Opinión

[LA COLUMNA DECA(N)DENTE] El cambio de votos por impunidad es una práctica política cuestionable que implica problemas éticos y legales. Esta práctica plantea dos problemas. En primer lugar, el cambio de votos por impunidad puede considerarse un acto de corrupción. Los congresistas que cambian sus votos a cambio de impunidad están utilizando su posición para obtener beneficios personales, como la impunidad, a expensas del interés público. Esto compromete la integridad del sistema político y socava los principios de la representación política.

Los congresistas, al utilizar su posición para obtener impunidad, están abusando de la confianza depositada en ellos por los ciudadanos. En lugar de representar los intereses de la sociedad, están utilizando su influencia para protegerse a sí mismos.

En lugar de actuar como representantes del pueblo, están priorizando sus intereses personales sobre las necesidades y deseos de quienes los eligieron. Esta situación socava la confianza en el sistema político, lo que puede tener consecuencias a largo plazo para la estabilidad y la legitimidad de la democracia.

En segundo lugar, el cambio de votos por impunidad viola principios éticos fundamentales que deben regir la conducta de los congresistas. La ética política implica el comportamiento moral y responsable de los representantes electos en el ejercicio de sus funciones. En ese sentido, los congresistas tienen la responsabilidad ética de actuar en beneficio de la sociedad que representan.

Al cambiar sus votos para obtener impunidad, los congresistas están desviándose de esta responsabilidad. La ética política exige transparencia y honestidad en el ejercicio del poder. Cuando los congresistas negocian impunidad a cambio de votos, están socavando la confianza pública y minando la transparencia que debería caracterizar el proceso legislativo.

La ética política también está vinculada a la integridad personal de los representantes electos. Cambiar votos por impunidad puede implicar una falta de integridad, ya que los congresistas están comprometiendo sus principios éticos en aras de beneficios personales.

Finalmente, el cambio de votos por impunidad es perjudicial para la democracia. La violación de la ética política no solo compromete la integridad de los congresistas, sino que también erosiona la confianza pública en el sistema democrático. Fomentar la ética en la política es esencial para preservar la integridad de las instituciones democráticas y garantizar que los representantes electos actúen en beneficio de la sociedad en su conjunto.

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[TIEMPO DE MILLENIALS] No todo es alegría y felicidad durante la Navidad. Especialmente para el planeta. Las fiestas empiezan en los primeros días de diciembre con las diversas celebraciones en los trabajos, con clientes, encuentros con amigos, entre otros y van hasta el 2 de enero.

Para gran parte de la población mundial, el desperdicio de alimentos se ha convertido en costumbre: comprar más alimentos de los que necesitamos en los mercados, dejar que las frutas y verduras se estropeen en casa o servir porciones más grandes de lo que podemos comer.

En medio de las festividades de fin de año, la generación de desechos alimentarios se convierte en un desafío crucial que afecta tanto la economía como el medio ambiente.

Con toneladas de comida desperdiciada durante la temporada navideña y año nuevo, es necesario abordar este problema y adoptar estrategias que nos permitan disfrutar de las celebraciones sin contribuir al desperdicio alimentario.

De acuerdo con el Banco de Alimentos Perú, se desperdician 9 millones de toneladas de alimento al año en Perú y con ellos, 2 millones de peruanos podrían alimentarse. Esta cifra se incrementa -de acuerdo con un estudio de Too Good To Go- a más del 20% en las celebraciones navideñas.

Para contribuir de manera individual a reducir este impacto, pongamos en práctica los siguientes consejos:

  1. Planificar el menú semanal y para las fiestas, las cenas navideñas y de año nuevo.
  2. Comprar solo lo que necesitamos.
  3. Entender el etiquetado de los alimentos: la fecha de caducidad indica la fecha a partir de la cual no se puede consumir un alimento, mientras que a partir de la fecha de consumo preferente puede disminuir su calidad, pero sigue siendo comestible.
  4. Congelar las sobras.
  5. Comprar productos locales que reducen la huella de carbono al no necesitar trasladarse en distancias largas.
  6. Comprar al pequeño comercio.
  7. Preferir productos de temporada.
  8. No descartar las frutas y verduras por su aspecto.

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Desperdicio Alimentario, Estrategias Reducción, Festividades Navideñas, Sostenibilidad

[PIE DERECHO]  No se logra entender por qué la derecha es la que menos distancia crítica tiene del gobierno de Dina Boluarte. Según la última encuesta del IEP, aún un 16% de los que se identifican como de derecha lo aprueba (era el 27% a inicios de la gestión), mientras que entre los que se identifican de centro solo lo aprueba el 8% y entre los de izquierda el 3%.

Es verdad que el actual régimen ha logrado relativa estabilidad y ese es un anhelo caro a la derecha, pero es una estabilidad muy mediocre. Los principales problemas del país no son resueltos. Como dice Patricia Zárate, del IEP, “la percepción es que todo ha empeorado en el último año: la situación económica y política se percibe peor, con 73% y 69%, respectivamente; el 81% considera que la seguridad está peor y el 68% cree que la corrupción ha aumentado”.

Alberto Otárola es un buen operador político. Su mano activa, detrás de bambalinas, ha estado presente en el desenlace de la crisis del Ministerio Público y también en que el Congreso no haya discutido la destitución de la Junta Nacional de Justicia. Su pasado izquierdista lo ha dotado, al parecer, de capacidad de moverse en varios escenarios complejos, manejando actores y voluntades a su favor. Pero no es el Premier que mire el país con grandes soluciones. No es el líder ministerial que corrija la parálisis de algunos sectores bajo su manto ejecutivo.

Así, si según diversas percepciones y encuestas, es el verdadero poder, por encima del de Boluarte, se explica por qué la desaprobación general del gobierno. No es un Premier estadista sino uno hiperpolítico que le saca al régimen las castañas del fuego, pero no mucho más que eso.

¿Por qué la derecha avala este estado de cosas y no se solivianta respecto de anhelos caros a ella, como el orden social o crecimiento económico, por ejemplo? Ya no le pidamos que incorpore a su mochila de desvelos, una política de derechos humanos (seguramente aplaudió la represión violenta de principios de año) o una estrategia de mejora de la salud y la educación públicas, pero al menos en dos aspectos esenciales como los señalados (seguridad interna y parálisis económica) tiene argumentos de sobra para adherirse a una activa oposición.

 

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[EN EL PUNTO DE LA MIRA] Por eso, cada diez años, es importante saber cuántos peruanos somos en el Perú y cuáles son las necesidades que aún faltan cubrir, para poder tener un Estado que –a través del tiempo- cubra dichas demandas. Pero detengámonos en las lecciones que nos deja el censo del año 2017.

Una de ellas es el convenio que realizó el INEI con las universidades privadas César Vallejo –de César Acuña– y Telesup –del excongresista José Luna–. Aunque el INEI se haya amparado en la ley para sostener que la realización del censo garantiza la confidencialidad individual, es políticamente incorrecto establecer convenios con universidades que tienen fines más allá de lo educativo. ¿Dónde quedaron –por ejemplo– las universidades nacionales como San Marcos, Federico Villarreal y la UNI?, ¿se los convocó? Al respecto, no dijeron nada.

Otro punto –y muy importante– es la agresión que sufrió una joven empadronadora en Breña y la violación sexual que sufrió otra joven empadronadora en Villa El Salvador. Esta situación muy grave nos hace pensar en qué tipo de sociedad se ha ido formando, durante décadas, en el Perú. Sé que es importante la autoidentificación étnica para poder visibilizar como sujetos de derecho a las comunidades afro, nikei, entre otras, pero dónde queda el tema de la sexualidad relacionado a la salud mental. Por ejemplo: ¿el Estado –a través del Ministerio de Salud y otros ministerios– hizo algún tipo de campaña, al que haya asistido el ciudadano, sobre salud mental vinculado al respeto a la mujer? No hubo una pregunta sobre el tema.

Con respecto a su desarrollo. No hubo una coordinación adecuada para su realización. En algunos distritos, varios ciudadanos no fueron censados o los pasaron olímpicamente, pero con un sello de “casa censada”. Encima, el ciudadano no empadronado tiene que llamar para poder ser atendido, quien sabe cuándo. Antes del censo, para cualquier tipo de duda, los teléfonos no tenían servicio.

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Autoidentificación Étnica, Censo 2017, Coordinación, seguridad

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Más allá de defensores y detractores, es evidente que algo muy malo nos está pasando, y que eso malo que nos está pasando está relacionado con la actuación del Congreso y una serie de medidas que debilitan la institucionalidad del Estado. La última de estas fue la eliminación de las PASO -elecciones primarias en los partidos políticos- manteniéndose, de esta manera, la preponderancia de sus cúpulas, así como la posibilidad de negociar -léase vender- espacios en las listas parlamentarias.

Ayer también estuvieron a punto de tumbarse a la Junta Nacional de Justicia, lo que se frustró debido a que la totalidad de sus miembros no asistió al Plenario. Sé que el rol de la JNJ divide a los peruanos, pero es también bastante evidente una maniobra congresal cuya finalidad es desactivar una institución cuyas investigaciones podrían comprometer la situación de muchos parlamentarios.

Pero mi punto es que el país no reacciona, la calle no reacciona. Hasta hace pocos años la ciudadanía peruana era como un cuarto poder del Estado que se activaba para ordenar la casa cuando era necesario. Pasó tras el cuestionado nombramiento de Manuel Merino como Presidente. La designación fue legal pero interpretada como ilegítima por multitudes que, en calles y plazas de todo el país, salieron a protestar. El resultado: dos estudiantes muertos y la renuncia del gobierno.

Sin embargo, cinco años después el Perú parece otro. Más de setenta ciudadanos murieron en las protestas de hace un año, muchos de ellos eran transeúntes, ni siquiera participaban de las movilizaciones, pero la reacción fue tibia. Entonces señalé, en algún foro, que el gobierno de Dina Boluarte tenía todas las posibilidades de durar hasta 2026, algunos pensaron que así expresaba mi apoyo al gobierno, pero no iba por ahí la cosa.

Lo que quiero decir es que los ciudadanos de bien en el Perú, que se cuentan por millones, están cansados, están aburridos, lo que es peor, están perdiendo las esperanzas. Hasta 2016, dos o tres candidaturas aglutinaban las preferencias de la población, ya se hablaba del mal menor, por supuesto, pero no en los niveles de hoy. Hoy la gente no cree en nadie y prevalecen la fragmentación y la indiferencia en un país que siempre se caracterizó por su adhesión devota a caudillos políticos que arrastraban multitudes. Es así que una sociedad política y abnegadamente creyente -pensemos por ejemplo en los arraigos de Haya de la Torre, Fernando Belaúnde y Alberto Fujimori- se ha convertido en otra, políticamente atea y hasta blasfema.

Mientras tanto, las premisas de Marx son contradichas una por una porque pasó su hora de la historia, pero también porque así es el Perú. Aquí la política condiciona la economía y no al contrario. La economía tiene buena base macroeconómica pero la clase política, ni esforzándose, podría hacer las cosas peor, entonces se desaprovecha lo que se tiene e igual generamos crisis a pesar de las cifras macro. Y por eso los jóvenes, otra vez, quieren irse del Perú.

La historia me sorprende cada tanto, y volverá a hacerlo. En la década milenio (2000-2010) les contaba a los estudiantes, refiriendo una etapa pasada de la historia, que en las décadas de los ochenta y noventa, los jóvenes se iban del Perú a labrarse un futuro al exterior. Hoy les cuento que, hasta hace cinco o diez años, los jóvenes se quedaban porque veían futuro en el país y se quedan mirándome incrédulos. La paradoja se cuenta sola.

Y este no es el efecto de una ola de larga duración histórica, ni de una crisis mundial de los precios de las materias primas tumbándose una económica tercermundista. Somos nosotros mismos los que nos hemos colocado en esta situación, o nuestras clases política y económica, para ser más claro y directo. Asimismo, la sociedad no siempre se salva, vamos al mundo informal y nos encontraremos con gente honesta trabajando al lado de dragones y monstros de todo tipo, al frente de los más deleznables negocios ilícitos.

Un Perú religiosamente creyente pero políticamente ateo, es lo que nos ha dejado el caos político de 2016 en adelante, que deviene en la guerra descarnada y descarada por el control del Estado, protagonizada por interlocutores políticos a los que ya no les importa mostrarse como son, con toda su misera, revolcándose en el fango. En suma, la corrupción política ha coronado el mayor y más pernicioso de sus objetivos: aburrir y tornar indiferentes a las gentes de bien, respecto de su propia suerte y de su propio futuro, entonces languidecen todas las resistencias. Por eso hoy ya nadie defiende nada, si acaso queda algo por defender, mientras que los jóvenes miran hacia el exterior en busca de mejores oportunidades. Una vez más en la historia del Perú, la anomia ha derrotado a la utopía.

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Corrupción Política, Desencanto Social, Indiferencia Ciudadana, Medidas del Congreso

[PIE DERECHO]  Sería hilarante que la izquierda chilena o la regional celebre los resultados del plebiscito de ayer en Chile, que rechazaron la constitución pergeñada por la derecha de ese país.

Todos han perdido. Porque hubo un inmenso voto anti Boric en el “apruebo”, un voto contra la derecha, que perciben como parte de la élite, en el “rechazo”, pero por encima de todo un voto harto de este proceso constituyente de cuatro años que ha sumido a Chile en la incertidumbre y en la parálisis económica.

El estallido del 2019 tuvo como motivaciones el rechazo al sistema de salud pública, de educación estatal, el sistema de pensiones y las inequidades del modelo económico. Todo eso, después de cuatro años, ha empeorado en Chile y se malcreyó que la salida era refundar el país con una nueva Constitución, en lugar de exigirle al gobierno que cumpliera su tarea ejecutiva básica, porque los problemas aludidos se pueden resolver sin necesidad de una nueva Carta Magna.

A la postre, Boric no tendrá que gobernar con la Constitución de Kast y de la derecha, pero va a tener que acabar su gobierno -le restan dos años- con la mal llamada Constitución de Pinochet, la de “los cuatro generales”, como él mismo la calificó (en verdad, es un texto constitucional muy cambiado, sobre todo por el presidente Ricardo Lagos).

El caso chileno es un espejo en el que nos podemos ver, no solo por el fracaso del proceso constituyente y porque, ojalá, acá la izquierda entienda el despropósito de insistir con esa cantaleta, sino porque, sociológicamente, se aprecia en el vecino país, un hartazgo generalizado con toda la clase política y se teme la aparición de candidatos populistas radicales en los comicios que se llevarán a cabo el 2025, algo que algunos tememos pueda ocurrir acá el 2026, dado el conglomerado de razones psicosociales que apuntan a ello.

El resultado de ayer le da un pequeño aire a Boric. Le va a durar una semana. La ciudadanía lo desaprueba mayoritariamente. Tiene un 30% de respaldo duro, que lo mantiene a pesar de su pésimo gobierno o de que cometa eventuales errores políticos graves. Esa es su base, pero con ella, y con la composición parlamentaria que hay en Chile, donde Boric no tiene mayoría, su gobierno no andará. No tiene nada que celebrar.

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Boric, Chile, Plebiscito, Proceso Constituyente

[PIE DERECHO] Es cuestión de tiempo para que la ciudadanía, harta de los estropicios de nuestra clase política, tanto del Ejecutivo como del Congreso, asfixiada por la crisis económica, sofocada por la incontrolable inseguridad ciudadana, testigo del colapso moral de las principales instituciones, horrorizada por la corrupción rampante en prácticamente todas las entidades estatales, rompa su inercia y decida salir a protestar.

Ya lo ha hecho antes, cuando ciertos hechos detonaron su indignación. Los casos más recientes fueron las protestas de diciembre y enero últimos, la marcha espontánea por la imposición de un toque de queda absurdo, la reacción por la asunción de mando del inefable Manuel Merino, solo para citar las últimas acontecidas.

En el Perú no hay costumbre de movilizaciones. No hay antecedentes de que dos millones de personas salgan a las calles a protestar como ocurrió el 2019 en Chile o como sucede permanentemente en Argentina. Dentro de las muchas explicaciones que se enarbolan para ello, la más potable es la de la informalidad, que de por sí genera inactivismo y desaprensión de la política, pero, además, en términos prácticos, dificulta que la gente dedique horas a la protesta cuando apenas le alcanza al tiempo para cubrir una jornada laboral infrahumana.

Pero la coalición tácita del Ejecutivo y el Congreso está llenando el vaso de la indignación con sus estropicios democráticos (felizmente, una maniobra de Alianza para el Progreso impidió que se cometiera el legicidio de destituir a los integrantes de la Junta Nacional de Justicia). La semana que culmina, se destruyó la reforma política, se continuó desbaratando la mejor reforma de la las últimas décadas, la universitaria, se favoreció a las mafias al acotar el mecanismo de la colaboración eficaz, se atendió intereses delictivos, como los de los explotadores ilegales de los bosques, y todo ello con el silencio cómplice de un Ejecutivo rehén de la coalición gobernante en el Legislativo.

Hacemos votos para que la ebullición lenta del malestar que este trasiego inmoral de la clase política peruana genera, lleve pronto a las calles a manifestarse y eso conduzca a lo que desde un comienzo debió ser la salida más inteligente de la crisis política: el adelanto de las elecciones. La paciencia tiene límites que hace tiempo han sido desbordados por la desvergüenza de los principales poderes del Estado.

La del estribo: dos lecturas reconfortantes de la última sesión del Club del Libro de Alonso Cueto (mi mejor decisión del año inscribirme en él). Dos cuentos de Jorge Luis Borges, El milagro secreto y La forma de la espada. El teatro, el cine, la ópera y la literatura han hecho más llevaderos estos tiempos horribles que nos ha tocado vivir en los ámbitos político, social y económico.

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Adelanto de elecciones, corrupción, Crisis política, Protestas Ciudadanas

[PIE DERECHO]  El gradualismo finalmente elegido por el presidente argentino, Javier Milei, lo va a conducir al fracaso en el trazado de los grandes objetivos de sacar a su país del desquiciamiento fiscal y monetario al que el peronismo lo había conducido.

Influenciado negativamente por el macrismo, el equipo económico de Milei no ha optado por el corte radical del populismo precedente sino que ha preferido ir de a pocos (debió, por ejemplo, haber eliminado tajantemente el tipo de cambio oficial, pero no, ha optado tan solo por subirlo aun por debajo de su valor de mercado).

Es inocultable la preocupación que deben albergar los derechistas liberales o libertarios en la región respecto de este cambio de rumbo relativo que viene mostrando Milei. De ser un radical monetarista ha pasado a calcar el gradualismo que ya antes llevó a Mauricio Macri al fracaso absoluto y a la vuelta al poder del peronismo, bajo la figura de Alberto Fernández.

En el caso peruano preocupa doblemente porque supuestamente los resultados económicos positivos que Milei ha anunciado, se suponía que iban a notarse justamente en los momentos previos de la campaña electoral peruana del 2026. Si Milei fracasa, ello va a abonar en favor de las tesis populistas que albergan los candidatos de la izquierda peruana.

Lo bueno, relativamente hablando, es que de acá a dos años va a acabar con pena y nada de gloria el pésimo gobierno de Gabriel Boric en Chile (en ello coincide hasta la izquierda nativa) y Chile es más referencial para la política peruana que Argentina.

En el resto del panorama latinoamericano, salvo la potente influencia del pensamiento Bukele -que irradia a toda la región- no hay ningún líder que convoque esas adhesiones o animadversiones. Lula, el gobernante de la mayor potencia sudamericana, gobierna anodinamente Brasil y ya no es, ni de lejos, el eje referencial que fue en sus gestiones anteriores.

A la postre, lo que nos muestra el patio latinoamericano es que las influencias van a estar mediatizadas entre sí. Ni la izquierda ni la derecha van a poder cosechar electoralmente de ese ámbito y al final del día, serán los propios aciertos y errores políticos que cometan los candidatos locales, en sus campañas, los que determinarán el resultado final. Mal harían en querer construir una vía que utilice modelos regionales como paradigmas absorbentes.

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Argentina, Cambio Gradual, Javier Milei, Panorama Político

[MÚSICA MAESTRO]  Aunque aparentemente es un fenómeno moderno, la cumbia se cultiva en el Perú desde hace más de cuatro décadas. Adaptada de su matriz colombiana, la versión nacional de la cumbia alegró las fiestas en los años sesenta y setenta, pero nunca con la masiva aceptación de hoy. A finales de los sesenta, la cumbia -término que proviene de “cumbé”, danza africana de la época colonial- se hizo muy conocida entre nosotros. El género tropical más representativo de Colombia trajo canciones como La pollera colorá, La piragua o Festival en Guararé, entre otras, interpretadas por Los Corraleros de Majagual o Rodolfo Aicardi, infaltables en las fiestas populares e incluso las de salón, que compartían espacio con el mambo de Pérez Prado, las guarachas de Los Compadres y los boogaloos con sabor a latin-jazz.

Enrique Delgado, virtuoso guitarrista limeño con experiencia en música criolla y andina, armó Los Destellos, la agrupación más famosa de esta primera generación. Con su guitarra eléctrica cargada de ecos, Delgado puso sabor psicodélico a sus arrebatadas cumbias, influenciado por la onda hippie. Sus canciones Elsa (1970), Muchachita celosa (1976), entre otras, son clásicos definitivos del nuevo género que comenzó a ser llamado “cumbia peruana”. Debido a su naturaleza popular y 100% bailable, surgieron grupos en todo el país.

Si en la capital estaban Los Destellos, Pedro Miguel y sus Maracaibos, Los Beta 5 y Los Pakines; en el norte aparecieron orquestas como Agua Marina, Armonía 10 o Caribeños de Guadalupe, muy conocidas en Piura y Chiclayo, pero que recién llegaron a Lima después de dos décadas. Mientras tanto, de la selva llegaron Los Mirlos (Moyobamba, San Martín), Los Wembler’s (Iquitos, Loreto) o Juaneco y su Combo (Pucallpa, Ucayali), que se ganaron el respeto de sus pares por sus incontenibles y narcóticos ritmos.

En tiempos de gobierno militar, los aires alegres de la cumbia peruana fraternizaron con la música criolla, folklore, nueva ola, bolero y rock, con amplios públicos ávidos de escuchar a sus artistas locales favoritos. Sellos discográficos como Sono Radio, Iempsa y principalmente Infopesa, del productor Alberto Maraví, promovieron los lanzamientos de estas y otras orquestas. Sin embargo, para inicios de los ochenta, solo El Cuarteto Continental logró éxito nacional e internacional tocando cumbia, alternando con las orquestas de Rulli Rendo, Carlos Pickling, los argentinos Freddy Roland, Enrique Lynch y Peter Delis, entre otras, que cambiaron la guitarra eléctrica por el formato “orquesta y coros”, orientado a musicalizar las grandes fiestas de la decadente oligarquía que aun extrañaba los tiempos de “la república artistocrática”. Una época había terminado para dar paso a otra, mucho más orgánica y cercana al pueblo.

Como consecuencia de las migraciones del campo a la ciudad de los años cincuenta, una generación nueva de jóvenes provincianos o nacidos en Lima de padres migrantes, jornaleros de mercados populares de distritos como La Victoria, El Agustino y el Cercado, encontraron en la cumbia un vehículo ideal para quejarse de la discriminación y la pobreza que padecían. Combinando el sonido de los pioneros con elementos del huayno serrano, estos artistas urbano-marginales originaron un sorprendente fenómeno de masas, la “música tropical andina” o “chicha” (en alusión al delicioso brebaje de maíz fermentado). Informal, colorida y reivindicativa, la chicha le cantaba al cobrador de micro, al obrero, al vendedor ambulante, convirtiéndose en emblema del migrante que llegó a la capital en búsqueda de un mejor futuro, un sueño que se vio truncado por la crisis política, económica, por un lado; y por las amenazas terroristas por el otro. Apenas recuperada la democracia, una ola musical capturó el Centro de Lima y sus barrios más picantes. Muchos nombres notables destacaron: Pintura Roja, Grupo Guinda, Pascualillo Coronado, Vico y su Grupo Karicia. Pero de todos, dos se coronaron como los reyes de la chicha: Chacalón y La Nueva Crema y Los Shapis.

Lorenzo Palacios Quispe, más conocido como “Chacalón”, fue verdulero y zapatero antes de ser cantante. Su medio hermano, Alfonso “Chacal” Escalante, había formado el Grupo Celeste, que popularizó en 1975 la cumbia ahuaynada Viento. Por su parte, Chacalón y La Nueva Crema triunfaron con Soy provinciano (1979), hasta hoy considerado un himno generacional. La frase “cuando Chacalón canta, los cerros bajan” se acuñó para dar cuenta de su legendario poder de convocatoria, que terminó con su temprana muerte en 1994. Con el tiempo, “Chacalón” se convirtió en un personaje legendario, sobre todo entre el lumpenaje. Los más exagerados hasta le atribuían milagros.

Los Shapis –nombre de una danza guerrera huancaína- llegaron desde Chupaca (Junín), en 1981. Liderados por el vocalista Julio “Chapulín El Dulce” Simeón y el guitarrista/compositor Jaime Moreyra, Los Shapis llenaron estadios, triunfaron en Europa y hasta filmaron una película, El mundo de los pobres (Juan Carlos Torrico, 1985-1986). A diferencia de la mirada amenazante y achorada de Chacalón, Los Shapis se mostraban más festivos e inocentes. Sus uniformes blancos con los colores del Tahuantinsuyo y los graciosos saltos de 360° de “Chapulín” fueron sus marcas registradas. Sus canciones más conocidas fueron El aguajal (1982), La novia (1983) y Silencio (1984), que se desmarcaba un poco de su estilo para reflexionar por la dura situación que vivíamos a manos de la locura senderista.

Chacalón, Los Shapis y todos los demás hacían conciertos multitudinarios en “la Carpa Grau”, llamada así porque antes era espacio alquilado para circos. En aquel canchón ubicado entre la Av. Grau y Paseo de la República -hoy usado para ferias navideñas y de juguetes antiguos-, entre parlantes y cajas de cerveza, las fiestas comenzaban a las 3 de la tarde y terminaban de madrugada, muchas veces con batallas campales entre bandos alcoholizados. El impacto de la chicha fue tal que el significado del término se extendió para denominar no solo un género musical sino también las costumbres y la idiosincrasia urbano-marginal de una capital cargada de sobrepoblación y caos. En cuanto al sonido de la cumbia, estaba por experimentar una nueva mutación.

Entre los años ochenta y noventa se gestó una nueva capital. El crecimiento desordenado de los extramuros de la capital, expresado en la aparición de los “conos” (norte, sur, este) generó públicos masivos tanto para las leyendas de la cumbia como para los grupos de chicha. Aunque el tamaño de la escena creció rápidamente, aun era invisible para la Lima Metropolitana “oficial”, eternamente centralista y discriminadora.

El Tex-Mex –música tropical del norte de México-, la cumbia argentina y colombiana, sirvieron para abrir el siguiente capítulo en la cumbia peruana, la llamada “tecnocumbia”. Cantantes como Rossy War (Madre de Dios), Ada Chura (Tacna), Grupo Euforia, Ruth Karina (Pucallpa) impusieron un estilo dominado por mujeres, que ganó espacio en los medios de comunicación por razones ajenas a lo musical. Los productores Nílver Huárac y Rosa Arango -del sello Rosita Producciones- fueron quienes más capitalizaron esto con agrupaciones femeninas como Agua Bella, Alma Bella y afines, con la presencia de jóvenes bailarinas que cubrían sus limitaciones vocales con vestimentas y coreografías pensadas para atraer al público masculino.

Como contrapeso a esta tendencia farandulizadora de la cumbia, las experimentadas orquestas norteñas Armonía 10 y Agua Marina conquistaron Lima con sus poderosas secciones de vientos y coros masculinos. Esto inició una nueva escena de cumbia que, como la ciudad, creció desordenadamente, reduciéndola a la repetición de fórmulas predecibles de asegurado éxito comercial pero dudosa solidez artística. Paralelamente, la amplia popularidad de la cumbia en ambos formatos se convirtió en herramienta de captación de votantes, al ser incluida en campañas de diversos candidatos que vieron en el género una palanca para acercarse de manera emocional al público. El ejemplo más evidente de ello fue el uso psicosocial que hizo Alberto Fujimori de la cumbia con “El Baile del Chino”, una canción especialmente compuesta para él. Lamentablemente, con la reciente liberación del ex dictador, la cancioncita de marras volvió a sonar y fue nuevamente bailada por sectores ciegos e indolentes que celebraron este despropósito.

La canción El arbolito, grabada originalmente en 1997 por el Grupo Néctar en Argentina, fue un gran éxito en Lima en el 2000. Esta sencilla canción permitió un proceso de renacimiento de la cumbia que la hizo trascender hacia nuevos y rentables sectores socioeconómicos. De pronto, el género asociado a las clases populares comenzó a sonar en fiestas sofisticadas de las nuevas clases altas capitalinas, produciendo un movimiento de aparente integración que, más superficial y utilitaria.

Cuando llegó el nuevo siglo, los estándares de calidad sufrieron un dramático cambio en la movida de la cumbia. El discurso social de la chicha ochentera fue reemplazado por una fábrica de productos comerciales, con fuerte influencia de la farandulización iniciada en los años noventa como herramienta de control social y político. Los cambios en la industria musical y las redes sociales también abonaron a la difusión de diversos grupos cuyos principales miembros alternaban sus carreras musicales con apariciones en series televisivas de muy mala calidad, programas de espectáculos y “realities”.

La cumbia norteña tomó protagonismo gracias al Grupo 5, orquesta que popularizó las composiciones del piurano Estanis Mogollón, cuya canción El embrujo (originalmente grabada por la Orquesta Kaliente de Iquitos en el 2007) lo convirtió en el principal responsable de la preponderancia de la cumbia en el Perú moderno. La cumbia clásica llegó al nuevo público gracias a la inclusión de Elsa, éxito setentero de Los Destellos, en la premiada película La teta asustada (Claudia Llosa, 2008).

Aunque siguieron apareciendo grupos en costa, sierra y selva, la escena reciente de la cumbia no tiene sus raíces en lo ocurrido en décadas pasadas. Más bien se trata de un incontrolable y caótico aluvión de intérpretes que comparten escenarios con estrellas establecidas. Todos gozan de aceptación y congregan multitudes en sus conciertos pero es tan difícil diferenciarlos que incluso en sus canciones repiten constantemente sus nombres, para que los oyentes logren identificar a quién están escuchando. Entre los más famosos de esta nueva generación podemos mencionar a: Marisol y La Magia del Norte (Chiclayo), Corazón Serrano (Piura), Los Hermanos Yaipén y Orquesta Candela (Piura, derivados del Grupo 5), Orquesta Papillón (Tarapoto), El Lobo y la Sociedad Privada (Tingo María), y un larguísimo etcétera.

Diversas tragedias y muertes han puesto a la cumbia en las portadas de periódicos y noticieros. Por ejemplo, en mayo de 1977, cinco integrantes de la formación original de Juaneco y su Combo fallecieron en un accidente aéreo, rumbo a Pucallpa. También en mayo pero tres décadas después, en el 2007, dos conocidas figuras murieron trágicamente. La cantante Sara Barreto, más conocida como «La Muñequita Sally», y ocho miembros de su orquesta, perecieron al volcarse su camioneta en la Panamericana Norte (Puente Piedra, Lima). Dos semanas antes, en una autopista de Buenos Aires (Argentina), perdieron la vida los integrantes del Grupo Néctar, liderado por Johnny Orosco. Ambos habían sido integrantes de Pintura Roja, banda emblemática de la chicha ochentera.

En el 2014, la cantante piurana Edita Guerrero Neira, del conjunto Corazón Serrano, falleció a los 30 años en circunstancias extrañas. Por su parte, Lorenzo Palacios Quispe, «Chacalón», murió a los 43 años en 1994. A su funeral en el Cementerio El Ángel (Lima) asistieron más de 60 mil personas. Las muertes de otros personajes de la cumbia contemporánea como el cantante de Armonía 10, Alberto “Makuko” Gallardo (2015) o Walther Lozada, el director de esta misma orquesta (2022), produjeron masivas despedidas de parte de sus seguidores en diversas regiones del país.

Un sello independiente español, Vampi Soul Records, lanzó en 2010 Cumbia Beat Vol. 1 – Experimental Guitar-Driven Tropical Sounds From Perú (1966/1976), disco doble que recopila canciones de las primeras épocas de cumbia peruana, lo cual impulsó su redescubrimiento e internacionalización. Paralelamente, surgió una nueva generación de grupos que, sin provenir de las canteras de la cumbia, comenzaron a interpretar el repertorio clásico, tomando elementos básicos del género y envolviéndolos en una idea superficial de inclusión y rescate de canciones tradicionalmente asociadas a sectores marginales.

Ese movimiento estuvo encabezado por Bareto, grupo surgido en Lima en el año 2003 y que basó su éxito en canciones antiguas como Ya se ha muerto mi abuelo de Juaneco y su Combo, La danza de los mirlos de Los Mirlos, Elsa de Los Destellos o Cariñito de Ángel Aníbal Rosado, las mismas que rescató para presentarlas a los nuevos públicos, con resultados comercialmente notables aunque de poca trascendencia a pesar de presentarse como reivindicadores de aquella escena. Su vocalista principal, Mauricio Mesones, se desligó del grupo en el 2019 tras fuertes discusiones con los demás integrantes por asuntos poco claros. Otros representantes de esta post-cumbia fusionada con rock y otros géneros (reggae, ska, electrónica) son La Mente, La Nueva Invasión, Olaya Sound System, y otros.

En sus cuatro momentos -la generación de los años sesenta y setenta, el fenómeno de la chicha ochentera, la tecnocumbia de los años noventa y el renacimiento del género en modo fusión del siglo XXI-, la cumbia fue el género musical que mejor resumió la situación social, económica y cultural del Perú. Desde la sofisticación de los setenta hasta el deterioro del siglo XXI, hay en sus sonidos, personajes e historias elementos que nos permiten entender fenómenos como la migración, la informalidad, la farandulización, el caos y la popularidad, aunque en el camino se haya sacrificado la calidad interpretativa y, en muchos casos, el buen gusto.

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Bareto, Chicha, Cumbia peruana, Los Destellos, Los Shapis, Tecnocumbia
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