Opinión

Se anuncia una vez más un presunto cambio de varios ministros. El objetivo es meridiano: refrescar un gabinete alicaído y de esa manera tratar de subir algunos puntos en las encuestas.

El problema es que el gobierno de Boluarte anda totalmente despistado, sin brújula, sin saber qué hacer, y malcree que el tema es cosmético, epidérmico, que basta con cambiar la superficie y asunto arreglado.

Mientras este régimen no sea capaz de remediar el problema de la inseguridad ciudadana, la crisis económica y el problema endémico de la corrupción (las tres principales preocupaciones ciudadanas, según todas las encuestadoras), no servirá de nada que cambie tres o seis ministros, o que fusione cuatro o seis ministerios.

Y el problema estriba justamente en que sobre los temas señalados, no hay un solo indicio que haga presumir que el Ejecutivo tiene idea de qué hacer. Ha tenido tres ministros del Interior, ninguno ha sido capaz de, siquiera, presentar un plan verosímil de lucha contra la delincuencia que se ha adueñado de las calles del Perú. Y tenemos al actual ministro enredado con audios comprometedores, más preocupado en salvar su imagen, que en capturar a las bandas criminales que hoy son dueñas del país.

En materia económica había muchas expectativas respecto de José Arista, hasta entonces considerado un correcto economista, pero que adolece de un gran defecto: falta de carácter. No tiene la fuerza suficiente ni los arrestos para enfrentar los arrebatos populistas del Congreso. Cede en todo, sin chistar. Y tampoco tiene peso al interior del propio gobierno. No es capaz, por ejemplo, de empujar la propuesta del directorio de Petroperú, al punto que el mismo ya advirtió, en boca de su presidente, de que si hasta este fin de semana el gobierno no da una respuesta clara al que ha sido el mejor planteamiento que se ha hecho sobre la quebrada empresa estatal, darán un paso al costado.

Y la corrupción, sistémica en el país -no ha surgido con este gobierno- se mancha indeleblemente con los andares de Nicanor Boluarte y lo que se va conociendo de su proceder. Y Dina Boluarte no hace nada por alejarlo de su entorno sino todo lo contrario.

Mientras no haya políticas públicas de, por lo menos, mediana aplicación, un cambio ministerial es un simple engañabobos, que algún desavisado consejero presidencial le debe haber hecho creer a la Presidenta que le va a ayudar en sus dramáticos niveles de desaprobación.

[EN EL PUNTO DE MIRA] Hoy por hoy en el Perú, la política ha dejado de atraer a las grandes mayorías de peruanos. Para ser más precisos, hoy por hoy la política partidaria ha dejado de atraer a miles de ciudadanos peruanos por diversas razones. Una de ellas es -creo yo una de las principales- por lo anticuado de las formas de comunicar el mensaje.

En una época de tecnologías de la información, y donde el medio es el mensaje, las formas cobran vital importancia para decirnos algo. Cómo lo dices y con qué etiqueta lo dices cobran mayor relevancia. Pablo Iglesias -líder de Podemos- sostuvo alguna vez en una conferencia que su agrupación política atrae porque es sexy. Vale decir, porque apela –aparte de la razón- a la pasión. Y agregaba que ser del Real Madrid o del Barcelona no tiene nada que ver con la razón, sino con la pasión o con una emoción que difícilmente puede ser explicada, pero que moviliza conciencias y corazones.

Pues, bueno, eso ha perdido –hoy por hoy- la política partidaria en el Perú. El APRA fue eso en el siglo XX. Fue la entrada del Perú a la modernidad, porque atrajo a las grandes mayorías, tanto racional como pasionalmente. En pleno siglo XXI, la pasión va a favor de los antis. Ser antiaprista o antifujimorista aglutina más conciencias y corazones.

Si bien –a finales de los noventa- el gobierno autoritario de Fujimori cumplió su objetivo de generar una política despartidirizada, la globalización –más las tecnologías de la información como soporte- pulverizaron las grandes ideas, que daban sostén a los partidos realmente existentes.

He sostenido en reiteradas ocasiones que el país pasa por dos tipos de divisiones que es necesario saber interpretarlos y decirlos. La primera transita por una división que generan las corporaciones nacionales como transnacionales con respecto a la vulneración de los derechos del consumidor en el ámbito urbano. El otro pasa por los límites que está teniendo la forma de hacer minería y de extraer petróleo en el ámbito rural.

Quien dé un mensaje racional, pero -a la vez- pasional sobre lo que implica defender estos temas, dará el gran salto en el país. Asimismo, quien capte la revolución de la horizontalidad en el trato, en el que cuestione las jerarquías sociales y culturales, tendrá el corazón y las mentes de los peruanos y peruanas.

¡Ya tú sabes!

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Antipolítica, pasión, Política

Acabo de hablar con el presidente de Colombia Gustavo Petro por la tensa situación que estamos viviendo a nivel regional producto de la incertidumbre que existe en Venezuela. Concordamos que es fundamental que se respete íntegramente la soberanía del pueblo venezolano y que a la brevedad se trasparenten los resultados de la elección mediante una verificación imparcial. Trabajaremos juntos para colaborar en que la paz y la democracia prevalezcan en nuestra América”.

Recibí en La Moneda al canciller AlbertoKlaveren y al embajador de Chile en Venezuela, Jaime Gazmuri, quien arribó hoy a nuestro país junto al personal diplomático luego de la intempestiva e injustificada expulsión. Mantenemos nuestra posición: No reconocemos el proclamado triunfo de Maduro y no validaremos ningún resultado que no esté verificado por organismos internacionales independientes. Además, hacemos un llamado a respetar íntegramente los derechos humanos de los manifestantes en Venezuela y terminar con las detenciones arbitrarias y la violencia.

Ahora el régimen de Maduro anuncia persecución penal contra González y Machado, mientras reprimen a su propio pueblo que exige se respete su voluntad expresada democráticamente. Abogamos por el respeto a los derechos humanos de manifestantes y de los dirigentes de la oposición.

Hoy el TSJ de Venezuela termina de consolidar el fraude. El régimen de Maduro obviamente acoge con entusiasmo su sentencia que estará signada por la infamia. No hay duda que estamos frente a una dictadura que falsea elecciones, reprime al que piensa distinto y es indiferente ante el exilio más grande del mundo solo comparable con el de Siria producto de una guerra. He visto a los ojos a miles de venezolanos que claman democracia en su patria y que hoy reciben un nuevo portazo. Chile no reconoce este falso triunfo autoproclamado de Maduro y compañía.

Seguro por nuestra postura recibiremos (como es costumbre) insultos por parte de sus autoridades. No saben que como decía Huidobro “el adjetivo cuando no da vida, mata”, y ellos han asesinado la palabra democracia”.

La dictadura de Venezuela no es la izquierda. Es posible y necesaria una izquierda continental profundamente democrática y que respete los derechos humanos sin importar el color de quien los vulnere. Un progresismo transformador que mejore las condiciones de vida de su pueblo construyendo comunidad en vez de individualismo, encuentro por sobre polarización. Hacia allá caminamos en Chile. Mis respetos a todo el pueblo venezolano que lucha por la democracia, la justicia y la libertad”.

¿Lo dice un derechista anticomunista, un enfebrecido radical reaccionario? No, es el izquierdista mandatario chileno Gabriel Boric. Ojalá algún día tengamos una izquierda así en el Perú.

[La columna deca(n)dente] La reciente ola de denuncias constitucionales contra congresistas de las bancadas de Podemos, Alianza para el Progreso, Acción Popular, Perú Libre y Fuerza Popular, entre las principales, ha sacado a la luz la corrupción dentro del Congreso. Al menos 15 congresistas han sido denunciados, lo cual muestra la magnitud del problema. Sin embargo, además de las acusaciones y los escándalos, hay un problema más profundo que requiere atención: la «banalidad del mal» que se ha apoderado de la cultura política.

La «banalidad del mal» es un concepto acuñado por la filósofa Hannah Arendt. Describe cómo el mal extremo puede ser cometido por personas ordinarias, sin una motivación particularmente maligna o ideológica. Esto significa que la corrupción congresal no es necesariamente el resultado de una intención malévola, sino de una cultura de impunidad.

La indiferencia y la apatía de los congresistas hacia las consecuencias de sus acciones permiten que el mal generado por el abuso de poder persista. Sumado a esto, la sensación de impunidad los lleva a cometer actos contrarios a la ley sin rubor alguno, lo que refleja un ejercicio del poder sin ningún tipo de control.

Esta dinámica de abuso de poder no es solo producto de la conducta individual de los congresistas, sino también de un ambiente donde la competencia por posiciones de influencia y el acceso a recursos fomenta el sacrificio de la ética en favor de los intereses personales y de grupo. La falta de una supervisión rigurosa y de consecuencias reales para el ejercicio descontrolado del poder perpetúa un círculo vicioso en el que la rendición de cuentas es una ilusión y el poder se ejerce de manera arbitraria y despótica. Hoy, ebrios de poder, creen que están por encima de la ley y la justicia. También creen que pasarán a la historia como los «congresistas del Bicentenario», pero no saben que ya están condenados al basurero de esta.

La resolución de estos casos requiere una transformación profunda en la práctica y la mentalidad de los congresistas, una tarea titánica en la que no tienen el menor interés, ya que no les importan la transparencia, la rendición de cuentas y el bien común. La «banalidad del mal» en el Congreso no puede ser derrotada con soluciones superficiales, como la promesa de reformas políticas cosméticas. Se requiere, en general, un cambio en la forma en que se piensa y ejerce el poder. En última instancia, solo nuestra participación en la vida política puede romper este círculo de abuso de poder y corrupción.

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Normalmente, los gobiernos democráticos de primer orden empiezan sus tareas gubernativas desechando algunas políticas públicas de sus antecesores e incorporando las que ellos mismos ofrecieron en campaña. Así, se produce un ligero cambio de acento que asegura la continuidad democrática y no altera los patrones de conducta ciudadana de manera dramática.

Eso no sucede ni puede suceder en países con democracias precarias, sin ciudadanía activa y con serios problemas políticos y económicos, como es el caso del Perú. Acá se requiere casi de una refundación republicana.

Por lo pronto, es necesario emprender dos grandes operativos de desmontaje. Uno económico y otro político. En el económico, se debe recuperar la dinámica de mercado estrenada en los 90 y continuada con éxito superlativo por los regímenes de Toledo y Alan García, tanto que se redujo los niveles de pobreza a niveles de país de mediano desarrollo y al borde de ingresar a la OCDE.

Eso se cortó abruptamente con el ingreso al poder de Ollanta Humala. No fue el chavista que muchos temían, pero su talante colectivista lo hizo amañar gabinetes repletos de políticos que no creían en el libre mercado y llenaron de sobrerregulaciones casi todas las actividades económicas. Es impresionante la ralentización del proceso de inversión privada que ello ha ocasionado y que, por supuesto, un régimen frívolo e indolente como el de PPK ni siquiera se tomó el trabajo de desmontar.

La otra tarea refundacional que debe emprender el gobierno que ingrese el 2026, si acaso, por suerte, es de centroderecha democrática (o de centroizquierda democrática), será recuperar los fueros institucionales democráticos que este pacto infame del Ejecutivo y el Legislativo se ha encargado de ir demoliendo de a pocos, pero sostenidamente.

Si alguien tiene sangre en el ojo contra el Ministerio Público, víctima de un abuso fiscal producto, mondo y lirondo, del rencor de la fiscal Marita Barreto por publicaciones críticas contra ella, es quien escribe, pero no por ello me voy a sumar al cargamontón contra el Eficoop, o a los intentos del Legislativo de violentar las normas constitucionales para cortarle los fueros al Ministerio Público e, inclusive al Poder Judicial.

Sumémosle la contrarreforma política, la destrucción de la reforma universitaria y muchas más perlas y entenderemos que en esta materia se requiere reconstruir mucho de lo que se había avanzado en los lustros anteriores, y que los Atilas de la plaza de Armas y la plaza Bolívar se han propuesto desbaratar con impunidad y soberbia ignorancia constitucional.

Ciertas posturas me desbordan, como eso de exigirle a los deportistas que actúen como activistas y que se enfrenten a este gobierno o a otros que pudiesen tenerse por condenables como lo hacen las vanguardias políticas opositoras. Condenarlos porque asisten a actos protocolares en los que serán condecorados por las autoridades del Estado tras obtener para el país un triunfo de resonancia internacional es maniqueo y oportunista. 

Resulta aún más lamentable cuestionar la calidad de su ciudadanía por esta razón. Hubo, como no, deportistas que sí se pronunciaron. Como no recordar el desplante del futbolista chileno Carlos Caszely al dictador Augusto Pinochet en la Casa de la Moneda, antes de que el team deportivo partiese a competir en la Copa del Mundo de Alemania 1974. Pero el resto del equipo sí saludó al temible dictador, ¿debía no hacerlo?

Por encima de mis convicciones ideológicas y políticas yo creo en la democracia, a mí no me importa si Stefano Peschiera es de derecha, porque creo en la democracia y entonces creo en los derechos fundamentales y hay uno que dice que nadie puede ser discriminado en virtud de sus ideas. Por esa misma razón, no me interesa el grupo social de pertenencia del medallista olímpico, ni mucho menos su etnia (pues incluso le han dicho despectivamente que practica un deporte para blancos). Bien,  resulta que nadie puede ser discriminado por su raza y mientras este principio que es universal prevalezca sobre las teorías decoloniales, pues me guiaré por el principio de la igualdad y de la universalidad de los derechos. 

Algunos piensan que no hay conflicto entre ambos preceptos. Yo pienso que si lo hay y que dividirnos en grupos enfrentados no es el camino para superar la tara del racismo, que, en efecto, es más racismo si es blanco y es occidental pues viene respaldado por el poder.  En este aspecto concreto concuerdo con la teoría decolonial. En la resolución, en los métodos de lucha se ubican algunas de mis diferencias:  ni la guerra de las razas, ni la guerra de los sexos van a generar ninguna sociedad más justa. Nos dirigen, más bien, a una distopía dramática y patética.  

A mí no me interesa si Stefano Peschiera es rico aunque desde luego yo no lo soy. La Constitución que he referido –la del 93 que aún contiene los derechos fundamentales a pesar de las barrabasadas que se están cometiendo contra ella- consagra el derecho al libre desarrollo y al bienestar. Que yo sepa Stefano Peschiera no es corrupto ni ladrón, ni lo es su familia. Y si lo fuese su familia, debido precisamente a la terca insistencia de los teóricos decoloniales en dividirnos en clanes o grupos diferenciados y no en individuos, aún en nuestro orden jurídico las responsabilidades son individuales; en otras palabras, no se heredan.

Ya para terminar este brevísimo comentario: ¡qué ganas de jodernos entre peruanos! ¿no? ¡qué ganas de cerrarle el paso a cualquier iniciativa que trate de la nación, que suponga unir fuerzas desde nuestras diferencias para sacar todos juntos adelante un proyecto de desarrollo, o que implique algo tan inofensivo como disfrutar la poco usual obtención de una presea olímpica. ¡Qué mal rollo llevamos dentro! No podemos ni mirarnos la cara de frente sin que una voz interna nos esté diciendo, “sí, pero tu vienes de allá y yo vengo de acá”; “¿en qué distrito vives? ¿de qué colegio eres?” Somos el país en el que la diferenciación social es lema y bandera de izquierdas y derechas ¿podrán ofrecernos algo con narrativas así?   

Recordé mi pubertad, llegó a mis manos, a mi viejo tocadiscos para ser exacto, un 45 rpm con tres canciones, tres festejos de cada lado cantados por Arturo “zambo” Cavero. Unos muy célebres como “Mueve tu cucú” del gran Pepe Villalobos. A mí me emocionó uno que pasó desapercibido, nadie lo recuerda, nadie lo canta, no fue famoso ni en su época, tal vez porque difundía una utopía para la cual no estábamos ni estamos preparados todavía.

El festejo se llama “El Milagro Grande” y le canta al milagro de Fray Martín de Porras quien hizo comer a un perro, un gato y un ratón del mismo plato. La letra establece una bella analogía con los seres humanos:  

“Y también si hizo el milagro

Yo habré de pedirte Dios

Lo repitas entre los hombres

Si es tu voluntad Señor

Que los cholos, los mulatos, 

Y los rubios como el sol 

Se sirvan del mismo plato

En la mesa del Amor

Y no habrá perro ni gato

Que se coman al ratón”

¿Qué es una sociedad justa? Pienso en ello a menudo. Pienso en el Perú, pienso en las prioridades. Primero lo material: tener Estado, tener servicios de educación y salud de calidad, tener infraestructura y proyectos de desarrollo, desarrollarnos, crecer. Segundo e inmediato, lo espiritual: igualdad sin discriminación ni racial, ni de género, ni de ideas, ni ninguna otra. Aspirar a una sociedad de iguales, de ciudadanos que nos sintamos y tratemos como iguales en el ágora pública, en una sociedad pluricultural que es nuestro mayor valor, que nos queramos y respetemos y que adoptemos juntos las mejores decisiones en procura del bien común y en el marco de la democracia, de nuestras instituciones y de la universalidad de los derechos fundamentales. 

Si ese no es el camino, no sé cuál otro podría ser. 

La derecha aplaude enfervorizada cuando cuestionamos las actitudes antidemocráticas de la izquierda, pero no debería tener sustento para hacerlo cuando en ella misma anidan pulsiones autoritarias esenciales.

Es la derecha que sigue sosteniendo que el triunfo de Castillo fue producto de un fraude, la que abomina de las políticas de género y luego se desgañita pidiendo pena de muerte para los violadores, la que aplaude la prescripción de los delitos de lesa humanidad, la que defiende la represión policial de fines del 22 e inicios del 23 (“tantos muertos como sea necesario para recuperar la paz” llegó a decir uno de sus más preclaros representantes), que se emociona hasta las lágrimas con los arrebatos autoritarios del Congreso pretendiendo tirarse abajo la autonomía de los organismos de justicia o destrozando la reforma universitaria, la que saluda los disfuerzos autoritarios de alguien como el alcalde limeño que quiere tumbarse el Lugar de la Memoria.

Y no es poca y viene en proceso de crecimiento, contaminando inclusive a representantes políticos que uno estimaría de centroderecha o que ahora pretenden postular a la Presidencia bajo las banderas de un centro convocante, pero que en muchas de sus declaraciones sobre alguno de los temas mencionados dejan entrever un talante autoritario preocupante.

El déficit democrático de nuestras élites políticases pavoroso. La democracia representativa, la formal, la burguesa, la clásica, ha dejado de movilizar a la ciudadanía y su clase política reacciona frente a ello sin tratar de virar el rumbo equivocado de la población, sino acomodándose a dichas tendencias sin rubor.

La derecha, en particular, viene retrocediendo en criterios de libre mercado, formas democráticas y defensa de las libertades civiles. Está cada vez más bruta y achorada y hay que hacer votos, por ello, para que los representantes lúcidos de ella, que se alinean en nuevos partidos, se consoliden y crezcan lo suficiente para disputarles el protagonismo estelar que de otra manera esa otra derecha radical va a tener el 2026.

La del estribo: notable la puesta en escena deMuseo de la ficción I. Imperio, una versión original del clásico Macbeth. Es una videoinstalación performática que se presenta por primera vez en Lima y en Latinoamérica, obra del artista Matías Umpierrez y protagonizado por dos grandes del teatro mundial como Ángela Molina y Robert Lepage. Va en el ICPNA hasta fines de agosto, en doble función, a las 6 y a las 8 pm. Entradas en Joinnus.

Sigue la saga: valioso aporte a la historiografía crema la del periodista Pedro Ortiz Bisso, con su libro 100 años, 27 títulos, 11 historias, donde relata anécdotas y experiencias vitales del club de sus amores, con un estilo narrativo directo y puntual. Un aporte más al centenario del más grande.

[Música Maestro] Una congresista, cuestionada por sus vínculos con organizaciones criminales y poseedora, ella misma, de un estilo matonesco, es rechazada en un bar limeño por su agresiva manera de ejercer la política -si a eso podemos llamar “ejercer la política”. Un gobernador regional, de repentino enriquecimiento y gustos lujosos, pródigo en regalar/prestar joyas a las autoridades para ganar su favor, recibe una andanada de reclamos si apenas se atreve a asomar la nariz por la ventana de su despacho. Una presidenta con más del 90% de desaprobación es enfrentada públicamente y recibe jalones de pelo, empujones y no puede dar el paso por cualquier punto del país sin que los ciudadanos le recuerden, a gritos, lo que piensan por más que ella pretenda que todo va bien con su popularidad. 

Salvo un incidente lamentable e imposible de suscribir -el intento de impactar la cabeza de la mencionada congresista con un vaso de vidrio desde lo alto de un balcón- hay en estas manifestaciones ciudadanas un elemento de ineludible realidad, el hartazgo frente a las acciones cínicas e impunes de quienes detentan el poder. 

Cuando las personas sienten que las herramientas legales o institucionales no funcionan, necesitan inventar maneras de canalizar la frustración ante el maltrato, el ninguneo, la sinvergüencería. Una de ellas es el rechazo espontáneo en espacios públicos, acción a la que los investigadores de la política social en Argentina y España le han creado un nombre: escrache (castellanización de la palabra anglosajona “scratch” que significa literalmente “arañar, rasguñar”). 

A pesar de que el poder político cuenta con toda una batería de defensores, el escrache ocurrido en el conocido bar La Noche de Barranco, la madrugada del pasado domingo 4 de agosto, funcionó como una llamada a la acción -o, como dicen los marketeros huachafos, un “call-to-action”- que generó réplicas en días y lugares distintos -Piura, Ayacucho, Puno- con más ciudadanos ganando confianza en sí mismos y decidiéndose a protestar. 

Hubo una época en que estas llamadas a la acción venían en forma de canciones. Y hay una en especial que, por su claridad y contundencia, merece ser rescatada del olvido e incorporada al lenguaje cotidiano de las personas de bien que estamos ya hartos de tantas faltas de respeto y atropellos a la razón, parafraseando a Enrique Santos Discépolo (1901-1951) y su inolvidable tango Cambalache, de 1934.

Robert Nesta Marley (1945-1981) es reconocido mundialmente como embajador de la música y la cultura de Jamaica, una figura emblemática que funcionaba como gurú espiritual y representante en la tierra de Jah, cuya misión fue todo el tiempo esparcir amor y armonía, en medio de densas humaredas de sagrada ganja y las relajantes melodías del reggae, ese cadencioso género que él y sus cómplices lograron introducir en los ghettos negros de Londres, gracias al apoyo comprometido del productor inglés Chris Blackwell (87), quien los llevó a él y a su banda The Wailers a los estudios de Island Records, sello que había fundado en 1959.

Las canciones de Marley tienen, en su inmensa mayoría, letras amables y positivas, que ensalzan valores como la solidaridad, la libertad, la ilusión romántica y el desapego a las cosas materiales, una filosofía impregnada de su devoción y práctica del rastafarianismo, religión cuyos orígenes se remontan a las primeras décadas del siglo XX, cuando las poblaciones negras jamaiquinas que aun pugnaban por conseguir su liberación -Jamaica fue colonia británica por más de 300 años entre 1655 y 1962-, abrazaron los ideales panafricanistas que llegaban desde el reinado de Haile Selassie (1892-1975), emperador de Etiopía, gracias al trabajo de varios activistas locales, entre los que destacó el sindicalista Marcus Garvey (1887-1940).

Pienso, por ejemplo, en Three little birds, con ese coro que antecede en casi una década al Don’t worry be happy de Bobby McFerrin (1987), canción que sirve de consuelo ante situaciones difíciles; los himnos románticos Is this love, One love, Satisfy my soul o Waiting in vain -de álbumes postreros como Exodus (1977) y Kaya (1978); o en esa suave tonada que es sensible alegato por la soberanía y la libertad, a la autonomía de pensamiento y el respeto a la vida humana que es Redemption song (Uprising, 1980). En todas estas canciones, Marley impone su punto de vista conciliador y reflexivo, apelando a la recuperación del sentido de lo humano con fuertes dosis de ternura, sin dejar de mostrarse como un pensador popular y firme, capaz de defenderse si la situación lo merece.

Pero el aura sacerdotal/chamánica de Marley también conoció su límite. Fue después de un viaje a Haití, a inicios de los setenta, que lo dejó conmovido no solo por la pobreza extrema sino también por el talante dictatorial de sus autoridades, por lo que comenzó a escribir canciones de tono más rebelde, mostrándole los dientes a los abusos del poder. Para cuando The Wailers -Bob Marley (voz, guitarra), Peter Tosh (guitarra, voz), Neville “Bunny Wailer” Livingston (percusión, voz), Earl Lindo (teclados) y los hermanos Aston y Carlton Barrett (bajo y batería)- entraron a los estudios Harry J. de Kingston a grabar su sexto álbum, ya tenían listo un repertorio de composiciones originales que son, de lejos, las más militantes de su catálogo.

El disco Burnin’ se grabó durante la primavera de 1973 entre Londres y Kingston y es la última producción de la formación de The Wailers que incluye a Marley, Tosh y Livingston, juntos desde 1965, durante su primer periodo como grupo local de R&B, reggae y ska. Tras el impacto del álbum anterior, Catch a fire (1971) -el primero bajo la tutela de Blackwell- la industria musical en Inglaterra esperaba con ansias las nuevas canciones del predicador jamaiquino y su afinado conjunto. Y lo que recibió se convirtió de inmediato en un clásico de la canción protesta. 

Get up, stand up abre el álbum y establece el tono de manera categórica e irrefutable. Pero también otras canciones son de índole combativo como, por ejemplo, Duppy conqueror, Small axe o Burnin’ and lootin’. Por cierto, Burnin’ también incluye otro de los éxitos inmortales de Bob Marley & The Wailers, I shot the sheriff -que ingresó al canon rockero gracias a la versión que grabara Eric Clapton en su segundo álbum como solista, 461 Ocean Boulevard (1974)-, cuya letra alude a la represión policial y el hostigamiento que pueden llevar a una persona pacífica a cometer un delito en extremo violento. Como se desprende de la letra, el protagonista no niega el hecho y trata de explicarlo diciendo que fue “en defensa propia”. 

Las tres estrofas de Get up, stand up contienen frases de potente vigencia en la coyuntura mundial, aplicables a cualquier país y cualquier época, lo cual la convierte en una pieza de música popular atemporal. Por ejemplo, aquello de “oye predicador, no me digas que el cielo está debajo de la tierra, yo sé que tú no sabes lo que realmente importa en la vida” es un ataque directo a cualquier clase de charlatán -un tele-evangelista, un vendedor de fórmulas para alcanzar el éxito, un candidato/a al congreso o la presidencia- que usa los medios de comunicación para convencer y engañar a las masas. Desde Elon Musk hasta Rafael López Aliaga, a todos les va como anillo al dedo esta aclaración achorada, envuelta en un fondo musical amable, casi podríamos decir que inofensivo, como es el reggae.

Al final de cada estrofa, el cantautor antecede al coro que nos empuja a luchar por nuestros derechos una pregunta cuestionadora, una motivación a usar nuestra inteligencia: “¿Qué vas a hacer ahora que has visto la luz? ¡Levántate y pelea!” Cuando vemos cómo en nuestra cotidianeidad se han entronizado el abuso y la trapacería, que a la mal llamada “clase política” le resulta muy cómodo pasar por encima de la gente y pierde, en el camino, no solo la vergüenza sino también la dignidad -les da lo mismo que se les insulte de mil maneras, ellos siguen llevando adelante sus planes sin que se les mueva un pelo para salirse con la suya- esta clase de canciones deberían formar parte de nuestro discurso más íntimo. Sin embargo, a pesar de los escraches, seguimos dormidos pensando que todo va sobre ruedas.

La frase más significativa de Get up, stand up cierra la tercera y última estrofa, un resumen de lo que olvidan todos los malandrines de cuello-y-corbata que creen que nunca se van a acabar sus fuentes de poder e impunidad: “You can fool some people sometimes but you can’t fool all the people all the time” que literalmente podemos traducir así: “Puedes cojudear a algunas personas por algún tiempo, pero no puedes cojudear a todas las personas todo el tiempo”, algo que deberían escuchar a diario todas nuestras autoridades del sector público y muchísimos personajes del privado. De alguna manera, relaciono este juego de palabras a otro también muy conocido, escrito por Bob Dylan en la parte final de uno de sus himnos generacionales, Like a rolling stone, de su entrañable sexta producción discográfica, Highway 61, revisited (1965), que a la letra dice: “When you ain’t got nothing, you got nothing to lose” (“cuando no tienes nada, no tienes nada que perder”).

De acuerdo con los créditos del álbum Burnin’, Get up, stand up fue escrita a cuatro manos por Bob Marley y Peter Tosh (1944-1987). De hecho, Tosh también la grabó, en su segundo disco en solitario, Equal rights (1977) y la incluyó regularmente en sus repertorios en vivo hasta su trágico asesinato, a manos de dos pistoleros que querían robarle dinero. El mismo año Neville Livingston (1947-2021), el tercer Wailer, también hizo un cover del tema para su segunda aventura como solista, Protest. Mientras que las versiones de Marley y Tosh son muy parecidas, la de Bunny Wailer posee un ritmo un poco más saltarín, sin despegarse por supuesto del espíritu original del reggae que cultivaron e hicieron popular desde sus inicios.

En 1988, Get up, stand up fue la canción escogida para cerrar los conciertos de la gira colectiva Human Rights Now!, organizada por Amnistía Internacional por el cuarenta aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que reunió sobre el mismo escenario a cinco superestrellas del pop-rock mundial: los norteamericanos Tracy Chapman y Bruce Springsteen, los británicos Sting y Peter Gabriel y el senegalés Youssou N’Dour. El ambicioso tour recorrió países de Europa, Asia, África, Norte, Centro y Sudamérica, ante multitudes que llegaban a superar las 50,000 personas, en ciudades como Los Angeles (EE.UU.), Montreal (Canadá), Abidjan (Costa de Marfil) o Buenos Aires (Argentina). 

En cada visita, los músicos realizaban conferencias de prensa y difundían los postulados de la justicia social, el respeto por los derechos de las minorías y la equitativa distribución de la riqueza, en lo que fue además una continuación del proyecto humanitario Live Aid que habían iniciado, entre 1984 y 1985, los compositores y activistas británicos Midge Ure y Bob Geldof. Como ha quedado demostrado con el tiempo, muchas cosas que se denunciaron en esos años no solo no cambiaron sino que han empeorado a nivel planetario -la corrupción política, la ambición de los multimillonarios y la decadencia del pensamiento crítico que padecemos en el Perú son solo botones de muestra- pero esas denuncias también son testimonio de la disposición que tienen algunos artistas para promover la toma de conciencia entre las masas. 

De esta manera, una generación después de haberse estrenado, Get up, stand up de Bob Marley & The Wailers adquirió vida propia como grito de guerra para aquellos colectivos ochenteros preocupados por defender los derechos humanos. Así como, en nuestro idioma, el clásico de los Quilapayún El pueblo unido jamás será vencido -también de 1973- se posicionó como himno de las calles, la composición de Marley y Tosh fue entonada por públicos de los cinco continentes que asistieron a esas masivas presentaciones. 

El cierre de esa gira fue en el Estadio Monumental de River Plate de la capital argentina y es particularmente emocionante la versión final de Get up, stand up con la que acabaron aquel 15 de octubre de 1988, acompañados de León Gieco y Charly García, quienes habían sido sus teloneros como representantes del país anfitrión. En el 2014, la canción fue incluida en el proyecto multimedia Playing For Change, con la participación de Keith Richards, el guitarrista de blues Keb’ Mo’ y un conglomerado de artistas de países como Jamaica, Zimbabwe, Brasil, Uruguay, Australia. El colorido video en YouTube tiene más de 16 millones de visualizaciones.

Get up, stand up también es el título del musical que se estrenó, en el circuito de teatros del West End de Inglaterra, en el año 2021 y se mantiene en cartelera en la actualidad. Esta canción que todos deberíamos aprendernos de memoria fue, además, la última que Bob Marley interpretó en vivo, con la que cerró el que sería, a la postre, su último concierto, realizado el 23 de septiembre de 1980 en la ciudad norteamericana de Pittsburgh (Pensilvania), una grabación que fue hallada en los archivos del músico en el año 2000 y vio la luz recién el 2011, en un álbum doble titulado Live Forever. 

Bob Marley falleció a los 36 años el 11 de mayo de 1981 en Miami, un hecho que generó múltiples teorías conspirativas acerca de cómo contrajo el melanoma cancerígeno que hizo metástasis por su negativa, por razones religiosas, a someterse a la amputación de la zona afectada (pie derecho). Empero, su legado musical se mantiene vivo gracias a la potencia de mensajes como el de Get up, stand up, pletóricos de vigencia y significado. 

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Bob Marley, Get up stand up, Reggae

Van a tener que trabajar mucho, sostenida e inteligentemente, los candidatos de la centroderecha y centroizquierda democráticas, para lograr enfrentar la tendencia a que el 2026 irrumpa con inesperada contundencia un candidato antisistema, radical, populista y/o autoritario.

Las condiciones están dadas para que ocurra algo semejante. Tenemos un Estado débil, incapaz de desplegar políticas públicas y mucho menos de brindar servicios esenciales de calidad, la gente está irritada y furiosa por ello (todas las encuestas coinciden al respecto), la clase media -sostén histórico de las democracias- está disminuyendo a pasos agigantados (o por la pobreza creciente o por la emigración masiva de sus miembros).

En el mundo, además, las democracias occidentales han perdido su hegemonía ante la aparición de la China y la revitalización de Rusia, rompiendo el monopolio que después de la caída del muro de Berlín ejercieron los Estados Unidos y la Unión Europea. Es más, en las propias democracias occidentales, la democracia misma está seriamente amenazada por la irrupción de la derecha radical autoritaria.

En el caso peruano se suma el desgaste de la transición democrática post Fujimori por no haber sido capaz de afrontar los desafíos sociales que le correspondían, limitándose a gobernar en piloto automático.

El fenómeno no es nuevo. En circunstancias parecidas han emergido Fujimori, Bukele, Milei, Bolsonaro, Correa, Chávez, Castillo, el propio Trump, para no hablar de los extremistas europeos.

Las cartas vienen jugadas en ese sentido. Por el lado izquierdo, un Antauro o un Bellido; por el lado derecho un Butters o un Álvarez. Si el gran centro democrático no se pone las pilas y no toma consciencia del grave riesgo de la fragmentación y la futilidad de las campañas cortas, perderá sin atenuantes las próximas elecciones.

Que nadie se dé después por sorprendido. Si al coctel mencionado, le sumamos, la penetración de las redes sociales y la destructiva participación de los dineros ilegales en las campañas -seguramente apoyando a los candidatos disruptivos- entenderemos la magnitud del desafío. Ojalá lo entienda el poco de clase política democrática decente que subsiste en el país.

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