Recientemente Alonso Cueto publicó la novela Otras Caricias que rompe la vieja e insuficiente definición del vals como una suerte de “alegría sollozante”. Cueto nos habla de una modesta elegancia, o de la elegancia de la pena, que es como observé el ángulo desde el cual nuestro célebre novelista se ha propuesto relanzar (y rescatar) el vals para nuestros tiempos presentes, y a sus ambientes viejos, con sabor a madera húmeda, que nos sumen en una profunda nostalgia para que comprobemos que, en él, tenemos, como en el tango porteño, o el bolero habanero, un género que será siempre nuestro, que espera por nosotros, todos los viernes a la misma hora, y que nunca le hizo daño a nadie.
En esta ocasión, a propósito de celebrarse un aniversario más del día de la canción criolla, he querido referir la presencia de los celos en las letras de los valses, recurriendo para ello a cuatro temas. El primero es Zapatero Celoso, que aprendí de mi padre, cuando niño. De hecho, es un vals que hoy no pasaría el examen de la cultura de la cancelación pues, aunque muy alegre en la tonada, reza así:
“Un zapatero celoso,
le dijo a su mujer,
cómo te encuentre con otro,
yo te tiro con el tirapié”
Felizmente, yo creo más en la explicación que puede ofrecer un disclaimer que en eliminar aquello que del pasado no le resulta políticamente correcto al presente. Este vals fue compuesto a fines del siglo XIX y es posible que su letra haya sido escrita inclusive antes. Por ello, corresponde al periodo denominado de la Guardia Vieja, donde lo común era el anonimato de las canciones. Ciertamente, dicha letra es expresión de una cultura popular patriarcal explícita, muy alejada de nuestros tiempos.
Pero para los años veinte del siglo pasado, Felipe Pinglo había llegado a revolucionar el vals tanto en sus líneas melódicas como en sus letras. Pinglo fue todo lo cosmopolita que pudo en la Lima de aquellos tiempos, tenía secundaría completa en Guadalupe, que no era poca cosa para un hombre de la Lima obrera, y una sensibilidad social y musical que le permitió retratar realidades y sensaciones con imágenes intemporales que se devanean entre nuestros días. Es en la década de 1920 que el Bardo de los Barrios Altos compone el vals Celos, que es una elegante metáfora entra las caricias que brinda la mujer idolatrada a las flores de su jardín y acerca de la brisa que besa su rostro, una y otra vez, placer prohibido para el pretendiente cautivo:
“Celos tengo de las flores que hoy me roban
El cariño de aquel ángel de pureza
Las envidio porque son acariciadas
Sin suplicas, sin lloros y sin ruegos.
Celos tengo de esos labios tan hermosos
Que depositan besitos tan intensos
Y celos tengo de la brisa mañanera
Que besa y besa, lo que besar no puedo”
Pedro Espinel fue amigo barrial de Pinglo pero casi una década menor, aquel nació en 1908, este en 1899. Se dice que Espinel comenzó a componer tras el fallecimiento de Pinglo y, de hecho, lo sobrevive casi cinco décadas pues nos acompañó hasta 1981. De esta manera, si Pinglo fue un cosmopolita de los años 20 y 30, Espinel lo fue en las décadas siguientes. Sus letras, que acaso muestran algún diálogo poético con los requiebros románticos del bolero, así lo demuestran.
Espinel cuenta con dos valses que tratan de los celos, uno de la mujer hacia el hombre, y el otro del hombre hacia la mujer. El primero se titula Rosa Elvira, y la música corresponde al también compositor criollo Carlos Saco. Es una belleza, trata de las palabras de seducción y tranquilidad del hombre a la mujer amada que está llena de inquietud por la prolongada ausencia de su amado:
“La causa de este mal, yo creo adivinar
en que al no verme le torturan ya los celos
por eso al comprender que el remedio está en mí
a continuo mis labios le suelen decir:
Rosa Elvira de mi ensoñación
eres la única beldad
a quien ama de verdad
mi sensible corazón
ven y dime quien te puede amar
tan igual o más que yo
que te amo con gran devoción”
Quizás la versión más sublimada y delicada de los celos en el vals, nos la ofrece de nuevo Espinel en su vals Celos Míos, donde el amante que se encuentra inseguro sin ninguna razón, abre su corazón a la intimidad de sus sentimientos.
Amo y sufro, soy cautivo de espasmo,
que me inyecta el continuo cavilar,
no comprendo si tal vez sea un sarcasmo,
el amar y ser celoso por demás.
Pues los raros espejismos que, en mi mente,
los contemplo en continuo desfilar,
me han tornado en amante indiferente,
desconfiado y temeroso para amar.
Celos vanos que atormentas mi existencia,
prodigando la tortura y desamor,
quien pudiera imaginar lo que puede acontecer,
si los celos se apoderan del querer.
Creo que hemos discutido demasiado sobre el vals, innecesariamente, sobre todo en nuestras esferas intelectuales. Hoy que sabemos que el vals ni murió, ni siguió muriendo, debemos abrirle la puerta de nuestros hogares, tanto criollos y no criollos, para aprender a escuchar lo que tiene que cantarnos pero en voz baja, como un susurro al oído, modesto, como sugiere Alonso Cueto.
No es casual que una nueva generación de músicos como Renzo Gil o Sergio Salas se haya abocado al rescate de verdaderas joyas musicales que no se encuentran en el repertorio valsístico tradicional y que nos ofrecen un auténtico género de culto. Al mismo tiempo, la colección De Familia fue un esfuerzo notable para reunir viejos y nuevos representantes de los clanes criollos de antaño, mientras que La Gran Reunión, agrupó antiguos exponentes que de otro modo no hubiesen podido establecer la sinergia de entrelazar juntos a su arte y sabor. En el plano editorial, la investigación de Gérard Borras Lima, El Vals y la Canción Criolla devela una inimaginable variedad temática que supera nuevamente a la “alegría sollozante”.
Los celos en el vals son parte de mi celo por el vals, por una riqueza que está para recogerse, rescatarse, pero sobre todo para disfrutarse y jaranearse, y no solo cada 31 de octubre: para eso fue creada.
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Día de la Canción Criolla