Hace más de cien años, Víctor Andrés Belaúnde, hizo un llamado que aún hoy resuena en todos nosotros, pues, como tantas otras promesas, aspiraciones e ideales en el Perú, no ha sido cumplido. Seguimos queriendo patria. El problema es que en el contexto de unas elecciones en medio de la peor crisis sanitaria, económica y política de nuestra historia, ninguno de los candidatos parece ser capaz de ofrecernos ni patria, ni tan siquiera una visión de país. El escenario electoral peruano asoma como la feria de las vanidades y las confrontaciones, más no de las propuestas.
La atávica miopía de nuestra clase política no le permite ver lo que tiene al frente. Miles de peruanos condenados a muerte por falta de oxígeno (simbólicamente, este es un país que se asfixia) en los pasillos de unos ruinosos hospitales, con médicos y personal de salud absolutamente desatendidos y maltratados, sin vacunas ni solución alguna a la vista. Sumado a todo ello, una economía ruinosa y un gobierno incapaz de tomar una decisión que privilegie la vida a los intereses. Es el costo de la improvisación y la falta de reformas institucionales que debieron acompañar al crecimiento económico del que gozamos.
Nuestra “prosperidad económica” se tornó falaz pues no estuvo acompañada de la institucionalidad requerida para sostenerla y mantenerla. Los mejor intencionados creyeron que el sólo mercado era suficiente para acabar con la pobreza y asegurar mejores oportunidades para todos. Los otros, aprovecharon la circunstancia para mantener el mercantilismo y en algunos casos, construir un sistema corrupto de prebendas, coimas y chantajes que terminó por apoderarse del Estado y la sociedad en general.
En el desencarnado análisis que en 1914 hiciera Víctor Andrés Belaúnde sobre la Crisis Presente (lo más lamentable, es que sigue estando muy presente) nos enseña “la verdad de que todo fenómeno económico encierra un fenómeno político y que todo fenómeno político envuelve una cuestión moral”. Es decir, ayer como ahora, nuestra principal crisis es moral. Lo político e incluso lo económico es sólo la expresión de una crisis mayor que afecta a todo el tejido social, que cuestiona incluso nuestra viabilidad como comunidad, pues nos interpela sobre el tipo de ciudadanos que queremos ser y el tipo de comunidad que queremos construir.
Esa es la cuestión de fondo que ninguna candidatura quiere enfrentar porque no van más allá de programas improvisados y eslóganes mediáticos y populistas, no tienen idea de lo que quieren para el país. Si hacemos caso a Belaúnde y aceptamos que nuestra mayor crisis es moral, entonces debemos empezar por atacar el tema de fondo que hoy afecta todos los ámbitos de la vida nacional: la corrupción. No basta sólo recitar recetas y propuestas inconexas que al final de día no cambian nada. Es necesario, una profunda comprensión de lo que ésta significa.
Las gestiones corruptas que nos han gobernado (no en vano hemos visto desfilar por la prisión a todos nuestros presidentes de los últimos 35 años) son con mucho las causantes de varios de los problemas que hoy vivimos. Un gobierno dominado por la corrupción nunca hará las reformas institucionales que se necesitan pues éstas impedirían o harían más complicada su actividad delictiva. Un gobierno corrupto nos llenaría los ojos con muchas obras insuficientes y sobrevaloradas pues ahí ha estado la principal fuente del robo. Un gobierno corrupto no se preocuparía por formalizar la economía pues la informalidad y el caos son el caldo de cultivo preciso para el lavado de dinero producto de actividades ilícitas. Un gobierno corrupto jamás emprendería una lucha frontal contra el narcotráfico, pues ellos mueven grandes cantidades de dinero. Un gobierno corrupto no se interesaría por asegurar un adecuado sistema de salud y de educación pues de esta manera mantiene a los ciudadanos en la ignorancia y viviendo a salto de mata.
Resulta evidente entonces que ninguno de nuestros gobiernos se ha preocupado por hacer alguna de estas cosas. Lo que sí han hecho muy bien es mantener las estructuras corruptas del Estado y que han impregnado también a la sociedad, al punto de normalizar la corrupción casi como un sistema o un modo de vida. Esta es la crisis de fondo que debemos combatir, pues sin que ésta se solucione, todo lo que se haga en los ámbitos de la economía o la política serán sólo más cambios cosméticos.
La terrible tragedia que atravesamos hoy, producto de la pandemia por el Covid-19, no sólo ha desnudado todas nuestras falencias y miserias, sino que también debe servir de oportunidad para pensarnos como comunidad, como país. Llegar al punto que hemos llegado, como el país que peor ha manejado la crisis sanitaria y económica a nivel mundial, debería cuestionarnos como comunidad. La solución a este “desquiciamiento moral” (VAB) en el que vivimos debería ser el tema central de las propuestas de los candidatos y sin embargo es el más ausente. Ninguno ofrece una esperanza de reinventarnos como país, por ello, el grito “hecho de imprecación y de conjuro” continúa aún vigente y debe escucharse lo más fuerte posible: ¡Seguimos Queriendo Patria!