“¿Por qué la gente me está atacando por mi familia? Yo sé que algunas personas la odian, pero yo no elegí la familia que tengo y la amo”, dice la hija de 13 años de Keiko Fujimori, en un video de TikTok publicado el pasado 20 de junio. Esta fue su respuesta ante los insultos y el acoso que padece sistemáticamente en esta red social.
En uno de los videos subidos ese día, la menor asegura leer “todo lo que ponen” y que “algunas cosas sí pueden herir”. También advirtió que “la mayoría de personas que comentan son mayores de edad”. Y señaló, no sin razón: “Ellos deberían estar dando el ejemplo”.
Como respuesta, la cuenta “vladimircerronoficial”, una cuenta apócrifa del fundador de Perú Libre, le comentó: “Tu mamá irá al paredón y pumpumpum”.
Otros mensajes que Sudaca pudo encontrar en un breve patrullaje virtual fueron: “¿Cómo hace tu mamá para pagar tu plan de datos si no trabaja’”, “¿15 años de cana se pasan volando, verdad?”, “tu mamá es corrupta, dile que ya no postule a la presidencia, que acepte su derrota con Pedro Castillo”, “cuando suba [Castillo], la señora K y su papito estarán en cana y no habrá quién la cuide, ¿algún bondadoso que la adopte?”.
Las cuentas
Para entrar a TikTok debes tener, como mínimo, 13 años. Esa es, precisamente, la edad que tiene hoy la hija mayor de Keiko Fujimori. Mientras su madre decidió sumergirse en esta plataforma digital para promover su campaña política, su hija difunde contenido relacionado a sus gustos personales, que van desde Faraón Love Shady hasta mostrar a su gatito Maluma.
Tal vez el único contenido “político” haya sido el que publicó el 6 de junio pasado, día de la segunda vuelta. ¿Pidió a sus más de 600.000 seguidores que votaran por Fuerza Popular? ¿Criticó la candidatura de Pedro Castillo? No. Solamente agradeció a unos chicos que le regalaron una patineta en el cierre de campaña fujimorista. Y acompañó el saludo con una canción de fondo que decía que “no los olvidaría”.
Aún así, la publicación desató la ira de una legión de cuentas anónimas que le reclamaron a una niña los errores y delitos de su madre y su familia. Muchos de ellos cometidos por los Fujimori cuando la menor ni siquiera existía. Es el caso de la cuenta ‘End_Flor’, aparentemente manejada por una mujer, quien comentó: “Jajajaja que se vaya pa’ Santa Mónica tu mamá”.
Este reportero visitó TikTok para comunicarse con los agresores. Ninguno quiso revelar su verdadera identidad, pero sus justificaciones resultaron incluso más perversas que los mensajes vertidos. ‘End_Flor’, por ejemplo, se presentó como estudiante de leyes y aseguró estar muy informada sobre la situación actual del país. “Sé de política, estudio derecho y pues lo que hizo el fujimorismo no está nada bien, atrasó mucho al Perú”, se justificó.
La justificación de la cuenta «End_Flor» para atacar a una niña de 13 años en TikTok.
Para esta supuesta abogada era necesario exigirle a la menor “aceptar la derrota” de su madre, aunque su verdadera motivación era aún más ridícula: “Más cólera me da que se cuelgue de la fama de su mamá y me da igual su edad como para que hagan quedar como buena [a Keiko]”, respondió.
“Me parece una respuesta bien sádica. Lo que llama la atención es que sea dicha por alguien que estudia derecho. Ya la culpó, le asignó una intención, ya la juzgó y sentenció. Con eso no da ninguna posibilidad de pensar en nada. Es dramático. Imaginémonos a esa persona a cargo de un juicio futuro”, dice a Sudaca el psicoanalista Leopoldo Caravedo.
Otro usuario de TikTok al que contactamos responde al indescifrable nombre de ‘Omiraelgeydeyolo’, que también le enrostraba a la menor los problemas legales de Keiko Fujimori. “Tu mamá se irá a la cárcel si no gana #humor vamos Keiko”. El hashtag pretendía darle un tinte sarcástico al cruel mensaje.
La persona detrás de esta cuenta reconoce que su mensaje puede tener consecuencias en la hija mayor de los Fujimori. “Bueno si [fuera] mi mamá a mí también me afectaría”, admite. Aún así, insistió que Keiko terminará presa y, por eso, debía recordárselo a la adolescente.
La justificación de otra de las cuentas: predecir el futuro.
Revestir como algo chistoso estos comentarios hirientes, según la psicóloga social y docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Priscilla Pecho, es un intento de camuflar el daño. “Muchos utilizan esta estrategia para que no se vea como violencia. Se piensa que de alguna manera se le baja la gravedad [al mensaje]. Buscan que la otra persona lo acepte y normalice. Hay que empezar a nombrarlo por lo que es”, afirma.
“La verdad dicha sin empatía es una agresión. Si resulta cierto, no deja de serlo. Es una niña de 13 años. ¿Por qué se lo tiene que recordar? ¿Cuál es el beneficio detrás? ¿Va a contribuir a qué?”, se pregunta Caravedo.
Es delito
Pero también hay comentarios de carácter sexual. En TiksToks donde la menor baila como cualquier adolescente de su edad, se puede encontrar comentarios como: “que sexy”, “mi mujer”; “¿quién será el suertudo de ser su novio?” o “yo te haré creer en el amor”.
Para la psicóloga Priscilla Pecho este tipo de mensajes calza dentro de lo que se conoce como violencia simbólica y está, tristemente, normalizado en nuestra sociedad. “Eso también devela la hipersexualización de las adolescentes mujeres. Son comentarios de acoso que ellas no esperan [referidos] a su cuerpo o aspectos netamente sexuales”, explica.
Para Dilmar Villena, abogado especialista en derechos en entornos digitales, lo que vive la hija de Keiko Fujimori en su TikTok también encaja en este crimen. «Me parece que estamos totalmente frente al delito de acoso. La situación alrededor de [la hija de Keiko] tiene varias consideraciones: es menor de edad, es mujer, por lo que es sexualizada; y está expuesta públicamente, lo que la vuelve vulnerable”, afirma el abogado.
El otro tipo de comentarios que suele recibir la hija de Keiko Fujimori en su TikTok.
La aparente “exposición pública” de la hija de Keiko tampoco es suficiente para librarse del delito. «En este caso una cosa no justifica la otra. Es cierto que la mayor exposición pública es por decisión de sus padres. Al hacer eso las exponen a posteriores ataques, pero ella no ha decidido por voluntad propia entrar a la vida pública«, asegura Villena.
El abogado señala, sin embargo, que la norma aún está en pañales. “Lo que pasa es que cuando estas denuncias llegan a la Fiscalía no se les da mucha prioridad. Dicen: ‘bueno, están molestando [en] redes sociales, ¿qué se puede hacer?’. No se tiene consciencia sobre el daño que puede generar», apunta.
Villena lidera un grupo legal de la asociación Hiperderecho que ha analizado la aplicación de esta ley. Los resultados han arrojado falencias de todo tipo. “En los casos que hemos acompañado, incluso con personas identificadas, se complica mucho la investigación. Con cuentas anónimas es mucho peor”, explica el abogado.
Ocultar su identidad para atacar es justamente la estrategia que aplican estas personas con la hija mayor de Keiko Fujimori. “Lo más terrible del asunto es que están haciendo exactamente lo mismo que le critican a esa familia, porque están usando de la manera más burda ese espacio de impunidad donde se sienten protegidos y descargan todas sus frustraciones”, afirma el psicoanalista Leopoldo Caravedo.
Las propias redes sociales favorecen dicha impunidad. TikTok no permite enviar mensajes, como sí lo hace Facebook, a otra cuenta. A menos que esta persona te siga de vuelta. Esto dificulta la identificación, como pudo comprobar este reportero al intentar comunicarse con otros agresores.
Por eso estos procesos suelen demorar. «Lamentablemente termina siendo largo si no tienes muchas pruebas y tienes que investigar desde cero. Casos que nosotros tenemos van a cumplir un año y recién van a iniciar la etapa de juicio”, se lamenta Villena.
Daños irreparables
Pasar por agua tibia estos actos puede ser gravísimo para quien los recibe. La psicóloga Pecho considera que las consecuencias pueden llegar a “trastornos de conducta alimentaria o depresión por tener esta visión de que su imagen necesita ser validada por otras personas”.
Las consecuencias de esta experiencia indeseable para la hija de la candidata naranja podrían afectarla a largo plazo. “Que a uno le digan ese tipo de cosas puede ser muy impactante. Algunos síntomas se llegan a presentar después de 15 años incluso.Probablemente lo que ocurra es que el sentimiento de rabia, de odio, sea muy grande. Esa chica va a sufrir mucho en su vida futura”, asegura Leopoldo Caravedo.
Al parecer en Tik Tok varios no le perdonan a la menor ser la hija de la lideresa naranja. Para Caravedo esta atribución es peligrosa. “No sé si se piensa esto con claridad de cara a la convivencia futura del país. Uno puede estar en contra de Keiko Fujimori, pero no podemos hacer de esto una cosa de familia, por más que varios de ellos estén metidos en política”, asegura.
“La violencia no puede ser una forma de expresar desagrado. Es la manera más fácil que encuentran de expresarlo, pero lo hacen de forma equivocada: atacando a una persona que directamente no ha sido responsable, que es conocida por ser ‘hija de tal persona’”, agrega Priscilla Pecho.
Otro de los mensajes que suele recibir. En TikTok parecen creer que la niña también hace campaña política.
Para Caravedo la motivación de las personas que están detrás de estas cuentas consiste en atacar al indefenso. “Ahí es donde más daño pueden hacer. Atacan a la hija para generar esa sensación de miedo y temor en Keiko Fujimori que no puede hacer nada porque no es un ataque directo hacia ella. Así es bien difícil defenderse”, afirma.
Nadie sabe si se tomarán medidas legales al respecto. Tampoco si la víctima será otra Fujimori en política. De momento, lo cierto es que solo es una niña que ni siquiera ha terminado el colegio. La gente que la ataca por llevar el apellido de su madre y abuelo tendrán que recordar que su accionar no solo es cobarde, sino también criminal.
Ya estuvo buena la tolerancia política y mediática a los exabruptos clasistas y racistas de quienes, amparados en mentirosas hipótesis de fraude, pretenden desconocer los resultados electorales, yendo desde la sugerencia de anular las elecciones o invocar un gobierno civil-militar de transición que convoque a nuevas elecciones, hasta considerar “Presidente nulo” a Pedro Castillo aun después de ser proclamado por el Jurado Nacional de Elecciones.
Si acaso es verdad que Keiko Fujimori ha decidido tomar distancia de esta ultraderecha nativa, no se entiende qué hace enviando a Nano Guerra García a ser partícipe del sainete y papelón cometido por un grupo de improvisados en Washington. A ella le corresponde, antes que a nadie, poner paños fríos, dejar que las cosas jurídicas sigan su curso normal, aceptar los resultados, acercarse a saludar al ganador apenas se produzca la proclamación oficial y dedicarse los siguientes años a desplegar una oposición leal, recia, pero democrática.
La ultraderecha es minoritaria. Bulliciosa y generadora de “noticias”, por lo que se ve, pero abrumadoramente minúscula en comparación con otros sectores de la vida política peruana, como quedó confirmado en la primera vuelta electoral.
Si un sector de la clase política, mediática y empresarial, decide seguir el camino de la insubordinación constitucional, pues que lo haga, que a ningún lugar que no sea el de la esterilidad o vergüenza pública podrá llegar. El país democrático es inmensamente mayoritario y sabrá digerir el triunfo ajustado de una opción de izquierda que, por lo demás, cada vez más se acerca a cauces de moderación que deberían rebajar la histeria irracional de nuestra poco ilustrada y mal llamada elite.
El plan de gobierno de Keiko Fujimori era superior al de Castillo, el solvente Carranza lo hubiera hecho mejor que Francke, y era la ocasión idónea para un gobierno de derecha que aplicase un shock capitalista capaz de romper la inercia centrista de los últimos lustros, pero debe aceptarse que el país no lo ha querido así, que antes que razones primaron sentimientos antiestablishment que el profesor Pedro Castillo supo capitalizar electoralmente mejor que Keiko Fujimori.
No es ese talante democrático el que alienta a las huestes de la tribu ultraderechista peruana. A su racismo y clasismo, que tornan inaceptable a un personaje como Castillo, le suma un talante abiertamente antidemocrático, que desde ya la convierte en una amenaza nacional sobre la que hay que advertir.
El usar rituales y fraseos religiosos ha sido el recurso más notorio en la cadenciosa retórica de Keiko Fujimori en toda su campaña. Pero tras los resultados de la segunda vuelta ha llegado al punto de dejar de lado la realidad y pasar a un mundo regido sólo por creencias. Una creencia es una forma de conducta adecuada a la satisfacción de las propias necesidades tal como el mundo es percibido y no a la verdad. Las religiones y algunas ideologías sustentan sus creencias en dogmas, es decir, en afirmaciones innegables solo por ser sagradas, como la perpetua virginidad de María.
Apelar en el Perú a ese discurso no es para nada una novedad, en tanto su población ha intentado ser conquistada, sometida y engañada durante siglos por discursos basados en una palabra divina emitida por la clásica trilogía de Clorinda Matto de Turner: la del juez, el sacerdote y el hacendado. Tres figuras que comunicaban distorsionadamente los marcos jurídicos, territoriales y morales para explotar campesinas y campesinos mediante el dominio y control del castellano y de la escritura, dos herramientas fundamentales de la escuela, ausente hasta la reforma agraria. Lo sorprendente es que la vigencia de estos dogmas haya salido a la luz en un amplio sector de las clases medias y altas: aún cree que el campesino pertenece a una raza sometida por la suya, que solo pueden ser noticias aquellas que les son convenientes, que la justicia debe satisfacer hasta su despecho, y que toda norma del Estado que contradiga los puntos anteriores será ejemplo de su ineficacia.
Como el triunfo del maestro rural Pedro Castillo ha ido contra esos dogmas, el sector social que Keiko representa ha reaccionado, despechado, con la sacralización y ritualización como bandera, el medio más apropiado por tratarse de un reclamo basado solo en sus creencias. Ni el desconcierto nacional e internacional ha sido suficiente para detener sus reacciones. Su racismo se concentró en burlas al castellano rural y a la supuesta incapacidad de Castillo para poder ejercer el cargo de Presidente de la República. Lo mismo ocurrió con la tergiversación del rol de las rondas campesinas, reconocida y respetada forma de autoorganización para la protección del ganado y resolución de conflictos locales. Que portaran machetes como equivalentes a la espada, a la usanza formal de cualquier guardia, sirvió para negar el deslinde que ya Castillo había dejado en claro respecto de cualquier vínculo con Sendero Luminoso. Por todos los medios de señal abierta, los fieles de Fujimori acusaron a los ronderos que habían vencido a SL en todo el país, de ser “terrucos”, tal y como actuó el Estado peruano durante el conflicto armado, cuando no podía distinguir entre campesinos y terroristas, y optó perversamente por masacrar. Estas reacciones se vieron respaldadas por lo que el Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana ha considerado como una falta de los medios de comunicación contra el derecho a una información en las campañas electorales: titulares que tergiversaban los hechos ocurridos, la invitación a especialistas en programas políticos que daban opinión interesada presentada como correcta e imparcial, y la desigual cobertura de ambos candidatos en los medios, pese a que algunas actividades de Castillo eran incluso más trascendentes a nivel nacional e internacional.
Pero el dogma más gravemente afectado parece haber sido el de la justicia hecha para sí. Cuando debiéramos vivir como un acto de justicia con la población campesina, históricamente excluida de la ciudadanía, el que un maestro rural, hijo de campesinos analfabetos pueda alcanzar el cargo más alto del país, los fieles de Fujimori se enfurecen. Es algo inconcebible. Más aún cuando resulta amenazante porque de perder Keiko Fujimori no podrá protegerse de inmunidad presidencial mientras ella y varios protagonistas de su campaña se encuentran con un proceso de investigación judicial abierto por corrupción. Su argumentación basada en creencias para anular las elecciones rompe no solo con todo el marco jurídico electoral, sino con un principio básico del Derecho y la Justicia: no se puede acusar sin ninguna prueba sólo porque se cree. Lo terrible es que el círculo se cierra al volver al racismo, pues de los de los 945 pedidos de nulidad presentados para inventar las pruebas, más del 60% se realizó en 164 distritos con territorios indígenas. En un absurdo mayor, tras amenazas de marinos y militares retirados vinculados con Vladimiro Montesinos, anunciando un posible golpe de Estado, se culpa al Estado de no querer presentar las pruebas para que ellos acusen a nuestras instituciones electorales de no haberle dado el triunfo.
En el Perú, siempre se ha sostenido con desprecio que en las zonas rurales prima un pensamiento inferior, que debe ser erradicado, el pensamiento mágico religioso. Pues en las zonas urbanas, particularmente en Lima, existe un pensamiento mucho más peligroso, violento y vinculado directamente con el poder de la corrupción política y mediática que estoicamente estamos derrotando. Cual fiera herida, este pensamiento político religioso lanza como último recurso desfiles con banderas monárquicas que cantan la muerte de los terrucos. Sus fieles se niegan fanáticamente a aceptar que su poder ya nunca más nos va a engañar, que hasta en comunidades alejadas se sabe leer y escribir, que hay medios de comunicación alternativos y que, la mayoría digna del país siempre se guiará por la justa verdad de los hechos.
Si Keiko Fujimori continúa su distanciamiento de la ultraderecha peruana, puesto de manifiesto en su reticencia a acudir al mitin convocado en el Campo de Marte este último sábado y en el señalamiento en su propio mitin de que aceptaría los resultados del Jurado Nacional de Elecciones, puede mirar con perspectiva política optimista su futuro.
Gran parte de las desgracias del keikismo se han debido al proceso de derechización y conservadurización de los últimos cinco años, distorsionando el fujimorismo heredado, construyendo una plataforma ultra que, como consecuencia de ello, se dedicó a sabotear a un gobierno como el de PPK al que, de no haber sido por esa derechización extrema, debió haber apoyado sin ambages. Hoy Keiko sería presidenta si eso hubiera hecho.
En estos momentos, lo que le corresponde es aceptar su derrota apenas el JNE proclame a Pedro Castillo, dejar de interponer recursos dilatorios, y cuando ello ocurra acercarse a saludarlo cortésmente como corresponde en una democracia decente.
No está obligada a fungir de comparsa del gobierno de Castillo. Debe ser oposición. Eso es lo que esperan los que votaron por ella. Su opción de centroderecha está reñida con los postulados de un gobierno de izquierda como el que quiere hacer realidad Castillo y frente a la convicción de que eso no es lo que le conviene al país en estos momentos, lo natural es que el keikismo sea un dique de contención de cualquier arrebato populista y extremista del nuevo régimen.
Pero esa oposición debe ser leal, sin trampas. Frontal, pero transparente. Recia cuando se trate de defender los fueros parlamentarios y, más aún, cuando Castillo pretenda llevar al país al camino de la zozobra con su terca insistencia en convocar a una Asamblea Constituyente.
Keiko debe tener paciencia. Su destino judicial no es inexorable. Se espera que en instancias superiores o supremas se calibre el despropósito de tildar de organización criminal a Fuerza Popular y a ella de cabecilla por haber recibido aportes en negro durante anteriores campañas. Consagrada su inocencia podrá recuperar aún más del capital político que sorprendentemente logró reconstruir en esta última campaña.
El antikeikismo ha disminuido notablemente. Empezó la campaña con 70% de la población contraria. Ipsos, en encuesta de ayer, pregunta sobre las razones de los votantes de Castillo para haber marcado el lápiz: solo un 27% señala que fue por evitar que el fujimorismo llegue al poder. Keiko tiene futuro político y debe calcular con esa perspectiva los pasos que da.
Estimado Mario, desde que Alberto Fujimori (tu adversario en las elecciones de 1990) dio el autogolpe de 1992 y tomó por asalto todos los poderes del Estado (con la anuencia del 90% de los Peruanos) e instauró un narco estado corrupto junto a Vladimiro Montesinos, tú defendiste la democracia peruana desde tu obligado auto exilio en España y desde entonces recibiste los ataques de una parte importante de la población peruana que veía envidia o rencor, en donde había en realidad un genuino interés por preservar los valores democráticos de nuestro país. Por lo menos, así lo vi yo, siempre.
Por esa misma razón, te opusiste férreamente a las dos primeras postulaciones de Keiko Fujimori a la presidencia de la República en el 2011 y el 2016, denunciando su candidatura como expresión de los peores valores de la política nacional.
Sin embargo, en la segunda vuelta electoral peruana de este año, frente a la candidatura de Pedro Castillo que representaba a primera vista una amenaza a la democracia que siempre defendiste, no tuviste más opción que apoyar abiertamente la postulación de la señora Fujimori, apretando los dientes y dejando de lado 29 años de abierta y franca oposición al fujimorismo.
Pero las elecciones se realizaron y la ONPE dio como ganador al candidato de Perú Libre por más de 44,000 votos.
Tú sabes muy bien que los observadores de la OEA, el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, Inglaterra, la mayoría de medios internacionales como CNN, así como la Defensoría del Pueblo, Transparencia Perú e IPSOS han calificado el proceso electoral peruano de justo y democrático, no habiendo encontrado ninguna señal de fraude.
A pesar de ello, te has apresurado en apoyar las peligrosas insinuaciones de “fraude en mesa” de la candidata perdedora, sin tener ningún elemento de convicción, ya que como debes saber, todas las impugnaciones presentadas por la señora Fujimori han sido rechazadas o descartadas por los Jurados Electorales Especiales, por carecer de sustento.
Ahora que el Jurado Nacional de Elecciones empieza a ver las reclamaciones del fujimorismo, ha comenzado una campaña de demolición con el claro e inocultable propósito de impedir la proclamación del ganador de estas elecciones. En ese sentido, importantes medios de comunicación del mundo han reconocido en Fuerza Popular la misma estrategia de negación de las elecciones de Donald Trump en los EEUU.
A estas alturas y con todos los contactos con que cuentas en el mundo, que te pueden confirmar directamente lo que estoy apenas reseñando, me pregunto si vas a seguir manteniendo tu apoyo a una causa perdida, que no solo no defiende la democracia por la que tanto has luchado, sino que la amenaza y la pone en grave peligro, al pretender desconocer los resultados electorales que el mundo civilizado reconoce. Más allá de que nos guste o no el resultado electoral y de que tengamos justificado recelo sobre un posible gobierno de Perú Libre.
¿Quieres ser recordado como el hombre que nunca claudicó en su lucha por los valores democráticos de su patria, o como el escritor que prefirió plegarse al final de sus días a un grupo que representa lo más rancio del racismo, clasismo y fascismo en el Perú?
Todos los días, de lunes a viernes, Alexandra Ames, David Rivera y Paolo Benza discuten los temas más importantes del día por Debate. En nuestro episodio número 161: Montesinos se vuelve actor de esta trama. ¿Rodríguez Monteza no quiere asumir? La concentración finalmente obtiene un fallo (¿es todavía lo más urgente del mercado periodístico?)
Según la encuesta del IEP el 69% rechaza la conducta obstruccionista de Keiko Fujimori, que usando diversas estrategias busca apoderarse de la presidencia y rechazar cualquier resultado que no la favorezca. Es claro para muchos/as que la consigna de la ex candidata y el sector que la apoya es ganar, a la buena o a la mala.
Keiko Fujimori no aprendió de sus errores. Ha sido evidenciado, lo que muchos sabíamos, no solo heredó las prácticas autoritarias y delictivas de su padre, también ha desarrollado un profundo desprecio por el país que dice defender.
Sólo así se explica que, sin importarle la pandemia que ha dejado más de 187 mil defunciones, pobreza y exclusión, la hoy ex candidata se haya dedicado las últimas semanas a promover un escenario de mayor polarización y violencia mediante las acusaciones de fraude, debilitando así a las instituciones electorales, deslegitimando un proceso transparente y advirtiendo, una vez más, un clima de ingobernabilidad para los próximos años.
Keiko Fujimori, sus tradicionales y nuevos aliados, han dejado claro que su actitud y “principios” democráticos son relativos, se mantienen siempre y cuando no se afecte el modelo social y económico que ideológicamente protegen. Mientras el poder siga concentrado en la elite “blanca”, “bien hablada”, “ilustrada” todo estará “en calma”. Entonces, la “democracia” que defienden es aquella que les permita seguir concentrando – sin cuestionamientos- el poder real y simbólico, lo contrario es visto como una amenaza y para combatir dicho riesgo se han desplegado estrategias bastante perversas.
Una de estas es la profundización de la violencia racial. Todo el proceso electoral y el contexto que vivimos actualmente se encuentra atravesado por el racismo y el colonialismo. Citando las palabras de Nelson Manrique, arrastramos una fractura colonial no resuelta, por lo que construir solidaridad social es una tarea difícil (2002: 60)
Aprovecharse de esta fractura, potenciarla y hacer un llamado a todos los sectores que se sienten amenazados por la posible llegada al poder de un representante de “los nadies”; no sólo es irresponsable sino además es un directo llamado al odio y la violencia en un país discriminador y violento.
Expresiones como el “better dead that red”, las claras amenazas de golpe de Estado, la insistencia en posicionar el discurso de fraude (negando la legitimidad del voto de zonas rurales y alejadas), el acoso a las autoridades del sistema electoral y el nombrar como “comunista” a todo aquel que se les oponga; es parte de una estrategia de miedo, atravesada por la violencia racial, en la que, lamentablemente, buena parte de la población ha caído.
Keiko Fujimori, en mi opinión, guarda un profundo desprecio por el país y ello ha quedado al descubierto. No se defiende al país escindiéndolo más. No se construye democracia liderando una crisis social y política racializada, no se construye un país garante de derechos negando legitimidad a las demandas de la población; no se construye una república realmente libre, destruyendo los principios democráticos. Lamentablemente, el daño está hecho.