El Perú que despierta el 1ero de enero de 2023 no está igual de alejado de esa Suiza real maravillosa que nos retrataba Vargas Llosa en 1990. Lo está mucho más. En la década fujimorista se implementó un proyecto político populista que destruyó la partidocracia, lo que tornó más clientelar y asistencial a una sociedad que ya lo era desde los tiempos coloniales. En la década milenio, Alejandro Toledo inventó 24 gobiernos regionales autónomos que institucionalizaron dichas clientelas básicamente en favor de ellas mismas y de los poderes regionales existentes, legales o no. Alan García, a su turno, les transfirió recursos centrales, escalonadamente, desde 2007 hasta 2011. El Perú no se regionalizó, no se federalizó, se feudalizó. La distancia entre la Suiza de 1990 y el Perú contemporáneo nos ha retrotraído a los tiempos del Estado centrífugo y los gamonales serranos.  

Parafraseando a Mario Vargas Llosa, Carlos Iván Degregori, en Demonios y Redentores, nos narra la escena cuyo inicio reproduce en pequeño la emboscada de 1532 en Cajamarca. Los protagonistas son dos monjas y un piquete de policías que buscan convencer a un grupo de aguajunes de darles a sus hijas niñas para llevarlas a la misión de Santa María de Nieva con la intención de civilizarlas y que no crezcan sin Dios. Al fracasar las monjas, se imponen los policías y se llevan a las niñas a la fuerza. Estas acabarían de sirvientas en casas de poderosos o de prostitutas en La Casa Verde. En los últimos sesenta años, el Perú ha cambiado lo suficiente para asegurarse de no cambiar nada. Como al principio, la República sigue siendo una quimera. 

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Mario Vargas Llosa, Perú

Acá tenemos a las regiones alejadas del poder central; aquellas han desarrollado mecanismos eficaces de protesta, entre los cuales el bloqueo de carreteras se destaca entre todos por su inevitable eficacia. Acá tenemos, reitero, centrifuguismo, distancia, conciencia de sí de las regiones, la que puede ser políticamente canalizada. La rivalidad entre el centro y la periferia nunca ha sido más real, máxime cuando el centro ingresó en un espiral de crisis política desde 2016, y, desde hace 5 años nos ha “regalado” 6 presidentes y 3 Congresos.

En su texto, que trata del neorepublicanismo, Sergio Ortiz Leroux coloca a la sociedad civil como un cuarto poder eventual, al lado de los tres poderes del Estado, aquel se autoconvoca y moviliza cuando los otros tres se desvían notablemente del bien común. Con esto, ciertamente, ni justifico violencias, ni niegos infiltrados, pero tampoco podemos terruquear las protestas sin observar en ellas el hartazgo del Perú provinciano frente al Perú central, con notables toques identitarios, que dan para otra columna.

El poder político central, y todo lo que se mueve a su alrededor no maduraron los últimos 22 años: involucionaron. Regresó la democracia, pero en su versión informal, sin partidos políticos, es más, sin políticos, con pillos, en su mayor parte, con lobistas, desapareció la mínima huella republicana de lo que significa la búsqueda del bien común, prevalecieron los extremos, de la derecha y de la izquierda. Por ello, las regiones piden otros gobernantes al centro del poder y, cada vez más, imponen la agenda de una nueva constitución, o al menos su refrendo. Las cartas están sobre la mesa.

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Izquierda, Partidos políticos, Regiones

En los modernísimos años noventa, con caída del muro de Berlín, globalización, televisión por cable, inicios de internet y todo, Alberto Fujimori nos contó la historia de que el Perú todavía era caldo de cultivo para sofisticadísimas dictaduras, con inteligencias grises a la cabeza. Me refiero a Vladimiro Montesinos -especie de gran hermano orwelliano, que todo lo ve y todo lo sabe, y todo lo controla y todo lo corrompe y con el amén, explícitamente firmado en cartas de sujeción de las Fuerzas Armadas. Con estos métodos se quebró el orden constitucional el aciago 5 de abril de 1992 y se intervinieron todas las instituciones del Estado. Cuánta nocturnidad, cuánta extorción, cuánto chantaje, cuántos destrozos en nuestra per se precaria institucionalidad; el Estado quedó en pie porque no puede desaparecer ¿o sí? Pero los partidos políticos no. Agentes de inteligencia con un mínimo de pudor y que denunciaron las miserias del régimen acabaron torturados, estudiantes dinamitados, fosas comunes a la orden del día, tanto como madres esterilizadas sin que nadie se los advierta primero. Estaba por advenirse nuestro nuevo milenio y las prácticas de Fujimori eran peores de obscenas que las de Sánchez Cerro, solo que con internet.

¡Pero no participamos tampoco en lo de Manuel Merino! Nos dicen. Sí, sí. Sí participaron, puesto que lo permitieron y sus fuerzas disuasivas, entre ellos se lucieron los impresentables ternas, que se movían como cangrejos del apocalipsis, arrestando a nuestros jóvenes, lo que nos hizo notar que rápidamente se erguía, de súbito, una nueva dictadura. Por eso salimos los mayores en masa a las calles, para cuidarlos y proteger a nuestros jóvenes, pero nada impidió que perdiésemos a Inti y a Bryan, a punta de fuego policial, lo que sí logramos fue impedir el asentamiento de una nueva dictadura, apenas ayer, en 2020. Triunfo de la sociedad civil y de nadie más.

Y ahora el cuento es que los militares se han convertido, de súbito, en paladines de la democracia por no sumarse a la pantomima de un pobre infeliz, Pedro Castillo, que nunca entendió de qué trataba la banda bicolor que lucía y a quien la casta militar odiaba profundamente: primero por tratarse de un campesino rural al que les costaba mucho cuadrársele y reconocerlo como su Jefe Supremo, segundo porque veían en él a un terruco, debido al partido de izquierda que lo llevó al poder. No cabe duda de que Pedro Castillo es un villano por donde se le mire y que es un alivio que él mismo, en su inconmensurable torpeza, se haya autoeliminado políticamente con su pantomima golpista, pero ¿tenían acaso los militares algún motivo para seguirle el rumbo a esta bala perdida?

No seré tan concluyente en mis últimas palabras; la negativa de las FFAA a plegarse a lo que fuera que intentó Pedro Castillo el martes 7 -además de autosabotearse- no suprime de un plumazo su secular vocación golpista y de irrespeto impenitente al orden constitucional. Aunque declarativamente se grite su vocación democrática, la respuesta no la tiene la voz de los jerarcas castrenses sino Cronos, el Dios olímpico del tiempo. 

Sólo las próximas décadas, que de seguro nos traerán coyunturas complicadísimas                                   -probablemente colmadas de aprendices de Fujimori y Montesinos- como complicada es nuestra historia republicana, nos dirán si realmente los militares se quedarían en sus cuarteles si un aspirante a sátrapa, que les insinué una sonrisa con la parte derecha de la cara, los disponga a una nueva y harto patrimonialista -léase corrupta- aventura autoritaria. El tiempo lo dirá, pues Pedro Castillo “nunca dijo nada”. Su corrupta inteligibilidad fue su rasgo más saltante. 

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fuerzas armadas, golpe, Pedro Castillo

Mucho se dice, y se piensa, que en todo este ajetreo quien perdió fue el APRA, que Haya de la Torre vio frustrada su vida pues no llegó a ser presidente del Perú. Más allá de esto, durante el siglo XX debimos aprender a ser democráticos, debimos construir un orden institucional sólido y debimos incorporar la costumbre de defender y vivir en la normalidad de ese orden institucional y constitucional sólido sin que nadie lo ponga en duda y fue precisamente eso lo que nos arrebató la alianza-oligárquica militar primero, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada -Velasco y Morales Bermúdez- luego, y finalmente, como corruptísimo broche de oro castrense de la vigésima centuria, la dictadura de Alberto Fujimori.

Han pasado 22 años desde que Fujimori nos dejó, pues literalmente nuestro último dictador huyó al Japón, y, sin embargo, nuestra democracia no echa raíces, estas no germinan, se pudren. En lugar de clase política tenemos bandoleros camuflados bajo todo tipo de ideologías y propuestas disparatadas, cuando lo que buscan en realidad es el tesoro público, es el dinero de todos, son nuestros impuestos, para repartírselos, entre ellos, como Pizarro y los suyos cuando buscaban El Dorado, la legendaria ciudad de oro perdida, al punto que quebraron a golpe de cincel las piedras del Templo del Sol en el Cusco a ver si el oro se escondía dentro de sus rocas.

Aquí la república no ha comenzado todavía, 201 años después de su fundación formal por José de San Martín, y parte de la explicación, nos la deben los militares que le robaron la democracia a nuestro siglo XX, no se la robaron solo al APRA, nos la robaron a todos. Ténganlo presente.

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Apra, dictafuras, Militares

Los otros perdones

El perdón a Azul no debe tomarse como un hecho aislado dirigido a una persona en particular. Su simbolismo va mucho más allá. Deja un mensaje: es inaceptable que la policía nacional torture y viole a un ciudadano peruano en virtud de su orientación sexual nos rebaja a los niveles se las más implacables y oscuras dictaduras latinoamericanas del siglo XX, a aquellas salas de terror donde se aplicaba electricidad a los genitales hasta de mujeres embarazadas con tal de hacerles decir lo que ignoraban. La civilización, la era de los derechos debe prevalecer esa es la consigna que Azul debe ayudarnos a hacer prevalecer.

En otras notas he planteado el perdón estatal a los mundos Andino y Amazónico por todos los abusos, servidumbre y semi-esclavitud padecidos en tiempos republicanos, hasta bien entrado el siglo XX y hasta ahora si consideramos la ausencia o precariedad de los servicios estatales en las zonas rurales.

El perdón, per se, es simbólico, pero tiene la cualidad, como en el caso de Azul, de reconocer como propio a quien siempre se tuvo como al otro, el perdón incluye, integra, cierra viejas heridas y puede sentar las bases para forjar finalmente, lo que nos falta para forjar la auténtica comunidad nacional, esa que no forja un ricachón repartiendo dinero, en una magra manifestación, subido sobre un moderno monociclo rodante.

La vuelta a los derechos fundamentales, a la ponderación de los actores políticos, a la palabra argumentada, a la honestidad en el manejo de la cosa pública, es el único camino posible para salir de esta crisis pendular, de extremos, que da la impresión de haber venido para quedarse, pero ni las plagas de Egipto lo hicieron. De seguro se irá algún día, como todos los males en la historia de la humanidad.

Pensemos en el centro político para después de la tormenta.Son dos palabras que hay que poner en valor desde ya, pues en los derechos fundamentales, los de todas y de todos, tan depreciados, se encuentra la salida a esta crisis que no es local sino civilizatoria.

Qué difícil es jugar a ser Dios, los que lo hacen, olvidan a menudo, que, antes que nada – o que todo- Dios es amor, si es que existe, en algún lugar…

*Historiador, Docente en Universidad de Lima, PUCP y UARM

 

Como muchos, soy de los que piensa que la gran mayoría de peruanos, quiere elecciones. Pero el tema no concluye allí, lo que la mayoría de peruanos quiere son elecciones con partidos y candidatos buenos o mínimamente decentes y aceptables, y eso es algo que hoy prácticamente no existe en el país, a no ser por algunos esfuerzos en el centro como los de Francisco Sagasti, solitario Quijote del republicanismo, el abogado Carlomagno Salcedo, Secretario General del recién fundado Confluencia Perú y el aún vigente Partido Morado, que, bajo la conducción del también abogado Luis Durán, busca recuperar popularidad ya que su organización es de las más organizadas del país.

Hablo del centro también, porque, visto el panorama mundial, y el ambiente de polarización que vive Italia, con la elección de la ultraderechista Georgia Meloni, o la próxima segunda vuelta en Brasil cuya difícil disyuntiva es la de decantarse entre el también conservador extremo Jair Bolsonaro y el populista, y vinculado con la corrupción, Luis Ignacio Lula da Silva, parece importante voltear a ver lo que hubo, lo que aún existe y lo que podría o debería haber en el centro político. 

Los vientos que comenzamos a respirar son los de la moderación, y si no lo son, deberían serlo, por eso dejo estas pautas, para pensar desde otras premisas la política peruana y mundial. 

  

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Lula Da Silva, Pedro Castillo

Concluyo volviendo a la idea de la modernidad inconclusa, que no es más que nuestro día a día, en el que hoy nos dirigimos raudos hacia las próximas municipales, deshojando el cuarto tallo de la margarita, porque a los otros tres ya se les secó el sentido común. La historia del APRA, la de su generación fundadora, es la historia de un país al que no dejaron democratizarse, ni madurar a sus instituciones y partidos políticos. 

Nosotros no somos el país en el que Haya fue dos veces presidente, Seoane una, Sánchez una y Prialé otra, junto con las dos de Belaúnde, que sí sucedieron, más la de Alva Orlandini y Oscar Trelles. Gobiernos en los que se consolidó una casta de políticos y políticas, en los que la reforma agraria se realizó paulatinamente, en los que transitamos a ser un país de todos y para todos, y desactivamos la oligarquía sin tanques ni botas, y la reemplazamos por una mesocracia técnica bajo cuya conducción migramos y nos abrazamos todos los peruanos. La historia que no cuenta la historia del APRA, es, paradójicamente, la historia que es, la de nuestro presente, la de un país echado al abandono, abandonado a las fuerzas de la corrupción y huérfano de clase política. 

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Apra, Historia, partido político

Derecha conservadora, centro derecha, centro izquierda, vanguardia de izquierda “contrahegemónica” e izquierda comunista son los cinco bloques principales del espectro político-ideológico chileno que se han visibilizado claramente tras la victoria del “rechazo” en el plebiscito de salida de su trascendental proceso constituyente. La batuta en la Convención Constitucional la tomaron las vanguardias “contrahegemónicas”, pero acaban de constatar que esa no es la izquierda que quiere Chile. El vecino país  busca que los servicios del Estado se acerquen a la gente. Otras reivindicaciones como las relativas a los pueblos originarios deberán incluirse en un texto constitucional que deberá redactarse de nuevo pero con un enfoque distinto. Ese ha sido el mandato del pueblo chileno el pasado domingo 4 de septiembre.

En el Perú, la situación de Chile debe ser seguida con atención pues vivimos una enorme paradoja. Si más del 80% de los peruanos apoyó la caída de Manuel Merino hace dos años fue porque nuestro sentido común es bien parecido al de Chile. Es decir, contamos con una mayoría de centro o centro izquierda que cree en la democracia y quiere que los servicios del Estado satisfagan sus necesidades, a esto se suma el hartazgo por la farra perenne de las arcas estatales que explica el espectacular recibimiento a Antauro Humala en Andahuaylas. Sin embargo, solo hay representación política para la derecha conservadora y la izquierda radical antisistémica. Esta última, originalísima expresión de la peruanidad, y ausente en el espectro político chileno, cuenta con ribetes de conservadurismo arcaico que la hacen aún más sui generis.

El Perú es de centro, o de centro izquierda, podría apoyar a un centro derechista también, pero podría volcarse hacia un antisistémico radical si no encontrase a nadie que encajase en las primeras tres opciones. Sin embargo, no hay ni partidos, ni caudillos, ni de centro, ni de centro izquierda, ni de centro derecha que asomen en el horizonte. ¿Con quién nos encontraremos al final del camino?

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Perú
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