Opinión

[EL CANCERBERO] Recientemente se publicó un artículo llamado “¿De Guatemala a GuatePerú?” (https://revistafal.com/descarga/22049/) en la revista “Foreign Affairs Latinoamérica”. Este hace un paralelo entre el proceso político guatemalteco y el peruano.

Este fue escrito por Alberto Vergara, doctor en ciencias políticas de la Universidad de Montreal y profesor de la Universidad del Pacífico y Aarón Quiñón, licenciado en ciencias políticas de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Si bien coincido con gran parte de lo planteado en el artículo, considero que este resalta episodios de la política peruana que validan una narrativa y silencia otros que la contradicen, critica ácidamente procesos que no han sido favorables a una posición política pero no hace lo mismo con otros igualmente criticables.

El artículo describe la situación política actual en el Perú como una de “vaciamiento democrático” en la cual, a diferencia del pasado, ya no existen partidos con programa y los políticos no tienen ni experiencia ni capacidad. En este punto coincidimos plenamente.

Menciona la importancia del proceso de lucha contra la corrupción que se inició a partir del escándalo Lava Jato y el efecto que este tuvo sobre los principales políticos del país. Se resalta dos hechos que se entiende fueron la reacción de las fuerzas políticas afectadas por la lucha contra la corrupción:

1) El intento del ex Fiscal de la Nación Pedro Chavarry de destituir arbitrariamente a los fiscales del caso Lava Jato y 2) La vacancia del expresidente Martin Vizcarra y la toma de mando de la presidencia por parte de Manuel Merino (expresidente del Congreso).

Sin embargo, no se mencionan otros hechos que son igualmente relevantes para entender la reacción de otros actores también relacionados con casos de corrupción:

1) La disolución del Congreso por parte del gobierno de Vizcarra utilizando el precario argumento de la “denegación fáctica” y 2) Que el Congreso que se eligió posterior a esa disolución decidió vacar a Vizcarra basado en indicios de corrupción.

El artículo es especialmente descriptivo cuando se refiere al proceso de vacancia de Vizcarra: “asaltaron el ejecutivo”, “clara voluntad restauradora y reaccionaria”, “coalición de ultraconservadores y ultra interesados”, “actores adversos a la democratización” entre otras frases.

Pero respecto de la disolución del Congreso por parte de Vizcarra no se observa crítica alguna.

El artículo critica a la derecha peruana por su comportamiento antidemocrático y tramposo al utilizar el falso argumento del fraude para descalificar la elección de Pedro Castillo. En este punto estamos de acuerdo.

Posteriormente explica que Castillo es vacado como fruto del golpe de estado que trato de cometer, asumiendo la presidencia Dina Boluarte, su vicepresidenta. Pero, a este proceso constitucionalmente correcto lo califica de “lotería presidencial”. ¿Corresponde esa calificación?

El articulo prosigue: “Mas del 70% de peruanos demandaban elecciones anticipadas, pero ni a ella ni al Congreso les importó”, “En la democracia peruana ya no quedan políticos ni demócratas con interés en rendir cuentas a la ciudadanía”, “Boluarte es la versión exitosa del fallido experimento de Merino, logra mantenerse en el poder a sangre y fuego”.

¿Sugiere el artículo que Boluarte no debía haber defendido la constitucionalidad de su mandato? ¿Boluarte necesariamente debía ceder a las protestas que intentaban forzar su renuncia?

¿Sugiere el artículo que el proceso democrático peruano debería ir por la ruta de la democracia directa? ¿Se debe hacer lo que la población demanda más allá de lo que la Constitución determina?

¿Qué tipo de precedente nos dejaría un adelanto de elecciones? ¿Cuándo, en el futuro, un candidato gane una elección presidencial, bastaría que la población demande su salida para que corresponda un adelanto de elecciones?

¿El Republicanismo que propone Vergara, es respetuoso de la Constitución?

El artículo continua: “Boluarte ha llevado la degradación peruana a nuevos sótanos”. Si se refiere a los más de sesenta fallecidos durante las protestas post golpe de Castillo, estamos de acuerdo en que estas muertes son inaceptables, un atentado contra los derechos humanos y que requieren ser investigadas y sancionadas de acuerdo a ley.

También es cierto que Boluarte ha sido tibia en su crítica y sanción a los actores del Estado que han sido responsables tanto directos como políticos.

Lo que no hace el artículo, que creo es indispensable para ser balanceado, es describir el contexto en el que se dieron las protestas y la represión. No solo había un Estado Peruano reprimiendo, también había un multitudinario movimiento de protesta que incluía grupos violentos y que tenía como objetivo restituir a Castillo en el poder y cerrar el Congreso.

El artículo se pregunta por qué, a pesar de compartir niveles de rechazo similares, cayo Merino, pero Boluarte no.

Explica que: 1) La represión a desanimado a muchos, 2) El gobierno de Castillo destruyo la representación de muchos sectores democráticos y 3) El bloque antifujimorista perdió legitimidad al no denunciar la corrupción de Castillo y su entorno durante su gobierno. Coincido en estos puntos.

Sin embargo, le falto añadir dos razones importantes: 1) La mayoría de peruanos no desea restituir a Castillo como proponen los líderes de las protestas y 2) La población intuye que una nueva elección no asegura ni un Congreso ni una Presidencia mejor a la actual, solo implica tirar los dados una vez más.

El articulo concluye que es necesario formar una plataforma de defensa del Estado de derecho, algo en lo cual coincido. Sin embargo, considero que ser laxo en el respeto de las reglas constitucionales es contradictorio con el objetivo de defender la democracia.

¿Qué sucede cuando el politólogo se convierte en político? Es probable que la falta de lideres políticos en el Perú deje un vacío que los politólogos estén tentados de llenar, pero eso no implica que deje de ser necesario diferenciar entre un análisis político objetivo e imparcial y otro que tenga como prioridad favorecer a una posición política particular. Y esto aplica, aunque se tenga la mejor de las intenciones.

Si bien la tesis que plantea el artículo es correcta, el diagnóstico es parcial. Estamos en un proceso de descomposición política y social, que en la posición actual del péndulo se inclina hacia la derecha, pero no es solo corrupción de un sector: afecta a la izquierda (Castillo, Villarán, Humala), al centro (PPK, Vizcarra, Toledo) y sin duda alguna, a la derecha (Fujimori, García). Todos deben ser criticados por igual.

¿Qué queda? La sociedad civil. Construir de nuevo.

@rafaelletts

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Aarón Quiñón, Alberto Vergara, política peruana, situación política

La presidenta de Ositran, Verónica Zambrano, ha señalado que le ha pedido a Lima Airport Partners, LAP, concesionaria del aeropuerto Jorge Chávez, que retire los carteles inclusivos en los baños del terminal, que permiten que la gente, de acuerdo a su identidad de género, elija qué servicio emplear. Puntualmente, que una mujer trans pueda usar el baño femenino.

“Puede dar lugar a confusión porque a partir de ese anuncio podrían entrar hombres vestidos de mujeres a baños de mujeres y ese no es el sentido que se le está dando actualmente a todas esas normas y declaraciones que hemos mencionado. [Con carteles inclusivos] alguien como Arnold Schwarzenegger puede entrar al baño de damas”, ha berreado la titular del organismo supervisor.

Lo que la presidenta de Ositran pone de manifiesto es transfobia y afán violatorio de derechos consagrados en diversos documentos internacionales, como la Convención Americana de Derechos Humanos.

Es una tragedia realmente la existencia de un espíritu conservador tan arraigado en el Perú. En todo lo que tenga que ver con lucha de derechos, salen sujetos de las cavernas a tratar de frenar todo avance y hacer que el Perú se quede encerrado en el establishment más segregacionista posible.

Así, se oponen al aborto, inclusive al terapéutico (el comunicado de la Conferencia Episcopal sobre el caso MILA es de una bestialidad brutal), al matrimonio gay, a la educación con políticas de equidad de género, a la tolerancia, en suma, a los vientos modernos que ya en otros países -muchos, inclusive, de la región- vienen recogiéndose y adoptándose.

Desde Locke y su Ensayo sobre la tolerancia, se identificó al liberalismo con ánimos respetuosos de la diversidad. En nuestro país, hay, sin embargo, “liberales” que se autodenominan conservadores, al mismo tiempo, como si fuera normal, cuando lo que en verdad son es libertarios en lo económico y conservadores en lo moral, no son liberales, y harían bien en señalarlo así y no ensuciar un término que arrastra siglos de acompañamiento a las libertades económicas, políticas y morales.

Ojalá LAP insista en su postura inicial y no haga caso de la monserga conservadora de la jefa del Ositran, cuyo nivel de indigencia intelectual nos llama la atención respecto de su idoneidad para ocupar el cargo que ocupa. La lucha por la libertad es permanente y desde todos los ámbitos que se pueda, se debe ir librando a diario.

La del estribo: muy recomendable una joya bibliográfica recientemente publicada. Cajamarca, belleza, soledad y coraje, un libro de fotografías de la bella ciudad andina tomadas durante los tiempos de la pandemia, efectuadas por el pintor cajamarquino José Luis Chávez Tejada. Los textos son de Alonso Rabi y la calidad gráfica es de primer orden. El libro se alinea con el pedido, que compartimos, de que la UNESCO declare a Cajamarca, cuyo centro histórico es una maravilla y su historia es icónica en nuestro país, como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Lo encuentran en la librería El Virrey.

 

 

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Aborto, Aeropuerto Jorge Chávez, Ositran, transfobia

[EL DEDO EN LA LLAGA  «Nel più alto dei cieli” es una obra claustrofóbica que llega a extremos de brutalidad insoportable con una temática que podría parecer ajena a estos excesos: la sociedad católica italiana. Y es una de las primeras películas cuya acción transcurre casi en su totalidad dentro de un ascensor.

Es un escenario que sería explorado posteriormente en la película alemana “Abwärts” (Carl Schenkel, 1984), la cual cuenta como un viernes por la tarde cuatro personas quedan encerradas en el ascensor de un edificio de oficinas: un estafador, un joven y una pareja a punto de romper su relación. Sus esfuerzos por escapar de esa situación sacará a relucir su lado más oscuro, generando conflictos que desembocarán en la violencia.

Otro ejemplo muy posterior sería el thriller estadounidense “Elevator” (Stig Svendsen, 2011), que sigue a nueve desconocidos atrapados en un ascensor de Wall Street, a 49 pisos sobre Manhattan, camino a una fiesta de la empresa, siendo que uno de los integrantes del grupo tiene una bomba. En los intentos del grupo por escapar y sobrevivir surgirán luchas y conflictos, con elementos claves como el racismo, la avaricia y la venganza.

También se puede mencionar la desconocida película italiana “The Elevator” (Massimo Coglitore, 2014), que cuenta con la participación magistral de los actores británicos Caroline Goodall y James Parks. El film narra cómo el exitoso presentador de un concurso televisivo de preguntas, Jack Tramell, llega a casa después de un largo día de trabajo. En el ascensor es atacado y dopado por una mujer aparentemente desquiciada. Dentro del ascensor detenido, Jack recupera la conciencia estando atado y se tendrá que enfrentar a un siniestro juego basado en las reglas del concurso “3 Minutos” que él solía moderar, orquestado esta vez por su secuestradora. La mujer, que se hace llamar Kathryn, persigue su objetivo de manera calculadora, cruel y despiadada, torturando a su presa. Pero ¿es ella realmente una persona desequilibrada y Jack la inocente víctima, como él insiste repetidamente en medio de su terror a la muerte? ¿O está Jack ocultando hábilmente un oscuro secreto que lo convierte en el verdadero victimario, objeto ahora de una sádica venganza?

En todo caso, el ascensor como espacio cerrado del cual es casi imposible escapar, sirve de escenario único a muestras de cierto cine independiente y se revela como un catalizador que saca a relucir las sombras y resquicios que oculta la naturaleza humana detrás de una fachada de buenas costumbres sustentada en relaciones amables y cordiales, pero que surgen de una hipocresía casi connatural a las personas de moral burguesa. Muy lejos se hallan estas puestas en escena de aquello a lo que nos tiene acostumbrados el cine comercial modelado según Hollywood, donde generalmente quienes se ven atrapados en un espacio cerrado sin salida actúan solidariamente y algunos se sacrifican por los demás miembros del grupo, aunque tampoco suele faltar uno que otro villano consumido por su egoísmo que termina muriendo ineludiblemente al final de la trama.

En la película de Silvano Agosti no ocurre esto, y los personajes, cristianos comprometidos de moral socialmente aceptada en la Iglesia católica, terminarán envileciéndose sin excepción, de una manera brutal y descarnada.

La historia nos muestra a un grupo de personajes que se dirigen a una audiencia con el Papa y quedan encerrados en un amplio ascensor de los edificios vaticanos, el cual sube y sube sin detenerse, con un contador de pisos que muestra números irreales y absurdos, tan absurdos como la situación que se nos plantea. En el grupo hay dos sacerdotes, tres religiosas, un político, un sindicalista, un periodista, un médico cirujano, un director médico, una señora de la alta sociedad y su hermana discapacitada mental, y finalmente un chico y una chica adolescentes. Aunque con diferentes aproximaciones a la vida, los une su catolicismo y su fidelidad y reverencia hacia el Sumo Pontífice. Al principio, reina un clima de cordialidad entre los participantes del grupo, mientras el altavoz del ascensor transmite continuamente la señal de Radio Vaticana: música coral de tonos celestiales, asépticas alocuciones desgranando el mensaje de la Iglesia, sermones clericales, melodías celestiales relajantes, el himno pontificio, etc.

Pero a medida que pasa el tiempo y el ascensor no llega a ninguna parte, comienzan a surgir los conflictos, que escalan cuando al sindicalista le da un ataque de claustrofobia, comienza a golpear las puertas del ascensor y casi estrangula a una de las religiosas, lo cual lleva al político a darle un golpe en la cabeza con el objeto envuelto que transportaba uno de los curas, que no era otra cosa que una custodia, un objeto sagrado que se utiliza para hacer exposiciones litúrgicas del Santísimo Sacramento. El sindicalista morirá poco después ante la absoluta indiferencia de los demás integrantes del grupo. A partir de este homicidio accidental y a medida que va pasando el tiempo, donde las horas parecen convertirse en días, las barreras morales de todos irán cayendo en su afán por sobrevivir. Al desconcierto inicial seguirán la incertidumbre, la angustia, el miedo, la resignación indiferente, el hambre y la violencia. Habrá un intento de violación de la adolescente por el cura más joven, canibalismo, asesinato premeditado, tortura del cura de mayor edad por ser un comunista, rompimiento del voto de castidad de parte de las dos religiosas más jóvenes, eutanasia —el joven adolescente ahoga por compasión a la joven adolescente—, suicidio, en medio de un ambiente de degradación humana y suciedad física y moral. ¿Cómo no pensar en eso cuando el único acto de colaboración de todo el grupo consiste en decidir a quién van a matar para poder comer y seguir viviendo?

Asimismo, los objetos litúrgicos que portan los curas pierden todo su significado sagrado y terminan siendo utilizados de manera indigna. La custodia es el arma que se utiliza en el primer homicidio y luego será utilizada como herramienta para golpear el panel y la puerta del ascensor, buscando desesperadamente una vía de escape. Uno de los integrantes se comerá las hostias para poder sobrevivir. Los vasos y recipientes litúrgicos son utilizados para orinar. Y todos, incluidos los curas y las religiosas, serán arrastrados por sus pasiones como cualquier ser humano común y corriente en una situación límite. Y en todos los integrantes del grupo se percibirá la mirada cansada, indiferente y condescendiente ante una situación de la cual no hay escapatoria.

El film no deja títere con cabeza. La joven víctima de la agresión sexual del cura alimentará bondadosamente a su agresor —ahora atado y sin las manos libres— con pedacitos de carne humana de unos de los cadáveres. El cura de mayor edad, partidario de las teorías marxistas, posee una edición de “El Capital”, obra cumbre de Karl Marx, con toda la apariencia de una Biblia de valor: edición de lujo con tipografía ornamentada. Y si bien despierta cierta simpatía por su conciencia social y porque es torturado por los conservadores del grupo que lo acusan de comunista —e incluso profiere palabras de Jesús en la cruz— también se hunde en la degradación cuando abusa sexualmente de la discapacitada y junto con otro sobreviviente, la mata para comérsela. Literalmente.

Cuando el ascensor llega finalmente a lo que parece ser el cielo, la puerta se abre y, rodeado de un aura de luminosidad, entra el Papa para impartir su bendición a la única sobreviviente de la masacre, mientras ésta agoniza pidiendo ayuda. Y de manera irónica, la música celestial y los mensajes invitando a vivir una vida en consonancia con los valores cristianos no han dejado nunca de sonar a través del altavoz del ascensor.

Evidentemente, nada de lo que se ve en el film ocurre en la realidad, pues estamos ante una metáfora despiadada de lo que ocurre entre los miembros de la Iglesia católica, muchos de los cuales, bajo una apariencia benevolente de compromiso cristiano, estarían dispuestos a despedazarse unos a otros, siguiendo actitudes ajenas al mensaje del Jesús de los Evangelios.

Silvano Agosti, con esta película lamentablemente desconocida, nos ha dejado una obra maestra del cine en la línea de “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975) de Pier Paolo Pasolini, quien denunciaba con imágenes brutales y crueles los males del fascismo. De ese fascismo que parece ser actualmente la ideología de tantos católicos conservadores.

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Ascensor, Cine Italiano, Desigualdad, moralidad, Sobrevivencia., Sociedad Católica

[MÚSICA MAESTRO] Rock In Rio, Lollapalooza, Glastonbury, Pinkpop, Bonnaroo. Todos estos festivales le deben algo a Woodstock y, ahora, que acaba de cumplirse su aniversario 54, vale la pena recordar algunas cosas acerca de este evento contracultural que marcó la historia del rock y la vida de las casi 500,000 personas que allí estuvieron. En plena efervescencia del movimiento hippie, cuatro empresarios norteamericanos -John Roberts, Joel Rosenman, Artie Kornfeld y Michael Lang (fallecido en enero del año pasado, a los 77 años)- unieron sus esfuerzos y capitales para realizar un festival que reuniera a los mejores artistas del momento y que sirviera además como plataforma para que aquel contingente de jóvenes que, sobre la base de la filosofía pacifista, antibélica y prodrogas que servía de trasfondo ideológico del hippismo, pudiera demostrarle al establishment que eran capaces de asistir a un multitudinario concierto sin problemas. Y en buena parte lo consiguieron, aunque jamás imaginaron el impacto social y cultural que tendría su aventura.

Dos años antes, en 1967, el Monterey Pop Festival, célebre por el ritual pirómano de Jimi Hendrix y la electrizante actuación de Otis Redding, entre otros grandes artistas, había congregado a casi 60,000 personas. Tras una fuerte campaña publicitaria y habiéndose asegurado un lugar lo suficientemente grande -la hacienda de Bethel, propiedad de Max Yasgur (1919-1973), tenía un área de aproximadamente 600 acres (equivalentes a 240 hectáreas o 2.4 kilómetros cuadrados)- los organizadores habían calculado una asistencia máxima de 200,000 personas. Pero la enorme expectativa generada por los conciertos hizo que la cantidad proyectada terminara duplicándose, ocasionando una serie de problemas logísticos y, entre otras cosas, obligó a los organizadores a declarar el ingreso gratuito, debido a los cientos de miles de jóvenes que llegaban de diversos estados, trasladándose en caravanas. Esta situación se salió por completo de las manos de los encargados que vieron cómo se rebalsaban, literalmente, todas sus previsiones en cuanto a seguridad, orden, servicios higiénicos, etc.

Aun así, haciendo honor al slogan del festival, fueron tres días de paz, amor y música, que pasarían a la historia como la expresión más completa de lo que significó el movimiento hippie. Los saldos son conocidos: dos nacimientos, tres muertes, uno de los congestionamientos vehiculares más increíbles, líneas telefónicas colapsadas… y un conjunto de actuaciones memorables que quedaron registradas en el clásico documental, estrenado un año después y un excelente álbum triple, el de la famosa carátula que muestra a una joven pareja envuelta en una frazada, al amanecer del segundo día (foto del legendario reportero gráfico de la revista Life, Burk Uzzle, hoy de 85 años). Bobbi Kelly y N. Ercoline, los protagonistas de aquella icónica imagen se habían conocido tres meses antes del festival y, dos años después, se casaron. Estuvieron juntos 54 años, hasta el 19 de marzo de este año, en que Bobbi falleció a los 74 (aquí la historia contada a detalle por el periodista peruano Ricardo Hinojosa).

En esta época de rebuznadores urbanos, bataclanas disforzadas, personajes andróginos y sumamente homogeneizados, es revitalizador ver y escuchar, por ejemplo, a un descosido, desdentado y frenético Richie Havens (1941-2013), con su ronca voz y su golpeada guitarra de palo, estremeciendo el escenario con sus lamentos Freedom y Sometimes I feel like a motherless child. Una de las imágenes que siempre me han fascinado de ese primer día es ver cómo Havens se aleja del micrófono, encorvado y con la espalda bañada en sudor, inmerso en su rasgueo incansable, a pesar de haber roto una cuerda, cantando sin importarle si el público lo escucha o no.

O por ejemplo la encantadora voz de Joan Baez, embarazada, entonando a capella Swing low sweet chariot, himno de lucha por los derechos civiles, que se cantaba en las reservas amerindias del siglo XIX. O esa joyita de Arlo Guthrie -hijo de Woody Guthrie (1912-1967), el padre musical de Bob Dylan, autor de otro himno del folk norteamericano, This land is your land (1940)- titulada Coming into Los Angeles. Además de los mencionados, aquel viernes 15 de agosto, desde las 5:17pm, desfilaron otros grandes trovadores como Melanie, Tim Hardin y The Incredible String Band, así como el maestro Ravi Shankar (1920-2012), quien ya había cautivado a los rockers de la época con sus enigmáticos sitares, traídas desde la India, en el festival de Monterey.

El sábado 16, desde el mediodía, la electricidad se fue apoderando del escenario y el mar humano se aprestaba a ver en vivo a algunos de los artistas que marcaron a fuego el desarrollo del rock, expresión artística de enorme carga emocional y poder de convocatoria. Ese día, un cantautor folk poco conocido, líder comunitario y activista político, Country Joe McDonald (líder del combo psicodélico The Fish), hizo cantar a todo el mundo su I-feel-like-I’m-fixin’-to-die rag, una de las proclamas anti-Guerra de Vietnam más directas del festival.

Posteriormente, el filosófico recital de John Sebastian, dio paso a una ráfaga desconocida para los norteamericanos, un sonido que los hizo enloquecer. Las congas y ritmos caribeños del guitarrista mexicano Carlos Santana -en aquel entonces un desconocido inmigrante de apenas 21 años- deben haberse escuchado como traídos del espacio (o del infierno) en los oídos de los miles y miles de jóvenes, que, trepados en LSD y marihuana, sentían que cada nota les estremecía el alma y sacudía el cuerpo en un éxtasis (casi) sexual no muy difícil de imaginar. Esa versión de Soul sacrifice es una descarga de energía chamánica y talento musical indescriptible.

En la versión oficial del documental destacan, del segundo día de festival -que se extendió hasta el amanecer del tercero- las actuaciones de Santana, Sly & The Familiy Stone, un combo negro de soul y funk que alborotó al público con su frenética rendición de I want to take you higher; y el cuarteto británico The Who, que cerró con el excelente tema de la ópera Tommy, See me feel me. Lamentablemente, diversos problemas nos impidieron apreciar en aquella clásica primera versión de la película dirigida por Michael Wadleigh, algunas presentaciones capitales, que fueron reveladas décadas después. En el caso de Janis Joplin, según cuenta la editora y camarógrafa Thelma Schoonmaker, hubo unos inconvenientes con la cinta que contenía el concierto de la extraordinaria intérprete, quien fallecería al año siguiente, a los 27 años. Tampoco fue incluido en el largometraje la tocada de C. C. Revival, esta vez por cuestiones contractuales que no permitieron a los realizadores incluir canciones del cuarteto californiano liderado por el cantante y guitarrista John Fogerty. Uno de los casos más notorios fue el de The Grateful Dead, animadores del festival y de la subcultura hippie, cuyo concierto sufrió una serie de accidentes debido a la lluvia. El sonido falló permanentemente e incluso Jerry García y Bob Weir, líderes del grupo, recibieron descargas eléctricas de sus guitarras y micrófonos.

Aunque el programa oficial de conciertos anunciaba a los Jefferson Airplane para «cerrar la noche» del sábado, lo que hizo la banda psicodélica de San Francisco fue abrir el domingo con sus alucinadas canciones, viñetas sonoras de la movida de la Costa Oeste. Grace Slick recibe al público con un saludo en el que anuncia las “música maniaca matutina” tras los latigazos de electricidad que había lanzado The Who un par de horas antes (otro de mis momentos favoritos). Eran las 6 de la mañana. Luego del receso, en el que los asistentes aprovechaban para dormir, comer, bañarse en el río o divertirse jugando en el lodo, llegó el turno de otro británico, el cantante Joe Cocker y su grupo, The Grease Band. Ninguna de las versiones que el inglés ha cantado en años posteriores supera a su reinterpretación, esa tarde, de With a little help from my friends, tema original del LP Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) de los Beatles y que, en nuestro medio, se hizo muy conocida como cortina de la recordada serie Los Años Maravillosos.

Después de Cocker, una fuerte tormenta interrumpió brevemente el desarrollo del evento. Tras el escampe, unas horas después, vino otra tormenta, esta vez generada por la guitarra de Alvin Lee y su grupo Ten Years After. I’m going home es un arrebatado rock and roll a mil por hora, que Lee interpreta en estado de catarsis, aferrado a su Gibson ES-335, solo frente al mundo. Esa noche pasaron por la arena importantes grupos como The Band, Blood Sweat & Tears, Paul Butterfield y Johnny Winter, cuyas actuaciones tampoco figuraron en la película. Otra de las máximas atracciones del festival, los debutantes Crosby Stills & Nash, con intermitentes apariciones de Neil Young -quien solicitó expresamente no ser filmado-, saltaron a la tarima como portadores del nuevo sonido del folk norteamericano, casi a las 3 de la mañana. Armados solo con sus guitarras y sus voces, (David) Crosby, (Stephen) Stills y (Graham) Nash interpretan su Suite Judy blue eyes. Finalmente, Jimi Hendrix irrumpió ante un público ya disminuido -la gente había comenzado a irse durante la madrugada- y su concierto, que incluye la famosa interpretación del himno nacional de los Estados Unidos, en que el extraordinario guitarrista zurdo realiza una intensa alegoría acerca de los horrores de la guerra, imitando bombardeos y vuelo de aviones de combate con su electrizada Fender Stratocaster fue visto por una pequeña multitud exhausta, incapaz de percibir el valor artístico de lo que, en ese preciso momento, estaba ocurriendo.

El anecdotario acerca de aquellos artistas que no llegaron a actuar en el Festival de Woodstock es inmenso. Por ejemplo, The Jeff Beck Group -Jeff Beck (guitarra), Rod Stewart (voz), Ron Wood (bajo) y Aynsley Dunbar (batería)-, estuvo programado, pero se separaron una semana antes. El manager de Joni Mitchell decidió no aceptar la invitación, porque pensó que solo asistirían 500 personas. La compositora canadiense compuso, poco después, una canción dedicada al festival, que se hizo famosa en la versión de Crosby, Stills & Nash. Chicago Transit Authority -luego conocidos mundialmente como Chicago, habían estado en la lista original. Sin embargo, tenían un contrato previo con Bill Graham, por lo que en su lugar entró Santana, banda a la que también manejaba en ese entonces. Según el cantante y bajista Peter Cetera “estábamos molestos con él por hacernos eso”.

Los organizadores llamaron a John Lennon para pedir que The Beatles tocaran, pero Lennon exigió que incluyeran a su nuevo grupo The Plastic Ono Band, en la que cantaba su esposa, Yoko Ono. No lo volvieron a llamar. Para George Harrison, asistir a Woodstock tras pelearse con Paul McCartney durante las grabaciones del álbum Let It Be, fue un escape de aquella tensa situación. The Rolling Stones no fueron invitados, por dos razones: la primera, cobraban mucho más de lo presupuestado. La segunda, en ese momento tenían un éxito llamado Street fightin’ man, que podría haber dañado la onda pacífica del festival. Jethro Tull, que para 1969 había lanzado dos alucinantes discos -This was y Stand up! rechazó la invitación. Su líder, Ian Anderson, dijo: «no quiero pasar todo mi fin de semana en un campo repleto de hippies que no se han bañado». The Mothers Of Invention también recibió la oferta, pero Frank Zappa no aceptó: «Hay mucho barro en Woodstock». La participación de The Doors se canceló a último momento. Según el guitarrista Robbie Krieger, desistieron porque creyeron que sería una “repetición de segunda clase del Festival de Monterey”, pero después se arrepintieron de esa decisión.

Hoy abundan los análisis acerca de las verdaderas motivaciones del festival, así como los debates con respecto a la real trascendencia del hippismo y su significado: ¿Eran verdaderos ideólogos juveniles protestando contra la insensatez de los «mayores» o simplemente se trató de la masiva manifestación egocéntrica y hedonista de una generación ansiosa por validar sus comportamientos al margen de lo socialmente aceptado? Lo más probable es que haya tenido de ambas cosas, pero más allá de cualquier opinión personal o de estudios descontextualizados, resulta evidente que en el mundo actual, mientras que asuntos como la paz y el amor están cada vez más alejados de convertirse en insumos de una convivencia armónica, derrotados por la guerra, las ambiciones por poder y dinero, la comercialización del amor, la imagen y sus diversas manifestaciones, la delincuencia pistolera y la corrupción política- la música, sobre todo la que se hizo en aquellos tres días de agosto de 1969, aun vive entre nosotros, aun emociona, aun sorprende. En el 2019, por los 50 años de Woodstock, se estrenó el documental Woodstock: Three days that defined a generation (Barak Goodman), que recoge el espíritu libre y despeinado de aquel “verano del amor”.

 

 

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En cuanto a su carácter disruptivo, como el que exhibe el candidato argentino Javier Milei, sí hay posibilidades de que surja algún símil peruano. Es más, ya ha ocurrido antes en nuestra historia, empezando con Alberto Fujimori y terminando con Pedro Castillo.

Lo que resulta improbable es que sea uno libertario conservador como el economista bonaerense, porque acá hay mucho por andar en materia de reformas económicas, pero no estamos, ni por asomo, cerca del desastre ocasionado por los peronistas en Argentina. Un discurso radical centrado en lo económico solo podría pegar si rompiese los cánones del mercantilismo imperante y se atreviese a proponer ideas contra el statu quo vigente, pero es difícil porque no tiene mucha capacidad de enganche con las preocupaciones ciudadanas.

Más bien, lamentablemente, la narrativa que sí podría tener arraigo disruptivo es aquella que va contra el sistema económico vigente. Lo demostraron las elecciones del 2021 y el fenómeno podría repetirse el 2026, sobre todo si la centroderecha y el gobierno no hacen algo relevante para impulsar la economía y, por ende, asentar positivamente las actitudes hacia la inversión privada y el libre mercado.

Según la encuesta de Ipsos que hemos referido en varias ocasiones, las principales inquietudes cívicas van por el lado de la inseguridad ciudadana y la corrupción. En base a ello, es más probable que surja un Bukele antes que un Milei. Y si lo combina con un discurso económico izquierdista, puede explicar, por ese lado, la aparición de un antiestablishment (siendo, hasta el momento, alguien como Antauro Humala el que más tramo ha recorrido en esa perspectiva).

Lo cierto es que un Milei o un Bukele de izquierda (el mandatario salvadoreño ya lo es) es el escenario más probable en el futuro electoral peruano. Y mientras avanzamos hacia ello, la prensa mayoritaria, la clase empresarial y los políticos de derecha, creen que la estabilidad mediocre de Dina Boluarte, merece contemplaciones y espíritu acrítico, dejándole servida a la mesa a quienes construyen su narrativa en base a la hipótesis de que Boluarte-Otárola y la derecha son lo mismo y es el orden establecido al que hay que derrotar en el siguiente proceso en las urnas.

 

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Argentina, Bukele, centroderecha, Dina Boluarte, Javier Milei

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Los diversos géneros que componen el campo autobiográfico son hasta hoy motivo de discusión crítica. Algunas preguntas que surgen frente a ellos, por ejemplo, interpelan a los textos en su calidad de “garantes” del discurso, pues pretenden ofrecer un relato cargado de valor referencial. En otros casos se cuestiona si el relato compromete una reconstrucción más o menos fidedigna del pasado del sujeto o es, más bien, una interpretación de dicho arco temporal. Por último, la sospecha recae en la idea de que en estos textos el autor construye deliberadamente o no una imagen autoral, una persona que podría no corresponder con exactitud al escribiente de existencia material.

Destino vagabunda, de la poeta peruana Carmen Ollé (1947) se suma ahora al corpus autobiográfico peruano. Se presenta como un libro de memorias. En la portada, la palabra memorias es el humo de un cigarrillo, gesto sin duda cargado de ironía: ¿  serán esas memorias volátiles como el humo, responden a una condición de fragilidad que pone en riesgo la intención del texto de ser veraz, o sugiere acaso la imposibilidad de que el lenguaje pueda reconstruir la experiencia?

Resulta sintomático que la propia Ollé inicie sus memorias con una reflexión puntillosa sobre estas preguntas. Dice: “Contar mis memorias me resulta, hasta cierto punto, un acto de pedantería. Hay una dosis de vanidad en juego, a lo que se suma el pudor de ir desvistiéndose –como en la canción «Déshabillez moi», de Juliette Gréco. No soy fan de Gréco, y la cito porque, al crear la obra, una escritora expone su mundo interior. Pero una escritora es capaz también de poner minas en su trama para hacer explotar al desprevenido lector” (p.9).

Esta advertencia precede, justamente, a un asunto que pone al discurso autobiográfico entre la espada y la pared, porque si la autora se convierte en una “asesina” y destruye, desfigura o acomoda hechos que son comprobables o cuya existencia es respaldada por algún tipo de fuente documental, eso quiere decir que se ha entrado en el terreno de la reinvención personal y de la resignificación del relato sobre su pasado, algo que podría debilitar el rigor de la reconstrucción.

Entonces será posible pensar que más allá de las revelaciones sobre la propia persona –algo que mueve a los lectores hacia este tipo de textos– el lenguaje, la estrategia de composición, el deseo de construir una imagen autoral, adquieren también una importancia que no podremos desdeñar. El deseo legitima no una mentira, sino la proyección de una figura que encarna valores e ideas que la autora suscribe. La verdad no es solo un asunto documental, puede ser igualmente un anhelo que se define en la subjetividad de la persona, aun cuando esto resulta riesgoso.

Muchas veces los textos autobiográficos ponen en escena una intensa lucha entre decir y reprimir. En ese sentido, la autocensura no sería un tema menor, tiene los visos de una necesidad. Ollé menciona que hay cosas “a las que tengo que ponerles mascarilla para estar a tono con la época, porque no puedo decirlas abiertamente” y se refiere luego a a la disputa que ella misma termina “librando entre decir, silenciar, mentir, tergiversar a la hora de hablar de mí o de mi familia” (p.20).

El texto invita a un recorrido pautado por la temporalidad. Se inicia en la infancia, naturalmente y se erige allí un retrato genealógico y familiar, que culmina con el final de la secundaria y el descubrimiento (la lectura, cuándo no) de Simone de Beauvoir, un hito personal en todo el sentido de la palabra. Le siguen el descubrimiento y afianzamiento de la vocación literaria, la militancia poética, el matrimonio con Verástegui y los viajes; luego el retorno al Perú y la vivencia del horror senderista desde la docencia en La Cantuta y el inicio de un intenso activismo feminista. Sigue una apretada memoria de viajes literarios (ferias, congresos, lecturas), la explicación de su relación con la literatura, el amor y la maternidad.

Todo delata, pues, la construcción de una imagen, la representación de fragmentos de experiencia. La autora de Noches de adrenalina (1981), un libro que definiría el perfil de la poesía escrita por mujeres en nuestro país, acomete en Destino vagabunda una aventura que cada lector compartirá a su modo: una aventura en la que ni los posibles silencios ni las probables deformaciones de la memoria estarán en condiciones de restar fascinación a este retrato vital.

Carmen Ollé. Destino vagabunda. Memorias. Lima: Peisa, 2023.

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No puede pasar un día más Alejandro Soto, de las filas de Alianza para el Progreso, como presidente del Congreso. Sus inconductas y delitos son de tal envergadura que desacreditan ya no solo a su persona y sus potencialidades para ocupar tan alta magistratura sino que ensucian al propio poder del Estado que preside.

Parte esencial de la tarea de sostenibilidad del statu quo vigente (de “estabilidad mediocre” que nos rige), pasa porque los poderes del Estado no sigan la espiral de deterioro en la que se han embarcado en los últimos meses, particularmente el Congreso de la República, cuyo pacto tácito con el Ejecutivo (así lo percibe al menos la población), termina por salpicar al gobierno central y embarcarlo en el descrédito general.

Los principales partidos del Congreso (empezando por el fujimorismo) tienen que entender que a los únicos que conviene este deterioro institucional es a las fuerzas radicales disruptivas que asoman en el horizonte electoral para el 2026. Son los Milei de izquierda los que van a cosechar de la crisis institucional que asola al Ejecutivo y al Congreso, ese “pacto derechista” que la narrativa de izquierda ya ha logrado imponer en vastos sectores de la población.

El sur andino del país representa casi el 20% del electorado nacional. Bastará que vote en primera vuelta como lo hizo en la segunda vuelta del 2021 (con más del 80% a favor de Pedro Castillo) para que un candidato de izquierda asegure su pase a la jornada definitoria y eventualmente, si sumamos el voto del resto del país -también irritado con el establishment- pueda darse el caso de una final de dos candidatos de izquierda.

Para que ello no ocurra, aparte de una labor política intensa de las fuerzas de centroderecha en el sur andino, hace falta que los poderes del Estado no se sigan deteriorando ni desacreditando al ritmo vertiginoso en el que lo vienen haciendo, a punta de denuncias de mochasueldos, viajes suntuarios, denuncias penales (como las del presidente Soto), y encubrimientos punibles (como el que benefició a los Niños de Acción Popular).

Hay antecedentes de repunte en las encuestas del poder Legislativo. Daniel Salaverry, cuando ocupó la presidencia del Congreso, el gobierno anterior, duplicó en semanas la aprobación de ese poder del Estado, con un liderazgo que rompió las ataduras con Fuerza Popular.

Eso es lo que se necesita: un presidente del Congreso que ejerza un liderazgo político claro y potente ante el país. Eso no lo va a poder hacer un parlamentario acosado por mentiras y trastadas del pasado, además de denuncias vigentes que se han actualizado.

 

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[AGENDA PAÍS] La victoria de Javier Milei, político libertario, frontal y disruptivo del partido La Libertad Avanza, en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) en Argentina, donde cada partido elije a su candidato presidencial, ha causado conmoción tanto en el país gaucho como en toda América y Latina, y por supuesto, en el Perú.

Es impresionante la cantidad de información en WhatsApp, en las demás redes sociales y en programas de televisión y radio en señal abierta, donde tanto periodistas, influencers, políticos y ciudadanos están manifestándose tanto a favor como en contra del sorpresivo Milei.

Con su peinado rockero de los 80’s, un discurso sin pelos en la lengua, por momentos soez, y propuestas más que disruptivas como la eliminación tanto del Banco Central de Argentina como de más de la mitad de los ministerios que conforman la actual inmensa administración pública de ese país, ha logrado que 30% de los argentinos, hartos del status quo, de la crisis eterna y del discurso vacío, se arriesguen, con entusiasmo, a una nueva y totalmente diferente opción. Como que ya no habría nada que perder.

Milei enfrentará en octubre próximo a Patricia Bullrich, candidata del Macrismo de centro-derecha del partido Juntos por el Cambio y a Sergio Massa, del partido oficialista Unión por la Patria, para determinar quiénes, solo dos, pasarán al balotaje final.

Esta situación me recuerda a la campaña electoral que se vivió en el Perú en 1990. Veníamos del desastroso primer gobierno de Alan García, con una hiperinflación galopante y Sendero Luminoso a las puertas de Lima. Si bien en la Argentina actual no hay terrorismo, el gobierno Kirchnerista aplicó la misma receta que Alan I (control de precios, control de la moneda, gasto público excesivo) para lograr el mismo resultado, alta inflación, destrucción del peso argentino y mayor pobreza.

En la primera vuelta de las elecciones de 1990, un renovado Mario Vargas Llosa, en plenitud de su madurez literaria y política, enarboló la bandera de la libertad lanzándose a la presidencia con un plan de shock económico, duramente atacado por los opositores que financiaron una contra campaña de miedo a lo propuesto por el escribidor. Algo parecido está sucediendo en Argentina en contra de Milei.

Por otro lado, un chinito anti-establishment, Alberto Fujimori, con un discurso de cambio (pero gradual), y haciendo gala de su sencillez manejando un tractor, sorprendió a todos llegando al segundo lugar con 29%, muy cerca de un decepcionado Vargas Llosa que no superó el 33%.

“Yo soy el no shock” decía Fujimori. Y con ese paraguas de campaña, episodio del bacalao incluido, ganó la segunda vuelta con un contundente 62.5%. El resto es historia.

Ya sentado en el sillón presidencial, al constatar la magnitud del problema de la hiperinflación y reservas negativas, opta por un shock económico, aquel anunciado por el premier Hurtado Miller que luego de dejarnos atónitos con la enorme subida de precios que se venía, concluyó con “que Dios nos ayude”.

El caso argentino puede tener un final similar. El miedo que los opositores van a desencadenar atacando las políticas de Milei puede tener un efecto en el electorado sobre todo si el candidato libertario pasa a segunda vuelta.

Entonces, también recordemos al candidato Ollanta Humala del 2011, rojo en primera vuelta, rosadito en la segunda con su Hoja de Ruta. Si Ollanta insistía en su plan original, probablemente no ganaba.

Milei es hábil. Está bien asesorado política y publicitariamente, pero un tema que él y sus asesores tendrán que definir, es que, si con el mismo discurso agresivo y disruptivo que probablemente lo lleve a segunda vuelta, podría también ganar la presidencia.

Que Dios los ayude.

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[LA TANA ZURDA] Recuerdo los años ochenta con gran claridad y como si fuera ayer ya que fui realmente tocada en el alma por la música que de pronto se escuchaba en la radio y cuya producción salía de un artista que fusionada nuestros ritmos negros (cajón)  con la cadencia del rock tradicional, este músico era el gran Miki González»

Miki González revolucionó nuestro rock y mágicamente se unió a una familia con un gran talento musical.  Él visitó El Carmen y se sumergió en la casa de los Ballumbrosio para producir auténtica música de fusión negra.  Pronto, temas como “Akundún”, “Lola”, “Dimelo”, entre otros muestran esa fusión peculiar y brillante, al juntar esos ritmos, Miki Gonzalez, junto a Filomeno Isidro Ballumbrosio Guadalupe y Eduardo Freyre marcan una gran época en el Perú ya que mezclan ritmos contemporáneos con cadencias de un rock clásico pero que al unirse suenan armónicamente y ofrecen nuevos sonidos.  Por primera vez se veía en el ámbito del rock nacional un cajonero de descendencia negra que ya marcaba la historia del escenario musical limeño. Luego con Don Amador Ballumbrosio Mosquera y al involucrar a todos sus hijos, Miki propone una nueva faceta en el escenario nacional.

Acordémonos que no solamente Miki González revolucionó el ámbito musical combinando distintos matices musicales, sino que también propuso temas nuevos, algunos con un fuerte mensaje ecológico («El mar”) o crítica racista “Lola”, “Dimelo, dimelo”.

Se celebra la vida del músico siempre, pero ahora tenemos la suerte de festejar el aniversario 50 con el artista así que acompañen al súper músico en su concierto.

Este sábado 19 de agosto, Miki González se presentará en una única función en el Anfiteatro del Parque de la Exposición para celebrar sus cincuenta años artísticos.  Desde esta esquina, se le desea lo mejor y que sigan los éxitos.

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