Opinión

El voto de confianza obtenido ayer por el gabinete Adrianzén no representa el respaldo político que usualmente acompaña estas decisiones. No le otorga fuerza política alguna, porque claramente está basado en una coalición negociada previamente, con concesiones ministeriales, con el ala quebrada por la aún inexplicada situación de los Rolex del escándalo.

Mientras no se explique claramente al país el origen y fundamento de las costosas joyas obtenidas por la presidenta Boluarte, este gobierno sufre de un menoscabo de legitimidad que irá creciendo con el pasar de los días en que esa explicación no llegue.

Ya antes del escándalo, la aprobación del gobierno era de 9%, según Ipsos. Hoy debe estar en una cifra aún menor porque los relojes de alta gama que han escandalizado al país tocan la fibra más sensible de la opinión pública, que ya veía en la corrupción el problema mayor del país, por encima, inclusive, del tema de la inseguridad ciudadana, lo que ya es bastante decir.

La frivolidad palaciega pasa factura. Recordemos cómo el gobierno de Ollanta Humala empezó su declive cuando la primera dama, Nadine Heredia, cayó, presa de sus aspiraciones sociales, en la trampa de la ostentación y los lujos inexplicados.

Los pobres del Perú, que son cada vez más por culpa de la crisis económica y el mal manejo de los programas sociales, que se sienten abandonados a su suerte por una salud pública indigna e inexistente, por una educación pública en estado de abandono, que ven sus escasos ahorros sustraídos impunemente por la delincuencia, observan con tremenda irritación y cólera las muestras de riqueza mal habida, sin duda, de una presidenta que llegó al poder por una casualidad del destino, en representación de una laboriosa clase media, sin capacidad de adornarse con lujos como los denunciados.

Resulta inexplicable que la derecha congresal no se dé cuenta del desprestigio inmenso que ello le ocasiona a sí misma. Entregarle un cheque en blanco a un régimen sobre cuya cabeza pesan fundadas sospechas de corrupción, que tranquilamente podrían poner sobre la mesa del debate una vacancia por incapacidad moral, es un suicidio compartido que va a pasarle factura política en los próximos comicios electorales. Lo que la derecha congresal ha hecho con el gabinete Adrianzén no ha sido extenderle un tamiz de legitimidad sino un manto de impunidad.

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El fin de semana en medio del allanamiento del domicilio de la presidenta Boluarte por el “caso de los Rolex”, el ahora exministro del Interior, Víctor Torres Falcón, concedió una entrevista en un noticiero dominical para cuestionar el accionar de la Dirección de Delitos de Alta Complejidad (DIVIAC), pero también para terminar de sepultar sus días a cargo del sector. 

Ante el cuestionamiento de la entrevistadora por la situación de la (in)seguridad en el país, el extitular respondió que la criminalidad había descendido sin decidirse entre si esta reducción era solo “un tanto” o “considerablemente” para, finalmente, aseverar que se trataría de “un tema de percepción”. 

Durante la gestión de Torres Falcón se produjo el robo de una laptop dentro del recinto del Ministerio del Interior (MININTER); el intento de sicariato en un popular restaurante San Miguel; el escandalo que involucró a tres agentes de la PNP (en estado de ebriedad) disparando sus armas reglamentarias al aire y apuntándolas hacía turistas nacionales en el balnearia de Cerro Azul. Y solo estamos hablando de ocurrencias del último mes. ¿Cuáles, por ejemplo, son los resultados de los estados de emergencia declarados en las provincias de Pataz y Trujillo ya hace más de un mes? 

Por lo general, cuando nos referimos a la seguridad hay dos dimensiones que debemos tomar en cuenta. 

La dimensión objetiva hace referencia a la ocurrencia material de delitos y la cobertura que puede tener el servicio de seguridad pública. Esta misma se puede medir mediante encuestas de victimización delictiva que permiten tener una idea de las características del victimario, como también la prevalencia e incidencia del mismo.

La dimensión subjetiva, a su vez, se basa principalmente en las percepciones sobre el miedo al delito y los niveles de confianza que la ciudadanía puede tener en las instituciones de control como la Policía Nacional del Perú (PNP) y el Poder Judicial, que se miden mediante encuestas de opinión ciudadana. 

El exministro parece confundir ambas dimensiones de la seguridad ciudadana en un contexto de creciente complejización del crimen en el país y la región. No hace falta citar encuestas o presentar datos estadísticos cuando una situación es tan palpable como la que actualmente se vive en el país. En términos simples, la gente se siente insegura porque la calle se ha vuelto insegura. 

Y porque la crisis política desatada hace ocho años, cuando Keiko Fujimori decidió que iba a “gobernar desde el Congreso” con su mayoría absoluta parlamentaria, no ha terminado su espiral descendente. Una espiral que ha desembocado en un contexto donde la actual mandataria tiene el nivel de aprobación más bajo de la región y donde, lamentablemente, ya nadie cree en nada ni nadie. 

A lo mejor, la percepción a la que se refería el ministro era la suya: una percepción de la realidad completamente alterada. 

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Allanamiento, MININTER, Policía Nacional del Perú, seguridad ciudadana, Víctor Torres Falcón

Como una gran mayoría de peruanos, yo fui educada dentro de la doctrina católica, en un colegio de monjas, por añadidura, donde desde chiquita nos hacían leer la Biblia, ir a misa, escuchar las clases de religión y repetir las frases adecuadas para cada ritual.

La Semana Santa era uno de esos acontecimientos importantes, que desde la mirada infantil podía significar dos cosas: vacaciones cortas en la playa o recogimiento familiar para comer ese salado bacalao con garbanzos que –menos mal– solo volveríamos a ver en las mismas fechas el año siguiente.

Pero creciendo fui dándome cuenta del significado de la Semana Santa y por qué es una fecha que reabre muchas esperanzas, seamos practicantes o no.

Una de las grandes interrogantes de los seres humanos desde tiempos prediluvianos es qué pasa después de la muerte. La ciencia hoy no logra dar una respuesta absolutamente conclusiva. Cada vez es más creciente el número de personas que apuestan a que la vida de cada uno acaba completamente después de que dejamos de respirar, por lo que las causas de la vida misma en este planeta se reducen a una cuestión de simple casualidad. La vida en general y la humana en particular, luego de la evolución desde algún primate antiguo, es una simple cuestión de suertes y coincidencias. Nada de Dios ni un espíritu creador. Por lo mismo, nada de una vida después de la materia. Como dice el refrán, «la vida es una sola».

Sin embargo, muchos preferimos explorar el territorio de la creencia para poder mirar nuestra precaria existencia en este planeta como un camino hacia un final menos incierto y oscuro. Pese a los descreídos, seguimos siendo una amplia mayoría los que fijamos nuestras expectativas en que alguna forma de continuidad debe darse, porque, si no, sería realmente absurdo que estemos aquí.

A menos que seamos psicópatas, en términos culturales las sociedades contemporáneas le dan un espacio a la empatía y a la solidaridad con los menos aventurados. Se supone que la política misma debe estar dirigida a mejorar las condiciones de vida de la población menos favorecida. Es decir, a pesar de que podamos creer que nada pasa después de la muerte, nos empeñamos a que en esta vida algo pueda hacerse para hacerla más llevadera.

Y esta tendencia que parecería no tener nada que ver con la religión, sino con los simples derechos humanos establecidos en un mundo secularizado, remite sin embargo a la idea que, según el mito cristiano, Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Por lo tanto, una existencia digna es lo mínimo que tendríamos que lograr para lograr cierta coherencia con ese origen, al menos desde el punto de vista de los creyentes.

La Semana Santa nos recuerda el martirio y muerte humana de Jesús, ese enviado de Dios en forma humana para redimirnos del pecado original, es decir, el que cometieron Adán y Eva al morder la manzana del paraíso y por lo tanto perder su inocencia primigenia. Creamos o no en esta narrativa cristiana, lo cierto es que Cristo (el ungido, título que se le añadió a posteriori a

Jesús) se las vio negras entre soldados romanos, fariseos y clavos que a cualquiera le causarían dolores insoportables.

Pero además de toda esa tortura (pensemos en las víctimas del genocidio en Gaza) lo curioso es que al tercer día volvió a la vida material, en carne y hueso, y los testimonios de sus discípulos y otras personas que lo rodearon apuntan a que subvirió el orden biológico a través de un poder que la ciencia de entonces y de ahora difícilmente podría explicar.

Creamos o no en esta historia, la simple posibilidad que que continuemos de alguna manera en este universo después de la muerte debería darnos fuerzas para seguir adelante en el mejoramiento de esta vida.

Quizá no resucitemos en carne, como dice el mito cristiano, pero algo podría quedar si nos conducimos según valores mínimos de convivencia y amor al prójimo.

Que la Semana Santa no sea solamente para ir a la playa y parrandear. Dentro de nosotros despertemos al Jesús que nos insufle de esperanza. 

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la resurreccion, Semana Santa

En las redes sociales hay un fenómeno muy interesante, seguro estudiado y con nombre, pero en el que recientemente he reparado, que es el de comentar artículos y noticias de periódicos y revistas especializadas guiándose tan sólo del encabezado que lo acompaña. Páginas de noticias, de divulgación científica y análisis político y social, atraen a un mar de comentaristas que cuestionan el contenido del texto inspirándose tan sólo en la sumilla y el titular. 

No son trolls que lo hacen por motivos laborales, sino por contemplarse como víctimas de una agresión moral contra la veracidad de sus creencias. Los distingue esa predisposición de que les da razón para atacar.  Si se aborda un tema de género o peor aún su autor es mujer o de la población lgbtiqa+, el titular debe ser cuestionado pues alimenta la cultura woke, la violencia feminista, la confusión de la identidad sexual. Todas artimañas que buscan derrumbar la familia provida. Cuando se anuncia que una obra literaria llevada al cine será interpretada por actores de fenotipo distintos al de su autor, sea Shakespeare u Homero, la obra es un sin sentido que busca agacharnos ante razas que ahora imponen los medios comunistas y antinacionalistas de entretenimiento. Cuando se publican fotografías de nuestro planeta desde el espacio, resulta que es un engaño porque el cielo no es más que un domo que cubre una tierra plana con límites aún por ser establecidos. La física, la matemática, los estudios culturales, la literatura y las ciencias de la vida, usualmente albergados en universidades y otros circuitos de arte y conocimiento, para estos comentaristas son un enemigo creado contra el fundamento principal de sus creencias: la Biblia. 

Es cierto que la modernidad sacó del juego a la escolástica de las universidades y de los centros de conocimiento, una corriente dedicada a demostrar científicamente la existencia de Dios, sus obras y naturaleza. En oposición, la modernidad impuso a la producción industrial y a todas las ciencias el conseguir un progreso económico y social que sin duda cambió el sentido de la humanidad y que hoy nos tiene en vilo ante una debacle medioambiental. Pero criticar a la modernidad retornado a la escolástica es retornar a un estado premoderno, anterior a los tiempos de la independencia del Perú, cuando teníamos población esclavizada y no éramos siquiera los dueños de nuestro suelo. ¿Cómo puede ser deseo de algunos comentaristas el retornar a ser colonia de un imperio transatlántico? ¿Cómo puede ser razón para restar con orgullo importancia a la costumbre de leer, de distinguir al mito de la evidencia y la comprobación? Porque si de la modernidad con algo se quedan, es con las explicaciones que justifican el racismo y la discriminación de todo aquello que no sea ícono de una brava masculinidad. 

En Estados Unidos hasta el año 2019, el 40% de su población era creacionista, seguros de la existencia de Adán y Eva y de que llevamos tan sólo seis mil años de humanidad (Gallup, 2020). Con el aumento de la formación universitaria (a la que accede ya cerca de la mitad de su población) aún hoy, el 80% de su población considera que la Biblia fue inspirada por Dios (Gallup, 2024). En Perú, las universidades tampoco podrían resolver que muchos peruanos y peruanas se opongan a la Teoría de la Evolución, pues existen casas de estudio que aún mantienen posturas escolásticas y defienden el creacionismo. Algunas lo llevan a extremos, pues al pertenecer a redes internacionales de centros de formación superior de su misma religión, retroalimentan entre pares los resultados de las investigaciones de sus docentes y estudiantes para sustentar la Biblia y las posturas que los comentaristas escolásticos defienden. Año a año, la creencia en Dios no se reduce en el Perú, y los fieles protestantes a la Biblia van en aumento, son ya la cuarta parte de nuestra población (Ipsos 2022). 

Si queremos pensamiento científico peruano, hay docentes, muchísimo qué hacer. 

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La evidencia científica señala que nunca ha habido tanta anchoveta en el mar peruano como ahora. Sin embargo, la miopía e indolencia de las autoridades están haciendo que la pesca de ese recurso no se produzca y perdamos cientos de millones de dólares.

En el sur del país, donde la situación es más crítica, entre el 98 y el 2011 se pescaba en promedio 668 mil toneladas; entre el 2012 y el 2016, 289 mil toneladas; y entre el 2016 y el 2023, apenas 169 mil toneladas, según informe de Macroconsult.

¿Cuál es el problema? El mantenimiento de la talla mínima de doce centímetros de la anchoveta para poderla pescar, bajo la presunción de que recién entonces es cuando ya se reproduce y, por ende, se puede pescar. Pero diversos estudios realizados por el Imarpe demuestran que factores climáticos han hecho que la talla mínima para que el desove ocurra vaya disminuyendo y, por ende, esa disposición lo único que hace es hacer perder la pesca de inmensos recursos y de aplicarse no se pondría en riesgo el ecosistema sostenible.

Se estima que, entre 2016 y 2023, el desembarque de anchoveta podría haber alcanzado las 963 mil toneladas si se tomaban en cuenta los datos de Imarpe y la talla mínima de captura se reducía a 10.5 centímetros. Además, se podría haber registrado una producción de 233 mil toneladas de harina de pescado y 24 mil toneladas de aceite de pescado.

En lo que respecta a las exportaciones, calcula Macroconsult que con la harina y aceite de pescado, se podría haber llegado a los 594 millones de dólares si se reducía la talla mínima de captura vigente entre 2016 y 2023.

Otro de los datos alarmantes que recogió Macroconsult revela que, actualmente, la zona sur apenas contribuye con un 8% al PBI de pesca nacional. Además, estas deficiencias han significado, desde el 2012 hasta la fecha, una pérdida que alcanza la alarmante cifra de 1.9 mil millones de dólares en el rubro de exportaciones.

Ojalá que con la salida de la obtusa ministra Ana María Choquehuanca, que prestaba oídos sordos a esta realidad saltante, cambien las cosas en un sector de crucial relevancia para la recuperación económica del país.

JOSE LUIS OLIVERA | Director de Unidad de Negocios – Grupo PRACDA 

En la era digital, la tecnología ha permeado todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, incluidas nuestras relaciones familiares. Desde la forma en que nos comunicamos hasta cómo pasamos nuestros tiempos juntos, la tecnología ha transformado radicalmente las dinámicas familiares, ofreciendo nuevas oportunidades, pero también planteando desafíos significativos. 

En primer lugar, es importante reconocer los beneficios que la tecnología ha traído a la vida familiar. La comunicación instantánea a través de mensajes de texto, llamadas de voz y videollamadas ha acortado las distancias, permitiendo que las familias se mantengan conectadas a pesar de la separación geográfica. Además, la tecnología ha facilitado la planificación y organización familiar, con aplicaciones y herramientas en línea que ayudan a coordinar horarios, compartir listas de tareas y administrar las finanzas del hogar de manera más eficiente.

Sin embargo, junto con estos beneficios vienen una serie de desafíos que no deben pasarse por alto. El uso excesivo de dispositivos electrónicos puede conducir a una desconexión emocional dentro de la familia, con cada miembro absorto en su propio mundo digital en lugar de participar activamente en las interacciones familiares cara a cara. Además, el acceso constante a la tecnología puede dificultar la desconexión y el tiempo de calidad en familia, ya que las distracciones digitales pueden interrumpir momentos importantes de convivencia y conexión genuina.

Para abordar estos desafíos, es fundamental establecer límites claros en el uso de la tecnología dentro del hogar. Esto incluye establecer períodos de tiempo específicos libres de dispositivos electrónicos, como durante las comidas familiares o antes de acostarse, para fomentar la comunicación interpersonal y el tiempo de calidad juntos. Además, es importante modelar un comportamiento equilibrado con respecto al uso de la tecnología, siendo conscientes de nuestras propias acciones y priorizando las relaciones familiares sobre las distracciones digitales.

Otro aspecto crucial es promover la educación digital dentro de la familia, enseñando a los niños y adolescentes a utilizar la tecnología de manera segura, responsable y consciente. Esto incluye enseñarles sobre los riesgos asociados con el uso excesivo de dispositivos electrónicos, como la adicción a la pantalla y el ciberacoso, y brindarles las herramientas necesarias para proteger su privacidad en línea y desarrollar hábitos saludables de uso de la tecnología.

En última instancia, encontrar un equilibrio saludable entre la tecnología y la vida familiar requiere una comunicación abierta, una planificación consciente y un compromiso compartido por parte de todos los miembros de la familia. Al aprovechar los beneficios de la tecnología mientras se gestionan los desafíos que presenta, podemos crear un entorno familiar más armonioso y conectado en la era digital.

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En el caótico espectáculo del escenario político nacional, donde los intereses compiten como olas en un mar turbulento, la presidenta Dina Boluarte se ha lanzado de lleno al papel estelar en un drama político que parece más propio de las exageradas tramas de las telenovelas. Su último encontronazo con la justicia, que ella dramatiza como un asalto organizado contra su persona y la mismísima democracia, ha elevado la tensión a niveles propios de un guion de conspiración de serie B.

Y qué decir del episodio más reciente en el culebrón del «Caso Rolex», donde los fiscales irrumpieron en el hogar de la mandataria como si se tratara de una redada en una operación policial de Hollywood. Con un tono que mezcla indignación y resentimiento, Boluarte acusa a diestro y siniestro a aquellos que ella considera sus enemigos, pintándose a sí misma como la heroína incomprendida, perseguida por las sombras y ‘caviares’ de la noche, según sus cómplices.

La trama se complica aún más con la revelación de una serie de ataques que la presidenta detalla minuciosamente, destacando cada afrenta a su honor y cada intento de menoscabar su autoridad. Desde las acusaciones de encubrimiento de Vladimir Cerrón hasta la misteriosa desaparición del «cuaderno de ocurrencias», cada incidente se convierte en otro capítulo de la epopeya de la mandataria.

Pero lo que realmente nos tiene pegados al asiento de este espectáculo es la actuación estelar de Boluarte como la abanderada de la democracia, el estado de derecho y la Constitución. Sus constantes llamados a la acción, convocando a sus seguidores a unirse en su defensa, nos hacen sentir como si estuviéramos viendo una película de superhéroes barata, donde ella es la superheroína contra los malvados que la rodean.

Ah, pero claro, esta retórica debe elevarse más allá de meras palabras y encontrar su sustento en acciones tangibles. ¡La democracia demanda que su ilustre presidenta y líderes políticos rindan cuentas, se desenvuelvan con transparencia y, por supuesto, siempre digan la verdad! Qué fácil habría sido para la distinguida mandataria explicar el origen de aquellos relucientes relojes Rolex que adornaban su muñeca y a los cuales presta poca atención su primer ministro. ¡Recibir a los fiscales, mostrarles sus exquisitos relojes de alta gama y explicarles cómo llegaron a sus manos no habría sido más que un simple paseo por el parque!

Como todos sabemos, en la política no todo es lo que parece. Y mientras la presidenta Dina Boluarte sigue luciendo sus lujosos relojes Rolex con una elegancia tan descuidada como sus explicaciones, la trama continúa girando, manteniéndonos en vilo sobre cuál será el próximo capítulo en este circo político de nunca acabar.

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Ni un solo ministro renunció por el escándalo de los Rólex. Tuvieron que ser renunciados seis de ellos, a solicitud de la mayoría congresal que aprovechó la crisis gubernativa y la pendiente solicitud de confianza del gabinete Adrianzén para forzar sus pedidos y obtenerlos.

El gobierno de Dina Boluarte está cada vez más débil y su ya enorme impopularidad seguramente crecerá en las encuestas venideras por la impericia para manejar el escándalo en curso. Es un régimen sujeto con babas y expuesto a que un futuro ventarrón -que puede ser un coletazo del aún no resuelto Rolexgate- se lo lleve de encuentro.

Desde la derecha se oponen al adelanto de elecciones porque están convencidos de la impropiedad de las autoridades del Jurado Nacional de Elecciones y de la ONPE y temen que un proceso electoral con ellas al mando solo servirá para repetir el plato del 2021.

La verdad, sin embargo, es que no existe una sola prueba que incrimine a ambas autoridades en irregularidades cometidas en el proceso electoral que llevó a Castillo al poder y toda la alharaca del presunto fraude acabó en nada, porque era más majadería que realidad.

El temor de la derecha más bien debería fijarse en que la continuidad de este gobierno mediocre y paralizado de Dina Boluarte es el mejor caldo de cultivo para la irrupción, con más fuerza inclusive que el 2021, de candidatos radicales disruptivos. El descrédito creciente del Ejecutivo y el Congreso alimenta a la izquierda radical, que ve con gozo, cómo se degrada la derecha peruana y calcula ya la inmensa cosecha electoral que obtendrá de ello.

Es verdad que el panorama electoral del centro y la derecha peruana es hoy un festival promiscuo por la cantidad de candidaturas que se aprecia, pero eso va a ser peor el 2026. No hay ningún ánimo conciliador ni unificador en este sector ideológico que no es capaz de percibir que, a pesar de todo, la mayoría del país se sigue definiendo de centro y de derecha, como corroboran los estudios que regularmente hacen al respecto Ipsos y el IEP.

Ello se va a evaporar si la proliferación de candidaturas aumenta, como todo lo hace prever y, además, aumenta, como también es previsible, el deterioro de un régimen coludido con un Legislativo, que la ciudadanía de a pie percibe como una coalición derechista fallida. Si hoy no parece el momento indicado para convocar elecciones generales, el 2026 será peor.

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Si el mundo fuese racional, en 1947 Israel y Palestina hubiesen dividido territorios. No digo que hubiese sido la solución más justa, sino una que hubiese combinado justicia y poder. Los palestinos ocupan ese lugar hacemiles de años, los judíos fueron expulsados por los romanos a inicios de la era cristiana.

En el siglo XIX, con la explosión de los nacionalismos, surgió el movimiento sionista, que llamó al pueblo judío a formar un hogar nacional en la Tierra Santa de Moisés, es decir, volver 1900 años después. Y así comenzaron paulatinamente a repoblarla, pero allí, reitero, estaban los palestinos, desde siempre. Cuando en 1948 se fundó Israel de manera unilateral y pateando el tablero de las negociaciones que venía realizando la ONU, 10% de la población era judía pero también es verdad que, por lo mismo, los palestinos tampoco querían saber nada con la partición del territorio.

Una clave fundamental es el Islam. Cuando Mahoma en el siglo VII viajó de La Meca a Medina y fundó una nueva religión monoteísta que pobló de adeptos gran parte de Asia, África, y algo de la Europa occidental y balcánica, los judíos hacía siglos que vivían su diáspora. Hacía siglos se habían dispersado por el mundo, más por Europa Central y del Este debido a las prohibiciones del emperador Justiniano en el siglo VI de nuestra era, quien pretendía que todo su Imperio abrase el cristianismo.

En suma, en lo que hoy se conoce como Israel quedaron los palestinos, la mayoría de ellos musulmanes, y una minoría cristiana de la que proviene la mayor parte de la colonia palestina en el Perú. Y alrededor todo el mundo árabe y musulmán con algunos bolsones de cristianismo desperdigados aquí y allá que se hicieron más grandes durante las cruzadas -siglos XI a XIII- y que luego se redujeron hasta la mínima expresión cuando cayó Constantinopla, la otra capital del Imperio Romano, en 1453. Por ello, poco después, Vlad Lepes, o Vlad Dracul, señor feudal de Transilvania tuvo que enfrentar las huestes turcas con métodos poco ortodoxos, hasta que a Bram Stocker se le ocurrió convertirlo en vampiro y situarlo en la convulsa Londres de finales del siglo XIX, revoloteando entre Lucy y Mina.

Por esos mismos años, cuando los judíos comienzan a volver a la Tierra Santa de Moisés, las cosas finalmente estaban parejas entre Occidente y el mundo árabe, había cierto equilibrio estratégico a pesar del apabullante neocolonialismo industrial europeo. Pero en 1948, con la creación del Estado de Israel se rompió de nuevo el equilibrio y volvimos a dar vueltas en círculo, a veces con y a veces en contra de las manijas del reloj de la historia.

La historia de la humanidad es la historia de los imperios, desde que se cayó la semilla del árbol, fecundó en la tierra y la civilización se hizo civilización, es decir, se sedentarizó. Los Egipcios conquistaron a todos a su alrededor, esclavizaron a los judíos, los romanos conquistaron a los egipcios, los incas conquistaron a chancas y huancas, los españoles a todos ellos, también aaztecas etc.

En el siglo XX, ni la democracia, ni los derechos humanos cambiaron eso. Atenas, la madre de la democracia antigua, conquistó por la fuerza todas las polis del Egeo. USA, la madre de la democracia moderna, conquistó al mundo después de la Gran Guerra de 1914, pobló de dictaduras su patio trasero -es decir Latinoamérica- durante la Guerra Fría y ahora lucha por mantener su imperio, China arremete. Pero si fuésemos racionales, y si la lógica del Estado moderno no remitiese necesariamente a Maquiavelo, Hobbes y Weber, partiríamos a Israel en dos mitades, una para los judíos, que se llamará Israel y otra para los palestinos, que se llamará Palestina. ¿No es esa la enseñanza del rey Salomón?

Esta solución, que es humanamente imposible porque el hombre prefiere imperar antes que razonar, no traería la paz inmediata. Los fanáticos de cada bando se atacarían un tiempo más, aunque es posible que, con el tiempo, terminasen acostumbrándose. Igual son pamplinas, Estados Unidos está allí para impedirlo. Si algo nos enseñala historia es que el genocidio nunca se interpuso a losintereses materiales.

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