Un sector de la derecha, sobre todo la élite empresarial y los sectores conservadores, están aterrados respecto del retorno del populismo económico. Esta última gestión congresal les ha puesto los pelos de punta y no quieren ni imaginar lo que podría pasar en el país si además del Legislativo también se activa un Ejecutivo de ese talante.
El problema es que el miedo no es el mejor consejero político. Por pavor al populismo están endosando al ultraconservadurismo moral, autoritarismo político y mercantilismo económico de un candidato como Rafael López Aliaga. Por eso su crecimiento en las encuestas, aunque todo hace suponer que ese estirón se va a empezar a ralentizar y la ola celeste puede terminar convertida en un tumbito (influirán los errores notorios del candidato, el conocimiento de sus aspectos negativos, la arremetida de sus adversarios electorales que antes ni le daban bola, etc.).
Un sector de la derecha peruana está cometiendo el mismo error que cometió en los 90, cuando su pavor al populismo alanista y a la violencia terrorista los hizo adherirse sin prudencias ni cautelas al esquema corrupto y autoritario de Fujimori. Inclusive, connotados compañeros de la campaña del Fredemo y de Mario Vargas Llosa terminaron de entusiastas gonfaloneros del fujimontesinismo por esa misma razón. Y los resultados finales saltan a la vista. Fue un craso error, del cual no parece haber aprendido mucho esta derecha.
Opciones tiene. Es verdad que Hernando de Soto ha desplegado una campaña lamentable, casi indecorosa de lo mala que es, pero es, de lejos, mejor opción -más democrática y liberal- que la de López Aliaga. A cinco semanas de la elección, está bajo en las encuestas, pero no tan lejos del pelotón de potenciales contendores de la segunda vuelta.
La propia Keiko Fujimori, a pesar del inmenso pasivo que arrastra por su inefable conducta política luego de su derrota en el 2016, es también una mejor opción de derecha que la del candidato de Renovación Popular. Jugará su opción gubernativa al filo del reglamento (no es solo estratégica su insistencia en la “mano dura”), pero sabe que no puede reeditar viejos autoritarismos y en términos económicos y morales está también a años luz de modernidad en comparación con las chifladuras reaccionarias del candidato célibe.
La derecha peruana no brilla por su lucidez histórica, pero no está demás invocarla a que en la actual circunstancia bicentenaria reflexione y apueste por un destino liberal y republicano, de libre mercado competitivo, como mejor forma de derrotar a la real amenaza del estatismo o del malhadado populismo económico.