Jaime Villanueva - Sudaca.pe

La política sin políticos

Frente a este panorama sombrío nos toca realizar el esfuerzo por imaginarnos como sociedad más allá de la mera coyuntura

Desde Aristóteles sabemos que la política es el campo donde el hombre alcanza su plena humanidad, pues su finalidad es el “vivir bien”, el bien común. Las maneras de alcanzar ese bien común es lo que caracteriza a la lucha por el poder. De este modo, el poder, bien entendido, no es el uso de privilegios particulares, sino el medio para conseguir una adecuada vida en comunidad. La degradación de la política se da precisamente cuando se pierde de vista su propia finalidad y se cambia el fin por el medio. La política se banaliza cuando el medio o el instrumento se coloca en lugar del fin.

 

Esto lo vemos hoy en el país y en el mundo. Carecemos de visones globales que nos presenten una propuesta de sociedad o comunidad. Asistimos al agotamiento de las ideas y los programas, hemos cambiado el fondo por la forma vacía y hueca. Si volvemos la mirada a los candidatos que aspiran gobernarnos nos percatamos rápidamente que se quedan en la propuesta y carecen del programa. Han perdido la capacidad de ofrecer una visión global del bien común que necesitamos como comunidad.

 

Basta escucharlos en los debates o por separado para darse cuenta que  parecen estar encerrados en un mismo discurso con uno que otro retoque. Tal vez su enanismo en las encuestas sea el reflejo de su poca capacidad para ofrecer una visión política. Hacer política no es un trabajo técnico ni improvisado, tampoco es el mero deseo de alcanzar el poder. La política tiene que ver con lo que queremos ser como sociedad y como comunidad. Ninguno de ellos, nos ha podido responder aún esa pregunta y han optado por la mera tecnificación de la política que es también su degradación. Tenemos candidatos de una gran medianía y con un discurso que más bien parece un recetario. Todos parecen tener la solución a los problemas inmediatos, pero ninguno ofrece una visión de país.

 

En la variopinta fauna de candidatos tenemos para todos los gustos de lo grotesco y la chabacanería. El populista con el que ya no se reconoce nada del antiguo partido de derecha que sumió al país en la peor época de violación de los derechos humanos, los procesados por corrupción al recibir maletines del dinero sucio de Odebrecht y traicionar la gran transformación, el capitán acusado de asesinar y violar a inocentes, los ignorantes que creen que su dinero o su cara los harán presidentes, la izquierda que piensa que con su corrección y discurso suave logrará la aprobación de los que no votarán por ella. Todos ellos, sin ideas ni programas encarnan la degradación de la política.

 

Pero, el más peligroso de todos es sin duda Julio Guzmán. Una suerte de malagua política sin un punto de vista definido. Un ser acomodaticio que va por donde el viento o sus propios cálculos lo llevan. Capaz de decir una cosa y al minuto siguiente decir todo lo contrario. Lo único constante en él es la cobardía de salir corriendo ante las dificultades sin ser capaz de enfrentarlas. Un sujeto sin honor en lo personal y en lo político. A él le caería perfecto el título de la gran novela de Robert Musil, “El hombre sin atributos”.

 

Digo que es el más peligroso porque encarna la antipolítica. La falta de coherencia y valor para enfrentar los problemas. No se sabe en qué cree y qué defiende. Sin embargo, y pese a su casi inexistencia en las encuestas, goza del apoyo del gobierno (es el candidato oficialista), de los medios y de un sector de opinólogos que lo quieren vender como el mal menor. Lo quieren de presidente porque ven amenazados sus intereses. Yo diría que es el mal mayor. Un Felipillo de la derecha que promoverá el que todo cambie para que nada cambie. Ese es su principal credo. Ya hemos tenido una muestra de ello en el actual gobierno de su partido plagado de un exceso de narcisismo inversamente proporcional a su eficiencia.

 

Frente a este panorama sombrío nos toca realizar el esfuerzo por imaginarnos como sociedad más allá de la mera coyuntura. Eso implica volver la mirada a nuestro rico pasado, al de la enorme civilización que fuimos capaces de construir, dejarnos afectar por las diversas formas de organización política que se han ensayado en nuestra larga historia y sacar de ahí algunas lecciones para el futuro que nos espera. Sólo podremos consolidarnos como comunidad en la medida en que podamos oír todas las voces que conforman el Perú diverso y milenario y lleguemos a un acuerdo sobre el bien común para todos nosotros. Debemos recuperar la política y hacerla importante para la vida de los ciudadanos, encarnarla en cada una de nuestras acciones con miras al bienestar comunitario. No dejemos que nos arrebaten la esperanza del cambio.

 

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