Opinión

La enorme cantidad de venezolanos que migró a nuestro país (alrededor de millón y medio) despertó tendencias xenófobas que, inclusive, fueron amplificadas en algunos casos por líderes políticos, felizmente sin mayor eco.

Pero el tema podría escalar de manera significativa en los próximos meses y es bueno advertirlo. Nada hace pensar que este domingo, la dictadura de Nicolás Maduro no perpetre un desvergonzado fraude que lo perpetúe en el poder, ahondando la ruina de Venezuela. Si eso ocurre, ya algunos especialistas advierten una oleada migratoria sin precedentes (se calcula que cerca de cuatro o cinco millones de venezolanos abandonaría sus tierras en búsqueda de un porvenir económico y político mejor para los suyos).

Después de Colombia, el Perú es el mayor destino de la migración venezolana. Luego de Caracas, Lima es la ciudad con más venezolanos en el mundo. Hasta el momento, fuera de las manifestaciones xenófobas señaladas, su recepción, sin embargo, ha sido favorable, no se les ha arrinconado en guetos, se han integrado urbanamente por todo el territorio nacional y participan de la vida laboral sin mayores sobresaltos.

Pero eso podría cambiar si se produce la escalada migratoria advertida. Si llega masiva y rápidamente un millón y medio más de venezolanos, que no sorprenda que el tema sea central en la campaña electoral y que se invoque los espíritus más primitivos de la sociedad para cosechar votos.

Hay que estar advertidos y el gobierno haría bien en estarlo también. Particularmente, saludo la migración venezolana. Son compatriotas y como tales hay que tratarlos, dándoles todas las facilidades para insertarse en la sociedad peruana. Su aporte a la economía es importante, aun cuando nadie lo haya medido a cabalidad.

Y si vinieran migraciones de otros países, bienvenidas también. El Perú es un país de migrantes. Solo un sector rancio y vergonzoso de la clase alta peruana mantiene la percepción de que la llegada de provincianos a Lima ha sido una desgracia. Pero el crisol de razas y culturas que es el Perú es lo que nos da el valor sociocultural que podemos exhibir y el factor que nos otorga una potencialidad económica sin par en la región.

Haría bien el propio periodismo en reflexionar sobre el tratamiento prejuicioso y sesgado con el que suelen informar sobre el tema, asociando, sin ningún rigor estadístico, a los venezolanos con la delincuencia. El amarillismo mediático es uno de los factores que contribuye a alentar la xenofobia, esa lacra cultural que debemos desterrar.

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migrantes venezolanos, xenofobia

Pronto se cumplirán 200 años de haber conseguido la independencia del Perú y del continente americano. Por razones limeñas celebramos nuestra independencia el 28 de julio de 1821, cuando se intentó tener un estado autónomo, con su propia constitución. Pero hoy sabemos que tuvo muy poca vigencia, pues los ejércitos libertadores y sus líderes, el argentino José de San Martín y el venezolano Simón Bolívar fueron quienes nos gobernaron hasta conseguir la emancipación. 

Si triunfamos sobre los realistas, tampoco fue debido solamente a los militares. Todos recordamos la astucia con la que el norteño Andrés Rázuri y el argentino Isidoro Suárez (bisabuelo de Jorge Luis Borges), desafiaron las órdenes y se lanzaron contra las fuerzas de Canterac, aunque en realidad no hubiera sido posible el triunfo si no hubiéramos contado con la fuerza de la población local, recordada como “montoneros”: fueron esos hombres y mujeres armados rudimentariamente, quienes bajando desde las alturas hasta la pampa de Junín apoyaron a los húsares y vencieron a una tropa realista numerosa y desconcertada. 

Ante la encrucijada de si debemos celebrar como fecha central la proclamación del 28 de julio de 1821 o la derrota del ejército realista el 6 de agosto o la rendición de la corona el 9 de diciembre de 1824, el Perú optó por celebrar cuatro años de independencia. La primera celebración ocurrió durante los gobiernos de Augusto Leguía. Cuando celebró el centenario de 1921 ante sus invitados nos describió como un país hijo de España, que había madurado lo suficiente como para gobernarse solo, discurso hegemónico que los españoles habían construido para aceptar su derrota. En ese momento, Leguía aún mantenía un discurso contra la oligarquía civilista y se había abierto hacia las posturas indigenistas de aquel momento. Pero es justo el año 1924 cuando se impone en las elecciones como único candidato y empieza su propuesta de la Patria Nueva, proyecto político de una dictadura que culminaría violentamente en 1930. 

Dadas las fechas, para la dictadura de Leguía la más grande celebración con invitados internacionales, se centró en el triunfo de Ayacucho, poco tiempo después de haber empezado su nuevo gobierno. Orgulloso del boato, para festejar y festejarse culminó la Plaza San Martín y el Hotel Bolívar, levantó monumentos en Junín y Ayacucho, creó la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia y levantó el Palacio Arzobispal. Fue el momento cumbre de su dictadura. 

100 años después, el año 2021, cuando Pedro Castillo fue elegido Presidente de la República, parecía que por fin tendríamos a un Presidente que representara a la población más relegada del país. Pero un año después vimos su incapacidad para controlar las redes de clientelaje y corrupción que hoy nos gobiernan. Encarcelado, fue reemplazado por Dina Boluarte, quién empezó su gobierno con terribles masacres. Hoy, cuando le toca celebrar el año más importante, cuando culmina un proceso emancipatorio que comenzó el siglo XVIII con rebeliones como la de Túpac Amaru II, nos encontramos con una dictadora que está al sometida al Congreso de la República y sus cohortes de corrupción, con un gabinete que sólo se dedica a defenderla y que le da la espalda a la población. El Bicentenario no parece importarle. Entrar a la Conmemoración histórica de la página web de la celebración del Estado nos dice todo, la última publicación es del año 2023, cuando ella prometía una gran celebración que convocaría a los países vecinos para festejar los doscientos años de la liberación de América del Sur. Hasta ahora no sabemos si ocurrirá. Nuestro gobierno no tiene buenas relaciones ni con nosotros, ni con los países vecinos. 

De dictadura en dictadura, tener a una persona sin ningún proyecto político salvo el de verse plena de joyas y producida por la cirugía plástica, ha traído abajo el entusiasmo con el que pocos años atrás pensamos que el país podía empezar una nueva ruta, de reconocimiento a las poblaciones más relegadas del país. Ojalá este sea un año de inflexión y que el próximo nos espere con el empeño de una nueva generación de jóvenes políticos, con una mirada clara de cómo acabar con las brechas que tanto nos dañan. No nos rindamos, se lo debemos a la juventud peruana. Que sea un 28 sin perder la esperanza.  

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dictadura de dina, Dina Boluarte

¿Alguien en su sano juicio puede creer que con el gabinete actual, el gobierno va a ser capaz de pergeñar un programa ambicioso de reformas tendientes a dar un giro copernicano a la gestión pública en lo que vendría a ser su penúltimo año de mandato?

¿Puede uno esperarlo de una mandataria de mirada corta, visión nula y proyección política inexistente, más pendiente de sobrevivir a costa de concederle todo al Congreso?

¿Puede aspirarse a que desde el Parlamento se olviden de distribuciones oportunistas de cuotas de poder para mantener el statu quo en la Mesa Directiva o que se dispongan a iniciar reformas o desandar las contrarreformas nefastas que han perpetrado en el último periodo, que han debilitado el Estado de Derecho impunemente, sin que les importe, al parecer, el bajísimo nivel de aprobación que exhiben?

Si algo va a cambiar a partir del 28 de julio, fecha política que antes marcaba un parteaguas gestor de la administración pública, va a ser para peor. La política en el Perú se ha degradado a pasos agigantados. Ha ocurrido en el último año un condensado intensivo de lo que nos viene sucediendo desde el 2016.

Y lo grave es que es el último año en el que algo importante se podría hacer, porque ya el periodo 2025-2026, el gobierno de salida no arriesga nada, no tiene perspectiva para iniciar nada significativo y, además, la atmósfera política ya estará impregnada de vientos electorales que catalizarán todas las expectativas ciudadanas.

Ya van dos lustros perdidos en el Perú por culpa de la crisis política incubada en los dieciséis años de bonanza económica precedentes, pero huérfanos de reformas básicas (salud, educación, seguridad ciudadana, regionalización, reforma del Estado, etc.) que hubieran permitido construir cimientos poderosos que hubieran hecho imposible el zigzagueo mediocre en el que estamos embarcados hace diez años.

El 28 de julio asistiremos a un espectáculo que de republicano solo tendrá la parafernalia, pero que solo será un peldaño más de descenso en la calidad democrática del país, que se asoma, justamente por ese deterioro, a un escenario electoral impredecible, inédito por la cantidad de candidaturas, y que no promete nada nuevo. La desgracia de hoy puede ser solo el preámbulo de un desastre mayor.

 

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28 de julio, Discurso presidencial

¿Podríamos calificar de demócrata a un candidato derechista incapaz de juzgar y cuestionar a personajes como Augusto Pinochet o Rafael Videla, dictadores chileno y argentino, respectivamente? ¿No revelaría una entraña autoritaria quien no tuviese la capacidad de tomar distancia crítica de ambos regímenes dictatoriales que asolaron sus naciones?

Pues lo mismo sucede con quienes desde la izquierda son incapaces de juzgar como dictaduras al régimen de Maduro o de Ortega en Nicaragua. Particularmente, destaca la desvergonzada evasión que sobre el tema efectúa Verónika Mendoza, lideresa de Nuevo Perú y seguramente candidata presidencial por dicha agrupación. ¿Qué sucede? ¿Recibió financiamiento en algún momento de Venezuela y teme que si critica al régimen éste la delate? Si no es eso, refleja una concepción democrática ajena a los cánones mínimos propios de regímenes que puedan ser calificados como tales.

En reciente entrevista en el muy sintonizado podcast de César Hildebrandt, Mendoza se ha vuelto a escabullir de una definición clara respecto de la dictadura venezolana, que ahora mismo amenaza con perpetrar un nuevo inmenso fraude en Venezuela y hacerse por seis años más de un poder espúreo y generar una feroz crisis migratoria en la región (se calcula que si Maduro se perpetúa en el poder, tres o cuatro millones más de venezolanos saldrían de su país).

No es una majadería del periodismo peruano preguntarles a los candidatos izquierdistas sobre Venezuela y el chavismo. Es la prueba ácida de sus reales convicciones democráticas. Sobre todo, si se tiene en cuenta que hay muchos líderes locales de la izquierda que claramente sí han tomado distancia de Maduro y lo califican sin ambages como lo que es, un dictadorzuelo que ha llevado a la ruina a su país.

Lo que corrobora Mendoza con su esquive del tema es que ella misma no concibe a la democracia representativa como una forma política irrebatible e inviolable, y que de darse el casi nulo escenario de que llegase al poder, lo primero que haría sería violentar el Estado de Derecho para imponer un esquema políticamente autoritario.

La izquierda democrática y liberal que el Perú necesita, no cuenta entre sus aliados con la fallida excandidata presidencial. Su careta democrática se deshace en mil pedazos cuando se muestra incapaz de zanjar con un régimen dictatorial. Si se forma una coalición democrática de izquierdas para el 2026, perderá ese calificativo si incluye a Verónika Mendoza en el pacto.

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dictadura venezuela, maduro, Verónika Mendoza

[La columna deca(n)dente] Mediocres y corruptos

La política atraviesa uno de sus periodos más oscuros y desalentadores. En una democracia saludable, el Congreso debería ser un bastión de integridad y responsabilidad, un lugar donde se legisla en beneficio de los ciudadanos y ciudadanas, se vela por la transparencia, la rendición de cuentas y la justicia. Sin embargo, la coalición de facto (Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular, Perú Libre, Avanza País, entre otros partidos) lo ha convertido en un espacio donde priman los intereses particulares e incluso criminales sobre el bien común. La degradación del Congreso es evidente en cada sesión, en cada voto, en cada decisión que favorece a unos pocos a costa de la mayoría.

Asimismo, son cada vez más visibles los escándalos que involucran a congresistas en actividades ilícitas. La impunidad es la norma y los esfuerzos por desenmascarar y sancionar a los corruptos se ven obstaculizados por aquellos que deberían liderar la lucha contra la corrupción. En este contexto, los ciudadanos se sienten cada vez más desprotegidos y desilusionados con un sistema que parece diseñado para beneficiar a los corruptos y perjudicar a los honestos.

La mediocridad, por su parte, reina en el recinto congresal. La falta de preparación y conocimiento de muchos de los congresistas es alarmante e indignante. En lugar de debates informados y decisiones bien fundamentadas, asistimos a espectáculos grotescos de ignorancia y demagogia. La calidad del discurso político ha descendido a niveles preocupantes, y las políticas públicas se diseñan más por conveniencia que por evidencia. Este desprecio por la excelencia y el conocimiento no solo afecta la calidad de la legislación, sino que también envía un mensaje desalentador a la ciudadanía: que en el país, la mediocridad es aceptable y hasta celebrada.

Este panorama es desolador en un momento en que el país celebra su Bicentenario. En lugar de reflexionar sobre los logros y desafíos de nuestra historia, nos enfrentamos a una realidad en la que los valores y principios democráticos han sido socavados. La falta de una visión clara y un proyecto de país que incluya a todos los peruanos es evidente. En lugar de avanzar hacia un futuro más justo y equitativo, nos encontramos atrapados en un ciclo de corrupción y mediocridad, en el cual la democracia presenta serias deficiencias en cuanto a la equidad y la justicia social. Por ello, tiene la obligación moral y ética de responder prioritariamente a los sectores más vulnerables y marginados de la sociedad, quienes se encuentran en una situación de precariedad y carecen de acceso a condiciones de vida dignas y al ejercicio pleno de sus derechos.

Es imperativo que los ciudadanos tomen conciencia de esta situación y actúen en consecuencia en todos los espacios posibles. La apatía y el desinterés solo alimentan este estado de cosas. La construcción de una democracia sólida y efectiva requiere la participación activa de cada uno de nosotros. Solo así podremos romper con la cadena de corrupción y mediocridad que nos ha mantenido cautivos durante tanto tiempo.

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coalición, Congreso, corrupción, mediocridad

Hacer campaña anticipada rinde frutos. A diferencia del axioma desactualizado de que solo se debe aparecer en un proceso electoral en los tramos finales, en la que se viene para el 2026, dada la inmensa cantidad de candidatos, corresponde iniciar lo antes posible la estrategia de “posicionamiento”.

El mejor ejemplo de ello es el de Rafael Belaunde Llosa, hijo de un destacado empresario minero y nieto del expresidente Fernando Belaunde Terry, quien, temprano, inscribió su partido Libertad Popular y empezó a recorrer el país.

La encuesta de Ipsos de ayer lo coloca con 2% de intención de voto, igual que otros competidores mucho más mediáticos, recorridos y conocidos, como César Acuña, Rafael López Aliaga, Aníbal Torres, Phillip Butters, Guido Bellido, Yonhy Lescano o Carlos Álvarez.

Es quizás el único candidato de la centroderecha que a la par de tomar distancia de la izquierda, lo hace también del gobierno de Dina Boluarte, al que critica con acritud e insistencia. Se ubica así en el lugar correcto, correspondiente a una candidatura liberal que no puede tragarse los sapos de un régimen mediocre e ineficiente como el que tenemos en mala suerte gobernándonos.

Por cierto, dado el caso de tener que aglutinar esfuerzos haría bien, desde ya, en ser sumamente escrupuloso en definir con quién se alía. Si de algo le va a servir tener al costado a Pedro Cateriano y Diana Álvarez Calderón, exintegrantes del Movimiento Libertad, y de asociado a Mario Vargas Llosa, es, precisamente, aprender la lección de los 90, donde el Fredemo fue una mala idea (si iba nuestro Nobel solo hubiera sido presidente de la República).

Según la última encuesta del IEP (contrariando mis impresiones precedentes) la mayor preocupación ciudadana en estos momentos tiene que ver con la situación económica (29% respecto del 22% seguridad y delincuencia y 21% corrupción). Un movimiento como Libertad Popular, que pone especial énfasis en ello, puede encontrar terreno fértil para seguir creciendo.

Ojalá que lo haga. Se necesita con urgencia el surgimiento de un partido de derecha liberal y democrático, que le haga frente a los extremos autoritarios tanto de la izquierda como de la derecha.

«Fragilidad blanca», ¡qué feo concepto! ¡qué denostador y agresivo! pero también qué normalizado. Curioso que lo lea en una página radical que, al mismo tiempo que niega el racismo inverso aludiendo el «privilegio blanco”, sostiene la bandera del antirracismo. Luego, resulta que soy caucásico. Entonces lo que digo solo puede resultar absolutamente incorrecto. Pero resulta además que en la academia nadie más se anima a hablar de estas cosas. Solo lo hacen quienes se sitúan en la acera del frente de la intransitable calle de la polarización ideológica contemporánea, qué pena.

No voy a discutir esta vez la tesis que niega el racismo inverso apelando a una manida reinterpretación de las teorías crítica y decolonial (esto en el caso de los más versados, pues los demás solo descalifican y atacan). Será que quiero un día tranquilo. Pero hubo un tiempo en que consensuamos privilegiar al individuo sobre la raza, la clase, el género, y, a partir de esta premisa, desarrollamos derechos para transitar el camino hacia la igualdad.

Entonces ya no sé si estamos construyendo sobre nuevas teorías o si estamos buscando cobijo en viejos espacios redimidos. Recordemos que antes de la Independencia fuimos una sociedad de castas y que, en dicha sociedad, fuimos primero indios, negros, blancos, mestizos, mulatos y un largo etc. para solo mucho después intentar, fracasando en el intento, constituirnos en individuos sujetos de derechos, lo digo una vez más. 

Me pregunto si de verdad es posible que la ruta para combatir el racismo, estructural o no, pueda ser el constituirnos en una sociedad fragmentada en categorías raciales, una en la que se intenta combatir la discriminación racial declarándole la guerra del odio al presunto discriminador que todos nos imaginamos en la cabeza. Y ese presunto discriminador puede no tener todos los rostros, pero sí tiene muchos rostros. Su historia personal, su recorrido individual no importan. Ni siquiera importa si eventualmente combatió el racismo como ninguno. Porque en la antigua sociedad de castas colonial (casi) no había movilidad social y ahora se pretende que en esta sociedad, posmoderna y post-racista, tampoco exista la movilidad social. 

Y la verdad es que no. Ni me estoy sumando a la derecha que blande cruces de Borgoña ante la estatua de mármol de Cristóbal Colón en el paseo limeño que le rinde homenaje, ni estoy negando la existencia del racismo estructural. Cómo negarlo si lo veo a diario, si lo constato a diario, si, como “varón blanco dominante” y una larga fila de epítetos preconcebidos que me han asignado quienes no me conocen, no pudiese darme cuenta de que existieron, existen y aparentemente seguirán existiendo dos bandos, al menos dos bandos, definitivamente dos bandos. Y no es solo en el Perú, es en todo Occidente. Y puedo ver, con prístina claridad, que en USA mataron a George Floyd pero no les hicieron nada a los supremacistas blancos que tomaron el Capitolio cuando perdió Donald Trump. 

La realidad hace a la teoría o la teoría hace a la realidad. Los derechos humanos, universales que condenan la discriminación racial sin preguntarse quién parten de ideales, de deseos compartidos. Tal vez pasó mucho tiempo y hubo quienes se cansaron de esperar, quienes comprendieron que, sin pasar a la acción, como en su momento lo hicieron Martin Luther King y Malcolm X, las cosas iban a seguir igual y es que, efectivamente, así ha sido. 

Pero muchos blancos y latinos se plegaron a los afrodescendientes en Selma en 1965. Entonces me pregunto si estamos cancelando la posibilidad de una gran alianza humana en contra del racismo, y si no la estaremos canjeando por una guerra de razas que casi obliga a tomar partido, salvo claro, que hayas estudiado lo suficiente, que defiendas una plaza docente en una universidad de prestigio, o que te sobre el sentido común. 

No sé si me cancelarán por escribir estas líneas. Lo cierto es que cada vez me alejo más de la corrección política sin por ello acercarme a la derecha, y lo cierto es que cada vez me importa menos y cada vez me siento mejor. Soy de quienes todavía creen que la solución debe ser democrática, debe ser ciudadana, republicana, debe ser solidaria. Creo que estas utopías todavía merecen la pena precisamente porque no creo en el odio como bandera de lucha, ni en el fanatismo como grito de guerra. 

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La gente no es tonta. Bastó que la izquierda, encabezada por Verónika Mendoza, se sumara a la movilización convocada para este 19 de julio en contra del gobierno, y la misma derivó en un fracaso rotundo. Ni siquiera se pudo llenar una cuadra de manifestantes.

Mendoza no solo es una mala candidata sino que, además, es pésima política. Jugó sus cartas de apoyo al nefasto régimen de Castillo y solo se distanció de él, oportunistamente, cuando sus cuadros fueron retirados del gobierno.

Pudo ser la izquierda moderna que el Perú necesita a gritos que se conforme, pero prefirió las migajas del poder y se alineó incondicionalmente con un gobierno radical, estatista, corrupto y finalmente golpista.

En la última encuesta de Ipsos, publicada hoy en Perú21, aparece con 3% de intención de voto -que no está mal-, pero tiene la mitad de Antauro Humala, quien alcanza un 6% de respaldo electoral. Una vez más, si las tendencias se mantienen, va a ser desbordada por los radicalismos izquierdistas, dada su ambigüedad y modosería ideológica, valga el término.

Esta vez debe haber calculado que si el gobierno y el Congreso tienen una altísima desaprobación, convocar una protesta contra ambos, era, pues, políticamente, muy rentable, pero a pesar de jugar con esa ventaja, demostró que no tiene capacidad de convocatoria popular alguna (como tampoco la tiene Martín Vizcarra, quien también se sumó al coche).

Le haría mucho bien al país que el espectro de la izquierda moderada sea ocupado por otra persona que no sea Verónika Mendoza. Ojalá Alfonso López Chau, quien hoy no aparece en las mediciones, pueda ocupar ese espacio y así consolidar un nicho ideológico vacío de un buen liderazgo.

Que no se confunda, por cierto, moderación con tibieza. Una izquierda democrática bien puede ser disruptiva con el statu quo. Así lo va a demandar una campaña polarizada, donde el centro aguachento no va a tener cabida. Verónika Mendoza no merece seguir teniendo espacio en el proscenio electoral peruano. Por lo que se ha visto, es una radical disfrazada de moderada, que solo busca oportunistamente el poder a como dé lugar. La izquierda misma haría bien en marcar sus distancias de ella en cualquier alianza futura posible.

-La del estribo: un placer enorme leer al entrañable Julio Ramón Ribeyro. La publicación de cinco cuentos, bajo el título Invitación al viaje y otros cuentos inéditos, contiene relatos hallados en el archivo personal del autor, en la residencia de su viuda en Paris, escritos al parecer en la década del 70. El primer libro que leí, fuera de las obligaciones escolares, fue La palabra del mudo y a partir de ello recorrí su obra completa No me cabe si no inmenso gozo por redescubrir la magnífica prosa del mejor cuentista peruano.

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El 26 de mayo de 2023 fue presentada en el Festival de Cannes la película francesa “L‘Abbé Pierre – Une vie de combats”, un biopic dirigido por Frédéric Tellier que narra la historia del sacerdote católico Henri Grouès (1912-2007), más conocido como el Abbé Pierre. Este ambicioso film con un presupuesto estimado de 15 millones de dólares busca abarcar la biografía entera de un personaje icónico no sólo para la Iglesia católica gala, sino también para la nación francesa, pues fue distinguido por el Estado francés en el año 2004 con la Gran Cruz de la Legión de Honor en reconocimiento a su labor.

¿Qué labor? Durante la Segunda Guerra Mundial se unió a la Resistencia francesa y ayudó a muchos judíos y políticos perseguidos a escapar a Suiza, España y Argelia, suministrándoles documentos de identidad y salvoconductos falsificados. Con frecuencia era el mismo Abbé Pierre —sobrenombre que utilizó entonces para ocultar su verdadera identidad— quien guiaba a los fugitivos a España a través de los Pirineos o a Suiza a través de las montañas de Chamonix.

Desde su sede en la ciudad de Grenoble en el sureste de Francia, creó el primer refugio para acoger a aquellos que buscaban evadir el Servicio de Trabajo Obligatorio impuesto por el régimen colaboracionista de Vichy en la Francia ocupada al mando del mariscal Philippe Pétain, que cooperaba con el régimen nazi de Alemania. 

El mismo Abbé Pierre relataría posteriormente:

«Comencé por ayudar a esconderse en refugios de la montaña a jóvenes a los que querían mandar forzados a trabajar a las fábricas alemanas. No sólo fueron los nazis, sino los gendarmes del gobierno colaborador de Vichy los que llegaban con los camiones para llevar por la fuerza a la gente […] Personalmente no maté a nadie, pero participé con todas mis energías en crear la red que permitía abastecer de alimentos, medicamentos y municiones a los grupos armados de la Resistencia que comenzaron a operar en las montañas de Grenoble».

Pero por lo que más se le recuerda al Abbé Pierre es por la fundación del movimiento Emaús, destinado a aliviar el sufrimiento y las necesidades de los más pobres, sobre todo aquellos que vivían en las calles y les faltaba lo necesario: alimento, vestido y vivienda. En 1947 el Abbé Pierre alquila una casa deteriorada en Neuilly-Plaisance, 14 km al este de París, la reconstruye y abre un albergue juvenil internacional al que da el nombre de Emaús, como símbolo de la esperanza renovada. En 1949 invita a Georges Legay, un asesino y expresidiario con intenciones suicidas, a construir alojamientos para las familias sin techo. 

«Conocí a Georges, que había tenido una vida terrible y sólo pensaba en suicidarse, entonces le dije: “Eres libre de suicidarte si quieres, pero antes de hacerlo ¿por qué no me ayudas a montar una casa para los desesperados, para la gente sin techo, sin trabajo?”»

El Abbé Pierre quiso que desde su origen Emaús fuera un movimiento abierto a todas las nacionalidades y orígenes étnicos, sin distinción alguna por motivo de las convicciones políticas, espirituales o religiosas de sus integrantes y de las personas a las que acoge.

En un momento, a falta de financiamiento, el Abbé Pierre comenzó a mendigar por las calles de París, y los otros miembros del grupo propusieron que todos se dedicaran a buscar en la basura para recuperar y vender todo aquello que todavía fuera útil, lo cual hizo que fueran conocidos como los Traperos de Emaús.

El 1 de febrero de 1954 el Abate Pierre irrumpió por sorpresa en Radio Luxemburgo y consiguió que le permitieran hablar en directo, con un discurso en el que proclamó “la insurrección de la bondad”:

«Una mujer acaba de morir congelada esta madrugada en la acera del bulevar de Sebastopol, manteniendo aún aferrada a su mano la notificación judicial de expulsión de su domicilio. No podemos aceptar que sigan muriendo personas como ella. Cada noche son más de 2000 personas soportando el hielo, sin techo, sin pan, más de uno casi desnudo; para esta misma noche es necesario reunir 5000 mantas, 300 grandes tiendas de campaña, 200 ollas. Venid los que podáis con camiones para ayudar al reparto. […] Al Hotel Rochester, calle Le Boétie 92. Imploro, frente a los hermanos que mueren de miseria, aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. ¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!»

De esta manera, generó una ola de donaciones que alcanzaron los mil millones de francos para aliviar las necesidades de los más menesterosos.

Desde entonces fueron surgiendo en diferentes países asociaciones que imitaban el ejemplo del Abbé Pierre, tomándolo como modelo. En 1969, en Berna (Suiza) setenta grupos provenientes de veinte países adoptaron el Manifiesto Universal del Movimiento Emaús, y decidieron crear una secretaría internacional de enlace. En 1971 el movimiento adoptó el nombre de Emaús Internacional. En el preámbulo del manifiesto mencionado se empieza diciendo:

«Nuestro nombre, Emaús, es el de una localidad de Palestina donde unos desesperados volvieron a encontrar la esperanza. Este nombre evoca en todos, creyentes o no, nuestra común convicción de que solo el amor puede unirnos y hacernos avanzar juntos».

Sobre la presencia del movimiento en el Perú, la página oficial de Emaús Internacional relata lo siguiente:

“En 1959 hay en Lima un sacerdote francés llamado Gérard Protain que ayuda a los traperos —vecinos de barrios desfavorecidos— a organizarse y cooperar entre ellos. Con su duro e ingrato trabajo en el vertedero de El Montón, consiguen sobrevivir y ayudar a otras personas aún más pobres, construyendo viviendas humildes y guarderías para niños abandonados. En 1961, esta comunidad se fusiona con los Amigos de Emaús en lo que pasa a llamarse Emaús del Perú, que recibe voluntarios extranjeros que contribuyen al funcionamiento de las guarderías».

Actualmente existen en el Perú siete organizaciones miembros de Emaús Internacional, cuatro de ellas activas en Lima: Cuna Nazareth y Emaús San Agustín, con locales en Chorrillos; Emaús Solidaridad y Apoyo, en Villa María del Triunfo, y Emaús Villa El Salvador. Las otras tres son Emaús Piura, Emaús Lambayeque y Emaús Trujillo.

La obra social a favor de los pobres del Abbé Pierre es innegable. Sin embargo, medio año después del estreno oficial de su película biográfica en Francia en noviembre de 2023, donde es presentado como un héroe de los tiempos modernos, han aparecido sombras que empañan considerablemente su figura. No se trata de las confesiones que hizo en 2005, dos años antes de su muerte, a la cadena France 3, donde admitió que en su vida cedió al sexo de manera pasajera, en relaciones efímeras, y que nunca permitió que el deseo sexual se arraigara y tomara el lugar y la disponibilidad que él había elegido para servir a Dios.

«Fue una experiencia insatisfactoria puesto que el placer implica un compromiso de duración. El compromiso que tenía con la Iglesia me impedía todo tipo de obligación», confesó.

Aún así, defendió que el celibato no debía ser obligatorio y reivindicaba que se pudiera ordenar a hombres casados. Hasta aquí ningún problema serio.

Lo que sí resulta problemático y devastador es lo que este miércoles 17 de julio acaban de comunicar oficialmente Emaús Internacional y Emaús Francia: que el Abbé Pierre abusó de por lo menos siete mujeres entre la década de 1970 y el año 2005, una de ellas menor de edad (16-17 años) en el momento de los hechos. Lo cual cierne dudas sobre si las relaciones sexuales efímeras que mantuvo el religioso en vida fueron de mutuo consentimiento o en un contexto de abuso sexual, o si hay más víctimas, pues quienes podrían haberlo sido antes de la década de los 70, deben tener una edad muy avanzada o haber fallecido.

“La noche de las estrellas fugaces” es el título que el controvertido cineasta español Jesús Franco quiso darle a su película surrealista de corte erótico-macabro de 1973 —estrenada como “Christina, princesa del erotismo” y reestrenada años más tarde, con escenas añadidas rodadas por el cineasta francés Jean Rollin, con el título de “Una virgen entre los muertos vivientes”—. En la versión original del director, la joven Christina, tras la muerte de su padre, viaja hacia la mansión en una zona rural que le tocaría como herencia y donde aún viven familiares suyos a los que no conoce, deviniendo la trama en una experiencia onírica y surrealista a más no poder donde la familia muestra un comportamiento extraño y parece ocultar secretos y depravaciones inconfesables, y cuyos integrantes estarían todos muertos y confabulados para arrastrar a Christina hacia la locura y la muerte concebida como un estanque de desesperanza.

La Iglesia católica parece estar viviendo su noche de las estrellas fugaces, con figuras que brillan un momento en el firmamento, como el Abbé Pierre, la Madre Teresa de Calcula, el P. Josef Kentenich —fundador del Movimiento Apostólico de Schönstatt—, el P. Josemaría Escrivá de Balaguer —fundador del Opus Dei—, o el laico Germán Doig del Sodalicio de Vida Cristiana, sólo por mencionar a algunos, para que luego se descubra que ellos o sus familias espirituales esconden, detrás de fachadas de santidad, abusos de diversos tipos y depravaciones que han llevado a más de uno a problemas de salud mental y a perder toda fe y esperanza. Y muchas autoridades eclesiásticas siguen sosteniendo que se trata de casos individuales, cuanto todo apunta a que es la estructura misma de la Iglesia la que favorece que se cometan y encubran abusos espirituales, psicológicos, físicos, laborales, económicos y, con menor frecuencia, como punta del iceberg, abusos sexuales.

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Abusos, Francia, Iglesia católica, sexualidad, violencia sexual
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