Opinión

[EN LA ARENA] Buena parte de la música criolla le canta al amor perdido. Cada canción expone alguna de las razones que explican por qué la pareja llegó a su fin: desde la condición de humilde plebeyo hasta considerarse una nube gris. Pero una de las razones de ruptura más duras en la Lima y las ciudades costeñas de antaño que fue poco atendida en las canciones populares fue la huida del matrimonio infantil. Probablemente porque en los tiempos en los que se producían esas canciones estaba naturalizado. Lo cierto es que el matrimonio de niñas y adolescentes (que sólo requirió hasta 1984 de la autorización de cualquier familiar para que la hija tuviera que casarse) terminaba cuando las chicas de catorce años o menos escapaban de las violencias con las que sus maridos les golpeaban el cuerpo y el alma, y quedaban con pocos recursos para sobrevivir.

Hasta mediados del siglo pasado a la mujer no le quedaba otra forma de vivir sino dentro del matrimonio (o el convento). En las ciudades algunas terminaban primaria, en las zonas rurales ni siquiera. Viudas o separadas debían realizar oficios vinculados al hogar y el panllevar. Eran muy pocas quienes terminaban secundaria y que estudiaban alguna profesión, que sí o sí seguía muy parecida al hogar. Fuera de esta élite, las demás debían casarse y según el nivel de pobreza, lo antes posible. Por tanto, separarse era para la mujer poner en riesgo su vida y la de sus hijos también.

No era la separación de la mujer un tema romántico que alguna persona quisiera tararear o cantar en una fiesta, pero hubo algunos aportes en los que se denunció la violencia aunque no la edad de la mujer, pues les era indiferente. Son canciones que sólo conocen especialistas, con poco espíritu de difusión. No obstante, aunque nos faltaron las canciones, sí hubo vidas que nos pueden contar cómo fue. Una de ellas es la de Lucha Reyes. La precariedad y violencia que sufrió su madre, la hizo cantar desde niña. Sin recursos para mantener a sus quince hijos, tuvo que entregarla a un convento, donde estudió algunos años de educación primaria. Trabajó como su mamá de lavandera y otros oficios que pudo ofrecer como niña. El año 1950 tenía 14 años. Segura de su voz, concursó en un programa de Radio Victoria. Cantó un vals muy conmovedor, “Abandonada” de Sixto Carrera, en el que una mendiga le cuenta a un desconocido, que por el maltrato del marido tuvo que abandonar a su hijo y se encuentra viviendo en la calle. Él reconoce a su madre, la recoge y la abraza. Quizá había un mensaje de la adolescente Lucila Sarcines Reyes para su mamá, pero quien irónicamente le responde es su primer esposo, un policía del que se separó para lograr sobrevivir. Con su siguiente esposo quedó embarazada y dio a luz a su primer hijo a los 16. La maternidad no la salvó de una nueva relación violenta, de la que también consiguió escapar. Pocos años después se convirtió en Lucha Reyes una de las cantantes peruanas más reconocidas en el mundo entero.

Mucho nos hubiera servido escuchar canciones criollas donde las adolescentes compartieran sus padeceres. Porque así, generaciones del siglo pasado y del presente quizá hubiésemos quedado advertidas de las uniones forzosas, de los embarazos no deseados y quizá, sabríamos cómo atender a mujeres aún tan niñas que hoy siguen sufriendo en el Perú la violación de sus derechos más íntimos y elementales; porque setenta años después, cuando el Congreso recién se debatirá el Proyecto de Ley para erradicar el matrimonio infantil, el presidente de la Comisión de Educación, José María Balcázar, se opone. Dice que las relaciones sexuales tempranas ayudan al futuro psicológico de la mujer. Porque setenta años después, en las oficinas del Ministerio de la Mujer un psicólogo abusa sexualmente de una adolescente, una trabajadora social impide el aborto terapéutico de otra abusada por sus abuelos. Ojalá el Congreso lo apruebe pronto, porque cada día de espera, cada día, dos niñas han dado a luz en nuestro país.

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[DETECTIVE SALVAJE] En 1944, Anthony Burgess era un diplomático británico que ejercía sus funciones en Malasia. La guerra le quedaba lejos. Su esposa, en cambio, estaba en Londres cuando un apagón sumió a la ciudad en la penumbra. Estaba embarazada, sola y e incomunicada. Tarde en la noche, un grupo de soldados estadounidenses desertores entraron a su departamento. La mujer fue golpeada y violada. Perdió a su hijo. Burgess se enteró de la tragedia a la distancia. En plena guerra, no era fácil regresar a su país.

El trauma y el gusto por la literatura distópica sembraron una semilla en el escritor. Leía a Orwell, a Huxley, a Zamiatin, y observaba a la sociedad londinense de la postguerra. La naranja mecánica narra las aventuras violentas de cuatro jóvenes colegiales, quienes, liderados por Alex, encuentran un retorcido placer en violentar sin motivo a personas inocentes. De alguna forma, son como niños que descubren la violencia partiendo por la mitad a una lombriz, o arranchándole las alas a una mosca.

La banda de Alex semeja a los Teddy Boys, una personalidad juvenil que vio su auge en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial. Vestían como los dandis de la antigüedad, adoraban el rock and roll, echaban por la borda los modales y llevaban una vida callejera. Era el desenfreno después de la opresión.

La naranja mecánica es una mezcla de todos estos elementos: la violencia injustificada, ya no bélica sino doméstica; las modas extravagantes, una juventud que ha perdido la sensibilidad por la vida. La escena trágica que sobrevivió la esposa del autor, Llewela Jones, está reproducida en una de las escenas del libro, cuando la banda de Alex entra a la casa de un escritor, atacan y violan a su esposa.

La literatura, entre sus tantas metamorfosis, en los momentos más oscuros suele ponerse la sotana, alzar una cruz y practicar exorcismos en los poseídos. A veces, el demonio abandona el cuerpo; otras, se replica sobre las páginas sin liberar al autor. Es el caso de la norteamericana Sylvia Plath. Sus poemas representaban la autodestrucción, el no pertenecer a un entorno materialista y artificial. Todo se hace claro en su única novela, La campana de cristal. Esther, la protagonista, está becada en una buena universidad, es aspirante a escritora y debe ser internada en el hospital psiquiátrico por su depresión e intento de suicidio. La experiencia de Plath coincide. Excepto por el final: si bien la protagonista se recupera y encuentra fuerzas para vivir, Plath se suicidó antes de que el libro se publicara.

A veces, las letras son más amables. Lo fueron con Mario Vargas Llosa, quien vivió el calvario del Colegio Militar Leoncio Prado para reproducirlo en La ciudad y los perros. El motivo por el que estuvo dos años en ese internado frente al mar también es relevante: a su padre le disgustaba su inclinación por la literatura. La consideraba femenina, y pensó que el antídoto era una estricta educación militar. Como Alberto, uno de sus personajes, Vargas Llosa reforzó su lado literario en contraposición a la barbarie. Las igualdades entre la vida del autor y la de los colegiales del libro son evidentes.

La vida militar ha sido un manantial para esta clase de literatura, en la que el trauma es el motor y la memoria la gasolina. En este caso, no hay mejor referente que Ernest HemingwayAdiós a las armas lo confirma. El autor, estadounidense de robusta constitución, fue voluntario para la Cruz Roja durante la Gran Guerra. Sirvió de conductor de ambulancia en las líneas italianas. En el frente, e igual que el personaje de la novela, Frederic, que también venía de Estados Unidos y manejaba ambulancias para el ejército italiano, Hemingway fue herido en la pierna por el impacto de un mortero austriaco.

Son ejemplos de literatura inevitable, que nace de un germen ajeno al artístico, que no sueña con aplausos, que se engendra casi por cuenta propia. Cabe un paralelo más siniestro: son los sacrificios sangrientos que, como los dioses de la antigüedad, el libro ha cobrado.

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No se entiende que haya partidos como Alianza para el Progreso o Renovación Popular que se opongan a la realización de elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). A la centroderecha, en general, le conviene que se haga realidad ese filtro que disminuya el número de candidatos de ese sector del espectro ideológico (en estos momentos, entre inscritos y por inscribirse, hay más de veinte postulantes de este tenor).

Otra lógica puede guiar a Fuerza Popular, interesada en la dispersión y proliferación de candidaturas de dicho perfil, porque sabe que tiene un núcleo duro de votantes que, dado el caso, le permitirán, con un pequeño empujón, volver a pasar a las lides definitorias, pero el resto de partidos centroderechistas debería estar en la primera línea de batalla para que las PASO se lleven a cabo.

Hay un gran riesgo de que, dada la consolidación de un poderoso ánimo antiestablishment en el país, y particularmente en las zonas andinas, haya dos candidatos de la izquierda radical en la segunda vuelta. Existe también una dispersión de candidatos de la izquierda (hay, al menos, ocho ya en carrera), pero no es comparable a la de la centroderecha, con lo cual, este escenario hipotético es altamente probable si no se produce un aglutinamiento del sector creyente, relativamente, en las bondades del modelo económico.

La mejor forma de evitar esa dispersión es aprobando la realización de las PASO, que además del beneficio señalado, incorporan la democrática transición hacia un sistema de designación de candidatos al Congreso por vía de la elección popular previa, restándole poder de discreción a los caciques partidarios que abundan en el endeble sistema de partidos del país.

El Perú no puede caer en manos de la izquierda el 2026. Sería calamitoso y podría llegar a ser terminal para la economía y la democracia peruanas. Evitar ese riesgo está en manos de la centroderecha, que, a pesar de todo, sigue siendo mayoría en el mapa ideológico peruano, pero parece encaminada a hacer todo lo necesario para favorecer las expectativas de este radicalismo de izquierda.

Se juega mucho en las elecciones venideras -las que, se espera, se produzcan el 2026, salvo que ocurra algún percance que se tumbe al gobierno de Dina Boluarte- como para que la centroderecha congresal actúe con cálculos mezquinos e irresponsables e irracionales decisiones.

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Las mascotas son parte esencial de mi vida. Perruno hasta la médula, siempre ha habido perros en mi casa, la paterna y la actual. Gruñón, un Jack Russel, se ganó su nombre cuando, recién llegado a casa, de apenas un mes, le mostró los dientes a un Siberian Husky y un pastor alemán que ya lo querían inspeccionar como bicho raro.

Hace trece años que nos acompaña, siempre fiel y extremadamente ostensible en sus muestras de alegría cuando llegaba a la casa algún familiar que le caía en gracia. Malgeniado como él solo, era capaz, sin embargo de ser el animal más dulce y juguetón cuando la simpatía era manifiesta.

Ayer partió, víctima del colapso de sus órganos internos, por las desventuras de la edad. Decidimos hacerlo dormir para que no sufra ningún dolor en medio de una condición de salud irreversible. La decisión fue muy dolorosa y a pesar de haber transcurrido apenas algunas horas de su partida, ya se le extraña.

Dormía en mi cama hasta que llegó a la casa un American Pitbull, a quien nunca quiso y decidió dormir en la sala del primer piso mientras el inmenso animalote que heredamos de nuestro hijo migrante a Nueva York, decidiera también dormir en nuestro lecho.

Era feliz tragando -era tan gordo que parecía un Jack Russel mutante, decían mis hijos, a quienes adoraba- (y tuvo que ser sometido a dieta cuando le aparecieron sus primeros problemas de salud), paseando con su adorada Karina, recibiéndonos a nosotros o a mis hijos de los viajes que realizábamos. Su único gran malhumor era con Maui, el pitbull, no le aceptaba ninguna invitación a la amistad. Su proverbial malgenio nunca lo abandonó.

Lo malo de las mascotas es que algún día parten y dejan un vacío afectivo enorme en el hogar. Su estela perdura, como la de tantos otros que hemos tenido y ya no nos acompañan, pero Gruñón era especial y fue compañía invalorable en la educación sentimental de mis hijos, quienes hoy lloran su partida a lo lejos (el mayor desde Brooklyn, el menor desde Buenos Aires), y de mi sobrina nieta Gianna, de diez años y que nació con Gruñón adorándola, quien ayer, lamentablemente ya no pudo visitarlo en la veterinaria -como pidió hacer- porque antes de ese momento, el animalito colapsó.

Las personas que tienen y quieren a sus mascotas merecen mi especial aprecio. Los perros, en especial son mi devoción y quiero dedicarle esta columna a un compañero vital en los últimos trece años. He llorado su partida y ella me sirve de estímulo para velar con mayor cuidado de Quipu, el siberiano que también ya anda con los problemas de la vejez, y el expansivo Maui, perro inmenso, pero noble y querendón. Sin mis perros yo no sería la misma persona y una hendidura emocional con la que tendré que lidiar se ha instalado en mi seno desde ayer. Buen viaje querido Gruñón.

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[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Días complicados, harto trabajo, emociones que van y que vienen, como el hombre común de la canción de Piero, el cantautor argentino, ese hombre “que viene y que va”. Somos un país futbolero que se sitúa en un mundo tan igual y al mismo tiempo tan distinto al de 1989, cuando se cayó el Muro de Berlín y cambiamos súbitamente de paradigma.

Somos parecidos al mundo de la Guerra Fría porque, al igual que con ella, subsisten gobiernos democráticos y dictatoriales en América Latina; pero diferentes porque, tras Berlín, parecieron consolidarse los derechos universales, al punto que, muy optimistamente, el filósofo alemán Jürgen Habermas escribió que habíamos recuperado los derechos del hombre de la Revolución Francesa de 1789, los que nos fueron sustraídos por el nacionalismo del siglo XIX, por la cuota de sangre que la nación -ese feroz artefacto cultural decimonónico[i]– le exigió a sus ciudadanos. De allí las guerras, entre todas las dos guerras mundiales, durante la primera mitad del siglo XX, cuyo recuerdo, inclusive hoy, estremece al mundo.

Lo cierto es que la recuperación de los derechos de 1789, apuntalados, además, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se diluyó mientras la década de 1990 se devaneaba zambullida en el neoliberalismo económico y poco preocupada por fortalecer las instituciones sobre las cuales la democracia se construye. Y llegamos al punto en que algunas fronteras, que resultaban del antiguo sentido común democrático, fueron atravesadas con total desparpajo e impunidad.

Esta arremetida, sin duda autoritaria, aunque situada en el marco de la convivencia democrática, provino, primero, del progresismo radical, a través de una vertiginosa transición que no puedo definir sino como paradójica.  Entonces ya no se podía decir, ni pensar nada, fuera de dichos derechos, llevados hasta su máxima expresión paroxística. La ola penetró en el lenguaje. Debías y debes cuidar qué es lo que dices, cómo lo dices, qué palabras utilizas porque el diccionario de la RAE fue súbitamente reemplazado por otro, jacobino y cancelatorio.

Y del lenguaje, se pasó a otras esferas de la vida social y cultural. La propia historia fue motivo de un ataque feroz. Yo fui formado en el entendido de que cada sociedad, cada tiempo, cada época tiene sus propios paradigmas, y que había que interpretarlos, comprenderlos, había que decodificarlos para que el presente pudiese disfrutar y conocer cómo pensaban nuestros ancestros hace décadas o siglos. Pero esto cambió: la historia, el pasado y la tradición podían ser muy reaccionarios y una amenaza para los derechos fundamentales, en plena eclosión de sus vanguardias más radicales.

Entonces había que cambiar la historia, lo que es peor, había que borrarla, había que ocultarla, había que silenciarla. Y el tribunal del pasado, entendido como paradigma histórico positivista, que tanto molestaba al maestro Marc Bloch, se convirtió en el tribunal del progresismo radical y es así como resultaron condenados al escarnio público muchos personajes históricos que actuaron en el pretérito de acuerdo con la mentalidad entonces vigente, y que ignoraban que siglos después serían condenados por vivir en conformidad con su propia normalidad.

Y el tema se llevó a la literatura, hay que reescribir a Agatha Christie, dijeron, la misma editora de la célebre escritora de misterio estuvo muy de acuerdo con la idea. Hay que quitarle a las obras de Christie comentarios sexistas, racistas o que no calcen con eso que hoy se denomina “corrección política”. Además, de esa manera los libros podrán venderse más, alumbrados por un aura plural y contemporánea; y evitar, al mismo tiempo, el escarnio público en medios de comunicación y redes sociales.

A Pedro Gallese se le está exigiendo ser un intelectual de izquierda, que conoce y aplica todos los criterios de la “corrección política”, pero Gallese es un futbolista y no hay que ser demasiado perspicaz para conocer el mundo cultural de la mayoría de sus colegas peruanos. De esta manera, el golero de la selección ha sido súbitamente convertido en un reaccionario ultraderechista por acceder a un saludo protocolar con la cuestionada presidenta Dina Boluarte. En realidad, sería larguísimo enumerar la lista de deportistas que han tenido que pasar por las horcas caudinas de saludar a presidentes autoritarios o impopulares (hasta el Papa Francisco, aunque con cara de pocos amigos). En cambio, la lista de quienes dijeron no, es bastante corta. Se me viene a la memoria el valiente desplante de Carlos Cazcely al dictador Augusto Pinochet en 1974.

En todo caso, la mayor polémica se ha desatado alrededor del gesto de Gallese, ese de arrebatarle el celular al joven hincha del astro argentino Leonel Messi, que invadió la cancha para abrazarlo, y arrojarlo al campo de juego. El tema me parece más sencillo que digno de excesivos análisis sociopolíticos. Gallese seguía compitiendo, es decir, estaba trabajando, y, aunque perdiendo, mantenía en alto su vergüenza deportiva y por ello se indigna con el joven hincha. Gallese declaró luego que la defensa de los colores del Perú merece más respeto y se le ha criticado también por la noción de patria, nación o nacionalismo que maneja.

En realidad, la noción tradicional de patria vinculada a la selección -principalmente la de fútbol- a los colores de la bandera, a los símbolos patrios, héroes de las guerras etc. es la mismo, mal que nos pese, en la que fuimos formados todos los peruanos y peruanas. A estos elementos se le han agregado luego la gastronomía, la pluriculturalidad, el folklore, los sitios arqueológicos etc. Queda claro que no estoy señalando que esta sea mi noción de patria o de nación. Lo que indico es que tanto la educación escolar, los medios de comunicación, las propagandas televisivas y pésimas pero populares películas como “Hasta que nos volvamos a encontrar” reproducen una idea de peruanidad probablemente simplista y superficial, pero que es el resultado de décadas de políticas culturales del Estado vaciadas de mejores contenidos y de un proyecto nacional que tienda puentes y desarrolle las nociones de solidaridad e igualdad entre todos los peruanos y peruanas.

Dentro de esta perspectiva, lo que no podemos hacer es convertir a Pedro Gallese en el “chivo expiatorio” de agendas ideológicas específicas, ni de proyectos políticos inconclusos y que muchos, entre ellos el suscrito, luchamos por obtener, como quien persigue una utopía que deberá concretarse algún día. Hasta que eso no ocurra, la selección peruana de fútbol, de la mano de Ricardo Gareca, fue un factor positivo de unidad y Gallese, en el campo de juego, ha defendido como un gigante esa esencia que parece que estamos perdiendo tan rápido como perdimos a la SUNEDU y al proyecto de mejorar, pero en serio, el nivel de la educación superior en el Perú. Pensemos en cómo hacer para transformar nuestras instituciones educativas y respetemos, al mismo tiempo, a un deportista que defiende la valla peruana con toda la gallardía del héroe antiguo, al que, aunque hoy no se le quiera tanto, ha cumplido y cumple el rol de mantenernos unidos y unidas, aunque sea apenas.

 

[i] Relativo al siglo XIX

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Cambios Políticos, Cultura Patriótica, Gallese, valores

[EN EL PUNTO DE MIRA] Reitero que resulta preocupante dicho incremento porque, debido al despilfarro estatal y a la ineficiencia de las políticas sociales (como Beca 18, Cuna Más y Juntos) impulsadas por el gobierno de Humala y el dejar pasar y dejar hacer de PPK, los más perjudicados de todo este entramado tecnocrático son los peruanos y peruanas de a pie.

Salvo el gobierno de Alan García, la transición a la democracia estuvo dominada por los independientes y tecnócratas. ¿Qué nos quiere decir eso? Que han fracasado en su intento de gobernar el país exclusivamente desde su óptica. Que el país no solo tiene que ser “destrabar” los trámites administrativos en el Estado para las inversiones. Que deben –debido a ese fracaso- conversar y plantear una reforma institucional que apunte a profesionalizar la política, a convocar a los políticos experimentados, a pensar que la política no solo se debe conducir exclusivamente desde la macroeconomía y desde Lima.

La política implica motivación de voluntades, brindar horizonte y responsabilidad de asumir los costos de hacer política (como –por ejemplo- su posterior judicialización postgobierno). En el Perú aún quedan de aquellos que asumen todo lo que implica hacer política. La presidente Boluarte puede iniciar ese nuevo rumbo. He leído y visto su voluntad de dejar reformas importantes para reconstruir nuestra clase política. Ella puede ser el eje de esta nueva transición que vive el país.

La mayoría silenciosa –según diversas encuestas- no espera nada de la clase política. Eso se debe leer cuidadosamente, para pasar de una democracia electoral a una democracia de ciudadanos, en la que la prioridad sea que salir de la recesión económico en la que nos encontramos acompañado de instituciones políticas que realmente funcionen.

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Democracia Ciudadana, Presidente Boluarte, Reforma Institucional, Tecnocracia

Se produjeron ayer domingo elecciones regionales y locales en Colombia. El gran derrotado, el petrismo, particularmente en Bogotá, donde la alcaldía la ganó Carlos Fernando Galán Pachón, hijo de Luis Carlos Galán, quien fuera asesinado en 1989 por la mafia. En la capital colombiana, el oficialismo pensaba triunfar con la candidatura del exsenador Gustavo Bolívar, quien sólo obtuvo el 18.71% de los votos.

Así, nuestros vecinos se suman a la misma ola de derechización regional que se ha apreciado en Chile, en Ecuador o en Paraguay, y que en Argentina no prosperó por culpa de los errores de campaña de Javier Milei, quien, así, no supo capitalizar el enorme descontento popular con la gestión del peronismo.

No es cierta, pues, la narrativa izquierdista de una ola roja en la región. Todo lo contrario, parece haber una vuelta a posturas más centradas o abiertamente derechistas, producto, sobre todo, de malas gestiones de los gobernantes de izquierda, que defraudan a sus propios electores rápidamente.

En el Perú se mantiene una inclinación ideológica mayoritaria hacia el centro y la derecha, pero el problema que tenemos para que ello se plasme en resultados electorales, es múltiple, básicamente centrado en tres factores: inmenso ánimo antiestablishent de la ciudadanía, proliferación de candidaturas de centroderecha y ausencia de un candidato que parezca reunir las condiciones de aglutinamiento necesarias para derrotar a una izquierda que hace menos de un año tenía extendida la partida de defunción por su complicidad con el gobierno de Pedro Castillo.

Hasta hace poco, lo sucedido en México, Colombia, Brasil, Chile, Bolivia y Argentina, además del propio Perú, impulsaba la idea de un retorno de la izquierda a los fueros gubernativos, pero el acelerado deterioro de sus malas gestiones ha hecho que el panorama cambie o empiece a dar síntomas de esperanza de que haya sido una ola pasajera que pronto será revertida.

América Latina se está quedando atrás en el panorama global. África misma es vista hoy con más expectativa por los grandes capitales mundiales. Malas políticas económicas y parálisis en las reformas que muchos países emprendieron hace décadas, han logrado ese lamentable panorama. Ojalá la ola derechista se extienda, se retome el cauce modernista y pronto, Latinoamérica vuelva a ser la región prometedora que hace poco fue.

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Bogotá, Derechización, Elecciones Colombia, Izquierda, Petrismo

Hay responsabilidad, sin duda, de este gobierno en los resultados económicos y en la escalada de inseguridad ciudadana -dos temas que suponen actos ejecutivos directos-, pero también es cierto -como subraya hoy el premier Otárola en entrevista de Milagros Leiva en El Comercio– que gran parte de los problemas que hoy enfrenta el país se deben a la nefasta gestión de Pedro Castillo en el año y medio que estuvo sentado en Palacio.

Castillo destruyó la confianza empresarial y ciudadana (se desplomó la inversión privada y se fueron del país casi medio millón de peruanos), colapsó al Estado, deshizo la tecnocracia eficaz en buena parte de las instituciones públicas y se dedicó a robar y permitir que lo hicieran todos sus allegados.

Ese es el balance de la gestión de la izquierda en el ejercicio del poder. Nada bueno que rescatar, absolutamente nada. Como bien recuerda Otárola, citando a Ollanta Humala, la izquierda no sabe gobernar. Y lo ha demostrado fehacientemente en las dos gestiones recientes que ha tenido (Pedro Castillo y Susana Villarán) y en otra más lejana (el primer gobierno de Alan García).

Nos libramos de una desgracia, merced al golpe psicótico del 7 de diciembre del 2022, que Castillo hizo confiado en que las Fuerzas Armadas lo iban a respaldar (algún día saldrá a la luz quién lo convenció de ello: debe asumir su corresponsabilidad en el fallido golpe).

Hoy estamos mal, pero hubiéramos estado infinitamente peor si Castillo hubiera seguido en la Presidencia de la República. Él y su recua de ganapanes corruptos e ineficientes. Ahora transitamos por una estabilidad mediocre, pero hemos salido del desastre cotidiano que suponía tener al corrupto de siete suelas que resultó siendo el maestro chotano.

La caída de Castillo, sin embargo, ha servido para que la izquierda cómplice de su gestión se lave la cara y hoy se muestre como virginal oposición al gobierno de Dina Boluarte. Habrá que hacer acto permanente de memoria cívica para que el pueblo no olvide que la izquierda plena se sumó de comparsa a la ineficaz y corrupta gestión de Castillo y no renunció jamás a las migajas de poder que se le ofrecían, ni aun cuando ya se conocían las trapacerías que se cometían en las esferas palaciegas.

La del estribo: hoy a disfrutar del buen teatro peruano, con una obra que promete: El hombre que corrompió a una ciudad, basada en la novela de Mark Twain. Bajo la dirección de Mateo Chiarella, convoca a un elenco formidable. Participan Alfonso Santisteban, Haydeé Cáceres, Alberto Isola, Luis Peirano, Víctor Prada, Celeste Viale, Milena Alva, Ricardo Velásquez, Graciela Paola, Augusto Mazarelli, entre muchos otros. Una megaobra en el flamante auditorio Nos del Centro Cultural de la PUCP. Entradas a la venta en la propia web institucional.

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[MÚSICA MAESTRO] Antes de la década de los años cincuenta, la música de la costa peruana, lo que generalmente conocemos como “música criolla”, era interpretada por una diversa gama de ensambles –dúos, tríos, conjuntos-, cantantes solistas o incluso colectivos familiares, quienes se hacían conocidos de barrio en barrio en los distritos más populares de la Lima antigua, con jaranas de puerta abierta y solar que podían durar fines enteros de semana. La música grabada era aun una industria en formación por lo que quedan muy pocos –y malos- registros de aquellas épocas aurorales de una de las expresiones populares de mayor arraigo entre nosotros.

Con la llegada de la tecnología fonográfica comenzaron a surgir, en nuestro país, individualidades con mayores pretensiones artísticas, que tenían el propósito de crear una escena musical más sólida, algo que también ocurría en países vecinos como Argentina, Chile o México. Precisamente en este país se forjó la popularidad del formato de trío para la interpretación de boleros, el mismo que alcanzó altos niveles de popularidad a lo largo de toda Latinoamérica e incluso los Estados Unidos. Aun cuando en las grabaciones podían acompañarse de otros instrumentos como percusiones menores (congas, bongós) y hasta orquestas completas, los protagonistas eran siempre tres: una guitarra solista y dos de acompañamiento. Un cantante principal y dos en los coros. Tríos como Los Panchos, Los Tres Diamantes, Los Tres Ases, Los Tres Calaveras, entre otros, se hicieron famosos con sus finas armonías para voces y guitarras.

En el Perú, los tríos musicales también fueron tendencia. Durante los años cincuenta y sesenta, aparecieron una serie de conjuntos triangulares que dejaron una huella imborrable en el panorama de la música criolla. Basados en el éxito de Los Panchos, el trío más importante de la música latinoamericana, diversas ententes lanzaron al mercado sus producciones discográficas -en sellos como Sono Radio, MAG, Iempsa, Odeón del Perú- y consiguieron una masiva aceptación entre el público local. Sus canciones, muchas de las cuales han sido grabadas y regrabadas infinidad de veces en décadas posteriores, siguen presentes en el recuerdo de los amantes de la música peruana, quienes tienen cada vez menos espacios para disfrutar de sus clásicos exponentes en los medios convencionales de comunicación.

Los tríos peruanos poseían características comunes entre sí: generalmente eran dos guitarras (primera y segunda) y un cantante principal, dejando en segundo plano el tema de las armonías vocales, que usaban pero no con el nivel de prolijidad de sus pares mexicanos. Aunque sus repertorios estaban formados mayoritariamente por aquellas composiciones “de la Guardia Vieja” hubo algunos casos en que fueron intérpretes de composiciones nuevas que, con el tiempo, se volverían clásicos de nuestro acervo musical por derecho propio. Sus nombres eran también sumamente locales, apuntando a la consolidación de su identidad criolla o procedencia.

De sonido señorial y elegante, el trío Los Morochucos se formó en 1947 y durante cinco años fue el primer y más importante conjunto de valses románticos. La voz atenorada de Alejandro Cortés se complementaba con el tono contralto de Augusto Ego-Aguirre en armonías acariciantes y sentimentales, un estilo poco común entre los criollos de antaño que solían tener voces más agudas como las del canto de jarana, caracterizado por sus altos volúmenes y poca sofisticación vocal. En la primera guitarra brillaba Óscar Avilés, en el que sería su primer trabajo musical de trascendencia, el inicio de una de las carreras más admiradas e influyentes del criollismo, mientras que Ego-Aguirre lo acompañaba con bordones desde la segunda guitarra. Los Morochucos fueron muy populares entre 1962 y 1972 con canciones de compositores como Felipe Pinglo, Pablo Casas, Pedro Espinel, Chabuca Granda, entre otros. Incluso fueron conocidos en México, gracias a su participación en la película Un gallo con espolones (1964), coproducción peruana mexicana dirigida por Zacarías Gómez.

El nombre “morochuco” proviene de los jinetes ayacuchanos que, vestidos de poncho y sombrero de ala ancha, apoyaron en la lucha por la independencia, liderados por el jefe morochuco Basilio Auqui (1750-1822). El término es combinación de las palabras quechua “moro” (color) y “chuco” (chullo), una prenda con la que se cubrían las cabezas por debajo del sombrero. Avilés, Cortés y Ego-Aguirre se presentaban vestidos a la usanza de estos históricos guerreros. Canciones emblemáticas: El plebeyo, Anita (1967), Hermelinda (1964), El huerto de mi amada (1970).

También tuvieron éxito en esa época Los Troveros Criollos. Aunque son más recordados por su primera etapa (1952-1956) como dúo de voces y guitarras integrado por Lucho Garland y Jorge “El Carreta” Pérez, con esos ritmos picaditos y letras replaneras escritas por el compositor arequipeño Mario Cavagnaro, Los Troveros Criollos pasaron la mayor parte de su trayectoria como trío. Su formación definitiva fue: Lucho Garland (primera guitarra, segunda voz), Humberto Pejovés (primera voz) y José “Pepe” Ladd (segunda guitarra, tercera voz), la misma que se mantuvo unida hasta 1962. Sin embargo, esta versión de Los Troveros Criollos no dejó grabaciones en LP, solo discos de 45 RPM, debido a rivalidades internas del sello Sono Radio, que daba preferencias al Conjunto Fiesta Criolla, liderado por Óscar Avilés. Por ese motivo sus canciones como trío no son tan conocidas como las de sus primeros años.

Su creativa combinación de picardía criolla y destreza musical convirtió a Los Troveros Criollos en toda una escuela de cómo debía tocarse la música criolla de jarana, respetuosa de las enseñanzas de la Guardia Vieja. El investigador, cantante y compositor Manuel Acosta Ojeda dijo lo siguiente, el año 2012, respecto a Los Troveros Criollos: “en cuanto a armonías de voces y guitarras, Garland, Pejovés y Ladd fueron, a mi modesto parecer, el mejor trío criollo de todos los tiempos». Canciones emblemáticas: Carretas aquí es el tono, Yo la quería patita, Parlamanías (1954), Romance en La Parada (1959), Noche de amargura (1962).

Si Los Morochucos destacaron por su elegancia y sentimentalismo, Los Embajadores Criollos –que se formaron artísticamente entre 1947 y 1949 en las cabinas de las recordadas radios Atalaya y Victoria- impusieron un estilo más crudo y apasionado, especialmente por la inconfundible voz de Rómulo Varillas, cantante y segunda guitarra. Los trinos de la primera guitarra de Alejandro Rodríguez y la segunda voz de Carlos Correa complementaban ese sonido lastimero que les valió el sobrenombre de “Ídolos del Pueblo”.

Las canciones de Los Embajadores Criollos no faltaban en almuerzos, reuniones, programas de radio y televisión. Sus producciones se hicieron conocidas en todo el Perú y hasta fuera de nuestras fronteras, en países como Ecuador y México. El talento de Varillas contrastaba con su personalidad difícil, la misma que generaba disputas con sus compañeros de grupo, sus grandes amigos Correa y Rodríguez. Cuentan los conocedores que, cada vez que Alejandro Rodríguez discutía con Varillas, este llamaba a otras primeras guitarras, como Pepe Torres y Adolfo Zelada, quienes terminaban grabando en los discos del grupo.

Rómulo Varillas desintegró Los Embajadores Criollos a mediados de los sesenta y se unió al guitarrista Fernando Loli, formando Los Dos Compadres, dúo que tuvo éxito con un vals de la Guardia Vieja, El pirata. En 1973 se reunió con Rodríguez y Correa para una segunda etapa del trío, que se inició con el LP Volvieron Los Embajadores Criollos, que fue todo un acontecimiento en el ambiente musical peruano de entonces. Este periodo se extendió hasta 1976, año en que el sello Iempsa lanzó el álbum doble Tesoro criollo, con algunos de sus más grandes éxitos. Canciones emblemáticas: Alma, corazón y vida (1958), Ódiame, Lejano amor (1965), El tísico (1966), El rosario de mi madre, Víbora (1976).

Los hermanos Rolando y Washington Gómez, cantantes y guitarristas, nacieron en la provincia de Lamas, región San Martín, en el corazón de la ceja de selva peruana. Desde jóvenes desarrollaron un gran talento musical, y llegaron a Lima con sus padres cuando aun estaban en edad escolar. Juntos decidieron formar un grupo criollo y adoptaron como nombre el vocablo amazónico “chama”, que significa “indígena”. Su primer vocalista, Carlos Cox, fue reemplazado brevemente por Humberto Pejovés, en 1954. Ese mismo año, Pejovés pasó a formar parte de Los Troveros Criollos. Pero eso no detuvo a los hermanos Gómez, quienes siguieron actuando con una sucesión de vocalistas entre los que destacaron Carlos García Godos y Óscar “Pajarito” Bromley, quien sería a la postre el más estable, cantando con ellos durante una década y media. Bromley y los Gómez, el definitivo trío Los Chamas, pasearon su música por todo el territorio nacional, Ecuador, Bolivia y México, estrenando composiciones de Manuel Acosta Ojeda, Luis Abelardo Núñez, entre otros.

En 1954 Los Chamas lanzaron la canción que los haría famosos dentro y fuera del país. Nos referimos a La flor de la canela. El éxito de su versión fue tan grande que muchos creen que fueron ellos quienes la estrenaron pero, en realidad, ya había sido registrada por Los Morochucos un año antes. Pero en esa época el trío de Óscar Avilés estaba cumpliendo su primer ciclo mientras que Los Chamas iban en ascenso, de tal modo que lograron mayor impacto con su grabación del emblemático tema compuesto por Chabuca Granda. Canciones emblemáticas: Sí, don Luis (1953), La flor de la canela, Como te gustan los militares (1954), Limeña (1964).

Otro trío destacado fue Los Romanceros Criollos. Julio Álvarez (primera voz), Lucas Borja (segunda voz, segunda guitarra) y Guillermo Chipana (tercera voz, primera guitarra) se conocieron en las jaranas del Rímac, allá por 1953. La voz potente y aguda de Álvarez es única entre los tríos de esa época, capaz de alcanzar una intensidad para las notas altas que hacía de cada vals y polka una revolución de emociones. A ello se sumaba la particular guitarra de Chipana, quien tocaba con uña de plástico (una técnica poco común entre los criollos, incluso actualmente). En cuanto a Lucas Borja, director musical de Los Romanceros Criollos, se trata de uno de los personajes más importantes del periodo dorado de la música criolla de la costa del Perú. Su capacidad para los arreglos para voces y guitarras fue vital para formar el sonido del trío. Además, compuso uno de los valses más conocidos del repertorio clásico, Amorcito, que se hizo popular en la voz de Eva Ayllón cuando era vocalista del grupo Los Kipus.

Como todos los tríos de su tiempo, Los Romanceros Criollos dejaron de producir discos en la década de los setenta, pero seguían presentándose en peñas y programas. La carrera de Lucas Borja resurgió hace tres décadas con el Dúo Patria, con su esposa Luisa Ramos, con el que presenta valses y marineras con temas patrióticos (homenajes a Grau, Bolognesi, Cáceres). Canciones emblemáticas: China hereje, Engañada (1958), Todo se paga (1959), El guardián (1973).

En 1959, los cantantes y guitarristas Paco Maceda y Genaro Ganoza llegaron desde Piura con una idea novedosa: formar un trío en el que la voz principal fuera de una mujer. Si bien es cierto la música criolla siempre ha tenido fuerte presencia de voces femeninas, esta era la primera vez en que la vocalista hacía armonías con sus pares varones. Los Kipus –nombre que proviene del sofisticado sistema de escritura y registro contable a través de cuerdas y nudos que desarrollaron los Incas- fueron extremadamente populares durante las décadas de los sesenta y setenta. La primera cantante de Los Kipus fue Carmen Montoro. Entre 1973 y 1975 su lugar fue ocupado por una joven y aun desconocida Eva Ayllón. Charito Alonso y Zoraida Villanueva también compartieron escenario con Maceda y Ganoza, en los años siguientes. Posteriormente a la muerte de ambos, Los Kipus siguieron su camino musical gracias al trabajo de Paco Maceda Jr., como guitarrista y director musical, con jóvenes cantantes femeninas, siguiendo la tradición iniciada por su padre. Canciones emblemáticas: Ansias (1960), Amorcito (1961), Mi cariñito, Nada soy, Huye de mí (1973), Mal paso (1977).

A inicios del siglo XXI, las tendencias orientadas al crecimiento de las industrias del entretenimiento para jóvenes locales y turistas extranjeros hicieron que lo criollo, lo andino, lo afroperuano y sus derivados resurgieran, poco a poco. Para ello, los nuevos artistas se concentraron en dominar los aspectos más pícaros del criollismo para caricaturizarlos y así atraer de manera efectiva a los públicos cautivos de peñas y programas de televisión populares. En ese contexto aparecieron dos tríos modernos: Los Ardiles y Los Juanelos.

El primero fue un trío de hermanos –Kiko, Jaime y Carlos Ardiles- que interpretan, con disforzado carisma, el repertorio clásico de valses, marineras y festejos, desde hace más de 20 años. En sus espectáculos combinan lo criollo con boleros, salsas y hasta canciones en inglés y géneros de moda (reggaetón, por ejemplo). Su composición Nadie como tú, es una bonita y señorial marinera limeña. Con cuatro discos en el mercado, Los Ardiles se presentaban como un grupo criollo formal, pero terminaban realizando rutinas que más parecían sketches cómicos, lo cual desdibuja bastante su propuesta de rescate del criollismo de antaño.

El caso de Los Juanelos es, en ese sentido, más auténtico. Ellos se dedican a caricaturizar de manera muy relajada, creativa y abierta las características básicas del criollo tradicional, tanto en su aspecto y vestimenta como en sus hábitos y gestos. Bajo el lema “Los Juanelos lo acriollan todo”, el trío viene sorprendiendo al público, desde el año 2015, con divertidas letras sobre eventos noticiosos, usando la picardía local y respetando los ritmos peruanos. Christian Ysla, conocido actor y claun, parodia al cantante criollo, dicharachero y burlón, siempre bien vestido (a la antigua) y con bigotito estilo Oscar Avilés. La parte musical la cubren José Roberto Terry (guitarra, hijo del reconocido guitarrista criollo Willy Terry) y Alejandro Villa Gómez (cajón). Tienen un canal de YouTube muy visitado y hace unos años lanzaron su primer disco, 20 éxitos criollazos.

 

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