El fracaso del intento golpista por vacar al presidente nos deja algunas lecciones de las que debemos aprender. En primer lugar, la vacuidad de un escenario político que se mueve más por emociones, intereses y mezquindades que por razones y compromisos. El uso apresurado de lo que debería ser la última ratio en toda crisis política no sólo la deslegitima sino que la convierte más en un arma de venganza que en una salida a una crisis insostenible. Querer vacar a un presidente en su quinto mes de gobierno no sólo es un despropósito sino que también el síntoma de la desesperación que algunos deben sentir al saber que ya no tienen el control del poder que les ha permitido siempre hacerse de buenos “negocios” en base a las relaciones y amistades en algún puesto del gobierno.
Este torpe y ridículo intento lo que ha demostrado es desesperación antes que cálculo. Por eso, se les cayó de manera tan estrepitosa porque no tenían ningún sustento más que sus malas intenciones. Esto, al contrario, ha servido para fortalecer al gobierno y darle aún mayor legitimidad. Podría ser un triunfo pírrico pero por el momento es un triunfo que si se sabe capitalizar puede catapultar las tan ansiadas reformas que el pueblo está esperando.
El gobierno del profesor Pedro Castillo tiene ahora, nuevamente, la oportunidad de llevar adelante el cumplimento de los anhelos de quienes lo eligieron. Cuidando al extremo sus modos y formas de conducirse en el poder, los nombramientos impertinentes, transparentando sus acciones, castigando de manera ejemplar a quienes cometan algún acto de corrupción, puede ganar el espacio de legitimidad que ha venido perdiendo y tomar la fuerza para iniciar la reforma tributaria y la renegociación con las mineras y las empresas de gas.
El presidente Castillo carga con la responsabilidad de haber sido elegido no para hacer más de lo mismo sino para iniciar una gran transformación del Estado que, por fin, se ponga del lado del que menos tiene y al que más se debe. Esto es lo que algunos grupos de poder temen tanto. Por ello, al rótulo de ineficiente le han querido colocar el san Benito de corrupto, pero han fallado y ahora se abre una nueva oportunidad.
En este corto tiempo si el gobierno afina la estrategia puede iniciar una segunda etapa con el reacomodo de fuerzas y sin perder de vista la razón de su permanencia en el poder. Es momento de consolidar si equipo y emprender acciones, ya pasó el tiempo de los discursos y toca ahora demostrar con hechos que las verdaderas razones de la vacancia eran que no se quiere que se cambie nada. Ese debe ser el objetivo prioritario del gobierno en estos momentos.
Aquí ha ganado la gobernabilidad. El verdadero problema por el que atravesamos no es el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda, sino el de la corrupción, el narcotráfico, la minería y tala ilegal, esas son las acciones delictivas que han erosionado nuestra alma nacional. Ese es el verdadero enemigo. Alguno de los extremos enfrentados debería hacer un llamado por un Acuerdo por el Perú. Uno en el que puedan participar todos y buscar puntos mínimos de consenso. Ahí se sabrá quienes están de qué lado.
La magnitud de la crisis, en medio de una pandemia que sigue cobrando muertos y que amenaza con recrudecer, no puede distraer al gobierno de sus dos objetivos centrales: la salud y la reactivación económica. Son sus prioridades y teniéndolas como objetivo central debe emprender todas las otras reformas que ha ofrecido para transformar el rostro del Perú.
Tal vez a los señores de siempre no les guste, pero este gobierno tiene un mandato claro al que no puede traicionar sin traicionarse a sí mismo y al pueblo que lo eligió. Por eso, las arremetidas, las fabulaciones, las intrigas y las bajezas. Si sabemos escuchar la voz del pueblo entonces tal vez se puedan llegar a los acuerdos mínimos y necesarios para mantener nuestra endeble democracia y la estabilidad.