El escándalo de los Rolex y el más reciente de la cirugía plástica emprendida por la pretenciosa mandataria, no escalan al punto de promover una vacancia, como pretende la izquierda, pero sí constituye, por lo menos la segunda, una infracción constitucional que, como bien ha dicho el constitucionalista Aníbal Quiroga, supondrá una pena para la presidenta Boluarte una vez que acabe su mandato.
Pero lo relevante en términos políticos es el síntoma de carácter o de falta de él que estos hechos reflejan en nuestra gobernante. La vanidad, elevada a la n potencia, refleja un narcisismo patológico. El narcisismo en su justa medida es saludable porque ayuda a superar las adversidades cotidianas. Pero cuando se desborda -como claramente lo ha hecho en los dos casos citados- es síntoma de una personalidad frágil y endeble.
Personalmente, no entiendo la obsesión enfermiza en ciertos sectores sociales por los relojes y los vehículos de alta gama. Me parece una obscenidad sin fundamento utilitario. Pero, en fin, con el dinero producto de su trabajo uno puede hacer lo que quiera y el lujo también moviliza la economía de una manera impresionante (su cadena de valor es enorme). Lo que llama a escándalo es que ello se pretenda con dinero mal habido o sin justificación patrimonial, como es el caso de la primera mandataria.
El poder es la peor droga, la más adictiva, la que más marea a las personas que lo tienen. La circulina, ya lo hemos dicho, es peor que la cocaína. Su dependencia es letal cuando no se tienen los pies bien puestos sobre la tierra.
Y ese parece ser el caso de Dina Boluarte, que anda más pendiente de ostentar riquezas que no le corresponden, cuando lo que cabe a la investidura presidencial debería ser, más bien, la mayor de las austeridades.
Se confirman las razones del mal camino por el que andamos. Con una presidenta más pendiente de sobrevivir a como dé lugar hasta julio del 2026 -a costa de concesiones inaceptables- y de adquirir signos de riqueza inapropiados, se explica por qué el país anda a la deriva, sin el liderazgo de una gobernante sin empaque.
En el mundo actual, en los países donde comienzan a originarse cambios y con poblaciones con dependencias extremas, se encuentra la figura del asistencialismo social, cuya acción misma o sino también de manera conjunta, llevan a cabo las instituciones que desde el Estado prestan ayuda a los grupos humanos en franca condición de vulnerabilidad, a veces de manera temporal y muchas más de manera permanente. En muchos lados, se convierte en compromiso obligatorio de los gobiernos con sus ciudadanos.
En la historia del Perú, el tema no es ajeno a este concepto, pues ya se ha convertido en una obligación también de nuestros gobiernos, el asistir a las poblaciones más necesitadas, más vulnerables, con la misión de satisfacer las necesidades básicas de las personas que requieren de la ayuda inmediata. La vulnerabilidad no tiene sector específico, puede estar en lo rural y en lo urbano, el tema es que la necesidad de esta masa periférica no solo es económica sino que también deviene en las pocas posibilidades de acceso a la educación, a la salud, a los alimentos, etc.
Es necesario e importante entonces atender y porque no, seguir asistiendo integralmente a los grupos identificados. La ayuda social asistencial no es mala, es buscar una capitalización en un piso que podemos denominar cero para después poder escalar la atención paulatinamente. Es claro que en el Perú, tenemos esa ayuda asistencial y muchos programas sociales están dirigidos a palear la pobreza, muchas veces extrema en ese sentido, y está bien, pues la racionalidad histórica, fortalece las buenas intenciones y son los programas del Estado los encargados de atenderla. Diversos actores sociales de organismos públicos y/o privados, están involucrados con las personas en situación de necesidad extrema y las acogen y asisten yla sociedad receptora subsiste recibiendo la ayuda. El tema es la temporalidad que no tiene punto final. Es decir existen y es necesario todavía poder contar con programas asistenciales, lo que falta es considerar en la línea, un final del camino.
Por otro lado, existen también programas sociales muy interesantes que trabajan en un primer y segundo piso de atención, es decir, son promotores de cambio, aquellos que fortalecen capacidades y exaltan habilidades en la población, para generar el cambio en la sociedad a todo número y a todo nivel. Son estos los programas que constituyen aportes de afianzamiento de asociatividades, de emprendimientos serios a nivel urbano o rural, de trabajos coordinados para el desarrollo.
Entonces, la atención de nuestra sociedad debe estar enmarcada en una línea identificada donde se canalice toda forma de atención social, que vaya del asistencialismo puro a la mecánica generadora de cambio, un modelo que escale de la base cero a niveles de primer y segundo piso. He allí este problema recurrente en nuestro país, es necesario construir ese puente comunicante que permita el paso de lo asistencial a la promoción de fortalezas. Muchos programas asistenciales malacostumbran al público receptor y permiten una subsistencia estacionaria, que recorre su existencia a lo más fácil, ser atendidos y recibir. La aceptación pura de un derecho manoseado que es el de recibir del Estado toda ayuda posible. Un tema aparte es definir derechos y deberes sociales.
Encontrando esos puentes sociales, desde lo asistencial, la poca capitalización podría generar el comienzo de pequeños cambios y la auto identificación social,para convertir a la población atendida en un futuro agente de cambio en medianos plazos.
No es fácil, eso es una verdad, el papel lo aguanta todo podrán pensar, la realidad es distinta, pero tampoco es imposible comenzar a identificar esa necesidad que permita comunicar a los programas de atención social. Un todo integral y ordenado, procesal y escalador permitirá comenzar a cambiar y traerá consigo nuevos enfoques, tan necesarios para lo que se quiere, nuevos mercados locales, emprendimientos nuevos, fortalezas poblacionales, gobernanza, etc. Es pues necesario construir este puente social, de la asistencia social pura a la generación de oportunidades económicas.
Si las agresiones verbales y físicas se siguen tolerando contra políticos y periodistas, el tema va a escalar y podemos llegar a situaciones lamentables cuando la campaña electoral comience y los ánimos estén sumamente polarizados, como lo estarán en la que anticipadamente podemos prever será una de las contiendas más virulentas de nuestra historia política reciente.
Lo sucedido recientemente con el congresista Alejandro Cavero es inadmisible y se suma a una larga lista de personas agredidas, de uno y otro lado del espectro ideológico, cada vez con más violencia. La gente está irritada, es comprensible, pero la opinión pública -léase, líderes de opinión- no puede soslayar o celebrar que algo así ocurra, como ha sucedido en algunos casos.
Mañana a algún desadaptado se le ocurrirá utilizar un arma de fuego o propinar una golpiza mortal a un periodista o una autoridad porque le sale del forro y allí lamentaremos no haberle puesto coto a esta estúpida práctica de cancelación social.
Ya hemos pasado en el país años de violencia política, no solo en la época del terrorismo senderista o emerretista. En nuestra historia republicana ha habido muchos periodos signados por la agresiva conducta de grupos sociales, unos contra otros, con saldo de muertos. ¿Queremos repetir eso? ¿Ser testigos de un magnicidio? ¿Ponernos al borde una vorágine violentista en la que, qué duda cabe, pondrán su cuota las mafias ilegales que tienen intereses en la política y ya mandan matar a adversarios o autoridades que se les enfrentan?
Alegrarnos porque el agredido es de otro bando es inmoral y esa laxitud ética es la que va a conducir a alentar que se mantengan y prolonguen actitudes de ese tipo. Si la condena social recayera sobre estos agresores, podríamos ir conteniendo una práctica que debe ser desterrada del escenario político peruano.
Suficientes problemas tenemos en el país (mediocridad gubernativa, crisis económica, zafarrancho político, desmesura congresal, informalidad criminal, ineficiencia estatal, inseguridad creciente), como para sumarle a ellos violencia política.
[La columna deca(n)dente] En El día de la bestia (1995), extraordinaria película española de Álex de la Iglesia, el padre Ángel, un sacerdote convencido de que debe salvar al mundo del Anticristo, toma una decisión chocante: robar la billetera de un moribundo. El acto, en su absurda lógica, forma parte de su misión: hacer el mal para infiltrarse en las fuerzas oscuras. Aunque grotesca, la escena es una sátira que nos invita a reflexionar sobre los límites de la moral y la ética.
Sin embargo, cuando la ficción se encuentra con la realidad, el impacto deja de ser reflexivo y se convierte en una herida abierta. En un caso reciente, dos policías, encargados de proteger la vida y la seguridad, robaron el dinero y el celular de un colega que yacía gravemente herido tras haber recibido un disparo en el rostro. La tragedia no reside solo en el acto, sino en lo que revela: un sistema profundamente descompuesto y carente de humanidad.
Mientras que el acto del sacerdote en la película está envuelto en el absurdo y justificado por una causa extrema, lo que hicieron estos policías no tiene más lógica que el egoísmo puro. Es una traición a los principios más básicos de solidaridad y decencia, un recordatorio brutal de cómo las instituciones, cuando fallan, pueden generar no solo incompetencia, sino también perversión moral.
Estos actos evocan la inquietante idea de la «banalidad del mal» de Hannah Arendt: el mal no siempre se manifiesta en grandes gestos de destrucción, sino en la rutina de pequeños actos egoístas, cometidos por personas comunes que renuncian a pensar en las consecuencias de sus acciones. En este caso, el robo no es solo un crimen, sino también un reflejo de cómo se ha normalizado la deshumanización, incluso en el ámbito de quienes deberían protegernos.
En la película, el robo del sacerdote es un recurso narrativo para desatar la reflexión. Nos muestra cómo, bajo circunstancias extremas, las nociones de bien y mal pueden distorsionarse hasta el absurdo. En la vida real, estos actos extremos no buscan provocar pensamiento crítico: son la evidencia de un sistema que no enseña ni refuerza los valores éticos necesarios para sostener una sociedad.
Este caso nos enfrenta a nuestra propia «bestia», no como una entidad sobrenatural, sino como un espejo de lo que hemos permitido que ocurra en nuestras instituciones y en nuestra sociedad. Cada acto de este tipo es un recordatorio de que la lucha contra la corrupción y la impunidad no es una cruzada idealista: es una necesidad urgente para evitar que el tejido ético que nos une siga desmoronándose.
Porque, al final, no se trata de un sacerdote enfrentándose al Anticristo. Se trata de nosotros, como sociedad, enfrentándonos a nuestra incapacidad de mantenernos humanos frente al caos y la miseria moral.
La mejor noticia política que el Perú democrático, con proyección liberal y republicana, podría tener,es que el fujimorismo no pase a la segunda vuelta y empiece así su proceso de extinción.
Keiko Fujimori hoy encabeza las encuestas de preferencia electoral, pero con su tradicional piso cercano al 10%. No le alcanza para tener asegurado el pase a la jornada definitoria. Basta que un candidato de derecha o de centro despunte y así la sacaría de carrera (estamos dando por descontado que por lo menos algún candidato de la izquierda va a pasar: Antauro Humala, Guido Bellido, Aníbal Torres, Lucio Castro, entre los que más posibilidades tienen).
La actitud política puesta de manifiesto por el fujimorismo en este periodo congresal ya no deja lugar a dudas de su entraña crecientemente autoritaria, conservadora y mercantilista. Lo de PPK no fue un capricho, fue un sentimiento arraigado en el keikismo, que ha desnaturalizado la heredad fujimorista de los 90 en buena parte de sus contenidos.
Lo que está haciendo el fujimorismo en alianza con César Acuña, le va a costar caro. Su apoyo incondicional al régimen de Boluarte no se lava ni siquiera con una vacancia de acá a medio año. Es un pecado imborrable y el electorado lo tendrá en cuenta a la hora de acercarse a las urnas.
Ni siquiera su eventual libramiento judicial del mamarracho de acusación del caso cocteles le servirá a Keiko Fujimori para presentarse como una opción refrescada y renovada frente al electorado. Su actuación política en el Congreso la condena.
Cabe pensar, inclusive, que en el fujimorismo eso ya lo tienen claro. El otorgamiento de poderes superlativos al futuro Senado implica un menoscabo al Ejecutivo. ¿Acaso eso constituye el escenario ideal para un gobierno electo? Pareciera que ya el fujimorismo tiró la esponja, se ha percatado que teniendo predominancia congresal alcanza cuotas de poder enormes y beneficios mercantilistas ostentosos, sin necesidad de asumir los costos de tomar las riendas del Ejecutivo.
Una soberana cachetada ciudadana merece el fujimorismo. Ojalá las urnas así lo expresen en abril del 2026 y nos libremos de una vez por todas de una tara política que ya no merece la definición electoral y el beneficio del mal menor, como sucedió en la segunda vuelta con el inefable Pedro Castillo.
[Migrante al paso] Dicen que si puedes comer solo en un restaurante, puedes hacerlo todo. Eso es falso. He estado en esa situación en múltiples ocasiones y estoy lejos de lograrlo todo. Lo suelo hacer con frecuencia en mis viajes. Algunas señoras te miran con lástima, como si implicara que estoy solo en la vida. Otros te observan con curiosidad, lo cual tiene sentido. Comer es exponerse, es como dormir; si lo haces en soledad, te vulneras aún más. Al principio, resulta incómodo. Pero poco a poco aprendes a disfrutar de los sabores y del entorno completamente nuevo: en una ciudad desconocida, en una mesa nunca antes vista, frente a paisajes que van desde ríos hasta vestigios arqueológicos. Placeres turísticos. De hecho, la última vez tenía ante mí un anfiteatro romano mientras tomaba una Coca-Cola y esperaba mi chuletón, en su punto justo.
El Sole del Pimpi, un mítico restaurante de Málaga, fue el escenario de aquella comida. Esta ciudad logró robarse un poco de mi sorpresa. Pocas ciudades tienen ese encanto peculiar que te atrapa y te deja con una deuda simbólica, como si secuestraran una parte de ti hasta que vuelvas a visitarlas. Entre cada bocado, me perdía en la visión de las escalinatas que suben en círculos por un monte rocoso, coronado por la Alcazaba. La antigüedad impregna el lugar de un misticismo único. Me preguntaba cuántas generaciones han habitado ese mismo sitio. El anfiteatro fue construido en el siglo I antes de Cristo; lo más antiguo del fuerte andalusí data del siglo X. No es difícil imaginar historias mientras caminas por las angostas calles de esta ciudad, donde las paredes parecen cerrarse sobre ti.
A mediodía, al caminar por la calle Larios, la multitud de turistas parecía una estampida. Y eso que estaba en temporada baja; en pleno verano debe ser agobiante, con un calor abrasador. El cambio climático es innegable: estábamos 8 grados por encima de la temperatura habitual. Por insistencia de mi padre, fui a una heladería legendaria, abierta desde 1890. Como todo lugar con historia, se encuentra de todo.
Después me senté en los asientos milenarios del anfiteatro, cuya entrada es gratuita. Me quedé un buen rato pensando en cómo, en tiempos antiguos, las personas se entretenían viendo a dos hombres luchar hasta la muerte, con tigres acechando a los lados. Me pregunté cuánto ha cambiado realmente el morbo humano; a veces pienso que no mucho. En este anfiteatro no se permite pisar la arena. Sin embargo, en el Coliseo Romano lo hice cuando era niño. Cualquiera que haya visto Gladiador tiene una extraña obsesión con sentirse Máximus por un momento. Es algo universal. Además, el emblemático personaje era de esta región, de ahí su apodo “el español”.
Luego del anfiteatro, caminé hacia el puerto, que solo había visto al llegar en tren. Cruceros colosales descansaban junto al malecón, acompañados por enormes grúas para barcos comerciales. Al ser una ciudad portuaria, Málaga tiene una gran actividad, tanto positiva como negativa. A pesar de su tamaño relativamente pequeño, con medio millón de habitantes, las cosas pueden descontrolarse. Continué caminando por la bahía, y al alejarme del puerto, se extendía una playa interminable de arena. Quise entrar al agua, pero el mar Mediterráneo en esa época es helado. Mirando el mapa, entendí por qué esta ciudad es tan estratégica: está a pocos kilómetros del estrecho de Gibraltar, que conecta el Mediterráneo con el Atlántico.
Caminar solo por lugares desconocidos tiene un curioso placer. Puedes actuar sin vergüenza, moverte sin pensar en los demás, salvo que algo extraordinario ocurra, como un accidente. De hecho, me sucedió: una señora se desmayó por el calor, y junto a otros transeúntes la ayudamos hasta que llegó una ambulancia. El calentamiento global ya es evidente; las anomalías son tangibles, y negarlo resulta absurdo. Unas semanas después de mi visita a Andalucía, lluvias torrenciales azotaron la región, siendo Valencia la más afectada. En un solo día llovió el equivalente a un año, y las inundaciones fueron devastadoras. Estas tragedias serán cada vez más frecuentes mientras la temperatura global siga aumentando. Llevamos décadas siendo advertidos, pero las grandes potencias no parecen tomarlo en serio.
Ahí estaba yo, disfrutando de la deliciosa comida del sur español, en la ciudad natal de Pablo Picasso. Este genio rompió con el arte clásico y dejó un legado incalculable. En una esquina de la ciudad se encuentra el edificio donde vivió sus primeros años, ahora convertido en un museo que alberga algunas de sus obras, junto con exposiciones temporales que suelen valer la pena. Siempre descubres joyas artísticas inesperadas. Al despedirme de esas pinturas, sentí como si dejara atrás a un viejo amigo, sin saber si lo volveré a ver o recordaré con el tiempo.
Finalmente, tras varias escaleras y gotas de sudor, me adentré en el fuerte palaciego islámico, vestigio de los 900 años de influencia musulmana en la región. Llegué al patio de armas, un jardín con la típica fuente baja que caracteriza a la arquitectura árabe. Ese rincón es un portal al pasado. Desde allí, una terraza ofrece vistas de la ciudad, donde la Catedral de Málaga sobresale entre los edificios.
En este viaje por el sur de España visité cuatro ciudades, y no sabría elegir cuál me gustó más. Todas tienen su encanto y son ideales tanto para vivir como para pasar unos días. La gente es más tranquila que en Madrid o Barcelona, y la excelente conexión ferroviaria facilita desplazarse. Sin esperarlo, descubrí una de las regiones más fascinantes del mundo, una mezcla cultural encantadora. Como mencioné, debo volver para recuperar lo que esta ciudad tomó prestado de mi identidad.
No hay en el panorama de la oposición un líder que encabece el malestar profundo que ocasiona el desacreditado régimen presidido por Dina Boluarte.
Hay sí algunos líderes que muestran su disconformidad y no escatiman críticas al gobierno (Rafael Belaunde y Jorge Nieto fundamentalmente, de los presidenciables), pero una cosa es prodigarse en medios de comunicación a lanzar un perfil divergente y otra erigirse en un líder opositor.
Era una ley en los primeros años de la transición que quien encabezaba la oposición luego se hacía dela presidencia. Lo fue Toledo respecto de Fujimori, Garcíacon relación a Toledo y Humala respecto de García. Ya después vino la disfuncionalidad con las elecciones del 2016 y el inicio de la grave crisis política por la que transitamos desde entonces, en la que nada es predecible y la lógica política perdió credenciales.
La izquierda misma es sumamente beligerante respecto del gobierno actual, pero no logra constituir un liderazgo opositor fuerte. Ni siquiera Antauro Humala, el más potente líder izquierdista se puede endosar ese perfil.
Los empresarios, los medios de comunicación, los movimientos regionales, los gremios sindicales y sociales, la sociedad civil casi en su plenitud, son hipercríticos del gobierno fallido que nos ha tocado en suerte, pero ese estado de ánimo no encuentra expresión política y nadie de la clase política parece haberse propuesto en serio representar esa actitud.
El secreto parece estar en acompañar el discurso crítico de la movilización callejera o de la activación de colectivos que expresen ese malestar ciudadano. No basta con aparecer en medios, en entrevistas televisivas, radiales o escritas para alcanzar esa dimensión opositora que se requiere, y que quien capture se asomará con mayores posibilidades en las elecciones del 2026.
Si hoy se hiciese una encuesta sobre quién es el líder de la oposición, probablemente aparecerán muchos, pero con escuálido porcentaje. No hay una figura que se encarame sobre el resto y eso, a su vez, va a contribuir a hacer de la fragmentación -de por sí una desgracia- un mal mayor al que ya por sí contiene.
–La del estribo: vale la pena darse un salto hoy por el centro de Lima y acudir a la sala Alzedo del teatro Segura, y disfrutar una gran obra, Tiempos mejores, bajo la dirección de Roberto Ángeles y la dramaturgia de Mikhail Page y Rasec Barragán. Entradas en Joinnus. Aproveche que el tráfico está fluido ya que se acabó la procesión del Señor de los Milagros.