Opinión

La Fiscalía está siendo demasiado acomedida en el tratamiento e investigación que ha iniciado respecto del caso vacunagate. Acá el delito mayor no es haberse coludido para recibir indebidamente una vacuna, a expensas de la angustia de millones de peruanos que con más derecho que los beneficiarios esperan recibirla lo antes posible.

La hipótesis de trabajo con la que la Fiscalía debe trabajar es de que estamos frente a un colosal soborno, del cual fue parte mínima este lote de vacunas de “cortesía”. Hay demasiado indicios de que se dejó caer negociaciones con otros laboratorios para favorecer a Sinopharm, empresa estatal china que como tal debe estar acostumbrada a todo tipo de trasiegos (así funcionan las empresas chinas en el mundo).

En esa medida, debe incluirse en todos los rigores fiscales a las exministras Pilar Mazzetti y Elizabeth Astete (no se entiende por qué la Procuradoría las ha excluido del pedido de detención preliminar) y, por supuesto, al expresidente Martín Vizcarra, principal sostenedor del contrato con la empresa china.

De paso, haría bien el gobierno peruano en solicitar diplomáticamente a la embajada china su lista de beneficiarios. Puede usarse como instrumento de negociación y el gobierno chino, como su propia comunidad en el Perú lo ha señalado, haría bien en despercurdirse de las sospechas que en estos momentos recaen sobre ellos.

El gobierno, por su parte, a ver si de una vez por todas aprende a comunicar las cosas con claridad. Primero menciona una segunda lista, luego de que no hay tal; después anuncia el ingreso de privados a la comercialización de vacunas, luego se desdice. En ese trance, no sólo se percibe un régimen confundido sino uno cuyo carácter dubitativo parecería deberse a algún grado de involucramiento con la salvajada ética y penal de la que el país ha sido testigo.

Que no nos ocurra una vez más en nuestra historia que el latrocinio sale bien librado. Ya es una vergüenza lo ocurrido. Lo sería doblemente que se tienda un manto de impunidad sobre los miserables que han mancillado a la patria.

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Elecciones 2021

Han pasado 135 años, y Bel-Ami continúa su carrera desbocada hacia el poder. Garboso, bien plantado, de una belleza andrógina: cabello castaño, ondulado, tez clara, con los proverbiales ojos azules, de los anti héroes de la novela decimonónica. De cintura estrecha, sus piernas torneadas y su trasero respingado, pero sobre todo el bigote ─ese fetiche sexual de los hombres del siglo XIX─, su apariencia física es la perdición de las mujeres de todas las edades y condición social, sin dejar indiferente a los hombres que lo rodean y envidian.

 

Hijo de campesinos venidos a menos, es pobre de origen, miserable por elección ─en París, se opta por el hambre antes que el trabajo. Su condición física también es el producto de las fatigas castrenses en los confines más pobres de esa República Francesa, que ha descubierto un apetito tardío pero insaciable y voraz por la expansión colonial, avocada al saqueo y masacre colonial de los árabes sub saharianos. Las magras pillerías del suboficial Georges Duroy, durante su campaña en el desierto: robo de animales domésticos y estupro, son testimonio más bien de la miseria de su misión y del fracaso de esa política colonial francesa que de la torpeza criminal del personaje y sus cómplices de fechorías. Sin embargo, y como resabio de ese pasado militar le queda la prepotencia con que se desplaza a la deriva por las calles de París, como si las aceras le pertenecieran y los otros transeúntes le estorbaran.

 

Georges Duroy, es un anti héroe moderno, sus hazañas no son las de los caballeros medievales que alcanzan fama y renombre gracias a proezas de armas y amores castellanos, o la del fracasado héroe romántico, que aspira a la gloria intelectual y al ascenso social a través de la poesía o el teatro (véanse los héroes de Balzac). Gracias a sus características animales ─piense el lector en el modo reptiliano como acicala su bigote─, el anti héroe de Maupassant se eleva al rango más alto en la cadena alimenticia de ese nuevo orden natural que Darwin está describiendo. Georges Duroy entra en una alianza simbiótica con las mujeres de su entorno, gracias a ellas inicia su educación sentimental: con las obreras que lo codician con la mirada, con las prostitutas con quienes gusta codearse para aprender sus modos y adivinar sus fantasías eróticas, con las amantes despechadas o con las esposas o viudas burguesas que se convierten simultáneamente en víctimas y perpetradoras de infamias en esa sociedad exclusiva de hombres.

 

La historia de Bel-Ami es la historia de esa transformación. Pero no se trata de una lección naturalista o social sobre la pobreza como en las novelas de Emile Zola, ─quien significativamente publica Germinal en ese mismo año. Georges Duroy es una nueva especie animal y a Guy de Maupassant le interesa menos catalogarla que observarla, alimentarla, maravillarse con su capacidad de adaptación y sobrevivencia.

 

La primera fase de esa metamorfosis es la toma de consciencia ─ingrediente principal de la novela moderna. Charles Forestier ─el excompañero de armas quien reconoce a Georges en las calles de París─ le hace notar “tienes éxito con las mujeres, tienes que cuidar eso”. Forestier le muestra el camino, le abre las puertas a ese nuevo mundo, que requiere un cambio de piel: le presta el dinero para conseguir un traje alquilado, hacerse de una camisa limpia, pagarse una prostituta que le remonte la moral. Pero es la llegada de Bel-Ami al apartamento de su amigo donde simbólicamente se inicia la transformación interior del personaje. Frente al espejo ─en una escena que habría hecho el deleite de Freud, apenas seis años menor que Guy de Maupassant─, Georges Duroy se espanta de su propia imagen, intimidado por el reflejo de su propia transformación física. Ese espejo de cuerpo entero decora la escalera del edificio al que ha sido invitado a cenar. Esas escaleras que el personaje trepa se convertirán metafóricamente en el primer peldaño de su ascenso social.

 

Pero si es gracias a un hombre que se inicia su transformación exterior, son las mujeres la fuerza catalizadora que impulsa la evolución interior del personaje. Hay allí también un capital inicial, una base sobre la cual se desarrolla esa compatibilidad: se trata de una cierta sensualidad que Georges Duroy comparte con las mujeres, su atención por el perfume delicado y sutil que parece brotar de ellas y que contrasta con los olores nauseabundos de chamusquina y fogones viciados que infectan su existencia ─las fondas obreras donde se alimenta, los efluvios ofensivos que inundan la escalera que conduce a su buhardilla. Georges sufre también una fascinación por los pendientes, los collares, los prendedores con que se adornan las damas que frecuenta y que contrastan con su propia indigencia ─motivo recurrente en otras narraciones y cuentos de Maupassant.

 

En este permanente juego de contrastes, también el lector es seducido y capturado no tanto por la trama previsible de la novela ─el ascenso social de un arribista─, como por el comportamiento de Georges: el lector se sorprende una y otra vez tratando de adivinar si Bel-Ami lograra conquistar a la viuda de Charles o la hija del Banquero millonario, cómo hará para poder compaginar sus amoríos yuxtapuestos con tres mujeres a la vez o cómo podrá salir victorioso de un duelo a muerte con otro periodista. No hay ironía o condescendencia por parte del narrador con las vivencias del héroe. A cada paso de la aventura de Georges le acecha la posibilidad del fracaso y la debacle: por escasez de fondos, por inseguridad o dificultad creativa cuando enfrenta la página en blanco sea para escribir artículos periodísticos o esquelas amorosas.

 

¿Por qué le interesa tanto al lector la suerte de Georges Duroy? A lo largo de la narración, el lector descubre que Bel-Ami es un vividor de gustos abiertamente crapulosos, un amante infiel, un traidor, pero también entiende que se tratan de características para poder sobrevivir en ese medio hostil que es París, donde nadie es lo que parece. Una realidad donde los matrimonios alternan con sus amantes y los invitan a cenar en casa una vez por semana, donde las mujeres reciclan a sus amantes recomendándolos a otras, donde los sillones de la Academia se reparten en la sobremesa del café. Es un mundo dónde los reporteros inventan las noticias sin haber estado jamás en el lugar de los hechos, donde la duplicidad de los políticos y banqueros va a la par de su rapacidad y la bajeza de sus instintos sexuales.

 

El matrimonio religioso con la hija de un banquero millonario, podría parecer la coronación de la cúspide del prestigio social parisino, sin embargo, el lector sabe muy bien que Georges Duroy ─o, mejor, el ennoblecido Georges Du Roy─, no se detendrá allí y a cualquier precio apunta ya a su próxima presa, la política.

 

Publicada como novela por entregas, Bel-Ami apareció por primera vez como folletín del cotidiano parisino Gil Blas, entre los meses de abril y mayo de 1885. Su autor, Guy de Maupassant, de apenas treinta y cinco años, es en ese momento el protagonista de una carrera literaria que será tan fulgurante como efímera. Extenuado por la sífilis que lo conducirá a un intento de suicidio en 1891 y finalmente a una muerte prematura en 1893.

 

Buen-Amigo (Bel-Ami), Guy de Maupassant, Alba Editorial, Barcelona, 528 páginas

 

Ginebra, 20 de febrero de 2021

 

David Roca Basadre

No me gusta para nada el régimen del señor Maduro, en Venezuela. Además de las críticas que se le hacen sobre el cuestionable manejo de su gobierno, que tiene todas las características de una dictadura, me horroriza el proyecto denominado Arco Minero del Orinoco, que entrega el 12.2% del territorio de Venezuela a la más salvaje rapiña de minerales y piedras de las llamadas “preciosas”, que allí abundan, a manos de empresas extranjeras atareadas en la salvaje destrucción de ese bello y biodiverso territorio. En esta última crítica es posible que mucha gente en nuestro país no me acompañe, dado el ánimo extractivista que predomina y al que se induce, pero esa es una razón más por la que debo subrayar su gravedad, más visible en tiempos de cambio climático y pandemia.

 

La política de nuestro país hacia Venezuela ha sido errada y errática. Recordemos el viaje de Kuczynski a Estados Unidos, tras ser electo, para ver a Trump, sin invitación, que lo recibió en una sala de estar, apremiado por la circunstancia y, hemos de suponer, con las distancias que solía tener hacia los países que no le merecían consideración.

 

Luego, la política hacia Venezuela dictada por Washington para la que el Perú bajo gobierno de PPK y también de Vizcarra, se prestó solícito. Incluso promoviendo el llamado Grupo de Lima, supuestamente para presionar por democracia en Venezuela, pero que no dudaba en incluir a un país como Honduras, tan dictadura como Venezuela y donde la represión y los asesinatos son cosa de cada día.

 

El reconocimiento poco práctico de Juan Guaidó como presidente de Venezuela, con embajador y todo, fue otro error absurdo e inducido por ajenos, que no nos aporta nada.

 

 

Drama y problemas por la migración

La diáspora de migrantes venezolanos, gente que huía y huye de Venezuela por millones, es hoy una situación con varias aristas que hay que solucionar. El gobierno venezolano de Maduro argumenta que esa migración es por la situación en su país tras el brutal bloqueo norteamericano, pero la verdad es que el bloqueo agravó una situación que ya estaba degradada, sin solucionar nada. Y más bien fortaleció a Maduro internamente, y afectó más a una población que, antes del bloqueo, ya estaba migrando. Y llegando en gran cantidad, sobre todo a Colombia, Perú, y también a Ecuador, Chile, Brasil.

 

No podemos dejar de convivir con dos razonamientos en apariencia contradictorios sobre la migración: debemos ser y mantenernos solidarios y acogedores con los migrantes que no dejan su país porque quieran hacerlo, que son gente sufriente como lo fueran los migrantes peruanos en tiempos del terrorismo y la inflación con García, sin dejar de reconocer que tan apabullante migración constituye un problema muy grande, que es necesario confrontar. Aunque con racionalidad, y con mucha serenidad.

 

Porque, como es natural, la población peruana no estaba preparada para recibir a tantos extranjeros, y tan de golpe. El nuestro no es un país de gente rica y la bonanza macro económica – como el virus se encargó de demostrar – solo benefició a unos pocos. Quizá la única ventana abierta, en todo momento, ha sido la informalidad.

 

En un país de informales, basta con tener ganas, armar botica y ponerse a ofrecer bienes o servicios. Poco más, que es lo que ha aliviado tanto desde hace años la escasez de las mayorías, como ahora alivia a la presencia de tantos extranjeros. Atenuando, además, las tensiones con la comunidad migrante.

 

 

La xenofobia no ayuda

En medio de todo ello, la politiquería de personas que aspiran a cargos públicos, o que los ocupan, dedicados a alentar xenofobia con fines proselitistas, es vergonzosa. Se valen de la natural preocupación por la presencia de otros, y en tan gran número, por parte de muchos peruanos, alentando ese recelo de manera irresponsable. Eso solo perjudica más el clima social: ojalá esas personas nunca sean electas.

 

Eventos recientes, el asesinato en Trujillo de un comerciante venezolano por delincuentes que le exigían pagar un cupo, y el intento de asesinato de un joven peruano arrojado de un puente en Medellín, Colombia, pero que la xenofobia hizo aparecer – en las redes sociales – como asesinato en Venezuela, y además la muerte con bala de un joven repartidor venezolano de delivery en Lima, unido a amenazas de bandas de delincuentes tanto venezolanas como peruanas, también por redes sociales, generan temor de que se desate un escenario de tensión social más grave que lo que se ha vivido hasta ahora.

 

La pandemia, además, aviva esas tensiones, las emociones están al vivo, y puede bastar una pequeña brizna encendida para que ocurra algo peor.

 

El señor Maduro, por razones políticas y ahondando en la irresponsabilidad, se ha dedicado, además, a difundir, agrandándolos como un Urresti o un alcaldillo de San Juan de Lurigancho cualquiera, los casos de xenofobia en el Perú, de manera que, en su país, mucha gente supone que la situación de los migrantes es totalmente invivible. Lejos de la verdad, como sabemos. Pero eso tampoco ayuda.

 

 

Realpolitik

Partamos de constatar algo concreto: la totalidad de los migrantes venezolanos acuden, para sus papeleos legales, a una pequeña oficina del régimen de Maduro en Lima. El “embajador” de Guaidó no sirve para nada práctico a los migrantes. Y es que el control del Estado venezolano lo tiene Maduro. De facto o no, su autoridad es la que dirige y maneja el Estado venezolano.

 

Pero ocurre que lo que Maduro hace en su país ha dejado de ser tan solo un problema interno de Venezuela, sino que vía tan apabullante migración y los problemas que ello comporta, sus actos nos afectan directamente. Y no podremos incidir en cambios que impidan que eso nos afecte si no discutimos directamente con el régimen de Maduro. Tan claro como eso.

 

Lo que más conviene es lo que conviene al Perú, no a los intereses de otro país, por gran potencia que sea. Y es necesario decirle oficialmente al señor Maduro que ya dejó de ser un tema de asuntos internos todo aquello que hace en su país y provoca tan gran migración, que a su vez nos afecta directamente.

 

Habrá que negociar, habrá que gestionar que se afloje el bloqueo norteamericano, habrá que reunirse con los otros países afectados y acordar acciones comunes, aprovechar el cambio de mando en Ecuador, próximamente, y que posiblemente sea a favor del candidato pro Maduro del correísmo, para tender los puentes que sean necesarios.

 

El gobierno de Maduro hace tiempo que perdió la brújula del socialismo del que hablaba – y todavía pregona – y hoy es un país hambriento de inversiones que pactaría hasta con el diablo para salir de sus apuros. Bueno, pues, es la hora de aprovechar esa circunstancia.

 

Solo con políticas realistas, con realpolitik, es decir con acciones que se basen en consideraciones a partir de hechos concretos, sin que medien prejuicios ideológicos, pero también sin pecar de ingenuidad, es que podremos resolver estos problemas que nos afectan y que, si no los confrontamos directamente, podrían devenir en irresolubles.

 

Luego de superar la pandemia, cuando se haya completado un mínimo plan de vacunación que la aminore, recién se podrá ver una luz al final del túnel de la recesión económica que las rígidas cuarentenas han producido (sigo pensando que han sido excesivas: no hay ningún vector que correlacione cuarentenas más estrictas con disminución de los contagios y muertes).

Cuando ese momento llegue, lo que el Perú va a necesitar no es de bonos, asistencia estatal o créditos subsidiados. Lo que se va a requerir a gritos es un shock de inversiones privadas, solo posible si desde el gobierno se destraban los nudos mercantilistas que afectan la libre competencia, se desregula el mercado laboral, se achica el Estado a lo mínimo indispensable y se sacan adelante megaproyectos diversos (entre ellos los mineros).

Un gobierno pichicatero de la inversión fue el de Alan García y a pesar de no ser uno promercado, disparó la inversión privada y eso generó la mayor reducción de pobreza de nuestra historia. Y si bien es cierto que contribuyó a ello el alto precio de los minerales, ese fenómeno está volviendo a ocurrir y debemos aprovecharlo.

Solo con un shock capitalista será posible construir un Estado capaz de brindar salud pública decente, educación pública competitiva, grados de seguridad ciudadana mínimos y un sistema de justicia confiable. Porque para ello se necesita recursos sinfín. Lo que el Perú necesita es un Estado chico con un presupuesto grande para poder incrementar las inversiones públicas donde es urgente y necesario.

La crisis pandémica no conduce al fin del “modelo neoliberal”, como gusta de llamarlo nuestra izquierda. Lo que hemos vivido estos últimos treinta años es un capitalismo mercantilista que aún a pesar de no haber sido liberal ha generado niveles de reducción de la pobreza y de la desigualdad inéditos en nuestra historia. Si hubiésemos tenido una economía liberal competitiva, ese crecimiento hubiera sido superlativamente mayor.

La única manera de que el Perú recupere su peso histórico en la región (como el que tuvo en la época prehispánica o en la colonia) es volviéndose una pequeña potencia capitalista, con altos grados de libertad económica y un Estado capaz de asegurar una mínima equidad social entre sus ciudadanos, haciendo a todos partícipes del desarrollo.

Si Hernando de Soto no se libera del empaquetado marketero que alguien le debe haber impuesto, va a quedar no solo congelado en la baja intención de voto que actualmente muestra sino que va a ser prontamente superado por alguien como Rafael López Aliaga, quien viene en alza, con un estilo desenfadado.

De Soto tiene los suficientes pergaminos académicos y políticos como para ser la estrella intelectual en el firmamento electoral que hoy nos toca en suerte. Es, además, y por ello se le reconoce mundialmente, una mente innovadora, capaz de ver una solución en medio de la oscuridad.

Cuando presentó a sus primeros colaboradores insinuaba una candidatura disruptiva de derecha, desde una perspectiva liberal y social potente. Pero algo ha pasado en el camino que su estrella se ha ido apagando.

Como comentábamos en nuestra columna de ayer, el asco ciudadano por el escándalo vacunagate va a tener secuelas electorales. La gente va a ir a votar de muy malhumor, por más que el gobierno acelere la llegada de las vacunas o el Congreso no siga cometiendo trastadas populistas o desastres políticos (como querer bajarse la Mesa Directiva).

En tales circunstancias, las posturas de centro o moderadas saldrán sobrando. La ciudadanía va a buscar posturas fuertes, claras, definidas, rupturistas, capaces de convocar la sensación de que se va a cambiar el statu quo.

Por ello, hace mal De Soto mediatizándose, tanto en su mensaje ideológico como en su estrategia de campaña. El autor de El misterio del capital y coautor de El otro sendero, es liberal, de derecha liberal. Se ve como una impostura que trate de morigerar sus planteamientos en el vano afán de conquistar un centro cada vez más diluido.

Estas elecciones se van a polarizar y se van a mover mucho respecto de la actual lista de intenciones electorales. Solo un 18% ha definido ya su voto, según Datum. Los indecisos, tan irritados como toda la ciudadanía por el espectáculo oprobioso que estamos viviendo con las vacunas VIP, buscará a quien mejor exprese su malestar. Y eso pasa por alguien que le prometa cambiar las cosas, no quien sea percibido como más de lo mismo. De Soto está a tiempo de despercudirse.

El año pasado se conmemoró el centenario del nacimiento de Chabuca Granda y, de no haber sido por la pandemia, la celebración hubiera sido mucho más visible y merecida. Hablar de Chabuca Granda es hablar de una figura que excede el límite conceptual que nos impone la palabra “compositora”, porque Chabuca Granda es, en lo fundamental, una poeta.

 

El lenguaje de sus canciones, incluso el de las más tradicionales no están exentas de brillo metafórico e imágenes de enorme sutileza. Sin embargo, debe subrayarse que al menos podemos notar dos etapas en su trabajo: una primera, enmarcada en la experiencia de Lima y sus personajes, donde se inscriben diversas coplas con nombre propio y temas como “La flor de la canela”, “José Antonio”, “Fina estampa” o “Puente de los suspiros”; y una segunda, caracterizada por una abierta exploración de nuevas posibilidades, incluyendo una apropiación creativa tanto de ritmos afroperuanos como de distintas sonoridades latinoamericanas.

 

Alguna vez le preguntaron al guitarrista Lucho Gonzales qué palabra definía mejor el universo de Chabuca Granda. Su respuesta fue: “vanguardia”. ¿Y qué es vanguardia sino el dominio de la tradición que se va a romper, el conocimiento acabado de aquello sobre lo que se va a practicar alguna innovación? Esto es precisamente lo que hay que decir de sus composiciones: que abren puertas, que aprovechan lecciones del pasado y se proyectan hacia el futuro. Temas como “Cardó o ceniza”, “Ríos de vino”, “Ese arar en el mar”, “Vértigo” o “Las flores buenas de Javier” (una de varias dedicadas a la absurda muerte de Heraud) pertenecen por derecho propio a la poesía. Que se escribieran para ser cantadas solo puede enriquecer su condición primera.

 

He dicho todo esto para saludar la aparición de tres libros formidables y que serán sin duda punto de partida para futuras investigaciones sobre el legado de Chabuca Granda. El primero de ellos, Las palabras de Chabuca, es una compilación de las mejores entrevistas concedidas por ella y reunidas por Alberto Rincón Effio, Cito, de la entrevista con César Hildebrandt: “¿Qué es ser peruana para ti, Chabuca? Bueno, ahora es un sufrimiento… Te lo digo en serio… (…) te diré que ser peruana es como tener una angina, como la que tengo, es tener algo malo y crónico, un dolor de siempre… ¿Qué es ser peruano? De repente es no creer…” (p.126).

 

El segundo libro es propiamente un ensayo biográfico y de análisis musical: Llegó rasgando cielos, luz y vientos. Vida y obra de Chabuca Granda, escrito pro Rodrigo Sarmiento Herencia, un destacado estudioso de la música peruana. El libro se divide en dos partes, una dedicada al examen biográfico, que incluye preciosas fotografías; otra que ingresa en el terreno del estudio de la música en sí, complementada con una completa discografía y una selección amplia de las canciones de Chabuca. Extraigo este fragmento de una de las canciones para el poeta Javier Heraud, titulada “Un bosque armado / La canoa”: “Un guerrillero muerto y un remero, / una canoa en Puerto Maldonado, / una campana estalla bajo el agua, / un guerrillero muerto y un remero, / un viaje largo vuelve con el río, / voy a dormir el resto de mi asombro” (p.235).

 

Finalmente, una edición que yo llamaría definitiva de la obra de Chabuca Granda. Cantarureando / Canterurías contiene el cancionero conocido, a lo que se añaden más de cien letras inéditas. Música y poesía unidas en un milagro de papel que nos invita a conocer, de manera más sistemática y orgánica el sugerente mundo creativo de una de las personalidades más importantes de nuestra cultura. Cierro este recuento con una propuesta de estrofa del Himno Nacional que compusiera Chabuca Granda y que nunca se hizo oficial, aunque no sería mala idea hacerlo ahora: Gloria enhiesta/ en milenios de historia/ fue moldeando el sentir nacional, / y fue el grito de Túpac Amaru / el que alerta, el que exige, / el que impele hacia la libertad; / y el criollo y el indio / se estrechan / anhelantes de un único ideal, / y la entrega del alma / y la sangre / dio colores al mensaje / del emblema / que al mundo anunció / que soberano se yergue el Perú, / se yergue el Perú…” (p.157).

 

Las palabras de Chabuca. Lima: Planeta, 2020.

Llegó rasgando cielos, luz y vientos. Vida y obra de Chabuca Granda. Lima: Ministerio de Cultura, 2020.

 

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Cantarureando / Canterurías. Lima: Fundación BBVA y Grupo Editorial Cosas, 2020.

 

Lo sucedido con las #VacunasVip acaba de volvernos a la realidad, tenemos 200 años como República y aún somos un país clientelista, corrupto e indolente. Este es el resultado de un Estado patriarcal y neoliberal, que no está al servicio de la ciudadanía, muchos menos de las mujeres, sino de intereses particulares y de aquellos a los que favorece mediante argollas de privilegios.

 

Luego de esta última crisis ya no es una sospecha, es un hecho, todo está mal. El modelo social y económico ha llevado el individualismo a límites insospechados y crueles, el aprovechamiento y la lógica del “sálvese quién pueda” está instalada en nuestra cotidianidad, lo que lleva a que prácticas corruptas se naturalicen.

 

Esta semana se descubrieron los 487 sin vergüenzas que se aprovecharon de sus cargos, de su posición e incurrieron en un acto corrupto, pero además desolador.  Mientras ellos/as se protegían miles familias en las calles, en los hospitales y en sus casas luchaban contra la enfermedad, se endeudaban para conseguir atención y oxígeno, rogaban por una cama UCI y quiénes se vacunaron lo sabían.

 

¿Les ganó el miedo?, ¿Si hubieras tenido la oportunidad lo habrías hecho?, son algunas de las preguntas sueltas que se oyen por ahí. El problema está en que naturalizamos esas conductas y prácticas basadas en el individualismo llevado al extremo más hostil; el compromiso con el bien común se pone a prueba en escenarios de crisis, no en tiempos de tranquilidad. Más aún si eres un servidor/a público.

 

Los 487 aprovechados/as –  o más-  que se vacunaron a espaldas de la población se llevan nuestro rechazo y repudio, pero, ¿es suficiente?; se requiere que el gobierno promueva investigación y sanción a quiénes se vacunaron de forma irregular, pero también a los artífices de esto. ¿Quiénes aprobaron este proceso de vacunación ilegal cuando supuestamente la vacuna no estaba habilitada para nuestro país?, ¿Quiénes dijeron tú sí, tú no? Mucho por esclarecer aún.

 

El gobierno actual, de emergencia y transición, que navega en medio de esta tempestad, deberá promover que se llegue al fondo de este asunto y además necesita devolverle a la población la confianza en el proceso de vacunación y para ello es fundamental que la vacuna sea declarada como bien público y se fortalezca la transparencia en su gestión.

 

Los congresistas que piden se remueva a la Mesa Directiva del Congreso sólo ponen en evidencia sus ganas de aprovechar la situación, listos y ansiosos de generar una nueva crisis política que los beneficie y profundice el abismo en el que ya estamos. Es necesario rechazar estas actitudes oportunistas, promover que el gobierno se concentre en la atención a la pandemia y en garantizar elecciones transparentes.

 

A puertas del bicentenario, por encima de cualquier celebración, tendremos que plantear una reflexión seria sobre la democracia y el Estado que queremos.

 

Como feminista deseo una democracia real, paritaria, con igualdad de género, que tome como principio la interculturalidad crítica para construir un mundo más justo. Ello incluye cuestionar el modelo social y económico que tenemos; por ello me asusta quiénes pretenden asaltar el poder y ver estos hechos como circunstancias aisladas y no como parte de un sistema que cada vez nos empobrece más como seres humanos, que promueve caridad, pero no derechos ni bienestar, que genera privilegios, ganancias simbólicas y económicas para unos pocos, por encima de la muerte y el dolor de muchxs.

 

El caso #VacunasGate o #VacunasVip  es solo una muestra de lo que lamentablemente somos.  Que la indignación nos movilice, pero para sumarnos a construir una democracia real, lo que se traduce en un Estado que moviliza transformaciones sociales y garante de derechos.

 

El día en que Martín Vizcarra (el expresidente del Perú para vergüenza del país) confesó que «se vacunó mientras moríamos» (brillante titular de Beto Ortiz), fue jueves 11 de febrero. Ese mismo día, solo horas después de la confesión, a Francisco Sagasti —el sucedáneo de Martín— se le ocurrió pronunciar un mensaje a la Nación. Creí que había llegado el momento del desprecio, reprobación, condenación y repudio presidencial a los actos del personaje nefasto, pero no, en lugar de eso, el presidente prefirió mostrarnos su «vacunómetro», una ilusión digital inventada en las oficinas de comunicaciones de Palacio de Gobierno que finge contabilizar en tiempo real la cantidad de médicos vacunados. Y, de fondo, nos hacía ver (otra vez) un avioncito de dibujito con estela morada que simulaba el trayecto aéreo de más vacunas de Sinopharm hacia nuestro país. Tres minutos en televisión nacional que los hubiese aprovechado mejor si nos decía lo que queríamos escuchar: Cuáles iban a ser las medidas que tomaría su gobierno contra quienes traficaron con medicinas a escondidas del pueblo. Esa era la noticia, señor encargado del Despacho Presidencial. No lo otro.

 

Pero es ingenuo pensar que un gobierno del Partido Morado persiga los actos, a todas luces corruptos, del expresidente vacado en noviembre por incapacidad moral permanente cuando fueron ellos quienes azuzaron a la turba para forzar la renuncia del presidente constitucional Manuel Merino De Lama y devolver el poder al incapaz moral. Todos nos acordamos de aquella vergonzosa carta del 15 de noviembre donde este grupo minoritario planteaba, qué digo planteaba, ¡exigía!, al Congreso «anular», «retractar» la vacancia para «de esa forma, tanto el señor Vizcarra como su gabinete, retomen sus cargos de inmediato para continuar con los esfuerzos contra la pandemia», así decía ese papel. Pues, hoy ya sabemos a favor de qué intereses hubiera continuado trabajando «el señor Vizcarra», ¿no es cierto?

 

También son inolvidables los pronunciamientos en Twitter de los morados Daniel Olivares, Alberto de Belaunde, Gino Costa y Julio Guzmán, expertos en manipulación de jóvenes para satisfacer sus apetitos de poder. Hace poco escribieron homenajes a Pilar Mazzetti al dejar, ella, la cartera de Salud guardando hasta el último su más malvado secreto. «Por su invalorable y sacrificado servicio al país», tecleó uno de los morados. Otro puso: «Verla trabajar sin descanso por su país ha sido inspirador». «La historia le dará su lugar, y juzgará a los mezquinos y saboteadores», vaticinó como pitoniso De Belaunde en su Twitter el 12 de febrero. Efectivamente, la historia le dio su lugar, y no tardó nada en dárselo. El Perú se enteraba el 15 de febrero que la heroína de los morados, la Dra. Mazzetti, había traicionado los principios de un servidor público decente.

 

Ahora, necesitamos conocer la lista completa de los vips vacunados, señor Sagasti. Es muy sencillo: Con un chasquido de dedos el presidente puede hacer que sepamos la verdad. Faltan nombres, no son solo 487 vips. Hacer la gestión no detendrá la instalación de plantas de oxígeno que necesitan los enfermos (si es que el gobierno ha pensado en ello), hacer la gestión no interrumpirá la ampliación de camas UCI (verdaderas camas UCI, no las que sirven como camas de muerte). Hacer que conozcamos la verdad es cuestión de voluntad. Pero con el Partido Morado gobernando, la verdad no está garantizada. Que no nos sorprenda mañana algún megaoperativo televisado contra «fiestas covid», un gran incendio, la captura de algún «ranqueado delincuente», un nuevo «monstruo de los cerros», algo para tapar la suciedad que enloda al vizcarrismo y al moradato, que son lo mismo.

 

¿Jamás sabremos la lista vip completa de los vacunados? Este gobierno sucedáneo del vizcarrismo no garantiza transparencia ni justicia. Más bien quiere estropearlo todo, otra vez.

 

Kevin Carbonell

 

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@kevincarbonell

 

Si ya resultaban imprevisibles las elecciones de este año, dada la cercanía estadística que muestran muchos candidatos (la última encuesta de Datum corrobora las de CPI, Ipsos e IEP, respecto de la caída de Forsyth y la subida de Lescano, además del aproximamiento de Keiko Fujimori, Verónika Mendoza y Daniel Urresti), el escándalo moral y político provocado por el vacunagate seguramente va a modificar el tablero dispuesto hasta hoy.

El grado de asco ciudadano es de tal magnitud que puede trastocar el escenario, dando pie a la aparición de nuevos protagonistas electorales. De por sí, hay un inmenso bolsón ciudadano que no sabe aún por quién votar. Según la referida medición de Datum, solo un 18% ha decidido ya su voto. El margen para algún aluvión electoral de última hora es bastante alto y estamos aún a dos meses de la elección, lo que en el Perú es larguísimo plazo.

Lo terrible es que una circunstancia psicosocial de descalabro moral conduce casi por un tubo a fórmulas radicales, sea de izquierda o de derecha (López Aliaga sube de 1 a 3% en el último mes: ¡ojo!), lo que en términos políticos supondría para el Perú el peor de los escenarios en las circunstancias actuales. Se incendiaría un país ya de por sí convulsionado.

Gran responsabilidad en evitar que algo semejante ocurra la tiene el Ejecutivo, que deberá librar todas las batallas para que el escándalo de las vacunas derive en acciones punitivas rápidas y sanciones a todos los implicados. Deben activarse todos los resortes institucionales que permitan conocer, por ejemplo, la integridad de las listas del oprobio (en la que hay muy pocas excepciones que pueden salir bien librados) y diluir la sensación ciudadana de que se está protegiendo a poderosos.

Igual grado de responsabilidad tiene la clase política formal, por llamarla de alguna manera. Julio Guzmán no es ya rival electoral. Está de caída, al parecer de modo irreversible. Mal hace la claque congresal en atizar flamígeramente el verbo en contra del gobierno, creyendo cosechar indirectamente al afectar a un presunto competidor, cuando lo que está haciendo con ello es allanar el camino para que aparezcan radicales en la carrera electoral.

En principio, no se ven con optimismo los cinco años venideros. Nos asomamos a una crisis económica prolongada, de difícil y lenta recuperación, a lo que se suma una crisis política que generará un Congreso hiperfragmentado y casi ingobernable. Si a ello le agregamos opciones excéntricas y disruptivas, el panorama ya no solo sería sombrío sino que podría ser apocalíptico.

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