Carlos Parodi

Estamos a pocas semanas de la segunda vuelta. Los candidatos siguen planteando una serie de propuestas. Creemos poco en los políticos porque antes prometieron y luego no cumplieron. ¿Cómo se evalúa una propuesta? ¿Qué necesitamos saber?

En primer lugar, todas las propuestas cuestan. Por lo tanto, la pregunta es cuánto. Algunos podrán decir que no tienen un costo, pues solo implica una reasignación del presupuesto; aun en ese caso, quitar recursos a un objetivo para ponerlos en otro tiene un costo llamado costo de oportunidad. ¿Qué y cuánto estamos dejando de hacer al reducirle los recursos a un sector para colocarlos en otro? A veces olvidamos que nada es gratis.

En segundo lugar, y relacionada con la anterior, ¿de dónde saldrá el dinero? ¿Más impuestos? ¿Más deuda? Algunos dicen que hay que poner un impuesto a la riqueza (sin definir qué es riqueza). ¿Han calculado cuánto se puede recaudar? ¿Alcanza o solo es un deseo? ¿Qué ha pasado en países en los que se ha colocado ese impuesto? ¿Debemos endeudarnos más? No olvidemos que más deuda hoy son más impuestos mañana. Perú puede endeudarse, pero habría que estar seguros de saber cómo gastar ese dinero.

En tercer lugar, ¿se están analizando los efectos colaterales? ¿A quién voy a perjudicar? Bastiat fue un economista francés que vivió entre 1801 y 1850 y escribió un artículo llamado “El cristal roto”. La historia es simple y sirve para analizar varias de las propuestas que estamos escuchando.

Un niño arroja una piedra y rompe un vidrio. Lo que parece ser una desgracia puede, según algunos, servir para reactivar la economía. Algún familiar del niño deberá destinar dinero, para seguir el ejemplo de Bastiat, seis francos, para reponer el vidrio.

Esto creará la demanda por un vidrio nuevo, por lo que algún vidriero tendrá ahora trabajo y recibirá el pago mencionado, a cambio de construir y colocar el vidrio. Con esos seis francos, el vidriero comprará otros bienes; digamos alimentos, con lo que se moverá otro sector de la economía. De acuerdo con Bastiat, esto es lo que se ve.

Sin embargo, lo que no se ve es que esos seis francos han dejado de gastarse en otro objetivo, digamos zapatos, pues se han usado en el vidrio nuevo.

El dinero tiene un costo de oportunidad, pues puede usarse en otra cosa. Lo que no se ve es que se ha dejado de comprar zapatos y, por ende, el productor y el vendedor de zapatos no han recibido el dinero que habrían recibido si es que no se hubiera usado el dinero en reponer el vidrio. El resultado es que dejó de moverse el sector que produce zapatos.

Nótese que en caso no se hubiera roto el vidrio, la economía tendría, además del vidrio, los seis francos invertidos en zapatos. Habría vidrio más zapatos. Al romperse el vidrio, solo tendría un vidrio nuevo.

En cuarto lugar, ¿es viable políticamente la propuesta? ¿Se podrá aplicar con un Congreso fragmentado como el que tendremos? ¿Existe evidencia empírica que sustente que dicha política funciona? En economía, como en la vida, las buenas intenciones no bastan.

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Carlos Parodi, Economista, Entendiendo de Economía

En primer lugar, las personas, empresas y gobiernos toman decisiones, sean buenas o malas, acertadas o no, pero no hay duda de que deciden. Lo hacen porque tienen algún objetivo, sea este personal, grupal o de cualquier índole y al hacerlo, comparan los beneficios y los costos de cada decisión. Por ejemplo, si alguien quiere pasarse un semáforo en rojo, compara los beneficios (avanzo más rápido) con los costos (es poco probable que me ampayen o si lo hacen, lo arreglo).

En segundo lugar, todo lo anterior ocurre porque una característica central de la economía es el reconocimiento de que los recursos son escasos. No podemos hacer todo al mismo tiempo. Si tenemos una determinada cantidad de dinero, usarla en una alternativa significa dejar de hacerlo en otra. Si el gobierno decide gastar más en digamos, salud, tendrá que sacrificar dinero que iba a ser usado en seguridad ciudadana, y así sucesivamente. Lo mismo ocurre con cualquiera de nosotros.

 

En tercer lugar y como consecuencia, a lo largo de nuestras vidas, sea desde el punto de vista familiar o laboral, lo cierto es que enfrentamos disyuntivas y tenemos que escoger por alguna de ellas y en esto no hay discusión. Podemos discrepar en por qué elegir una opción sobre otra, pero no en el hecho de que tenemos que escoger.

 

En cuarto lugar, el dinero no crece en los árboles. Los gastos se financian con ingresos; lo mismo es válido para una familia, una empresa o un gobierno. Supongamos que está pensando en que el gobierno debe aumentar los sueldos de todos los funcionarios públicos. Suena bien para todos aquellos que trabajan en el Estado.  Pero, ¿de dónde saldrá el dinero? Es muy fácil decir que hay que gastar sin que se explique de dónde sale el dinero. Cualquier propuesta que no cuente con esa información es un deseo, pero no una propuesta seria. ¿A quién le están quitando el dinero para aumentar los sueldos? Si el dinero sale de deuda, entonces tengamos claro que mañana pagaremos más por concepto de impuestos para poder financiar ese gasto de hoy. El populismo, en economía, significa no entender que la economía tiene límites. No es posible gastar por encima de los ingresos de manera indefinida. No entiendo la razón por la cual muchos piensan que el dinero es infinito.

 

En quinto lugar, el costo de oportunidad es el costo de la mejor alternativa dejada de lado y está presente en toda decisión. Veamos un ejemplo. Si el gobierno decide gastar, por ejemplo, en aumentar los recursos para la seguridad ciudadana,  entonces se tendrá que reducir el gasto en otros rubros, por ejemplo, vacunas o educación.

 

En sexto lugar, las decisiones deben tomarse sobre la base de evidencia empírica. De lo contrario, son solo opiniones. Y todos podemos opinar lo que nos plazca en cualquier área. Siempre que escuchemos propuestas, debemos hacernos dos preguntas: ¿quién paga?, ¿cuáles son los efectos no visibles de cada decisión?

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Carlos Parodi, Economía, Economista
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