Opinión

Parece mentira, pero encontrar música no convencional, que sea estimulante, diferente, en estos tiempos de YouTube, Spotify y Netflix es tan difícil como lo era hace 35 años, cuando las únicas fuentes de información que teníamos eran los medios alternativos, los piratas de la Av. Colmena y los canales 27 y 33 UHF.

Y la razón es la misma: el monopolio del mal gusto y la baratura que se ejerce desde los canales formales de difusión masiva que, para mantener la lógica de lo que sea comercialmente rentable a la primera y en el mayor volumen posible, privilegian los sonidos repetitivos, homogéneos del reggaetón, la cumbia y el latin-pop; promueven el consumo exclusivo de las cantaletas de moda para la fiesta, la juerga interminable y el “glamour” farandulero de lujos materiales y satisfacción de pulsiones primarias.

Los medios masivos, tanto los tradicionales como sus versiones online, se fijan a diario hasta en la última morisqueta de J. Lo o la nueva visera de Nicky Jam pero desprecian, desconocen e invisibilizan la existencia de otros universos sonoros, menos epidérmicos y superficiales, que exploran emociones y exigen un mínimo de inteligencia para ser entendidos. Eso no vende pues, eso no le gusta a la gente.

Solo a través de las revistas especializadas que se siguen editando en Inglaterra y Estados Unidos -y a algunos grupos de redes sociales nacionales e internacionales- uno puede enterarse de qué está pasando en la vanguardia mundial, más allá de los límites del pop-rock gringo que imponen las emisoras dedicadas a la categoría «anglo» (con la excepción honrosa de Doble 9, por supuesto), para las cuales solistas como Lady Gaga o Lana del Rey son lo más arriesgado que ha surgido en los últimos veinte años y grupos como Maroon 5, Muse o Coldplay son tan clásicos como Toto, Led Zeppelin o The Police.

A través de una de esas publicaciones de alta calidad gráfica y periodística (ojo, no son fanzines de bajo presupuesto, marginales) conocí a iamthemorning -así, todo junto y en minúsculas-, un dúo ruso que ya lleva más de una década produciendo música etérea y fantasmal, mezcla de la oscura sensibilidad de Tori Amos y la musicalidad virtuosa de Rick Wakeman.

Marjana Semkina (voz, guitarras acústicas y eléctricas) y Gleb Kolyadin (pianos, teclados) comenzaron su camino artístico en San Petersburgo, en el año 2010 y, desde entonces, han acumulado elogios y seguidores entre el público adulto-contemporáneo amante del rock progresivo pero también entre las comunidades universitarias que disfrutan del llamado «pop barroco», rótulo que suele aplicarse a un amplio y diverso rango de artistas, desde los escoceses Belle & Sebastian (bastión de los hipsters limeños) hasta la canadiense Loreena McKennitt.

El sonido de iamthemorning no puede, sensu stricto, ser considerado algo nuevo. De hecho, tiene más conexiones con la música de cámara, de salón decimonónico, que con las nuevas tendencias del prog-rock, género en el que se les suele ubicar. Gleb Kolyadin (31) es un pianista de formación académica que, en sus ratos libres, compone piezas sinfónicas para teatro y, hasta antes de la pandemia, se ha presentado como concertista de frac y corbata michi. Y Marjana Semkina (30) escribe historias lúgubres y decadentes, con referencias a la literatura victoriana y exploraciones psicológicas sobre la depresión, la tristeza y la muerte. Pero como ocurre en otras artes, la recuperación y uso de elementos del pasado, cuando se hace con creatividad, adquieren un perfil novedoso ante la falta de contenido de lo más moderno.

Para entender el rollo musical de iamthemorning, hay que despojarse de los prejuicios que forman el concepto masivo de lo que es pop y buscar la conexión con esas emociones dormidas, no todas positivas o luminosas, de las que normalmente queremos escapar. A primera escucha estas canciones pueden sonar lentas y aburridas pero esconden, en los entresijos de sus compases, extrañas melodías y progresiones inspiradas tanto en la música clásica como en compositores minimalistas de la vanguardia contemporánea (Philip Glass, Steve Reich). Música pop para mentalidades que buscan trascender lo cotidiano.

Luego de lanzar de manera independiente su primer disco en el año 2012, titulado ~, el dúo recibió el apoyo del multi-instrumentista, productor y líder de Porcupine Tree, Steven Wilson, una de las personalidades más influyentes del rock progresivo actual, quien los contrató para su sello discográfico Kscope Records, con quienes grabaron tres álbumes, Belighted (2014), Lighthouse (2016) y The bell (2019). En diciembre del 2020, la banda lanzó un EP titulado Counting the ghosts, cuatro canciones navideñas “para celebrar el fin de un año terrible”.

En el camino, el pianista Gleb Kolyadin lanzó su primera producción como solista con una banda integrada por legendarios músicos como Gavin Harrison (batería, Porcupine Tree/King Crimson), Steve Hogarth (guitarra, Marillion), Theo Travis (vientos, Gong/The Steven Wilson Band), Jordan Rudess (teclados, Dream Theater) y Nick Beggs (bajo, también de la banda de Wilson y ex integrante del grupo ochentero Kajagoogoo, que en 1983 triunfó mundialmente con la canción Too shy).

La mejor manera de escucharlos es a solas y con audífonos. En su perfil de BancCamp iamthemorning (bandcamp.com) están disponibles todos sus discos, sin interrupciones. Y, si quieren hacerlo gratuitamente, en YouTube, aunque tengan que aguantar los odiosos avisos de Claro, Telefónica o TikTok. Una buena puerta de entrada es Ocean sounds (2018), DVD en vivo desde un estudio en Giske, un pequeño y solitario pueblo de Noruega, con grandes ventanales que permiten ver el paisaje nórdico en toda su espectacular belleza. Semkina y Kolyadin son acompañados en esta tocada intimista por los músicos Karl James Pestka (violín), Guillaume Lagravière (cello), Joshua Ryan Franklin (bajo) e Evan Carson (batería, percusión). Canciones como Inside, 5/4 o To human misery valen la pena hacer la prueba.

Que no nos engañe su aspecto lánguido e infantil. Estos jóvenes llegan desde la fría y monumental Leningrado, la misma ciudad que vio nacer a Dostoievsky, Pushkin y Rimsky-Korzakov, para espiar nuestra interioridad, hurgar entre sus pliegues anestesiados por los ruidos urbanos y las noticias de baja calaña de la política local; para ver si todavía queda algo por conmover allí dentro, y así romper con esa distracción que nos aleja de nuestras propias emociones, muchas de las cuales no son tan divertidas como aseguran la publicidad y los artistas de moda.

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iamthemorning

Verónika Mendoza sigue en lugar expectante (entre segundo y tercer lugar, según las más importantes encuestas), pero está congelada desde hace tiempo. Ni sube ni baja.

Ha cometido un error estratégico hondo: tratar de buscar el centro, como, al parecer, algunos de sus asesores le han aconsejado. En esta elección polarizada, donde el asco cívico por el escándalo del vacunagate hará que los ciudadanos busquen opciones frontales y radicales, su centramiento no la ayuda sino que la perjudica.

Su mensaje de cambio de Constitución o algunas de sus propuestas (como la de “reordenamiento territorial”) son ininteligibles para la mayoría de ciudadanos. En ese sentido, no es casualidad que Yonhy Lescano le haya arrebatado el sur y el centro populares y sea hoy en día quien encabece las encuestas. Un populista de centro izquierda ha sabido dirigirse mejor al pueblo que una izquierdista orgánica como Mendoza.

Y en la búsqueda del centro ha perdido la posibilidad de capitalizar el desplome del voto antipolítico de Forsyth y ha albergado la posibilidad de que a su izquierda prospere una candidatura como la de Pedro Castillo (felizmente para ella, un desangelado Marco Arana parece condenado a no pasar la valla, aunque su logo puede pesar el día mismo de las elecciones), que le quita votos cruciales.

Que Mendoza no le atribuya después su eventual derrota a una conspiración mediática o a una jugada sucia de la derecha empresarial. Gracias a la nueva legislación electoral, el dinero casi no pesa en esta campaña, y que se vea, Verónika Mendoza recibe casi la misma cobertura que otros candidatos, en radios, televisión y prensa escrita.

Si la candidata de Juntos por el Perú no sube en las encuestas no es tampoco por falta de techo. Según diversas mediciones alrededor de un 30% de la ciudadanía peruana se define de izquierda. Margen tiene para crecer. Es por sus propios errores que no lo hace.

Por supuesto, el margen de varianza es altísimo en el Perú. Estamos a poco más de un mes de las elecciones y las estrellas en ascenso de hoy pueden languidecer y empezar a caer, y algunos de los que hoy parecen ya relegados pueden empezar a crecer y dar la sorpresa. Nada está dicho.

Siempre en momentos difíciles es bueno ocupar la mente y no pensar en esos políticos tan decadentes que se están presentando a la presidencia de nuestro país. Es una tortura escucharlos y constatar que con cualquiera de ellos nos quedan muchos años más de miseria porque nadie tiene la preparación suficiente ni se pone la camiseta por el Perú profundo, sino que hacen gala de su demagogia para sus propios beneficios personales o sus grupitos de poder.

Avanzando con mi Antología Poética del Bicentenario, estoy reencontrándome con lecturas valiosísimas y profundizando en la investigación de escritores que han sido poco estudiados y publicados en el Perú.

Este es el caso de la poeta Esther Margarita Allison Bermúdez (Huacho, 1918-Lima, 1992), de familia de periodistas, que siempre mostró gran interés por las letras y por la escritura. Su abuelo fue el fundador del periódico The Callao y de la Lima Gazette y ella recibió diversos premios por su labor periodística tras egresar de la universidad, donde estudió pedagogía.

En su poesía se encuentra una voz agradecida que canta la naturaleza y exalta su entorno sin ocultar su fervor católico. Asimismo, utiliza muchos símbolos, haciendo gala de una imaginería rica y de precisa expresión, pues demuestra un manejo absoluto de los ritmos del verso clásico sin dejar de ser moderna en el tratamiento de sus temas. No por nada el consagrado crítico y poeta Ricardo González Vigil ha dicho que está a la altura de Gabriela Mistral, la gran poeta chilena que recibiera el premio Nobel en 1945.

Tras vivir cerca de veinte años en Monterrey, México, volvió al Perú en 1984 y falleció en Lima en 1992, sin buscar fama, reconocimiento ni “visibilidad”, fiel a su humildad cristiana.

La investigadora mexicana Leticia Hernández le dedicó su tesis de maestría en la Universidad de Nuevo León, que se convirtió en el mejor libro sobre ella, titulado Esther M.Allison: una poeta peruana en Monterrey, publicado el 2008. Fue esa ciudad mexicana que la adoptó como poeta propia y donde se le guardan los mejores recuerdos.

Pero Esther Allison no es un caso aislado en nuestra tradición poética. Hay muchas mujeres que merecen mayor estudio y difusión y que solo en las últimas décadas han empezado a ser tomadas en serio en antologías y trabajos críticos, aunque estos terminan siendo parciales o eclipsados por la temática de género o por reivindicaciones “políticamente  correctas”.

A los nombres de Magda Portal y Catalina Recavarren hay que añadir los de poetas de la generación siguiente, la del 50, como Yolanda Westphalen (1925-2011), Julia Ferrer (1925-1995), Rosa Cerna Guardia (1926-2012), Sarina Helfgott (1928-2020), Lola Thorne (1930-1990) y Cecilia Bustamante (1932-2006). No olvidemos, dentro de la misma generación, a la super publicitada Blanca Varela (1927-2009), considerada por algunos como la mejor poeta mujer del Perú.

Luego vienen las poetas del 60 y el 70, como Carmen Luz Bejarano (1933-2002), Elvira Ordóñez (1934), Rosina Valcárcel (1947), Carmen Ollé (1947), Ana María García (1948), Sonia Luz Carrillo (1948), María Emilia Cornejo (1949-1972), Giovanna Pollarollo (1952), Marita Troiano (1953) y otras que no nombro por falta de espacio. Entre las poetas quechuahablantes del mismo grupo, destacan Gloria Cáceres (1947) y Dida Aguirre (1953).

¿Adónde voy con todo esto? A que es necesario revisar nuestro canon de manera cuidadosa para no reducirlo a las figuras tutelares de Mario Vargas Llosa y Blanca Varela como pareja fundacional que deja de lado a muchos narradores importantes de los años 50 y 60 como Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez y a poetas como Esther Allison y Rosa Cerna Guardia, entre otros posibles.

Es sintomático que sean Vargas Llosa y Varela los más promocionados por el estado y el aparato mediático y editorial, cuando se trata de dos escritores que han mostrado en repetidas ocasiones su clasismo y un fuerte tono racista en el tratamiento de algunos temas.

Pero a sus respectivas cortes eso parece no importarles, pese a su autorreclamada corrección política. Hay mucho que tienen que ofrecer las poetas olvidadas. Y si se usa como criterio una supuestamente objetiva “calidad”, recordemos que, después de todo, se trata de un concepto debatible y que muchas veces parte de privilegios heredados.

A investigar más y seguiremos encontrando joyas en el ajuar de nuestra literatura.

 

Lescano (11.3%, +4.2): ha sabido capturar el bolsón izquierdista de votos (30% de la población,según varias encuestas) que Mendoza ha dejado pasar. Es provinciano, tiene amplia trayectoria y ha forjado una imagen de anti aprofujimorista de la cual cosecha hoy. Tiene, además, el respaldo de una marca conocida como la de Acción Popular. Puede seguir subiendo. Populista como los tiempos parecen demandar.

Mendoza (8.9%, +0.7): se ha dejado desbordar por Lescano, por un lado, y por Pedro Castillo por el lado extremo (el candidato del radical Perú Libre tiene 2.4% de intención de voto y puede seguir creciendo aprovechando del asco disruptivo de buena parte de la ciudadanía). Insiste cansinamente en temas como el cambio del capítulo económico o abstracciones como el “reordenamiento territorial” que no calan en la imaginación del pueblo. No cae, pero apenas sube. Le aconsejaron mal que migre al centro.

Forsyth (8.1%, -5.2): su levedad ideológica no le permitió aguantar el perfil del antipolítico. Tenía un voto parcialmente vizcarrista y parcialmente antipolítico. Por ambos lados se ha venido abajo. Me atrevo a creer que ni siquiera va a pasar la valla.

Fujimori (8.1%, +1.4): ojo con ella. No deja de crecer. Lo hace lenta, pero sostenidamente. Le ha salido un gallo a su derecha y por eso empieza a endurecer su línea ideológica con el discurso de mano dura. Es probable que pase a la segunda vuelta. Su rival no es Lescano ni Mendoza, sino el candidato de Renovación Popular. Tiene voto escondido.

López Aliaga (7.6%, +5.2): la sorpresa de la encuesta, pero previsible que cosechara del desplome de Forsyth. El voto antipolítico lo ha capturado el ultraconservador celeste. Es probable que siga creciendo, pero juega en su contra que lo ha hecho con demasiada anticipación, el tiempo suficiente para que arrecie una campaña por partede sus adversarios políticos y mediáticos. No le va a bastar el apoyo de Erasmo Wong.

Urresti (4.8%, -0.8): la sombra de Luna Gálvez ha complicado la existencia de un buen candidato, cunda, respondón, articulado. No veo por dónde podría subir.

De Soto (4.2%, -1.4): ¡qué mala campaña! Ni media training le han hecho y lo requiere a gritos. Recién esta semana ha empezado a reaparecer, pero va a ser difícil que recupere el voto derechista que López Aliaga ya le quitó. El disruptivo liberal terminó convertido en un aburrido y enredado candidato.

Acuña (3.8%, +1.8): disruptivo ontológicamente, está desplegando correctamente una campaña que destaca su surgimiento de la pobreza a la riqueza. Ha tenido dos buenas entrevistas recientes. Quizás debería perderle el miedo a las entrevistas. Que no sea elocuente no es algo que al pueblo le moleste. Al contrario, lo ayuda a identificarse con él. No estáf fuera de carrera.

Guzmán (3.1%, -1.5): mala campaña y mal candidato. No veo posible que supere el incidente en el que se vio involucrado. Y juega en su contra que el partido morado gobierne con Sagasti (apenas 22% de aprobación), por un lado, y su identificación en el imaginario popular con el achicharrado Vizcarra.

En esta suerte de primarias de la izquierda, el centro y la derecha que se están desplegando, como bien las ha definido Juan de la Puente, las de la derecha son las que muestran en estos momentos mayor dinamismo y variabilidad.

La contienda está planteada entre una liberal populista como Keiko Fujimori, un liberal clásico institucional, como Hernando de Soto, y un ultraconservador proempresarial como Rafael López Aliaga.

Veo difícil que dos de ellos pasen a la segunda vuelta y sí muy probable que uno de ellos lo haga. Hasta el momento Keiko Fujimori encabeza las encuestas de la derecha. Crece lento, pero sostenido. Su estrategia es clara: asegurarse para la primera vuelta el voto duro fujimorista y apostar a que haya un voto escondido a su favor, luego de la cruenta espiral de desprestigio en la que se ha visto involucrada el último quinquenio.

Me arriesgo a pensar que en las siguientes encuestas López Aliaga ya pasó a De Soto. Ha logrado desplegar una campaña fresca -a contrapelo de sus postulados rancios e ideas ultramontanas- y ha podido proyectar una imagen antipolítica que sin duda debe estar ayudándolo a que vaya hacia él el trasvase de los votos que a diario va perdiendo el candidato más antipolítico de todos que es George Forsyth.

El caso de De Soto ya ha merecido nuestro análisis. Debería haber sido él el candidato derechista disruptivo, pero su campaña cayó en vacíos inexplicables. Recién en los últimos días parece haber salido de su letargo, dando entrevistas por doquier y lanzando propuestas de interés. Probablemente le sirva para remontar. Siete semanas para las elecciones es larguísimo plazo y podría recuperar el terreno perdido. No se le ve, sin embargo, una estrategia clara. Presentar con bombos y platillos a Marco Miyashiro y Francisco Tudela quizás le sirva para arrebatarle algunos cuantos votos al fujimorismo, pero su objetivo debería ser capturar el drenaje de votos de Forsyth y para ello mostrar dos rostros del elenco estable de la política peruana no le sirve de mucho.

El colapso del centro (Forsyth y Guzmán) debería incrementar los votos de la derecha. Muy pocos de los votantes del exalcalde victoriano o el líder morado recalarán en Verónika Mendoza (quizás alguna porción de Guzmán) o en Yonhy Lescano. Va a ser de sumo interés ver la partida de ajedrez derechista que se va a plantear en estas semanas que faltan para la primera vuelta.

Para quienes me siguen desde hace años no es ningún secreto que soy enemigo del sistema coactivo pensionario, tanto en su modalidad estatal como privada (ONP o AFP), porque le arrancha recursos a las clases medias que aportan y se los entregan a cuatro corporaciones privadas que lucran infinitamente con tales recursos, o se los dan al Estado que los gasta -para variar- ineficientemente.

Ello no es óbice, sin embargo, para no constatar que el proyecto que impulsa la congresista Carmen Omonte, que hace que de los actuales fondos privados, una parte se destine a un fondo estatal que los administrará para beneficio de quienes tienen menores pensiones, es un acto expropiatorio e inconstitucional.

Los llamados a decidir sobre sus fondos son los propios afiliados. Es más, de alguna manera ya lo hacen cuando, gracias a una ley reciente, pueden disponer de la casi totalidad de su fondo de retiro al cumplir la edad de jubilación, abandonando el esquema pensionario, porque consideran que tienen otras urgencias de mayor relevancia que tener una pensión permanente futura asegurada.

Para quienes tienen excedente de dinero, no es mala inversión una AFP. Otorga niveles de rentabilidad altos (aunque podrían serlo aún más si hubiera plena competencia en el sector y eso pasa porque se decrete la no obligatoriedad del aporte) y se manejan con profesionalismo. A ellos no puede venir el Estado a decirles ahora, luego de veinte o treinta años de aporte, que una parte del mismo ya no le será devuelta como pensiónsino que tendrá “fines sociales”.

Cabe indicar, por cierto, que este tipo de proyectos de ley es la consecuencia natural de que se generen nichos mercantilistas, no competitivos. Generan malestar ciudadano y la natural reacción de la clase política por tratar de satisfacer esa demanda (a eso se dedican los políticos acá y en cualquier país del mundo) los lleva a plantear iniciativas legales que, como en este caso, terminan siendo peores que el problema a resolver.

Insistimos: solo cuando sea absolutamente libre para un trabajador decidir destinar una parte de su sueldo a financiar una pensión de jubilación o no hacerlo y ese mejoramiento de sus ingresos destinarlo a su propia “cartera de inversiones” (salud, educación, vivienda, etc.), se habrá logrado asentar un principio de justicia y libertad en el sistema pensionario. Esa es la reforma madre que debemos alentar.

Es un fallo histórico que el Décimo Primer Juzgado Constitucional de la Corte Superior de Justicia de Lima haya ordenado al Ministerio de Salud y a EsSalud que se respete a plenitud la decisión personalísima de la ciudadana Ana Estrada Ugarte, de poner fin a su vida mediante el proceso técnico de la eutanasia.

Triunfa así el derecho a la vida digna. Y lo más importante, es una victoria gigantesca en la múltiple lucha por las libertades civiles que en el Perú venimos librando con retraso. Hay mucho que agradecerle a Ana Estrada en esta batalla por momentos solitaria, pero siempre muy acompañada por personas y colectivos que buscaban hacer prevalecer un derecho humano básico, como es el de disponer sobre la propia vida cuando las circunstancias clínicas o médicas no garantizan una vida dentro de los cánones que la propia persona considera que no ameritan seguir con ella.

Hay muchas batallas por librar en el país en materia de derechos civiles. La lucha feminista por los derechos de la mujer sigue su camino, aún incompleto, lleno de prejuicios machistas anacrónicos y primitivos. Los derechos sexuales y reproductivos han mejorado apenas unos centímetros en los últimos años, pero estamos a años luz de los parámetros de una sociedad moderna y liberal. La lucha porque niños y adolescentes sean respetados en sus fueros psicológicos y físicos supone una terrible lucha cultural en un país acostumbrado a utilizarlos de mano de obra o, lo que es peor, de desfogue violento de propias frustraciones.

Junto con todo ello, queda mucho por hacer en materia de reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas andinos y selváticos, a quienes se solivianta en sus derechos de propiedad, su respeto al hábitat o su libre voluntad de ejercer una mínima soberanía cívica sobre su quehacer cotidiano.

Deberá incorporarse también a la agenda de los derechos humanos, la lucha por las prerrogativas mínimas de los inmigrantes, víctimas hoy de la marginación legal, por ende laboral o de acceso a servicios básicos, y que en estos días sufren de una ola de xenofobia cruel y criminal.

Todas estas batallas, bueno es recordarlo, están en grave riesgo si en las elecciones venideras prosperan opciones conservadoras radicales, que no recalan tan solo en la derecha sino también la izquierda. Si queremos ser una sociedad inclusiva, moderna, liberal, debemos ponerle coto a las opciones cavernarias que pretenden hacerse del poder para imponer su agenda pasadista y reaccionaria.

Cementerio general, de Tulio Mora (1948-2019) es un libro único en la tradición poética peruana. Y lo afirmo no solo por su temática, amplísima y documentada, sino además por constituir un ambicioso retrato coral de la experiencia histórica peruana. No podría decir que el proyecto de Mora se mueve exclusivamente en el terreno épico, aun cuando guarda indudable relación con él; de primera impresión, parecería más preciso pensar Cementerio general en el contexto programático de Hora Zero, movimiento de marcada influencia en la poesía de los 70 y del que Mora fue un destacado miembro y estudioso. ¿Pero, finalmente, dónde está, cuál es el lugar de un libro como este?

 

Una cuestión relevante es el lugar desde el cual se enuncian los 77 poemas que conforman esta bella edición de Cementerio general. Ese lugar es un espacio contrahegemónico, en el que los postulados de la historia oficial son sometidos a examen crítico y en el cual cada personaje, desde los más canónicos como Garcilaso o Guamán Poma hasta la cantante Flor Pucarina, constituye una estancia en un libro de indudable carácter polifónico. Bajtín pensaba la polifonía como el conjunto de planos autónomos de conciencia que aparecen en un texto determinado. Al recorrer Cementerio general, el lector no solo reconoce que la poesía construye una articulación crítica frente a la historia, sino también que cada una de las 77 voces presentes, si bien, individualizables en su mayoría, adquieren plano valor y coherencia en el conjunto.

 

El libro se inicia con una especie de obertura, que se preocupa de establecer un trazado histórico basado en la antigüedad del hombre peruano. Poemas como “Pikimachay”, “Toquepala” o “Chavín” nos hablan e interpelan desde la historia, desde momentos relevantes de nuestro propio desarrollo histórico y cultural: la necesaria presencia de la reconstrucción simbólica de eso a veces inasible y resbaladizo que llamamos “lo peruano”. Esos poemas iniciales anticipan de alguna forma el resto del volumen, al menos en su indiscutible vocación por la ironía y la insumisión frente a la historia oficial.

 

El coro es pues diverso. Por sus páginas desfilan mujeres singularísimas, soldados de diversa laya, rebeldes, montoneros, ideólogos, historiadores, viajeros y cronistas consumados, artistas populares, vidas cegadas por la indiferencia y la brutalidad con que el Perú castiga a algunos de sus hijos. El resultado: una historia coral que cuestiona los vicios de la representación oficial de personas y sucesos de nuestra historia.

 

La composición de los textos es, asimismo, producto de una intensa experimentación con el discurso, lo que pone en evidencia las distintas estrategias de construcción de los poemas, apelando al collage intertextual, interpolando con propiedad rítmica fragmentos de cartas, crónicas y otros documentos históricos. Es interesante notar que ese sentido de la experimentación será mayor en la medida en que la temporalidad avanza: los poemas de temática más contemporánea son precisamente los más preocupados por romper las fronteras convencionales de lo poético para inscribirse en una dinámica de hibridez y someter al lenguaje a torsiones libres, violentas, legítimas.

 

En suma, quisiera decir que este libro no puede ya permanecer en los límites de su generación, que Cementerio general es, en palabras simples, uno de esos grandes tesoros de la poesía peruana, un libro que nos contiene y nos confronta a todos. Y hago eco aquí de sus versos finales, dichos por Rosa Campana, adivina de Zaña: “Ésta es nuestra gloria:/ haber escrito –indios, negros,/ chinos, blancos– en los laberintos/ de la sangre y la pobreza/ la memoria del azar y la sobrevivencia./ Una y mil veces se lo digo a mis paisanos/ mientras balanceo mi mecedora:/ más presagios preñará el río,/ pero aquí estaremos todos/ escribiendo el poema de la vida”.

 

 

Las vacunas contra la covid-19 de la empresa china Sinopharm terminaron representando, sin haberlo previsto, uno de los síntomas más graves de los que está sufriendo en este momento el país: la desconfianza. Esta ya se había sembrado con cada encarcelación en el nuevo milenio de nuestros presidentes y con el suicidio de Alan García, pero se intercalaba con dosis de justicia con las acciones, a veces ciertamente impulsivas, de un grupo destacado de fiscales.

 

El derrumbe se acrecentó cuando se confirmó que los males del Congreso de la República no se debían a las personas que en aquel momento habían sido elegidas, sino que se trataba de un sistema de representación de redes de corrupción que no estaban dispuestas a perder la batalla y entregarse a la justicia. Todo lo contrario, coparon los partidos políticos y regresaron al Congreso con otros cabecillas. Pocas y pocos congresistas honestos siguieron siendo la breve noticia esperanzadora. Y fue con esas ganas de querer volver a confiar, luchando con marchas, presión y dando incluso dos vidas, como la sociedad civil recibió ciertamente emocionada al nuevo presidente del Congreso y por ello de la República, elegido gracias a ella.

 

Los contratos y arribo de las vacunas de inmediato propalaron una nueva incertidumbre que se sumó al impacto de la segunda ola pandémica por las mutaciones del virus y la falta de producción de oxígeno en nuestra población. Muerte, miedo e incertidumbre encendieron nuevamente la desconfianza y en este momento, cuando se recibió con gran emoción y cobertura mediática el arribo de las vacunas, se descubre que las ministras de Salud y Relaciones exteriores habían mentido, que se habían vacunado como parte de unas sospechosas entregas de acuerdos irregulares con los productores chinos. Miedo, mentira e incertidumbre llevan en crisis económicas como en la que nos encontramos a un resquebrajamiento social donde solo queda “confiar en los amigos” porque no se puede confiar en la educación que actualmente se está ofreciendo, tampoco en los gobiernos regionales, ni en el Congreso, ni el gobierno central. Valga preguntarnos sobre qué sustrato ético está creciendo nuestra juventud, quedando cada vez más desamparada por la muerte de sus familiares.

 

Uno de los indicadores de desconfianza hacia el mundo institucional que estamos viviendo en este momento se refleja en que a mes y medio de las elecciones generales 2021, el 30% de personas encuestadas no sabe por quién votar, votará en blanco o lo hará viciado. Hasta la fecha, ningún candidato o candidata puede ser considerado representativo si ninguna ha alcanzado siquiera el 12% de la preferencia.

 

Ante todo lo acontecido, sin duda este entorno de desconfianza continuará con el próximo Congreso y gobierno. Tengamos claro que serán cinco años más de lucha en la calle. Quizá dos años tarde después del bicentenario, pero no importa, preparemos el terreno para que el 2026 ya no puedan postular congresistas corruptos y consigamos una persona honesta y resolutiva para el encargo de reformar de una vez por todas a un Estado que ya tenemos muy claro de qué males sufre. Sabemos cómo lucharla.

 

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