Las compañías deben promover espacios laborales libres de discriminación, violencia, hostigamientos y acoso sexual.

Una de cada tres mujeres y niñas experimenta episodios de violencia a lo largo de su vida. Esto es algo que sucede en los hogares, los centros educativos, la calle, el trabajo y el internet, y se manifiesta, entre otras, de forma física, sexual y psicológica. Las empresas no son ajenas a esto. La violencia puede darse dentro de su propio ámbito, como es el caso del hostigamiento sexual laboral y también puede impactar la vida privada de sus trabajadoras.

 Un estudio de Gender Lab encontró que por cada persona que reconocía expresamente haber pasado en su vida laboral por una situación de acoso sexual, otras cinco lo reconocían cuando se les preguntaba por manifestaciones concretas. Por su parte, la violencia que afecta a las mujeres en su vida privada supone costos empresariales altos, los cuales están mayoritariamente asociados a los agresores. En ese contexto, el Comité Estratégico de Líderes por la Equidad de Género de IPAE asegura que debe existir en las compañías, tolerancia cero a la violencia de género. Una empresa, con una correcta cultura organizacional, enfatiza, debe promover la equidad de género.

La tolerancia cero a la violencia de género debe impulsar espacios laborales libres de discriminación, violencia, hostigamientos y acoso sexual. “Hablar sobre la violencia de género visibiliza las desigualdades y lleva a combatirlas; por ello, es importante que las empresas cooperen para erradicarlas. Es necesario formular políticas que garanticen espacios laborales libres de violencia y difundir procedimientos para la prevención y atención”, comentó Miguel Uccelli, presidente del Comité y Gerente General de Scotiabank Perú.

Para lograr este objetivo, el Comité Líderes por la Equidad, viene proponiendo dos medidas que las empresas podrían implementar dentro de la cultura organizacional: implementar Políticas y Comités de Denuncia contra el Hostigamiento Sexual en línea con la legislación laboral vigente; y difundir activamente los procedimientos para prevenir y atender la violencia de género en el ámbito laboral y en ámbitos privados.

“Es alarmante que cada hora desparezca una mujer en el Perú. Esto nos impulsa a realizar cambios desde nuestros espacios, tanto entidades públicas como privadas, con la única meta de erradicar cualquier tipo de violencia. Asimismo, perseguimos la creación de espacios seguros dentro de las instituciones, donde la víctima pueda denunciar y ser escuchada. Crear una cultura organizacional con equidad de género es un gran desafío para todos, pero es el único camino que debemos empezar a recorrer”, indicó Adriana Giudice, miembro del Comité y Gerenta General de Austral.

La lucha contra la violencia de género es, uno de los grandes retos para lograr la equidad en las organizaciones.

Con su startup ha creado una innovadora forma de vender pescados frescos vía online. Pero para lograrlo, ha tenido que vencer estereotipos y al machismo que asegura que las mujeres, no pueden pescar.

Pucusana es un nostálgico balneario ubicado a 58 kilómetros al sur de Lima. En esta añorada caleta y rodeada de lanchas que parecen reposar sobre un manto platinado se encuentra Karin Abensur, una pescadora artesanal de 37 años que, como hija del mar, pretende hacer una oceánica revolución: empoderar a la mujer, luchar contra el hambre y fomentar la pesca sostenible en el país con su emprendimiento, Karin Ecofish.

Karin Abensur Montes de Oca fue la primera pescadora artesanal de la playa Punta Hermosa. Su historia con el mar comenzó cuando tenía doce años y entró por primera vez al océano acompañada de una tabla de surf. Ahí, surcando las olas, cayéndose y levantándose, entabló amistad con los pescadores. Aprendió sobre sus faenas, sus anécdotas. La dura vida del mar que la cautivaron y la motivaron a estudiar ingeniería pesquera en la Universidad Agraria La Molina y, para que ahora creara Karin Ecofish, su negocio online de venta de pescado fresco fileteado, envasado al vacío y con reparto a domicilio.

“Cuando entré al mar de Pucusana lo hice con un pescador que era muy conocido aquí y se hizo mi pata. Como estaba a su lado, todo el mundo lo miraba. No era bien visto que las mujeres entren al mar, de madrugada y a pescar. Entonces él les respondía: “¿Qué les pasa? ¡Es mi hija!”. Y todos callaban”, cuenta Karin.

Pero un día el pescador se fue y ella se quedó sola. La gente le preguntaba por su supuesto padre y ella respondía: ‘Él me ha mandado sola porque ya aprendí. Si no hubiera sido por él, hubiera sido más complicado ingresar a este mundo”, recuerda.

A Karin le ha tocado imponerse en un mundo dominado por hombres y el machismo. Por eso se ha encargado de luchar contra los estereotipos, esa batalla silenciosa que aún nos queda por ganar.

“Todos los seres humanos merecemos respeto y eso quiero lograr con Karin Ecofish: la igualdad. No porque soy mujer tengo que aceptar que me falten el respeto. Yo me siento con las mismas capacidades que cualquier hombre de mar”, refuta, quien fue elegida Pescadora artesanal del año 2018 por el Ministerio de la Producción. ¿Los argumentos? impulsar la pesca sostenible. ¿Qué la enamoró del mar?, le preguntamos.

“Estar en contacto con la naturaleza es más placentero que escuchar los cláxones de la ciudad. Mi meta siempre ha sido dedicarme a la pesca”, dice.

La mujer y el mar

Karin trabaja de la mano con las fileteadoras de Pucusana. A través de su empresa social no solo se encarga de darles trabajo sino de empoderarlas, capacitarlas y darles empleo para que logren una independencia económica que les permita valerse por ellas mismas.

“¿Por qué todo es para el pescador? Todo es para el hombre pescador, cuando estas señoras están fileteando y con las manos mojadas desde las 2am”, reclama, en el puerto de Pucusana.

Para el 2021 Karin Ecofish tiene dos nuevos proyectos. El ingreso de nuevos e innovadores cortes de pescados como pejerrey y especies de estación, como el bonito y el perico. Además de hacer hamburguesas de lomo de bonito y cortes parrilleros.

Los nuevos productos a base de pejerrey serán posibles gracias a que en noviembre del 2020, Karin Ecofish fue beneficiada con los fondos del Programa Nacional de Innovación en Pesca y Acuicultura.

Además, con su proyecto busca que el consumo del pescado se incremente. Para la FAO, el objetivo al 2025 es que el peruano consuma 27.6 kilos de pescados al año. Actualmente es de 17.4 kilos.

Pero para que Karin, sentada sobre su bote, pueda contar ahora su historia tuvo que pasar duras batallas. Sufrir derrotas, golpes de ola capaz de tumbar al nadador más cuajado.

No solo tuvo que vencer los prejuicios de que las mujeres no pueden ser pescadoras. También batalló contra las altas tasas de interés de los bancos que le impedían (o le dificultaban) acceder a préstamos para potenciar su negocio, además de luchar contra la informalidad de la pesca artesanal en el Perú.

Pero enfrentó esas batallas y su startup se ha convertido en una de las más innovadoras del país: ofrece ocho tipos de cortes de pescado listos para cocinar. Vienen congelados y sellados al vacío. Los cortes más solicitados son: Ceviche, Tiradito, Escabeche, Sudado, Jalea. La comercialización es vía web y los clientes pueden programar sus compras y a la vez saber el origen de los productos que están adquiriendo. Y de paso, conocer las historias de las personas que hicieron posible que aquellos productos estén en la mesa. La distribución de sus productos es directamente a la puerta de sus clientes.

Más de 1000 pescadoras

En el Perú existen más de 76 mil pescadores artesanales, según el Ministerio de la Producción. De ese total, unas 1300 son mujeres. Con un universo tan grande de pescadores, le preguntamos a Karin ¿Cómo logramos una pesca sostenible?

“Hay que fomentar la pesca responsable. Hay que ponerse la camiseta como pescador, como consumidor y también como vendedor y no fomentar el consumo del lenguado, de la chita y la corvina”, dice. Y agrega: “Son especies que viven 40 años, no los puedes matar al año porque estas colaborando a que desaparezcan”, señala.

No volver a ver una especie es cruel. Por eso Karin pretende formar la Asociación de Pescadores Responsables y que se sumen los pescadores de todo el litoral. La hora de la pesca sostenible, llegó.

Así es Karin Abensur Montes de Oca, una pescadora artesanal que lidera su propia revolución. Una mujer que rompe con los moldes, la hija del mar que desde su espacio ha sabido quebrar estereotipos, dar empleo y levantar la bandera de la sostenibilidad. Su voluntad, es tan grande como el mar.

Dato:

Los pedidos a Karin Ecofish se pueden hacer vía redes sociales. Facebook: @karinecofish1234. Instagram:  karin_ecofish. Whatsapp 987104168.

Por José María Salcedo

Sobrevolaba territorio asháninka. Iba en una de esas avionetas acrobáticas con uno de los increíbles y geniales pilotos de la Selva Central del Perú, auténticos artistas del aire o potenciales suicidas eólicos, o las dos cosas, no necesariamente contradictorias, me parece. Recuerdo esos vuelos con el cariño que a veces se recuerda el riesgo, la incertidumbre, el triunfo finalmente de la vida, en momentos como éste de encierro, cuarentena, virus, terror y mucha estupidez, cuando la mejor hazaña que puedes permitirte es salir a caminar por un malecón pletórico de perros cagones, transeúntes enmascarados y ciclistas de dudoso IQ.

Pero, en fin, vuelvo al vuelo. Vuelvo al vuelo de la avioneta y me doy cuenta ahora de que el que voy a narrar es un suceso de hace casi treinta años y que me tengo que apresurar antes de el posible alzheimer o el alemán como también le dicen convierta mi cerebro en un vuelo nuboso de avioneta sin destino, principio ni final. Sin padre ni madre. Sin compasión.

Sobrevolávamos territorio asháninka. Realizaba yo entonces un video para el CAAAP, Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica. Los asháninka de la Selva Central eran una de las comunidades apoyadas por esta institución dirigida por obispos de la Iglesia Católica. Ibamos en la avioneta, además del piloto, dos personas del CAAAP, el notable director de fotogafía y cameraman Juan Durand y yo. Doy un dato importante sobre el fornido Juan: su prominente barba. Barba rojiza si te acercabas o no tanto si la veías más de lejos o a contraluz: barba oscura y quizás amenazante para los no habituados. ¿Qué teníamos que hacer? Un documental sobre la forma en que los asháninka se recuperaban de la tragedia de la invasión terrorista, buscaban alternativas económicas, mejoraban su incipiente agricultura.

Más datos: las rondas armadas asháninka trataban aún de rescatar familias completas secuestradas por los terroristas de Sendero Luminoso. Si no la familia completa, al menos los niños huidos de alguna las aldeas de concentración y esclavitud erigidas en medio del monte, en las que el terrorismo los tenía confinados. En otras zonas aún había combates armados. Abimael Guzmán aún no había sido capturado. Años después se calcularía que el terrorismo le había costado a los asháninka el diez por ciento de su población. Diez por ciento. Saque usted la cuenta de lo que eso significaría si hubiera pasado con Lima, así de horrible, nada menos.

Nuestra avioneta se posó en el improvisado campo de aterrizaje de Betania, una de las comunidades asháninka que nos tocaba cubrir. Al posarnos sobre el césped que hacía de pista de aterrizaje, se acercó un grupo de pobladores, siempre con niños curiosos por delante como yo ya lo había visto en otras zonas. Los pobladores nos ayudaban con los bultos que incluían paquetes de medicinas y víveres para ellos mismos.

Reparé entonces en que pronto se vendría el atardecer. Y que no se podría perder ni un solo segundo si queríamos hacer tomas aéreas de la población , el río cercano y el resto del pequeño valle y la quebradita en la que nos enontrábamos. Hicimos entonces lo más práctico, lo único en verdad que se podría hacer en esa época en la que la fotografía con los llamados “drones” no estaba en el cerebro de nadie.

Rápidamente, Juan Durand, el piloto y yo sacamos la puerta de la avioneta desentornillándola con la misma facilidad con la que ya lo habíamos hecho en otras ocasiones: sacábamos la puerta y, ya en el aire, el camarógrafo se inclinaba al vacío mientras yo lo sostenía agarrándolo del cinturón y mientras el piloto, para el que tampoco aquello era una gran novedad, iba haciendo piruetas prácticamente acrobáticas acercándose a tierra, bajando, subiendo, volviendo a bajar y subir para que el camarógrafo tomara sus imágenes. Hoy puede parecer una locura, entonces no. No había otra forma de hacer un buen trabajo aunque, en la edición final, esas tomas aéreas representaran solamente segundos. Pero segundos gloriosos, que sin duda impresionarían al cliente que nos contrataba.

Bueno, de eso mismo se trataba también esta vez. Y así lo hicimos. Despegamos a toda velocidad, el sol estaba por inciar su sempiterna ceremonia del adiós. Volamos en círculo una y otra vez. Yo agarraba fuertemente el cinturón del robusto Durand, el piloto se lucía con las cabriolas prodigiosas al que el propio Durand, concentrado en el visor de su cámara, le obligaba.

Hasta que en un momento, Durand lanzó un grito que oímos perfectamente a pesar del ruido que emitía la avioneta: “¡Hey, qué están haciendo ahí abajo!”. Miré yo sobre el hombro de Durand, miró el piloto de costado lo suficiente como para darse cuenta y decirnos: “Carajo, están clavando troncos en el pasto”. Y sin que nadie le diga nada, empezó a descender. Durand y yo entonces nos dimos cuenta de que si no lo hacía en ese instante, los de abajo terminarían de clavar los troncos y nos sería imposible aterrizar. Sospeché que no era la primera vez que aquel piloto sufría un incidente de esa naturaleza. O quizás esa sospecha era solamente una forma de tranquilizarme: yo sentía pánico.

Al salir de la avioneta fuimos rodeados por un contingente de hombres armados. Unos con escopetas de retrocarga, otros, con arco y flechas. La resistencia asháninka contra los terroristas había empezado a base de arco y flechas y una que otra primitiva escopeta de caza. Los primeros tiempos de esta guerra desigual habían sido ignorados por la gran prensa de Lima. Luego se dotaría a los ronderos y comités de autodefensa de la región, de las famosas retrocargas. Hubo algún caso también en el que un párroco, un misionero franciscano, había ido a Lima a conmover corazones y bolsillos y conseguirles armas a sus diezmados feligreses indígenas.

Quienes nos rodeaban y apuntaban eran los integrantes de un comité de autodefensa y uno de ellos, sin uda el jefe, nos mostró su carnet, nada menos. Yo intenté balbucear una explicación: veníamos a hacer un trabajo que a ellos mismos les iba a beneficiar. Que era por su bien, eso les decía. Paternalistamente, tiempo después lo comprendí. Tiempo después. En ese momento no.

Aparentemente no me hacía entender. Los ronderos me hablaban en su lengua. Yo insistía en la mía, me temo que convertida en la lengua del miedo. En un momento se acercó un   personaje. A diferencia de los hombres  que blandían armas, vestidos de polo y pantalón −unos descalzos otro en zapatillas− este hombre vestía la famosa kushma que caracteriza a los asháninka. Normalmente, la kushma es una túnica o especie de poncho que cubre todo el cuerpo, con una abertura para la cabeza, de tejido más o menos tosco, decorado con anchas franjas o rayas verticales. Es el vestudario característico de estas comunidades de la Selva Central del Perú. He escuchado variadas explicaciones sobre sus orígenes, incluyendo la que asegura que la kushma deriva del hábito tradiciuonal del misionero franciscano.

El hombre de la kushma empezó a traducir lo que el líder de los ronderos me iba diciendo en un  tono bastante agresivo: desde abajo habían visto el sobrevuelo de la avioneta y a un hombre barbado asomándose mirando a la comunidad con un aparato negro, difícil de identificar. Tal vez un arma, una bomba, alguna terrible amenaza.

Le pedí entonces su cámara a Durand. No sé si temblándome la mano tomé la cámara e intenté explicarle que aquello era una cámara y que si Durand la apuntaba hacia abajo desde el aire era para sacar vistas de la tierra, del río, de la montaña. En fin, caramba, que estábamos trabajando.

Al jefe no parecía conmoverle nada de mi discurso. Por un instante, creí captarle una cierta sonrisa, quizás de desprecio, eso lo pensé bastante después. O esa supuesta sonrisa, una ilusión mía, nada más, era una forma de consolarme en mi tribulación. Porque el jefe siguió con una catarata de palabras incomprensibles que el hombre de la kushma convirtió en una sentencia alarmante: el que lleva la cámara tiene barba como Abimael Guzmán. Como Abimael Guzmán, nada menos. Durand trató de acercarse al jefe como si quisiera mostrarle la cara, pero el jefe lo detuvo con un gesto de la mano izquierda. La otra, la derecha, balanceaba la escopeta. No era prudente acercarse. Durand retrocedió.

Logramos explicar que la avioneta solo traía víveres, agua, alguna medicina, que la podrían revisar. Lo que no pudimos explicar fue por qué habíamos violado su espacio aéreo. Claro, entonces, al momento, no lo pensé en esos términos: “espacio aéreo”. Hoy puede parecer hasta cómico. Pero ciertamente lo que  no pudimos responder fue por qué no habíamos pedido permiso para sobrevolar su comunidad. Por qué no les habíamos pedido permiso a ellos, la autoridad, el Estado vigente en ese tiempo y en ese lugar.

Cuando escuchamos ese reclamo, el piloto de la avioneta trató de objetar aquel discurso punitivo y bastante humillante, con el argumento del libre tránsito por el territorio nacional. Cuando se disponía a redondear aquel argumento, yo tuve el acierto de hacerle callar.

Un instante después, cuando el atardecer nos encimaba, jefe y cuarilla formaron círculo y empezaron a discutir lo que yo suponía sería nuestra suerte. Suponía bien: mientras discutían, el jefe volteaba a mirarnos de reojo como para ver si seguíamos allí. Culminado el cónclave, el hombre de la kushma se acercó y nos transmitió la sentencia. Me doy cuenta ahora que esto escribo, que empleo la palabra “sentencia” prácticamente sin proponérmelo y que empleo la palabra “sentencia” con bastante propiedad. Porque de eso se trataba.

El hombre de la kushma nos comunicó que quedábamos detenidos y que al dia siguiente, temprano en la mañana, la asamblea de la comunidad decidiría qué hacer con nosotros.

Y nos trasladaron a una cabaña en la que permaneceríamos toda la noche. Allí quedamos el piloto, Durand, las dos personas del CAAAP y yo. Y a la puerta de la cabaña, de centinela, vigía y carcelero, el hombre de la kushma, premunido ahora de una de las escopetas que yo había visto entre los integrantes del séquito del jefe.

Noche en vela por supuesto, no sé en verdad si hace falta decirlo. Y noche de un inmenso y angustioso calor. La poca agua embotellada que habíamos logrado llevar hasta la celda−cabaña pronto acabaría. El calor digo, era angustioso por ser calor y por nosotros lo que éramos: prisioneros a la espera de sentencia por el jurado imoredecible que se formaría al amanecer.

El hombre de la kushma, nuestro vigía, centinela y carcelero, a la puerta de nuestra cabaña, nos mira de vez en cuando y noto por un instante en su rostro un cierto rasgo de simpatía o compasión. Es solo un instante, quizás estoy proyectando en mi cerebro lo que yo deseo que esté ocurriendo, pero quién sabe.

Poco después, empieza a parecerme que ni su cuerpo ni su rostro encajan totalmente con las características físicas de los hombres que nos detuvieron, ni de los asháninka en general, por lo menos de lo que yo hasta entonces conocía de ellos. El hombre de la kushma era, como decirlo, algo diferente. Y se lo pregunté, me atreví.

Y me respondió. Y su relato sería perfectamente una historia cinematográfica. La película que yo jamás haré pero algún otro quién sabe. Por lo tanto, diré poco, lo suficiente o quizás menos que eso todavía.

El extraño, así le llamo ahora −qué cosas tiene el lenguaje− era japonés. Bien, digamos que hijo de japonés con una mujer asháninka, lo admito. Pero hijo de japonés, es japonés. El padre japonés, nada menos que uno de esos soldados del emperador que jamás creyó que Hiroito se hubiese rendido. Y que la suerte trajo hasta la Selva Central del Perú. La forma cómo llegó hasta aquí me la reservo por el momento. Si les parece extraordinaria la historia de un hijo de soldado japonés en la puerta de mi prisión en Betania, no saben lo que significa “extraordinaria” si no conocen la forma como llegó hasta alli aquel soldado fiel de un emperador que se había rendido a pesar de ser un dios. El emperador podría haberle traicionado pero él nunca traicionaría al emperador. Pero esa historia, ahora por lo menos, no la voy a contar.

Y entonces el extraño me pareció algo menos extraño porque, en todo caso, era un inventor de historias más o menos como yo y el documental que ahora estaba interrumpido pero que yo tenía que hacer de todas maneras, para eso estaba allí, de eso vivía. Pero el extraño japonés se daría cuenta de que yo no le creía o que quizás no le daba importancia a su relato.

Y dejó la escopeta apoyada en el marco de la puerta de la cabaña, metió la mano en la kushma y sacó lo que al principio me pareció una libretita rotosa y ajada pero que luego, con un poco más de luz, pude obervar con verdadero asombro. Lo que vi entonces fue un pasaporte japonés. Y me dijo que era el pasaporte de su padre. Y me abrió la página en la que aparecía la fotografía de un hombre serio, mirando a cámara con cierto asombro, como si esperara de ella alguna sorpresa quizás injusta y cruel.

Hijo de soldado japonés enterrado en algún lugar de la Selva Central del Perú, quizás por allí mismo, quién sabe si demasiado cerca de la cabaña que el destino ha querido que su hijo vigile con un arma en la mano y un pasaporte vencido como el talismán de un mundo que fue pero que …¿podría volver a ser?

Quedo en silencio. Sé que el japonés de kushma ha de haber esperado que yo diga algo, epro me he quedado en silencio, he rumiado por un instante la profunda tristeza que habrá tenido su padre traicionado por un emperador. Aunque también me digo: ¿y si el hombre ha sido feliz y si ha encontrado aquí lo que perdió sin rendirse a pesar de las  órdenes, la mujer, por ejemplo, que sería la madre del extraño ya no tan extraño de la kushma?

Sumido silencioso enesas cavilaciones, algo físico me pasa, una sensación: vislumbro por una pequeña ventanilla de nuestra cabaña, una cierta luz o resplandor. Me acerco y me doy cuenta de que lo que estoy mirando entonces es la luz, posiblemente generada por algún motor o algo parecido, que sale de una cabaña similar a la nuestra, pero con una ventana más grande. Y al acercarme aún más a  nuestro ventanuco ya entiendo perfectamente que estoy mirando al cuarto de esa cabaña y que del cuarto de esa cabaña distingo, increíblemente, un refrigerador. Como si se tratara de un sueño surrealista, producto quizás de una pesadilla nacida de mi calor insoportable y mi sed brutal y desesperante, se abre ese refrigerador y aparece, contundente y esplendorosa, una botella familiar de Coca Cola.

Sé ahora por cierto lo que se puede estar pensando al leer el párrafo anterior: que todo no ha sido más que un sueño. Pero ha sido más, mucho más que un sueño.

Al darme cuenta de la verdad de aquello, mi cerebro selecciona con preferencia absoluta un detalle de esa realidad: si la Coca Cola aparece en un refrigerador es porque el refrigerador debe estar funcionado: funciona a kerosene o con motor, como la luz que ilumina aquella habitación. Y esta es la broma que el cerebro nos hace de vez en cuando, la broma del detalle, aparentementre absurdo detalle. En mi caso, en aquella cabaña, el detalle de una Coca Cola perfecta, absoluta, rotunda, terminantemente helada. Helada.

Y ese fulgor, esa iluminación, ese detalle, es lo que me impulsa a decirle al hombre de la kushma, mi carcelero, que yo, con mis poderosas influencias em Lima, puedo conseguir que el Japón le reconozca como ciudadano, le de su propio pasaporte y le reciba con todos los honores, como el hijo de un soldado heroico que dio su vida por el emperador.

La sed me hace convincente. El hombre me mira con creciente entusiasmo. O quizás tampoco él me cree inicialmente pero le estoy regalando un momentito de deleite e ilusión. Y entonces me siento listo para ponerle mi condición: si es que me deja salir un instante para ir hasta la otra cabaña y comprar esa prodigiosa Coca Cola. Soy un traidor. Las posibilidades que yo tengo de conseguirle a ese hombre su pasaporte y su patria son francamente remotas. Pero qué voy a hacer: mi maldito cerebro me ha traicionado con ese pequeño detalle de la temperatura de la Coca Cola.

Salgo de la cabaña, me escolta con su escopeta el futuro súbdito del emperado pero, a los pocos pasos, me intercepta parte de la cuadrilla del comité de autodefensa, están haciendo su ronda. El casi japonés habla con ellos en su lengua. Uno de ellos ríe, desaparece en la noche y reaparece portando una enorme vasija nacida de una calabaza partida o algo así. Me extiende la vasija. La miro. Contiene un líquido rosáceo y algo viscoso. Y el hombre de la kushma me dice que es masato. Masato fermentado ¿de yuca rosada? Y entonces mientras yo miro intrigado, el hombre en ronda que me ha mostrado la vasija me dice en castellano: “Gringo, si quieres Coca Cola toma primero masato”. Y cuando acabó la frase, los demás rieron y terminaron su risotada con ese aullido agudo, animal y festivo, con el que los asháninka, cuando están en grupo, suelen terminar sus cantos y algunas de sus prolongadas conversaciones.

Tomamos esa noche la helada Coca Cola. Al amanecer nuestro guardián y tres asháninka más nos escoltaron hasta la casa comunal. En el camino, mientras iba clareando, vimos a un nombre soplando un cuerno que parecía de toro: estaba llamando a la asamblea. Reunidos todos en la casa comunal yo empecé a explicar, con la traducción del futuro japonés, lo que era una cámara de video, cómo funcionaba, para qué servía y qué hacíamos nosotros allí. Y que ese mismo día, en nuestra avioneta, teníamos que regresar a Satipo y que, por favor, nos dieran permiso para trabajar y que, hombre blanco parece arrepentido, pedíamos mil disculpas por no haber pedido permiso para sobrevolar, para filmar y para todo lo que hiciera falta. Y hombre blanco se iba sintiendo estúpìdo porque a medida que hablaba veía o creía ver y escuchar y sentir que se estaban riendo de él. Hasta que acabó su discurso, se pasó a una votación y la mayoría decidió que podíamos filmar. Todos respiramos y yo me di cuenta de que ya directamente, la gente se estaba riendo de mí.

Y me acerqué al jefe, al severo jefe de la escopeta siniestra y le dije:

—¿Sí entienden castellano, no?

—Claro pues gringo…

—¿Y entonces por qué me hacen todo esto?

—Por joder.

Vimos, filmamos, hablamos, grabamos. Volvimos hasta donde habíamos dejado la avioneta y le colocamos la puerta encajando perfectamente cada tornillo, con delicadeza, casi con amor. Y emprendimos vuelo, casi con nostalgia.

Y mucho tiempo después yo recibí una tarjeta postal del Japón. Estaba escrita en castellano. En un castellano un poco extraño, debo admitir. Me recordaba un extraño incidente en una cabaña, en una tórrida noche, en la Selva Central del Perú.

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Chema Salcedo

En el 2019, el gobierno de Martín Vizcarra cuadruplicó el presupuesto de apertura de Pasto Grande y, con ello, dotó a Lomas de Ilo de inusuales S/ 22 millones. Poco tiempo después, la mitad de aquel monto fue girado al consorcio Obrainsa-Astaldi para el pago de laudos arbitrales. Hoy, un aspirante a colaborador eficaz acusa al presidente de haber recibido S/1 millón en coimas de ambas compañías. Lomas de Ilo, la obra ‘estrella’ de Vizcarra cuando fue gobernador regional, sigue inoperativa.

Para los moqueguanos, Pasto Grande es tan emblemático como Machu Picchu. Pero el enorme proyecto de irrigación, que lleva agua a más de 7 mil hectáreas de ese pequeño departamento, tiene un problema. Su problema se llama Lomas de Ilo. Gestionada en el 2013 por el entonces gobernador, Martín Vizcarra, y construida por el consorcio italoperuano Obrainsa-Astaldi, la ampliación ‘Lomas de Ilo’ debía canalizar el agua de Pasto Grande hacia las tierras de la zona costera de Moquegua en el 2014. Todavía no lo ha hecho, porque colapsó en la primera prueba.

Pero, increíblemente, ese no es meollo del asunto. Una edificación inútil, mal construida y vinculada a presuntos sobornos ya no resulta extraña en el Perú. Lomas de Ilo sería apenas un renglón perdido en la larga lista de obras vinculadas a corrupción si no fuera por ese apellido: Vizcarra. Su principal impulsor hasta hoy. Desde que asumió como presidente, el gobierno central ha aumentado los recursos para el proyecto de infraestructura más mimado de su gestión regional. Aquel por el cual hoy un aspirante a colaborador eficaz lo acusa de corrupción. ¿Por qué? Sudaca viajó hasta Moquegua para encontrar la respuesta.

El 2019 fue el primer año en el que el gabinete de Vizcarra pudo armar el proyecto de presupuesto público y decidir en qué se gastaría el dinero del Estado. Eso se vio claramente reflejado en las partidas destinadas a Moquegua. Luego de tres años sin presupuesto de apertura, Lomas de Ilo abrió el 2019 con uno inusualmente alto: S/22 millones. La cifra es más extraña aún si se observan los montos que esa obra había ejecutado en el 2018: apenas S/3,7 millones, conseguidos sobre la marcha. ¿Por qué necesitaría siete veces más dinero una edificación que todavía no puede empezar a operar?

Hasta el cierre de este informe, el Ministerio de Economía (MEF) no respondió a esa pregunta, alcanzada por Sudaca desde Moquegua.

La partida de Lomas de Ilo fue, a su vez, parte de los más de S/ 61 millones que recibió todo el proyecto Pasto Grande para el 2019, la gran mayoría provenientes del gobierno central. Una cifra que cuadriplicó su presupuesto del año previo y que las autoridades regionales de ese entonces aseguran no haber solicitado. Se trata, de hecho, de la asignación presupuestal más alta en los 16 años que el GORE Moquegua ha administrado el proyecto.

“Recibimos S/ 61 millones de parte del MEF a pesar que nosotros habíamos considerado menos para Pasto Grande. Ellos no especificaron en qué actividades usar ese dinero, por lo que consultamos si podíamos moverlo a otras partidas donde hubieran servido más. La sectorista del MEF me dijo que la Directora General de Presupuesto Público [entonces, María Antonieta Alva] había destinado ese presupuesto específicamente a Pasto Grande, que el dinero tenía nombre propio [el del proyecto] y que no se podía dar a ninguna otra unidad ejecutora”, dice William Pineda exjefe de planeamiento y presupuesto del GORE Moquegua.

Pasto Grande tiene un presupuesto que solo aumenta significativamente cuando se va a realizar una nueva obra. Por ejemplo, entre el 2008 y el 2009, se triplicó para la construcción de la conducción Jaguay Rinconada. Algo parecido ocurrió entre el 2013 y 2015 para levantar las fallidas Lomas de Ilo. Pero en el 2019 y el 2020 Pasto Grande no tiene especificada ninguna obra nueva en particular. Ricardo Tapia, ingeniero agrónomo con más de 40 años trabajando en actividades vinculadas al proyecto, asegura que ya no hay obras de gran envergadura contempladas para inversión. Solo proyectos pequeños.

¿Qué ocurrió, entonces, con la inusual cantidad de dinero que entró a Lomas de Ilo, a través de Pasto Grande? Parte importante terminó siendo girada al consorcio Obrainsa-Astaldi, conformado por dos empresas que, según un aspirante a colaborador eficaz, habrían pagado S/1 millón en coimas a Vizcarra para adjudicarse aquella obra.

Laudos, laudos y más laudos

Para entender mejor ese giro de dinero hace falta irse unos años para atrás. Durante su gestión como gerente general de Pasto Grande, entre el 2017 y el 2018, el ingeniero Johan Vilchez intentó que el GORE de Moquegua no pague los cerca de S/ 11 millones en arbitrajes que dicho consorcio les había ganado en el 2016. Todos derivados de la construcción de las Lomas de Ilo. Así lo demuestra un informe que Vílchez presentó a la Contraloría, en el que solicita una inspección detallada de la obra para evaluar “los contratos hechos con empresas investigadas” y las “tamañas deficiencias en el proceso constructivo”.

En su informe, Vilchez también detalla que al menos cinco de los siete arbitrajes perdidos serían, en realidad, responsabilidad de la empresa contratada para elaborar el expediente técnico y para supervisar la obra: ATA, del exministro de Agricultura José Hernández. De hecho, entre el 2015 y el 2018, Pasto Grande judicializó los laudos y buscó reducir el importe total a pagar. No tuvo éxito. Así, una obra que se licitó en S/80 millones, que costó finalmente S/ 92 millones y que está inoperativa, terminó -además- debiéndole al consorcio constructor un saldo adicional por arbitrajes perdidos.

“Como nos denegaron la nulidad de los arbitrajes y la Contraloría no respondía, intentamos levantar inspecciones para abrir laudos arbitrales [de nuestro lado] que superen el monto que habíamos perdido. Pero para eso se necesita presupuesto, la partida de Lomas de Ilo no tenía dinero asignado [en el 2018] y se nos acabó el tiempo de pedir transferencias”, señala Vilchez. En el 2018, el ingeniero se reunió con Vizcarra para pedirle un presupuesto mayor para Pasto Grande. Le dijo, asegura, que necesitaba apenas S/14 millones. Vizcarra no atendió su solicitud.

“Reunión de julio del 2018 entre el ingeniero Johan Vílchez, entonces gerente de Pasto Grande, y el presidente Vizcarra. Acompañan personajes del círculo moqueguano”

 

La intención del presidente, según Vílchez, era que Pasto Grande pasase a ser administrado por el Ministerio de Agricultura y Riego (Minagri). Algo improbable dada la importancia del proyecto para la región. “Es como si a Cusco le quitaran Machu Picchu para que lo administre otro”, dice el ingeniero Tapia. Recién cuando quedó claro que eso no ocurriría, llegó el grueso aumento presupuestal. Los modestos S/14 millones pedidos por Vílchez fueron cuadruplicados. Pero el ingeniero, que era reacio a pagar los arbitrajes perdidos, ya no estaría para administrarlos.

 

Pese a haber hecho caso omiso al pedido de ampliación presupuestal de Vílchez en el 2018, apenas el Poder Judicial emitió sentencias negando los argumentos presentados por Pasto Grande, en julio de ese año, el MEF corrió a agendar el presupuesto sobredimensionado del proyecto para el 2019, que terminó en el pago de los laudos a Obrainsa-Astaldi. Según fuentes de esta entidad, el proyecto de ley de presupuesto del año por venir se cierra, a más tardar, entre julio y agosto. Abogados especialistas en arbitrajes explicaron a Sudaca que, si bien por norma un fallo arbitral debe ser ejecutado inmediatamente, en la práctica es muy extraño que el Estado tramite estos pagos con tanta premura. De hecho, normalmente una empresa que busca cobrar un laudo al sector público debe esperar algunos años.

 

En enero del 2019, el GORE Moquegua fue asumido por el profesor Zenón Cuevas, y Vilchez fue reemplazado. Según periodistas regionales, Vizcarra apoyó abiertamente a Cuevas en su primer intento por llegar a la gobernación de Moquegua, en el 2014. Cuando Vizcarra disolvió el Congreso el año pasado, Cuevas lo celebró con un evento en la Plaza de Armas de su ciudad. Ambos, en el 2008, fueron líderes vitales del llamado ‘Moqueguazo’.

 

A los pocos meses de la gestión Cuevas, en agosto, David Espinoza, nuevo gerente general de Pasto Grande, le dijo al medio regional Telesur Expresión que ahora sí estaba previsto el pago de los arbitrajes ganados por Obrainsa-Astaldi. Al ser consultado sobre de dónde había presupuesto para pagarlos, Espinoza declaró que había llegado dinero del MEF con la indicación explícita de que sea destinado a eso. En conversación con Sudaca, Espinoza aseguró que en su declaración se referió a indicaciones establecidas en documentos heredados de la gestión anterior.

 

Ese mismo agosto, Pasto Grande devengó casi S/ 11 millones en favor del consorcio Obrainsa-Astaldi para atender el pago de los arbitrajes. El dinero salió de la partida de Lomas de Ilo llamada “Ampliación de línea de conducción de sistemas de riego”, con función agropecuaria. Apenas un mes después, en septiembre, hubo escándalo en Moquegua: se publicaron audios del entonces gerente del GORE, Alberto Jiménez, en los que instaba al gerente de asesoría legal de Pasto Grande, Wilfredo Zapata, a que firme y publique la resolución de pago de los laudos. Todo bajo la excusa de aumentar el nivel de ejecución del proyecto.

Jiménez fue cesado de su cargo tras el barullo político, pero el dinero, en varios cheques, finalmente fue girado.

Girados pero no pagados

Desde hace dos meses hay un nuevo hombre fuerte en Pasto Grande. Se llama Agapito Mamani. Hasta el cierre de esta nota, él optó por no brindar las declaraciones solicitadas por Sudaca. El actual gerente del proyecto de irrigación había dicho en una entrevista al diario Prensa Regional que su prioridad será “las Lomas de Ilo”. Mamani fue gerente regional de Recursos Naturales y Gestión del Medio Ambiente en el GORE Moquegua durante los cuatro años de la gestión de Vizcarra. Luego se ha desempeñado como parte de la mesa de diálogo para el Ministerio de Energía y Minas (MEM) frente al proyecto Quellaveco, durante la presidencia de Vizcarra. “Mamani es parte del personal de confianza del presidente”, asegura una fuente que ha sido muy cercana al mandatario durante casi una década.

A la designación de Agapito Mamani la acompaña la de Edmer Trujillo, el amigo de Vizcarra que -pese a sus interminables críticas por su labor al frente de dos ministerios- sigue rondándolo en distintos puestos de la administración pública. Trujillo ha sido contratado por el Ministerio de Agricultura para realizar una asesoría en el desarrollo de Lomas de Ilo, y en setiembre fue destacado a Moquegua con un contrato de servicios por S/ 30 mil. Así, las conexiones de Vizcarra en Pasto Grande, el proyecto que lo obsesiona desde que lo presidió cuando tenía 26 años, a finales de los ochenta, son cada vez más fuertes.

Desde el inusual aumento de presupuesto en el 2019 hasta hoy, alrededor de S/60 millones han sido designados a actividades relacionadas con Lomas de Ilo, un proyecto entregado hace tres años pero que no está operando. Además del pago de los laudos arbitrales a Obrainsa-Astaldi, se ha usado dinero para el saneamiento físico legal, infraestructura extra por la duplicación de parcelas en el área de distribución de la irrigación, los rescates arqueológicos en los terrenos vendidos, que no se contemplaron como parte del proyecto inicial y que ya llevan extrayendo más de 150 momias del subsuelo de Ilo (con una inversión de más de S/15 millones), entre otros.

Según información del consejero regional Luis Miguel Caya, para el 2021 se habría separado ya una partida presupuestal de más de S/ 50 millones de soles a ser invertidos en Pasto Grande. De estos, se volverían a considerar altos recursos para Lomas de Ilo. En otras palabras, además del especial interés por pagar los laudos arbitrales, el gobierno de Vizcarra parece francamente convencido de que puede arreglar el desastre que dejó cuando estuvo en el GORE.

Pero aquí una sorpresa: el dinero para pagar los arbitrajes llegó del MEF para Pasto Grande, y fue devengado y girado en favor de Obrainsa-Astaldi, pero estas compañías aún no pueden cobrarlo. ¿Por qué? El 20 de enero de este año, Wilfredo Zapata, el exgerente de asesoría legal de Pasto Grande, elaboró un informe en el que asegura que no procede el cobro porque el consorcio no tiene los mismos representantes legales que cuando solicitó los arbitrajes. En su informe, Zapata le dice a Obrainsa y Astaldi que pidan el dinero por la vía judicial. Mientras, la plata ha sido depositada en una cuenta intangible a la espera de ser cobrada.

El argumento de Zapata carece de sustento legal, pero él parece ser el único funcionario con interés en frenar (o demorar) el desembolso a una empresa investigada por el caso Club de la Construcción. Hoy ha pasado a ser asesor legal de todo el GORE Moquegua. “Lo que debe hacer la empresa es enviar el caso a un juez que certifique la validez de los representantes legales, para que se cumpla el pago de las deudas”, comenta el abogado experto en arbitrajes, Carlos Valderrama.

Pero antes de acudir a la justicia, Obrainsa-Astaldi recurrió el 30 de julio pasado al Minagri. En una carta expedida ese día, dirigida al titular del despacho, José Luis Montenegro, el consorcio le expone todos los argumentos por los cuales asegura que debe cobrar el dinero. El ministro Montenegro reenvió el pedido al gobernador Cuevas el 19 de agosto. El consorcio ha decidido presionar al GORE a través del Ejecutivo.

Mientras, Zapata ha dejado Pasto Grande, hoy copado por personajes cercanos al presidente. El dinero de los laudos arbitrales -que según los exfuncionarios entrevistados por Sudaca fue específicamente destinado para eso por indicación del MEF- ya ha sido girado. Revertir su desembolso, demorado por Zapata, es teóricamente imposible. Lomas de Ilo, con crecientes montos de asignación presupuestal, sigue paralizada. Una nueva moción de vacancia, por el presunto pago de coimas al presidente, ha sido admitida en el Congreso. Y los agricultores del valle de Ilo -los que realmente deberían importar- siguen preguntándose por qué la prometida ampliación de la frontera agrícola de su región sigue postergándose.

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Martín Vizcarra
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