar históricos acuerdos fundacionales, nosotros heredábamos – de una España todavía muy medieval – un modelo económico primario-exportador inestable por naturaleza, y sin ninguna posibilidad de industrializarse para dar empleo masivo de mínima calidad. Eso nos catapulta como una sociedad profundamente asimétrica, conformada por una pequeña minoría hispanista privilegiada – coludida con políticos mafiosos – y una gran mayoría sin educación y depredada en diverso grado. El paquete incluye la voluntad de continuar subordinando política, económica y culturalmente al hombre del Ande, de explotarlo e incluso asesinarlo, si pretende oponerse a las inversiones del Perú oficial. Por último, el virreinato dejó un Estado corrupto, centralista y sin capacidad de penetración – represiva y simbólica – en extensos territorios del país.

 

Ese fue nuestro proyecto de nación en la práctica. Lo que para otros significó revoluciones igualitarias que posibilitaron democracias gobernantes, para nosotros implicó sólo un cambio de colonos y de ciertas apariencias formales, bajo la explícita intención de no modificar el orden económico precedente. En términos de gobernabilidad, la herencia inmediata es una sociedad política convulsiva y militarista, muy ajena a la estabilidad política y al afán de construir una democracia.

 

Cuánto ha cambiado de aquello en 200 años. Claramente no lo suficiente como para pretender equilibrios de gobierno duraderos. El modelo primario-exportador y su orden social resultante siguen vigentes: se calcula que el 85% de peruanos ganan del sueldo mínimo hacia abajo y que el 50% tiene salarios menores a 500 soles. El modelo sólo asegura calidad de vida a menos de un 15%, y hace millonarios a unos cuantos cacos de traje. La administración pública sigue siendo operativamente insuficiente, centralista y corrupta, aun cuando últimamente ha tenido cierta modernización inercial, básicamente tecnológica. Nuestra institucionalidad política es severamente deficitaria en cuanto a cantidad y calidad de representación, y desincentiva la aparición de nuevos partidos y liderazgos.

 

Lo que sí ha mutado es nuestra relación con el campesino indígena, aunque la agricultura familiar sigue olvidada, y por ello nuestros mayores bolsones de pobreza son rurales. Muy lentamente, recién a partir de finales del siglo XIX, empieza a haber mínimos cambios en el orden de explotación legal que seguía sometiendo a nuestra población andina: el gran golpe final a lo que parecía no ceder, lo asesta Juan Velasco Alvarado. Y la violencia terrorista, cuya principal víctima es el campesino de la sierra, completa la dramática lección histórica. Hoy el racismo es condenado públicamente y desde todo sentido común. Sigue habiendo desprecio y olvido estatal hacia nuestros andes, pero cada vez menos. Y de a pocos, comienzan a ser respetadas nuestras culturas ancestrales, salvo que sus peruanos no tienen existencia política en el congreso.

 

Desde la independencia a la fecha, hemos tenido 68 gobiernos (1 cada 2 años y medio), de los cuales sólo 21 obtuvieron el mando por elecciones, muy excluyentes hasta antes de 1980. Hemos estado sujetos a 12 constituciones (1 cada 15 años). Claramente ha habido un alto grado desgobierno; es decir, equilibrios inestables entre oferta y demanda políticas, y muy breves para lo que requiere un país que inicia su construcción republicana con las finanzas públicas en quiebra, y tras 300 años de servidumbre, explotación y asesinato, tanto humano como moral y cultural.

 

El bicentenario nos encuentra en nuestro tiempo más deficitario en términos de gobernabilidad, lo que se expresa en el rechazo general a la clase política y los partidos, en las dos renuncias presidenciales de los últimos cinco años, en la baja popularidad de nuestros candidatos a palacio, en el rápido declive de popularidad de nuestras gestiones de gobierno, y en varios otros. Nuestra demanda ciudadana está al límite de la insatisfacción, debido a que la oferta político-estatal fomenta, facilita y refuerza – mega corrupción incluida – el modelo primario-exportador en su versión más global y predatoria. Este se inició en 1990, y tras dos bonanzas pasajeras, está desbordado por la pandemia, y sin respuestas a sus naturalezas precarizantes luego del último ciclo exportador.

 

A esta inestabilidad crónica se suma otra de las caras de la globalización: las nuevas tecnologías de la información. Como se sabe, debido a su bajo costo y a su infinita capacidad divulgativa en tiempo real, han generado ciudadanías más reactivas, notorias e influyentes, y han transparentado la acción pública, lo que ha erosionado la legitimidad política a nivel mundial. Así, tenemos una demanda política mayoritariamente depredada pero mucho más conciente y poderosa, y una oferta político-estatal conservadora, hoy en pública alianza con el gran empresariado. De dónde podría haber gobernabilidad democrática.

 

La única solución realista para esta imposibilidad gobernante es ponernos al día con la historia, igualar de verdad. Sólo eso podrá consolidar un estado-nación legítimo, y nos dará gobierno en el largo plazo. Es claro que decirlo es muchísimo más fácil que hacerlo: no está al alcance de nuestra economía crecer lo suficiente como para repartir riqueza e igualarnos en calidad de vida: somos un país irremediablemente rezagado bajo el orden mundial vigente, donde el desarrollo es privilegio de países que colonizaron, se industrializaron y se democratizaron en siglos. El liberalismo económico no está hecho para llevar a países pobres hacia el bienestar, y el desarrollismo industrializador requiere de insumos y plazos con los que no contamos. De ello, no queda otro camino inicial de cambio que el de la austeridad compartida en democracia, con derechos sociales lo más extendidos posible.

 

Este modelo de desarrollo, pendientes de detallar en próximas columnas, implica sacrificios y tiene segura resistencia en los tiempos que corren, pero es tan lógico como la estrategia de una numerosa familia pobre que quiere progresar sin poner en riesgo su salud y unidad: hacer un pacto de ayuda mutua, consumir lo indispensable, y de a pocos ir alcanzando los insumos que le permitan competir para lograr sus mayores sueños. El gran problema de nuestro país, es que hay un grupo de familiares que no son pobres, y son los más reacios a dejar sus placeres consumistas. Unos cuantos de ellos quieren mantener el sistema que les permite seguir abusando, y complotan  en esa dirección. Y el resto – que podría empujar muy bien el cambio – no es concientes de la relevancia de un consumo inteligente para terminar con nuestro atraso, y más bien fomentan lo contrario desde sus alcances en redes. Salvando escalas, así de sencillo es el asunto, sobre todo si logramos mirarlo sin velo.

Según el IEP, un 39% de la población se define de centro, aunque, más allá de tal autoidentificación, el desplome vizcarrista y la polarización de la campaña han afectado el lugar aquel donde siempre se ha dicho que un candidato debe posicionarse si quiere llegar a Palacio.

Particularmente, en esta elección veo difícil que se reedite ese axioma según el cual se sube al poder por el centro y aquel candidato que lo conquiste tendrá los parabienes en las urnas. Por el contrario, la ciudadanía va a votar de muy malhumor, hastiada de la pandemia, de la crisis económica, de los escándalos éticos (el último, el vacunagate), de las crisis políticas sucesivas que venimos sufriendo desde el 2016, etc. Y ese votante irritado no va a buscar una fórmula acomedida ni moderada.

Cae Forsyth y cae Guzmán, son las dos principales caídas en la encuesta del IEP. ¿Quién más queda al centro? Ollanta Humala, con 2.4%, está en el juego. Muy bajo y difícil de remontar, siendo además el candidato con el mayor antivoto (más que Keiko Fujimori, inclusive), pero por las vueltas que dan las elecciones en el país podría crecer y de repente dar una sorpresa.

Lo que no se entiende es el giro estratégico de Julio Guzmán convocando a alguien como Richard Arce, quien personalmente me parece uno de los más lúcidos políticos de la izquierda peruana. Pero no le aporta nada. ¿Acaso Guzmán le va a quitar votos a Lescano, Mendoza o Castillo? Guzmán debe morir en su ley centrista, como reza su propio lema de campaña. Y lo que tiene que hacer es un giro radical de su perfil electoral porque él es el problema (la votación congresal del partido Morado triplica la del candidato presidencial).

Veinte años de centrismo, solo interrumpidos por la gestión claramente derechista de Alan García, de hecho han mellado los créditos de esa opción. Personalmente, creo que lo que mejor le vendría al Perú es un shock derechista promercado, pero no me resulta ininteligible que la gente también quiera esa radicalidad por la izquierda. Pero si eres consustancialmente de centro, termina pues en tu palo, que el disfraz no se lo va a creer nadie.

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